Once: Varitas y escobas.

Diez minutos después de que salió Henry Graham con su madre, los niños que quedaban en la tienda de varitas tenían algunas dificultades. Y no precisamente por dinero, como los Graham, sino porque tardaron mucho en encontrar una varita que se ajustara a ellos. Luego de Henry Graham, le tocó probar varitas a Ryo, pero el niño tuvo que probar como veinte antes de que una de ellas, de madera muy clara, sacara chispas de color azul plateado por la punta.

—Nervios de corazón de dragón y madera de cerezo —comentó el hombre con una sonrisa —Veintisiete centímetros y cuarto. Anormal combinación. Qué curioso...

—¿Qué es curioso? —quiso saber Ryo.

—Su varita, señor Mao —le contestó el hombre —Eso es lo curioso. Los nervios que están en su varita vienen del mismo corazón que los de la varita del señor Graham.

—¿O sea que son hermanas? —intervino Hally. Había leído algo sobre el tema.

—Podría decirse —admitió el mago —En fin, basta de charla. Ahora sigue... la señorita Macmillan, por favor.

Amy se levantó de su banco y se acercó al mostrador. Probó y probó varitas sin cesar, pero fue hasta pasados quince minutos que una varita inusualmente corta y delgada, soltó unas cuantas chispas blancas y amarillas.

—Madera de fresno y pelos de cola de unicornio... diecinueve centímetros y medio. Esta varita había estado en mis bodegas por años. Al parecer, la combinación de materiales resultó ser muy especial... Muy especial.

—¿Usted es el dueño de la tienda? —se asombró Sunny.

—Sí, señorita Wilson —le respondió el hombre, mirándola fijamente con sus ojos que parecían espejos —El señor Ollivander, para servirle. Pero venga, sigue usted.

Sunny tragó saliva y se le acercó al señor Ollivander. Probó muchas varitas hasta que una gruesa soltó algunas chispas blancas y grises. El señor Ollivander frunció el entrecejo y tomando la varita para envolverla en su caja, negó un poco con la cabeza.

—¿Sucede algo malo con mi varita? —preguntó Sunny.

—No precisamente —respondió el anciano mago —Lo que pasa es que... Su varita mide treinta y nueve centímetros y es de madera de roble y pelos de cola de unicornio, una combinación de materiales muy poderosa, pero además... es curioso que ustedes dos —miró primero a Amy y luego a Sunny —tengan estas varitas. Por una rara coincidencia, los pelos de unicornio de esas varitas los corté del mismo animal, por lo tanto, son hermanas. ¿No les parece increíble? Vendo dos pares de varitas hermanas el mismo día. Hace mucho que no vendía varitas hermanas. La última vez que me pasó eso fue... No sé, hace unos veinte años o más. ¿Ahora quién sigue¡Ah, ya! La señorita Malfoy.

Danielle siguió el mismo procedimiento que los demás. Sostuvo y agitó varias varitas, hasta que una de ellas, empolvada y de madera muy oscura, soltó unas cuantas chispas, algunas doradas y otras, de color extraño, entre rojo y verde azulado.

—Buena varita —le confió el señor Ollivander —Ébano y pluma de fénix, de treinta y cinco centímetros. Bastante fácil de manipular aunque un poco temperamental pues al obtener la pluma, se le adhirió una pequeña escama de cola de sirena que no pude quitarle. Es por eso que las chispas son de ese color. Permítame, envolveré su varita.

Tomó la varita, la puso en su caja y la envolvió. Se la entregó y al regresar Danielle a su asiento, el señor Ollivander miró a Rose.

—Pase, señorita Weasley.

Rose obedeció, pero a diferencia de los demás, ella tardó poco en encontrar su varita ideal, una de madera ligera que lanzó chispas de un color blanco azulado poco común y tan brillante que casi ciega a Rose.

—¡Vaya que es una hazaña! —exclamó el señor Ollivander, quitándole la varita suavemente para ponerla en su caja y envolverla —Es la única varita que hice con ese núcleo, sólo para ver si era una buena idea...

—¿Quiere decir que mi varita es un experimento? —se indignó Rose.

–Calma, señorita Weasley, no es a lo que me refiero. Verá, sucede que en la época en la que El-que-no-debe-ser-Nombrado volvió, el material para los núcleos de las varitas escaseaba y tuve que probar otros. Sólo usé una vez ese material para el núcleo, mezclado con la mejor madera de almendro, para saber si a alguien le quedaría, y...

—¿Podría decirme de qué es el núcleo de mi varita? —cortó Rose. No era muy paciente cuando quería saber algo y le hablaban con rodeos.

—De pelos de cola de thestral —contestó el señor Ollivander por fin.

Rose frunció el entrecejo, pues no recordaba a una criatura mágica con ese nombre. En cambio, Ryo y Hally abrieron ligeramente la boca.

—Esos caballos son muy especiales —dijo Ryo.

—Sí, yo leí que sólo pueden verlos... quienes han visto morir a alguien —agregó Hally.

—Tengo una varita cuyo núcleo es único... —soltó Rose —¡Genial! —exclamó.

—Y por último —dijo el señor Ollivander —La señorita Potter. ¿Sabe? La última vez que vendí varitas hermanas, su padre fue el que compró una de ellas.

—¿En serio? —Hally se impresionó mucho —¿Y quién tenía la varita hermana de la de papá?

El señor Ollivander estaba a punto de contestar cuando los Potter y la madre de Rose entraron al local, cargando dos enormes cosas que a Rose la hicieron saltar de alegría.

—¡Lechuzas! —dijo la niña, acercándose a su madre. La señora Luna cargaba una jaula con una pequeña lechuza gris claro, que tenía enormes ojos claros —¿Es para mí?

—Sí, querida, supuse que te sería útil —la señora Luna le extendió la jaula y Rose la tomó de inmediato, admirando a su lechuza nueva.

—Ésta es para ti, Hally —le dijo su madre, mostrándole la jaula que cargaba y que contenía una lechuza de buen tamaño, que era tan blanca como nieve recién caída —Tu padre tuvo una idéntica a tu edad, por eso pensamos que te gustaría.

Hally asintió, porque de verdad la lechuza le encantó. Los grandes ojos color ámbar del animal la vieron como si supiera que ella sería su dueña y ululó débilmente. En eso, el señor Ollivander carraspeó sonoramente para llamar la atención.

—La niña aún no tiene varita —les informó —¿Porqué no se sientan y esperan?

Los tres adultos asintieron fueron a sentarse a un lado de Danielle. El señor Potter vio a la niña rubia de cabo a rabo y luego le susurró.

—Buenas tardes¿cómo has estado?

—Bien, señor —respondió Danielle, tratando de no mostrar sorpresa. ¿Cómo podía saludarla de esa forma después de demostrar que odiaba a su padre? —Señor, yo... quisiera disculparme por lo que dijeron mis padres.

—Nadie debe disculparse por lo que no es su culpa —le hizo notar el señor Potter —Me conformo con saber que no te comportas como ellos... Casi.

—¿Cómo que casi?

—En lo único que te pareces a ellos —explicó el señor Potter con serenidad —es en que nunca te arriesgas más de lo necesario. No es un defecto, tampoco una cualidad... Digamos que es una parte de la personalidad de todos y es buena o mala según el caso.

—¡Increíble! —vitoreó el señor Ollivander, para sorpresa de los presentes —¡Tres pares en un día¡Simplemente increíble! Esto es algo que no veo todos los días...

Voltearon a ver y descubrieron a Hally con una varita de buen tamaño, ni muy larga ni muy corta, delgada y de madera un poco empolvada, parecida a la varita de Danielle. Y no sólo se parecían en eso, sino en que las chispas que soltaba la varita que sujetaba Hally eran doradas, algunas plateadas y también unas cuantas más de color incierto, entre rojo encendido y verde azulado, muy brillantes por cierto.

—¿Algún problema con la varita, señor Ollivander? —quiso saber la señora Potter.

—No, señora, ninguno –respondió el señor Ollivander con una ligera sonrisa —La varita es muy buena: madera de palo de rosa y una pluma de fénix que tiene adherida una escama de cola de sirena. Una combinación que me pareció extraordinaria en su momento, pues casi no uso esa madera para mis varitas. Lo que pasa es que nunca me había pasado algo como esto. ¡Tres pares de varitas hermanas vendidos en un día¿Comprende mi emoción?

—Un poco —dijo titubeante la señora Potter —Entonces¿la varita de Hally tiene una hermana, la cual vendió hoy?

—Exactamente, señora Potter —el señor Ollivander la observó atentamente —Aún la recuerdo a usted cuando era niña. Entonces era la señorita Granger y la varita que la escogió era muy buena para encantamientos y transformaciones avanzadas. ¿Aún tiene esa varita?

La señora Potter, por respuesta, sacó de un bolsillo una varita larga y brillante y sonrió.

—¿Y quién compró la varita hermana de la de nuestra hija? —preguntó el señor Potter.

El señor Ollivander lo miró, pero con mayor seriedad.

—Me hizo la misma pregunta hace años, señor Potter, pero con respecto a su propia varita —recordó el viejo mago —–Lo recuerdo perfectamente. Pues bien, la varita hermana de ésta —sostuvo la varita de Hally en alto, luego de que la niña la había dejado en el mostrador inmediatamente después de que soltara chispas —es la de la señorita Malfoy.

Señaló a Danielle, quien estaba muy impresionada. Luego, se dirigió al señor Potter.

—Usted mejor que nadie sabe lo que esto podría significar —le dijo, con cierto tono de misterio en la voz —Después de todo, su varita y su hermana se encontraron incontables veces, si no mal recuerdo. Y en situaciones no muy agradables.

El señor Potter asintió. Observó a Danielle, nerviosa e incluso algo asustada, pero no hizo más comentarios.

—Bueno, creo que esto es todo —dijo el señor Ollivander de pronto, guardando la varita de Hally en su caja y envolviéndola —Niños, por favor vengan a pagar sus varitas.

Los niños que iban solos obedecieron en el acto. Por una parte, estaban emocionados por esa extraña coincidencia de las varitas hermanas, pero por otro lado presentían que a la larga, si divulgaban ese detalle, tendrían problemas.

—Tengo una pregunta —dijo Danielle, cuando se acercó y pagó su varita —¿Cómo es posible que unas escamas de cola de sirena se pegaran a las plumas de un fénix?

—Iba a preguntar exactamente lo mismo —intervino Hally, poniéndose a un lado de Danielle —Según lo que sé, los fénix están muy ligados al fuego y las sirenas viven en aguas profundas. Simplemente no lo entiendo.

El señor Ollivander sonrió.

—Bueno, es una historia curiosa. Iba yo en un barco por el Mediterráneo, buscando más materiales para mis varitas, cuando de repente algo llamó mi atención en la costa, al ir llegando a Grecia. Bajo una roca estaba un punto rojo y dorado, muy brillante, que se movía sin cesar. Al irse acercando más el barco a donde estaba ese punto, me di cuenta que era un fénix que se encontraba atorando entre un montón de algas marinas y al ver de cerca, vi que una sirena estaba enredada con él. Como el barco atracó pronto, en cuanto desembarqué me dirigí a ese punto y como por pura suerte sé algo de sirenio, el idioma de las sirenas, le dije a la criatura que la ayudaría y que se calmara. La sirena me agradeció y me contó que ella se había atorado al tratar de ayudar al fénix, porque sabía que era un ser de fuego al que le hace daño el agua. Fue fácil ayudarles y en cuanto las dos criaturas estuvieron libres, la sirena se hundió en las aguas y el fénix emprendió el vuelo, pero sin darse cuenta se le cayeron dos plumas de la cola. Las recogí, pensando que serían buenos núcleos para algunas varitas, pero entonces me percaté de que cada pluma tenía una mancha entre azul y verde que no se quitaba y al observarlas de cerca, supe que dichas manchas no eran de las algas, como creí al principio, sino de una escama de la cola de aquella sirena. No me pude explicar el fenómeno, pero no le di importancia. Hice las varitas con esas plumas como núcleo, sin tener mucha fe en que se vendieran, y miren ahora.

—¡Qué historia! —dejó escapar Rose desde su asiento —Debió ser muy emocionante.

—Un poco, lo admito —reconoció el señor Ollivander, entregándole su cambio a Danielle —Sobre todo porque eso me demostró que incluso en el mundo de la magia, todavía hay muchas cosas que no tienen explicación. Como las varitas hermanas: son raras y generalmente, sus dueños están destinados a algo juntos. A veces bueno, a veces malo, pero juntos. Podemos esperar grandes cosas de ustedes —miró a todos los niños —No sé exactamente qué o cómo, pero algo me dice que ustedes y el señor Graham van a hacer historia.

Los niños se quedaron muy impresionados, decidiendo en ese mismo momento que nunca dirían el secreto de sus varitas a menos que fuera absolutamente necesario. Ryo, aparte, decidió que en cuanto viera a Henry Graham le confiaría lo que le había dicho el señor Ollivander, pero únicamente porque era el dueño de la varita que era hermana de la suya. Después de todo, ya sabía que lo vería en Hogwarts.


Ya en el callejón nuevamente, los Potter, Rose y su madre caminaron lentamente, con aire pensativo. Al pasar por la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, las niñas se detuvieron y se pusieron a admirar las escobas.

—A los de primer año no les permiten tener escobas —le dijo Rose a Hally, mientras admiraban un modelo de la serie Cometa —Eso me dijo Dean.

—Pero este año es diferente —les dijo la señora Potter, revisando la lista de libros de Hally, que le había pedido minutos antes para asegurarse que no le faltara nada —Según dice aquí, a partir de este año podrán tener escobas pues se les tomará en cuenta para los equipos de quidditch, aunque sea sólo como suplentes.

Les mostró la hoja de pergamino que leía y donde normalmente a los padres de los alumnos de primer año se les recordaba que sus hijos no podían tener escoba propia, aparecía otro aviso en mayúsculas.

A LOS PADRES DE FAMILIA SE LES NOTIFICA QUE A PARTIR DE ESTE CURSO, SE LES PERMITIRÁ A LOS ALUMNOS DE PRIMER AÑO POSEER ESCOBA, YA QUE SE LES TOMARÁ EN CUENTA PARA SER LOS SUPLENTES EN LOS EQUIPOS DE QUIDDITCH.

—¿Qué les parece? —inquirió la señora Potter —¿Quieren entrar y ver si hay una escoba que les guste? Se las compraremos con gusto.

—¿Podemos¿De verdad? —preguntó Rose, mirando a su madre.

—Claro —respondió la señora Luna —¿Acaso no sabes que los Weasley son buenos jugadores de quidditch? Yo no vuelo bien, pero tu tío Charlie fue buscador, tus tíos Fred y George fueron golpeadores, tu tía Ginny fue buscadora un tiempo antes de hacerse cazadora y tu padre fue guardián. Quién sabe, tal vez tú tengas uno de esos talentos.

Rose sonrió emocionada y junto con Hally, entró corriendo a la tienda y ambas se pusieron a admirar escobas. No sabían mucho del tema, por lo que el señor Potter se pasó una media hora junto a ellas, explicándoles varias cosas y dándoles consejos.

—Leí en un libro que tu fuiste buscador, papá —le dijo Hally —¿Es cierto?

—Fue el jugador más joven en un siglo —afirmó Rose —Me lo dijo Ángel.

—Pues sí, eso es cierto —aceptó el señor Potter con una tímida sonrisa —Aunque debo decirte una cosa, Hally: tu madre no es muy aficionada a ese deporte. Le gustaba verlo, pero como volar es de las pocas cosas que no se le dan, cuando Ron y yo nos poníamos a hablar del tema ella mejor se ponía a leer o algo parecido.

El señor Potter sonrió con nostalgia, aunque casi enseguida olvidó su repentina tristeza al escuchar la exclamación de Rose al ver una brillante escoba de mango de caoba que tenía en el mango escrito en caracteres dorados: Nimbus 2015.

—Es la más nueva del mercado —le informó el señor Potter —Yo tenía una modelo 2000 cuando empecé a jugar, pero la pobre escoba se rompió y tuve que conseguirme otra. Por suerte, mi padrino me regaló una Saeta de Fuego, que por cierto, aún tengo. ¿Qué dices, Rose¿Te gusta la Nimbus 2015?

—No sé... —titubeó Rose. Fue a buscar a su madre y en voz baja, preguntó —Mamá¿puedes comprarme una escoba como la nueva Nimbus? Porque si no, puedo ver cualquier otra.

La señora Luna sonrió. A pesar de no conocer a su padre, Rose estaba resultando muy parecida a él.

—Creo que podemos permitirnos ese gasto —le respondió a la niña —Tu padre dejó unos ahorros antes de irse, para cuando fueras al colegio, y son suficientes para pagar una escoba así. Ve a verla bien y si de veras la quieres, la compraremos.

—¡Viva! —exclamó Rose y fue a mirar más de cerca la Nimbus 2015. Mientras tanto, Hally seguía viendo modelos, sin decidirse por uno en particular, hasta que vio una escoba preciosa, con un mango pulcramente pulido, de cola hecha de ramitas perfectamente recortadas y afiladas. En pocas palabras, era perfecta. Vio con atención el mango, en cuyo extremo estaba el nombre de la escoba escrito en letras elegantes, alargadas y doradas: Saeta de Fuego 2.0.

—Es una escoba muy buena, señorita —le dijo un dependiente, al ver que no dejaba de admirar la Saeta de Fuego 2.0 con cara de ilusión. La veía con cierto desdén —Pero no creo que alguien como usted pueda pagarla.

—¿Porqué? —se extrañó Hally.

Entonces se dio cuenta que el dependiente, robusto y de cabello oscuro y corto, miraba con algo de desprecio su ropa muggle vieja y descolorida. Seguramente la estaba tomando por una pequeña bruja hija de muggles que no tenía ni en qué caerse muerta.

—Es una escoba muy cara —atinó a decir el hombre —La serie no había fabricado un nuevo modelo hasta ahora y está altamente cotizado. Pocos pueden pagar algo así.

La obstinación surgió en el rostro de Hally y unida al hecho de que realmente le había gustado aquella escoba, dio media vuelta y caminó hacia su padre, que estaba admirando algunas túnicas de equipos famosos del país.

—Papá¿podrías venir? Encontré una escoba que me gusta.

El señor Potter siguió a su hija hasta donde estaba la Saeta de Fuego 2.0, quedándose maravillado al ver que era mucho más actual que la escoba que él tenía. La tomó y empezó a examinarla, pero entonces el dependiente que le había dicho a Hally que era una escoba cara llegó y se la quitó de las manos.

—Lo siento, señor, pero está prohibido tocar la escoba si no va a adquirirla.

El señor Potter frunció el entrecejo, notando la mirada de desdén del hombre.

—A mi hija le gustó —dijo, señalando a Hally —Y sólo estoy viendo si es buena para ella. Pero en fin, si no quiere vender una maravilla como ésta, no hay problema. Hally, mejor ve otra escoba. No tenemos que soportar estas groserías.

Padre e hija estaban dándose media vuelta cuando otro dependiente, pequeño y de cabello castaño, se acercó a ellos.

—Disculpe a este tipo, señor. Siempre quiere quedar bien con el superior —tomó la Saeta de Fuego 2.0 de manos de su colega y se la extendió al señor Potter —Lo he estado observando y puedo notar que sabe mucho de quidditch. Dígame¿no le parece soberbia esta escoba?

—Es muy buena —reconoció el señor Potter —Le han hecho muchas mejorías al modelo. Lo sé porque tengo una Saeta de Fuego y puedo apreciar las diferencias.

—¡Una Saeta de Fuego! —exclamó el dependiente de cabello castaño con admiración —Esas escobas ya no se encuentran. Un museo de Egipto tiene una en su colección porque es buenísima y quedan pocas en el mundo. Pero en fin, señor, dejemos eso para luego. ¿Le agrada la escoba¿Desea adquirirla?

—¿Te gusta, Hally? —preguntó el señor Potter a su vez.

—Claro, papá. Me encanta. La voy a usar muy bien y la voy a cuidar, lo prometo.

—Muy bien —el señor Potter le regresó la escoba al dependiente —Envuélvala, por favor. Nos la llevamos. Por cierto¿cuál es su nombre? No sé porqué, pero creo haberlo visto antes.

—Imposible, señor —el dependiente fue al mostrador, envolvió la escoba con rapidez con ayuda de su varita y se las entregó —Acabo de entrar a trabajar, terminé el colegio este año. Pero de todas formas le contestaré la pregunta, por si se le ofrece después. Me llamo Albert Creevey, para servirle.

Rose llegó entonces hasta el mostrador, cargando la Nimbus 2015 con una sonrisa radiante en el rostro. El dependiente robusto también la miró a ella con desprecio, pero el castaño de inmediato le quitó la escoba con cortesía y se puso a envolverla, dedicándole una sonrisa.

—¿Tu padre se llama Colin o Dennis? —quiso saber el señor Potter.

El dependiente, que finalizaba de envolver la escoba de Rose, lo miró con las cejas fruncidas.

—Colin —respondió —¿Cómo lo supo?

—Porque lo conozco —respondió el señor Potter, sonriendo. De pronto, recordaba a un niño pequeño y de cabello castaño que lo idolatraba en el colegio junto con su hermano menor. Sacó una bolsa marrón y sustrayendo algunas monedas, pidió —Dile a él y a su hermano Dennis que los manda saludar Harry Potter. Se pondrán muy contentos.

Entonces el dependiente se fijó en la frente del señor Potter y se quedó con la boca abierta, lo mismo que su compañero, quien comprendió de repente que había tratado mal a la hija de uno de los magos más famosos en toda Gran Bretaña.

—Se... se los diré —tartamudeó el dependiente castaño, con una sonrisa nerviosa —Con mucho gusto se lo diré.

El señor Potter sonrió y pidió la cuenta de la escoba. Tras él, la señora Luna empezaba a contar sus galeones para pagar también, pero el señor Potter la detuvo.

—Yo pago —le dijo —Quiero darle ese regalo a Rose. Si cuando Ron vuelva quiere pagármela, lo aceptaré, pero sólo de él¿de acuerdo, Luna?

La mujer asintió, recordando que después de todo, el señor Potter era el padrino de su hija. Así que el señor Potter pagó no una, sino dos escobas, para acto seguido abandonar el local.