Quince: Abil y Anom Nicté.
Los Potter no podían creer lo que oían. ¿Que Ron Weasley, su mejor amigo, se había marchado para perseguir al verdadero asesino de su hermano Percy¿Sin avisarles ni pedirles ayuda? Eso no podía ser posible.
—Según lo que me dijo Rob —continuó Abil —el señor Weasley estaba muy alterado cuando llegó a nuestra casa. Lo invitó a pasar para que se calmara y pudiera pensar claramente, pues como auror, sabía lo que podía pasarle en un arranque de ira. Su amigo aceptó y empezó a contarle que lo venía persiguiendo desde su país porque le había tendido una trampa. Y también a su hermano.
—¿Pero qué clase de trampa? —preguntó el señor Potter con desesperación.
Abil suspiró y siguió caminando. Observó los verdes prados y las alegres flores de Saint James con aquella mirada melancólica y pensó detenidamente en cómo contestar esa pregunta. Porque no era que no supiera la respuesta, sino que no sabía cómo la tomarían.
—Si no investigué mal, el señor Percy estuvo en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional antes de ser asistente del ministro¿no es así? Y luego de eso, se pasó al Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia.
Ese comentario los Potter no se lo esperaban.
—Sí, eso es cierto —respondió la señora Potter —¿Pero eso qué tiene que ver con...?
Se interrumpió al ver que Abil la veía con seriedad.
—Al ministro se acercaban muchos mortífagos encubiertos —dijo, sin más —Eso lo sabemos ustedes y yo. El señor Percy tuvo la mala suerte de estropearle los planes a un mortífago temerario que después de la caída del tal Voldemort, quiso matar al ministro.
—Nunca supe de eso —contradijo el señor Potter.
—Es lógico. Por lo que he sabido, el ministro de entonces le daba mucha importancia al hecho de guardar las apariencias¿o me equivoco? Seguramente no le convenía que se supiera que todavía había mortífagos merodeando por ahí.
—Pues está muy bien informada para haber estado alejada de nuestra comunidad —observó la señora Potter.
—No fue tan difícil saber estas cosas. Una vez que localicé unos cuantos sitios mágicos, de los más importantes, lo demás fue pan comido. Creo que debo empezar por allí¿sabe? El ataque al ministro. Creo que ese es el origen de todo. Luego que Rob me contara eso antes de morir, me puse a investigar a conciencia para no dar información incompleta y ayudar en todo lo posible a resolver el caso. Soy buena para encontrar pistas, no en vano trabajé en el Departamento de Inteligencia Mágica de mi país.
De nuevo se quedó callada, pero su semblante se veía triste. Seguramente evocar aquel relato también significaba para ella evocar los últimos instantes de vida de su esposo, al que se notaba que había amado mucho.
—El atentado contra el ministro fue poco después de la caída de Voldemort —continuó, cuando pasaban por el centro del parque —Algunos mortífagos estaban furiosos, ya se lo imaginarán... No se atrevían a atacar a Harry Potter porque eso hubiera sido suicidio, pero nada les impedía intentar tomar el control atentando contra el ministro. Así las cosas, este mortífago en particular tenía una fijación desagradable con el asunto de matar y sumándole a eso que era extranjero y que tenía un conocido en el Ministerio, le resultó fácil entrar al lugar miles de veces como visitante, para saber lo que necesitaba.
—¿Cómo sabe usted todos esos detalles? —inquirió la señora Potter con una expresión suspicaz que su esposo le conocía muy bien. Era la expresión que usaba cuando creía que había gato encerrado.
—Pasaré a eso en un momento —prometió Abil —El mortífago estuvo muy cerca de matar al ministro haciéndose pasar por funcionario de la Secretaría de Magia de mi país y su ministro, halagado porque México quisiera hacer tratos con Gran Bretaña, le dio acceso a su persona. El mortífago casi lo tenía cuando el señor Percy lo detuvo. Se arriesgó bastante, pero logró que el ministro no muriera. Pero no lograron capturar al culpable, por lo que el ministro decidió que el suceso no se diera a conocer. El señor Percy sabía que no dar a conocer lo acontecido era peligroso, había aprendido esa lección hacía tiempo, así que le confió todo a una sola persona: a su hermano Ron.
—¿Sabe porqué? —inquirió el señor Potter.
—El señor Percy consideró que siendo su hermano auror, podría ayudarle a encontrar al tipo y aprehenderlo por lo que había hecho. Con las pocas señas que tenía, el señor Ron no la tuvo fácil, pero había una seña del sujeto que era inconfundible y era lo único que necesitaba para investigarlo, aunque sólo lo hacía cuando su demás trabajo le daba la oportunidad. Casi había descubierto quién era cuando tanto él como el señor Percy fueron falsamente llamados a ir a las cercanías del Palacio de Buckingham.
—Nosotros siempre creímos que eso fue una advertencia para nosotros —musitó la señora Potter con algo de incredulidad.
—Lo era —aseguró Abil —El mortífago que les digo, tenía por conocido en este país al mismo que divulgó la noticia de que ustedes eran marido y mujer. Al menos eso sé.
—Vuelvo a lo mismo —dijo la señora Potter con obstinación —¿Cómo sabe usted todo eso¿Acaso se lo dijo su esposo, el señor Graham?
—Parte, pero aún no llego a eso —contestó Abil —El mortífago, al llegar al país luego de una prolongada estancia en su tierra natal, había sido llamado por otro mortífago para ayudarle a sus planes. Su intento de asesinato contra el ministro, fue un trabajo que le fue encomendado. Se había convertido en un asesino a sueldo —agregó, con un dejo de amargura en la voz.
—Pero estaba a punto de decirnos lo que sabe de lo ocurrido cerca del Palacio de Buckingham —intervino el señor Potter —¿Podría continuar, por favor?
—Claro, disculpe la divagación. En ese lugar fue llamado Ron Weasley supuestamente por un problema con un mortífago que según sus señas, era el mismo que su hermano Percy le había pedido buscar. En cambio, al señor Percy le dijeron que tenía que ir porque un mortífago estaba causando destrozos en ese importante punto de Londres y que los muggles podrían estar en riesgo. Por eso se encontraron y apenas habían tenido tiempo para intercambiar esa información cuando el mortífago mercenario apareció. Lo que pocos saben es que no iba solo. Iba con su conocido del Ministerio, el que le había ayudado a entrar al país y al mismo Ministerio sin levantar sospechas. Mientras el extranjero se encaminaba hacia el señor Ron, el otro se fue contra el señor Percy y rápidamente lo sometió. Amenazaron al señor Ron diciéndole que debía aceptar un duelo mágico con el mago extranjero. Si ganaba, le devolverían a su hermano sin daño alguno, pero si perdía, tenía que olvidarse de buscar al que había atentado contra la vida del ministro y del que dio a conocer la vida privada de los Potter. Como comprenderán, el señor Ron no tenía muchas opciones. Pudo haber intentado liberar a su hermano, pero por lo que había logrado saber del otro mago, del forastero, no podría escapar con vida. Así que lo único que le quedaba era acceder a tener el duelo. Pero los dos magos atacantes tenían un as bajo la manga. Un detalle sencillo que hizo que la trampa de verdad funcionara, tal como ellos querían.
—¿Qué cosa era? —quiso saber la señora Potter.
—Un intercambio de varitas —respondió Abil.
Se quedaron en silencio un segundo. Llegaron a un lugar especialmente concurrido del parque, donde había bancas para sentarse, y se detuvieron en una.
—El mago extranjero le dijo al señor Ron que tenían que intercambiar varitas para tener el duelo —explicó Abil, cuya voz sonaba ligeramente ronca de tanto hablar —El señor Ron se negó rotundamente, pues sabía perfectamente que sin su propia varita, no sería tan fácil ganar. Pero tuvo que aceptar al ver que el otro mago no dejaba de apuntarle a su hermano. Así que cambiaron de varitas, cumplieron con las formalidades y empezaron el duelo. Parecía que el señor Ron iba a ganarlo, pero entonces el mago extranjero le hizo un gesto a su compañero, ambos intercambiaron varitas en un parpadeo y el que tenía cautivo al señor Percy lo mató.
—Eso explica porqué la varita de Ron indicó como último hechizo la maldición asesina —dedujo el señor Potter —Pero no explica cómo es que no se halló rastro de más magos en el lugar. Y porqué nunca se verificaron los citatorios falsos.
—El hecho de que el señor Ron no estuviera mejor informado acerca del mago extranjero estropeó las cosas. Ese mago era un estudioso que creaba hechizos nuevos para los mortífagos con los conocimientos de su país y con algunos recientes inventos suyos, borró todo rastro suyo y de su colega y ambos desaparecieron. Al señor Ron no se le ocurrió otra cosa que seguirlos de la mejor manera posible. No podía ir contra el que estaba en el Ministerio, porque sabía que nadie le creería que era un mortífago, pero contra el otro sí. Además, había reconocido el idioma en el que había hablado: español. Así que fue a España primero, sin encontrar gran cosa. Fue entonces cuando decidió ir a México, pero lo único que encontró allá fue a mi esposo. La verdad es que no sé qué pensar de todo esto. Siento una enorme pena con los Weasley... Me siento de cierta forma responsable de todo esto...
—¿Podría explicarse mejor? —pidió amablemente el señor Potter.
Abil no respondió. Parecía sumida en sus pensamientos, como divagando algún detalle sobre el asunto. Negó finalmente con la cabeza y se puso de pie repentinamente.
—Lo haré en cuanto se me tome en cuenta para resolver este caso —dijo la mujer, con firmeza —Quisiera saber cómo puedo ayudar a que el señor Ron deje de estar acusado injustamente. Quiero dejar de esconderme y que mi hijo sepa que todo lo que hemos pasado en este país no ha sido en vano. Y quiero limpiar el nombre de mi familia.
Esto último no lo entendieron los Potter, pero no preguntaron. Por alguna razón, presentían que no obtendrían respuesta.
—Puedo intentarlo —dijo el señor Potter —El caso nunca fue oficialmente cerrado. Pero primero tendría que demostrar su identidad en toda regla. ¿Puede hacerlo?
Abil asintió.
—Y también tendría que arriesgarse a que el tipo que ayudó al extranjero siga en el Ministerio y la vea —agregó la señora Potter.
—No me importa —juró Abil —Ese tipo nunca supo que Rob me dijo todo antes de morir. Es uno de los últimos deseos de mi marido y tengo que cumplirlo.
—Una última cosa —dijo el señor Potter —De pura casualidad¿alguien más sabe todo lo que nos acaba de decir¿Alguien que pudiera apoyar su historia en un juicio?
Abil lo pensó por un momento y al cabo de unos segundos, asintió.
—La sanadora de San Mungo que atendía a Rob. Él la llamó como testigo para que cuando yo diera la situación a conocer, alguien pudiera respaldarme. Pero no sé si siga allí. Cuando cuidaba a mi esposo, esa sanadora estaba en prácticas.
—¿Cómo se llamaba ella?
—Finch-Fletchley. Susan Finch-Fletchley.
Las calles de Londres siempre están bien iluminadas cuando es de noche, pero aún así hay rincones que permanecen oscuros. Wimbledon, a pesar de ser uno de los lugares con más tradición en Inglaterra, tenía muchos ejemplos de esta situación. Hasta cierto punto, era un lugar sencillo que destacaba por la perfección que los muggles querían darle a sus hogares y a sus prados a cada momento. En un callejón que apenas tenía alumbrados sus extremos, permanecía oculto un hombre moreno, de cabello castaño muy corto y ojos oscuros que miraba a su alrededor con avidez. Parecía esperar algo. Tenía una varita en una mano y en la otra, una botella pequeña llena de un líquido de aspecto asqueroso que acababa de recibir de manos de cierta persona hacía cerca de una hora. No tardó mucho tiempo en ver que por extremo del callejón pasaba una mujer a la que al parecer, había estado esperando: alta, de cabello largo, semblante piadoso y honesto. Cargaba con un par de bolsas de plástico repletas de comida mientras tras ella, caminaba una niña delgada y de cabello oscuro de unos diez u once años. También la niña traía una bolsa y la arrastraba con torpeza, siguiendo a la mujer a toda prisa, con una sonrisa en el rostro. Cualquiera que las viera hubiera dicho que eran muggles comunes y corrientes, pero aquel hombre oculto sabía que su vestimenta era pura farsa. Había estudiado muy bien a aquella mujer, su casa y sus costumbres, como para estar equivocado respecto a quién era.
—¡Al fin...! —susurró el hombre, saliendo poco a poco de su escondite. Puso la varita frente a sí y guardó la botella en uno de sus bolsillos, pues no quería perder su contenido. Era algo muy importante como para arriesgarlo. Se acercó lentamente a aquellas personas y alzó la varita con un rápido movimiento.
El movimiento fue advertido por la niña, quien dio un grito. La mujer dio media vuelta y al ver lo que sucedía, dejó caer las bolsas que llevaba y sacó algo de uno de sus bolsillos: una varita. La alzó también y corriendo hacia la niña, gritó.
—¡Protego!
Lo hizo justo a tiempo, pues el hombre le había lanzado un hechizo que despedía una luz roja, el cual rebotó en una especie de barrera. La mujer llegó al lado de la niña, la tomó en brazos y dejando las bolsas completamente abandonadas, desapareció. La gente en las casas aledañas empezaron a asomarse por las ventanas, pues el grito y el choque del hechizo con la barrera habían causado un gran escándalo. El hombre no tuvo más remedio que volver a su escondite y refunfuñar a solas.
—¡Me lleva...! –susurró en español, ahogando el resto de la oración. No valía la pena decir palabrotas en ese momento —Ahora sí que la hice buena —continuó, en el mismo idioma y con cara de enojo —¿Qué le voy a decir al pelos de elote? Va a querer matarme. Pero antes de que eso pase, tengo que saber dónde está esa pariente mía. Tengo qué encontrarla.
Y acto seguido, desapareció.
Susan Finch-Fletchley se apareció en el interior del Ministerio de Magia, en un lugar que no pudo reconocer al principio. Era de noche y la mayoría de los magos que normalmente estaban allí se habían ido. Miró a todas partes, sin dejar de aferrar a su hija, esperando ver una cara familiar. De pronto, de una puerta a su derecha, salió un hombre de cabello y ojos castaños. Lo identificó enseguida.
—¡Justin! —exclamó, corriendo hacia el hombre con la niña todavía en brazos.
El hombre, al oír su nombre de labios de su esposa, levantó la vista de un trozo de pergamino que leía y se alarmó al verla tan preocupada.
—¡Susan! —soltó, antes de extender los brazos para ayudarla con la niña —¿Qué pasó¿Qué no estabas de compras?
Susan le explicó a su marido todo lo sucedido. No omitió detalle alguno, incluso recordaba con toda claridad que el tipo, en la mano que sostenía la varita, la derecha, tenía una especie de tatuaje de un animal del que no recordaba entonces el nombre. El señor Finch-Fletchley asintió cuando su esposa acabó su relato y la tomó del brazo.
—Hay que ir a hablar con los aurores —le dijo —Debes decirles esto. Seguramente es uno de los pocos mortífagos que quedan.
La condujo suavemente al nivel inferior del Ministerio y al llegar, caminaron unos metros. El señor Finch-Fletchley miró en todas direcciones, pero no encontró a alguna persona que pudiera hacerle caso; los pocos empleados que había estaban ocupados. Ya iba a retirarse cuando vio que en un cubículo cercano, se aparecían tres personas. Reconoció a dos y las llamó.
—¡Harry¡Hermione!
Los Potter dieron media vuelta al escuchar sus nombres y también lo hizo quien los acompañaba, una mujer morena de cabello castaño muy corto y ojos grises. Al ver a esa mujer, la señora Finch-Fletchley dio un grito ahogado y se retiró de ellos. Tenía los ojos fijos en la mujer con aspecto asustado hasta que la observó mejor.
—Es una mujer... —susurró la señora Finch-Fletchley, soltando un suspiro de alivio —Por un momento creí que era él.
—¿Qué pasa? —quiso saber el señor Potter, entornando los ojos. El lugar estaba algo oscuro en esa parte del cuartel —¿Eres tú, Justin?
—Sí, soy yo —respondió el señor Finch-Fletchley —Vengo con Susan y Joan.
—¿Joan? —se extrañó la señora Potter.
—Mi hija —respondió el señor Finch-Fletchley —A propósito¿quién es su amiga?
—Se parece mucho a aquel tipo —murmuró la señora Finch-Fletchley, teniendo bien sujeta a su hija, quien veía todo aquello con cierto temor —Pero sus ojos son distintos.
—¿Segura? —quiso saber el señor Finch-Fletchley.
Su esposa asintió.
—Yo aún no entiendo qué pasa aquí —argumentó el señor Potter.
La mujer de cabello castaño y ojos grises miró a la señora Finch-Fletchley con atención. Parecía que sus palabras le decían algo.
—Señora —le habló, tendiéndole la mano amistosamente —Si la asusté, discúlpeme. Veo que no se acuerda de mí. Me llamo Abil Nicté Graham, mucho gusto.
—Nunca dijo que Nicté era su apellido —le dijo la señora Potter —¿Es una palabra maya, verdad¿Qué significa?
Abil no respondió. Seguía con la mirada fija en la señora Finch-Fletchley.
—¿Dice que me parezco a alguien? —le preguntó —¿A quién?
—A un bribón que la atacó cerca de nuestra casa —contestó el señor Finch-Fletchley —Susan acaba de aparecerse para decírmelo. Harry¿podrías ayudarnos? Hay que encontrar al tipo.
El señor Potter estaba empezando a moverse cuando Abil lo detuvo.
—No lo va a encontrar —afirmó —Si es quien yo creo, ya debe haberse ido. Señora —se dirigió de nuevo a la señora Finch-Fletchley —De casualidad¿recuerda alguna seña del hombre que la atacó, aparte de que se parecía mucho a mí?
—Tenía un tatuaje en la mano derecha —contestó la señora Finch-Fletchley —Era de un animal. Pero no recuerdo de cuál.
—Un jaguar —dijo la vocecita de Joan, sorprendiendo a sus padres.
—¿Lo viste? —le preguntó el señor Finch-Fletchley a su hija.
—Sí, papá —la niña asintió —Me acuerdo bien porque está en el libro muggle de animales que me regalaste en mi cumpleaños.
Abil suspiró con cansancio y cierta resignación. Levantó su mano derecha, que los Potter no habían notado que tenía cubierta por un guante blanco, y lo miró en silencio y con seriedad.
—Anom... —susurró con tristeza —¿Porqué escogiste ese camino?
—¡Ya la recuerdo! —exclamó la señora Finch-Fletchley —Usted era la esposa de ese auror tan conocido, Robert Graham... ¡Vaya! No sabía que se había quedado en el país. Pero no lo entiendo¿porqué se parece tanto a ese tipo?
Abil volvió a suspirar.
—Supongo que este momento es tan bueno como cualquier otro —musitó —Me parezco a ese hombre porque es de mi familia —confesó, alzando la voz —Su nombre es Anom Nicté... y es mi hermano mayor.
