Dieciséis: El viaje en tren.
El primero de septiembre amaneció despejado en la mayoría de Gran Bretaña. En La Madriguera, todos se habían levantado muy temprano para llegar a tiempo en la estación de King's Cross. En aquellos momentos las chicas desayunaban, mientras tía Angelina subía la escalera por tercera vez consecutiva para apresurar a los chicos.
—¡Dean, Ángel, John! —exclamó a todo pulmón —¡Dense prisa o no alcanzarán a desayunar!
Los tres se habían quedado charlando hasta tarde sobre la venganza que Dean quería aplicarle a Patrick Malfoy y por eso, ahora les costaba trabajo despertar del todo. Atándose rápidamente las cintas de los tenis, bajaron corriendo y se sentaron tan movidamente a la mesa, que tiraron un pan tostado untado con mermelada de fresa que estaba en el plato de Frida, directamente a los pies de su prima Rose, que estaba sentada a su lado.
—¡Fíjense en lo que hacen, tarados! —exclamó Frida con enfado, recogiendo el pan y llevándolo al bote de basura —A ver si para la próxima se duermen más temprano.
Como Frida había estado de un humor muy extraño últimamente, nadie le dijo nada. Además, los ánimos estaban exaltados porque tío Fred tenía dificultades para conseguir transporte y tía Angelina ordenaba pergaminos en un maletín, pues después de dejarlos a todos en King's Cross debía marcharse a su trabajo.
—Muy bien, entonces así quedamos —dijo tío Fred por el teléfono muggle que los hijos Weasley habían instalado en La Madriguera para las emergencias, y colgó —Ya está. Cuando los taxis pregunten a dónde ir, Ginny les dirá el camino. Es una suerte que viva en el pueblo.
Una media hora después ya todos estaba en el patio, con los equipajes listos y en espera de que los taxis muggles hicieran su aparición. La lechuza de Rose (a la que la niña le había puesto Cloudy) giraba la cabeza de un lado a otro, queriendo ver todo el movimiento, mientras que la de Hally estaba medio dormida, con la cabeza bajo el ala. Dean también tenía un ave, un cárabo común de manchas grisáceas que respondía al nombre de Némesis y siempre parecía mirar a su alrededor de forma acusadora. Frida y Ángel, a pesar de llevarse bien y parecerse mucho, en animales diferían como el agua y el aceite: ella tenía una gata de angora blanca y él, una lechuza negra. En cuanto a Gina y John, ellos tenían gustos más similares en cuanto a las mascotas: ambos poseían gatos, pero el de Gina era un abisinio de pelaje oscuro y castaño mientras que el de John, era una pequeña siamesa de pelaje beige y orejas marrones. Todos los animales ya estaban en sus jaulas, lo que tía Angelina agradecía, pero Ángel no estaba muy contento con tener que estar cerca de tantos felinos. En realidad no era que le desagradaran, sino que era un poco alérgico a ellos. Pero trataba de controlarse lo más posible porque sabía que tanto su hermana como sus primos adoraban a sus mascotas y no quería que se preocuparan. Tenía qué admitir que Whitedoll, la gata de su hermana, le caía muy bien, pero no podía estar cerca de ella mucho tiempo. Lo mismo sucedía con Greeny, el gato de Gina, y Galatea, la mascota de John. Quien viera al gato de Gina podía entender porqué le había puesto semejante nombre a pesar de tener el pelaje tan oscuro que a veces se veía negro, y era porque tenía los ojos de un brillante color verde. En cuanto a Galatea, era por su pelaje casi blanco, como leche. Ángel miró por última vez a los gatos con una expresión incierta antes de que su madre anunciara que los taxis habían llegado. Negó con la cabeza pensando que ser alérgico a animales tan simpáticos era una verdadera injusticia y al abordar los vehículos muggles, buscó astuta y discretamente estar lo más lejos posible de todos aquellos gatos.
La estación de King's Cross estaba muy congestionada, con gente yendo y viniendo por todos lados. Hally nunca había estado allí como usuaria, pero una vez el orfanato había organizado una excursión para conocer la estación. Se acordaba que en su carta estaba incluido un boleto que indicaba que el andén de abordaje era el número 9¾, pero si no mal recordaba, no existía. Debía ser otro lugar mágico como el callejón Diagon. Consiguieron carritos para cargar los baúles y los deslizaron a lo largo de la estación
—Casi llegamos —anunció tío Fred —Ahora escuchen —dijo, cuando estuvieron junto a la barrera que separaban los andenes 9 y 10 —Iremos de dos en dos, si es posible. Frida y Ángel...
—¡Ah, no! —dijo Ángel en el acto, mirando de reojo la jaula donde estaba Whitedoll —Si me haces pasar con mi hermana, seguro que me dice algo como: ¡Fíjate por dónde vas, tarado!
Lo había dicho con una sonrisa en los labios, pero su tono de voz daba a entender que no bromeaba del todo. Tía Angelina soltó un suspiro.
—De acuerdo, de acuerdo —aceptó —Frida y Gina, pasen primero.
Ambas chicas obedecieron, lo que Hally aprovechó para observar con atención. Vio que las dos se acercaban a la barrera que separaba los dos andenes de la manera más casual posible hasta que la atravesaron y se perdieron de vista.
—Ángel, John —llamó tío Fred —Siguen ustedes.
Los chicos hicieron lo mismo que sus hermanas y pasaron al otro lado de la barrera. Luego le tocó el turno a Dean, quien pasó solo. Luego fue el turno de Rose y tía Angelina. Al final, no quedaban más que Hally y tío Fred.
—No te preocupes —le dijo el pelirrojo —No es nada del otro mundo.
Esas palabras tranquilizaron a Hally y guiada por el tío de Rose, cruzó la barrera sin temor. Al estar del otro lado, se encontró en un agradable andén donde se veía una locomotora de vapor roja, que lanzaba densas nubes por su chimenea. Había padres y alumnos por todas partes, despidiéndose y deseándose suerte. Frida y Gina se reunieron con unas compañeras de séptimo curso, mientras que Ángel y John fueron corriendo a encontrarse con un chico de cabello castaño rojizo y una mirada azul y traviesa. Dean, por su parte, empezó a llevar su equipaje a los primeros compartimentos del tren, ya que tenía que viajar allí por ser un nuevo prefecto. Rose y Hally, en cambio, fueron ayudadas por los padres de Frida y Ángel a buscar lugar.
—¡Hally, Rose! —las llamó una voz desde una ventanilla abierta: era Amy —¡Aquí hay lugar!
Las dos niñas fueron allí de inmediato, subieron el equipaje y las jaulas con sus mascotas a las rejillas portaequipajes y salieron a despedirse de tío Fred y tía Angelina.
—Gracias por todo, señora Weasley —dijo Hally.
—Sí, gracias por todo, tía Angelina.
—No hay porqué, niñas —respondió tía Angelina, sonriendo.
—Diviértanse mucho en el colegio —pidió tío Fred, con una sonrisa pícara idéntica a la que a veces hacían Frida y Ángel —Y escríbenos con frecuencia, Rose.
—Sí, tío Fred.
Las dos subieron al tren justo cuando sonó un silbato que indicaba que ya era hora de partir. Se acomodaron en los asientos frente a Amy y Ryo. Un traqueteo indicó que el tren empezaba a moverse y los niños pasaron los primeros diez minutos charlando sobre lo que esperaban de sus clases cuando la puerta del compartimiento se abrió de golpe y una larga melena castaña y ondulada atada en una cola de caballo llamó su atención.
—Espero que no les importe, pero no soporto a mis compañeras de compartimiento —Sunny Wilson se dejó caer a un lado de Hally —¡Son unas idiotas! Lo único que les faltó fue decirme descerebrada, y todo por ser una muggle huérfana. ¿Cómo pueden aceptar semejantes personas en Hogwarts?
—Así suelen ser algunas personas —reconoció Ryo, con una mueca.
—¿Has visto a Danielle? —preguntó Amy.
—Sí, dijo que vendría en un minuto —Sunny se encogió de hombros —Quería deshacerse de esas tipas de una forma más tranquila. Además, no la dejaban en paz por hablar de su Saeta de Fuego 2.0¿qué rayos es una Saeta de Fuego 2.0?
Hally le explicó con lujo de detalle lo que era una escoba voladora y de paso, también le contó sobre el quidditch. Cuando terminó, Sunny hizo una mueca de fastidio.
—Vivir con un mago no es tan bueno como yo creía —confesó —Snape no es muy hablador que digamos. Nunca me dijo que existía el quidditch¿no les parece injusto? Todos van a tener una escoba menos yo.
—No será tan malo —dijo Rose —El colegio tiene escobas. Podrás aprender a volar de todas formas y ya después, tal vez consigas una propia.
—¿Me perdí de algo? —Danielle entró en ese momento al compartimiento, y se sentó junto a Amy —Por fin pude dejar a esas bobas sin que se pusieran a hacer un escándalo. Para mí que quedan en Slytherin¡son tan frívolas...!
—Hablábamos de las escobas —respondió Ryo —Sunny dice que ella no tiene una.
—Eso es una lástima —reconoció Danielle —Pero no es tan grave. Aprenderás a volar de todas maneras, hay clases de vuelo.
—Sí, es lo que le decía —Rose se estiró un poco —Por eso no hay problema. Aparte, nosotros podemos prestarte nuestras escobas cuando quieras.
—Gracias —respondió Sunny, algo apenada.
El viaje continuó por varias horas así, teniendo a mediodía la visita de una bruja delgada y rubia que empujaba un carrito de comida y golosinas. Todos compraron algo a excepción de Sunny, quien no llevaba dinero consigo. Snape se había hecho un poco más tratable desde que la había llevado al Museo Británico, pero de eso a que fuera generoso y le diera dinero ya era otra cosa. Entonces, Danielle se le acercó y le ofreció un pastel en forma de caldero.
—Si lo quieres... —le dijo, con una tímida sonrisa.
Sunny sonrió y tomó el pastel.
—Oigan¿alguien quiere una tarjeta de una rana de chocolate? —quiso saber Rose.
Pasaron un rato agradable comiendo toda clase de dulces (todos compartieron los suyos con Sunny) cuando se oyó un leve golpeteo en la puerta antes que se abriera y un niño alto y delgado de enredado cabello castaño asomó la cabeza. Tenía unos enormes ojos verdes de mirada seria y melancólica. A Hally se le hizo familiar.
—Disculpen —comenzó el niño. Tenía una voz demasiado seria y triste para su edad —Lo que pasa es que... Quisiera cambiar de compartimiento. Mis compañeros no son muy agradables.
—Pasa —le dijo Ryo, haciéndole un hueco entre él y Amy —Por cierto¿no te conozco?
—Creo que sí —respondió el niño, tomando asiento —Soy Henry Graham.
Hally recordó entonces. Lo había visto en la tienda de varitas mágicas y su varita era hermana de la de Ryo. Escuchó lo más atentamente que pudo.
—Sí, pero no es inglesa —respondió Henry, cuando Ryo le preguntó si tenía escoba propia —Mi mamá quería comprarme otra, pero le dije que saldría caro y que mejor esperáramos para el año entrante. Con la escoba que tengo podré hacer las pruebas para el quidditch.
—¿Y en qué casa crees que puedes estar? —preguntó Amy, doblando el pañuelo que estaba cosiendo y guardándolo en un bolsillo.
—Pues la verdad, no sé —admitió Henry —Mi papá era inglés y estuvo en Gryffindor, pero mi mamá es mexicana y no estudió aquí, sino en Calmécac, así que puede ser cualquiera.
—¿Calmécac es una escuela de magia? —quiso saber Danielle.
Henry asintió.
—Mis hermanos están en distintas casas —dijo Amy —Ernest está en Ravenclaw y Harold, en Hufflepuff, como mis padres cuando fueron al colegio. Yo también puedo ir a más de una.
—Pues mi madre y Sun Mei estuvieron en Ravenclaw —soltó Ryo —Papá estudió en Zen, una escuela en China, así que lo más probable es que yo esté en Ravenclaw.
—Pues mis padres estuvieron en Gryffindor —recordó Hally —Creo que estaré allí.
—¿Y tú, Rose? —preguntó Amy.
—Pues papá estuvo en Gryffindor —dijo, frunciendo el entrecejo —pero mamá en Ravenclaw. Puedo estar en cualquiera de las dos. Lo único que quiero es no estar en Slytherin. Sin ofender, Danielle, pero esa casa tiene muy mala fama.
—No hay problema —aseguró Danielle —Entiendo perfectamente.
En ese momento, la puerta del compartimiento se abrió sin previo aviso y un par de niñas, una castaña y una morena, miraron adentro con desdén. La de cabello castaño tenía ojos oscuros y pequeños, mientras que su acompañante tenía los ojos de un azul muy frío. La de ojos azules miró a Danielle y a Sunny.
—¡Válgame! —exclamó con sorna —¿Y por esta chusma nos cambiaron?
Danielle y Sunny hicieron gestos despectivos.
—¿Acaso te importa, Brandon? —le espetó Sunny, frunciendo el entrecejo —¿Porqué mejor no nos dejas en paz? Ya te soportamos bastante por un día.
—Vaya, vaya, la huérfana tiene agallas —dijo entonces la niña de cabello castaño, con una vocecita aguda y desagradable —No te creí capaz de tanto.
—Ya oyeron a Sunny, Scott, lárguense —pidió Danielle, lo más calmada posible —O si no...
—¿O si no, qué? —quiso saber la niña a la que Sunny llamó por el apellido Brandon —No puedes acusarnos con tu hermanito, Malfoy, porque entonces nosotras le diríamos que estabas juntándote con ellos —paseó la mirada por Ryo, Amy, Hally, Henry y Rose, deteniéndose en ésta última —¡Válgame¿No eres tú la hija de ese asesino, Weasley?
Al oír eso, Rose no fue la única que se enfureció. Pero fue Henry Graham quien tomó cartas en el asunto, sacando su varita y apuntándoles a las dos niñas.
—Por favor, señoritas —dijo, con una cortesía helada —Retírense. Si no, usaré la varita.
—¡Pero si eres de nuestra edad! —exclamó la niña a la que Danielle nombró con el apellido de Scott —No sabes usar hechizos aún.
—¿Quieren apostar? —retó Henry. De su varita salieron algunas chispas rojas.
Ni Brandon ni Scott quisieron quedarse a comprobar si Henry hablaba en serio. Salieron de inmediato, no sin antes dirigirle otra mirada despectiva a Rose. Cuando se fueron, Henry se acercó a la puerta, la cerró y volvió a su asiento.
—¡Hipogrifos! —soltó Ryo al cabo de unos minutos —Tú sí que sabes cómo imponerte.
—Mi mamá me enseñó que no hay que dejarse de nadie así —repuso Henry, como si lo que acababa de pasar no fuera la gran cosa —Me dijo que si no te defiendes, te comen vivo. Al menos aplica para los magos mexicanos, según ella. Quedan muy pocos.
—¿Conoces el país de tu madre? —inquirió Rose.
—No exactamente. He ido de visita a su pueblo, que está en un estado que se llama Yucatán, pero nada más. Aunque lo que sí sé es el idioma, y muy bien. Según sé, mi papá le pidió que me lo enseñara antes de morir.
Al oír eso, se hizo el silencio. Ninguno sabía que el padre de Henry estaba muerto. No tuvieron oportunidad de decirle algo, pues entonces la puerta del compartimiento se abrió otra vez y aparecieron en el umbral dos niños altos y de mirada agresiva. Uno era de cabello negro cortado casi a rape y de ojos castaños. El otro, muy robusto, tenía el cabello rubio oscuro de aspecto sucio y ojos negros. Tras ellos, se encontraban las niñas que habían ido segundos antes. Todos los que ocupaban el compartimiento se pusieron en guardia.
—¿Quién fue? —preguntó el que estaba casi rapado —¿Quién fue el que amenazó a mi prima y a su amiga con una varita?
Henry se puso de pie valientemente.
—Yo —respondió —Estas señoritas no querían salir del compartimiento cuando se los pedimos por las buenas, así que tuvo que ser por las malas.
La tranquilidad con la que había dicho todo eso asombró a los dos niños.
—No fue para tanto, Calloway —intervino Danielle, con una falsa sonrisa de tranquilidad en el rostro y dirigiéndose al niño casi rapado —Lo único que Henry hizo fue decirles que se fueran. Si tu primita se asustó por ver una varita de cerca, aparte de la propia, no es culpa nuestra.
Henry y compañía no pudieron contener una carcajada. Sunny le siguió la corriente a Danielle y se apresuró a agregar con sorna.
—Y su amiguita no se quedó atrás¡les hubieras visto la cara! Parece que habían visto a un fantasma persiguiéndolas con un hacha en las manos.
Estalló otra sonora carcajada, la cual se apagó cuando el niño rubio dijo con voz atronadora.
—A ti nadie te pidió tu opinión, huérfana sangre sucia.
—¡Desgraciado! —soltó Rose, sacando su varita. Tenía el rostro colorado.
—¡No te atrevas a decirle así otra vez, Sullivan! —gritó Danielle, fulminando con la mirada al rubio —Ni que tú fueras la gran cosa. Sé de muy buena fuente que tu madre viene de los barrios bajos de Londres, y no precisamente de magos. Así que no te des aires de grandeza, porque no te quedan¿entendido?
Tanto el rubio como el casi rapado miraron atónitos a Danielle, y las dos acompañantes también. Acto seguido, voltearon a un lado del pasillo y seguramente vieron algo que los espantó, porque se fueron de inmediato, pero antes el casi rapado fijó sus castaños ojos en Danielle, contemplándola amenazadoramente.
—Ya nos veremos las caras —aseguró y siguió a sus compañeros.
Lo que habían visto era a Dean, que caminaba por el pasillo haciendo una ronda. O bueno, más bien vieron la reluciente insignia roja y dorada que tenía prendida en el pecho, con lo que supieron que era prefecto. Dean se asomó al compartimiento y al ver la cara de su prima todavía roja de coraje, preguntó qué había pasado. Amy, la más tranquila del grupo, se lo contó todo y cuando terminó, Dean frunció el entrecejo.
—Me gustaría bajarles puntos, pero no se puede porque son de primer curso y aún no tienen casa —explicó —Pero no se preocupen, en cuanto los asignen, me haré cargo. Por cierto, ya casi llegamos, así que vayan poniéndose las túnicas, por favor.
Y sin decir más, salió del compartimiento y siguió su ronda. El grupo se miró con extrañeza.
—Chicas¿porqué no se cambian ustedes primero? —propuso Henry, dirigiéndose a la puerta del compartimiento —Ryo¿me acompañarías a donde está mi equipaje? Tengo que ver si Balam está bien, con eso de que se quedó con los simpáticos que acaban de salir...
—¿Quién es Balam? —preguntó Ryo, saliendo del compartimiento con Henry.
—Mi halcón —respondió Henry, al llegar a la puerta de un compartimiento en la orilla del vagón —Mi mamá me lo compró la última vez que fuimos de vacaciones a su país. Le puse ese nombre porque cuando se enoja, es tan fiero como un jaguar. Balam quiere decir jaguar o brujo en maya, una de las lenguas que habla mi mamá.
Abrió la puerta del compartimiento y se encontró a los odiosos que los habían ido a molestar, Calloway y Sullivan, sentados con un juego de ajedrez mágico entre ellos y una partida a medias. No les hicieron el menor caso y Ryo y Henry a ellos tampoco. Henry se trepó al asiento libre y bajó una jaula, en la que había un ave de buen tamaño, parecida en cierta forma a un águila, de plumaje negro azulado y una especie de mancha blanquecina en la garganta, bajo el pico. Sus ojos eran negros y en aquel momento, veía a su amo con respeto y luego volteó a ver a Ryo moviendo la cabeza hacia un lado, como preguntándose quién era él.
—Es un amigo, Balam —dijo Henry, captando la mirada de su mascota —Se llama Ryo Mao.
Balam soltó una especie de chillido, un poco más fuerte que el de una lechuza, y miró a Ryo casi con el mismo respeto con el que veía a Henry. Ryo sonrió.
—¡Gárgolas! —exclamó Ryo —Esta sí que es un ave grande.
—Ahora que sabe quién eres y te vio, no te hará daño —Henry volvió a colocar la jaula de su ave en la rejilla de donde la había tomado —Si se le acerca cualquier extraño, podría arrancarle un dedo, por lo menos. Es bastante fuerte.
–¿Cómo es que te dejaron traerlo? –quiso saber Ryo, mirando de reojo a Balam, que en aquel momento tenía la cabeza en dirección a Calloway y Sullivan y los veía fijamente.
—Mi mamá escribió al colegio diciéndoles que era mi única mascota. Como algunas de sus costumbres se parecen a las de los búhos y las lechuzas, le dijeron que no habría problema si lo traía. Además, últimamente están dejando traer otros animales aparte de los acostumbrados.
Ryo asintió, pues recordó que antes de tener a su lechuza Ming, su hermana mayor había llevado de mascota a una lagartija que llevaba por nombre Pekín.
—¿Te parece si vamos a ver si las chicas terminaron? —preguntó Henry, trepándose de nuevo en su asiento para abrir su baúl —Así nos podremos cambiar.
—Me parece bien —respondió Ryo, pensando en que ésa era una buena oportunidad para hablarle del asunto de sus varitas, pero se contuvo al ver que Sullivan y Calloway, a pesar de seguir jugando, no se perdían nada de lo que decían. Henry, entonces, bajó del asiento con una túnica en la mano.
—Vámonos —le indicó a Ryo y ambos salieron del compartimiento, pero antes de llegar al que ocupaban anteriormente alguien chocó con el niño castaño —¡Perdón! —soltó por reflejo, y luego vio la cara de quien había chocado con él —¡Sunny!
La niña llevaba una túnica en las manos y tenía el entrecejo fruncido. Tras ella, en el interior del compartimiento, se veían a Brandon y a Scott mirándola, tapándose las bocas con las manos, conteniendo la risa.
—¿Qué pasó? —quiso saber Ryo.
—Nada importante, sólo que se rieron del aspecto de mi túnica —la niña se las mostró, y ellos notaron que estaba un poco descolorida, al menos comparándola con la que Henry llevaba —Lo que pasa es que Snape me la compró usada y por eso se están riendo las muy tontas... Pero en realidad no me importa, porque he usado ropa usada casi toda mi vida.
Los tres regresaron al compartimiento de sus amigos y luego que Sunny y las demás terminaron de cambiarse, les cedieron el compartimiento a Ryo y a Henry. Al terminar ellos, las niñas volvieron a entrar y se la pasaron platicando otro poco antes que sintieran que el tren perdía velocidad. Cuando se detuvo del todo, una voz se extendió por el tren.
—A todos los alumnos, se les pide que vayan bajando. Dejen mascotas y equipaje en el tren, se los llevarán por separado al colegio.
Los niños obedecieron y bajaron del tren, reuniéndose con otros alumnos tanto de primer curso (a juzgar por sus caras nerviosas) como de grados superiores. Vieron a Dean ayudar a una niña delgada y de cabello oscuro y a otra muy pequeña de cabello castaño claro. John y Sun Mei estaba más allá, imponiendo orden a un bullicioso grupo de alumnos de sexto curso que por los colores de los escudos en sus túnicas, eran de Hufflepuff. De pronto, una voz potente y ronca empezó a gritar.
–¡Los de primer año por aquí, por favor¡Nos iremos de inmediato al castillo!
