Dieciocho: Las clases.

La profesora McGonagall, con una mirada, indicó a la nueva profesora que tomara asiento en el extremo izquierdo de la mesa de profesores, a un lado de donde minutos antes se había sentado el señor Hagrid, en un momento de la ceremonia de Selección y sin que nadie se diera cuenta. La nueva profesora obedeció en el acto, acercándose una copa dorada llena de jugo de calabaza y bebió con avidez.

Los alumnos no sabían cómo reaccionar adecuadamente. Simplemente se habían quedado callados, tratando de asimilar la noticia. Aprovechando el silencio, la profesora McGonagall se aclaró la garganta y dijo.

—Hay algo más que debo avisarles. Para mayor control y agilidad en las clases de primero y segundo, algunas las compartirán todos los alumnos de un mismo curso.

Eso causó mucha sorpresa, sobre todo a los de séptimo curso, a los que sólo les restaba ese año en el colegio. Y eso que no les afectaba directamente.

—Esas clases compartidas se les darán a conocer mañana en sus horarios y por lo nueva de esta condición, no serán muchas. Y ya que está dicho todo lo importante, pueden retirarse a descansar. Mañana será un largo día.

Los alumnos empezaron a ponerse de pie. Mientras los mayores se adelantaban, los prefectos nuevos organizaban a los de primer año para llevarlos a sus dormitorios.

—¡Los de primer año, síganme! —les decía Dean Longbottom a los nuevos alumnos de su casa —Los llevaré a la sala común.

—Los llevaremos —corrigió una chica de cabello oscuro y ojos azules tras Dean. Sonreía con alegría —Vamos todos, formen una fila y sígannos.

—Gracias, Janice —dijo Dean con cierta dulzura y ambos empezaron a salir del Gran Comedor, seguidos por los de primero —No sabía que de verdad te interesara tu cargo.

—¡No seas tonto! —Janice rió suavemente —Si no puse mucha atención a las instrucciones que nos dieron en el tren, es porque todavía no podía creérmelo. ¡Mis padres se pusieron muy contentos! Con eso de que soy la única bruja de la familia...

Janice le sonrió y Dean asintió, dándole a entender que estaba de acuerdo. Caminaron por largos pasillos, subieron escaleras y cruzaron tapices que ocultaban pasillos tras ellos una decena de veces hasta llegar al séptimo piso, ante el retrato de una dama gorda vestida de seda rosa. Eran una pintura, pero se movía.

—¿Contraseña? —preguntó la dama del cuadro.

Dragón morado —respondió Dean en el acto y el cuadro giró sobre unas bisagras que lo unían a la pared para cederles el paso.

—Ésta es la sala común de nuestra casa —empezó Janice, al tener a todos los de primero reunidos en una estancia con una chimenea de buen tamaño, cómodas butacas y en general, de aspecto acogedor —Sobra decir que no pueden darle la contraseña a nadie que no sea de Gryffindor. Ahora, por esas escaleras —señaló unas que estaban a su espalda —se sube a los dormitorios. Las chicas dormimos en la parte izquierda y los chicos, en la derecha. Suban a las habitaciones donde haya un letrero que indique que son las de primer curso y verán que ya están allí sus pertenencias. Y ahora, como supongo que deben tener sueño, les doy las buenas noches y los dejo libres, a menos que... —miró a Dean interrogante —¿Olvidé algo?

Dean negó con la cabeza, impresionado.

—Muy bien, pueden irse. Que pasen buena noche.

Los de primero se perdieron escaleras arriba. Henry llegó primero a su habitación, les dio las buenas noches a Hally y a Rose y entró al dormitorio junto con sus compañeros. Hally, Rose y sus compañeras siguieron un poco más arriba por la escalera de caracol hasta llegar a la habitación que decía Chicas. Primer curso. De inmediato entraron y encontraron camas con cortinas rojas y sus baúles y mascotas acomodados a los pies de cada cama. Rose de inmediato se echó en la suya, quejándose que fuera la más alejada de la puerta. Hally sonrió y fue a donde estaban sus cosas, que curiosamente era en la cama que estaba junto a la entrada y quedaba frente a la de su amiga, por lo circular de la habitación. Abrió una ventana, abrió la jaula de su lechuza y la dejó ir. Seguramente tenía hambre después de un viaje tan largo.

—Buena idea —dijo Rose, y también dejó salir a Cloudy. Enseguida volvió a su cama, revolvió en su baúl, sacó la pijama y comentó —Hally¿crees que las clases sean buenas?

—Sí, lo creo —Hally también se ponía la pijama —Pero no lo serán tanto si no nos levantamos a tiempo para ir. Tengo mucho sueño.

Ni ellas ni sus compañeras tenían muchas ganas de charlar, así que se acostaron y se durmieron casi de inmediato. Hally no dejaba de pensar, en algún rincón de su mente, en lo que le había oído decir a Henry cuando se presentó la nueva profesora de Encantamientos. ¿De verdad sería su madre?


A la mañana siguiente, los rumores siguieron a Hally todo el día, desde que salió de su dormitorio casi corriendo para alcanzar a desayunar. Sabía que pasaría porque sus padres se lo advirtieron, pero no acababa de hacerse a la idea. También susurraban cosas de Rose, pero ella apenas si podía quedarse callada. Su madre había tenido razón en decirle que no hiciera caso de nada, porque lo que oía no era agradable. Luego de diez minutos de andar dando vueltas sin sentido, las dos encontraron el camino correcto al Gran Comedor y con alivio comprobaron que tendrían tiempo suficiente para desayunar.

—Buenos días —saludó Henry con una sonrisa, cuando ambas se sentaron a la mesa de Gryffindor y empezaron a servirse —Se levantaron a tiempo, por lo que veo.

—¿Y tú? —quiso saber Rose, llevando un trozo de salchicha a su boca.

—Llegué hace cinco minutos —Henry se encogió de hombros —Casi acabo de empezar.

Señaló su plato, donde su ración de hojuelas de maíz con leche estaba casi intacta en el tazón. En ese momento pasó John Weasley, repartiendo los horarios por encargo del profesor Lupin. Hally y sus amigos vieron los suyos y los revisaron con atención.

—No creo que hoy esté tan mal —comentó Rose, sorbiendo su jugo de naranja —Historia de la Magia, Transformaciones, Encantamientos… ¡Maldición! —exclamó —Tenemos Pociones después del almuerzo con los de Slytherin. Será bueno ver a Danielle y a Sunny, pero dicen que Snape no es muy amable con los nuevos que no son de su casa. Veremos si es cierto.

—Al menos esa clase sólo es una vez por semana —le hizo notar Henry —La que quiero tener es Encantamientos. Oí que Flitwick era bueno, así que su reemplazo debe serlo.

—¿Qué quiere decir esto? —se extrañó Rose, al ver que el recuadro de su horario donde estaba la clase de Encantamientos cambiaba de color constantemente: primero era roja, luego azul, enseguida amarilla y por último verde, para luego empezar de nuevo la secuencia —Parecen esas lucecitas que ponen los muggles en sus árboles de Navidad.

—Clase compartida —dijo una voz a su derecha. Los tres voltearon y se encontraron con Dean, quien veía el horario que John acababa de darle —Los alumnos de primero de las cuatro casas estarán juntos en esa clase. Supongo que es para que todos conozcan de una vez a la profesora Nicté… ¡Vaya apellido¿Qué significará?

Flor —respondió Henry en el acto —Es una palabra maya. Mi mamá me lo dijo.

—¿Tu mamá sabe ese dialecto? —se extrañó Dean.

Henry asintió.

—Es mexicana —aclaró, mirando sus hojuelas —Y además, maya. Sabe mucho de ellos.

Un batir de alas hizo que Henry se callara. Las lechuzas y búhos estaban entrando al Gran Comedor por pequeñas ventanas del techo y traían cartas y paquetes. Era el correo matutino. Muchas estaban mirando atentamente el techo, pero unos cuantos siguieron concentrados en su desayuno, entre ellos Sunny, en la mesa de Slytherin. Sabía que nunca le llegaría nada, puesto que no tenía nadie que le escribiera. Notó con cierta envidia como el búho de Danielle se posaba en su hombro y le entregaba una carta y deseó que alguna vez le escribieran.

—Seguro papá querrá saber en qué casa quedé —aventuró Diane Creevey, cuando una lechuza marrón aterrizó frente a ella, llevándole una carta.

En la mesa de Hufflepuff, Joan Finch-Fletchley recibía una carta por conducto de una lechuza gris que no conocía. La leyó de inmediato, mientras Amy, a su lado, comía tranquilamente huevos revueltos. Y en la mesa de Ravenclaw, Ryo veía cómo su hermana recibía una carta por medio de Ming, y no tardó en suponer que sería de sus padres, preguntándole en qué casa había quedado él.

Luego de unos minutos, el comedor se fue vaciando, pues ya casi era hora de las clases. Los de primero de Gryffindor se pusieron de pie casi al mismo tiempo y luego de que Henry le pidió a Dean indicaciones, se fueron al aula de Historia de la Magia.

De haber sabido lo aburrido que sería aquello, Rose habría deseado no entrar. El profesor de esa materia, el señor Binns, era un fantasma y tenía una voz tan monótona que provocaba sueño hasta en el más atento de los alumnos. O al menos eso pensó Rose hasta que vio que tanto Procyon Blackson, en la segunda fila, como Henry y Hally escuchaban el dictado del profesor con mucho interés.

—¿Cómo lo soportaron? —les preguntó casi una hora después, al salir de la clase y marchar a la siguiente —Yo casi me duermo.

—Rose, es Historia —dijo Hally, como si fuera algo obvio —Todo lo que tienes qué hacer es imaginarte lo que cuenta. Así se hace más entretenido.

—Hally tiene razón —agregó Henry —Así me enseñó mi mamá la historia de su país, la mágica y la muggle. Es más fácil cuando la relacionas con imágenes. Deberías intentarlo.

Llegaron a Transformaciones, que era impartida por un profesor castaño y de ojos verdes de apellido Lovecraft. Era de aspecto muy severo y al inicio de la clase, les dejó bien claro que con él, trabajarían muy duro.

—Las transformaciones requieren mucha concentración —aseguró con seriedad —Así que quien pierda el tiempo aquí, no podrá aprender nada correctamente y además, lo sacaré del aula y no podrá volver en un buen tiempo. Ahora, copien lo siguiente.

Agitó su varita y un par de gises empezaron a moverse a toda velocidad por el pizarrón, escribiendo conceptos y dibujando esquemas. Los alumnos los copiaron enseguida y al terminar, el profesor Lovecraft les mostró lo primero que harían en el curso: convertir un cerillo en una aguja. Trabajaron mucho y al final, sólo Hally, Henry y Procyon Blackson habían conseguido que sus cerillos, si bien seguían con su forma original, se volvieran un poco plateados. El profesor Lovecraft le dio a Gryffindor cinco puntos por cada uno y luego los dejó ir. Hally y Henry sonreían con modestia mientras sus condiscípulos los felicitaban a ellos y a Blackson por conseguir quince puntos para su casa.

—¡Hola! —saludó Ryo en un pasillo, camino a la clase de Encantamientos junto con sus compañeros de casa, que venían tras él —¿Qué clase tuvieron?

Henry le contestó y Ryo, luego de oírlo, soltó un silbido.

—A mí me tocó a primera hora —informó —Acabamos de tener Herbología con los de Slytherin¿me creerán que pasó algo gracioso? Calloway y Sullivan casi hacen que Edward Garret y Marianne Brigde se cayeran en un montón de estiércol de dragón, pero por suerte Sunny también estaba allí. Los asustó primero. ¡Hubieran visto cómo quedaron!

La campana sonó en ese momento y Ryo y los de Ravenclaw los siguieron. Los de Gryffindor se apresuraron a llegar a Encantamientos, donde encontraron a los de las otras casas esperando que les abrieran la puerta. Allí pudieron comprobar Hally, Rose y Henry que lo que les había dicho Ryo era cierto, pues Calloway y Sullivan tenían el cabello mojado, señal de que habían tomado un baño recientemente. Amy se les acercó a sus amigos, seguida por Sunny y Danielle.

—Acabo de enterarme de lo de la clase de Herbología —dijo Amy, sonriendo —Me hubiera gustado estar allí para verlo¡debió ser muy gracioso!

—Lo fue —admitió Danielle —Sobre todo cuando se levantaron.

—¡Apenas si me aguanté la risa! —soltó Sunny —Aunque bien merecido se lo tenían. La profesora Brownfield me quitó cinco puntos por eso, pero pienso recuperarlos.

En eso, la puerta del salón se abrió y apareció la profesora Nicté, luciendo una túnica color lavanda claro. Le sonrió a todos amablemente y les indicó que entraran. Hally y compañía escogieron unas bancas en la segunda fila, para tener buena visión sin estar totalmente al frente. Cuando todos estuvieron sentados, la profesora se colocó tras su escritorio y paseó levemente la mirada por todas las caras, como si quisiera reconocerlas.

—Buenos días —saludó —Para quienes no lo recuerden, soy la profesora Nicté, la suplente de esta asignatura. Lo que veremos en este curso será… ¿Sí, que pasa?

Miraba hacia su derecha, donde estaban sentados la mayoría de los Hufflepuff's.

—¿Porqué dice que es una suplente? —preguntó Joan Finch-Fletchley.

—Sólo estaré este año —respondió la profesora —Bien¿alguna otra pregunta?

—Disculpe el atrevimiento —levantó la mano un niño de Ravenclaw, pelirrojo y de ojos castaños —pero¿es usted extranjera?

—¿Acaso se nota mucho? —la profesora rió suavemente —Pues sí, soy extranjera. Mexicana, para ser exacta. Bueno, cambiando de tema, voy a pasar lista. Cuando respondan, por favor alcen la mano para que los vaya conociendo.

Sacó una hoja de pergamino de un cajón de su escritorio y con pluma en mano, comenzó a nombrar a los alumnos, mirándolos con detenimiento en cuanto alzaban la mano. Pero al nombrar a Sullivan, no vio ninguna mano en alto.

—¿Sullivan, Arnold? —repitió, viendo en su entorno. Luego de un segundo, Sullivan levantó la mano —¡Ah, vaya! Creí que no estaba. ¿No dije su nombre lo bastante fuerte?

—Sí —respondió Sullivan burlonamente —Pero no suelo escuchar a indios.

Aquello hizo que todos se quedaran en un silencio absoluto. Henry se puso de pie.

—¿Porqué le dices eso a la profesora? —quiso saber. Se veía molesto.

—Haga el favor de sentarse, señor Graham —pidió la profesora. Henry la vio por un segundo y obedeció. La mujer dejó la lista y la pluma en el escritorio y sacó su varita —Señor Sullivan, no encuentro motivo para sus palabras, por dos razones. Primera, no se les llama indios a los nativos de mi país, sino indígenas¿sabía?

Todos los niños, menos Sullivan y sus amigos, rieron ante tal corrección.

—Y segunda —continuó la profesora Nicté, apuntándole a una banca vacío de la primera fila con su varita —Si vuelve a hacer otro comentario así, le haré esto. ¡Xólotl!

Ante los ojos de toda la clase, la banca empezó a arder, pero no se consumía.

—Es un hechizo de mi país, muy complicado —explicó la profesora, regresando la banca a la normalidad, sin señas de fuego alguno —En los humanos tiene el mismo efecto, acalorándolos horriblemente, así que no se preocupe tanto si desafía mi advertencia, señor Sullivan, porque no morirá. Ahora, continuaré con la lista.

Acabó de pasar lista, les explicó brevemente los hechizos más importantes que estudiarían y luego de dictarles unos apuntes y las tareas para la próxima clase, los dejó salir. Al estar fuera del aula, todos empezaron a cuchichear sobre lo que habían visto.

—¡Salamandras! —exclamó Ryo al estar con sus amigos, en dirección al Gran Comedor para almorzar —Esa sí que es profesora. Ojalá nos enseñe algunos hechizos de su país.

—Ojalá Sullivan desobedezca a la profesora Nicté muy pronto —deseó Sunny —Me gustaría verlo retorcerse entre las llamas.

—Y eso no es nada —les dijo Henry —Los hechizos mexicanos para transformaciones son igual de impresionantes, si no es que más.

—¡Es cierto! —soltó Amy —Tu madre es mexicana¿verdad¿Y sabe cosas así?

—Dímelo tú —repuso Henry —Acabas de verla.

Los niños, a excepción de Hally, se quedaron muy sorprendidos.

—¿De veras tu madre es la profesora Nicté? —inquirió Ryo.

Henry asintió.

—¿Porqué no lo dijiste antes? —quiso saber Danielle.

—Creí que la recordaban, de cuando nos vimos en la tienda de varitas mágicas. Aunque para serles franco, a mí también me sorprendió verla anoche. Me dijo que había conseguido un nuevo empleo, pero nunca me aclaró que había sido aquí.

—Pero tu apellido es Graham —notó Amy.

—Mi mamá siempre ha conservado su apellido, sólo que en este país lo usa junto con el de mi papá, para que se sepa que estuvo casada con un inglés.

—¿Es en serio? —dijo una voz a sus espaldas. Dieron media vuelta y se encontraron con Hellen Brandon y Cloe Scott, estando Arnold Sullivan y Tyrone Calloway a sus espaldas —¿Esa profesora inepta es tu madre, Graham?

La mayoría de los que estaban cerca de allí, en el vestíbulo, alcanzaron a escuchar, pues Brandon hablaba exageradamente alto. Henry mantuvo la mirada en alto.

—Sí —respondió sencillamente —Pero no es inepta¿algún problema?

—Sí¿algún problema, Brandon? —intervino Sunny, con expresión desafiante —¿Te asustó lo que la profesora Nicté puede hacerle a Sullivan?

—Tú no te metas, sangre sucia —espetó Scott —Nadie te llamó a la conversación.

Danielle y Rose estaban a punto de sacar las varitas con gesto de enfado cuando una voz grave y un tanto tétrica se dejó oír en todo el vestíbulo.

—Señorita Scott, cinco puntos menos para Slytherin.

Todos se quedaron callados. Snape iba saliendo del Gran Comedor, pero al parecer, lo había escuchado todo. Y lo increíble era que le hubiera quitado puntos a su misma casa.

—¡Pero profesor…! —replicó Scott, incrédula —Ella empezó —señaló a Sunny.

—No reclame ni mienta, señorita Scott, porque escuché todo —advirtió Snape.

Los Slytherin's presentes no podían creer lo que oían. Acto seguido, Snape se retiró del lugar, dejándolos muy intrigados, pero no más que el mismo profesor, quien se quedó pensando mucho en el asunto. ¿Porqué le había quitado puntos a una niña de su casa¿Sólo porque había insultando a Sunny Wilson¿Pues qué tenía esa niña que lo hacía actuar tan extraño?


Los de Gryffindor llegaron puntualmente a su clase de Pociones, impartida en una de las mazmorras, que no prometía ser muy buena pues la compartían con los de Slytherin. Los de la casa de la serpiente, por su parte, también tenían sus dudas acerca de si les iría bien, pues después de la escena que contemplaron antes del almuerzo ya no estaban tan seguros de la lealtad de Snape. Y entre una cosa y otra, Snape apareció en el aula, con un aire más hostil que nunca y ondeando su túnica negra al caminar.

—Bienvenidos a la clase de Pociones —dijo, con voz baja pero hosca. Los alumnos guardaron silencio en el acto —Muchos dudarán que esto sea magia, pues no necesitarán la varita para nada. Pero verán lo que una buena mezcla es capaz de hacerle a alguien. Claro, eso si son algo más que algunos tontos a los que me ha tocado enseñarles.

La clase seguía en silencio. Con un movimiento de mano, Snape sacó un pergamino y empezó a pasar lista, deteniéndose en el nombre de Hally.

—Otra Potter —musitó, con cierto desdén —Sí que el colegio no puede estar mucho tiempo sin celebridades¿verdad, señorita Potter?

Hally no comprendió del todo la frase, por lo que frunció el entrecejo. Recordó de pronto que Val le había dicho que ese profesor odiaba a su padre y se quedó callada.

Snape, al ver que Hally era diferente a su padre, siguió con el pase de lista. Cuando terminó, guardó el pergamino, sacó la varita y le apuntó al pizarrón, donde apareció enseguida una lista de ingredientes y unas instrucciones.

—Trabajen por parejas —ordenó —Empezaremos con una poción sencilla. Busquen sus ingredientes en el armario de estudiantes. Deber terminar en hora y media.

Los alumnos iban ordenadamente de un lado a otro, buscando ingredientes, pesándolos y vaciándolos en sus calderos. Diane Creevey estaba de pareja con Cecil Finnigan y tenían problemas para que el fuego estuviera a la intensidad correcta. Sunny y Danielle no parecían preocuparse; de hecho, Sunny se estaba divirtiendo. Hacer pociones era para ella como cocinar.

—Qué bueno que somos compañeras —le dijo Danielle al cabo de unos minutos —Así podrás ayudarme de vez en cuando.

Sunny sonrió y asintió, siguiendo con la preparación de la poción. Unos calderos más allá, Henry y su compañero de casa, Franco Visconti, hacían todo con esmero para que les quedara bien. Y en cuanto a Hally y Rose, apenas si podían seguir las instrucciones del pizarrón porque la cabeza de Calloway, que estaba sentado frente a ellas con Sullivan, no las dejaba ver bien.

—¿Segura que hay que poner esto ahora? —le preguntó Hally a Rose cuando ya casi tenían terminada la poción, sujetando un manojo de ramitas de espliego.

Rose estiró el cuello y por suerte, en ese momento se agachó Calloway, y así pudo ver el pizarrón por completo.

—No, espera, me equivoqué —Rose se colocó de nuevo bien en su asiento —No dice espliego, dice lavanda. Cinco onzas de polvo de lavanda.

—¡Ay, Rose! —suspiró Hally, poniendo un poco de espliego en el mortero y moliéndolo rápidamente —El espliego y la lavanda son la misma cosa.

—Disculpa, yo no lo sabía.

Rose tomó los polvos de lavanda que Hally le ofrecía para pesarlos. Cuando tuvo la cantidad necesaria, la echó al caldero y agitó la mezcla unas cuantas veces. Un agradable aroma salió de casi todos los calderos al cabo de la hora y media de plazo. La mezcla de Diane Creevey y Cecil Finnigan olía un poco a flores podridas y las de Brando y Scott y Sullivan y Calloway no se quedaban atrás: una olía a perro mojado y la otra, a pesar de que tenía el aroma correcto, parecía más lodo hirviente que otra cosa, siendo que la poción debía ser líquida y verdosa. Hally, Rose, Danielle y Sunny sonreían ante ese hecho, al igual que Henry, quien lo hacía distraídamente por estar muy concentrado.

—Bien, ahora pongan una muestra en una botella, bien tapada y etiquetada con las iniciales de los nombres de los integrantes de la pareja que la fabricó y déjenla en mi escritorio para calificarla.

Los alumnos obedecieron y un miembro de cada pareja fue a dejar la botella. Sunny y Danielle sonrieron con satisfacción al llenar su botella, pues estaban convencidas de haberlo hecho todo bien. Sunny fue a llevar la botella y se formó detrás de Rose.

—¿Cómo les fue a ti y a Hally? —preguntó.

—Bien —Rose llegó ante el escritorio de Snape y dejó la botella con cuidado en el mismo —Hally sabe mucho¿me creerías que yo no sabía que el espliego y la lavanda eran la misma cosa? Por poco se nos olvida ponerlo en la poción. ¿Pero para qué sirve?

—Para darle el olor —respondió Sunny, dejando su botella —Es un relajante.

—¿Y tú cómo sabes eso? —quiso saber Rose.

—Bueno, antes de vivir en el orfanato, estuve un tiempo con una tía, que tenía un huerto. Me enseñó todo sobre plantas que pueden comerse, plantas que sirven para curar y otras cosas más. Era de los pocos parientes buenos que tenía, pero estaba totalmente chiflada. Imagínate, una vez me mandó a regar sus plantas cuando estaba lloviendo a cántaros. Me dio pulmonía.

Salieron de la clase con cierta tranquilidad, luego de lavar los utensilios y recoger el material. El grupo se separó y se fueron a sus respectivas salas comunes a esperar que fuera la hora de la comida. Estaban realmente cansados.

—Sunny¿puedo preguntarte algo? —le dijo Danielle, cuando ambas estuvieron en su sala común, una de tonos verdosos y estilo recargado en la decoración.

—Sí, claro —Sunny se dejó caer en una butaca, estirando las piernas.

—¿Recuerdas a tus padres?

Sunny se encogió de hombros, pero lo pensó seriamente.

—No muy bien, sólo imágenes borrosas —respondió por fin —Tal vez sea porque no quiero recordarlos. ¿Porqué lo preguntas, eh?

—Curiosidad, creo —dijo Danielle con el semblante triste —Mis padres son muy raros, y mi hermano también. A veces siento que no encajo con ellos.

—No me sorprende —soltó Sunny con desdén, pero procurando que la otra no la oyera.

Después de un rato salieron de la sala común y fuero al Gran Comedor para comer. No tendrían más clases por ese día, pero vieron a los de Ravenclaw y a los de Hufflepuff inquietos porque tendrían Pociones. Se sentaron a la mesa pero antes que pudieran servirse, escucharon unos estruendos provenientes del vestíbulo, seguidos por unos gritos de enfado y el estallido de muchas voces en una carcajada colectiva. Casi todos los alumnos que estaban comiendo y los que apenas iban a empezar, incluidas ellas, se pusieron de pie y se apresuraron a ver qué pasaba. Lo que vieron hizo que ambas se empezaran a reír también.

En un rincón del vestíbulo, Patrick Malfoy y sus compañeros del equipo de quidditch, bien conocidos por hacerles maldades a casi todo el mundo, estaban cubiertos de pies a cabeza por una sustancia oscura y espesa, entre la que se distinguían motas de colores. Cualquiera la hubiera confundido a primera vista con lodo, pero los que estaban más cerca estaban corriendo la voz de que era chocolate y las motas coloridas, Grageas de Todos los Sabores y otros caramelos semejantes. Al parecer, los chicos se habían encontrado un paquete de golosinas que nadie reclamaba, por lo que se lo adueñaron en el acto y empezaron a abrir los dulces para disfrutarlos antes de comer. Pero por cada dulce que abrían, había un pequeño estallido y el dulce los cubría de pies a cabeza. Ahora, apenas podía saberse quién era quién, cosa que a los Slytherin's bañados en dulces no les hacía ni pizca de gracia.

—¡Quien quiera que haya sido, lo pagará! —gritó el capitán del equipo con rabia —En cuanto sepamos quién fue, le va a ir muy mal¡ya verá!

Junto con sus compañeros, se dirigió a los baños para quitarse todo aquello de encima, mientras los que los observaban se reían a carcajadas a su paso. El colegio en pleno estaba ahí, incluso algunos profesores, quienes no reían pero sonreían con discreción. No podían permitirse la risa con una broma semejante.

Entre todos ellos, había un grupito que se reía y celebraba la gracia más que nadie. Era un grupo formado por tres cabezas pelirrojas que no podían disimular su gusto al dirigirse a una mesa y ponerse a comer antes de sus clases de la tarde. Y que fueron recibidos como héroes en la sala común de Gryffindor después de cenar. Era más que evidente para los Gryffindor's que los autores de esa broma habían sido la mayoría de los Weasley.

—Se la debían a Dean —confesó Ángel con una sonrisa tímida, tras media hora de insistencia por parte de sus compañeros de casa —Lo que le hicieron el curso pasado antes de los exámenes no tiene nombre.

—Me alegra que Dean y yo no estuviéramos allí —dijo John, entrando en ese momento en la sala común. Había estado cenando —Hubiéramos tenido que castigarlos.

—Si por eso mismo lo hicimos a esa hora, hermanito —le dijo Gina, sonriendo con malicia —Tú y Dean estaban ocupados y así no podían culparlos de nada.

—Además, ni falta que hiciste, John —aseguró Frida —Dean fue un excelente aliado. Se sabía de memoria los horarios de los Slytherin's y los puso a nuestra disposición.

Dean, al oír el cumplido, se sonrojó un poco, sobre todo cuando Janice Edmond volteó a verlo en cuanto lo tuvo cerca y le sonrió. Cosa que Ángel y John no dejaron de notar con una sonrisa maliciosa y miradas de complicidad.