Diecinueve: El vuelo y la razón.

La primera semana transcurrió con cierta irregularidad. Para el miércoles, ya todos sabían que la profesora Nicté era la madre de Henry Graham y que Snape, por primera vez en la historia, le había quitado puntos a Slytherin. Pero lo que todo mundo quería, al menos los de primer curso, eran las clases de vuelo, que empezarían el viernes en la tarde. Los horarios de esos alumnos indicaban, con destellos multicolores, que sería una clase en la que las cuatro casas aprenderían juntas.

—Genial —renegó Rose, al ver ese detalle en su horario —Si llego a hacer el ridículo delante de las insolentes de Brandon y Scott, me tiraré al vacío en pleno vuelo.

Estaban en el Gran Comedor, a la hora de comer del viernes, luego de un día particularmente duro al tener clase de Encantamientos, Transformaciones y luego, Defensa Contra las Artes Oscuras con el profesor Lupin, quien era muy amable y claro en su cátedra. Rose, a pesar de saber volar, estaba nerviosa. Hally también, pero la alentaba el hecho de que su padre fue un buen jugador de quidditch (o al menos eso le dijo su madre). Por su parte, Henry permanecía tranquilo con el tema del vuelo, cosa que sus amigas no podían explicarse.

—¿A ti no te preocupa no volar bien? —quiso saber Rose, revolviendo sin mucho ánimo su plato de carne —Porque a mí, sí.

—No es la gran cosa —dijo Henry —Cuando voy de vacaciones a México con mi mamá, vamos en escoba porque no tenemos suficiente dinero muggle para los boletos de avión.

—¡Válgame! —se asombró Rose —¿Pero qué es un avión?

Henry empezó a explicárselo, cuando Ryo se acercó a toda prisa.

—Oigan¿oyeron las nuevas? —se sentó en medio de Hally y Rose —El profesor de vuelo será Viktor Krum, el famoso jugador búlgaro de quidditch¿pueden creerlo? Yo creí que estaría entrenando a la selección de Bulgaria para los Mundiales del año que entra.

—¿Cómo supiste eso? —preguntó Rose.

—Tus primas se lo andan diciendo a todo el mundo —Ryo señaló a Frida y a Gina, en el extremo de la mesa de Gryffindor cercano a la puerta —Dicen que sus madres se los contaron como secreto, pero que como ya estábamos en el colegio, pues que daba igual.

Rose observó a sus primas y sonrió, negando con la cabeza. Ella sabía que no había sido tanto por eso, sino porque no sabían guardar un secreto por mucho tiempo.

—¿Creen que volar sea fácil? —preguntó Diane Creevey al ir hacia los jardines —Nunca lo he hecho. Papá es mago, pero mamá es muggle y le daba miedo que me pasara algo.

—Tal vez —comentó Cecil Finnigan con una mueca —Mis padres nunca me compraron una escoba hasta ahora que vine al colegio y eso que los dos son magos.

—Mis padres tampoco quisieron comprarme una hasta ahora —intervino Amy —Y la verdad no los entiendo. A mis hermanos sí les compraron las suyas desde que tenían seis años y los dos resultaron muy torpes para volar.

—Debo admitir que Pat sí es bueno volando —dijo Danielle de pronto —Por eso está en el equipo de quidditch. Pero de eso a que sea el mejor, no. Una vez, practicando en casa, casi se cae de la escoba sólo porque se le atravesó un pajarillo.

Todos se rieron por la anécdota, pero Sunny estaba muy pensativa. Ella no estaba muy entusiasmada por el tema del vuelo y no porque no quisiera aprender, sino porque se sentía algo extraña cada vez que se daba cuenta de lo poco que sabía respecto al mundo mágico. Había resultado ser buena estudiante, pero no siempre podía responder tan bien como sus amigos, quienes habían resultado más inteligentes de lo que parecían. Trataba de no preocuparse demasiado, pero temía que si no era lo suficientemente buena, Hogwarts le diría un buen día que no podía ser bruja y la expulsaría. Dejó sus pensamientos de lado cuando salieron del castillo, pues era un día nublado y se sentía cierto frío. Los alumnos de primero caminaron por largo rato hasta llegar hasta un área despejada donde estaban alineadas varias escobas, junto a las cuales había un hombre alto y de aspecto fuerte, con espesas cejas negras. Los miró acercarse y con un ademán, los invitó a darse prisa.

—Buenas tardes —saludó, sin mostrar rastro de acento extranjero —Soy el profesor Krum y mi materia, como ya sabrán, es el vuelo —Calloway y Sullivan sonrieron despectivamente, mientras que Brandon y Scott se tapaban la boca con una mano, para ocultar una sonrisa —Por favor, cada uno póngase a la derecha de una escoba lo más rápido que pueda.

Los alumnos obedecieron, sin darle mucha importancia al hecho de que la mayoría de las escobas estaban viejas y con los mangos algo astillados.

—Muy bien —dijo el profesor Krum, cuando todos le habían obedecido —Ahora, pongan la mano derecha sobre la escoba y digan con voz potente y clara ¡Arriba!

Todos lo hicieron, pero fueron pocos los que a la primera, consiguieron que la escoba subiera a su mano. Hally y sus amigos, incluida Sunny, fueron de los pocos que lo consiguieron. Ni siquiera Brandon y su banda (que durante toda la semana habían alardeado que eran muy buenos para volar) pudieron hacerlo. La escoba de Diane Creevey se movió un poco en el suelo antes de acudir al llamado de la niña, Joan Finch-Fletchley hablaba con voz insegura, Mary Ann Alcott se desesperó y le gritó a su escoba algo como Hazme caso, montón de ramas secas y todos soltaron una carcajada cuando a Franco Visconti la escoba le dio un tremendo golpe en la frente al atender su llamado. Al cabo de diez minutos, todos tenían su escoba en la mano.

—Ahora, viene la parte difícil —dijo el profesor —Tienen que montarse en la escoba y luego que les revise la postura, los llevaré a un vuelo de prueba. No hay mejor forma de aprender esto que haciéndolo. Despegarán dando una patada al suelo y estando en el aire, harán dos filas, una de niñas y otra de niños. Les digo todo esto ahora porque allá arriba —apuntó con un dedo al cielo —no podrán escucharme con claridad.

Se puso a revisar la forma en la que todos montaban, corrigiendo a Brandon y a su banda de inmediato, lo que alegró mucho a Hally y a Rose. Al cabo de unos minutos, el profesor montó en su propia escoba y sonó el silbato. Los alumnos dieron la patada requerida y ascendieron. Para algunos fue más de lo que esperaban y soltaron un grito de susto, en cambio otros estaban de lo más contentos y pronto atendieron la orden del profesor Krum y comenzaron a formar la fila. Hally le hizo una seña a Rose y ésta la siguió, repitiéndole la seña a Amy. Amy captó y siguió a Rose, colocándose detrás de ella y al estar donde debía en la fila, volteó y le hizo una seña por encima de su hombro a Danielle. La rubia asintió y se colocó atrás de Amy y al llegar, le hizo una seña a Sunny. La niña, que al parecer no tenía muchos problemas con la escoba, captó la indicación y fue a ponerse atrás de Danielle, pero entonces Scott se le cerró y se metió en la fila, haciendo que Sunny hiciera una parada brusca, con lo que casi se cae de lado. Soltó un grito de sorpresa que el profesor Krum oyó, porque levantó un brazo para que se detuvieran ambas filas y al ser obedecido, dio media vuelta y observó detenidamente a los estudiantes. La fila de niños estaba casi formada por la intervención de Ryo, Henry y un niño de Slytherin de cabello castaño claro, pero la de niñas estaba a medias por el impulso precipitado de Scott.

—¿Qué pasó? —quiso saber, dirigiéndose al punto donde la fila de niñas se interrumpía.

—¡Scott se le cerró a Sunny, profesor! —dijo Danielle de inmediato.

—¿Es cierto eso, señorita Scott? —preguntó el profesor.

Como era lógico, Scott lo negó, pero entonces el niño de Slytherin de cabello castaño claro que había estado ayudando a Henry y Ryo, de grandes ojos grises, intervino.

—Eso no es cierto, profesor. Yo la vi cuando se metió a la fila cuando no le tocaba.

—¿Cuando no le tocaba? —se extrañó el profesor Krum.

El niño le explicó la forma en la que Hally había empezado a transmitirle una especie de mensaje a Rose para formarse ordenadamente y luego cómo las demás lo entendieron y lo fueron repitiendo. El profesor Krum escuchó atentamente, al tiempo que Scott miraba a aquel niño con desprecio. Cuando el niño terminó su relato, el profesor tenía el entrecejo fruncido y la cabeza inclinada, en actitud reflexiva.

—Continuemos con el ejercicio —dijo finalmente, volviendo a su posición —Señorita Scott, tendrá que dejarle su lugar —señaló a Sunny —y esperar su turno para acoplarse en la fila. En cuanto acabemos, sabrán lo que decidí sobre este asunto.

La mayor parte de las niñas sonrieron al ver que habían puesto a Scott en su lugar y siguieron usando la seña de Hally para hacer la fila, habiéndose puesto de nuevo en movimiento. Los niños acabaron casi al mismo tiempo que sus compañeras, y todo porque Sullivan confundió a todos al no hacerle caso a la señal de Henry de no volar muy deprisa y se puso detrás de Simon Combs con brusquedad. Al ver que los todos los alumnos volaban con cierta regularidad, les hizo un ademán con el brazo y empezó a descender. Los estudiantes lo siguieron, fijándose muy bien cómo aterrizaba para poder hacerlo ellos. Casi todos pudieron aterrizar sin problemas, menos el niño de Slytherin de cabello castaño claro y ojos grises, al que Sunny pudo ayudar por estar a punto de aterrizar a su lado.

—Gracias —le dijo el niño, con una tímida sonrisa.

Sunny se encogió de hombros.

—No es nada —respondió, estando ambos en el suelo —Ya estamos a mano.

Las últimas en descender fueron Brandon y Hally. Brandon empezó a acelerar, queriendo bajar antes que Hally, pero ésta descubrió sus intenciones y aceleró también. Hubo un grito ahogado entre todos los alumnos cuando ambas parecían a punto de estrellarse, pero Hally hizo un viraje en el último segundo y ascendió un poco para aterrizar sin problemas. Brandon no tuvo tanta suerte, pues casi se cae al no haber medido bien sus distancias y aterrizó dando traspiés. El profesor Krum las miraba con ojo crítico, sobre todo a Hally. No las había detenido, pero tenía que dejar claro que ese tipo de cosas no debían hacerse.

—No quiero verlas hacer eso otra vez, señoritas —les advirtió severamente —Al menos no en mi clase. Deberían guardar esas exhibiciones para los partidos de quidditch.

Hally asintió suavemente, mientras que Brandon no hizo más que hacer un gesto despectivo. Entonces, el profesor se dirigió a Scott.

—En cuanto a su asunto, señorita Scott, temo que tendré que quitarle diez puntos a su casa. Por su precipitación, no sólo interrumpió el buen curso del ejercicio, sino que una de sus compañeras pudo salir lastimada. Así que no sólo le quitaré los puntos, sino que como castigo adicional, deberá ayudarme a llevar las escobas de sus compañeros al depósito de forma muggle en cuanto termine la clase¿entendido?

A Scott no le quedó más remedio que asentir, pero miró al niño que la había delatado con furia. Brandon, Calloway y Sullivan también miraron a aquel niño ofensivamente. Danielle lo notó y le hizo un movimiento de cabeza a Sunny para que también se diera cuenta, el cual funcionó. En cuanto el profesor Krum los dejó ir, diciéndoles que estaba muy complacido por la clase en general, Scott se quedó a su lado mientras Brandon, Calloway y Sullivan iban en dirección al chismoso, pero no tuvieron suerte. Danielle y Sunny se les adelantaron y mientras Danielle les hacía señas a sus amigos para que se acercaran, Sunny hablaba con el niño.

—Oye, lamento ser distraída, pero aunque eres de mi casa, no sé cómo te llamas.

El niño se ruborizó ligeramente y respondió entrecortadamente.

—Me llamo... me llamo Walter Poe. Y tú eres Sunny Wilson¿verdad?

—Vaya, sí que estás bien informado —Sunny sonrió —Y tienes buen ojo. No me había dado cuenta que estabas viendo nuestras señas allá arriba.

—Eres bueno allá arriba —le dijo Ryo, lazando un pulgar en señal de aprobación —Nos ayudaste mucho a Henry y a mí.

—Sólo sé observar —dijo Walter Poe, encogiéndose de hombros —No es nada especial.

—Si sabes observar¿te importaría ayudarme con la tarea de Astronomía? —rogó Amy —No alcancé a ver con el telescopio todas las estrellas que pidió la profesora Hunter y...

Walter Poe asintió con entusiasmo.

—No hay problema —aseguró —Terminé el mapa ayer.

—Oigan¿les importaría que nos reuniéramos todos para ahorrar tiempo? —sugirió Ryo —Es que yo tampoco he terminado ese mapa. Además, necesito que alguien me ayude con la tarea de Herbología. No entendí nada de la definición de Brownfield sobre los hongos bailarines.

Todos estuvieron de acuerdo en ayudarse con las tareas que no habían terminado para la semana entrante, sobre todo cuando Danielle les recordó que pronto serían las pruebas para los equipos de quidditch. Quedaron de verse en la biblioteca al día siguiente, después del desayuno, y al llegar al castillo, fueron directo a sus salas comunes, a descansar un poco antes de cenar.


A la hora de cenar, las cuatro mesas estaban llenas y llenas de charlas. Henry terminó pronto su cena y sin que nadie se diera cuenta (sus amigas seguían comentando la clase de vuelo de horas antes) salió del Gran Comedor y subió unos cuantos pisos hasta llegar frente a una puerta de madera oscura que se hallaba en la torre oeste del castillo. Llamó cinco veces y sin esperar respuesta, entró. Tal como suponía, su madre estaba atareada, revisando las últimas redacciones de Encantamientos que había encargado. Henry esperó a que su madre alzara la vista y le dijera con la mirada que podía sentarse para preguntar.

—¿Porqué no me dijiste que tu nuevo trabajo era aquí?

Se sentó y esperó pacientemente que su madre le contestara. Ella terminó de leer la redacción que tenía en la mano, le puso una mediana y delgada A con la pluma en la parte superior derecha y haciéndola a un lado, miró a su hijo.

—Porque fue algo de último minuto. Me dieron el empleo el treinta y uno de agosto...

—Eso ya lo sé.

—... Como una medida de protección.

Aquello Henry no se lo esperaba.

—¿Protección? —Henry frunció el entrecejo —¿Porqué?

—Por lo que sé del caso de Ronald Weasley. Y no soy la única que está en Hogwarts por eso. También en la enfermería está alguien, ocultándose de... de un mago muy malo.

—¿Quién?

—¿Crees que te lo voy a decir? No estoy autorizada para eso. La persona que se está escondiendo aquí, aparte de mí, fue atacada por la misma persona a la que Ronald Weasley está buscando. La misma que ayudó a matar a Percy Weasley. La misma que...

La profesora Nicté se detuvo, pero Henry sabía el resto de la oración.

—La misma que hizo que mi papá muriera —completó.

Su madre asintió, levantando su mano derecha. Henry siempre se había preguntado porqué su madre nunca se quitaba el guante de esa mano, que siempre era de un color que combinaba con su ropa. En aquel momento, que su túnica era de un tono rojo cereza con bordes color crema, el guante era del segundo color. Debía ocultar algo importante.

—Si es por eso, te perdono que no me lo dijeras antes —Henry trató de sonreír —Además, a todos les agradas. Bueno, a algunos Slytherin's no, pero eso no importa¿o sí?

La profesora Nicté asintió y sonrió. Tomó otra redacción y se puso a leerla.

—No es por correrte, hijo, pero tengo trabajo —dijo —Hablaremos el fin de semana.

—Como digas —Henry se puso de pie —Si quieres, mándame una nota con Balam para avisarme cuando tengas tiempo. Así nos ponemos de acuerdo, porque mañana voy a estar ocupado en la biblioteca.

La mujer asintió distraídamente, pues se estaba concentrando en la redacción que leía. Escuchó que su hijo cerraba la puerta al salir y entonces soltó la redacción, alzó la vista y mirando en cierto punto de su mano enguantada, suspiró.

—Anom, Anom... ¿Porqué tuvo que ser así? Si le digo la verdad a Henry¿me odiará?

Recordaba lo sucedido en el Ministerio el primero de septiembre, a primera hora de la mañana. Abil había declarado todo lo que su esposo le había dicho antes de morir sobre el caso de asesinato contra Ronald Weasley, relato que avaló el testimonio de la señora Finch-Fletchley. Luego se le interrogó sobre el parentesco entre ella y el atacante de la señora Finch-Fletchley y ella tuvo que revelar un secreto de familia que había prometido guardar. Pero desde que su esposo murió, Abil se juró que ningún secreto valía tanto como una vida humana y les dijo todo a los aurores del Ministerio.

—Yo nací con un hermano gemelo, Anom —contó —Al principio era buena persona, hacíamos todo juntos, nos queríamos mucho. Cuando entramos a Calmécac y el proceso de selección nos separó, poniéndolo a él en Tezcatlipoca, la casa del jaguar, y a mí en Quetzalcóatl, la de la serpiente emplumada, cambió un poco, pero seguíamos siendo unidos. Cuando acabó la escuela, dijo que se iba a Europa a prepararse más para ayudar a los magos de nuestro país. Vino a Gran Bretaña y nos escribíamos regularmente, pero de pronto perdimos contacto con él. Mi madre se molestó tanto que prohibió volver a nombrar a mi hermano, por lo que Rob, mi esposo, no supo de él cuando nos casamos. Tampoco mi hijo sabe que tiene un tío. En fin, empecé a sospechar que Anom era el responsable de todo cuando Rob me contó la historia y me habló del tatuaje que tenía el mortífago en la mano derecha —en eso, se había quitado su guante para mostrar, por primera vez en años, que tenía un tatuaje en ella, en forma de serpiente emplumada —A todos en Calmécac nos hacen esto y sólo los mago mexicanos lo ven. El tatuaje comprende muchas obligaciones, entre ellas nunca dañar a inocentes, no importa de qué casa hayas sido. Supongo que Anom rompió ese juramento y por eso todo mago puede ver su tatuaje. El mío es visible por otro asunto, no se preocupen —aclaró, al ver las expresiones de sorpresa a su alrededor, como si temieran que ella también fuera malvada —Pero debo cubrirlo para que Anom no pueda saber de mí. Rob me pidió antes de morir que le mostrara mi mano y al hacerlo, tuve que decirle todo. Murió en paz, sabiendo que ya no le tenía secretos.

Al aclarar lo que se le había pedido, el Cuartel General de Aurores determinó que lo mejor para Abil y la señora Finch-Fletchley era permanecer ocultas hasta que atraparan a Anom Nicté. Con la seña del tatuaje mágico sería más sencillo. Mandaron a ambas mujeres a Hogwarts, haciendo los arreglos pertinentes. Por suerte, en Hogwarts necesitaban a un docente que reemplazara al profesor de Encantamientos que acababa de jubilarse y en cuanto a la señora Finch-Fletchley, lo único que hicieron fue pedirle a la profesora McGonagall que le diera vacaciones a la enfermera del colegio, la señora Pomfrey, para que la señora Finch-Fletchley tomara su lugar. Era algo arriesgado enviarlas al colegio, pero era el único lugar seguro y lejos de Londres que se les ocurrió a los aurores. El señor Potter prometió estar al pendiente de ambas y se cerró el caso contra Ronald Weasley parcialmente. Weasley ya no era el acusado, pero aún tenían qué encontrarlo para que diera unas cuantas explicaciones.

Abil Nicté Graham suspiró de nueva cuenta al recordar todo eso. Quiso con toda el alma que Henry aceptara la verdad cuando tuviera que enterarse de ella. Y reconocía que si no se la decía pronto, alguien más podría hacerlo de la forma equivocada.


La noche cubrió el colegio con su manto oscuro y frío. Un muchacho muy alto había salido a escondidas, viendo para todos lados, buscando a tientas un baño. Si el viejo conserje, el señor Filch, lo pescaba donde no debía, se metería en problemas. Caminó sigilosamente y cuando había llegado a su destino, notó que algo se movía a su derecha, en el pasillo. Volteó, deseando que no fueran el conserje o su gata, la Señora Norris, cuando vio un punto blanco que se retorcía. Se olvidó de entrar al baño y caminó hacia el punto. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se dio cuenta que era un gato. Un gato de angora blanco, que tenía una pata atorada en un agujero de la pared.

—¡Qué animal! —exclamó en voz baja, inclinándose sobre él —Seguro querías cazar un ratón y ya no pudiste sacar la pata —el gato le bufó fieramente al principio, lo que alertó al muchacho —Oye, tranquilo —el gato volvió a bufar y al verlo bien, el joven supo cuál era el problema —¡Ah, ya entendí! Perdona, linda, no me había dado cuenta —estiró la mano, sacó la pata de la gata del agujero y en cuanto se sintió libre, el animal se restregó contra su pierna, agradecido.

—¡Oye, oye, me vas a llenar de pelos! —se quejó el chico, aunque sonreía —Hagamos esto¿porqué no te acompaño a tu sitio? No deberías estar aquí.

Como si la gata hubiera comprendido, empezó a trotar delante del joven, quien la siguió con cautela. Subieron infinidad de escaleras, atravesaron tapices que ocultaban pasadizos que el chico desconocía y caminaron por largos pasillos oscuros hasta llegar hasta un retrato mágico que el muchacho reconoció en el acto. Era el retrato que guardaba la entrada a la torre de Gryffindor. Era la primera vez que lo veía, pero había escuchado mucho de él. La gata volvió a restregarse contra su pierna y entonces el chico se percató que el animal traía un collar de color rojo en el cuello, escondido entre el largo pelaje. Se agachó, miró el collar y descubrió el nombre de la gata, en letras doradas: Whitedoll. Propiedad de Frida Weasley.

—Frida —susurró el muchacho, antes de que la felina saliera disparada hacia el retrato.

Le maulló, la Señora Gorda entreabrió los ojos y al verla, susurró.

—¿Dónde andabas, Whitedoll? Frida estaba muy preocupada por ti —y la dejó entrar.

El joven tuvo el impulso de entrar tras la gata, pero se contuvo. En primera porque no era su casa y en segunda por lo que acababa de notar en su interior. Se quedó allí un rato, se pasó una mano por su corto cabello rubio y luego regresó a donde debía estar. Patrick Malfoy por fin había admitido algo que traía en la cabeza desde hace tiempo y no iba a echar a perder todo por su carácter altanero. Como hasta el momento.

—¿Cómo lograr que me perdone? —musitó, al estar en su sala común —¿Cómo?

Pero no obtuvo respuesta. Y no la obtendría hasta que cambiara su forma de ser. Quizá tendría que pedirle ayuda... a su pequeña hermana Danielle.