Quería actualizar mis cosas. Aquí estoy. Sin comentarios.
Saudade
por Syb
Capítulo III: La Casa del Té
—Vete a casa, Kankurō —le dijo en tabernero cuando se hartó de verlo en la misma posición, ahí sentado en la barra. No podía negar que se le llenaban los bolsillos de dinero cuando el jefe de la División de Antiterrorismo se aparecía por esos vulgares lugares; pero luego de conocerlo más a fondo, le había empezado a tomar cariño al chico. Había conocido al bastardo de su padre, y sinceramente esperaba que estuviera asándose en el infierno; conocía la historia triste de infancia de su hermano menor, él no podía ni imaginaba el miedo que debió sentir ese hombre al crecer: y sabía de primera fuente, del mismísimo marionetista, que su hermana se iría a casar con el estratega extranjero simplón, y no sería Kankurō el que la entregara—. Y asegúrate de tomar mucha agua antes de dormir —le sugirió como el padre que el chico nunca tuvo, terminó la insinuación con una pesada mano sobre su hombro. El tabernero no sabía qué era lo que le había picado al chico, pero estaba seguro de que estaba a punto de descubrirlo. Tampoco sabía si quería llegar a ese nivel de intimidad con el jefe de aquella terrorífica división, ya que sabía que el hijo que nunca tuvo debía tener una reputación acorde a su título. El hombre que solo venía cerveza barata y la vendía como una más lujosa, además de usar la taberna para introducir droga a la aldea, también tenía su corazón, y sabía que si se le pasaban las copas empezaría a expresar las preocupaciones que tenía por el chico a los otros señores mafiosos.
Kankurō solo lo miró como si estuviese una contusión cerebral.
—¿Qué día es hoy?
—Jueves.
—¿Y cuándo llegué?
—No lo quieres saber —le dijo su padre postizo. Kankurō asintió con su cabeza y miró como pudo a su alrededor.
—Deberías tener ventanas aquí —sugirió el marionetista como todas las veces que decidía irse de ahí, era casi su mantra y su padre postizo asentía con la cabeza para decir su línea correspondiente.
—Ya vendrán, dijeron que sería el próximo lunes, ya verás.
—Viejo mentiroso —murmuró con una sonrisa, revisó entre los bolsillos ocultos que tenía bajo sus muñequeras negras, pero el viejo mentiroso se negó. Sería la cuarta vez que el viejo le rechazaba la paga, Kankurō gruñó enfadado.
—No sé por qué sigues insistiendo en venir aquí —se sinceró—. Sabes que la cerveza adulterada es la fachada.
—No me lo digas, no tengo que saberlo —le dijo—. No quiero arrestarte.
—No lo tomaré personal, Kankurō. Tienes que hacer lo que tienes que hacer, hijo —le dijo el hombre—. Así como tienes que ignorar a la chica, no te merece.
—Ella quiere a Gaara, y él debe casarse —le dijo con una voz siniestra. Había sido sorpresivo que el Consejo de Ancianos quisieran que el linaje de su padre viviera en un vástago de él o Gaara, en un principio lo rechazó; pero entrada la noche se imaginó en aquella situación y su corazón sintió un extraño calor abrumador y tranquilizador. En el fondo, quería el romance en su vida. Sin embargo, la hija del terrateniente al parecer se decidió por el Kazekage en vez del hermano mayor de los hijos de Rasa. ¿Qué debía hacer para finalmente ganarse a la chica? No tenía que ser aquella chica, podía ser cualquiera. Solo necesitaba una para atender y mimar, y sería grandioso recibir atención de vuelta. El problema era que Temari se encargó de destruir su confianza sin darse cuenta. Aun si él le respondía con la misma fiereza, no quería admitir que cada vez que su hermana decía algo en contra de sus habilidades con el sexo opuesto, su apariencia o simplemente su existencia, lo tomaba como algo verdadero. Ahora ella se casaría prontamente con Nara y su confianza en sí misma estaba mejor que nunca. Kankurō sabía y entendía que Gaara como Kazekage era el que debía entregarla en el altar, pero como hermano mayor quería hacerlo. Tampoco lo diría por temor a una burla de la rubia ceniza.
—Sé que encontrarás a la chica indicada.
—Arriba las manos, viejo —resopló—, y silencio, todo lo que digas será usado en tu contra.
—Tus secretos están a salvo conmigo, chico.
—Lo agradezco.
El lugar al cual se dirigían colindaba con el país del Viento por lo que a medida que se acercaban a su destino, los bosques perdían densidad y el calor aumentaba. Tenten se detuvo a mirar el horizonte y vio allí una delgada línea amarilla en la que se distinguían los extensos terrenos de arena y sal. Uno de los perros de Hana la miró, curioso de su rezagado paso, y gruñó para llamar la atención de su compañera humana.
—¿Sucede algo?
—No —replicó rápidamente la Maestra de Armas, y se reunió con sus compañeras al trote—. Es curioso que hubiésemos tenido tan cerca a nuestros enemigos, ¿no creen? Solo son tres días a pie de distancia.
—La verdad ya casi no recuerdo ese tiempo —replicó Ino casi sin interés—. Honestamente, ya no sé cómo serían nuestras juntas de equipo sin Temari.
Tenten miró a Hana, pero ella no respondió y siguió su camino. La Inuzuka era unos cinco años mayor que ella e Ino, por lo que esperaba que tuviera algo más que decir. Ella sabía que había rastreado para el equipo Genma, por lo que debió pasar incontables noches escuchando frente a una fogata las historias que contaban los veteranos. Ino también había formado equipo especial con los capitanes Aoba y Raidō, pero como había dicho, ya tenía bastante internacionalizada la alianza. ¿Por qué ella sentía tanta fascinación por los tiempos pasados y antiguas alianzas rotas y traiciones? Y es que la paz era solo momentánea, y quizás ella no llegaría nunca a ser parte de una guerra, pero los humanos olvidan fácil. La Arena podría alzarse contra la Hoja como ya lo había hecho antes. Tenten suspiró, al menos quería visitar a las adivinas y el Mercado de Especias antes de que algo malo sucediera.
Hana se detuvo y usó unos binoculares para confirmar sus sospechas.
—Llegamos —dijo la rastreadora—. Podemos acampar aquí, si quieren.
—Me parece bien —dijo Ino—, bajaremos al alba.
Tenten asintió y rápidamente empezó a preparar su lugar de descanso. Debía dejar de pensar en el pasado y enfocarse en el futuro. Al día siguiente se infiltrarían en una Casa de Té, Hana se mantendría en el perímetro mientras que la rubia y ella entrarían en el lugar como seductora y guardiana. Debían identificar al fugitivo y darle caza de la forma más sigilosa posible. No interferir en demasía en los asuntos de las Casas de Té era una prioridad.
Luego de la cena, la cual consistió en una sopa de tubérculos simple, Ino se sentó junto a ella para compartir una cobija en medio de la noche fresca. La Maestra de las Armas no estaba acostumbrada a ese tipo de relación, pero aun así agradeció el calor que la rubia emanaba. No había tenido muchas amigas al crecer, y últimamente había estado frecuentando en demasía la compañía de los veteranos más que personas contemporáneas a ella.
—Mira, esta línea dice que me iré al extranjero y encontraré a alguien —dijo Tenten luego de un rato, apenas le comentó que, dentro de sus intereses, además de las armas, estaba la adivinación y tomó la mano de Ino—. Tú no la tienes, seguro te casarás con alguien dentro de la misma aldea.
La rubia le quitó su mano y se la llevó al pecho en forma de puño. ¿Será que era Sai? Tenía miedo de que se cumpliera, pero más miedo le daba que no sucediera. Ahora que sabía que Tenten era asidua a las lecturas de la fortuna en todo tipo de formatos: desde las líneas de la mano, la lectura de las hojas del té o el grano de café, hasta las cartas de tarot. Si había alguien que entendiera un poco de su destino, sería la Maestra de las Armas.
—¿Sabes si tendré hijos con esta persona? —le dijo tímida y lentamente volvió a abrir mano frente a Tenten y ella volvió a indagar entre sus líneas.
—No soy muy entendida en el tema, pero podría decir que es uno.
—¿Uno? —rebatió ella rápidamente—. ¿Quieres decir que será un niño?
Hana las veía interactuar callada desde el otro lado de la fogata en proceso de extinción, no podía evitar sentirse ajena a la conversación que estaban teniendo puesto a que veía en ellas a su hermano pequeño. Yamanaka Ino y Tenten seguro estaban empezando a tener fantasías románticas luego de la guerra, pero ella ya las había tenido antes y no habían terminado bien. Pensó en Genma con amargura, ella lo habría seguido hasta las tierras altas del país del Rayo sin pensarlo, pero era la heredera de su Clan y él ya ni siquiera estaba interesado en ella como para quedarse a su lado y formar parte del clan como un simple consorte. Sus perros notaron su perturbación y uno de ellos presionó su hocico húmedo en contra de su muslo, la relación entre ella y sus canes era tal que parecía que estaban conectados de mente. Y la telépata también sintió un dejo de angustia.
—¿Quieres saber qué depara tu futuro, Hana? —preguntó la rubia. No sabía por qué de pronto se había acordado del capitán Shiranui Genma, pero algo en los perros de la Inuzuka la hicieron suponer que era ella la que lo había llamado con sus pensamientos.
—No, ya sé lo que hay que saber —respondió secamente. El ambiente pronto se tensó, haciendo que Hana sintiera un poco de culpa, después de todo las chicas estaban tratando de incluirla en la conversación—. Además, tengo pésimo gusto en hombres —dijo tentando a su timidez, ambas chicas habían picado el anzuelo que ella no sabía había tirado. Hana no tenía muchas amigas al igual que Tenten, es más, a las pocas Inuzuka con las que se hablaba eran tan bestiales como su madre y no entendían su timidez con respecto al tema. Hana siempre pensó que el lado romántico y vulnerable lo había sacado de su padre—. Mi primer amor fue Itachi, y ya saben cómo eso terminó.
—Te entiendo —dijo la rubia—, creo que nunca debes posar tus ojos en ese Clan. Está maldito.
El sonido de una cascada rompiendo violentamente sobre las rocas montañosas apareció en sus memorias. La cascada a la que usualmente volvía durante noches de insomnio. Allí de pie frente a ella estaba Genma, no Itachi. El genio de su clase jamás había posado sus ojos especiales en ella, y habían pasado años para que otro hombre la notara entre muchas y la besara en la Muralla de la ciudad, meses más tarde ella lo habría llevado a la cascada con sus perros y confesado su amor. Todavía se arrepentía de ese día.
—Sí, están malditos —repitió Hana—, no sé qué es lo que le ven a ese Clan.
Shizune llegó a la aldea de la Nube luego de unos días caminando desde la estación de tren que la acercó. Disfrutó cada noche que pasó de hostal en hostal, tomando sake caliente en soledad mientras miraba su detallado programa escrito con su propia mano, e imaginaba con emoción los parajes que vería en cada uno de los lugares que había descrito. Se sonrió al ver a la Nube aparecer en el camino pedregoso luego de varias horas en ascenso por la montaña, la visión de las torres incrustadas en la roca y coronadas eternamente por las nubes pomposas eran mejores que las que había visto de niña en viejas ilustraciones. Varios jinetes y carromatos pasaban a su lado por la Ruta de la Especias, viajando desde la Arena, pasando por distintos lugares del mapa y finalizando en las tierras altas del Rayo; dejando a su paso algunos aromas que eran intensificados por la humedad del lugar. Algunos comerciantes galantes la invitaron a sentarse junto a ellos para acortar el camino, pero ella declinaba cada uno de ellos. Caminar era lo que necesitaba y así mismo disfrutar cada segundo de ese viaje en solitario.
Se detuvo en un pequeño riachuelo a un costado del camino para llenar su botella y aprovechó de sentarse sobre un saliente rocoso. Con pequeños sorbos de agua helada, recordó con emoción las palabras que usó en la carta que había enviado justo antes de salir de la Hoja. Las vísceras en su interior se tensaron pensando en el efecto de la pequeña misiva habría tenido sobre él. Si es que estaría contento por su visita, o si simplemente la hubiera ignorado en una pila de documentos sin leer en su oficina, era el gran misterio. Si fuese el último caso, lo entendería puesto a que lo habría dejado por segunda vez en su vida. La primera vez había sido cuando decidió irse con Tsunade, la segunda cuando decidió no seguirlo.
Ya en la entrada de la aldea, un escolta de la Hoja con base en la Nube estaba de pie esperándola.
La morena suspiró con alivio.
—Señorita Shizune —dijo un hombre conocido, llevaba la chaqueta táctica nueva propia de la Hoja, pero podía notar que los años viviendo en el extranjero le habían curtido de manera distinta. De todas formas, Shiranui Genma seguía siendo tan apuesto como siempre—. Cuando recibí ese mensaje, no lo podía creer. Tuve que pedirle a Chōji que me dejara venir en su lugar.
No supo qué hacer al llegar frente a él. Un abrazo, un beso, nunca habían tenido claro qué clase de relación había entre ellos dos. En el pasado, Shizune había dejado que los rumores de lo que Genma se había convertido durante su ausencia le envenenaran los oídos, por lo que trató de alejarlo por varios años; hasta que él decidió ser parte de los que fueran a otras aldeas a fortalecer alianzas, y ella decidió no seguirlo. Quería dejar pasar el tiempo asentada en un lugar.
Genma logró leerla como cuando eran niños, se sonrió y la instó a tomarlo del brazo para guiarla hacia ese lugar donde se había recluido por años. A él siempre le gustó viajar y conocer lugares, al igual que a ella, por lo que se instaló por unos meses en la Arena y cuando cambió su periodo se fue hacia la Nube, pero de allí nunca más se movió.
—Te quedarás en las zonas más altas de la aldea, tienen la mejor vista —comentó él, Shizune podía ver el amor que le tenía a esa aldea extranjera y se preguntó si él podía volver a sentir lo mismo por ella.
Tenten supo que algo andaba más cuando Yamanaka Ino quedó sin palabras en medio de la conversación dentro de la Casa del Té. De un momento a otro la rubia pasó de la risa contagiosa y cantarina a quedarse completamente muda, el contrabandista la miró directo a sus ojos azules, pasmado, y pidió a gritos una botella de agua. La Maestra de Armas no supo si era una estrategia de seductora o si realmente se había quedado en blanco durante la intervención. Esperaba que la voz de la chica dentro de su cabeza le diera instrucciones, pero nada ocurría. ¿Qué haría Namiashi Raidō en su lugar? Sintió su corazón en la garganta. Él la había recomendado, no podía defraudarlo tan pronto ni desperdiciar una recomendación de un hombre tan respetado y con quien no había tenido ningún tipo de relación.
—¡Oye! —le gritó un guardia—. Tu jefa, ¿qué tiene?
—Ella… —dijo casi igual de muda, pero la risa cantarina volvió a inundar la habitación como si nada hubiese pasado.
—¿Qué pasa? —les dijo Ino cuando vio sus caras de terror—. ¿Ya no quieren jugar a las cartas? Sé que les asusta perder contra mí, les dije que siempre gano. Mala suerte en el amor y buena suerte en el juego, ¿es eso lo que dicen?
—Te fuiste, mujer —le dijo el contrabandista.
—¿Dónde? —preguntó ella sin entender absolutamente nada. Miró a su escolta como si buscara una respuesta a lo ridículo que sonaba eso, pero ella encontró la misma cara de terror en Tenten.
—Tienes una especie de daño cerebral —dijo el hombre con una seguridad abrumadora.
—¿Qué?
—Ella sufre de ausencias, señor —la excusó Tenten con cierta inseguridad en la voz—. Esta vez no fue muy grave.
—¿Ausencias? —le dijo el contrabandista, completamente confundido, y como si tuviera lepra o peste, se alejó de la rubia. Llamó a gritos a su otra escolta—. ¡Llama al rubio! Necesito que le revise la cabeza.
—Mi cabeza está bien, mi señor.
—Cállate, puta —exclamó el hombre y escupió al suelo de la Casa del Té, olvidándose de todas las atenciones y promesas que le había hecho a su princesa antes de que Ino se ausentara unos instantes—. Yo decidiré si estás bien o no.
—Cuida tu boca —dijo la rubia, levantándose para estar al nivel de sus ojos. Ese día estaba representando a una princesa de un pueblo pequeño en el Fuego—. O la próxima vez que me insultes, será la última. Tenten te cortará la lengua.
Unos pasos apresurados se acercaron rápidamente al gran salón de la Casa de Te. La Maestra de Armas apresuró en sacar de sus muñequeras uno de los pergaminos para prepararse para la batalla inminente. Esperaba que Hana entrara pronto con sus perros para apoyar. Contó la cantidad de hombres y cada una debía deshacerse de cuatro. Se abrió la puerta.
—Ella es un sensor —le dijo el hombre rubio recién llegado. Tenía cara de ser un Yamanaka traidor.
Y apareció Kankuroooo. No tengo muchas cosas que decir. Es tarde y estoy evadiéndome.
Manden reviews, sé que todos me ignoran. Syb
