Aquí estoy, otra vez, intentando escribir lo que más pueda en estos tiempos extraños. Cada vez me confunde más esta historia, pero también me gusta más. En fin, todo muy raro.

Needle del soundtrack de GoT fue de gran ayuda.


Saudade

por Syb.

Capítulo IV: La Aldea de la Arena


—¡Tenten! —gritó Hana, pero la chica la oyó como si ella gritara desde muy lejos, la arena se estaba formando en el horizonte como un gran muro hacia donde el hombre más buscado de las Casas del Té había huido. Lo imaginaba zambulléndose en aquella ola gigante de arena como una bestia marina, y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo con tal de atraparlo. No podía defraudar a los veteranos con su pobre actuación allá en la Casa del Té, los cuales habían confiado en ella; no podía defraudar a su capitana; y, más importante que eso, no podía defraudarse a sí misma. Llevaba meses intentando hacerse un nombre dentro de su Aldea, si fallaba ahora sería un golpe bajo del cual le tomaría un tiempo reponerse—. ¡Tenten!

Sintió que uno de los perros de Hana cerraba el hocico en su ropa para frenarla. Si entraba dentro del muro de arena, sería difícil encontrar el camino de vuelta.

—Vuelve, es una orden —le dijo su capitana telépata, oculta entre sus pensamientos.

Tomaron refugio cubriéndose con la tela de una de las tiendas de acampar y aguardaron en silencio a que la arena y el viento pasara sobre ellas. Tenten repasó una y otra vez lo que sucedió, culpándose a sí misma. Debió ser más rápida, más efectiva; la mente de Ino había experimentado una ausencia que nunca había visto, ni oído que pasaba en el Clan de los mentalistas. Intentó repasar todas las historias de los veteranos en que algún Yamanaka había destacado por sus habilidades, pero en ninguna aparecía algún síntoma parecido a lo que había visto dentro de la Casa del Té. Por alguna razón, no se sentía capaz de preguntar. Y sentía más culpa con solo pensarlo, ya que Ino debía sentirse peor de lo que ella podría llegar a sentirse. En el momento en que las descubrieron, Tenten logró derribar a tres como Maestra de Armas, mientras Hana se aparecía en su forma bestial frente a los guardaespaldas que intentaban abrir camino para que el jefe de estos pudiese escapar. Los perros de Hana derribaron a tres, uno cada uno. Ino estaba de pie en el centro de la habitación manipulando a los dos guardaespaldas para que atacaran a Yamanaka, quién escudaba a su presa. Ni ella ni Ino pudieron evitar que el mentalista enemigo paralizara a Hana.

Tenten no quería ni mirar a la Loba, era arisca y cerrada, en su cuerpo tenía más misiones que ella e Ino; no sabía cómo estaría tomándose aquella falla en la misión. Quizás no era tan dura consigo misma como ellas dos, quienes parecían bebés al lado de la hermana mayor de Kiba.

—Podemos ir en esa dirección —informó Hana cuando el clima se despejó—. La aldea de la Arena está a unas seis horas de camino. Puedo seguir su rastro, pero me parece que estamos en un terreno que no nos favorece, y ya vimos cómo él conoce y se desenvuelve en el desierto. Creo que lo mejor que podemos hacer es pedir una guía. Además, debemos informarle a la Arena que estamos aquí.

Tenten no quería desviarse del camino, pero Hana, quien era una experimentada rastreadora, estaba en lo correcto. Miró a Ino y casi pudo leer su expresión de decepción al oír a la mayor de las tres. No quería que se dijera en la aldea que la rubia necesitaba a Shikamaru para liderarla.


—Te leo la mano por cinco unidades —le dijo una señora horrible en medio del mercado, traía la piel tan erosionada por el sol y la exfoliación de la arena que nada quedaba de su juventud, si es que alguna vez fue linda. Kankurō ese día había estado en el Consejo con los Ancianos, y su humor estaba peor de lo normal. Ante la poca resistencia del jefe de la División contra el Terrorismo, la vieja tomó su mano y le quitó el guante—. Interesante, interesante.

Kankurō gruñó, más interesado en hacer la conversión a la nueva moneda usada en este nuevo orden de paz más que en el mensaje, pero su hermano se mantuvo expectante ante la resolución de la vieja. El joven kazekage se interesaba de lo que la vieja asquerosa tenía que decir porque había visto a su hermano mayor de malhumor hace ya un tiempo, y quería saber si le vendrían buenas nuevas pronto. El matrimonio entre la hija de la terrateniente y uno de los hijos de Rasa había salido mal, y por mucho que se preguntara si esa era la razón de su malhumor, no quería preguntarlo.

—Te veo muy solo, ninguna chica se ha interesado por ti por mucho tiempo —le dijo al principio. Gaara asintió con la cabeza, haciendo que la vieja siguiera con su fantasía—. No te preocupes, aparecerá una… ¡Una extrajera!

—¿Es de una aldea aliada? —preguntó el pelirrojo, con un dejo de emoción—. Quizás seas como Temari.

—Sí, sí, veo muchas… ¡hojas!

—¿Estás segura? —replicó el kazekage, era bien sabido que él les tenía gran estima a sus aliados. Una segunda boda de la línea sucesoria de Rasa con la aldea aliada haría que las relaciones diplomáticas se consolidaran de forma indestructible, pero aquello ocasionaría una disputa más entre ellos y el Consejo de Ancianos.

—Oh sí, oh sí —aseguró la vieja a lo que Gaara contuvo su emoción en silencio—. Ella podría parecer de aquí, es fuerte, casi masculina. Nadie la quiere en sus tierras.

—¿Nadie? —preguntó Gaara con dudas, ¿cómo podía ser posible aquello? Nunca había conocido a alguien que fuera así en aquella aldea.

—Es muy fea —siguió la vieja. Kankurō puso mala cara, no quería tener una novia extranjera, fea y que nadie la quería. Temari nunca se cansaría de burlarse de él, su escuálido futuro marido podía ser un perezoso desesperante, pero gozaba de una reputación impecable. Por ende, Shikamaru era altamente apreciado por todos—. Ya la conoces —dijo entonces—. Vendrá a buscarte pronto.

Kankurō pensó en la hermana mayor de Kiba. Era hermosa y nadie era ajeno a su belleza bestial, por lo que no podía ser ella. Tampoco era masculina, aún si mostraba sus colmillos. Y no sabía si nadie la quería en aquella aldea, al igual que su futuro cuñado, era altamente apreciada por su nariz y capacidades de rastreo dentro de su aldea. Kiba alguna vez le había hablado de que Hana nunca había superado un amor perdido de un hombre mayor, por lo que jamás había vuelto a aceptar a ningún pretendiente; que ni él ni su madre le habían conocido algún otro novio. ¿Será que a eso se refería la vieja con que nadie la quería? No, en qué pensaba, la vieja haría lo que fuese por algunas unidades para comer algún bocado esa noche. Quitó la mano del alcance de la vieja asquerosa y le arrebató su guante, para luego gruñirle de manera grosera. Sin embargo, ¿quién más podría ser? Su corazón se alborotó, quizás Hana podría intentar con un hombre menor.

—¿Son cinco unidades? —le preguntó el kazekage a la vieja con tranquilidad, mientras rebuscaba entre los bolsillos ocultos de sus muñecas.

—¿Sabes? —le dijo la vieja, mientras recibía las cinco unidades prometidas—. Tu hermano con esa actitud no podrá con la chica nueva.

—Lo sé, es arisco —siguió Gaara—. No sé si alguna vez cambie.

—Lo veo en sus ojos. También hago oculomancias, ¿sabes? Por cinco unidades más puedo ver más de la chica y saber si lo aceptará.

—Eso no existe —gruñó Kankurō, pero ambos lo miraban a sus ojos, curiosos—. No sigan.

—La chica será escurridiza. ¡Tiene novio! —sentenció—. Tendrás que pelear contra el novio.

—Acabas de decir que nadie la quería —replicó Kankurō. No quería pelear por nadie, solo quería que lo quisieran sin importar su personalidad avasalladora y horrible. ¿Qué decía? Solo era Temari hablando en su cabeza. Kankurō sí tenía amigos, por ejemplo, en el calabozo tenía a varios.

—Los ojos no mienten.

—Tiene razón —explicó Gaara mientras le daba cinco unidades más.

—¡Señor! —dijo un emisario recién llegado al humilde puesto de la vieja asquerosa—. Hay un equipo de la Hoja que solicita permiso para entrar.

—Eso fue rápido —replicó Gaara y miró a la vieja para felicitarla con su mirada clara, a lo que la bruja se irguió orgullosa de su nivel de mentira en la adivinación. El líder entonces miró al emisario para volver su despacho, donde debía estar—. ¿Quiénes son?

—Creo que son la mentalista Yamanaka Ino y la rastreadora Inuzuka Hana, además de una chica de apoyo.

A Kankurō le sudaron las palmas de las manos.

—Sí, sé quiénes son —dijo—. Envíalas al jardín privado. Hubo una tormenta de arena hace unas horas, creo que deben estar exhaustas —hubo una pausa—. Kankurō, recíbelas.

—¡Y trata de cambiar esa personalidad! —opinó la vieja.


Hanabi supervisó los suministros que habían llegado aquella mañana gracias a la ausencia de su padre. Ese día estaba de buen humor, los sirvientes de la mansión podían notarlo en el semblante de la joven. Trataba en vano de contener una sonrisa en sus labios cada vez que pensaba que no la miraban, pero nada escapaba a la buena vista del Clan. Algunas pensaron que se había enamorado, quizás del perro Inuzuka que ella insistía en perseguir; otros simplemente pensaron que era el orgullo que sentía de tomar la posición de su padre cuando él no estaba. Ella solo se reía porque estaba sin supervisión.

—¿Habrá niebla hoy? —preguntó la princesa de la mansión oculta entre las montañas y el bosque.

—No, no habrá niebla hoy. Nadie del Clan será llamado a patrullar la muralla esta noche.

—Qué decepción —dijo ella, pero no lo parecía—. ¿No falta nada más?

—No —le dijo su sirvienta más vieja, por lo tanto, la más respetada de aquel séquito.

—Si alguien me busca, estaré en el bosque. Creo que hoy necesito especiar mi té.

—Puede ir otra persona a buscar lo que quiera.

—Prefiero ir yo —repuso ella con seguridad, no había mayor autoridad que ella misma—. Además, me servirá el aire fresco.

—Como guste.

Salió por la puerta principal con la espalda recta, la mejor distracción era aparecerse en plena luz del día. Había avisado que iría a pasear por el bosque en búsqueda de algo, y ni siquiera había especificado el qué, sabía que si decía qué tipo de flor o fragancia iría a buscar, otros irían detrás de ella. De igual forma, tomó los resguardos necesarios para que nadie la siguiera; de todas maneras, nada podría escapar de sus ojos. Transitó por entre los árboles frondosos y pronto no ya había sendero.

La nieve empezó a esconder las agujas de los pinos más salvajes y detectó algo, o más bien, alguien. En un claro nevado, apareció una figura conocida.

—¿Qué haces es mis tierras? —preguntó divertida, un poco sagaz—. Estás traspasando propiedad privada.

—Hinata siempre me dejaba venir aquí —le dijo el intruso, en uno de sus dedos había un escarabajo—. Hay buenos especímenes.

—Lo sé —dijo ella con seguridad, la que le faltaba a su hermana mayor. Se apoyó en un tronco de pino para mirarlo mejor, él se impacientó. No sabía a qué se refería, si a que sabía que había buenos ejemplares de bicho o a cualquier otra cosa. Si era la segunda opción, no terminaba de entender—. Pero yo no soy ella.

La menstruación de Hanabi había llegado tardíamente, ocasionando que su cuerpo se mantuviese suspendido en un estado ni infantil ni adulto; haciendo también que su padre se preocupara y mandara a llamar a los mejores médicos para revisar qué estaba funcionando mal en el cuerpo de su adorada hija. Cuando finalmente llegó, Hanabi intentó con todas sus fuerzas frenar sus ansias de vivir rápido todo lo que se había perdido. Era completamente opuesta a su hermana mayor, ella había menstruado tempranamente, pero su deseo estaba ausente.

En la cabeza atormentada de la chica, Kiba vivía libremente en sus fantasías. Era un chico malo, era amigo de su hermana mayor y, seguramente, el terror de su padre. Sin embargo, era esquivo. Shino era callado, quizás hasta dócil. Con un suspiro en la garganta, tomó una rama del árbol en el que estaba apoyada y lo arrancó sin necesidad de hacerlo, ya que solo quería llamar su atención. Se acercó entonces para mirar aquel bicho que, como estaba en las tierras de su padre, era de su propiedad, y murmuró algo de que veía a ese tipo de escarabajos todo el tiempo entraban en su habitación. Cuando supo que él la miraba atento a los ojos, se sonrió.

Hanabi besó a Shino en los labios, se los saboreó y volvió hacia su mansión con una sonrisa.


Anko vio que una vez más Ibiki repasó una vez más el expediente que tenía sobre la mesa. Comenzaba a impacientarse, ese maldito expediente había sido partícipe de cada una de las cenas que habían compartido esa semana y, por más que viera la misma maldita hoja de papel una y otra vez, no iría a ver nada nuevo.

—¿Vas a comer?

—En un momento —dijo distraído en alguno de los párrafos finales de la última página dentro de la carpeta confidencial.

—¿No me vas a decir de qué se trata?

Ibiki negó con la cabeza.

—Dice confidencial —murmuró mientras terminaba el texto.

—Podría romperte la nariz ahora mismo con un plato y robarte la carpeta. Así de fácil sería leer algo confidencial.

—Ya hablamos de esto —dijo él, despegando finalmente la vista de la carpeta—. Leerlo te podría perturbar.

—¡Estás literalmente trayendo el maldito archivo a mi maldita mesa!

—Confío en que no lo harás —resolvió contrariado.

—Bueno, yo no confío en mí misma —le dijo—. ¿Sabes? Iré donde Kurenai, no me esperes despierto.

Él no protestó, ella era así de impulsiva.

A la muerte de su marido, Anko había decidido que era mejor vivir cerca de su mejor amiga viuda. Le era más fácil asistirla cada vez que ocurría una emergencia de la índole de salud mental, para ambas. Anko podría correr a buscar a su ahijada si Kurenai necesita un momento de privacidad; y a su vez Anko podría correr a sus brazos cuando Ibiki le fallara. Usó la llave que anteriormente le pertenecía a Asuma para entrar en el apartamento. Estaba a oscuras salvo la luz de la cocina que estaba encendida. Mirai debía haberse ido temprano a la cama por orden de su madre.

—¿Anko? —dijo la mujer desde la cocina.

—Sí, soy yo.

—Bien —le dijo apareciendo en la puerta—. Abrí una botella de vino, sería triste si me la bebo sola. ¿Qué es lo que él hizo ahora?

—Lo de siempre —recitó la mujer como si fuera un mantra—. Ser un imbécil.

—Todos lo son. Los hombres son muy simplones.


Kankurō sintió el picor del aroma dulzón del jardín privado, el que había sido el pequeño pasatiempo de su hermano cuando no estaba muy ocupado soportando a los ancianos del Consejo. Muchos decían que había querido traer un poco de la aldea aliada a su país, una obsesión que pocos viejos veían con buenos ojos, ya que aquel lugar no tenía otro propósito que el de despejar la mente, no así el jardín de botánica médica. En el oasis, el agua era extraída desde lo profundo de la tierra y alimentaba aquel microclima extraño. Normalmente, él y Baki bromeaban pensando en que Rasa no habría enloquecido de haber tenido ese jardín.

Acercó la mano al pomo de la puerta que lo separaba del oasis cuando escuchó las risas femeninas. Una era de Ino, la otra no la terminaba de reconocer. Era bien sabido para él que Inuzuka Hana no era de reírse tan relajadamente, por lo que no debía ser ella. Debía dejar de pensar en aquella vieja asquerosa y sus mentiras, o la rubia lo acusaría al ser una sensor.

Entró sin vacilar.

—Señoritas —saludó al entrar al jardín privado. La rubia saludó de vuelta, las otras dos se quedaron calladas, estaban sentadas mientras comían unos dátiles dulces con frutos secos que seguramente les habían servido como aperitivo junto al vino dulce del país del Viento—. Tengo entendido que necesitan una escolta.

—Nos atrapó una tormenta de arena —dijo la líder rubia—. No estaríamos en esta situación tan vergonzosa si nuestros objetivos no se nos hubiesen escapado cruzando la frontera. Kankurō, estamos a tu servicio.

—Cualquiera se puede perder en el desierto —replicó, quitándole importancia al asunto. Incluso para él era difícil encontrar su camino luego de una tormenta como esa—. Gaara las recibirá luego de la cena.

—Pensé que tú lo estabas haciendo, jefe de la División contra el Terrorismo —murmuró coqueta la chica Yamanaka, a lo que él sonrió de igual forma. No era fácil mantener la compostura habiendo salido tantas noches de juerga junto a ella y Kiba cada vez que él visitaba a su hermana.

—Eso vine a hacer.

—Ven a sentarte —lo llamó Ino—. Nos dijeron que estos dátiles vienen de este árbol —dijo apuntando con un dedo el perímetro del jardín privado. Kankurō asintió con la cabeza mientras se llevaba un puñado de dátiles a la boca y de reojo miraba a Hana, no estaba cómoda con esa cena recreativa. Según tenía entendido el marionetista, seguían en una misión; pero como también él entendía, Ino solo estaba siguiendo una estricta enseñanza en que decía hacer sentir cómodo al comensal masculino con tendencias heterosexuales, antes de sumergirse en los detalles—. Estoy impresionada con este lugar, no sabía que existía. Temari nunca habla de su aldea.

—Suena a mi hermana.

—De haber sabido de lo hermosa que podía ser la Arena, habría venido a ser la esposa de tu hermano sin vacilar. Habría como un tratado, ya sabes, una rubia por otra. —Kankurō rió con los labios sellados, Ino era de la rama de la Seducción por lo que vendía fantasías a la perfección, ya había caído con una compañera de ella un día en la Casa del Té de la Hoja. Ino había prometido no decirle a nadie—. ¿O podría haber sido la esposa del jefe de la División contra el Terrorismo?

—Trata de convencer a mi hermano, ya sé cómo juegas —le dijo, quitándole la copa metálica que tenía entre manos y comenzó a beber de ella hasta que llegó al fondo. Se limpió los labios con el torso de su mano—. Pero no querrás romper una alianza cuando termines.

—No lo haría —dijo la rubia—. Shikamaru me mataría, ni hablar tu hermana.

Fue entonces cuando vio a la tercera chica que conformaba el grupo. Tenten, la chica que su hermana había derrotado sin problemas hace muchos años atrás. Ahora era una mujer hermosa con músculos que salvaban a la vista. Ino era bellísima bajo los estándares normales de su país, pero en el país del Viento, la belleza se medía en la fuerza de carácter y de cuerpo. Ella lo miró brevemente a los ojos y luego bajó la mirada para buscar un dátil en el cuenco que tenía en frente. No sabía por qué, pero le urgía hablar con ella de la misma forma en que lo hacía con la rubia.


Bueno, como saben (sabes* eres la única que lee esto, hermana *llora*) esta historia empezó para justificar el KankuTen que me encanta. Ahora me estoy enamorando de Hanabi ninfónama (?), no lo es, pero quiero explotar una faceta sexual en ella. No tengo mucho más que decir. Introduje a una vieja vidente mentirosa porque a Tenten le gustan esas cosas, y quiero que Kank empiece a creer en eso.

Manden reviews o cierren esta ventana del mal, que se autodestruirá.

Syb, la sola.