¿Vieron que los reviews sirven? Me motivaron a seguir en tiempo récord. 4 días. MEGAGÜAT.Gracias lectora hermana promedio (Rag la irrelevante), y Gab y Ryoko, me hicieron sentir relevante por primera vez en mucho tiempo con mis historias poco convencionales. Se me nota mucho el feminismo, mi gustito por nuevos ordenes mundiales y diferencias culturales (?)
Es que el KankuTen me encanta y, a diferencia de mi otra historia que voy actualizando, este es más corto en temas de capítulo. Esto lo decidí yo misma. Gracias misma.
Recordatorio: Ino reclutó a Hana y Tenten para ir a una misión a una Casa de Té en la frontera. Tuvieron que desviarse a la Arena al escapárseles su objetivo, ya que a Ino le dio una ausencia. Su maestra de artes femeninas piensa que está teniendo problemas para controlar sus poderes. Por otro lado, Kank fue advertido por una bruja que lo buscaría una chica extranjera que nadie quería y que era fea, él pensó que era Hana, la hermana de su amigo Kiba, aun si nadie la encuentra fea. Tenten le atrae. Hanabi besó a Shino.
Saudade
por Syb
Capítulo V: El linaje.
Un carromato de nómadas del desierto apareció en el horizonte, se movía tan lento que casi pedía lo asaltaran en plena luz del día. Lo observaron acercarse lentamente para distinguir si se trataba de una trampa o emboscada, pero solo diferenciaron a una mujer abriendo el paso y otra cerrando. Ambas se veían perdidas, inexpertas, casi como si escaparan de alguien; sin saber que iban directo a la boca de un lobo. Los hombres del desierto decidieron atacarlas sin el elemento sorpresa porque seguro ambas mujeres escaparían al verlos aproximarse, dejando el preciado cargamento atrás. Esa noche irían a compartir cerveza frente a una fogata mientras desmantelaban aquel carromato viejo.
Como habían predicho, al verlos acercarse rápidamente, las chicas se fueron despavoridas; dejando el carromato a su suerte.
Cuando el líder entró a hacerse con el cargamento, encontró a una tercera mujer estaba oculta entre los harapos. El carromato parecía ser de ella, y dentro no había mucho de valor a simple vista, al parecer habían hecho una habitación con harapos para que la mujer se sintiera cómoda. No se veía preñada, ni tampoco parecía tener alguna herida de gravedad para que la tuvieran que llevar como una carga. Debía valer mucho para que no se le permitiera dañar sus pies con tal travesía.
—Solo soy una mujer escapando de mi esposo, por favor —le dijo la mujer rubia—. Solo déjeme que salir del país, le daré lo que quiera.
El hombre sonrió detrás de la máscara, con una mano enguantada le tomó un mechón de cabello rubio que no parecía ser de la región, ya que el rubio era ceniza, dañado por generaciones y generaciones expuestos al sol, era lo que normalmente se debía en el desierto. Además, que aquella criatura estuviese envuelta en tanta pobreza tampoco parecía natural. Su cara era como de porcelana, por lo que decidió quitarse el guante para poder tocarla para comprobar su suavidad. Definitivamente debía traer algo de valor encima, y si no, haría valer su palabra de alguna otra forma, entre él y sus hombres.
—¿De tu esposo? Debe ser un hombre terrible —masculló el hombre como si estuviera burlándose—. Si tuviera una esposa como tú… —se quedó callado sin acabar la frase, sus pupilas bajo la máscara buscaron la respuesta ante su inexplicable mutismo y vio que la mujer tomaba su mano desenguantada entre las suyas, y su semblante asustado había cambiado a uno más relajado y confiado.
—Tú nunca podrías ser mi esposo —le dijo Ino con un poco de ternura ante sus intenciones imposibles—. Si me dices dónde está tu jefe, no te va a doler.
La lengua volvió moverse por un segundo.
—No, maldita perra —masculló—. Mis dos hombres están…
—Entonces te va a doler.
Afuera del carromato, los perros de Hana olisqueaban a los dos otros asaltantes que yacían inconscientes en la arena caliente. Hana los supervisaba olisqueando el aire imperceptiblemente; luego, con un monocular de registró los alrededores, pero por mucho que buscara con sus ojos, no era su sentido más fuerte.
—Puedes bajar el monocular, hay solo arena —le dijo Kankurō, registrando los bolsillos de hombres de la arena. Dentro solo había basura, pero dentro de la basura encontró una tarjeta negra de la Casa del Té ubicada en la frontera. La pareció evidencia suficiente y se lo entregó a Tenten, ella lo recibió en completo mutismo y, sin decir nada, se retiró hacia dentro del carromato donde Ino estaba haciendo la lectura. Kankurō intentó que no se le notara la decepción ante aquel desaire, así que volvió su atención a la callada hermana de Kiba—. ¿Algo anda mal?
—Estamos alejándonos demasiado.
—Así es este país —resolvió—, la Arena no puede monitorear todo lo que sucede aquí afuera. Hay demasiados nómades, demasiados jefes de tribus que solo buscan guerra. Trabajo con pistas que me dejan desertores, infiltrados y otros jefes de tribus que buscan un aliado en la Arena. No te preocupes, no estamos tan lejos de encontrar a este fugitivo antes de que encuentre refugio en un jefe de la tribu. No está bien que esté cruzando la frontera.
—¡Kankurō! —gritó la rubia desde dentro del carromato—. ¿Te suena este lugar? No lo encuentro en el mapa.
El marionetista se excusó con un gesto y se adentró en carromato.
—¡Olvido que estás sin tu maquillaje! —le gritó Ino apenas lo vio—. Te ves guapo. Sé que todos te conocen con púrpura en la cara y que ahora estás encubierto, pero me alegra verte así antes que Kiba. Puedo decirle que me debe una cerveza.
—Ino… —murmuró Tenten con los labios fruncidos, la rubia no supo si era porque trataba de reprimir una risa porque estaba en lo correcto o solo era una risa nerviosa.
—Sí, lo siento —respondió intentando bajar la voz—. Mira, ven a mirar el mapa. No puedo encontrar el lugar que vi y aquí no hay ninguna ciudad.
Kankurō se acercó al mapa extendido en el centro del carromato, donde uno de los tantos haces de luz entraban para iluminar ese pobre carromato viejo y desarmado. El dedo de la rubia aterrizó entre dos montañas bien conocidas a unas cuantas horas de viaje, la zona era distinguida por estar infestado de tribus y traficantes. Como el jefe de la División contra el Terrorismo, muchas veces quiso ir a reducirlo hasta las cenizas, pero como bien decía Baki y el resto del Consejo, era mejor mantenerlos en la mira ya que otro nido de ratas surgiría en otro lugar y tomaría tiempo encontrarlo. El hombre frunció la boca desmaquillada y gruñó mientras pensaba mejor en la situación. Se decía que las personas más influyentes podían entrar ahí.
—¿Qué? —murmuró Tenten.
—Acordamos que yo no me iría a involucrar en su misión, que yo solo sería su guía —introdujo él, dentro del despacho del pelirrojo habían pactado que él iría como ciudadano común y corriente, y Gaara les había dado un permiso especial con su sello para que ellas no tuvieran problema alguno durante su estadía en el desierto—. Creo que al hombre que buscan es uno de los jefes de las tribus del desierto, no es solo un tipo que comercia ni trabaja con ellos. Es peor de lo que pensábamos —dijo él luego de unos latidos de corazón—, ya no es una misión solo de la Hoja. Y en nombre de mi hermano, les agradezco por su ayuda.
—Padre —dijo Hanabi apenas entró en la sala principal, el hombre estaba acompañado de sus consejeros más leales—. Espero que el viaje haya sido fructífero.
—Hanabi —respondió magnánimo—. Sí, el viaje fue como debió ser. Hemos capturado al desertor en el País del Rayo, no nos preocuparemos de más escape del linaje. Al menos esta vez.
—Me alegra, padre —dijo con una seriedad impropia de ella, usualmente era más cariñosa con el hombre que le dio la vida y la educó con tanta dedicación, incluso si estaba en presencia de sus consejeros.
—Veo que quieres decirme algo.
Hanabi sonrió sin mirarlo. Su padre y ella tenían una conexión verdaderamente fuerte.
—He realizado tus labores durante tu ausencia sin error alguno. Y me quedé en la mansión sin objetar, aun si quería viajar a tu lado al extranjero y aprender más de ti…
—No estás lista aún.
—Pero papá…
—Hablaremos de esto durante la cena.
Hanabi se retiró luego de una reverencia. Caminó hasta su habitación, a su paso saludó a unos cuantos sirvientes, pero al llegar a su puerta simplemente pasó de largo. Llegó con prisa hasta el jardín interior como si supiera que, si no actuaba rápido, no iría a hacer absolutamente nada, y asistiría a la cena como todas las otras noches, intentando explicarse en vano que ya era una adulta y que podía ser una más del Clan, no una reproductora más de su linaje. Su gran miedo era contraer matrimonio con un aburrido hombre de sus mismas características solo para que sus técnicas se preservaran. Su hermana ya había obtenido el permiso de casarse fuera de la familia, ella no correría la misma suerte. Había nacido con el privilegio de ser una prodigio como su primo, pero su excelencia se perdía al quedarse encerrada dentro de la mansión de su padre.
Frente a la puerta del almacén se mordió el labio inferior, la ventana del interior daba a un pequeño patio del servicio y luego aparecía el frondoso bosque sin senderos, donde unos días atrás había encontrado a Aburame recolectando escarabajos. Aquel beso solo había sido un intento desesperado de sentir un poco de libertad, de haber encontrado a Kiba lo hubiese hecho de igual forma.
Entró al almacén, se trepó a la ventana, cruzó el patio y corrió por los senderos inexistentes del bosque virgen que ella misma había memorizado. Corrió y decidió sobre la marcha simplemente huir, regresaría en unas cuantas semanas de exilio. Iría al País del Viento, del Rayo, donde fuese, quería ver cómo era este nuevo mundo de paz al que no había tenido oportunidad de conocer aún. Mucha gente escapaba de noche por las puertas de la Muralla, o algunas grietas de batallas pasadas que no habían reparado, al menos eso decían las historias que las sirvientas comentaban a propósito de la desaparición del desertor su padre fue a dar caza.
Hanabi tuvo detenerse al aparecer un hombre del Clan frente a ella, en el punto en que el bosque se convertía en carretera para descender a la aldea.
—¡Tokuma!
—No pensé que lo harías, pequeña.
—¿Qué haces aquí?
—Tu padre me encomendó mantenerte vigilada día y noche —le explicó con una sonrisa en los labios, él era uno de los más experimentados y apreciados dentro del Clan—. Es una lástima, por aquella orden no pude despedirme de mi novia.
—Lo siento mucho —le respondió irónicamente.
Temari había alcanzado a conocer al viejo Shikaku, había compartido un par de cenas en su hogar. Él había intentado decir alguna que otra humorada que concernía a la diferencia de ambos géneros, pero a diferencia de todos los comensales ahí presentes, a la mujer de la arena no le había terminado de gustar. Él jamás osó a decir algo de las mujeres enfrente de ella. De haber sabido su triste y honorario final en la guerra, habría intentado ser más permisiva con el viejo. Solo un poco. En la Arena las mujeres podían ser tan fieras como cualquier hombre, y a todos por igual, hombres y mujeres, se les entrenaba para no llorar cuando un compañero perdía la vida en batalla. Y precisamente fue lo primero que notó en su futuro marido, ya que él había llorado frente a ella y a su padre. Ella agradecía hasta ese día que Rasa jamás la hubiese visto sus emociones tan comprometidas, él no era un buen hombre. Al menos Shikaku sí quería a su hijo.
Si ella pudiese haber visto a su hermano menor como lo veía ahora durante su niñez, las cosas habrían sido mejores para el pelirrojo. La primera vez que Nara la vio llorar fue de rabia contra Rasa.
—Shikamaru —amenazó su suegra luego de escucharle algo terrible salírsele de la boca, como habría hecho su marido si estuviese vivo—. Cállate, ella es lo mejor que te ha pasado —le susurró a su hijo cuando pensó que la chica del desierto estaba distraída en el patio interior de la residencia Nara. Temari solía salir luego de la cena para disfrutar de aquellas extrañas noches frescas y húmedas en soledad. Por mucho que le pareciera grata esa vida familiar, luego de unas horas se le agotaban las ganas de seguir compartiendo con su futura familia y se preguntaba si alguna vez dejaría de sentirse extranjera en la aldea que la recibió con los brazos abiertos luego de la guerra. Ella podía imaginarse fácilmente junto a Nara en una casa familiar en ese país, aún si en soledad ellos apenas hablaran entre sí. Nunca habían tenido la necesidad si podían entenderse sin palabras. Hasta quería renunciar a su posición como hija de Rasa para tener un vástago con el hombre perezoso, así podría hacer bien el trabajo y poder mirar al suelo donde probablemente el viejo estaría quemándose en el infierno y decirle: «así es cómo se hace, perra».
Ya nada le importaba, la guerra ya había pasado. Sus hermanos podrían arreglárselas con el consejo de ancianos de mierda. La política de herencia y conservación de poderío ya estaban caducadas en tiempos de paz. La única que parecía entenderla en todo ese embrollo era la novia de Chōji, Karui; por lo que siempre era bueno cuando ambas coincidían en la Hoja.
—Solo hazlo —le dijo Kankurō cuando les informó a sus hermanos de sus intenciones con Nara, hace ya varios meses atrás, ya que prefería una vida tranquila luego de una vida llena de batallas y traiciones, y terminar con un vacío luego de la guerra—. Con Gaara nos cargamos a los ancianos de mierda.
La chica de la Arena sabía que en sus hermanos menores y Baki había encontrado con años de tardanza la familia que siempre había añorado desde que su madre había muerto. Sin embargo, estaba esa figura materna que aún faltaba con la que podría sentirse identificada y contenida.
—Temari —llamó su prometido desde la puerta—. Mamá pregunta si quieres tomar té.
—Sí, gracias.
Yamanaka Ino iba en silencio dentro del carromato enorme que los llevaría entre las montañas desiertas y más allá, pero no menos divertida. En el desierto ya había caído la noche hace horas, por lo que habían decidido hacer turnos y en ese momento a Hana y a Tenten se les había permitido dormir por cuatro horas. Ver cómo su acompañante de turno era como un libro abierto era lo que la divertía. Hablaron de Kiba, recordaron algunas juergas pasadas y hablaron de la hermana de él. Por mucho que Ino intentara acercársele a la rubia ceniza, era como si un enorme muro las distanciara. Y para que ella pudiera llamarla su amiga al estar comprometida en matrimonio con uno de sus grandes amigos, primero tenía que entenderla y luego sabría como aproximársele. Temari era completamente distinta a su hermano Kankurō.
—Aún hay personas de la arena que no les gusta la alianza, hay otras que odian el hecho que durante la invasión hayamos perdido. Odian también que mi hermana esté comprometida en matrimonio con Nara. Es por eso de que el Consejo de Ancianos trató de casar a uno de los hijos de Rasa con la hija del terrateniente para apaciguar las tensiones, pero eso no llegó a concretarse. Dicen que mi hermana será la que dé a luz al nieto o nieta de Rasa y esparcirá el linaje de mi padre en otra aldea, algo considerado como alta traición para las tribus del desierto.
—Me alegra no haberme comprometido con la causa «una rubia por otra rubia» —murmuró Ino—. Se quedarían con mis técnicas —repuso la rubia con un golpecito en el brazo del marionetista, no parecía ser un tema fácil de llevar. A Kankurō no le habría importado que la rubia les heredara tales técnicas dentro de la Arena, pero no lo iría a comentar ya que eso significaría un sinfín de burlas coquetas por parte de la rubia. Ino lo miró como si hubiese entendido sus pensamientos, él se asustó—. ¿Entonces te casarás?
—Espero que no —le dijo él como si dejara un mal sabor en la boca hablar de matrimonio—. Estoy cómodo como el jefe de mi división.
La rubia era una gran detectora de mentiras, pero no ahondó en el tema.
—Oye, Kankurō —le dijo suavemente para no alertar a sus compañeras, no las quería de testigos ante su descubrimiento—. ¿Cómo sabrá Tenten que te gusta?
—¿De qué hablas?
—Soy seductora, sé que te gusta por cómo la miras. No puedes engañarme —rió ella.
—No me gusta —replicó disgustado—. Ni siquiera me habla.
—Es que ella tiene novio —le respondió y el marionetista sintió que volvió al mercado y la vieja asquerosa que le había leído los ojos con su misteriosa oculomancia—, le costó mucho encontrar a Tokuma. Es igual a Neji, ¿sabes? Estuvo obsesionada con encontrarlo por meses. Se la pasaba patrullando en la Muralla, donde lo conoció… Por eso nunca quiso acompañarnos a Kiba y a mí a la taberna. Es raro como las cosas funcionan, quizás ya la habrías besado en la Hoja hace meses y ella ya sería una diplomática en la Arena como lo fue tu hermana de no obsesionarse con Tokuma.
Así que debía pelear contra ese tal Tokuma. No, no debía involucrarse más con la Hoja, el Consejo de viejos asquerosos no irían a mantenerse callados si él y Tenten… No, era típico de él adelantarse demasiado a los hechos y ni siquiera sabía si a la Maestra de Armas gustase de él siquiera. La miró dormir de reojo, era demasiado hermosa como para que nadie la quisiera. Tokuma debió ceder ante sus encantos hace meses.
—Te dije… —dijo Ino, pero el marionetista no terminó de escuchar la frase. Cuando la volteó a ver, ella parecía haber quedado suspendida en el tiempo.
—¿Rubia? —le preguntó, pero ella no respondió—. ¿Rubia?
—… que te gustaba —rió Ino como si nada hubiese pasado.
—¿Qué mierda te pasa?
—¿Tienes que ser tan tosco? —replicó alarmada.
—Te ausentaste —explicó con las manos en sus hombros, la mirada de Kankurō la preocupó. Conque había ocurrido otra vez.
—No le digas a nadie, por favor. Lo voy a solucionar.
HOLA, manden reviews si quieren contiplz rápidamente. Una idea. Alguien dijo GaaIno, en su momento también me gustó, veremos cómo se escribe esta historia. Por otro lado, me gusta la relación de amistad de Kank e Ino, creo que ellos con Kiba podrían ser grandes amigos porque con mi hermana y lectora promedio los vemos coquetos y fiesteros *mitologías de hermanas*. Me gusta usar a un nadie como lo es Tokuma jaja solo usé Google cuando decidí que Tenten tendría otro Hyuuga porque no podía superar y encontré su nombre. Jijiji.
Se me acaba la bateria, adios mundo cruel.
