Empecé a publicar esta historia en AO3, pero no entiendo la plataforma. Soy una señora.

Soundtrack: I am hers, She is mine de GoT


Saudade

por Syb

Capítulo VII: La Conspiración


Namida Suzume se arrebujó en su cobija con el cigarro entre los labios, como todas las mañanas decidió esperar en la terraza por algún había indicio de la chica rubia, usualmente se acercaba con una excusa por su tardanza y le ofrecía un ramo de alguna flor exótica. Sin embargo, como todos los días de toda esa semana, solo personas comunes y corrientes desfilaron por la calle. La maestra de Artes Femeninas frunció la boca alrededor del cigarro y se inclinó para encenderlo, pensando que mandaría a Raidō esa tarde al mercado a comprar algunas hierbas para conciliar el sueño; sabía que ya no podría soportar pasar una nueva noche en vela. Debía estar lista: en vez de Yamanaka Ino, la segunda hija de Hiashi se había aparecido frente a su terraza el día anterior, y eso solo significaba que él vendría a verla también. Suzume estaba harta de los señores y sus finas castas, con cada año que sumaba a su arruga en el entrecejo, disminuían sus ganas de disimular su hastío frente a ellos.

Raidō salió de la casona en silencio y Suzume supo que era el momento.

—Namida Suzume —empezó el viejo, detrás de él había un séquito de hombres con las mismas características que él—. Me han dicho que mi hija está aquí.

—Sí, vino ayer a decirme que quería aprender de mí —indicó sin molestarse en mostrarle respeto alguno, ya que siguió sentada envuelta con su cobija y el cigarro entre los labios. Raidō era el que lo hacía por ella, ya que seguía respetando las costumbres antiguas—. Le dije que lo pensaría, ya que debes estar de acuerdo, pero ella insistió. Volvió esta mañana exigiendo lo mismo. Es una chica testaruda, me pregunto de quién habrá sacado eso.

—¿Dónde está? —preguntó impaciente.

—Adentro, en la biblioteca —le dijo sin darle importancia—. Debe leer mucho antes de…

—Tráela —la interrumpió cuando no quiso seguir escuchando a la maestra.

—Puedes verla cuando termine —le indicó y le dio una calada larga a su cigarro—. Puedo ofrecerte una taza de té para esperarla, si gustas.

—Tráiganla —resolvió entonces, mirando a sus hombres de soslayo, cansado del parloteo de la maestra y su poca cooperación.

—Esta es mi casa y esperarás si te digo que debes esperar —dijo entonces, levantándose finalmente de su asiento, harta del señor y sus modales. Aclaró la garganta y miró a Raidō para sonreírle como pudo, él era al único que le debía explicaciones. Era extraño cómo los hombres se aferraban a las antiguas costumbres. El hombre casi no se inmutó frente al señor—. Perdóname, mi amor. —Abrió la puerta de la casona y decidió mirar de soslayo por última vez al señor—. Traeré a Tokuma, seguro que él sí querrá hablar contigo.


Karui observaba atentamente a la mujer extranjera. Shizune era médica, además de una talentosa usuaria de veneno, por lo que era fascinante verla tragar con los ojos los antiguos y aburridos libros de medicina de la biblioteca; aún si tenía entendido que ella estaba de vacaciones visitando su país. Si ella se iba de vacaciones, lo que menos haría sería meter su nariz en un polvoriento libro escrito hace un millón de años atrás, por algún hombrecillo que aún creía en pociones mágicas. Ella se había ofrecido llevarla porque, de todas formas, todas las noches cenaban junto a ella y Genma. Entendía que para su novio fuese grato cenar con un hombre al que su padre había formado de niño, el capitán de la aguja era divertido y tenía una personalidad atrayente; pero no lograba entender qué era lo que los unía, al ser ella tan estudiosa y aburrida. Según le había contado Chōji, sin mucho detalle claro, cuando jóvenes habían sido novios; pero que la vida y la guerra los había terminado por separar. Ahora que no había guerra, podían volver a estar juntos y, por ello, ella había venido desde tan lejos a verlo y se pasaba la tarde esperándolo, leyendo libros.

—¿Terminaste? —le dijo mirando el reloj que había dentro de la biblioteca medicinal. Todavía quedaba tiempo para que a su novio le diera hambre otra vez.

—En un segundo —le dijo la médica—. Acá hay tantas plantas medicinales que no sabía que existían.

—Claro, eres del País del Fuego —indicó arisca. Cuando volvió a mirar a la morena, notó que, a pesar de verse extasiada por todos esos libros mohosos y mugrientos, se veía incómoda. Quizás desde antes de llegar a la biblioteca, o quizás desde antes de que fuese por ella al hotel donde se hospedaba—. ¿Te sientes bien?

—Es el calor y la altura, aún no logro acostumbrarme —explicó un tanto apenada.

—Deja ese libro asqueroso, mujer. Iremos de compras —le informó—. Estás muy cubierta, te hará bien mostrar un poco de piel. Sé que a Genma le agradará y en un tiempo te agradará a ti también.

Shizune decidió no discutirle a la chica, además de que, si le servía para capear el calor, era bienvenida aquella ayuda. Normalmente dormía con las ventanas abiertas, pero el calor húmedo la envolvía en una sensación incómoda y sofocante; eso sí, de día la sensación era mucho peor. Llegó a sentir que se desmayaría si pasaba mucho tiempo expuesta al sol.

Una hora más tarde, se dirigieron al lugar de comida que Chōji había elegido ese día, y apenas vio al hombre castaño notar su atuendo distinto quiso bajar su mirada, un tanto avergonzada. Era sabido que Shiranui Genma amaba aquella aldea extranjera y que se había adaptado a la perfección a la cultura y, verla disfrazada como una local, le pareció intrigante. Shizune no sabía si lograría lucir ese atuendo disparejo, en el que una de las mangas no existía; según Karui era lo que utilizaban las médicas en el País del Rayo, según Shizune era un intento desesperado de la piel morena de que ella dejara de ser tan cuadrada.

—De nada, Genma —le dijo la joven y caminó directo hacia la entrada donde el regordete la esperaba—. Hoy compras tú.

Genma no intentó esconder la sonrisa que se le dibujó en los labios y ella lo instó a que no dijese nada para poder entrar al bendito lugar de comida de una vez. Todavía no se acostumbraba a vivir su romance tan abiertamente como lo hacían allá, lejos de su propia aldea.

—¿Se quedará toda la temporada, señorita Shizune? —preguntó cordialmente Chōji apenas la mesera se fue con la orden.

—Claro que lo hará —respondió Karui con una sonrisa picarona—. Pasa tanto tiempo en la biblioteca medicinal que le darán la jefatura en el hospital en poco tiempo —bromeó—. Además, ya tiene ropa adecuada para vivir aquí.

—Aún no lo tengo claro.

—Eso es porque no te quieres ir —dijo Genma. Shizune se encogió de hombros, era un libro abierto; aún no entendía por qué se había demorado tanto tiempo en sacar su maleta del armario. Fue entonces que Genma empezó a buscar en los bolsillos de la chaqueta—. Lo que me recuerda, Shizune: te llegó una carta de la Hoja.

—¿Suzume? —preguntó ella, él negó con la cabeza—. Qué extraño, ¿quién podrá ser?

—Espero que no sea un novio —rió Karui—. Le romperías el corazón a Genma.

La médica leyó el nombre del remitente: Yakushi Kabuto.

—¿Y bien?

—Es trabajo —dijo, hubiese querido no haberse comprometido con una botica antes de volver a encontrarse con Genma, pero su personalidad precavida le había aconsejado tener algo a donde volver en caso de que todo lo que tenía con Genma hubiese estado más que muerto al momento de pisar el País del Rayo. No siendo el caso, Shizune supo que le debía una explicación al hombre del por qué ella estaba involucrada laboralmente con aquella serpiente traidora. Genma había sido parte de las personas que no había lidiado bien con los indultos que le habían dado a casi todo el mundo luego de la guerra; por lo que decidió autoexiliarse. Primero habían perdonado a Baki luego de asesinar a Hayate y ahora tipos como Kabuto, quien por mucho tiempo había sido un enemigo activo, podía recorrer las calles como si nada hubiese pasado—. Iba a abrir una botica medicinal y él iba a ayudarme. Es todo.

—¡No es momento de trabajar, Shizune! —dijo Karui al mismo tiempo que la mesera traía los aperitivos.


Hanabi leyó hasta que la vista se le agotó. Su mente estaba llena de historias de mujeres tan seductoras que consiguieron una infinidad de logros con solo aparecerse en la habitación, normalmente su mirada bastaba para que un hombre se deshiciera en sus encantos y le jurara amor eterno. La joven se sintió extrañamente curiosa ante tales habilidades, las cuales solo se les enseñaba a chicas comunes ya que no venían heredadas por sangre, por lo que tenía sentido que la chica del servicio, sin técnicas heredadas, pudiese ir sin problemas a la academia de Suzume. Nunca imaginó que fuese capaz de usar sus ojos de otra forma que su padre le había enseñado durante años. Y se preguntó más de una vez si Kiba podría ceder ante dichas habilidades. Hanabi aún no entendía cuál era la fascinación que tenía por ese perro, pero algo en ella le decía que venía desde su ego dañado. Sin embargo, decidió que había sido suficiente y debía dormir.

La puerta estaba entreabierta y parecía Tokuma no estaba cerca, seguramente había salido a la terraza como varias veces hizo durante la tarde para aclarar su mente atormentada. Ya había atardecido y, por la luz encendida en la cocina, la maestra y su compañero debían estar preparándose para la cena.

—Puedo ir y verificar el terreno —oyó al guardaespaldas murmurar—. Volveré antes de que amanezca.

—No, si ella te ve, sabrá que no confías en que pueda terminar una misión sola.

—Ya debería haber vuelto —replicó Raidō, esperando que entendiese que su urgencia no significaba falta de confianza.

—Lo sé —murmuró pensativa con sus dedos sobre sus labios como si intentara retener por un rato sus pensamientos más oscuros—. Aún pienso que es un poco precipitado, sé que ella es capaz de hacer cosas grandiosas. —Pero estaba ese detalle emocional que podía nublarla. Suzume se preguntó si había sido inteligente ocultarle sus aprensiones a Raidō.

Hanabi no resistió más su curiosidad y abrió sonoramente la puerta para anunciar su salida de la biblioteca.

—¿Su hija no ha vuelto de una misión?

—Hanabi, ¿terminaste lo que te di? —dijo acomodándose los anteojos sobre el tabique de la nariz, tratando de mantener una postura menos vulnerable.

—Casi…, creo que me llevaré la última lección a la cama —respondió diligente, pero su curiosidad no aún estaba satisfecha—. ¿Es la misión de la frontera?

—¿Qué te hace decir eso, niña? —graznó la maestra.

—Tokuma —empezó, mientras miraba a través de la ventana que daba a la terraza donde se podía ver claramente a su guardián intranquilo—. Me dijeron que su novia fue a la frontera, pero no ha habido noticias de ella en días. Solo asumí que se trataba del mismo escuadrón. Sé que antes era normal que equipos se retrasaran o quizás no volvieran, pero es extraño en tiempos de paz, así que creo entender la preocupación de los tres —dijo con una sonrisa—. Puedo ayudarlos.

—Eres insolente, niña —opinó Suzume—. Serás una buena señora en tu Clan, quizás mejor que tu padre... —Suzume tomó una pausa, luego de ver brevemente en los ojos de su compañero—. Ahora, habla: ¿cómo crees que puedes ayudarnos?

—Me gusta escapar, mi padre lo sabe —dijo Hanabi—, y Tokuma debe vigilarme día y noche. Podemos ir esta noche y volver antes del amanecer, verificaremos el terreno y, si algo, Tokuma quedará como el que no confía en su novia. Yo podré ver cómo es este nuevo mundo de paz y ustedes podrán saber dónde está su hija —indicó con una sonrisa—. Además, nuestros ojos serán de mayor ayuda, dadas las circunstancias.


Un cuervo entró en la habitación por la ventana y se posó en el respaldo de una silla para lanzar un graznido ruidoso. Tenten se sobresaltó y miró por sobre su hombro para ver al pájaro. Kankurō seguía en el primer piso de la posada, bebiendo con la gente del desierto como si quisiera sacar más información; mientras que ella hacía uso de la jarra de agua que había en la habitación para refrescarse un poco del calor del desierto. El cuervo volvió a graznar y Tenten finalmente se levantó para atender su llamado. Vio que en una de las patas había un mensaje enrollado y ella lo desató con curiosidad.

—Kankurō está abajo —le explicó al cuervo entre murmullos—. Se hizo amigo de la posadera y nos consiguió esta habitación para pasar la noche a cambio de llevar a uno de sus hijos a la justicia de las tribus, aparentemente el castigo acá es amarrarte en el desierto y dejar que te seques de día y te congeles de noche... —Tenten leyó en silencio el mensaje que desenrolló del pie del animal—. Le han dicho que nuestro hombre estará en el Consejo de las Tribus. Iremos hacia allá esta noche —le aseguró—. Debes estar preparada.

Tenten oyó las pisadas de Kankurō subiendo las escaleras y el cuervo graznó una vez más antes de emprender vuelo nuevamente. El hombre tocó tres veces la puerta antes de entrar a la habitación que compartiría esa noche con su supuesta hermana. La Maestra de Armas se sorprendió al verlo con un corte sobre la ceja y un hilo de sangre abundante correr libremente hacia su mentón: creía que solo estaba abajo con la posadera bebiendo vino dulce y conspirando contra el hijo mayor de esta, pero al parecer ya había saldado la deuda.

—¿Terminaste? —le preguntó, refiriéndose a la jarra de agua que estaba dispuesta para asearse, Tenten solo afirmó con la cabeza y lo vio verter más agua al receptáculo para limpiarse la herida—. La habitación está pagada —dijo con una sonrisa—. Tenemos unas cuantas horas para descansar antes de que el consejo empiece. Puedes tomar la cama, si quieres.

Tenten no respondió y se asomó por la ventana para ver si seguía el guardia apostado frente a la posada. Camino a la Casa del Té, notaron que el hombrecillo de la rampa había dejado su puesto y había empezado a tomar exactamente la misma dirección. Decidieron improvisar luego de caminar en círculos y confirmar que el hombre jamás había dejado de desconfiar de Kuro y su hermana.

—¿Encontraste una salida?

—La posadera me habló de un pasadizo bajo las cocinas, da directo hacia la calle principal. Este lugar realmente es un nido de serpientes —dijo él mientras secaba su rostro con el trapo—. Él nunca sabrá que nos fuimos —le dijo anecdóticamente—. ¿Alguna noticia de Ino?

—Hay una salida en la muralla oeste —le comentó mientras le extendía el mensaje que había traído el cuervo, pero el hombre solo hizo un gesto con la mano, dándole a entender que confiaba en ella. El plan no contemplaba aún sacar a su marioneta del búnker por lo que el hombre se mantuvo callado, buscando una solución a ese problema en su mente—. Ella y Hana esperarán hasta media noche; si nos retrasamos, vendrán por nosotros. —Kankurō asintió con la cabeza y se vio el corte en el pequeño espejo que complementaba la precaria jarra con agua y su trapo sucio. Tenten decidió que era mejor dejar de mirarlo y acercarse a la ventana para vigilar al guardia. Quiso decirle algo más, quería poder hablarle como la rubia lo hacía, pero no se sentía capaz. Había algo en su mirada que la hacía querer apartarse y cambiar de tema: él era un hombre del desierto, había nacido en una tierra infértil e inhóspita; donde las prácticas como cortar lenguas que parecían sacadas de las historias de terror de los niños se hacían realidad, pero Kankurō a pesar de verse y actuar de una forma ruda y amenazante, era demasiado gentil con ella y sus compañeras—. ¿Necesitas suturas?

—Creo que sí.

—¿Necesitas ayuda con eso? —se corrigió mientras veía cómo el hombrecillo bebía agua en la calle, solo para no mirarlo a la cara.

—Quizás —dijo él mirándola por el reflejo del espejo. Ella debía ser la chica extranjera que la vieja asquerosa le había dicho y, si había sido mentira, el sentirse atraído por extranjeros corría por sus venas. Los hijos de Rasa eran una desgracia para su linaje y la Ciudadela de las Tribus tenía razón en algo: serían la perdición de su aldea si seguían así—. Sí.

Tenten se levantó del alfeizar de la ventana cabizbaja para buscar en uno de sus bolsillos los implementos de sutura, dentro de su equipo principal abundaban las heridas y cortes de todo tipo por el tipo de pelea que usaban, pero jamás había habido un médico para cerrar aquellas heridas, por lo que la mujer estaba acostumbrada a tratar las heridas de la forma antigua. De haber estado la rubia, o incluso Hana, habrían podido usar técnicas más sofisticadas que ella.

Kankurō se sentó en la cama al verla llegar, tan dócil como ella nunca lo había visto. La mujer sintió cómo se le aceleró el corazón y sonrió como pudo para enfocarse en cerrar el corte profundo que hombre del desierto tenía en la frente. Atravesó con cuidado la piel con la aguja, a lo que el marionetista ni se inmutó, o al menos eso le pareció. Notó que su respiración estaba acelerada al igual que la de ella y trataba de normalizarla cerrando sus ojos. Tenten aprovechó ese momento de intimidad para ver su pecho subir y bajar con cada sutura que daba. Sus manos se veían grandes apoyadas sobre sus piernas, eran incluso más grandes que las manos delicadas de Tokuma; pero ella sabía que podían ser delicadas, como cuando la reconfortó allá en la rampa, y aun así podía usarlas para romperle la cara a alguien con sus nudillos. Era exactamente lo mismo con su personalidad: podía ser rudo y tosco, y de su boca podían salir atrocidades, pero también podía callarse para escucharla atentamente lo que tenían que decirle.

Le dio la última puntada a la sutura y él cubrió su mano con la de él en un impulso.

—Gracias —dijo él y ella se apartó tan rápido como pudo, no podía dejar de pensar en la vidente y lo que decía de aquel hombre extranjero que le robaría el corazón.

—No hay de qué.

—Descansa, será una noche dura —resolvió—. Estaré abajo.


Amo el KakuTen, él es tauro y ella piscis. No tengo mucho que decir, amo que Ino tenga unos padres postizos. Amo que Hanabi y Tokuma al parecer irán a la frontera a ver qué pasó en la Casa del Té. También amo mucho que Kankuro no necesite ver ningun mensaje escrito porque confía en Tenten. Se aman. Y ¿pensaron que me olvidé de Shizune y su ayudante serpiento? Pues ño señor.

Me emociona lo que vendrá,

Señora Syb.