Veinticuatro: Intrusiones.

Entre una cosa y otra, llegó y corrió el mes de octubre en Hogwarts. Los alumnos de primer año lentamente se acostumbraron a la actividad del colegio, mientras que los de grados superiores recordaban las cosas que habían extrañado durante sus vacaciones. El fin de octubre se fue acercando y con él, Halloween. Todos estaban entusiasmados por esa fecha, pero Henry no tanto. Les explicó que él no solía celebrarla, pues al ser su madre extranjera, en su casa se tomaba más en cuenta los primeros días de noviembre, que para ella eran el equivalente del treinta y uno de octubre. Hally le preguntó, la semana precedente a Halloween, qué celebraba su madre en esas fechas.

—El primero de noviembre es el día de Todos los Santos —respondió Henry, encogiéndose de hombros —Eso sí lo saben. Aparte, el día dos es el día de Muertos y normalmente, ese día vamos al cementerio a visitar la tumba de mi papá. Nos quedamos ahí un rato, charlamos sobre las cosas que le gustaban y luego nos vamos. En el país de mi mamá esta fecha se la toman muy en serio. Deberían ver todo lo que hacen.

—¿Tú lo has visto? —quiso saber Rose.

—No en persona, pero mi mamá me ha mostrado fotografías de las fiestas que suelen hacer en su país. Son de verdad asombrosas.

Estaban en la sala común de Gryffindor, luego de uno de los tres entrenamientos semanales que tenían con el equipo de quidditch. Tenían las mejores butacas para ellos, pues se valieron de que los demás de su casa estaban ocupados cenando para ir a descansar y adelantar sus tareas para la reunión del fin de semana de la Orden. En ese momento, Dean entró por el hueco del retrato acompañado por Janice Edmond, su compañera de curso. Comentaban la próxima visita a Hogsmeade, el pueblo cercano al colegio, que sería justo antes de Halloween. Las visitas al pueblo eran exclusivamente para los alumnos de tercer curso en adelante, por lo que Hally, Rose y Henry no le prestaron mayor atención a los cuchicheos de Dean y Janice. En la sala común de Ravenclaw, que era de lo más sencilla, limpia y elegante, Ryo se entretenía con un libro, pues esperaba que su hermana volviera de la cena. Ya le había dicho la verdad acerca de su relación con John Weasley, pero tenía qué avisarle que su lechuza Ming acababa de traerle una carta. Mary Ann Alcott y sus amigas Marianne Bridge y Karen Tate, volvieron en ese momento de la cena y se reían al parecer de un chiste que acababan de oír. En la sala común de Hufflepuff, Amy contemplaba las ilustraciones de un libro titulado Los mejores magos y brujas del siglo XX al tiempo que se divertía con el hecho de que su hermano Harold trataba de que una chica de largo cabello negro y ojos grises aceptara ir con él a Hogsmeade. Y en la sala común de Slytherin, Danielle se había apartado un minuto de Sunny y Walter, que estaban atareados con una redacción de Pociones, para acercarse a su hermano.

—Pat¿puedo preguntarte algo?

Patrick dejó la redacción que escribía para la asignatura de Estudios Muggles (que llevaba por título Aplicación de la Psicología muggle para la solución de conflictos mágicos) y la miró.

—Sí, claro.

—¿Le has dicho a nuestros padres quiénes son mis amigos?

—No —respondió el rubio, regresando la vista a su escrito —No quiero suicidarme —agregó, en son de broma —Ya sabes que no me toman muy en serio, Danny, sobre todo desde que supieron que escogí materias optativas como ésta —le mostró brevemente la redacción que elaboraba —Sé que ésa es la razón por la que no me compraron una escoba nueva. Además, no eres la única. Desde hace tiempo quería comentarte una cosa¿podemos salir?

Danielle asintió.

—Vuelvo en un rato, Will —oyó Danielle que le decía su hermano a Bluepool, el chico con quien compartía la mesa de trabajo, al ponerse de pie.

William asintió distraídamente, pues estaba ocupado con un mapa astrológico para la materia de Adivinación, y Patrick salió de la sala común, seguido por su hermana. Danielle estaba de verdad intrigada y esperaba que su hermano mayor no fuera a hacerle una broma.

—Sólo quiero agradecerte lo que me aconsejaste el otro día —empezó Patrick —Lo de disculparme y todo eso. Me sirvió de mucho.

—Tenías que disculparte con alguien¿verdad? —quiso saber Danielle.

—Sí, tenía qué hacerlo —Patrick sonrió —Y me fue bien, porque hice lo que me dijiste: le demostré que hablaba en serio. Y me creyó. Por eso te debo una y no le diré a papá y a mamá sobre tus amigos. Sé cómo se pondrían. Con eso de que odian a los Potter y a los Weasley desde que iban al colegio... Y ellos también detestan a papá y a mamá.

—Sí, Hally y Rose me contaron algo —Danielle puso un semblante triste —Pero a ellas no les dicen nada por ser mis amigas¿tú porqué crees que sea, Pat?

—Quizá porque sus padres son más listos que los nuestros —Patrick rió —Pero no estoy seguro. ¡Ah, se me olvidaba! El próximo fin de semana es la excursión a Hogsmeade¿quieres que te traiga algo?

Danielle lo pensó por un momento.

—¿Podrías traerme muchas de esas plumas de azúcar que venden en esa tienda de dulces, Honeydukes? Le prometí a Sunny que te preguntaría si podías conseguirnos algunas, luego de que Rose le contó de ellas. Serán un buen bocadillo para las reuniones de la Orden.

—¿Qué Orden? —se extrañó Patrick.

—Olvídalo, no te interesará —dijo Danielle, cambiando el tema. Ella y sus amigos habían acordado no decir nada sobre su grupo, para no provocar más insultos contra ninguno de los miembros —Pero Pat¿porqué quieres traerme algo?

—Porque recuerdo que no te di nada en tu cumpleaños —Patrick sonrió tristemente.

Danielle asintió, comprendiendo que su hermano quería cambiar, aunque no le interesaba mucho el motivo. Le agradaba esa faceta nueva del muchacho y esperaba que se quedara así.

—Volvamos a la sala común —dijo Patrick entonces —Tengo que terminar esa redacción de Estudios Muggles para mañana.

Y caminando animadamente, ambos Malfoy volvieron a la sala común de Slytherin.


En un enorme pastizal cercano a Hogsmeade, un hombre caminaba lentamente, escondiendo su moreno semblante en la alta hierba. Sujetaba una varita en una mano, mientras que con la otra, sostenía una botella con un líquido de aspecto asqueroso y verdoso. Quería detenerse, pero se acercaba la noche y tenía que llegar al pueblo, que según sus investigaciones, era el único pueblo totalmente no muggle de toda Gran Bretaña. Necesitaba descanso, pero no podía permitírselo. Menos después de la entrevista con el hombre que la hacía de su jefe, que había acontecido a principios del mes.

—No quiero que vuelvas a fallar —le había dicho un hombre alto y muy delgado, con una túnica negra fina y elegante cuya capucha le cubría el rostro —Si esas dos hablan, Weasley podrá volver sin temor y atestiguar que yo fui quien mató a su hermano. No me conviene que eso se sepa y lo sabes. Además, si me atraparan, caerías conmigo. Te lo advierto.

El hombre se repetía esas palabras constantemente, al divisar por vez primera el pueblo de Hogsmeade. Se adentró en él por los callejones más solitarios, llegó al primer bar que encontró, Cabeza de Puerco, y solicitó informes acerca de dónde podría encontrar albergue. El tabernero, viejo, medio calvo y sin algunos dientes, le indicó una posada que estaba al otro lado del pueblo, de nombre El Aquelarre, donde seguramente obtendría un techo dónde dormir. El hombre también preguntó si el otro lado del pueblo era el más cercano al colegio de magia y hechicería Hogwarts y el tabernero le respondió que sí, que de hecho la posada estaba sobre el camino que los alumnos usaban para visitar el pueblo y luego de oír esa respuesta, el tipo sonrió y sacó su varita. Le apuntó al tabernero, murmuró una palabra y el viejo tras la barra se quedó con una expresión incierta, como embobado, lo que aprovechó el otro para salir de allí sin que nadie se diera cuenta. Sabía que con el hechizo desmemorizante que le había hecho a aquel tipo, nadie sabría que estaba allí, sobre todo porque el bar estaba vacío cuando llegó.

Lo que no pudo saber es que al salir, una persona en una mesa del rincón más oscuro del lugar se movió y se libró de una capa plateada que lo cubría. Esa persona, de cabello rojo intenso, rostro pecoso e inocente y mirada azulada y penetrante, tenía meses siguiendo a aquel hombre misterioso por todas partes. No le había sido fácil, pero ahora lo tenía bien localizado. El hombre vio que el tabernero volvía a la normalidad y se echó la capa plateada encima de nuevo, para no ser descubierto. Aprovechó cuando un par de magos del pueblo, parroquianos habituales, abrieron la puerta del bar para salir él. Ya afuera, se quitó la capa, la dobló y se la llevó en un brazo calle arriba, como si fuera al colegio Hogwarts. Iría a El Aquelarre a conseguir una habitación, pues estaba seguro que esta vez, con ayuda de su amigo extranjero (el cual no tardaría en alcanzarlo en Hogsmeade) aquella persona no se le iba a escapar. De pronto, una pequeña lechuza color gris claro, con unas cuantas plumas blancas en el pecho, aterrizó bruscamente en su hombro.

—¿Y ahora qué? —se preguntó, desatando el pergamino que la lechuza tenía atado a una pata. El hombre pelirrojo observó al ave partir al tiempo que revisaba la carta, sorprendiéndose de que estuviera su nombre escrito en ella como destinatario —Vaya¿de quién será?

Abrió la misiva y se sorprendió con lo que se encontró. La caligrafía, redondeada aunque un poco extravagante, se veía a leguas que era de un niño de diez u once años. La leyó en el acto y al terminar, pudo esbozar una sonrisa de alegría como no lo hacía en años.

—Felicidades, Rosaline —musitó, al llegar a las puertas dobles de una casa de considerable tamaño, que encima ostentaban un letrero que decía El Aquelarre, bajo el cual se veía el dibujo de un caldero humeante rodeado de brujas con sombreros puntiagudos —Felicidades.

Entró, pidió una habitación y luego de que se la asignaron, dejó en ella su escaso equipaje y se recostó. Esperaba que cierta persona, su amigo extranjero, lo contactara pronto.


Llegó finalmente la celebración de Halloween, cosa que puso a los alumnos entusiasmados en extremo. Todos asistieron a clases el treinta y uno de octubre entre el aroma de numerosos platillos (la mayoría a base de calabaza) y rumores de lo más disparatados, los cuales no eran muy de fiar si se tomaba en cuenta que los decían los fantasmas de las cuatro casas. Los espíritus, de un brillante color blanco plateado, deambulaban por el colegio sin preocupación alguna, hablando de que la directora tenía algunas sorpresas para la fiesta de ese año, en la que se incluía la invitación de algunos magos famosos para que los acompañaran. A eso no podía darse el menor crédito, pero a Hally empezaban a afectarle los rumores, pues siendo su padre Harry Potter, le cuestionaban a cada momento (en el desayuno, en los pasillos, a la hora del almuerzo, incluso en los baños) si su padre iría de visita a Hogwarts.

—Si fuera a venir, lo sabría —contestaba siempre —Así que déjenme en paz.

Pero la respuesta no funcionaba del todo, porque seguían preguntándole. Así que, entre una cosa y otra, se alegró cuando llegó la hora del banquete, pues allí se sabría qué tan ciertos eran los chismes que divulgaban los fantasmas.

—¿Creen que los fantasmas hablaban en serio? —preguntó Rose, al ir al Gran Comedor para el banquete con Hally y Henry, luego de que dejaron sus cosas en la sala común —Porque yo no. Mis primos me han dicho que cuando se trata del Halloween, pueden decir lo que sea.

—¡Hola! —saludó Amy, al llegar al vestíbulo —¿Qué creen? Ryo y yo conseguimos una "S" en nuestras redacciones de Pociones. Se ve que la pasada reunión de la Orden nos ayudó mucho.

—Eso está bien —reconoció Henry —Nosotros sacamos lo mismo en nuestras redacciones.

—¡Chicos, hola! —Ryo acababa de hacer su aparición —Vi a los otros en la clase de Herbología de esta mañana. Nos fue de maravilla con las tareas. Creo que la Orden funciona.

Danielle, Sunny y Walter aparecieron en el Gran Comedor cuando el banquete estaba a punto de iniciar, ya que habían estado ocupados revisando las cosas que Patrick le había llevado a su hermana desde Hogsmeade. Las famosas plumas de azúcar, según Sunny, eran la mejor parte, porque estaban deliciosas, aunque admitía que las ranas de chocolate no se quedaban atrás. Se sentaron a la mesa de Slytherin en su rincón habitual, junto con Patrick y William Bluepool. Los Slytherin's los veían con desagrado, pero habían tomado el acuerdo de no dirigirles la palabra mas que para lo indispensable, cosa que a Danielle, a su hermano y a sus amigos no parecía afectarles en absoluto.

—Oye, Danny, pásame las papas —pidió Patrick, al aparecer la comida —Se ven muy bien.

Danielle obedeció, al tiempo que en la mesa de Gryffindor, Hally y Rose hablaban sobre lo encantadora que parecía la fiesta. Henry veía a su alrededor con cierto interés, pero no se le escapó el detalle de que su madre no se encontraba en el lugar. De hecho, sabía que no estaba en el castillo, sino que había salido de emergencia a Londres. El niño tardaba en asimilar lo que su madre le había confesado semanas atrás, acerca de su familia y la muerte de su padre, y todavía no le cabía la cabeza que un pariente suyo fuera prácticamente un mercenario. Pero sabía que a quien más debía dolerle todo aquello era a su madre. Al menos ahora sabía porqué debía usar siempre un guante en la mano derecha y porqué había tomado muy en serio lo de cumplir la voluntad póstuma de su padre.

—Henry¿puede saberse qué te pasa? —Rose le sacudió un hombro con fuerza —Has estado muy callado últimamente. Desde que hablaste con tu madre hace dos semanas.

—Hablamos de algunos asuntos de familia —respondió Henry, evasivo —Sobre todo de lo que haremos el dos de noviembre. Tal vez podamos ir a Londres, a visitar la tumba de papá. No hay año en que no hayamos ido.

—Es como una tradición¿no? —dijo Hally entonces.

—Es una tradición del país de mi mamá —Henry se mostraba serio —Y como tal, yo la sigo.

—Es un buen motivo —reconoció Hally y se llevó a la boca su copa dorada, para tomar un sorbo de jugo de calabaza —Y no se discute.

Henry sonrió ante las palabras de Hally y siguió comiendo. En la mesa de Hufflepuff, Harold Macmillan se divertía de lo lindo con sus compañeros de curso, escandalizando a su hermana Amy, quien lo veía con el entrecejo fruncido mientras disfrutaba del estofado de res que se había servido. Y en la mesa de Ravenclaw, Ryo conversaba feliz con Edward Garrett y el mejor amigo de éste, Matthew Kent. Sun Mei, la hermana mayor de Ryo, trataba de centrar su atención en la conversación que sostenía con sus amigas, pero a cada rato sentía la mirada penetrante y nada agradable de uno de sus compañeros de curso de su casa, Jack Ripley. Era un chico alto, delgado y de cabello corto y castaño dorado. Era sumamente apuesto y sus ojos color miel hacía que varias de sus condiscípulas suspiraran a su paso. Las amigas de Sun Mei notaron las miradas y empezaron a murmurarle cosas.

—Sun Mei, le gustas a Jack —afirmó una joven de cabello rizado —¿Porqué lo ignoras?

—Porque sí, Melanie —respondió Sun Mei con firmeza —Sabes que estoy saliendo con alguien más. No podría hacer semejante cosa.

—Pero si John Weasley no le llega ni a los talones —afirmó una chica rubia de ojos castaños.

—Pues si tanto te gusta¿porqué no sales tú con él, Bianca? —riñó Sun Mei, comenzando a molestarse —A mí no me interesa, ya se los dije. Se los regalo.

Sun Mei se concentró en su plato, retirándole la palabra a sus supuestas amigas. Pasaron los minutos, en los cuales los alumnos disfrutaron el banquete como nunca. Hubo música, ofrecida por el club de Música y Coros de Hogwarts (fundado unos diez años atrás) y la gran sorpresa para concluir la celebración fue un espectáculo ofrecido por los fantasmas, en el cual hicieron un vuelo en formación excelente, el Barón Sanguinario y Nick Casi Decapitado, los fantasmas de Slytherin y Gryffindor respectivamente, discutieron ampliamente sobre la situación de Peeves, el poltergeist del castillo, frente a todo el colegio; tal discusión parecía más real que la que más (dado el hecho de que los otros fantasmas la miraban con desconcierto) y todo terminó con Nick revelando el porqué de su apodo a quienes aún no lo sabían. Cuando el banquete terminó, los alumnos salieron rumbo a sus salas comunes con la sensación de que había sido una buena fiesta. Los chicos hablaban animadamente de lo que habían visto, sobre todo los que primer año de familias muggles, y así hubieran seguido los de Gryffindor si al llegar frente al retrato de la Dama Gorda no hubieran encontrado el cuadro abierto y sin su ocupante. Se preguntaban quién podría haber hecho semejante cosa cuando John Weasley y una chica castaña y de tez clara llamaron al orden. La chica le murmuró unas palabras a John, quien asintió de inmediato, y luego la chica salió corriendo rumbo a los pisos inferiores.

—Daphne fue a avisarle al profesor Lupin del incidente —informó John —Prefectos, vengan aquí, por favor.

Dean, Janice y los otros prefectos de Gryffindor fueron hacia donde estaba John, con quien hablaron en voz baja por unos minutos. Al final, decidieron entrar a ver si no había algo extraño en la torre y pidieron a los demás que no entraran hasta que ellos lo indicaran. Los prefectos sacaron sus varitas y se introdujeron por el hueco del retrato con precaución. Cinco minutos después regresó Daphne junto con el profesor Lupin, quien era seguido de cerca por la profesora McGonagall, el profesor Snape, el profesor Lovecraft y la profesora Brownfield.

—La señorita Mack acaba de decirme lo sucedido —dijo el profesor Lupin, señalando con un gesto de cabeza a Daphne —¿Dónde están los otros prefectos?

—Acaban de entrar a revisar la torre, profesor —le respondió un chico de cabello negro y tez morena, de cuarto año —Nos dijeron que no entráramos hasta que hayan revisado todo.

Terminó de decirlo cuando los prefectos salieron. Traían una extraña expresión de confusión en el rostro, como si hubieran encontrado algo que no esperaran.

—¿Pasa algo, señor Weasley —le preguntó el profesor Lupin a John.

John se encogió de hombros.

—No sé exactamente —confesó el muchacho —Nos topamos con que alguien entró a algunos dormitorios, pero aparte de que están todos revueltos, no hay nada más fuera de lugar.

—¿Cuáles fueron esos dormitorios? —quiso saber la profesora McGonagall.

—Los de primer año, los dos —respondió la prefecta de sexto año, una joven rubia.

Hally, Rose y Henry se miraron de inmediato. En ese momento, un chico con los colores de Hufflepuff en su escudo y una insignia de prefecto que le brillaba en el pecho, llegó corriendo y se colocó a la derecha de la profesora Brownfield. Llamó su atención jalándole levemente una manga de la túnica, le susurró algunas palabras al oído y se retiró de la misma forma en la que había llegado luego que la profesora le dio algunas instrucciones en voz baja. Cuando el prefecto se fue, la profesora de Herbología se volvió hacia la directora.

—Profesora McGonagall —comenzó —Hubo otra intrusión, en el sótano de Hufflepuff. Parece que entraron al dormitorio de las chicas de primer año.

La profesora McGonagall frunció el entrecejo al oír aquello, mientras que los tres amigos se miraban de nuevo, con más desconcierto que antes. Aquel era el dormitorio de Amy. Los otros profesores también mostraban su estupefacción, pero al menos mantuvieron la calma, al contrario de los alumnos, que comenzaron a cuchichear y a ponerse nerviosos.

—¡Silencio! —ordenó la profesora McGonagall con severidad —Los de primer año, regresen al Gran Comedor. Los demás, vayan a sus dormitorios, es tarde.

A regañadientes, los alumnos de segundo en adelante empezaron a dirigirse lentamente a sus dormitorios, sin dejar de hablar sobre el incidente. Mientras tanto, la profesora McGonagall se dirigió a la profesora Brownfield.

—Vaya al sótano de Hufflepuff y mande a las niñas de primer año al Gran Comedor —ordenó.

La profesora Brownfield asintió y se fue por el pasillo, ondeando al caminar su larga tranza negra. La profesora McGonagall se fijó entonces en el profesor Lupin.

—Consígame las listas de los alumnos de primer año, agrupados por casa —pidió —Y rápido.

El profesor asintió con la cabeza y enseguida se fue tras la profesora Brownfield, perdiéndose pronto de vista. Los profesores Snape y Lovecraft estaban muy atentos, por si la profesora McGonagall requería su intervención. Al estar frente al retrato de la Señora Gorda únicamente los Gryffindor's de primer año y los profesores, el profesor Lupin regresó. Hally empezó a preguntarse cómo había podido ir y venir a donde necesitaba tan pronto cuando el profesor le extendió unos pergaminos a la directora, quien los tomó enseguida.

—Profesor Lovecraft, busque a la Señora Gorda junto con el señor Filch, por favor —indicó —La torre de Gryffindor no puede quedarse sin vigilancia.

El profesor obedeció de inmediato y se retiró.

—Síganme —les indicó a los demás, quienes acataron la orden en el acto.

Los niños no entendían qué pasaba, pero creyeron que era algo de gravedad al ver que la directora se mostraba seria al revisar los pergaminos que el profesor Lupin le había entregado. Llegaron ante las puertas del Gran Comedor, donde ya esperaban la profesora Brownfield y las alumnas de primer año de Hufflepuff, y Hally y sus amigos se aliviaron un poco al ver que Amy estaba bien. Hablaba en aquel momento con sus compañeras de cuarto, Joan Finch-Fletchley, Vivian Malcolm, una niña alta y de corto cabello castaño rojizo y otra morena de cabello negro. Hally y compañía se acercaron de inmediato a ellas.

—¡Hally! —exclamó Amy en voz baja —¿Qué hacen ustedes aquí?

Henry le contó rápidamente lo ocurrido en la torre de Gryffindor y en los dormitorios de primer año a las niñas de Hufflepuff, quienes se quedaron muy impresionadas.

—Lo mismo que pasó en nuestro dormitorio —comentó Vivian Malcolm, llevándose una mano a la cabeza, para acomodarse un mechón castaño tras la oreja con nerviosismo.

—¿Y tienen idea de porqué pasó todo esto? —inquirió Rose.

Las Hufflepuff's se encogieron de hombros, aunque Joan dudó al hacerlo. Todavía se acordaba del tipo que las había atacado a ella y a su madre el día anterior a la entrada a Hogwarts y no podía evitar sentirse nerviosa.

—Nada debe ser movido de los dormitorios —ordenó la profesora McGonagall al profesor Lupin y a la profesora Brownfield, luego de que había entrado al Gran Comedor por un minuto —Vayan y díganles a los elfos domésticos que deben quedarse tal y como están.

Ambos profesores se apresuraron a cumplir ese mandato, mientras la directora les dijo a los alumnos que entraran al Gran Comedor. En cuanto entraron, se dieron cuenta que la mesa de Slytherin había sido retirada de su lugar y en éste, habían muchas bolsas de dormir blancas.

—Dormirán aquí esta noche —les informó la profesora McGonagall —Sus dormitorios serán revisados a fondo y tal vez mañana puedan volver a ellos. Se les vendrá a levantar a tiempo para que la mesa de Slytherin se ponga en su lugar antes del desayuno. Buenas noches.

Acto seguido, la directora cerró las puertas de comedor, dejando a los niños solos para organizarse. Una débil luz, provenientes de las velas flotantes, iluminaba el lugar. Las velas en el interior de algunas calabazas hacía que las sonrisas de éstas se vieran siniestras. Hally, Rose, Henry y Amy tomaron bolsas de dormir y se acomodaron en un extremo de la fila de bolsas.

—¿Qué creen que haya pasado? —preguntó Hally en voz baja luego de un rato, al ver que ni ella ni sus amigos podían dormir —No me parece normal todo esto.

Escucharon abrirse la puerta del Gran Comedor y entró John, acompañado por un compañero de curso de Hufflepuff, un muchacho negro de corto cabello rizado, quien también era prefecto. Seguramente los habían enviado para vigilar a los alumnos. Henry se volvió hacia sus amigos, se llevó un dedo a los labios y cuando vio que John y el prefecto de Hufflepuff no se acercaban a ellos, murmuró.

—No sé si sea buen momento, pero tal vez esto tenga que ver con tu padre, Rose.

—¿Con papá? —se extrañó Rose.

Henry asintió, levantó ligeramente la cabeza y volteándose a ambos lados para asegurarse de que nadie lo oía, comenzó.

—De algo como esto hablamos mi mamá y yo hace dos semanas¿saben porqué tu padre no está en el país, verdad? —miró a Rose, quien asintió junto con Hally. Amy también asintió, pues el caso de Ronald Weasley era bastante conocido en el mundo mágico —Pues bien, mi mamá es una especie de testigo en el caso. Papá le confesó, antes de morir, que un día se encontró con Ronald Weasley en México y él le contó la verdad. Tu padre no es asesino, Rose. Le tendieron una trampa para que pareciera que él lo hizo.

—¿Te lo contó tu madre? —preguntó Hally.

Henry asintió.

—Y además me dijo... —el niño titubeó, pero se decidió a decir el resto de la oración —... me dijo que uno de los que le pusieron la trampa a tu padre fue su hermano, mi tío Anom. Yo ni siquiera sabía que existía, pero verán, mi mamá me contó que...

Henry les contó, en episodios susurrados, todo cuanto sabía acerca del asunto. Cuando terminó, sus amigas se habían quedado atónitas, pero al cabo de un rato Amy logró hablar.

—No que no entiendo —dijo, procurando que el prefecto de Hufflepuff no la oyera, pues en ese momento pasaba cerca de ellos —es porqué crees que esas intrusiones a los dormitorios tienen algo qué ver con el caso del padre de Rose.

Pero Henry, observando el semblante de Hally, supo que ella pensaba lo mismo que él y lo confirmó cuando la niña se acomodó los anteojos sobre la nariz con un dedo y miró a sus amigos con cuidado.

—Si no escuché mal, las únicas personas que saben la verdad sobre ese hecho son: el padre de Rose, a quien engañaron, el padre de Henry, que ya murió, y la profesora Nicté y la sanadora de San Mungo, a las que el señor Graham les confió todo¿no? —volteó con Henry, quien asintió —Bueno, pues ahí lo tienen. Seguramente el tío de Henry sabe que aquí están la hija de Ron Weasley y el hijo de Robert Graham y quiere hacerles daño para que no lo manden a Azkaban por lo que hizo. Lo que no entiendo es qué tendría que andar buscando en los dormitorios de Hufflepuff. ¿Tú tienes una idea, Henry?

El niño negó con la cabeza, pero Amy abrió desmesuradamente los ojos.

—Joan —susurró.

—¿Qué cosa? —preguntó Rose.

—La madre de Joan es sanadora en San Mungo —dijo Amy, frunciendo el entrecejo al tratar de recordar con claridad —Me lo dijo la noche que llegamos aquí. Y el primer día de clases, recibió una lechuza de parte del Ministerio. La reconocí porque mi padre trabaja allí y le mandan varias a casa. Y luego nos contó a Vivian, a Simon y a mí que su madre trabajaría un tiempo en el colegio, porque la enfermera se tomó unas vacaciones¿creen que mandaron a la madre de Joan a Hogwarts para protegerla del tío de Henry?

Hally y Henry asintieron.

—De hecho, por eso está aquí mi mamá —Henry inclinó la cabeza —Quieren que nadie, mucho menos mi tío, pueda encontrarla hasta que se cierre el caso de Ronald Weasley.

Los cuatro niños se miraron con expectación. Aquella era información nueva que no sabían cómo asimilarla del todo. Sobre todo Rose pensaba mucho en ella, pues le daba la esperanza de que cuando todo aquello acabara, vería por fin a su padre.

Los niños ya no siguieron discutiendo sobre los recientes sucesos, pues decidieron que mejor esperarían a convocar una reunión extraordinaria de la Orden del Rayo para poner al tanto a Ryo y a sus tres amigos Slytherin's. Se estaban quedando dormidos cuando escucharon que las puertas del Gran Comedor se abrían lentamente. Al levantar ligeramente la vista, los cuatro amigos pudieron distinguir una sombra que asomaba la cabeza por el hueco entre ambas puertas. Una sombra que tenía el cabello corto y muy alborotado. Hally sólo supo quién era hasta que se puso los lentes frente a los ojos.

—¡Es papá! —les susurró a sus amigos —Estoy segura.