Leí los "Cuentos de Dunk y Egg" y me salió este capítulo caballerezco y bacán. Lean novelas si están trabados en sus fics jaja. Vivan Tenten y Kankuro.
Música: Todo el soundtrack de GoT que involucre Daenerys Targaryen.
Saudade
por Syb
Capítulo VIII: El Asalto
Tenten olisqueó el aire cargado de un olor aromático, como si cerca de ella hubiesen quemado hierbas o algún incienso y el humo reptara por los muros para que finalmente entrara por su ventana. Quizás había descansado lo suficiente, quizás no habían sido más que unos pocos minutos de sueño profundo ya que Kankurō no había ido por ella en ese tiempo. Él era un hombre del del desierto temible y fuerte, por ello la razón de su demora no debía preocuparla. Sus ojos se abrieron lentamente, pero su cuerpo se sintió tan pesado como si este aun durmiera. Frente a ella estaba el techo y en él se reflejaban algunos destellos coloridos de luz que imitaban lo que acontecía allá afuera en las calles. Aquella Ciudadela parecía nunca dormir y se preguntó cómo había sido posible dormir allí en primer lugar. Tenía una misión que cumplir, tenía que acabar con esa mafia que cruzaba la frontera para contrabandear y, sobre todo, debía llegar junto a Inuzuka Hana y Yamanaka Ino y aquella gloriosa misión completa en tiempos de paz. Si las chicas debían trabajar el doble para sobresalir en sus Clanes al ser constantemente reemplazadas por una contraparte masculina, ella debía trabajar el triple para ganarse una reputación al no tener ni Clan ni apellido.
Su cuerpo seguía pesado, pero sus labios lograron abrirse para gritar el nombre de Kankurō. Sin embargo, solo consiguió graznar como lo hacía el cuervo que Ino tomaba posesión. Cerró los parpados intentando contener su frustración, primero había permitido que el contrabandista escapara al no ser capaz de detener a sus hombres; luego vio cómo se había logrado escapar en el desierto al no poder correr lo suficientemente rápido y, ahora, estaba paralizada dentro de un medio-sueño. La nariz le picó cuando el humo se volvió denso y empezó a toser cuando entró a sus pulmones caliente y seco. Fue entonces que notó una sombra más negra que el resto de las sombras que moraban su habitación.
—¡Tenten! —oyó a la distancia, pero podía ser la parte de su mente que estaba dormida que le dibujaba alucinaciones sobre lo que veía y escuchaba.
La sombra bien podía ser parte de aquella ilusión.
—No pensé que tu hermano te dejara sola, princesa —le dijo la sombra, Tenten reconoció la voz —. Es un buen truco el pintarte el cabello, todos saben que eres rubia como tu madre.
Tenten abrió la boca, pero otra vez no logró reproducir un sonido coherente. En la mano, el guardia de la rampa tenía un ramo de hierbas y hojas secas que estaban amarradas entre sí con un hilo de cáñamo y un extremo estaba chamuscado para sacarle el humo aromático. La Maestra de Armas ahora se sentía muy estúpida al pensar en descansar para poder tener la fuerza suficiente para apresar al contrabandista, ya que se había expuesto al guardia de la rampa tan fácilmente. Y ahora el imbécil pensaba que ella era Temari.
—No te preocupes, solo te abriré el útero para no riegues los genes de Rasa en otras aldeas enemigas.
—Yo… no… —graznó ella.
La puerta retumbó dos veces y en el tercer golpe cayó. Kankurō apareció detrás con una expresión dura para inspeccionar lo que ocurría dentro. No parecía muy contento.
—Si la tocas, no habrá lugar donde puedas esconderte de mí —amenazó él al hombrecillo que tiró el ramo de hierbas y hojas secas para sacar de su cinto una daga con la que seguramente pretendía esterilizar a la hermana equivocada de Kankurō.
—Hijo de Rasa —saludó el hombre, al parecer la seguridad que tenía hace unos segundos se había esfumado como el humo aromático de la habitación—. Deberías estar de acuerdo conmigo.
Tenten olisqueó el aire que con cada segundo se volvía más ligero y limpio. Se preocupó de limpiar sus pulmones lo más rápido posible y pronto un hormigueó apareció en los dedos de sus manos. El guardia de la rampa había estado adormeciéndola para cortarle el vientre mientras ella permanecía semidormida, incluso para un hombre nómada del desierto aquel acto era una bajeza.
—Es Kankurō, no hijo de Rasa —resopló el marionetista escupiendo al suelo. Tenten sintió que ya había recuperado el movimiento de sus muñecas y que en unos segundos podía tener la movilidad de sus codos y rodillas. Sus muñequeras metálicas seguían puestas en su lugar—. Y ella no es Temari, imbécil.
—No me asustas —le respondió temeroso—. No tienes marionetas, ni ella tiene su abanico.
—Y tú perderás la lengua —amenazó Kankurō.
El guardia de la rampa empuñó la daga y Kankurō aprisionó su muñeca con uno de sus hilos de marionetista para inmovilizarlo y luego tomó del respaldo de la única silla de la habitación para romperla en la espalda del intruso, quien se desplomó de bruces al suelo junto con las astillas de madera vieja. El hijo irrelevante de Rasa se acercó a su víctima para quitarle la daga de su alcance, no sin antes pisarle la mano hasta que tronaran las falanges de sus dedos. Con su nuevo trofeo de guerra en mano se acercó a la cama donde Tenten aun trataba de salir del semi-sueño en el que seguía atrapada. Tomó sus hombros delicadamente y la ayudó a incorporarse.
—No te preocupes —le dijo—, se te pasará en un momento. Te recomiendo morderte la lengua, no sé por qué, pero la sangre en la boca acelera el proceso. Cuando éramos niños, Baki solía encerrarnos a Temari y a mí en una sala pequeña llena de esas hierbas para nos hiciéramos resistentes. Varias veces me desmayé de cara y me rompí el labio, pero gracias a ello sé que la sangre ayuda.
Tenten agradeció no poseer la habilidad del habla aún porque no habría podido contener la sorpresa ante tal crianza tan despiadada. Aún no sabía si Kankurō le parecía atractivo o temible, quizás un poco de ambas opciones. El hombre podía ser relajado y divertido, y otras veces aterrador como su maestro. No le quedaba claro si él fuese a cumplir su palabra y le cortaría la lengua al guardia, pero si ocurría querría ser la que fuera a beber cerveza con la vieja de la posada, la mujer que había ayudado para que su hijo fuese encadenado en el desierto para morir seco en el calor abrasador del día y demorado por los escorpiones y las alimañas que solo salían de noche. Nunca podría vivir en la Arena con prácticas y gente tan terribles como Baki de la Arena, seguro la vidente se refería a que el amor de su vida se encontraba en la Nube o el Rayo.
—Toma —indicó Kankurō con una voz que distaba mucho del hombre aterrador que cortaba lenguas—. Es tuya… —murmuró casi tímidamente, Tenten vio que le entregaba la daga con la que querían cortarle el útero—. Necesitas un arma, Maestra de Armas. Además, es tu trofeo, él quiso cortarte, pero no lo logró.
Tenten estaba segura de que las reglas tácticas de ese mundo inhóspito indicaban que Kankurō era el que debía salir de la posada con el trofeo entre manos, no ella; ya que él había desarmado y roto los huesos del perpetrador, pero no podía ni quería contradecirlo.
Se preguntó si Kankurō hubiese sido capaz de seguirlo hasta el último rincón del mapa si la daga hubiese atravesado un poco su piel.
—Tenemos que apresurarnos, ya casi es momento —dijo para pasar un brazo de ella por sus hombros y llevársela de aquella habitación.
Al bajar, la posada estaba vacía y solo una vela iluminaba pobremente el lugar. Querían pasar desapercibidos aquella noche y algo le decía que el jefe de la División contra el Terrorismo había llegado a más de un acuerdo con la mujer mientras ella descansaba en la habitación.
—Ella está verde —le dijo la posadera al verlos bajar—. Sabía que esta nariz no se podía equivocar, eran las hierbas del sueño. Ven…, déjame revisarla, Kankurō.
—¿Kankurō? —articuló Tenten, pero la vieja le tomó la cara con una mano y la obligó a verla a los ojos para examinarla con la vela de cerca.
—Si, sí… Kankurō saca que aquel frasco unas hojas, se las pondremos bajo la lengua y así estará lista en media hora —le dijo al hombre quien dejó sentada a la extranjera para ir en búsqueda de la medicina. Baki jamás les había dicho que había una cura para las hierbas del sueño, pero para el marionetista bien podía ser porque el viejo era un sádico y prefería que ninguno de los hijos de Rasa fuera tan débiles como para necesitar un antídoto. Baki debió prever que años después, el veneno de otro marionetista casi lo mataría—. Tu iris tiene mucha arena —le dijo la vieja a la extranjera con una sonrisa, así que también practicaba la oculomancia—. Nunca te irás de aquí.
—¿Qué?
—Deja de molestarla, vieja —respondió Kankurō, abrió el frasco y lo olió antes de pasárselo a la posadera, su aroma era como el de un muerto descompuesto—. ¿Estás segura de que esto funciona?
—Claro que sí.
—Sí algo le sucede, te destripo.
—Yo… no voy a tomar nada —resopló Tenten mordiéndose la mejilla hasta que de allí salió sangre, el sabor metálico y el aire limpio en sus pulmones poco a poco empezó a despejar su mente. No confiaba en la vieja ni en su aparente amistad con el jefe de la Arena. Se levantó de la silla, ayudándose de sus brazos fuertes y decidió que era suficiente—. Vámonos, debemos estar listos a medianoche.
—Estás verde, pero pronto estarás lo suficientemente madura para volver al desierto, extranjera —rio la posadera y los guió hacia la cocina donde había un pasadizo oculto—. Tengan cuidado, el hombre que los seguía debía buscar gloria al esterilizar a la hija traidora de Rasa —les explicó—, debe trabajar solo, pero no creo que sea el único que sospeche de ustedes. A menos de que tengan un equipo de apoyo, están perdidos.
—Lo sabemos —dijo Kankurō y cerró la puerta del pasadizo.
Para ese entonces, la sangre la sentía en la garganta y en la nariz por lo que sus pasos empezaron a ser más rápidos y seguros. Se alegraba que la solución la tenía a un mordisco, pero como ella era bastante impaciente, no había parado de morderse la mejilla. Sabía que, si abría la boca o sonreía, los dientes estarían tan rojos que podría asustar a cualquiera. Menos a Kankurō, quien sabía se reiría por su urgencia de estar lúcida. Pensó en la vieja y en su insistencia de su estado verde y en toda la arena que había visto en su iris. Temía que era una prueba esotérica más de que Tokuma no era el novio que debía tener. Tenten se detuvo enfadada consigo misma, no era el momento de pensar en viejas brujas y novios futuros, estaba en una misión que le traería gloria en caso de completarla. O deshonra, porque no habían sido capaces de terminarla en la frontera ni sin la ayuda de la Arena.
—Según la posadera, es por aquí. Esta puerta da a la calle principal y la entrada de la Casa del Té estará a unos cuantos metros de distancia —le explicó Kankurō—. ¿Te sientes bien?
—Claro que sí —le dijo ella, escupiendo un gargajo lleno de sangre como lo habría hecho él estando en su lugar. La vieja estaba equivocada, ella no estaba verde. Solo la veían así por provenir de una aldea blanda, pero ella no tenía nada blando—. Tenías razón, la sangre ayuda a contrarrestar el efecto.
El hombre del desierto sonrió complacido. Había algo en su expresión que le sugería que él quería decirle algo que había permanecido en su garganta por demasiado tiempo.
—Irás sola a la Casa del Té, te encontraré antes de la medianoche en la escotilla.
—¿Qué harás tú?
—Voy a quemar este lugar —se veía bastante confiado. Era un solo hombre contra toda una ciudad, Tenten miró el pasadizo, estaba segura de haber visto un par de ramificaciones, pero más preocupada estaba por tragar y tragar sangre en su paso por la caverna oscura. Kankurō podía fácilmente utilizar la ventaja de la sorpresa y los pasadizos para crear la ilusión de un ataque masivo.
Tenten le tendió una mano.
—Buena suerte —dijo y él rápidamente apretó fuertemente su mano para desearle lo mismo—. Si no vuelves a medianoche, iré por ti.
—Igualmente.
Kankurō desapareció en la oscuridad de una de las ramificaciones del pasadizo. Tenten iría a dejar un explosivo en la compuerta antes de salir. Respiró hondo una última vez para limpiar por última vez sus pulmones de humo, pegó un pergamino y empujó la puerta roída por el tiempo para salir a la calle principal de la Ciudadela. Pasa su sorpresa, la palabra ya se había corrido y muchos hombres esperaban encontrarse a la hija traidora de Rasa salir de aquella puerta. Tenten contó cincuenta dagas, quizás todas estaban destinadas a cortarle el vientre. Como Maestra de Armas, necesitaba tener en su poder cada una de esas nuevas armas.
Un cuervo graznó ruidosamente al verla. La vieja tenía razón, si no contaba con un equipo de apoyo sería su perdición, pero al menos el cuervo ya la había visto y solo debía aguantar. Tiró de su muñequera metálica el pergamino que tenía enrollado ahí y se dispuso a atacar.
—Se fueron —le dijo una chica que llevaba una bandeja llena de copas a vacías, ni siquiera se había molestado en ver a la pareja con detenimiento, ya que le habían preguntado por las chicas que habían pasado y destruido unas mesas y un par de puertas. No las habían vuelto a ver, pero tampoco las extrañaban; ya que habían ahuyentado a un gran señor y probablemente no irían a verlo nunca más. Ni a él ni a sus monedas. Para ninguna de las chicas que trabajaban ahí era una sorpresa de que fuera un contrabandista, y que probablemente sus monedas estaban más sucias que sus peticiones, pero en la frontera de dos países tan distintos, siempre se hacía escaso el dinero.
La mujer dio finalmente con una copa a medio tomar y sonrió ante tal hallazgo. Tomó el licor de un sorbo y por fin se volteó a ver a la pareja. El hombre era precioso, pero la chica no se quedaba atrás. Parecían ser de la misma familia, con rasgos tan delicados y eterios que se sintió dentro de un sueño. Sus ojos blancos, sus teses pálidas y cabello oscuro le indicaban que eran Hyuuga. Ella nunca había visto a uno tan de cerca.
Las malas lenguas decían que se casaban entre primos para mantener la sangre pura.
—¿Quieren una sala? Estoy libre para atenderlos.
—No —dijo Tokuma con una sonrisa—. Pero estoy dispuesto a pagar por información.
—Se quedaron muy poco en una sala, se dice que huyeron al desierto.
—¿El señor?
—Todos, incluyendo a las chicas —dijo la mujer, Hanabi notó que quiso hechizar a Tokuma con un pobre y básico aleteo de pestañas, a la que el hombre fue ajeno. Si ella era una de las damas de entretenimiento, aquella Casa del Té era muy poco elegante. Y el contrabandista muy vulgar. Se preguntó qué pudo ir mal, ya que la seductora era la mismísima sucesora de Namida Suzume, la mujer era una leyenda al entrenar a las seductoras más importantes del último tiempo. No sabía si dudar de las enseñanzas de la vieja, de las capacidades de la chica o simplemente del señor contrabandista—. Nadie las ha visto desde entonces…, debieron llegar a la Arena. Peligroso a mi parecer, allá cortan lenguas, ¿lo sabían? Una vez vino alguien mudo y sus compañeros creían que se la habían sacado allá. Tienen esa fama.
Salieron de la Casa del Té cuando seguía de noche. Faltaban horas para que su padre despertara y no estaría contento si Tokuma no aparecía con un reporte, o si tenían suerte, para ese entonces ya habría desistido de sacarla de la Casona de Namida. Fuere como fuere el caso, no podían perder tiempo en medio del bosque esperando el mejor escenario.
—Estamos a dos días de la Arena —comentó ella con una sonrisa, nunca había visto la Arena. Decían que era fea y pobre, pero a ella no le importaba mucho lo feo y lo pobre—. Quizás día y medio si lo intentamos. Y no hay tormentas de arena.
—Debemos volver —dijo él luego de tres latidos de corazón—. Ya arriesgamos lo suficiente viniendo hasta acá. Si volvemos ahora…
—No sabemos aún qué le ocurrió a tu novia —resopló apuntando donde se suponía estaba el desierto—. ¿Te vas a quedar con la duda estando tan cerca?
—Ella y sus compañeras son capaces de completar la misión.
—Les llevó mucho tiempo, ¿necesitarán apoyo?
Tokuma no respondió, en silencio llevó su vista hacia la frontera sin siquiera utilizar sus ojos especiales. Sabía que estaban en algún lugar del desierto y su corazón palpitaba intranquilo al pensar en todas las posibilidades. Quizás podían volver, él dejaría a Hanabi con Namida Suzume y él saldría camino a la Arena junto con Raidō, y así Hiashi no lo desterraría del Consejo Hyuuga al no llevarse consigo a su heredera, simplemente la dejaría sin vigilancia. Sopesando infinitas posibilidades en su cabeza, concluyó que Hanabi iría a seguirlo a la Aldea de cualquier forma y volver a la aldea solo le haría perder más tiempo.
—¿Qué tan rápido crees que puedes correr? —le preguntó enigmático—. Llegaré en un día a la Arena y no me preocuparé por ti.
—Cuidaré tu espalda, Tokuma.
Uno más, se dijo, le costaba respirar. Uno más y ya estaría más cerca. Cortó a uno en un costado con su propia daga para luego usarlo de escudo cuando otro decidió atacarla. Uno más volvió a decir y sintió encima a otro que trató de ahorcarla con una cadena. Pensó en la espalda de Kankurō desaparecer en el pasadizo y repasó en su mente la imagen de su pecho subiendo y bajando cuando ella le cerró la herida que traía sobre la ceja. Jadeó cuando invocó pobremente una cuchilla con su pergamino que enterró en la rodilla de aquel hombre que trataba de asfixiarla. Uno más, se dijo, y trató de recuperar el aire antes de que vinieran por ella otra vez. Pensó en Ino, pero el cuervo ya había desaparecido. No sabía si eso era bueno o malo, pero la vieja les había dicho que se había corrido la voz y que sin equipo de apoyo ellos no tendrían salvación. Se preguntó si la vieja había sido la culpable de que todos esos hombres la esperaran al final del pasadizo. Tenten no volvería a confiar en ningún hombre o mujer del desierto, si por eso era considerada verde por la vieja, ya había madurado. Cortó a otro hombre y su sangre salió a borbotones y la alcanzó a salpicar en la cara. Tarde, se dijo, ya se le había pasado el efecto de la hierba del sueño.
Alguien le dio un golpe en la cabeza que la mandó al suelo y en su boca entró tierra y polvo, para mezclarse con la sangre que aún brotaba de su mejilla, cuya herida se había abierto por un puñetazo previo en la cara. El ungüento pastoso que se le había formado en la boca era insoportable y escupió como pudo. Sintió que se le acercaban por lo que trató de levantarse, pero esta vez la golpearon en la espalda para mantenerla sometida. La tomaron de los pies para voltearla, pensó en Neji y los ojos se le llenaron de lágrimas. En su juventud se había imaginado teniendo sus bebés mestizos; pero luego de muerto esa idea no tenía sentido. Por mucho que se lo planteara con Tokuma, no se le hacía natural. No sabía por qué sentía ganas de llorar solo porque estos hombres analfabetos quisieran esterilizarla.
—¿Dónde está el útero? —preguntó un hombre enmascarado que probablemente provenía de la misma tribu nómada del hombrecillo de la rampa.
—Corta bajo el ombligo —le dijo otro. El aludido asintió, pero luego de unos segundos de reflexión, le pasó la cuchilla al que tenía más conocimientos en anatomía—. Corta tú.
—No lo haré, la ira de Kankurō me seguirá hasta los confines del desierto.
Tenten aprovechó la confusión para enterrarle una cuchilla en el cuello al enmascarado y romperle la nariz al otro con un puño.
—Perra —gimoteó el hombre.
Uno más, se dijo cansada, volviendo a escupir saliva sanguinolenta. Se dio cuenta de que, si bien todos quería tener la gloria de esterilizarla, nadie se sentía capaz de llevarlo a cabo por miedo a su supuesto hermano. Pasa ser el jefe de la División contra el Terrorismo, ciertamente Kankurō ejercía terror en aquellas tierras de nómadas sin ley. Dio unos pasos y sintió uno de sus brazos pesados, notó que alguien le había cortado por encima del codo y que de ahí brotaba sangre espesa y caliente con cada latido de corazón. Tomó una de las dagas que yacía en el suelo para esperar el siguiente ataque con su mano menos diestra, pero de pronto nadie parecía lo suficientemente valiente para aproximarse a ella. Los que seguían de pie se miraron dubitativos, y peor se volvieron los ánimos cuando la tierra vibró unos segundos antes de que distintos puntos de la ciudad estallaron al unísono.
Tenten oyó de nuevo al cuervo graznar, seguido de unos gruñidos caninos, y el crujir de la carne y los huesos al romperse en las fauces de los perros de Hana. Tres hombres cayeron al tiempo roídos por los dientes caninos y el resto corrió dejando tiradas las dagas. Tenten vio que algunos más audaces intentaron atacar a los perros sin mucho éxito. Sin embargo, ella se apresuró a presionar la herida de su brazo mientras se dirigía a la Casa del Té trotando.
—¡Hana! —llamó a la mujer aparecía en su forma bestial para arrancarle la carne de los huesos a los últimos hombres que quedaban.
Tenten apoyó su espalda en la pesada puerta de la Casa del Té para sacar un trozo de tela limpia de uno de sus bolsillos para evitar que se le escapara más liquido de la herida. Volvió a llamar a la mujer mientras anudaba con la ayuda de su boca el torniquete de su brazo. Debían seguir, su objetivo no estaba tan lejos y esta vez no debían fallar. La Ciudadela de las Tribus empezaba a ser devorada por el fuego y los gritos, los ojos de la Maestra de Armas se sentían cansados, la visión del fuego empezó a nublársele. No, Tenten, se dijo, no otra vez.
Sintió que se nubló de pronto, pero no recordaba que hubiese nubes aquella noche.
—Ella lo está guiando —dijo Hana cuando estuvo a su lado. Olisqueó su herida y rápidamente deshizo su venda improvisada para aplicarle su palma curativa. Sacó de su bolsillo una pequeña jeringa y se la clavó en su muslo, Tenten pensó que debía ser adrenalina para que pudiera pararse más rápido—. Hiciste un gran alboroto acá, bien hecho. Te deshiciste de varios tú sola.
Las pupilas de Tenten volvieron a enfocar nuevamente y las nubes seguían ahí, pero eran muy densas. Los oídos de la mujer también cobraron vida y empezó a escuchar con mayor claridad los gritos de los habitantes de la Ciudadela, gritando una variedad de insultos y exclamaciones sin sentido, todos hablaban de algo que provenía del cielo. Sintió que Hana la tomó y la obligó a levantarse.
—Tenemos que terminar con el trabajo.
Por el rabillo del ojo vio cómo una de las nubes cayó pesada sobre la ciudad y el suelo retumbó bajo sus pies. Apretó los ojos y trató de concentrarse en lo que tenía enfrente. Hana corría a unos cuantos metros de ella y el trote de sus perros lo sintió antes de que los viera pasar a su lado y terminar abriéndole el paso a su señora, embistiendo y cerrando el hocico en los hombres dentro del edificio que trataban de atacarla. Tenten sintió otro temblor y seguido vio el parpadeo de las luces de la Casa del Té. Concéntrate, se dijo, un paso más. Su respiración se agilizó y se puso a temblar, no quería falla. Siguió a Hana como pudo, sintió que alguien se le acercó por detrás, tan débil como estaba parecía que era su fin. Invocó la última arma que quedaba en su pergamino y con un mazo lleno de puntas le reventó la cabeza al intruso.
Cuando lo vio bien, era el Yamanaka que había visto en la Casa del Té de la frontera. Del hueco que le quedó cuando tiró de la cadena de la masa con púas, brotó un poco de materia blanda y grisácea. Pensó en el triste final del traidor, bien podía haber utilizado una de las técnicas de su familia para aturdirla, pero había elegido confiar en que estaba demasiado verde para verlo venir. Con una mueca en el rostro, arrastró la masa por el suelo mientras una nueva oleada de temblores sacudía el suelo. Un paso más se dijo. Uno más repitió y empezó a trotar con las pocas energías que tenía encima. Pensaba en pedir un cuenco de dátiles si es que lograba volver al jardín privado del kazekage. Un paso más se dijo otra vez con la boca salivando por un dátil. Su mente se estaba volviendo loca al perder tanta sangre.
Encontró a Hana en un pasillo.
—Maté al Yamanaka —dijo con un jadeo.
—Bien —le dijo—, yo lo encontré —explicó con una sonrisa, Tenten nunca la había visto tan relajada como en ese momento, pero decidió apretar el mango de la cadena de la masa con púas con ambas manos aún si el dolor de su brazo aún estuviera ahí, decidida a que no la sorprendería nadie más en ese lugar.
Cuando Hana abrió la puerta, encontraron al hombre oculto bajo unos estantes de limpieza, pidiendo piedad.
—Ven —ladró Hana y le pateó uno de los pies para incentivarlo—. No me hagas sacarte de ahí.
Cuando Tenten salió detrás de Inuzuka Hana de la Casa del Té, supo que aquello que caía del cielo no eran nubes, sino arena. Y que Yamanaka Ino estaba junto al Kazekage para dirigir el ataque junto a él.
Continuará... Ya se viene el KankuTen.
Notas random: me gusta lo terrible y salvaje que puede ser Kank (así de despiadado me lo imagino) y las amenazas que hace si tocan a Tenten me parece que le sale su lado romántico. Me gusta que Baki ahora no solo corte lenguas (el chiste se me salió de control), sino que ahora tortura niños que también son pupilos suyos jaja. Me gustó que Tenten intente demostrarse a si misma que no está verde.
Por otro lado, Ino estaba con Gaara manejando el ataque. Creo que me gusta que ella no sea de combate cuerpo a cuerpo como lo son sus compañeras, pero sí esté al lado de un kage siendo sexy y ayudando en logística.
Sé que soy irrelevante y que esta historia llegó a poca gente (en Ao3 no tuvo relevancia alguna), pero me gusta y punto.
Syb.
