Escribí esto en un viaje muy triste que tuve que hacer.
Saudade
por Syb
Capítulo IX: El Consejo
Tokuma se sentó luego de dar unas vueltas por la estancia como si quisiera escapar de la ansiedad que sentía en esos momentos. Hanabi sabía que, dentro de muy poco, el hombre volvería a dar vueltas por el jardín hasta terminar otra vez sentado junto a ella. Él tenía una copa a medio llenar en las manos, pero cada vez que la acercaba a sus labios para beber un poco de vino, un pensamiento fulminante hacía que colapsara y se cubriera el rostro con una mano y la copa quedara inmaculada en la otra. Quizás pensaba en el escarmiento que Hiashi le daría apenas llegaran de vuelta a la aldea, o quizás en que su novia seguía desaparecida, o quizás en ambas cosas al mismo tiempo. La heredera del Clan decidió que le ofrecería un dátil para calmarlo, pero él lo rechazó rápidamente y huyó como si aquellos frutos dulces le dieran náuseas. Más para ella.
Ambos miraron alertas cuando la puerta del jardín privado se abrió, pero la decepción del hombre fue enorme cuando una chica alta y un chico menudo llegaron a rellenar sus copas y los cuencos de dátiles y frutos secos. Hanabi sintió mucha extrañeza cuando el Kazekage no salió a recibirlos como Tokuma pidió en el muro escalonado de la aldea. En vez de eso, apareció Baki de la Arena con una cara más fea de la que recordaba en su infancia, invitándolos a esperar en un jardín privado. «Baki, el corta lenguas», pensó ella con una sonrisa desafiante mientras los guiaba a aquella mítica estancia.
—¿Me darán una audiencia? —preguntó Tokuma levantándose rápidamente del asiento.
El chico menudo sonrió coqueto y le dedicó una sonrisa, la chica alta solo desapareció.
—Sí, pero todavía no.
—¿Cuándo?
—Todavía no —repitió el chico y se fue, siguiendo los pasos de su colega.
Tokuma se quedó pasmado, acercó la copa a la boca, pero se detuvo a escasos centímetros de la piel. Ni siquiera había logrado mojarse los labios. Hanabi sonrió y dejó el cuenco de dátiles a un lado.
—¿Sabes que el Kazekage debe estar fuera de la aldea y solo están ganando tiempo?
—No tengo tiempo —respondió él con voz queda.
Sí, ella lo sabía: ser la hija del jefe le permitía unas licencias, no así él. Si bien había nacido en una familia poderosa, había tenido que trabajar duro para ser considerado de élite. Aunque, pensándolo mejor, seguía teniendo el privilegio de ser de una buena y respetable familia con mucho dinero. Un escarmiento o dos no le irían mal. Hanabi había nacido siendo mujer, el escarmiento era no ser considerada para la mayoría de las cosas interesantes. Siempre habría un primo mejor calificado que ella.
—No, no lo tienes.
Fue momento de Hanabi de levantarse y dar unas vueltas por la estancia. No podía negar que el jardín privado de la Arena era bonito, casi olvidaba que estaban en medio de un desierto árido e inhóspito. La tierra allí estaba llena de humedad, en cambio la arena del exterior era seca y exfoliante. De igual forma, haber sido invitados a aquel lugar privado le daba más curiosidad que del cómo era posible mantener ese oasis allí. Además, todo lo que empezaba con Baki de la Arena presentándose como un anfitrión amable era sospechoso.
El misterio de la novia desaparecida de Tokuma se complicaba.
La puerta volvió a abrirse, pero por ahí no entró ningún chico menudo ni ninguna chica alta para llenarles las copas, sino que entró Baki de la Arena y un hombre que apenas había tenido tiempo de cambiarse o lavarse la cara del rojo seco que tenía su piel. Hanabi apresuró el paso y se reunió con Tokuma para escuchar lo que tenían que decirles.
—Kankurō, te presento a Hyuuga Tokuma y Hyuuga Hanabi —dijo el hombre que cortaba las lenguas del desierto con diplomacia. El hermano mayor del Kazekage se estaba refrescando la garganta con vino mientras su antiguo maestro hablaba, parecía estar apresurado por los grandes sorbos que daba—. Vienen de la Hoja para solicitar una audiencia con tu honorable señor hermano, el Kazekage.
—Sí. Tokuma y Hanabi, sean bienvenidos —dijo el aludido con premura, ninguno de los dos parecía gustar mucho de las formalidades. Kankurō se dio la libertad de mirar por más tiempo del permitido a Tokuma y le estrechó la mano apenas pudo, por lo que Hanabi sintió la necesidad de reprimir una sonrisa, primero había sido el chico menudo del servicio, ahora Kankurō de la Arena. Y si iban más atrás incluso, primero había sido la chica de la vulgar Casa del Té de la frontera—. Mi hermano está ocupado atendiendo unos asuntos de la División contra el Terrorismo. Ahora nos preparamos para una sesión de emergencia con el terrateniente. No debería hablar mucho del asunto, pero podría asegurar que una parte del mapa del desierto acaba de desaparecer.
Baki de la Arena aclaró la garganta como si desaprobara, a lo que Kankurō se rió.
—Sé que estos asuntos son importantes, pero… —dijo Tokuma—, seguimos el rastro de un equipo de la Hoja que salió a una misión en la frontera y fue por última vez visto camino al desierto. Necesitamos saber si esta información es verdadera.
—Lo es —le dijo Kankurō luego de paladear el último sorbo de vino dulce que tenía su copa—. El equipo de Yamanaka Ino vino a solicitar el permiso especial de mi hermano para poder seguir con la misión, yo mismo las llevé al desierto como su escolta y guía.
Su aspecto no era alentador, ya que parecía haber salido de una guerra hace muy poco. Además, el hombre había dicho algo de que parte del mapa del desierto había desaparecido. Tokuma quedó mudo y Hanabi abrió la boca para pedir que continuara la historia, pero Baki de la Arena se le adelantó.
—Yamanaka Ino está en una audiencia privada con el Kazekage.
—El contrabandista que debían capturar es también de interés para la Arena —explicó el marionetista.
—Queremos su cabeza —sentenció Baki.
—Sin embargo, vamos a considerar la ayuda que el equipo de Yamanaka Ino prestó en la misión contra el terrorismo —dijo Kankurō con la mirada puesta en el consejero mayor.
—¿Y el resto del equipo? —demandó Tokuma con urgencia, como si olvidara que no estaba en la Hoja y que su familia casi no tenía ninguna clase de influencia en el desierto.
—Lo que mi primo quiere saber es… —corrigió Hanabi con calma y una mano sobre el hombro de su guardián—. ¿El equipo de Yamanaka Ino está en perfectas condiciones?
—Sanas y salvas —replicó Baki.
—Inuzuka Hana está junto a Yamanaka Ino —dijo Kankurō recordando cómo la hermana de Kiba había insistido en tomar parte de las negociaciones como la guardiana de la rubia—, y Tenten está bien, en estos momentos se encuentra recuperando fuerzas. Vine a pedir unos dátiles para ella.
Él no sabía que los miembros del Clan Hyuuga estaban ahí.
Baki era un sádico, haciéndolos esperar sin tener una pizca de culpa. Con todo y su propio sadismo, Temari era mejor diplomática de lo que Baki habría sido jamás.
Tenten se detuvo frente a la ventana de la habitación para mirar el paisaje. Ella tenía mucha arena en los ojos, le había dicho la vieja de la posada, pero lo que sus ojos veían en esos momentos era arena hasta lo que alcanzaba la vista. No tenía claro qué sería lo que supuestamente la haría quedarse en el desierto, pero definitivamente no sería el clima. Ese mismo día habría una tormenta de arena, por lo que le habían dicho que, si quería ir a tomar aire fresco, ese era el momento; pero no había nada fresco en el ambiente, ya que hasta la última molécula de agua ya se había evaporado hasta la extinción. Luego de un poco de meditación, la respuesta era clara para la Maestra de Armas: se había sentido más útil en esas tierras inhóspitas de lo que se había sentido en años en su tierra natal. Tenía la impresión de que en el desierto la paz no era como la conocía y eso le traía una sensación de adrenalina que había extrañado sin darse cuenta. En poco tiempo la habían confundido con la heredera de Rasa, la habían aturdido, intentado esterilizar, cortado y dejado extremadamente exhausta.
Alguien tocó la puerta suavemente, se sonrió hacia sí preguntándose si el atuendo que le habían dado para suplir su ropa cortada y ensangrentada sería lo suficientemente atractiva a los ojos del hijo irrelevante de Rasa. Qué tonta estaba siendo, por lo que negó con la cabeza antes de que se abriera la puerta.
Pero el hombre que estaba detrás de la puerta no era Kankurō.
—¿Tokuma? —dijo la mujer, a lo que el hombre solo hizo nula la distancia entre ambos y la encerró en un abrazo fuerte.
Detrás de él, Hyuuga Hanabi la observaba con sorpresa. No se esperaba que ella fuese la bendita novia de su guardián.
—Tenten —la saludó la menor.
—Hanabi —secundó la Maestra de Armas.
—¿Cómo estás, pequeña? —le preguntó Tokuma por fin, poniendo ambas manos en su rostro como si quisiera comprobar que nada le había ocurrido a su pequeña novia.
«Pequeña», repitió mentalmente Tenten. Ese sobrenombre la había acompañado desde el inicio de su relación y, hasta ese momento, no le había prestado mucha atención. Era la primera vez que sentía un poco de molestia al escucharlo referirse a ella de esa forma, peor si Hanabi los observaba. No era pequeña, solo era menor que él, y según ella misma creía, experiencia no le faltaba.
En boca de él se sentía…, condescendiente.
—Mejor que bien —se apresuró a decir.
Hanabi no le creyó ni un ápice de lo que acababa de decir, reprimió una sonrisa y se acercó a la novia de su guardián con un cuenco lleno de dátiles que Kankurō le había dado allá en el jardín privado. La mujer se veía incómoda en brazos de Tokuma, parecía que ya no quedaba nada de su añoranza a Neji, ya que no parecía creer un reemplazo que le quitara el luto. Tenten lucía diferente a lo que ella había visto en el pasado, cuando ambas compartieron un beso y ella había decidido no volver a buscarla. Hanabi no iría a llenarle el vacío a Tenten, algo que sí había aceptado Tokuma, quien parecía estaba tan ciego de amor que no era capaz de ver que no era a él a quien su novia quería realmente.
—¿Cuándo vas a decirle? —le preguntó más tarde como si el tema le entretuviese. Cuando decidieron pasear por el jardín, Tokuma había subido a la torre de mensajería enviar un pájaro de vuelta a la Hoja, explicando su ausencia al patriarca del Clan. Tenten rehuía de la chica, pero ella encontraba la forma de mantenerse como una buena hermana menor junto a ella, tomándola del brazo con cariño—. Sé que ya no gustas de Tokuma, pero él sí de ti. Fue capaz de plantar a mi padre por ti. ¿Qué fue lo que cambió?
—Sí gusto de él —dijo Tenten como si hablaran de cualquier otra cosa, como si de una prenda de vestir se tratara—. Estoy agradecida de que viniera por mí.
—No lo estás —rebatió la chica—. No habrías venido por él de haber sido al revés, habrías confiado en que se retrasó en su misión, ¿o no?
Tenten se detuvo frente a una fuente de agua y se dio cuenta de que ahora no solo le molestaba el sobrenombre.
—Nosotras ayudamos a la Arena a destruir a fanáticos de Rasa —le dijo como si quisiera darle un punto final al asunto de Tokuma—. Sin nuestra misión, Kankurō no se hubiese dado cuenta que estaban empezando a cruzar la frontera con la Hoja.
—Lo sé, oí que desapareció parte del mapa —dijo Hanabi con una sonrisa y la instó a seguir caminando—. Kankurō habló bien de ustedes.
—¿Lo hizo? —preguntó con urgencia. Inmediatamente después se arrepintió de su arrebato, no quería enamorarse de alguien solo porque había sido gentil con ella y, a la vez, sádico con todo compatriota que se atreviera a hacerle daño. Además, su cabeza estaba llena de predicciones en las que siempre un extranjero iría a secuestrarla al enamorarla y llevársela junto a él a sus tierras.
Si tan solo la Arena fuese un lugar bonito.
—Bueno, él mismo fue a buscarte los dátiles que le pediste. Debes haber causado una buena impresión —dijo ella, recordando una historia del libro que Namida Suzume le había entregado para estudiar.
Kankurō oyó silbar al viento con fuerza allá afuera, haciendo que la luz del pasillo parpadeara unas cuantas veces mientras esperaba sentado frente a los nidos de pájaros, haciendo que sonriera ante lo tétrico del asunto. Él estaba con un trapo húmedo limpiándose la cara mientras que un centenar de cuervos negros graznaba como si le suplicaran que les abriera las jaulas para alejarse aleteando y sin la promesa de volver. Sin embargo, el heredero de Rasa sabía que no saldrían pronto con una tormenta de arena acercándose tan rápidamente. Bajo el sonido constante de las aves, se podían oír los ruegos de Tokuma a la cuidadora del nido de mensajería, quien se negaba a soltar a uno de sus ejemplares con las condiciones meteorológicas dadas.
Sus pasos apresurados alertaron a Kankurō.
—¿Está sordo o qué? —preguntó molesta la chica con un atuendo tan negro como el del marionetista—. Parece ciego, pero no sordo.
—Solo quiero enviar un mensaje urgente —explicó por milésima vez.
—Pues no con una tormenta así, mis aves se pueden desorientar y llegar a la Nube —rebatió y luego miró a su compatriota—. Anda, dile algo.
—Hoy no —dijo él.
—Ya lo escuchaste, ya vete. Vuelve mañana —terminó la chica y cerró la puerta del nido en la nariz del novio de Tenten.
Kankurō dio por terminada la reunión y se levantó para volver a la planta baja con un suspiro cansado. Por mucho que su sentido común le dijera que debía alejarse de Tokuma, le entretenía tener a Hyuuga desenvolverse en su territorio. Como había dicho la rubia mentalista en el carromato, el hombre era igual a Neji; aún si solo fueran del mismo clan, las personas parecían casarse entre hermanos para tener una descendencia tan parecida. Tokuma bien podía haber sido el hermano mayor del difunto.
—¿Qué es tan importante que no puede esperar? —dijo sin mirarlo a los ojos.
—Debo avisar al patriarca.
—¿Hyuuga? —le preguntó curioso—. Solo veo involucrados a los clanes Inuzuka y Yamanaka, y ellos no enviaron a nadie.
—Vine por mi cuenta —le explicó con los hombros caídos, omitiendo que el capitán Raidō y la señora Suzume estaban igual de intrigados por la desaparición del equipo, en especial por la rubia—. La señorita Hanabi quiso acompañarme, pero no teníamos la autorización.
—Suena que ya estás en problemas, mandes el mensaje hoy o mañana —dijo poniéndole una mano en el hombro y se fue con una risa rosándole la garganta—. Vamos a tomar una copa de vino dulce.
Tokuma acató, por lo que bajaron en silencio hacia el jardín privado, con un poco de suerte el Consejo de Ancianos ya les habría cantado todas sus demandas a Ino y a Hana, y ambas estaría de vuelta junto a Tenten en el jardín. Él había elegido no tomar parte de aquella audiencia y su hermano lo entendía y respetaba, ya que el conocer a los viejos como la palma de su mano por discutido por años con ellos sin resultados favorables, lo hacían sentir si el asistir fuese un caso perdido. La última vez que había participado habían hablado del legado de Rasa y del cómo uno de sus hijos hombres debía contraer matrimonio con una hermosa y fiera mujer del desierto, y en esos momentos solo pensaba en la novia de Tokuma, una hermosa y fiera mujer de la Hoja. No tenía sentido presentarse si siempre terminaba haciendo lo contrario a lo que los ancianos aconsejaban.
—Iré a hablar con el servicio para conseguirnos el vino —le dijo al Hyuuga con una mano sobre su hombro con simpatía antes de irse por otro pasillo.
De todas formas, Tokuma no se veía muy entusiasmado y solo siguió caminando hacia el jardín privado.
Kankurō habló con el chico menudo de las cocinas y, mientras el chico empezó a buscar entre las despensas los implementos, el marionetista solo se sentó en un taburete para esperarlo con un peso enorme sobre los hombros. Suspiró, de un cuenco sacó una manzana y empezó a masticarla con la mirada puesta en el suelo, pensando en todo lo que debía hacer y en lo que no. Ahora que la Ciudadela no existía, debían empezar a mandar escuadrones para destruir lo poco que quedaba en pie; también debían fortalecer el Centro de Inteligencia para hacerle un seguimiento a las ratas que posiblemente pudieron escapar. Debía volver a formar parte del Consejo junto a Baki y restablecer sus relaciones con los ancianos. Volvió a suspirar, a veces soñaba con que alguno de los ancianos le diera demencia senil o se fueran en el sueño para no tener que volver a lidiar con ellos. Sin embargo, hasta que no sucediera algo parecido, él no debía fantasear con Tenten. No iría a pensarla como diplomática en la Arena, ni con que lo esperara en el jardín privado en las tardes luego de aquellas tediosas reuniones con el consejo.
—¿Llevo dátiles, mi señor? —preguntó el chico del servicio—. A los extranjeros les gustan mucho.
Por la mueca que puso el chico, supo que ya le estaban molestando. Kankurō sabía que era normal al no ser una aldea tan amistosa con sus vecinos, ya que muchos preferirían ir a la Hoja con sus paisajes más generosos.
—Lleva otra cosa —le dijo él y se levantó cuando el chico estaba listo: había echado a los cuencos unos damascos.
Al entrar al jardín, vio a Tenten junto a Tokuma junto a una fuente, mientras que Hanabi acariciaba cariñosamente en el hocico a uno de los perros de Hana muy cerca de ellos. La chica de la arena en los ojos no miraba a su novio, ni su novio la miraba a ella; ambos estaban perdidos en sus propias tribulaciones mentales.
Kankurō le quitó una copa de vino al chico del servicio antes de que este desapareciera rápidamente con el resto de la bandeja.
—El Consejo cayó rendido a mis pies —le dijo la rubia, acercándose sigilosa por detrás del marionetista—. Tómame como esposa y ya no tendrías más problemas con ellos.
Ino le arrebató la copa de las manos y bebió elegantemente de ella.
—Ya te dije que no caigo en tus mentiras —le respondió con simpatía.
—Es cierto, además quieren que el honorable Kazekage lo haga, no el honorable jefe de la División —le dijo divertida, pasándole la copa de vuelta para sentarse cerca de él.
La postura elegante que adoptó sobre la silla que eligió, sumado a la luminosidad y el paisaje, daban crédito al por qué el Consejo había quedado encantado con la extranjera, parecía una criatura mitológica salida de las pocas buenas historias que le contaba la vieja que lo crio. Sin embargo, contrastaba en demasía con lo que era considerado hermoso en aquel desierto y era sabido que esos viejos asquerosos podían ser unos bastardos traicioneros. Seguro el consejo solo quería arrebatarle a una rubia hermosa de un clan influyente de la Hoja de la misma forma que ellos habían hecho con Temari.
—Una rubia por otra.
—Así es —dijo con voz dulzona. La rubia tomó unos instantes para reflexionar y luego aclaró su garganta—. Tokuma no vino por su cuenta, Hanabi me acaba de decir que el capitán Raidō y la señora Suzume lo apoyaron porque están preocupados por mí.
Kankurō quiso decir que eran blandos, pero algo en la expresión de la rubia lo detuvieron
—Las ausencias están siendo más frecuentes —confidenció Ino con un hilo de voz—. Una vez soñé que buscaba a mi padre en un banco de neblina y estaba tan triste que me oí a mí misma sollozar. Cuando desperté, estaba en cama de la señora Suzume y ella estaba cuidándome. Creo que llegué a saltar de la muralla en el sueño y se me erizó la piel cuando supe que alguien también lo hizo esa misma noche, una noche en que casi no había visibilidad a causa de la neblina.
—Puede ser una coincidencia —le dijo él no creyéndose sus mismas palabras.
—Puede ser.
Kankurō se miró en el reflejo de lo que quedaba de vino en su copa. Nunca había sido una persona muy cariñosa, ese podría ser Gaara, y eso que él no había tenido una gran infancia ni tampoco una buena reputación por esos años; pero algo en aquella rubia le despertaba un instinto parecido al que tenía con Temari.
—Quédate una temporada aquí —le dijo—. Baki y yo siempre bromeamos con que Rasa debió tener este jardín para no volverse loco.
No era mi intensión este final, pero somehow se escribió así. Amamos a Kank.
Syb.
