Aviso: por el largo de la historia, estoy considerando seriamente partirla en dos partes próximamente, avisándoles con tiempo si llego a hacerlo. Pido la opinión de mis lectores al respecto, así como los comentarios de siempre. Dicho lo anterior, sigan leyendo como si nada.
Veintiséis: Confusión.
El señor Malfoy iba tremendamente rápido para ser un adulto. A la Orden del Rayo le costó mucho trabajo seguirle el paso, pero cuando al fin lo tuvieron en su campo de visión, les sorprendió que no fuera al despacho de la directora, como habían supuesto en un principio, sino que subiera escaleras sin cesar. De pronto, el hombre se detuvo, pues vio aparecer en el pasillo a una mujer. Los niños la reconocieron como la profesora Nicté y a juzgar por la dirección de la que venía, había salido de su despacho.
—Buenas noches, señor —saludó la profesora —¿Se le ofrece algo?
El hombre no respondió, se limitó a verla de arriba abajo, con expresión de desconcierto. De pronto, se fijó en la mano derecha enguantada y sonrió sutilmente.
—Con razón no te encontraba, Abil —dijo el señor Malfoy —¿Se puede saber qué haces aquí?
La profesora Nicté frunció el entrecejo, extrañada. No sabía cómo aquel hombre la conocía hasta por su nombre de pila, siendo que ella jamás lo había visto.
—¿Quién es usted, señor? —inquirió ella, con frialdad.
El señor Malfoy no respondió, sino que se le acercó unos cuantos pasos. La profesora Nicté también dio unos pasos, pero los suyos fueron para retroceder.
—¿No me digas que resulto tan distinto? —el hombre sonrió aún más —No te preocupes. Unos minutos más y me verás perfectamente.
Y no tuvo que pasar mucho tiempo, pues en el mismo momento en que un rayo anunciaba el inicio de una verdadera tormenta, el hombre empezó a cambiar. Su piel se tornó más oscura, su cabello también y sus ojos se tornaron de un gris más claro. En lugar del señor Malfoy, quedó alguien muy parecido a la profesora Nicté, con la diferencia de que era un hombre de fisonomía fría y agresiva, hecha a base de duras experiencias. La profesora Nicté lo reconoció en el acto.
—¡Anom! —exclamó, arqueando las cejas por la sorpresa —¿Cómo te atreves a venir aquí y a presentarte así?
Anom dejó de sonreír. Su expresión ahora era hermética y no revelaba ninguna emoción en concreto. Los niños, expectantes, trataron de no hacer ni un ruido y confiaban en que no se presentara nadie en el pasillo hasta saber qué quería Anom Nicté en ese lugar.
—Vengo a buscarte —respondió Anom, con cierta tranquilidad que daba a entender que tenía algo de prisa —Tienes qué ayudarme, Abil.
—¿Esperas que te ayude, después de todo lo que has hecho? —la profesora Nicté adoptó una expresión severa y furiosa —¡Por Dios, Anom¡Has asesinado! No puedo ni debo ayudarte.
—¿Tú también creíste eso? —Anom mostró una pizca de desesperación —Por favor, Abil¿de verdad crees que yo, tu hermano, haría algo como eso?
—Antes no, pero ahora sí —la profesora no se dejó llevar por las palabras de Anom Nicté —Al que yo hubiera querido ayudar era al Anom que fue mi hermano, mi compañero en Calmécac, mi amigo. No a éste que tengo enfrente, un maldito mercenario.
—Abil, escúchame —pidió Anom, dando otro paso hacia su hermana —Sé lo que piensas, lo que todo el mundo piensa, pero yo no hice nada de eso¿crees que si hubiera hecho todo lo que dicen, me expondría ante ti? Sé que siempre has sido muy justa y que me entregarías. Pero antes, debes escucharme.
Abil Nicté negó con la cabeza.
—No pienso escucharte. Ya te lo dije, hubiera escuchado al hermano que tenía en México, pero no al hombre que tengo enfrente. El hombre que tengo enfrente no es mi hermano.
Anom soltó un suspiro, llevándose la mano derecha a la cabeza y despeinando su corto cabello castaño. Fue entonces cuando Hally, a la luz de otro relámpago, se fijó en algo inusual.
—Chicos —les susurró a sus amigos —Su mano. Miren su mano derecha.
Los demás a duras penas comprendieron el susurro por el ruido de la lluvia que empezaba a caer con intensidad, pero obedecieron y al ver la mano derecha de aquel sujeto con todo el escrutinio del que fueron capaces a la luz de las antorchas, se miraron entre sí y le murmuraron algo a Henry. El niño, al escuchar lo que sus amigos le decían, salió de su escondite sin avisar.
—¡Mamá! —llamó.
—¡Henry! —soltó la profesora, mirando a espaldas de Anom —¡Hijo, vete!
Se veía preocupada, pues allí estaba el que sabía que era un asesino peligroso. Pero lo que pasó a continuación la sorprendió. Anom se le quedó viendo a Henry con una mirada de cariño que hacía mucho tiempo que no veía.
—¿Así que él es la prueba viviente de que la escuela se equivoca? —comentó, sonriendo sutilmente —Siempre he creído que Calmécac se quedó en el pasado. Supongo que tiene los ojos verdes por su padre, el mago inglés —se volvió hacia la profesora —Sí, Abil, me enteré de que te casaste. Cometiste malinchismo y por eso tu tatuaje puede verse¿no?
–¿Cómo supiste...? –empezó la profesora, totalmente atónita.
—Mamá, él no ha hecho nada —empezó Henry —Mis amigos no ven nada en su mano.
Señaló la mano derecha de Anom, donde para la profesora y su hijo estaba muy claro un tatuaje en forma de cabeza de jaguar.
—¿Tus amigos están aquí? —preguntó la profesora con severidad. Al ver a Henry asentir, ordenó —Entonces vete con ellos. Llamen a los aurores que están con la profesora McGonagall.
—Pero mamá... —protestó Henry.
—¡Ahora!
Ante el tono de voz de su madre, a Henry no le quedó más remedio que obedecer. Regresó al sitio de donde había salido y se reunió con sus amigos.
—¿Qué hacemos? —preguntó Walter Poe con la voz lo más tranquila posible —¿Obedecemos a la profesora, Henry?
—No —respondió el niño —Quiero saber qué diablos está pasando. Si Anom Nicté no hizo lo que dicen¿entonces quién fue?
—Ya sé —intervino Sunny —Amy y yo iremos por los aurores y ustedes pueden quedarse a escuchar. Hay que estar preparados para todo¿qué tal que todo esto no es más que un engaño? Podría ser peligroso.
—Muy bien, vayan —aceptó Henry —Pero tárdense un poco.
Sunny asintió y se alejó por el pasillo junto con Amy. Los demás asomaron las cabezas sólo lo suficiente como para oír la conversación.
—Anom, no tienes mucho tiempo —le dijo la profesora Nicté —Así que te recomiendo que si vas a decirme algo, lo hagas ahora. Henry no tenía porqué verme hablar con el culpable de la muerte de su padre.
—¿Su padre? —se extrañó Anom —No entiendo de qué estás hablando. Yo nunca vi en persona a tu marido. Mucho menos habría hecho que lo mataran.
Abil suspiró para tranquilizarse un poco.
—¿Qué hiciste con tu tatuaje? —preguntó sin preámbulos —¿Porqué los amigos de Henry no pueden verlo?
—Porque seguramente todos son ingleses¿porqué otra cosa? —respondió Anom, como sin comprender la pregunta de Abil —Me sorprende que me preguntes eso. Ya te dije que yo no he hecho nada malo. Necesito que me escuches.
Abil volvió a suspirar y asintió imperceptiblemente.
—Cuando vine a este país, me puse a estudiar muy duro —comenzó Anom, sabiendo que no tenía mucho tiempo —Tú lo sabías, te escribía con frecuencia. Entonces, Voldemort volvió y empezaron a complicarse las cosas. Acudí al Ministerio y me puse a su disposición, diciéndoles que en mi país teníamos magia que podría ayudar a resolver el conflicto. Me aceptaron como espía y me ordenaron cortar toda comunicación con la familia por su seguridad, por lo que les escribí una última carta a ti y a nuestra mamá, diciéndoles todo.
—Nunca la recibimos —informó la profesora Nicté —Por eso mi mamá se disgustó y prohibió volver a mencionarte.
—Me lo suponía —reconoció Anom —Bueno, en fin, luego de enviar las carta, hubo un atentado contra el ministro y Percy Weasley le pidió ayuda a su hermano auror, Ronald, para atrapar al culpable. Y Ronald, a su vez, me pidió ayuda a mí, sabiendo que yo era extranjero. Me puse a investigar por todas partes, pero me asustaba que el tipo se pareciera tanto a mí. Sobre todo por el asunto del tatuaje... Sabía que nadie veía el mío, pues yo no había roto el pacto de sangre de Calmécac, pero el que Ronald Weasley buscaba debió hacerlo y al parecer, estuvo en Tezcatlipoca como yo. Él fue el que ayudó a matar a Percy Weasley, y lo sé porque yo estuve allí. Lo vi todo. He estado ayudando a Ronald desde entonces, yendo delante de él a todos lados, persiguiendo al tipo y poniéndolo al tanto de sus movimientos. Nunca podemos ponerle la mano encima porque se nos escabulle. Es demasiado hasta para alguien que conoce el tipo de magia que usa, como yo.
—Si todo eso es cierto¿porqué no te presentaste en el Ministerio? —quiso saber la profesora Nicté —Hubieras podido exonerar a Ronald Weasley de inmediato.
—Tenía un problema y era que había alguien muy influyente en el Ministerio, el que ejecutó la maldición asesina contra Percy Weasley, que hubiera echado todo a perder. Ronald me lo dijo, que mejor fuéramos tras el tipo, para así atraparlos a los dos. No iban a querer ponerle una mano encima al influyente sin pruebas, Abil, compréndelo.
La profesora Nicté suspiró de nueva cuenta, lenta y tristemente. Henry, al oír a su madre, sabía que ella quería creerle a su hermano, pero que no le era fácil. La profesora estaba en un verdadero predicamento.
—Anom¿cómo puedo creerte todo eso? —preguntó —Dime cómo.
—Sencillo. Puedo llamar a Ronald. Está esperándome en el pueblo, para saber cómo están las cosas. Escuchamos que hubo unas intrusiones y me mandó a mí por delante para averiguar si su hija estaba bien¿la has visto?
—Es una de las amigas de Henry —respondió la profesora secamente —No sé si esté bien, yo acabo de llegar de Londres. ¿De verdad Ronald Weasley está aquí, Anom?
—Sí —Anom movió la cabeza arriba y abajo —¿A qué fuiste a Londres? —inquirió.
—Se suponía que iban a interrogarme de nuevo, pero... No es posible, tal vez...
—Tal vez todo funcionó demasiado bien para mi gusto —dijo una voz a espaldas de la profesora Nicté —No saben lo que me alegra verlos juntos.
Ambos adultos miraron hacia donde se escuchaba la voz y encontraron a un encapuchado que caminaba hacia ellos. Los niños, ocultos al otro extremo del pasillo, se pusieron en guardia sacando sus varitas lo más pronto posible, aunque no sabían cómo iban a actuar si sabían aún pocos hechizos que pudieran serles de utilidad. Ahora Henry deseó no haberle dicho a Sunny que ella y Amy se tardaran, porque las cosas se estaban saliendo de control.
Sunny y Amy estaban teniendo dificultades para llegar hasta los aurores, pues el señor Douglas, el interrogador, estaba a la puerta del despacho de la profesora McGonagall y no quería dejarlas entrar a menos que le dijeran la razón de su visita.
—La profesora Nicté los mandó llamar —dijo Sunny con desesperación, al agotarse todas las excusas que Amy había dado para no revelar el verdadero motivo —Acaba de llegar de Londres.
—¿Y qué fue a hacer a Londres? —quiso saber el señor Potter, quien se había colocado detrás del señor Douglas.
—La llamaron del Ministerio —respondió la profesora McGonagall desde un sitio que Amy y Sunny no pudieron ver —Debía declarar sobre el caso del señor Weasley.
–Pero si nosotros estamos a cargo de ese caso —repuso la voz de la aurora Tonks, según reconoció Amy —Y no la mandamos llamar precisamente porque venimos aquí. ¿Cuándo se fue?
—Ayer —dijo la voz del profesor Lupin en el interior del despacho.
La cara de Douglas mostró una leve mueca de contrariedad que Sunny alcanzó a captar.
—Usted sabe algo —gritó —Estoy segura. ¡Déjenos pasar!
Empujó la puerta aprovechando que el señor Douglas se distrajo con su grito y se metió al despacho, seguida por Amy, quien veía con cierta consternación la escena. Sunny se puso delante del señor Potter y le dijo apresuradamente.
—La profesora Nicté necesita a los aurores. Anom está en el colegio.
Al oír aquel nombre, los Potter y la aurora Tonks no perdieron tiempo. Se precipitaron hacia la puerta, haciendo a un lado a Douglas para seguir a Sunny y Amy, que habían vuelto a salir para guiarlos. El profesor Lupin y la profesora McGonagall los siguieron, cerrando la marcha el señor Redhall, del Departamento de Educación Mágica. El señor Douglas iba a salir, pero vio su reloj y al percatarse de la hora, sacó un frasco pequeño llena de un líquido espeso y de un ligero tono marrón y bebió un sorbo, haciendo una mueca al tragar.
—El pelos de elote me debe una —musitó con contrariedad en español, antes de salir del despacho —Y ahora me va a deber otra.
Sin esperar más, salió de la habitación con rapidez.
—¿Quién rayos eres tú? —preguntaron los hermanos Nicté a coro.
La figura encapuchada soltó una carcajada ronca y burlona, pero que a Anom le heló la sangre, pues la pudo identificar.
—¡Eres tú! —exclamó con furia —¡Tú fuiste el que mató a Percy Weasley!
La figura movió la cabeza de un lado para otro, como negando cínicamente.
—¿Y eso qué mas da? —dijo al fin, arrastrando un poco las palabras —Un Weasley más o un Weasley menos no hace mucha diferencia¡hay tantos...!
—¡Yo lo mato! —murmuró Rose y tuvo la intención de salir de su escondite, pero entre Ryo y Walter la detuvieron.
—Espera hasta que regresen Sunny y Amy —pidió Walter —Podría pasarte algo.
Rose aceptó a regañadientes, y siguió observando en silencio con sus amigos. Danielle, en cambio, no podía poner toda la atención debida, pues la voz de la figura encapuchada le parecía aterradoramente familiar.
—Entonces... entonces —la profesora Nicté tartamudeó —Fue ese tipo el que...
—Tú eres la esposa de Graham —dijo la figura encapuchada con un dejo de burla —Fue difícil herirlo¿sabes? Era bueno defendiéndose, según me dijo mi sirviente. Habría acabado con él de no ser porque usó un hechizo muy raro que desvió la mayoría de sus maldiciones.
La profesora Nicté mostró su ira frunciendo el entrecejo y sacando la varita. Anom, tras ella en ese momento, hizo lo mismo. Ambos le apuntaron al encapuchado, quien los imitó al sacar su propia varita con lentitud, como si creyera que no pasaría nada grave si se demoraba.
—No tengo el tiempo para estas tonterías —dijo el encapuchado, jugueteando con su varita —Pero ya que insisten, bien podría eliminarlos ahora mismo. No tengo nada mejor qué hacer.
Alzó la varita y exclamó con voz fuerte y clara.
—¡Avada Kedavra!
Los niños ocultos ahogaron un grito. Esa maldición no podía interceptarse... o eso sabían.
—¡Tézcatl (1)! —gritaron al unísono la profesora Nicté y Anom.
Una barrera translúcida apareció ante ellos, saliendo de sus varitas, y detuvo la maldición con cierta dificultad, haciéndola rebotar hacia su emisor. El encapuchado apenas pudo reaccionar y se hizo a un lado, quedando tras una columna de piedra muy gruesa, a donde la maldición fue a estrellarse. Luego salió de su escondite, y en su fisonomía se adivinó que estaba furioso.
—¿Cómo es posible...? —soltó, iracundo.
–Nuestra magia tiene unos cuantos trucos que tú y tus compatriotas no conocen —respondió Anom, acercándose a él —Y ahora sí no te nos vas a escapar. Pagarás por lo que hiciste.
—¡Alto ahí! —clamó una voz —¡Ahora!
Los aurores acababa de hacer su aparición, pasando a un lado de la columna que escondía a la mayoría de los miembros de la Orden del Rayo. Sunny y Amy venían al frente y les señalaban a los tres adultos que estaban en el pasillo.
—¿Quién diablos es ése? —se extrañó Sunny —No estaba aquí cuando nos fuimos.
El señor Potter y la aurora Tonks sacaron sus varitas y apuntaron: ella al encapuchado y él, a Anom. La profesora Nicté le apuntó de inmediato al encapuchado.
—¡Atrápenlo! —indicó —Él es el asesino de Percy Weasley.
Los magos del Ministerio, incluyendo a los aurores, se confundieron un segundo, el cual supo aprovechar el encapuchado a la perfección.
—¡Lumos Máxima! —exclamó.
El lugar se iluminó con un enorme destello que afectó a todos, menos a Hally, Rose, Henry, Ryo, Danielle y Walter, pues la columna los protegió. Alcanzaron a ver perfectamente que el encapuchado se iba por el mismo camino que había tomado y Hally de inmediato dio la alarma.
—¡Papá, mamá, se escapa!
Los Potter no esperaron a que la luz se disipara y empezaron a caminar a tientas. Llegaron al extremo del pasillo por donde el misterioso sujeto se había ido y parpadearon un par de veces cuando la luz por fin se extinguió. Pudieron ver normalmente, echaron a correr seguidos por los demás adultos y a excepción de la profesora Nicté y Anom, todos desaparecieron por el fondo del pasillo. Los niños salieron de su escondite para ayudar a Sunny y Amy, que se frotaban los ojos con fuerza.
—¿Están bien? —preguntó Ryo.
Las dos niñas asintieron y abrieron los ojos lentamente. Anom guardó su varita.
—Voy a ponerme a disposición del Ministerio —anunció.
—Pero Anom... —replicó la profesora Nicté —No te escucharán¡te enviarán a Azkaban!
—Al menos habré hecho el intento de aclarar todo esto —Anom suspiró y al hacerlo, los niños pudieron ver el gran parecido que tenía con la profesora Nicté —Y Ronald me respaldará.
Rose dio un respingo al oír el nombre de su padre, pero no dijo nada.
—Tienes que enviarle un mensaje —le pidió Anom a su hermana —Explícale lo que pasó y que tuve que entregarme. Él entenderá, estoy seguro. Vendrá a apoyarme.
En ese momento, el señor Douglas apareció en escena, seguido por los Potter, Tonks, la profesora McGonagall, el profesor Lupin y el señor Redhall. Traían caras de desilusión.
—Se nos escapó —anunció el señor Potter —Pero usted —señaló a Anom con una mano, con gesto severo —tiene mucho qué explicarnos.
Anom puso las manos al frente, en actitud de rendición.
—Estoy a su disposición desde este mismo momento —declaró —No tengo nada qué ocultar.
La aurora Tonks alzó su varita y murmuró unas palabras. Unas gruesas esposas rodearon las muñecas de Anom y lo encadenaron. El mago suspiró de nuevo, de forma leve, y miró a su hermana con tristeza.
—Gracias por escucharme —le dijo —Se nota porqué estuviste en Quetzalcóatl. Henry —se dirigió al niño —Espero que algún día puedas verme como alguien de la familia
El hombre fue conducido por los demás adultos fuera del castillo, mientras que la profesora Nicté no pudo reprimir el llanto y se tapó la cara con su mano enguantada. Henry se acercó de inmediato a su madre.
—Mamá —llamó el niño —¿Estás bien?
La profesora Nicté no hizo más que abrazar a su hijo con fuerza.
—Ojalá haya hecho lo correcto —susurró la mujer —Ojalá todo esto termine pronto. Henry, ve por Balam. Necesito enviar una carta.
Henry obedeció y seguido por sus amigos, se dirigió a la lechucería.
El hombre pelirrojo que había llegado a El Aquelarre hacía pocos días paseaba de un lado para otro en su habitación. No soportaba estar sin noticias, nunca lo había hecho, al menos no por mucho tiempo. Se impacientaba y estaba a punto de salir a averiguar las cosas por sí mismo cuando un ave de buen tamaño, a la que reconoció como un halcón peregrino, se posó en el alfeizar de la ventana, soltando un leve chillido para llamar su atención.
—¡Madre santa! —se asustó el hombre, dando un respingo —¿Qué querrá este pajarraco?
Se acercó al halcón, estiró una mano y el animal, en respuesta, estiró una de sus patas. El hombre vio que tenía un pergamino atado a la pata. Se lo desató con cuidado y mientras lo desdoblaba, notó que el halcón no se iba. Se había quedado muy quieto, mirándolo con fijación.
—Seguro esperas respuesta —opinó el hombre, leyendo velozmente el mensaje del pergamino. A medida que leía, su frente se arrugaba más y cuando acabó, estrujó el mensaje.
No quería, pero se sentó a la sencilla mesa de madera que servía de escritorio en el cuarto, tomó pluma y pergamino y escribió una rápida nota. Se levantó, cruzó la habitación y se acercó al halcón, mostrándole el pergamino.
—Es la contestación —indicó.
En cuanto lo dijo, el ave estiró la misma pata que antes y el hombre pudo atarle la nota sin problemas. En cuanto estuvo bien atada, el halcón dio un leve chillido, movió la cabeza y levantó el vuelo. El pelirrojo lo vio alejarse.
—Tal vez te vea pronto, Rosaline —susurró, viendo el castillo de Hogwarts a la distancia —A ti y a Luna. Tal vez.
(1) La palabra Tézcatl, en náhuatl, significa espejo.
