Escribí esto este día, no quise salir de mi pijama y me dije basta, debo actualizar.

Sepan que yo escribo como si supiera quién es malo y qué sucederá, pero todo es fake. Ya no sé nada de esta historia.


Saudade

por Syb

Capítulo X: Misivas


Inuzuka Hana frunció la boca cuando su nariz captó humedad, fue casi imperceptible y no fue más que en un respiro. Escudriñó la aldea con sus ojos entornados, la luz de los faroles en la calle alejaba a la noche fresca y ocultaba lo que se sentía extraño en aquel momento. Uno de sus perros gruñó suavemente como si pidiera instrucciones, pero ella desestimó sus aprensiones. Siguió caminando con un escalofrío corriendo libremente por su espalda.

Apareció un tumulto de gente en una esquina, en la Arena se podían distinguir fácilmente las tabernas porque cada vez que hacía un clima templado la gente llevaba sus copas hacia el exterior. En esa aldea al parecer no había muchas reglas con respecto a los animales de compañía, por lo que entró con sus tres perros sin pensarlo mucho. Se acercó a la barra en una taberna casi completamente vacía para pedir una copa, y esperando al tabernero, sintió que alguien se le acercó demasiado.

Era nada más un chico que acababa de salir del baño y se le acercó a uno de sus perros sin miedo alguno. Con una sonrisa en los labios, el chico quiso poner en práctica algo que Hana solo había visto en su clan: se le acercó firme al can y se arrodilló frente a él con mostrando su palma de la mano para presentarse, y el perro lo olisqueó. Luego, empezó a rascar en la mejilla del perro.

—¿Eres del clan Inuzuka?

—Claramente —le dijo ella con reserva, ella llevaba las marcas rojas de su clan en sus mejillas.

El chico parecía ser nativo de la Arena y los nativos no solían salir del desierto.

En esos momentos, los tres perros estaban pidiendo caricias del extraño con las colas mansas.

—Siempre quise ver a alguien del clan Inuzuka —dijo el chico—. Mi padre fue muy amigo de un Inuzuka, por eso sé una cosa o dos.

—¿En una misión? —dijo ella solo para seguirle la charla, no tenía mucho interés en el chico.

—Inuzuka vivió en su casa por cerca de un año, también tenía tres perros como los tuyos.

Hana sintió que ese hombre podía haber sido su padre, no mucha gente del clan elegía tener tres perros bajo su alero porque se decía que el vínculo entre humano y bestia podía perder solidez. Sin embargo, ella tenía tres justamente porque él tenía tres.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó.

—No lo sé, solo le decían Inuzuka.

—¿Y por qué vivía Inuzuka con tu padre?

—Decía que se cansó de sus responsabilidades de su clan —le dijo parándose para mirarla a los ojos—. ¿Quieres beber conmigo y mis amigos?

—Me iré pronto —le dijo cuando el tabernero finalmente le trajo la copa y se llevó las unidades que dejó sobre la barra.

—Lástima —dijo el nativo y le dio unas últimas palmadas en la cabeza de uno de los perros de la chica.

—¿Dónde está ese Inuzuka ahora? —le preguntó ella sin mirarlo.

—Se fue hace años a otro país, era un nómade. Mi padre dice que se fue a la Nube, pero ya han pasado años desde que se fue. Quizás ya no está por allá, quizás ya volvió a la Hoja, quién sabe.

Hana bebió de un sorbo la copa y silbó suavemente para llamar la atención de sus perros.

—Gracias por la información.

Cuando salió de la taberna, sintió el agua otra vez. Y tan rápido como llegó, tan rápido se fue. Fue frustrante, su nariz era una de las mejores en todo su clan; quizás era mejor que la de su padre, pero no era capaz seguir el rastro de la humedad que sabía que estaba ahí, en medio del desierto seco. Hana no estaba cerca de las dependencias del Kazekage, por ende, no estaba cerca del jardín privado; por lo que no debía ser esa humedad antinatural de ese oasis en medio del desierto.

Ese olor se le parecía al olor de un banco de neblina.


Yamanaka Ino le sirvió una taza de té a Hyuuga Hanabi con la elegancia con la que había nacido. La chica le había contado sobre sus intenciones de seguir las enseñanzas de Namida Suzume en su academia maltratada por el tiempo y la paz. Para la rubia, que la chica se enlistara, significaba un gran acierto para la rama de seducción, ya que muchas chicas de su misma familia quizás elegirían seguirla. La rubia se apuró para darle un par de lecciones, usando un par de historias como seductora en acción.

La rubia tomó asiento frente a ella y sintió la presencia de su guardián de la Hyuuga a un lado de la puerta. Al parecer se había sentado allí recientemente. Ino trató de mantener la compostura, pero Hanabi notó la perturbación. Era interesante para la menor que la rubia pudiese ser consciente de las mismas cosas que ella sin la necesidad de verlo con sus ojos. Quizás ella sí había nacido para la profesión.

—¿Tokuma te molesta?

—Claro que no —dijo con falsa modestia—. Entiendo que tenga que cuidarte.

—Ya me trajo a la Arena sin permiso, no puede permitirse que alguien me haga daño —dijo con gracia.

—Y ya sabe que su novia está bien —replicó Ino tomando su taza de té.

—Lo que no sabe es que la perdió —siguió Hanabi con un susurro para tomar la taza de té de la misma forma que había hecho la rubia.

Ino corrigió sus codos y siguió hablando.

—Está bien, él nunca me gustó para ella.

—Es más de lo mismo —opinó y ambas sorbieron del té al unísono.

—Necesita a alguien que la haga brillar —dijo Ino y se sonrió pensando en la charla que tuvo con el hermano del Kazekage en el carromato. Recordó también con amargura que Kankurō la vio teniendo una ausencia. En su rostro se mostró la aflicción brevemente, pero volvió la sonrisa a sus labios como si esta nunca hubiese desaparecido, fue tan rápido que Hanabi dudó en lo que realmente vio en su superiora.

Hanabi siguió con la mirada a la rubia cuando esta decidió levantarse y caminar hacia la ventana de la habitación. En absolutamente todos los cuentos que leyó del gran libro de Namida Suzume, las heroínas se preocupaban de leer todo lo que pudiesen de sus acompañantes, en sus ojos y sus gestos principalmente. Y en su poca experiencia como seductora, Hanabi sintió que había algo oculto en la rubia. Si concernía la misión o algo más, era la interrogante.

De pronto, Baki de la Arena había dejado de ser su objetivo de interés.

—¿Y qué sucede con Kankurō?

—Me ayudó a enviar una carta a la Hoja esta mañana, otra por parte de Tokuma también —le dijo Ino con una sonrisa cálida desde la ventana—. No me sorprendería que tu padre llegase dentro de tres días con todo su clan.

—Me preocuparía si no lo hiciera —dijo con una risa—. Tokuma debe estar nervioso, por eso está en el pasillo y no con Tenten. ¿Dónde está ella, por cierto?

—Es su noche libre —dijo—. Ella y Hana deben estar recorriendo la aldea ahora que la tormenta de arena terminó.

—¿Y tú?

—Prefiero estar aquí contigo.

Hanabi sintió que la rubia estaba ocultándose.


Tenten siguió las instrucciones del chico del servicio al pie de la letra, las que incluso había anotado en un pequeño rollo que había ocultado en una de sus muñequeras. Ese día se había paseado por las calles que empezaban a desempolvarse rápidamente de la tormenta de arena que los había azotado, pasó la tarde entera en el Mercado de Especias buscando algo que le llamara la atención, aprovechando que era su día libre y que su ropa había vuelto zurcida y limpia, pero nada captó en demasía su interés. Se notaba cómo la paz había traído el comercio entre las aldeas y que el desierto se había sabido reinventar como la potencia en especias, siendo la Arena el punto neurálgico de las tribus nómades y otros pueblos para comercializar.

Ya entrada la noche, compró un par de damascos deshidratados y los fue comiendo a medida que avanzaba por el mercado. Había varios puestos de armerías en el área destinada los metales y maderas, varios de los cuales contaban con implementos de marionetistas. Tenten se las quedó mirando, las marionetas habían sido antes lo que las especias lo eran ahora, habiendo tenido a Chiyo como una de las marionetistas más importantes de su historia.

—¿Algo que te interese en particular? —preguntó el vendedor.

—Una cuchilla.

—¿Ninguna marioneta?

—No —resolvió ella, con la vista puesta en una marioneta de la exhibición.

Pagó y se comió su último damasco para volver a la calle. La cuchilla estaba en su mano y jugó con ella, balanceándola entre sus dedos, mientras pensaba en lo necesario que era Kankurō en su posición como jefe de la División contra el terrorismo, con tanta gente entrando con su mercancía, ya que difícilmente se podía distinguir a los fanáticos de Rasa de los que no. Él jamás podría irse como Temari lo había hecho. Además, su personalidad bravucona y bruta era más pronunciada que la de su hermana, por lo que le costaría ganarse un espacio en su aldea.

Casi se sonrojó pensándolo en la Hoja.

El verlo sin su distintivo púrpura de marionetista había hecho que le llamara la atención, como si olvidara que se trataba de Kankurō, quien era tosco y bravucón desde que lo había conocido. Sin embargo, los años no le habían cambiado la personalidad, eso lo había comprobado en medio del desierto. Entonces, ¿qué era lo que la hacía sentir que esta vez era distinto? Se preguntó con la cuchilla balanceándose entre sus dedos. Se decía que la adrenalina que se sentía durante las misiones era muchas veces confundida por sensación de enamoramiento, pero esa necesidad de mirarlo había ocurrido mucho antes de salir al desierto con él como guía.

Sus manos grandes, sus rasgos faciales fuertes y su actitud bruta y desafiante, pero que podía cambiar en privado y volverse divertida podían ser las razones. Todas sus características distaban mucho del Clan Hyuuga, quienes eran tradicionalistas, serios y de rasgos finos y etéreos, siguiendo ciegamente en las palabras de su patriarca. En cambio, el marionetista parecía seguir sus propias órdenes.

—Una lectura de manos por solo cinco unidades —le dijo una vieja en un callejón—. Tienes cara de que necesitas una.

—No, gracias —dijo dubitativa.

Tenten jamás rechazaría una lectura de la fortuna, pero se negó por miedo a que le volvieran a decir que tenía mucha arena en los ojos y que era su destino quedarse ahí.

—Son solo cinco unidades.

—No —volvió a negarse, se guardó la cuchilla y se echó a andar por otro callejón, con la vieja siguiéndola de cerca.

—Tienes mucha are-… —dijo la vieja, a lo que la Maestra de Armas se volteó a verla y la cortó.

—Sí, tengo mucha arena los ojos. Ya me lo han dicho.

Tokuma ya había venido a rescatarla a la Arena, de cierta forma se parecía a la predicción de la vidente de la Hoja: un extranjero la robaría al enamorarla para llevársela a sus tierras. El Hyuuga había ido al extranjero a rescatarla, aún si no necesitaba un rescate. Ella tenía a su equipo cuidándole la espalda y a Kankurō como su guía.

—Te conozco —le dijo con una sonrisa a la que le faltaban unos dientes—. Eres tú, te vi en los ojos de otra persona.

—¿Quién eres? —preguntó Tenten, exasperada, pero la curiosidad pudo más—. Está bien —dijo a regañadientes—, ¿por cinco unidades dijiste?

La vieja arrugada se hizo de rogar.

—Ya no son cinco unidades.

—¿Seis?

—Diez.

—Entonces no —le dijo Tenten y le dio la espalda, dispuesta a irse, pero la vieja ya la había atrapado en su fantasía cual marionetista.

Su mente solo necesitaba de una adivina que dijera que Tokuma era el hombre de su vida, entonces ella se quedaría tranquila y volvería a la casona del Kazekage; pero ninguna adivina le había dicho algo remotamente parecido a ello en toda su vida. Incluso la posadera le había dicho que se quedaría en el desierto cuando estuviera madura.

—Está bien —le dijo una vez más, pero con eso trataba de convencerse a sí misma. Nunca había pagado tan caro por un par de mentiras que apaciguaran su corazón atormentado.

Sí, mentiras, porque sabía que Tokuma era algo del pasado.

La vieja extendió su mano para pedir su pago, Tenten suspiró derrotada para buscar en sus bolsillos la cantidad exigida. Depositó las monedas en la mano de la vieja y ella rápidamente tomó su rostro con la otra mano para acercarla a sus ojos.

—Tienes mucha arena en los ojos, sí —empezó—. Te aburres mucho en tu país natal, la adrenalina la sientes solo acá. Te volverás adicta a ella, sí, sí. ¡Tienes un novio! Pero él también te aburre…, pareciera que él llevase mucho tiempo en tu vida, pero es nuevo. No tiene nada nuevo que darte, al igual que tu país. Sí, sí, aquí intentarán matarte dos veces. Una ya pasó…, y está él.

—¿Él?

—¡Sí, él! Aquí podrías ser importante, a nadie le importa tu apellido…, estás con tu novio, sí, pero él no te dará su apellido, no lo dejan. Es blando, déjalo.

La vieja soltó su cara y se dispuso a ir rápidamente para dejar a una chica pasmada, pero alguien la hizo detenerse unos metros más allá y la obligó a devolverse. Tenten lo vio vestido completamente de negro y sus marcas características color púrpura. Esta vez sí se sonrojó, pero la noche la ocultó.

Kankurō sonreía de manera siniestra mientras miraba a la vieja, puso su mano pesadamente sobre el hombro de la vieja arrugada y ella a regañadientes le devolvió cinco unidades a la Maestra de Armas.

—Lárgate —le ordenó susurrándole al oído, pero la vieja no se movió de inmediato—… O te rompo los dedos.

—No me asustas, hijo de Rasa —le dijo con una sonrisa, pero de todas formas se fue.

Los labios de Tenten permanecieron sellados por tres latidos de corazón.

—Kankurō —lo saludó, ese día ella había desaparecido luego del desayuno por lo que no lo había visto.

Cualquiera diría que estaba huyendo de él y Tokuma.

—No caigas en la trampa de esas ratas videntes —sugirió con un poco de gracia.

—Ella insistió y se ve que necesita dinero —le mintió con tanto descaro que sintió que el rojo volvería a reptar sus mejillas—. ¿Qué haces aquí?

—¿No crees que está muy tranquilo? —le dijo mirando la calle que de a poco se iba vaciando—. Tengo la impresión de que algo pasará.

—Debería irme —dijo nerviosa y empezó a caminar en dirección a la casona donde se hospedaban.

—Y Tenten —la llamó él, a lo que ella cerró los ojos como si la golpeara una oleada de adrenalina y felicidad. Era evidente que debía terminar con Tokuma si quería probar suerte con el extranjero. Kankuro se le acercó con un objeto en la mano y se lo dio. Era una cuchilla decorada con un estilo típico de los marionetistas—. Cuídate de las ratas.


Namida Suzume se encontraba trasplantando unos pequeños brotes de flor a recipientes de cerámica cuando Raidō tocó suavemente la puerta del despacho. La mujer supo que algo ocurría por la expresión que él traía en el rostro quemado. Se quitó sus guantes para la jardinería y el cigarro apagado que tenía entre los labios, y se levantó tan tensa como una piedra. Detrás del guardaespaldas estaba el consejero junto a su prometida extranjera: Nara y Temari de la Arena.

—Esto llegó esta tarde desde la Arena—dijo su compañero para entregarle una carta a la mujer—. Está escrito en un código que solo tú entenderás. Es Ino.

—Claro que es ella —dijo ella con las manos temblorosas—. Este código solo lo sabemos las mujeres que estudiamos en esta Academia.

—Necesitamos saber qué dice —indicó Nara.

—Llegaron dos cartas de mi aldea —dijo Temari—. Una para los Hyuuga y otra para ti. Necesito saber qué fue lo sucedió, no hay ningún grupo confirmado de parte de los Hyuuga en la Arena.

La rubia ceniza sabía que, si su hermano estaba siendo imprudente en la División contra el Terrorismo, no iría a mencionarle nada.

Suzume solo los guió por la casona hasta la cocina para que la luz natural la ayudara a leer el mensaje de su querida estudiante, los trazos en el papel eran rápidos y temblorosos, como si la chica tuviese miedo de revelar la información. Se repetía bastante el símbolo que representaba a «mentalista», seguido de «problemas» y «control», miró a Raidō con seriedad, no era información que pudiera compartir con el Nara y la hermana del Kazekage. Se lamió los labios intentando buscar las palabras correctas para decirles que no podría revelarles nada.

—No puedo. Es personal.

—¿No dice nada de mis hermanos? —preguntó la rubia.

Suzume abrió la boca para responder, pero unos pasos firmes en su terraza la alertaron de un nuevo visitante y los golpes fuertes en la puerta le indicaron que no era amigable.

—¡Namida Suzume! —gritó Hiashi desde el otro lado de la puerta—. Quedas bajo arresto.


Siento que este cap debería llevar un "parte I"

¿Seguimos amando a Kank o no? Hiashi es el malo(?)