La vida me ha tratado mal últimamente, dicen que tengo un ángel en el cielo, pero todo es bullshit. Nada tiene sentido, incluso este fic.
Saudade
por Syb
Capítulo XII: Malentendido
Namida Suzume fue puesta en custodia en una de las habitaciones más lujosas y lejanas de la mansión del Clan, la mujer podía oír sonidos lejanos, pero no era capaz de describirlos. A veces oía pasos en los pasillos, otras veces oía golpes como si estuviese cerca de un patio de entrenamiento, pero muchas veces solo escuchaba gorriones y el viento. Suponía que el viejo Hiashi quería que la incertidumbre la matara lentamente, ya que era una práctica común entre esos grandes señores.
La maestra se levantó de su asiento y caminó arrastrando los pies hacia la puerta cuando oyó que unos pasos se acercaban, pero las cadenas que la ataban a la pared se tensaron y ella no pudo seguir avanzando. Era la hora del té y el momento exacto de obtener que la poca información que la criada podía compartirle. La chica abrió la puerta y deslizó una bandeja por el suelo, sin mirarle la cara.
—¿Alguna noticia de mi esposo?
La mujer se negó.
—Está bien, él es fuerte, no creo que esté malherido —replicó con esperanzas.
La mujer joven la miró de reojo, como si tuviera miedo de que la acusaran de algún tipo de traición si tenía contacto con la prisionera. Suzume la había reconocido como una de las chicas que hace un tiempo habían acudido a la vieja casona por un par de lecciones, pero que por pudor había desistido luego de unas pocas horas de entrenamiento, o quizás por órdenes del patriarca, Suzume ya no sabía qué era real y qué no. El Clan Hyuuga era tan respetado como lo era conocido por su extrema discreción.
—No creo que mi señor esté actuando con cordura —le dijo en un susurro para luego cerrar la puerta—. Estará libre pronto —dijo detrás de la puerta para luego retirarse.
—Lo sé —murmuró Suzume aún si la chica no podría escucharla ya que sus pasos ya se habían alejado bastante, pero la maestra necesitaba algún tipo de validación.
Sirvió una taza de té y se quedó pensando en Raidō. Él no sabía nada de lo que le ocurría a Ino.
Raidō esperó a que la rubia se calmara entre sus brazos. Él nunca había querido tener hijos, pero jamás se había planteado el tener a una hija. Si hubiese sido el caso, le hubiese gustado tener una niña de cabello ondulado azabache con la misma dulzura que caracterizaba a Yamanaka Ino y poder tener desayunos exactamente iguales a los que tenían con ella allá en la casona vieja de Suzume. Sin embargo, verla llorar como lo había hecho sobre su maestro Asuma era una imagen que lo acompañaba desde entonces. No podía evitar sentir pena por la chiquilla rubia cada vez que veía sus ojos azules ahogados por la pena, incluso si ella tuviese una cálida sonrisa adornando sus labios. La chica era una belleza con la muerte pisándole los talones cada vez que intentaba detenerse a descansar un poco. Primero Asuma, luego su padre y ahora un pequeño error le arrebataba a su maestra.
—No entiendo —le dijo sollozando con su mejilla aun apoyada en su pecho—. No tiene sentido.
—Suzume siempre ha desafiado a Hiashi, no es tu culpa —resopló el capitán quemado—. Llevaré a Tokuma y a Hanabi de vuelta a la Hoja y solucionaré todo.
—¿Y yo?
—Te quedarás aquí —dijo él—. Temari va a encargarse de que nada te ocurra. Esta todo arreglado.
Ino se mantuvo callada por unos segundos, luego decidió dejar el abrazo que compartió con el hombre que miraba como miraba en el pasado a su padre. Su mente se nubló poco a poco con emociones que fueron desde el alivio a la desesperación. Limpió sus lágrimas con el dorso de la mano y lo miró acongojada.
—Eso solo significaría que soy culpable.
—No confío en Hiashi y en lo que pueda hacerte.
—¿Confías en mí?
—Sí —le dijo, pero algo en su expresión facial hizo que Ino dudara de la total veracidad de su afirmación—. Es solo un malentendido.
Ino sonrió, ser de su Clan podía tener algunas ventajas, así como muchas desventajas. Cubrió su mano con la delicada de ella para ver más allá de sus palabras.
—Raidō —se escuchó en la puerta. El aludido se volteó para ver a Yamashiro Aoba con seriedad, el de los anteojos pasó saliva—. ¿Irás por Ino a la Arena?
—Sí —se limitó a decir y volvió a buscar las pocas cosas que necesitaría para el viaje.
—No debería estar pasando esto. Menos a Suzume… —le dijo casi con pesar—. No creo que ella e Ino hayan hecho algo así.
—No lo hicieron —respondió seco y caminó en silencio hacia la cocina para guardar un par de bocados, nada más para darle la energía necesaria para llegar al desierto, ya que desde que Hiashi había irrumpido en la casona de Suzume no había podido comer nada, la quijada aún le dolía por la paliza—. Es un malentendido.
—Lo sé… —dijo Aoba—. ¿Sabes que Ibiki está obsesionado con el tipo que se lanzó desde la muralla?
Raidō no respondió, más bien lo miró con severidad. Necesitaba que Yamashiro llegara al punto.
—Soy el mentalista a cargo y creo que un Yamanaka está detrás de esto —le dijo extendiéndole un archivo—. Voy a demorar el proceso hasta que vuelvas. Solo no te tardes.
Ino apretó con más fuerza la mano de su capitán quemado.
—Todo estará bien —reafirmó él, ajeno a que ella había observado dentro de sus recuerdos con solo el tacto de la piel de sus manos.
El vello de su nuca se erizó, de pronto se sintió helada en medio del desierto.
—Ve a la muralla —dijo ella—. Tokuma y Hanabi intentarán irse por su cuenta.
Hyuuga Tokuma bajó a la cocina entrada la noche y el chico del servicio, al entender sus intenciones, se fue del lugar sin decir ninguna palabra. El extranjero entendía que el nativo no iría a entrometerse en los asuntos de otra aldea, menos si eso significaba que podría dejar de trabajar tanto al no haber invitados no deseados. Tokuma tomó pan fresco y un poco de fruta y agua para el viaje que se avecinaba. Lo único que lamentaba era que no había podido darle un final feliz a su novia, ni siquiera la despedida que se merecía.
Era obvia la razón por la cual Tenten había desaparecido junto a Inuzuka Hana luego de saberse lo que había hecho su patriarca a la maestra de la rubia.
—¿Valió la pena? —dijo Hanabi, uniéndose al contrabando de víveres—. Cruzaste el país para verla, pero no pasaste tiempo con ella.
Era como si la pequeña Hyuuga hubiese leído sus pensamientos.
—Sé que está a salvo —respondió con cansancio—. Además, no puedo permitir que algo te pase. Ya rompí bastantes reglas.
—¿Valió la pena? —volvió a preguntar, algo se traía entre manos.
—No lo sé —le respondió Tokuma—. ¿Valió la pena para ti?
Hanabi no respondió y solo tomó asiento frente a él mientras seguía llenando de pequeños bocados su mochila de viaje. Tokuma podía intuir que la chica se sentía culpable, aunque ella no lo dijera en voz alta. Su juego de chica mimada había terminado con terribles consecuencias para la maestra de Artes Femeninas y su pupila. Era bastante irónico que la única cosa que ella había deseado por primera vez en mucho tiempo terminara así, genuinamente Hanabi pensó que podría aprender a ser seductora algún día.
—No mucha gente conoce el jardín privado del Kazekage, ¿qué crees? —dijo Hanabi con un hilo de voz, como si quisiera evitar lo que realmente tenía morando su mente:
»— … No reconozco a mi padre, no pensé que pudiese ser tan cruel.
—Lo he meditado bastante —dijo Tokuma sin querer responder—. Le pediré la renuncia cuando volvamos y luego solicitaré una transferencia a la Nube.
Hanabi abrió los ojos de par en par, Tokuma gozaba de un alto rango, como para dejarlo todo e irse a otra aldea.
La heredera de Hiashi sintió que había llevado las cosas demasiado lejos.
—¿Por qué la Nube?
—Conozco gente que vive allá —le dijo—. Al parecer la vida es más tranquila, no como acá en la Arena.
—¿De qué hablas? —le dijo Hanabi con ánimos de aligerar la conversación—. Aquí solo he bebido vino dulce y comido dátiles hasta hartarme.
—Ese es el problema, no has salido del jardín privado —respondió Tokuma un tanto exasperado, Hanabi debía comportarse como la matriarca que debía ser algún día—. No has visto más allá, aquí la gente es arisca y malhumorada.
—Entonces llévame a la cima de muralla escalonada antes de irnos —resolvió con un dejo de esperanza—. No he podido ir a la muralla de mi propia aldea.
—No —respondió Tokuma—. Ya hemos causado bastante daño como para atrasarnos más.
Hanabi frunció la boca para no responder. Debía respetar por alguna vez la autoridad de Tokuma, ya que, como él había dicho, ella ya había causado mucho daño.
Temía encontrarse de frente con la ira de su padre.
—¿Le preguntaste a Tenten si quiere irse contigo a la Nube? —preguntó la chica por mera curiosidad, como si con eso pudiese quitarse de la mente la imagen de su padre tomando a Namida Suzume de un brazo y ordenando a los hombres de su Clan reducir a Namiashi Raidō a golpes. Ella no era más que una víbora traidora.
» —¿Seguro que ella quiere una vida más tranquila?
—¿Quién no?
—Yo no, quiero sentirme útil y ganarme la vida haciendo lo que entrenaron a hacer —le dijo ella, como si entre líneas quisiera explicarle a su superior sus razones de hacer lo que había hecho—. Y creo que Tenten piensa igual. ¿Le preguntaste cómo se sintió durante la misión? Ella me contó que la hizo sentir cosas que creía había olvidado. Cosas buenas.
—Al parecer sabes mucho de ella.
—La observo.
Una reunión privada se celebró en la oficina del Kazekage. Los tres hermanos de la Arena cerraron la puerta y su maestro Baki los resguardó por fuera. Nadie más tenía conocimiento de aquella reunión.
—No debemos tomar partido —dijo la hermana mayor, cruzada de brazos con una mirada severa—. Solo podemos atrasar la vuelta del equipo de Ino, un par de días como mucho, para darle la oportunidad a Namiashi Raidō para solucionar las tensiones entre los clanes.
—Es un asunto interno de su aldea —añadió el pelirrojo—. Aun si creo que las acusaciones son falsas; tienes razón, Temari.
—Podrías escribir una carta explicando lo que sucedió realmente —sugirió Kankurō como último recurso para ayudar a la rubia.
—No creo que sea útil —respondió el Kazekage—, solo podría relatar hechos que sucedieron desde que entraron a la Arena, pero no puedo describir sus reales intenciones. Eso sería entrometerse y la Arena no debe tomar partido.
—Está decidido entonces —dijo Temari—. Ino y su equipo se quedarán unos días bajo el alero de la Arena, pero luego deberán volver.
Gaara asintió desde su escritorio y Kankurō no tuvo más remedio que acatar.
—Bien —dijo Temari—. Ahora hablaré con Baki para ver los detalles del ataque hacia las distintas guaridas de los fanáticos de nuestro padre. No debemos perder más tiempo, ya han tenido suficientes días para organizar un contraataque. Pediré que el Consejo se reúna a medianoche, Gaara.
Gaara asintió nuevamente y su hermana dio por terminada la reunión. Después de todo, ese desastre político con las tribus lo había ocasionado ella al acceder contraer matrimonio con un extranjero. Se oyeron los susurros de la rubia ceniza y su maestro tan pronto se abrió la puerta, a lo que el pelirrojo aprovechó la intimidad para preguntarle a su hermano lo que pensaba.
—No iré al consejo —le dijo en cambio—. Doblaré el patrullaje en la muralla de esta noche.
Salió de la oficina para calzarse su traje negro y tomar unos pergaminos. Mandó a llamar a la jefa de Defensa y la Muralla, y con ella desplegaron un mapa sobre una amplia mesa con el que decidieron el plan de aquella noche y las siguientes de la semana. Terminada la breve reunión mandó a llamar al chico del servicio para que le llevase una cena ligera para comer antes de la patrulla nocturna. Al llegar, el chico miraba hacia el suelo de manera sospechosa.
No pasó mucho tiempo para que el hijo más irrelevante de Rasa se desesperara.
—Habla.
—Los Hyuuga —dijo él con los ojos clavados aún a las baldosas frías del jardín—, se irán esta noche.
Kankurō gruñó y dejó la cena a medio comer, fue entonces cuando el chico aprovechó de reclamar el postre abandonado.
Para ese entonces, los Hyuuga solo habían avanzado unos pocos metros fuera de las dependencias del Kazekage. Eran solo dos, tal y como lo había dicho el chico, pero nadie más se le había unido. Cuando Tokuma miró por sobre su hombro y lo vio pulular entre las sombras.
—¿Ella lo sabe? —preguntó Kankurō al verse descubierto.
«Ella» bien podía ser Yamanaka Ino, pero ambos sabían que preguntaba más bien por la Maestra de Armas.
—No —le dijo Tokuma al salir—. ¿Le vas a decir?
—No es de mi incumbencia —respondió él—. La Arena no tomará partidos. Además, ustedes son invitados, pueden irse cuando gusten.
—Bien —le dijo Tokuma.
—¿Sabes que no es una buena jugada? —le dijo por última vez el hermano del Kazekage.
—No deberíamos estar aquí de todas formas.
—Tokuma… —resopló la manzana de la discordia: Hanabi, dudosa luego de escuchar las palabras del jefe de la Arena.
—Vámonos rápido —susurró—. Hana puede darse cuenta. O, peor, Ino.
Kankurō los vio desaparecer entre las sombras de la noche en dirección a la muralla. Frunció la boca sin saber si intervenir o mantenerse imparcial como había sido el acuerdo con sus hermanos. Quizás solo debía enfocarse en su trabajo esa noche. Bufó, dispuesto a entrar nuevamente en las dependencias del Kazekage y poder terminar su cena, antes de subir a la muralla; pero un viento helado le acarició la nuca y este se transformó en un escalofrío que le erizó la piel. Recordó a la vieja que lo crío, ella siempre decía que nada bueno venía con una brisa así. Estaba loca y era bastante supersticiosa, pero nunca había sido bueno ignorar los consejos que le daba. Verificó con una mano que los pergaminos seguían en su cinto y dejó que la noche lo engullera.
Inuzuka Hana y Tenten se inclinaron sobre la barra del bar para dar por terminada la noche, aun si aún era temprano; no era recomendable alejarse mucho de las decisiones que se tomarían con respecto al supuesto rapto de Hanabi por parte de Ino. Ambas pensaban que una gran espiral de eventos desafortunados que parecían encajar a la perfección, pero que no era verdad. Ninguna habló durante toda la velada, pero ambas estaban seguras de que la otra pensaba lo mismo. Hana lanzó un par de unidades a la barra y se despidió del tabernero antes de cruzar la puerta.
—Si Tokuma no hubiese venido…
—No te hagas eso —le dijo la Loba—, vino porque es un imbécil. Además, todo parece un gran malentendido.
—El capitán Raidō no se merece esto, tampoco Ino —volvió a decir con culpa la Maestra de Armas.
—Ese Clan —dijo Hana escupiendo al suelo—, es lo más arrogante que existe. A mi madre hace tiempo que no le agrada Hiashi.
Tenten miró al suelo sin querer responder, en esos momentos agradecía no ser parte de ningún Clan, pero no podía negar que por muchos años soñó que tomaría el apellido Hyuuga al contraer matrimonio con Neji. Tokuma siempre había sido una bonita fantasía que no había logrado cuajar por mucho que lo intentara.
Inuzuka Hana, en cambio, detectó un poco de agua en el ambiente y se tensó.
—¿Volverás junto a Ino? —le preguntó abruptamente.
Tenten se extrañó.
—¿Tú no?
—Quiero caminar un poco.
—Nos vemos allá —respondió Tenten y vio cómo la Inuzuka tomaba otra dirección.
Tenten se vio sola caminando en medio de las calles oscuras de la Arena. No supo cuánto tiempo deambuló, pero de pronto sintió que algo no estaba bien. Miró hacia un lado y hacia otro, pero la calle estaba vacía y no la reconocía. Sus entrañas se apretaron con una angustia bastante conocida y ella se echó a correr en búsqueda de algún indicio de niebla. La muralla escalonada apareció frente a ella y, siendo el punto más alto de la aldea del desierto, decidió que desde allá sabría si esa era la misma sensación que había experimentado hace un tiempo en la Hoja. Subió tan rápido como si algo la persiguiera y le pisara los talones, pero cuando llegó a la cima, la luna estaba reflejándose en las enormes dunas que caminaban en esos momentos junto al viento.
Con un corazón en la garganta y sus manos sobre las almenas de piedra de la muralla, se sonrió aliviada ya que no había indicio alguna de que hubiese niebla formándose a la lejanía. «Qué tonta, no hay niebla en el desierto», pensaba. Dispuesta a volver donde Ino y el capitán Raidō, se volteó sobre sus talones y la sensación de extrañeza seguía mirándola desde cerca. En aquella muralla no había nadie patrullando.
El viento sopló como un aliento húmedo y helado, haciendo que ella se abrazara a sí misma.
—Tenten —la llamaron como si estuviese con la cabeza metida en lo profundo de un lago.
—No es real —se susurró—. No es real.
Neji se dibujó en medio de la noche aún si no hubiese niebla.
«No hay niebla en el desierto», pensó nuevamente.
—Tenten —volvió a oír, parecía un grito, pero no lo logró oír con claridad.
Cuando despertó, colgaba de una almena y su brazo estaba fuertemente agarrado por alguien. Miró hacia abajo y la arena del suelo estaba desplazándose lentamente para cavar un hoyo en el que caería muerta.
—Tenten —volvió a escuchar y supo que Kankurō era el que la había sujetado.
A su alrededor, había varias antorchas que le indicaban había patrulleros dentro de la muralla.
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Syb.
