ola


Saudade

por Syb

Capítulo XIII: Flores


Hanabi sintió su corazón en la garganta cuando faltaban pocos metros para llegar a la entrada de la muralla escalonada. Si bien no era la primera vez que cruzaba por ese enorme y lúgubre portal, sí era su primera vez que salía huyendo de una aldea aliada como si de una criminal se tratara, cuyo único delito había sido creer que todo se le estaba permitido al ser la hija del patriarca Hyuuga y hermana de la esposa de un héroe de guerra. Ahora su aldea estaba al borde de una guerra de clanes, Hyuuga contra Yamanaka y cualquier otro que osara a alzar la palabra. Hanabi recordó todas esas veces que su viejo padre lanzó algún comentario venenoso en contra de los Inuzuka o Akimichi, en aquellos momentos le pareció inofensivo, ya que solo atacaba a su disciplina o alguna característica que les faltara, pero ahora sentía que solo eran síntomas de que era solo cosa de tiempo para que se alzara en contra de todos.

Su respiración se agitó y sintió la necesidad de salir corriendo en dirección contraria para ocultarse en las faldas de Yamanaka Ino y poder pedirle su perdón. La heredera de Hiashi se prometió a sí misma bajo la luz de una enorme luna llena que los observaba fría que jamás volvería a desobedecer a su padre ni a ningún alto manto de su Clan, incluso si fuese algo tan disparatado como lo que Tokuma planeaba hacer en ese momento.

La muralla escalonada se erguía hacia el cielo estrellado con varios niveles llenos de hombres, mujeres y antorchas que miraban con ojos críticos aquella salida tan abrupta y silenciosa por parte de los extranjeros de la Hoja.

Dos hombres se le acercaron a Tokuma y los tres intercambiaron escuetas palabras.

—Somos invitados —les dijo su guardián—, los invitados se pueden ir cuando quieran.

Uno de ellos asintió severo y los guió con su antorcha hacia dentro de uno de los cuatro pasillos oscuros que atravesaba su gran muralla protectora.

—El desierto puede ser traicionero de noche —le dijo el hombre—, además, se dice que los hombres de las tribus alzaran las armas en cualquier momento.

Hanabi sintió que sus pulmones colapsarían en cualquier momento. Si algo le sucedía allá afuera, Suzume jamás recuperaría su libertad, ya que su padre ardería en furia. En su mente atormentada, llegó a pensar que marcharía en contra de la Arena con todo su Clan a tomar venganza. Quiso llorar, si llegaba a tener suerte y llegaba viva donde su padre, jamás saldría de su habitación.

Hanabi le tomó el brazo a Tokuma silenciosamente para pedirle por última vez devolverse.

—No será problema para nosotros —le respondió al hombre del desierto—, somos Hyuuga, sabremos si algo se acerca.

—Como digas —dijo—, pero sigue siendo el desierto. Si la gente pudiera ver cómo muere en el futuro, se seguiría muriendo de todas formas.

Este se detuvo frente al umbral de la muralla y se hizo un lado para dejarlos pasar. Afuera los esperaban las dunas de arena que caminaban bajo un cielo negro que probablemente ocultaba todo tipo de horrores.

Hanabi quiso volver, aun si el desierto se veía pacífico en medio de la noche, algo no se sentía bien.

—Tenemos que volver —susurró ella, había sonado como una súplica—. Ella nos recibirá de vuelta.


Kankurō la ayudó a subir de vuelta a la almena sin muchos problemas y la atrajo hacia sí para alejarse del borde del abismo de la muralla escalonada, y así asegurarse de que ella estaba a salvo. No entendía aún por qué razón la Maestra de las Armas tomaría esa decisión, pero rápidamente notó que la mujer seguía tensa, quizás por la impresión de verse colgando desde la cima. Debía haber una explicación racional ante tal acción. Kankurō solo la rodeó con sus brazos hasta que su respiración se hizo más pausada, estrechándola lo más que pudo en contra de sí. No era normal para un hombre del desierto actuar de aquella forma, pero ella era una mujer extranjera, de las tierras verdes y coloridas de otro país; por lo que se tomó la libertad de estrecharla como había querido hacer desde que se subieron a un carromato en dirección a la Ciudadela de las Tribus.

No sabía si se dejaba llevar por los dichos de la posadera o la vieja bruja del Mercado, pero si algo le faltaba en esos momentos, podría ser la arena en sus ojos.

Tenten, por su parte, se entregó a su abrazo, su cuerpo estaba cálido al tacto, el cual era un indicio inequívoco de que él era real, por el contrario de Neji. Tenía la corazonada de que, si se aferraba lo suficientemente fuerte a él, no cedería a esa horrible sensación.

—No sé por qué… —dijo con el poco aliento que le quedaba—. No estaba intentándolo —le advirtió—, es como si estuviera caminando dormida…

Kankurō no respondió de inmediato, la miró hito a hito por largos segundos con una mirada seria y luego levantó su mentón con su mano.

—Te creo.

Tenten se sonrió como pudo, ya que la cercanía con el jefe extranjero era peligrosamente estrecha y sus palabras le acariciaban la piel con su aliento cálido.

Había algo en él que la hacía buscar su mirada cada vez que podía, como si tuviese miedo a ser invisible ante él. Por noches enteras quiso volver a tenerlo tan cerca como lo tuvo allá en la posada en la Ciudad de las Tribus, cuando cosía su piel con aguja e hilo; pero cada vez que se daba la posibilidad, ella huía al no ser capaz de controlar su deseo de tocarlo. Eso era algo que ya no podía permitirse estando Tokuma tan cerca con sus ojos de genio.

—Ya me pasó una vez —explicó.

—Conozco una anciana que podría ayudarte, ella sabe cosas que nadie debería —resopló Kankurō, como si quisiera darle un poco de consuelo. Tenía la corazonada de que lo que Yamanaka Ino le había contado en el carromato podía tener algo que ver. No tenía cómo demostrarlo, pero caminar hacia el borde de la muralla lo había oído antes, aunque el resultado hacía sido completamente fatal—. Algo me dice que la rubia podría ayudarte.

Tenten se alejó dos pasos y se volteó para mirar nuevamente las almenas que delineaban al paisaje desértico, como un intento de escapar de su hipnótico abrazo y la caricia de sus cuerdas vocales. No estaba pensando con claridad, no estaba segura si añoraba los brazos de Neji o quería estar en los del extranjero; o si haberse acercado tanto al borde era el Hyuuga invitándola a ir con él. Poco a poco, se atrevió a acercarse al borde y volver a tocar la piedra con ambas manos, segura de que la sensación extraña en sus entrañas había desaparecido del todo. ¿A qué se refería Kankurō con que Ino podría ayudarla? Se preguntó entonces, la rubia también estaba pasando por un luto por la muerte de su padre, también en la guerra; sí, quizás era eso.

—Tokuma… —intentó explicarse, aunque se le hizo difícil al no encontrar las palabras correctas.

Sabía que Kankurō también se sentía atraído por ella, algo que le sorprendía enormemente al ser un amigo cercano de Ino, una hermosa mujer de la rama de seducción de la Hoja. Sin embargo, según las propias palabras del marionetista, en el desierto se apreciaban otras cosas, cosas que casualmente ella tenía de sobra. De todas formas, aún si ella sintiese que la atracción era mutua, no podía ser posible. Ambos eran de distintos mundos, aun si la posadera y la vieja le habían dicho que en sus ojos abundaba la arena. Además, en su corazón Neji parecía seguir vivo si aún no podía dejar de verlo. Y Tokuma ciertamente era la prueba viviente de que no podía olvidarlo.

Kankurō aclaró su garganta, como si se preparara para decir algo.

—Se fue —dijo él secamente.

Tenten sintió que su corazón dio un vuelco, pero no podía decir que estaba dolida por la ausencia de su novio.

En esos momentos, Hyuuga Hiashi tenía la aldea en sus manos, ya tenía a Namida Suzume y no descansaría hasta también tener a Yamanaka Ino en su poder. Seguramente Inuzuka Tsume se levantaría en contra del patriarca si llegase a involucrar a su hija mayor. Por otro lado, Tokuma podría enfrentar un juicio por traición. Y ella, solo sería la escolta sin apellido cuyo nombre se perdería entre los grandes clanes de su aldea. Qué importaba si ella, la Maestra de Armas, una mujer irrelevante en esa guerra de clanes, ¿se acercaba al hijo más irrelevante de Rasa? Si se permitía tocar su pecho, o si dejaba que sus brazos la rodearan; o si besaba su boca y dejaba que sus manos dibujaran su figura con la firmeza de un hombre del desierto. Se sentía cansada de perseguir al pasado como eso fuera posible. Quizás eso era suficiente para dejar de ver a Neji oculto en la noche.

Suspiró profundamente con las mejillas acaloradas a causa de su mente creativa. Evidentemente ella ya no amaba a Tokuma como pensó hacerlo al salir de la aldea a cumplir una misión simplona en una Casa de Té en la frontera, y ahora que había ayudado a la Arena a destruir a la Ciudadela de las Tribus, estaba completamente segura de que él no era el novio que quería arrastrar consigo. Kankurō, en cambio…

Los pasos del marionetista se escucharon sobre la piedra de la muralla: él se acercaba a la almena y ella lo esperó pacientemente hasta sentirlo junto a ella. Le pareció que el hijo de Rasa quería decirle algo más, pero no encontraba las palabras correctas para sacarlas de la garganta, por lo que terminó por carraspear.

Tenten volteó a mirarlo con las dunas moviéndose frente a ellos, él se permitió sonreír brevemente con la vista anclada al paisaje antes de verla también. Era precisamente lo que Baki no quería que sucediera, sus ojos se encontraron y solo bastaron tres latidos de corazón para que el marionetista la besara, atrayéndola hacia sí con una mano en la cintura y otra en la nuca, como si no pudiese contenerse más. No había sido algo sorpresivo para la morena, ya que segundos antes sus ojos se habían anclado a sus labios como si estuvieran gritándole que por favor la besara. Tenten junto sus manos detrás del cuello del marionetista mientras su lengua jugaba dentro de la boca de él, haciendo que él sonriera con la boca abierta y él intensificara su beso con ambas manos sobre las mejillas de la morena.

Fue entonces que Tenten se dio cuenta de que lo había deseado desde que lo vio con una sonrisa juguetona entrar al jardín privado del Kazekage.


—Estás loca —dijo Karui, siguiéndola por la posada como si quisiera detenerla, incluso si tuviese que amarrarla a la cama con las cortinas de la habitación—. ¿No le dirás nada a Genma? El pobre se morirá cuando sepa que te fuiste de noche, tal cual hace una criminal…

—Suzume y Raidō me necesitan —le explicó pacientemente.

—¿Y dime qué es lo que harás? —le dijo la piel morena con desdén—. ¿Le pedirás al señor Hyuuga que por favor los deje en paz? Tienes que hacer algo más generoso que eso, ¿sabes? Tendrías que empezar a besarle el trasero a ese viejo estúpido y seguir desde ahí.

—Quizás lo haga —resolvió la médica—. No puedo quedarme aquí de brazos cruzados.

—Ya veo, usarás tus viejos trucos de asesora —le soltó con burla—. ¡Pues no creo que resulte!

Shizune suspiró al tiempo que se echaba su bolso de viajes al hombro, miró a la chica extranjera y le sonrió.

—Estaré bien, volveré apenas todo esto se solucione —le aseguró.

—Pues no me importará, no querré verte.

—Es una lástima… —le dijo como si de una chica pequeña se tratara—, porque yo sí querré verte.

Karui gruñó y caminó hacia la puerta para abrirla y dejar pasar a la médica. Luego de que Chōji había entrado a su vida con su forma paciente y gentil de ser, ella se había vuelto un poco más blanda de lo que anteriormente era. Había dejado entrar a Shiranui Genma a su vida al ser una suerte de hermano mayor o tío lejano de su novio, y para su desgracia, ¡ya lo consideraba parte de su familia extranjera! Lo peor de todo había sido haber conocido a Shizune meses después, ya que su personalidad afable era bastante parecida a la de su novio.

Lo que le molestaba era que nadie le aseguraba a la piel morena que la maldita serpiente de Kabuto no iría a robarles la presencia de la morena en un futuro cercano.

Cuando Shizune atravesó el umbral de la puerta de su habitación en la posada, Karui la siguió de cerca. Entregaron la llave y caminaron en silencio por la ciudad humedecida por la neblina que se formaba en aquellas tierras altas.

—Espérame en la puerta de la aldea —resopló Karui.

—¿Qué harás? —preguntó la morena, sabía que Chōji y Genma estaban en una reunión de diplomacia en esos momentos, por lo que era el momento perfecto de salir sin levantar sospechas. Sin embargo, si Karui…

—Relájate, no iré por ellos —dijo con los hombros caídos—, pero no esperes a que cierre la boca por mucho tiempo. Solo te daré unas horas de ventaja… Sé que Genma saldrá a buscarte apenas lo sepa.

—¿Entonces?

—Iré a buscar plantas medicinales —le explicó—, pero con una condición: ese Kabuto no va a poner sus sucias manos sobre ellas.

—De acuerdo.


Inuzuka Hana apoyó su frente en sus rodillas mientras lloraba amargamente. No sabía por qué, pero siguiendo el rastro de agua por la aldea, en un abrir y cerrar de ojos se vio a sí misma salir del frondoso bosque al pie de la montaña que se encontraba en el basto el terreno Inuzuka. Desde su posición, se podía oír la cascada que rompía en el suelo rocoso. Lo más extraño era que su nariz también podía detectar su humedad como si estuviera frente a ella, pero la mente de Hana le gritaba que todavía estaba en la Arena y que eso no podía ser posible. Unos pasos más allá, encontró el puente de madera que cruzaba la pequeña laguna que formaba la cascada, esa que ya había desaparecido hace unos años por una fuerte lluvia, y allí estaba Shiranui Genma esperándola.

Hana subió al puente, sabiendo perfectamente qué era lo que sucedería después: días más tarde Genma rompería con ella inexplicablemente.

Genma la instó para que subiera más rápido y terminó por ofrecerle una mano para luego jalarla gentilmente y estrecharla entre sus brazos.

Te amo —le dijo con el rostro apoyado en su pecho mientras que su nariz se embriagaba de su aroma característico.

Genma exhaló por la nariz como si fuese un amago de risa.

Yo también, pequeña.

¿Por qué estaba recordando esto en este momento? Pensó Hana cubriéndose el rostro con sus manos y su frente aun apoyada en sus rodillas, acurrucada en medio de la noche, en la Arena. Shiranui Genma había sido la primera persona que había deseado con todas sus fuerzas, a pesar de la diferencia de edad, de clan y de rango; ella era feliz junto a él, pero su madre pensó que estaba dejándose llevar demasiado por el amor que tenía por un hombre como él. Incluso le había llegado a decir que estaba empezando a parecérsele a su padre. La hija de la poderosa Tsume no debía dejarse llevar por sus emociones.

Todavía podía recordar la sonrisa burlona de su madre cuando, en un consejo jōnin, supo que Shiranui Genma había decidido irse de la aldea luego de la guerra, tomando un puesto de diplomacia en la Nube junto a Akimichi Chōji, el hijo de su antiguo maestro.

—¡Te dije que se parecía a tu padre! —le dijo, pero Hana sabía que no era cierto. Tsume había dicho que ella era la que se le parecía, no Genma.

Inuzuka Hana era de personalidad tranquila e introvertida, completamente opuesta a su madre o su hermano Kiba. No recordaba mucho a su padre, pero estaba segura de que ella habría entendido las razones por las que decidió irse del país sin decir palabra alguna.

Oyó el lamento de sus perros y levantó la vista. La humedad había desaparecido y el ambiente áspero de la Arena llegó a secar su garganta. Uno de sus perros le ladró contento mientras movía su cola, el otro amansaba su cuerpo para acercársele tímido y el otro le lamía la cara para limpiársela de las lágrimas que caían sin parar.

—¿Qué fue esto? —murmuró Hana.

No parecía una ilusión, más bien se sintió como haber caminado en sus recuerdos más ocultos. Tan ocultos que sintió que había olvidado que Tsume…

La nariz de Hana detectó pólvora y segundos después el cielo se iluminó en una explosión.

—No puede estar pasando —murmuró Hana, no sabiendo si volver con Yamanaka Ino o ir hacia la Muralla—. ¡Ino! —la llamó.


Yamanaka Ino caminó dos pasos antes de caer de rodillas al suelo. No podía concentrarse con su padre mirándola desde la ventana, como si el viejo rubio quisiera mostrarle el primer ataque de las tribus. Su mirada azulina de hizo agua y respiró de forma agitada intentando despertar de su sueño. Otra explosión, oyó la voz de Hana llamándola, vio a Hanabi corriendo de vuelta hacia la entrada y al capitán Raidō atajándola.

No deberías estar aquí —le dijo el quemado y la chica solo asintió asustada.

—Vuelvan —susurró Ino, sabiendo que no eran capaces de oírla—. Hanabi debe volver a la aldea para que la señora Suzume…

—¡Sal de aquí! —oyó a Kankurō gritar desde lo alto de la muralla—. Vuelve donde la rubia.

—Tenten… —gimoteó ella.

Su padre se le acercó y le tocó el hombro.

—¿Ino? —oyó, pero era una voz femenina.

—¿Temari?

—Están atacando. Todo tu equipo debe permanecer en la Torre —le informó—. Incluyendo a los Hyuuga.

Una flor no tiene significado a menos que florezca —oyó a su padre.

Cerró los ojos y todo se detuvo.


Volví después de dos meses y un poco más, no pediré disculpas porque me fui a mi casa por primera vez luego de casi 3 años y una pandemia incluída. Además me faltaban como dos escenas que se me hacían imposibles y arreglar el KankuTen.

Dejen reviews(?)

Syb.