Treinta y uno: Inician las vacaciones.
Los alumnos casi rogaban de rodillas para que la última semana de clases antes de Navidad se pasara más pronto. La gran mayoría de los chicos querían estar con sus parientes y amigos lo más rápido posible, como si hubieran estado una eternidad sin verlos y no unos cuantos meses. En todos los pasillos era lo mismo: jóvenes deseosos de salir del colegio, soñando con celebraciones en compañía de familiares y amigos y con muchos regalos de Navidad a su alrededor. Y Hally no era la excepción, sobre todo cuando en el desayuno del miércoles en la mañana, Snowlight llegó a posarse en su hombro y estiró una pata, mostrándole un pergamino mugriento y arrugado. La niña se lo quitó a la lechuza de inmediato, y el ave alzó el vuelo poco después y salió por una de las ventanas rumbo a la lechucería.
—Seguro es la respuesta que querías —afirmó Rose, llevándose un trozo de tocino a la boca.
Hally asintió y luego de terminarse su jugo de naranja, desdobló el pergamino y lo leyó con cuidado. A medida que sus ojos recorrían las líneas escritas con la letra ovalada de su padre, se iba formando en su rostro una sonrisa que al acabar la lectura, era radiante. Rose la miró con complicidad, mientras Henry veía de reojo a sus amigas por encima del libro que leía, cuyo título en español decía Guía tradicional de Hechizos. 1º de Secundaria.
—¿Qué dicen tus padres? —quiso saber Henry —¿Alguna novedad?
—Van a estar en casa para Navidad —Hally sonrió —Papá acaba de llegar de una misión en Tailandia y mamá terminó sus informes para el Departamento de Misterios.
—Eso estará bien —comentó Rose, pensativa —Mamá dice que papá aún está muy ocupado con lo de tío Percy, pero espera que esté en la reunión familiar. Los abuelos Weasley van a venir desde Brighton.
Rose se veía contenta y no era para menos. Las únicas ocasiones en las que veía a sus abuelos paternos era cuando se realizaban reuniones familiares como la de Navidad. Los abuelos Weasley tenían una modesta aunque amplia casa en la meridional Brighton, centro vacacional inglés por excelencia. Habían decidido irse a vivir allí cuando el abuelo se jubiló y con sus ahorros y algunas contribuciones discretas por parte de tío Fred y tío George, habían podido mudarse. Era por esa razón que La Madriguera se encontraba actualmente desierta y sólo se usara para juntar a toda la descendencia Weasley en ocasiones como aquella.
—Pues ojalá no se olviden de mí en esos días —comentó Henry de improviso, sin quitar la vista de su libro —Me voy a sentir raro sin saber de ustedes.
—No te preocupes por eso —aseguró Rose —Si no se me olvida, te escribiré una carta.
—Graciosa —espetó Henry, cerrando su libro de golpe —Pero tienes razón. En Navidad la gente se pone medio olvidadiza. Con eso de que se está con familiares...
Había algo en la voz de Henry que hizo que sus dos amigas quedaran con la impresión de que les estaba ocultando algo, pero no tuvieron tiempo para preguntarle pues el niño se puso de pie, colgándose la mochila al hombro.
—Hay que ir a clases —dijo, guardando en la mochila el libro que estaba leyendo —Vámonos.
Sus dos amigas le hicieron caso y tomando sus mochilas, se levantaron de la mesa y lo siguieron. Hally, por alguna razón, volteó a ver la mesa de profesores. La profesora Nicté leía un grueso libro de portada marrón, el cual sujetaba con su mano derecha, que aquel día lucía un guante de un tono anaranjado pálido. Tenía expresión de concentración y sus ojos grises veían fríamente a su alrededor de vez en cuando. Hally se dio cuenta de que la profesora tenía el mismo semblante que Henry minutos atrás. De pronto recordó que tenía que ir a clases y salió corriendo del Gran Comedor, adelantando a Dean Longbottom, que salía un poco más despacio acompañado por unos compañeros de quinto. Se perdió de vista entre los pasillos llenos de estudiantes, pensando que debía saber si a Henry no le pasaba nada malo.
Las clases resultaron un poco tediosas ese miércoles, en parte por la escasa luz solar que pasaba a través de las espesas nubes grises que cubrían el cielo. Apenas si se sintió el cambio entre la tarde y la noche y pronto llegó la hora de cenar. Y precisamente a esa hora fue cuando Patrick Malfoy recibió una lechuza, causando la sorpresa de la mayoría de los que estaban en el Gran Comedor.
—Excelente —murmuró el muchacho, desatando el pergamino de la pata de la lechuza marrón que había llegado hasta él —Ya era hora.
—¿Qué es eso? —quiso saber William Bluepool con interés.
—Lo que te conté el otro día, acerca de lo que haré en las vacaciones —respondió Patrick simplemente, apresurándose a leer el contenido del pergamino.
—¡Ah, bueno! —comentó William, volviendo la vista a su cena —Ojalá sean buenas noticias.
Patrick asintió distraídamente, pues estaba leyendo con mucha concentración. Tuvo que repasar el contenido del pergamino dos veces para estar seguro de que no había equivocación con la información y al terminar, se lo guardó en un bolsillo y siguió cenando como si nada, sin hacer caso de las miradas curiosas de los miembros de su casa. En la mesa de Gryffindor, Frida Weasley estaba charlando con su prima Gina y con Mindy Whitehead, pero no perdía detalle de lo que pasaba en la mesa de la casa de la serpiente. Sentía que la lechuza que le había llegado a Patrick era de algo importante.
—Jason dice que París es hermosa de noche —comentó entonces Mindy —Ustedes han estado allí¿verdad¡Díganme cómo es, por favor!
—Bueno, es bonita —admitió Gina, con cierto aire soñador —Tío Bill y tía Fleur nos han invitado a su casa de París un par de veces y siempre la pasamos muy bien. Dile a Jason que te lleve a la torre Eiffel de noche, se ve preciosa llena de luces.
Mindy asintió una y otra vez, entusiasmada. De pronto, tanto ella como Gina vieron que Frida se ponía sorpresivamente de pie.
—Tengo algo qué hacer —dijo Frida sin más —Las veré en la sala común.
Gina y Mindy no tuvieron tiempo de preguntarle a su amiga qué pasaba, porque Frida salió corriendo del lugar sin pararse mas que para no chocar con unos Ravenclaw's de cuarto que llegaban tarde a cenar. Luego de correr por unos cuantos pasillos, encontró a Patrick Malfoy y a William Bluepool de pie en un rincón, susurrando con cierto nerviosismo.
—No sé si eso sea buena idea —decía William —Mis padres son muggles¿y si tus padres intentan algo descabellado? Yo con mucho gusto te ayudo, pero no quiero que les pase nada...
—Mis padres no intentarán nada —lo cortó Patrick, blandiendo un pergamino en el aire —Esto era todo lo que necesitaba para que pudiera librarme de ellos. Vamos, Will, no es la gran cosa. Prometo que no te causaré problemas y si mis padres intentan algo, te juro que los detengo. Por favor, necesito tu ayuda, me dijiste que podía contar contigo.
—Y lo sostengo —William frunció el entrecejo —Pero eso no significa que no tenga miedo.
Patrick asintió lentamente.
—Lo entiendo —comentó por fin —En serio.
—Sólo una pregunta —William se cruzó de brazos —¿Porqué quieres que mi padre te busque una casa en el extranjero¿Piensas irte de Inglaterra después del colegio?
Esas palabras fueron para Frida como si un balde de agua helada la bañara de pies a cabeza. Dejó de caminar hacia los dos chicos, pero ambos habían escuchado sus pasos y voltearon a verla en el acto. William, al ver su expresión, pensó que era buena idea desaparecer y se fue a su sala común, pero Patrick no fue tan rápido. Antes de que pudiera escabullirse, Frida lo alcanzó y dijo con voz falsamente despreocupada.
—Hola, Pat¿se puede saber porqué te llegó una lechuza tan tarde? Normalmente el correo llega en la mañana.
—Es un asunto privado —contestó Patrick de manera fría —Mejor no preguntes, Frida.
—Quiero saber —insistió ella —Dime.
Patrick soltó un suspiro y sin mirarla a la cara, respondió.
—Estas vacaciones no estaré con mis padres. Aprovecharé que acabo de cumplir diecisiete años para dejar mi casa y mudarme a otra parte.
—¿A dónde?
—Al extranjero. No quiero que me encuentren. Claro que no me iré del país hasta terminar el colegio, pero ya lo tengo decidido. Aquí no tengo nada que me detenga.
—¿Y tu hermana? —preguntó Frida, incrédula.
—Quisiera llevarla conmigo —confesó Patrick —Pero no puedo. Mis padres se enfadarán mucho cuando se enteren de lo que quiero hacer en el futuro y para evitar peleas, mejor me salgo de la casa. Por cierto, la lechuza que me llegó era del Ministerio. Quise saber si podía vivir en el extranjero en el trabajo que quiero solicitar al salir del colegio y me dijeron que sí. Era lo único que me faltaba conocer para poder irme.
Frida oía todo aquello sin poder creerlo.
—Ahora, si me permites, tengo que irme —Patrick se dio media vuelta —Me faltan unas notas de Cuidado de Criaturas Mágicas para la clase de mañana y se hace tarde.
Y se marchó, dejando a Frida sumamente desconcertada.
Por fin llegó la hora en la que los alumnos pudieron estar en la estación de Hogsmeade, esperando la salida del expreso de Hogwarts. Hally y compañía consiguieron hallar un compartimiento para ellos solos, con lo que podrían estar unos cuantos momentos juntos antes de que cada uno estuviera con sus respectivas familias. El último en llegar fue Henry, y lo hizo totalmente sofocado, pues tuvo que correr para que el tren no lo dejara.
—¿Porqué llegaste tan tarde? —quiso saber Ryo.
—Vine de última hora —confesó Henry, acomodando su equipaje —Se suponía que me iba a quedar en el colegio, así que disculpen si he estado algo raro.
—No hay problema —aseguró Amy, mientras que a Rose y a Hally se les revelaba el misterio del comportamiento reciente de su amigo.
—Mi mamá me alcanzará luego —continuó Henry, tomando asiento entre Walter y Ryo —Quería venirse conmigo, pero tiene algunas cosas qué arreglar en el colegio antes de tomarse sus vacaciones. Mi tío Anom me recogerá en King's Cross.
Los demás lo miraron como si no pudieran creer lo que oían.
—¿Qué? —se extrañó Henry —Sé que tiene mala fama, pero el Ministerio lo dejó ir y eso quiere decir que no es culpable de nada. Además, tu padre dice que es su amigo —agregó, mirando a Rose —¿O no?
Rose asintió vagamente, recordando lo poco que su padre le había contado al respecto.
—Al menos tú sí quieres estar con tu tío —Sunny hizo una mueca de disgusto —Pero yo tengo que estar con la señora Drake a fuerzas.
—Es tu abuela —le recordó Walter con cautela.
Sunny lo miró con cara de pocos amigos.
—¿De parte de quién estás? —quiso saber, viéndolo con el entrecejo fruncido.
—De la tuya —Walter se encogió de hombros, serio —Pero yo tengo una abuela y sé que las abuelas pueden ser muy buenas.
—Pues tu abuela lo será, pero la señora Drake no —afirmó Sunny, mirando por la ventana —La verdad es que aunque no me guste, tengo que admitir que se parece a mí.
—Esa sí que es una novedad —dijo Danielle de improviso —Al menos vas a estar más animada que yo. Pat se va de vacaciones con William Bluepool y mis padres de seguro no me van a dejar salir a ningún lado. Esta Navidad será el aburrimiento total.
—Dímelo a mí —Ryo tenía una expresión fría —Papá dijo que sí iremos a Shangai. Espero que el abuelo Mao no se ponga tan pesado como en verano.
—Mis hermanos van a estar muy ocupados estas vacaciones —comentó Amy de pronto —Van a estar viendo a sus novias. Están insoportables. Pero al menos no me van a molestar.
Siguieron hablando sobre lo que les esperaba en las vacaciones, siendo de gran interés para todos el relato de Rose sobre las reuniones del clan Weasley en ocasiones como aquella. Estaban tan concentrados que sin darse cuenta, llegaron al andén 9¾ y era hora de bajar del tren y reunirse con sus familias. Los niños se ayudaron entre sí con sus equipajes y al estar en el andén, todos fueron acogidos con alegría... O al menos casi todos.
—Danielle¿dónde está Patrick? —le preguntó el señor Malfoy a su hija con frialdad.
Danielle, mientras su madre le ponía una mano en el hombro en señal de bienvenida, frunció el entrecejo bastante sorprendida.
—Ya se fue —respondió sencillamente —¿No les dijo? Se fue de vacaciones con un amigo.
El señor Malfoy adoptó una expresión sombría, pero no hizo comentarios. Le hizo una seña a su esposa y ambos salieron de la estación, seguidos por Danielle de cerca. La niña alcanzó a despedirse de sus amigos con un gesto, antes de atravesar la barrera mágica que llevaba al mundo muggle. Ryo, disimuladamente, correspondió al gesto de Danielle, ayudándole el hecho de que sus padres, en ese momento, saludaban a John Weasley.
—¿Dónde vas a pasar tus vacaciones, John? —le preguntó amablemente el señor Mao.
—En casa, en Liverpool —respondió el muchacho —Pero en Navidad iremos a la vieja casa de mis abuelos para estar toda la familia reunida. Con su permiso, señor —volteó un poco hacia su izquierda —Llegaron mis padres. Te escribiré, Sun Mei —le dijo a la chica con una sutil sonrisa, la cual ella correspondió —Que tengan feliz Navidad, señor Mao.
—Igualmente, John —le deseó el señor Mao, antes de retirarse del andén con su familia.
Ryo pudo despedirse de Amy, pues pasó junto a ella, con un movimiento de mano. Amy apenas si le correspondió antes de que sus hermanos la arrastraran hacia sus padres, que se encontraban en un extremo del andén, charlando con los padres de Joan Finch-Fletchley animadamente. Amy saludó a Joan y se puso a conversar con ella, olvidándose de lo demás bastante rápido. Sólo por eso no se dio cuenta del recibimiento que tuvieron Dean Longbottom, sus primos Weasley y Hally.
—Nos da mucho gusto verlos, chicos —saludó tía Alicia, abrazando a John y a Gina —Se han estado portando bien¿verdad?
—Claro, mamá —aseguró John, con una sonrisa.
—Espero que también ustedes se estén portando bien —dijo al instante tía Angelina, viendo a Ángel y a Frida.
—Lo suficiente como para no avergonzar a Gryffindor, mamá —aseguró Ángel al instante —Oye, no querrás que seamos unos aburridos¿o sí?
Todos los presentes rieron un poco, incluso tía Angelina.
—Te ha ido bien¿verdad? —le preguntó la señora Longbottom a Dean.
—Sí, mamá, me ha ido muy bien.
—¿Me trajiste algo? —preguntó Nerie, jalándole un brazo a su hermano mayor con bastante fuerza —Me lo prometiste.
Dean le hizo un gesto tranquilizador y le señaló su baúl con la cabeza, como diciéndole que no se preocupara. En tanto, Rose le preguntaba a su madre dónde estaba su padre.
—Dijo que vendrían por mí él y tú juntos —recordó Rose.
—No pudo —respondió finalmente la señora Luna, con cierta tristeza en la mirada que la hacía parecer más chiflada de lo usual, y eso que con el tiempo su aspecto se había normalizado notablemente —Lo mandaron de emergencia a América. Pero prometió que estaría aquí para la reunión familiar, así que no te preocupes.
Rose apenas si asintió, pues luego de recibir aquella noticia se le quedó viendo a Henry, que se había retirado de ella y de Hally (quien en ese momento era interrogada alegremente por sus padres sobre sus clases) y se encontraba de pie frente a una persona que si no fuera por su aspecto masculino y su mano derecha descubierta, hubiera podido pasar como la profesora Nicté. Rose recordó que ese hombre era Anom Nicté, el tío de su amigo, y tuvo que reconocer que a primera vista parecía delincuente, pues su rostro era serio y de aire hosco, como si no tuviera contacto con otras personas muy seguido. Pero eso sólo era la fachada, pues tanto Rose como Hally pudieron comprobar que Anom Nicté era tan amable, cortés y servicial como su hermana. Ayudó a Henry con su baúl y saludó educadamente y en perfecto inglés a los Weasley, a los Longbottom y a los Potter al pasar a su lado.
—Buenas noches —sonrió al saludar, como si le diera mucho gusto —¿Todos bien?
—Claro, Anom —respondió el señor Potter, tendiéndole la mano —Por cierto, desde la última vez que te vi quiero saber dónde estás viviendo. En el Ministerio no quisieron decírnoslo a Ron y a mí, y eso que somos dos de los aurores que llevamos tu caso.
—Bueno, primero estuve en un lugar horrible al que me mandó el Ministerio, pero ahora me dejaron ir a donde yo quisiera —Anom sonrió otra vez, pero más discretamente —Y Abil me ofreció un cuarto en su casa. Lo que no sé bien es cómo ser como los macehualtin ingleses...
—¿Los qué? —se extrañó Rose, que había alcanzado a escuchar las últimas palabras. Se había acercado para despedirse de Henry —Nunca había escuchado esa palabra en mi vida.
—Es la palabra con la que los magos mexicanos llamamos a los muggles —explicó Anom tranquilamente —Su singular es macehualli. Nuestra cultura tiene palabras así por todas partes.
—Como sus nombres —observó Hally en voz alta, sin darse cuenta.
—¡Hally! —exclamó la señora Potter.
—Está bien, señora, no hay problema —aseguró Anom —Mi nombre y el de Abil vienen del maya. El de Abil quiere decir nieta y el mío, el primero. Y no los tenemos al azar. En nuestra familia, el significado de los nombres se toma muy en serio. Yo me llamo Anom porque soy el mayor y Abil, porque es la única nieta de la rama paterna de la familia. Aunque ésa es otra historia. Si nos disculpan, tenemos que llegar a casa antes que Abil. Ella dijo que nos vería allí.
Con una leve inclinación de cabeza, Anom y Henry se retiraron y los miembros del clan Weasley siguieron poniéndose de acuerdo en los detalles para su reunión familiar navideña. Los Potter se despidieron también y se encaminaron hacia la salida del andén y en el camino, Hally alcanzó a ver cómo Sunny estaba de mal genio, con su baúl junto a ella, en actitud de espera. Seguramente esperaba a su abuela, la señora Drake. Salió del andén con la sensación de que aquellas vacaciones de Navidad serían de lo más interesantes y siguiendo a sus padres, se preguntó qué otras sorpresas le traería el hecho de ser una bruja.
Sunny no había tenido un buen recibimiento al bajar del expreso. Luego de despedirse de Walter, quien tuvo que cruzar la barrera mágica solo para encontrarse con su padre del otro lado, la niña se había quedado sola esperando a la señora Drake. Vio cómo Danielle se iba apresuradamente, cómo Ryo se retiraba poco después y le hacía un gesto de despedida a Amy, cómo Amy charlaba con aquella amiga suya de su casa, Joan Finch-Fletchley y cómo Henry, Rose y Hally platicaban unos minutos antes de tomar sus respectivos caminos. Pero para ella eso fue una buena entretención, porque la señora Drake apareció cuando Hally y su familia acababan de marcharse. Venía impecablemente vestida como muggle y con la facha de una ricachona. Sunny trató de ocultar su desagrado lo más posible.
—Bien, ya estoy aquí —dijo la señora Drake, creyendo que hacía falta anunciarse —Toma tus cosas y vámonos. Tenemos mucho qué hacer.
Sunny se preguntó qué era lo que harían, pero prefirió no saber. Además, ya había decidido que tendría contacto con la señora Drake solamente en lo indispensable.
—Lo primero que haremos al llegar a casa será ir de compras —informó la señora Drake, al estar caminando por el andén muggle —La ropa que traes no es muy buena.
Sunny se miró la ropa. Era un conjunto de falda y saco de lana verde oscuro, con una blusa blanca y unas mallas del mismo color. Sus zapatos eran negros y relucientes y se abrigaba con un grueso suéter negro tejido de botones plateados. No entendía qué tenía de malo su atuendo.
—A mí me gusta —comentó la niña —Además, no me hace falta ropa. Tengo bastante.
—El gusto de Severus es pésimo —soltó de pronto la señora Drake —Siempre fue así.
Sunny no dijo nada. Se veía que a su abuela no le agradaba Snape, pero lo raro era que lo había llamado por su nombre de pila. Salieron de la estación, tomaron un taxi muggle y la señora Drake ordenó que fuera al aeropuerto. Sunny la miró con desconcierto.
—¿Vamos a tomar un avión? —exclamó, incrédula.
—Pues claro¿de qué otra forma llegaremos a Belfast para mañana en la mañana? —la señora Drake revisaba el contenido de su bolso de mano —Los barcos me marean y tardaríamos un día entero por las escalas. Además, no me gusta viajar de otra forma. ¿Qué pasa, nunca has viajado en avión?
Sunny negó con la cabeza.
—Pues ahora lo harás —declaró la señora Drake con una leve sonrisa.
La niña se quedó un poco confundida, pero en el resto del trayecto hasta el aeropuerto, se dedicó a mirar por la ventanilla, contemplando los escasos copos de nieve que empezaban a caer. Se veía que sería una blanca Navidad, y esperaba que fuera a nevar en Belfast. Pero lo que de verdad iba a extrañar era el modo de vida que había llevado poco antes de entrar a clases. Con Snape no se vivía muy a gusto que se diga, pero al menos con él podía hacer lo que quisiera la mayoría del tiempo e incluso había pasado buenos ratos. En cambio, con la señora Drake sentía que su libertad se había terminado.
—El aeropuerto, señora —le anunció el chofer a la señora Drake —Son veintitrés libras.
La señora Drake frunció el entrecejo y le entregó unos cuantos billetes muggles al conductor al bajar. Descargaron el equipaje de Sunny y el taxista se alejó, al tiempo que la señora Drake guiaba a Sunny al interior del aeropuerto.
—Siempre me han sorprendido esas máquinas muggles —susurró la señora Drake, mirando de reojo los aviones en las pistas —No me explico cómo no se caen. A veces me dan miedo.
Sunny recordó haber leído un libro sobre aviones en el orfanato, los últimos días que estuvo allí. Hally entendía todo lo que leía con una facilidad impresionante, pero en ese momento a Sunny no le llegó a la cabeza nada de lo que su amiga le había explicado acerca de los aviones.
—Hally sabe de aviones —comentó en voz baja —Ojalá estuviera aquí y me lo recordara.
—¿Quién es Hally? —inquirió la señora Drake.
—Una amiga del colegio. Estuvo conmigo en el orfanato.
La señora Drake hizo una mueca de disgusto.
—No deberías tener esa clase de amistades —reprochó —Los huérfanos sangre sucia son una verdadera molestia. No sé cómo siguen admitiéndolos en Hogwarts.
Sunny no podía creer lo que oía, pero no se sorprendió. Por alguna razón, había sospechado que la señora Drake era de las brujas que estaban contra de los magos de familias muggles.
—A mí me llaman de esa forma en mi casa —espetó de mal humor —Y no soy una sangre sucia completa. Y Hally no es hija de muggles, ella es...
Pero no pudo decirle quién era Hally, pues entonces una voz potente anunció la salida del vuelo que iba a Belfast y tuvieron qué abordar. Además, estuvo bien que no le dijera nada, porque presentía que si le decía que Hally era una Potter, no le haría ninguna gracia. Al estar en el avión, buscó su asiento y al encontrarlo, de inmediato se dejó caer en él y se enfrascó en sus pensamientos. No quería saber nada de Wendy Drake hasta llegar a Irlanda.
Un encapuchado caminaba por las calles frías y para él, desconocidas. Estaba en Belfast, la capital de Irlanda del Norte, y esperaba que de un momento a otro salieran ciertas personas por la puerta del lugar que tenía en la acera de enfrente. Era de día y el cambio de horario no le había caído muy bien, pero lo que estaba haciendo era lo que consideraba más prudente, dadas las circunstancias. Sus vacaciones podían esperar.
El lugar de enfrente empezó a bullir de actividad, pues a esas horas comenzaban la mayoría de sus actividades. En menos de media hora, durante la cual no dejó que nadie notara su presencia, el encapuchado vio lo que había estado esperando: una mujer mayor y una niña de unos once años salían a la calle y buscaban con la mirada un taxi. Como a esa hora la calle estaba casi desierta, su conversación era fácilmente captada por el encapuchado.
—Vamos, niña, quita esa cara —decía la mujer —No te traje al fin del mundo. Volverás a Inglaterra más pronto de lo que te imaginas.
—Eso ya lo sé —espetó la niña —Lo que quisiera saber es qué voy a hacer aquí. ¿Tiene algo en mente para entretenerme o sólo me va a tener encerrada sin hacer nada?
—Encerrada tal vez, pero no sin hacer nada —respondió la mujer.
—¿Me va a tener encerrada sólo porque se le da la gana? —soltó la niña con verdadero disgusto —¿Y para qué, si se puede saber?
—Hay una que otra cosa que me gustaría que hicieras. Ahora haz el favor de acercar más tu baúl, que ahí viene un taxi.
En efecto, un taxi se acercaba por la calle y se detuvo ante la seña de la mujer. El conductor se bajó para ayudar a la niña con el baúl, el cual contenía sus pertenencias, y cuando lo tuvo bien sujeto en una rejilla en el techo del vehículo, volvió a su asiento y preguntó amablemente a dónde debía llevarlas. La mujer musitó una dirección, pero no se escuchó pues el taxista arrancó al tiempo que el encapuchado giraba la cabeza en su dirección. Nadie parecía verlo y eso era por algo muy simple. Llevaba puesta una capa invisible que en ese instante se quitó lentamente para no alertar a los muggles que pasaban por allí. Se la guardó bajo el brazo y caminó silenciosamente para perderse en un callejón, sacudiéndose hacia atrás un mechón de cabello castaño y ceniciento. Un par de ojos grises veían a su alrededor con amabilidad y precaución, pensando que aquella tarea era la más extraña que se había impuesto. Se preguntó tristemente qué hubieran dicho sus mejores amigos si hubieran podido verlo y enterarse de lo que estaba haciendo. Lástima que sus mejores amigos, al menos los que habían sido valientes, divertidos y leales, ya hubieran pasado a mejor vida.
