Treinta y tres: Si no arriesgas no ganas…

Edna O'Flahertie abrió desmesuradamente los ojos al oír el nombre por el cual la llamaba su acompañante. Pero lo que no podía evitar era darse cuenta de que había tenido razón al reconocer a aquella persona. Él era la razón por la que había trabajado tanto, por la que había tenido tantos problemas… y la única persona por la que hubiera pasado lo que tuvo que pasar.

—No puedo creerlo… —musitó Remus Lupin, viendo atentamente a Edna O'Flahertie, quien a su vez no le quitaba la vista de encima —¿Heather, de verdad eres tú?

La mujer no podía articular palabra, pero seguía moviéndose. Terminó de cruzar Donegall Square a paso rápido, rompiendo récord de velocidad, hasta llegar frente a una casita de fachada rojiza de dos plantas, con unas cuantas ventanas que tenían macetas en su alfeizar. Justo allí, la imagen de la mujer cambió por completo: su cabello ya no era negro, sino de un castaño brillante y sus ojos, en vez de mostrar un tono verde, ahora eran de un suave azul grisáceo que recordaba al cielo de un día ligeramente nublado. Su figura se hizo más alta y delgada, su nariz más pequeña y su rostro se llenó de pecas. Su cabello, aparte de haber cambiado de color, se había encogido y rizado, dándole un tierno aspecto. Pero lo más asombroso era su rostro, en aquel momento con una expresión entre radiante y temerosa. Sacó unas llaves de un bolsillo de su túnica y se apresuró a abrir la puerta de la casita, y cuando lo logró, se hizo a un lado.

—Pasa —le indicó a su acompañante —Supongo que querrás una explicación.

El profesor Lupin asintió vehementemente y entró a la vivienda. Era sencilla de sobra, con apenas los muebles básicos. Del recibidor salía un estrecho y corto pasillo que llevaba al fondo del lugar y a las escaleras que conducían al segundo piso. A la izquierda se encontraba la sala y a la derecha, una puerta de madera cerrada. La mujer dejó su capa en un perchero, con un gesto le indicó a su visitante que la imitara y que la siguiera a la sala. El profesor Lupin así lo hizo y cuando la mujer le indicó sentarse en un sillón café rojizo, la obedeció sin titubear.

—Primeramente, Remus —comenzó la mujer, sentándose frente a él —quisiera saber cómo has estado. Supongo que la pasas mejor de lo que te ves.

—De hecho, la paso igual o peor de como me veo —confesó tranquilamente el profesor Lupin, con una mirada triste —Estuviste lejos mucho tiempo, Heather. No sé si sepas todo lo que ha pasado en Inglaterra.

—Algunas cosas –comentó la mujer, a quien el profesor seguía llamando Heather como si la conociera de toda la vida —Pero no todas. Me ha pasado tanto…

La mujer soltó unas cuantas lágrimas, pero se las secó enseguida con una mano.

—Quizá serviría de algo que me lo contaras —le hizo ver el profesor Lupin.

La mujer miró directamente a los ojos al profesor por unos instantes y luego, le retiró la vista y negó con la cabeza.

—No hace falta que pregunte¿verdad? Siempre fuiste muy transparente. En ti veo que lo que oí es verdad. ¡No puedo creerlo, Lily¡La quería tanto…¡Y James¡Y Sirius!

La mujer empezó a llorar otra vez, pero en esta ocasión no hizo mucho por contener las lágrimas. El profesor Lupin, al notarlo, se buscó en los bolsillos de su abrigo hasta que sacó un pañuelo rojo a cuadros y se lo extendió. La mujer lo tomó y sonrió nerviosamente.

—Gracias —musitó, limpiándose el rostro. Luego se le quedó viendo al pañuelo y comentó —Es bonito¿dónde lo compraste?

—Me lo regaló la señora Potter —respondió el profesor Lupin —Hace unos años, en Navidad. Siempre la paso con los Potter, aunque sea un rato.

—¿Potter? —se extrañó la mujer —Entonces¿Lily y James tuvieron hijos?

—Sí, tuvieron uno. Somos amigos, nos llevamos bien. Se parece mucho a James, pero tiene los ojos de Lily. Cualquiera que lo ve y conoció a sus padres lo dice.

La mujer logró sonreír un poco, cosa que el profesor Lupin agradeció internamente. Se habían desviado del tema y esperaba que lo retomaran pronto.

—Para no saber nada del hijo de tu mejor amiga, me imagino que has de haberte ido al fin del mundo —repuso el profesor Lupin con seriedad —No hay nadie en el mundo mágico que no conozca el nombre de Harry.

—¿Quieres decir que el hijo de Lily… es Harry Potter? —se asombró la mujer.

El profesor Lupin asintió. La mujer soltó un suspiro.

—Magnolia me lo dijo, juraba que los padres de ese chico eran nuestros amigos, pero no quise creerle —musitó, mirando el pañuelo que el profesor Lupin le había prestado —¡Ojalá me hubiera quedado en Inglaterra! Quizá hubiera podido ayudar en algo.

—No hubieras podido hacer nada —repuso tajantemente el profesor Lupin con firmeza —De hecho, me alegra que te hayas ido, porque así lograste salvarte. Pero lo que nunca entendí fue porqué…

—¿Porqué me fui? —completó la mujer. El profesor asintió y ella volvió a suspirar —No fue fácil, Remus, en medio de todo aquel caos. Como ya dije, a veces pienso que hubiera sido mejor que me hubiera quedado en Inglaterra en lugar de huir como cobarde…

—Tú no eres cobarde —alegó el profesor.

—Sí, claro —respondió la mujer con sarcasmo —El hecho de que haya estado en Gryffindor no quiere decir que haya sido valiente como ustedes. Y cuando escuché lo que hizo Peter me indigné mucho. Incluso llegué a pensar que al salir del país, me porté exactamente como él.

El profesor se puso de pie de un salto y con una firmeza rara en él, soltó.

—¡Nunca digas eso de nuevo, Heather, ni en broma¿Qué diría Lily si te oyera?

La mujer se sorprendió bastante al ver al profesor en aquel estado, pero sus palabras habían dado en el blanco. La mujer recordó su juventud, sus días de estudiante y sus amigos y aunque esos tiempos habían pasado, la habían convertido en lo que era ahora.

—Lo siento —se disculpó el profesor Lupin, sentándose otra vez —No sé en qué estaba pensando. Heather¿porqué no me explicas mejor porqué te fuiste de esa forma? Me preocupé mucho cuando desapareciste así, sin avisar. Bueno, en realidad todos nos preocupamos —agregó enseguida, un tanto nervioso.

La mujer sonrió tímidamente, y se decidió a contestar.

—Mi clan me pidió regresar —comenzó —Y sabes perfectamente lo que pasa cuando un clan irlandés te pide que cumplas con un mandato suyo. No puedes rebelarte sin pensar en las consecuencias.

El profesor Lupin asintió, tratando de recordar con detenimiento a la familia de la mujer. El clan mágico O'Campbell era de los más antiguos y dominantes de Irlanda del Norte, y si uno de sus miembros se atrevía a desafiarlo, no salía bien librado.

—Pensé que me llamaban porque había surgido algo importante, por lo que decidí venir sin avisar, imaginando que podría volver pronto a Inglaterra —continuó la mujer —Pero me llevé una gran sorpresa cuando mis padres y hermanos me exigieron que dejara a mis amigos sangre sucia y me uniera a su Señor Tenebroso. Por supuesto, me negué. ¿Cómo pudieron creer que traicionaría a mis amigos por una causa tan estúpida? No sé qué les pasó por la cabeza cuando me pidieron semejante cosa.

—¿Y después? —quiso saber el profesor Lupin —¿Porqué simplemente no volviste?

Heather sonrió de forma extraña, entre triste e irónica.

—Porque me conocían lo suficiente como para saber cómo amenazarme. Me dijeron que si mis amigos llegaban a saber que los O'Campbell eran mortífagos, los buscarían y los matarían a todos. Sólo Voldemort sabía su doble vida, así que me había metido en problemas. No podía volver y arriesgarlos a todos ustedes, así que lo único que me quedó por hacer fue escapar.

El profesor Lupin dejó que hubiera una larga pausa antes de hablar.

—Pero pudiste volver disfrazada. Se te da muy bien.

La mujer asintió pesadamente.

—No creas que no lo pensé, pero era difícil. Mi familia sabía que era metamorfomaga y supuse que si a la Orden le llegaba algún soplo sobre su relación con Voldemort, creerían que yo había ido con ellos transformada y los hubieran matado.

—Hace un momento mencionaste a Magnolia —recordó el profesor —¿Sigue viva, verdad¿Sabes dónde está?

—Lo último que supe de ella es que estaba en su país, por asuntos de familia. Y la última carta que me escribió dice que pasaría a Londres por algo personal, aunque no me dijo qué asunto era. Eso fue hace unos tres meses. No nos vemos en persona con frecuencia y la última vez, llegó a mi casa contándome lo que supo de Sirius —la mujer soltó un par de lágrimas, pero enseguida se las secó con el pañuelo —Estaba deshecha.

—Me lo imagino —comentó el profesor Lupin, melancólico —Magnolia siempre fue muy sensible. Sirius bromeaba diciendo que ella lloraba por los dos cada vez que hacía falta.

Ambos se quedaron un rato en silencio, sumidos en sus pensamientos, hasta que el profesor Lupin recordó algo que hasta el momento había pasado un poco por alto.

—Dime una cosa¿qué fue todo ese numerito de Edna O'Flahertie? Creí que no te gustaba usar tu habilidad metamórfica para tu beneficio.

—¡Ah, eso! Resulta que el tipo aquel, O'Conell, va al local cada vez que puede para invitarme a salir, pero para no recibirlo, Edna me permite transformarme en ella y hacerle creer que no ando por allí. Así, el hombre termina por aburrirse y se va.

—¿Y tienes familia? Me refiero a… esposo e hijos —quiso saber el profesor, con timidez.

La mujer negó lentamente con la cabeza, con semblante triste.

—Perdí esa oportunidad al irme de Inglaterra —dijo ella simplemente —Y luego de eso, ya no quise buscar otra.

El profesor quiso preguntarle a qué se refería cuando alguien llamó a la puerta. Heather O'Campbell frunció el entrecejo.

—¿Quién será a esta hora? —se preguntó en voz alta, yendo al pasillo del recibidor —No creo que sea Edna, se fue a su casa por el lado opuesto del Callejón Celta.

Llegó a la puerta y la abrió normalmente, sólo para encontrarse con una desagradable sorpresa. El hombre de cabello rubio rojizo entrecano y ojos azules que había llegado al local de repostería mágica hacía menos de una hora estaba ahí de pie, sonriendo con cierta presunción.

—Sabía que en cuanto Edna cerrara, vendrías a casa —dijo el hombre —¿Puedo pasar?

—No, O'Conell, no puedes —replicó la mujer con enfado —¿Cómo supiste dónde vivo?

—Fácil —reconoció O'Conell, encogiéndose de hombros —Sólo indagué un poco en la oficina de mi padre. Lo raro es que te tienen como desaparecida, Heather O'Campbell.

Heather frunció el entrecejo, pero en realidad la información para ella no era nueva. Al haber estado escondiéndose de su familia, para que no cumpliera su amenaza, nadie en Irlanda la había vuelto a ver con su aspecto normal. Generalmente se aprovechaba de su condición de metamorfomaga para cambiar de apariencia y que no la reconocieran. Pero lo que sí le resultaba extraño fue que O'Conell supiera su verdadera identidad.

—¿Y ahora qué vas a hacer? —quiso saber Heather, con cierta actitud desafiante —¿Vas a chantajearme con eso? Porque a estas alturas no me importa que el Ministerio irlandés sepa que estoy viva. Ya pasaron los tiempos de Voldemort.

O'Conell soltó un escalofrío involuntario al escuchar ese nombre, pero no dijo nada. A Heather le pareció raro, ya que los magos irlandeses no solían asustarse al oír el nombre de Voldemort tanto como los ingleses. Pero recordó que Edna O'Flahertie le contó que O'Conell se había criado en Inglaterra unos años, precisamente cuando Voldemort estaba en su apogeo, y por eso seguramente le tenía cierto miedo y rencor.

—Pues sí, eso mismo pienso hacer —reconoció O'Conell con cinismo —¿Sabe tu clan que estás en Irlanda? Creo que me agradecerían mucho que les informara de tu paradero. Hay un tal David O'Campbell que no ha dejado de buscarte.

Heather no pudo ocultar un gesto de temor.

—¿David? —musitó, incrédula.

—Precisamente —continuó O'Conell —Sabes quién es y yo lo sé, así que tú escoges: tu libertad o la furia de tu clan.

—Una vez me amenazaron y por cobardía, perdí a quien más amo —resupo Heather con firmeza —No voy a cometer ese error otra vez. Dile a David si quieres, no me importa. No tengo nada qué perder.

O'Conell se puso realmente furioso y se metió la mano al bolsillo dispuesto a sacar su varita, pero en eso pasó una familia muggle y tuvo qué contenerse. Ese instante fue aprovechado por Heather para cerrarle la puerta en la cara, lo cual lo puso de peor humor todavía. Se marchó con paso decidido, mientras que en el interior de su casa, Heather se enfrentaba con la mirada amable, pero penetrante, del profesor Lupin.

—¿Qué haces ahí, Remus? —inquirió Heather, nerviosa —Me asustaste.

—Escuché todo —contestó el profesor Lupin —¿David O'Campbell no es tu hermano?

Heather asintió.

—¿Y qué quisiste decir con eso de que por miedo, perdiste a quien más amas?

Heather se sonrojó, bajó la mirada y respiró hondo. Aquello no iba bien. Se sentía como cuando era estudiante de Hogwarts y se vio con toda claridad más joven, en compañía de sus mejores amigas, riéndose de las bromas que se contaban y menospreciando a los alborotadores del colegio, al menos por un tiempo. Se recordó a sí misma junto a una pelirroja de brillantes ojos verdes y una chica más, rubia y de misteriosos ojos violetas, y con eso recordó lo que había sentido en esa época por cierta persona. Algo que hacía mucho creía haber olvidado.

—Pasó hace mucho tiempo —argumentó —No vale la pena recordarlo.

El profesor Lupin se acercó a su vieja amiga con algo en la mano. Heather vio que era un trozo de pergamino y frunció el entrecejo, confundida.

—Si necesitas algo, búscame —le dijo el profesor, tomando su abrigo del perchero —Ahora discúlpame, pero debo irme. Estoy en Irlanda de parte de alguien más y tengo que enviarle un informe. Con tu permiso.

Heather se hizo a un lado, dejando libre la puerta, y el profesor salió y se marchó. Al cerrar la puerta tras sí, el profesor soltó un suspiro.

—Ojalá fuera yo a quien más amaste, Heather —susurró, antes de empezar a caminar por la estrecha y silenciosa calle.

Heather, desde una ventana de su sala, vio partir a su amigo y soltó un suspiro.

—Ojalá supieras, Remus… —musitó, antes de retirarse a dormir.

En toda la noche, Heather O'Campbell no soltó el pergamino que Remus Lupin le dio.


La mañana de Navidad fue inusualmente nublada en Irlanda del Norte. Todos sus habitantes salían a la calle bien abrigados, si es que salían a esas horas. Una mujer envuelta en una capa lavanda, con la cara cubierta, llegó hasta la puerta de la casa de Heather O'Campbell y tocó cinco veces, con cierto ritmo. La puerta tardó diez minutos en abrirse y cuando lo hizo, la encapuchada se sorprendió de encontrar a Heather despeinada, con los ojos entrecerrados y con una bata roja puesta sobre una pijama rosa de dos piezas.

—¿Quién? —preguntó Heather, con una mano en los ojos, desperezándose.

—Olvidaste recogerme —reclamó la mujer de la capa lavanda, quitándose la capucha.

Heather, al quitarse la mano de los ojos y verle la cara, soltó una exclamación.

—¡Magnolia! —se apartó de la puerta y le cedió el paso a la mujer —¡Lo siento, en serio! Lo olvidé por completo.

La mujer de la capa lavanda negó en silencio, resignada, y se internó en la sala, para acabar sentándose en un sofá y bajándose la capucha. La mujer tenía un rostro angelical, de piel clara y ondulado y rubio cabello coronando su cabeza y unos ojos violetas de misterioso e intenso brillo, medio ocultos por unos anteojos ovalados. Cualquier hombre que la viera podría prendarse de ella y la mujer lo sabía, pero para ella no existiría otro hombre al cual amar. El único que había existido se había ido para siempre.

—¿Porqué te olvidaste de mí, eh? —quiso saber Magnolia, mirando a su amiga con atención. Notaba en ella algo inusual —Te esperé horas en el aeropuerto muggle. No es normal que se te olvide lo que tienes que hacer. Mucho menos andar tan tarde en pijama.

—¿Pues qué hora es? —preguntó Heather, extrañada.

—Casi mediodía. Heather¿qué te pasa? Te ves… diferente.

—Volví a ver a Remus —musitó Heather con nostalgia —Y sabes lo que eso significa.

—Claro que lo sé —Magnolia frunció el entrecejo, sabiendo perfectamente de lo que su amiga estaba hablando —Y conociéndote, no me sorprende. Yo tampoco dejé de querer a mi chico aunque todos lo creían un asesino —Magnolia se detuvo y suspiró tristemente.

Heather miró a su amiga un tanto extrañada al oírla suspirar de esa forma, pero entonces recordó su historia de amor y se disculpó apresuradamente.

—¡Ay, Magnolia, lo siento! No debería pensar en eso cuando tú… Bueno, después de lo que pasó con Sirius…

—No importa —aseguró Magnolia, seria —Por cierto¿le hablaste de… de Jimmy?

—Claro que no —se ofendió Heather —Porque pensaba más en qué decirle para que se fuera y se olvidara de mí. No valía la pena que me ilusionara.

—Heather, si tienes una oportunidad para ser feliz, no la dejes ir —calló Magnolia de pronto, con determinación —Yo no lo hice, ni tampoco Lily. ¿Qué diría si viera que una de las Floras no le hace honor a su juramento?

—Eso es cosa de chicas —repuso Heather —Y nosotras ya no somos chicas.

—No somos tan viejas —riñó Magnolia —Además, nunca se es muy vieja para vivir. Sobre todo si se trata de vivir algo que una vez te fue negado.

Heather sonrió débilmente, sabiendo que Magnolia tenía razón. Magnolia Ferguson era un ejemplo vivo del sentido común escocés, justo y práctico, y había que admitir que siempre fue la más tranquila de las Floras, el trío de amigas que formaban ella, Heather O'Campbell y Lily Evans por tener las tres por nombre el de una flor. Las amigas frecuentemente discutían con James Potter y sus mejores amigos en el colegio, pero para séptimo curso, cuando Lily y James empezaron a salir, a Heather le sorprendió que su serena amiga Magnolia aceptara salir con Sirius Black, que era más tremendo de James Potter, si es que eso era posible. Sus amigas sabían que ella estaba enamorada de alguien a quien Potter y Black conocían y trataron de ayudarle a conquistar al chico de sus sueños, pero no hubo oportunidad. La verdad era que Lily y Magnolia habían aceptado salir con James y Sirius por ella, pero acabaron amando a aquel par de revoltosos y sonrientes chicos como a ninguna otra persona en sus vidas¿quién lo hubiera dicho? Y la chica a la que querían ayudar, al final, se había quedado sola. Pero al menos, como decía Magnolia, ahora tenía otra oportunidad, la que no tuvieron las otras dos Floras: una había muerto asesinada y la otra, fue separada del amor de su vida bruscamente y cuando pudo volver a verlo ya era muy tarde, pues había muerto. A Heather le quedaba claro porqué Magnolia quería que ella no desperdiciara la ocasión, y no la culpaba en absoluto. Magnolia quería que ella fuera feliz porque ella misma ya no podía serlo con Sirius Black.

—Tal vez tengas razón, Magnolia —dijo Heather al cabo de unos minutos en silencio —Tal vez deba ceder y decírselo. Después de todo¿qué puedo perder a estas alturas?

—¡Así habla una Flora!—soltó Magnolia con un entusiasmo que hacía mucho que no demostraba —¿Sabes dónde encontrarlo?

Heather asintió con una sonrisa radiante, una que hacía mucho que Magnolia no veía.

—Me cambiaré y podré ir hoy mismo —dijo, abandonando la sala —No quiero que luego me entre el pánico.

Mientras su amiga subía a su dormitorio, Magnolia se quedó sumamente pensativa. La alegraba que Heather pudiera por fin ser feliz, pero a ella eso sólo le traía malos recuerdos. Aún tenía fresco en la memoria el momento en el que, celebrando con Sirius la noche de Halloween y su primer aniversario de bodas, éste decidió ir a visitar a James y asegurarse de que su amigo del alma y su familia seguían resguardados por Peter Pettigrew. Al recordar a Peter, Magnolia sintió una furia enorme, muy similar a la que había sentido Sirius al saber que uno de sus amigos era un traidor. Magnolia recordó el fugaz y último beso que Sirius le había dado antes de ir a la casa en ruinas de los Potter y saber los hechos, antes de ser acusado por la muerte de su mejor amigo y su esposa, de ser enviado a Azkaban y de tener que escaparse de allí años después para salvar a su ahijado y limpiar su nombre. Y sobre todo, aquel beso le recordaba una y otra vez que no pudo verlo antes de morir en un enfrentamiento contra los mortífagos, en el Ministerio de Magia, y decirle algo que iba a confesarle la nefasta noche en que él fue injustamente inculpado. Una sorpresa de aniversario que Sirius hubiera querido saber.

Heather regresó diez minutos después, llevando un abrigo muggle rojo y largo, de aspecto elegante, sobre un vestido del mismo color. Sus manos estaban cubiertas por guantes rojos con unos botones negros de adorno y en la cabeza, sobre su castaño y rizado cabello, lucía un gorro negro de terciopelo. Se veía sumamente distinguida, cosa que Magnolia no dejó de notar, mirándola de arriba abajo con una sonrisa.

—Rojo —comentó, pensativa —Se nota que estás contenta. Hacía mucho tiempo que no te vestías de tu color favorito.

Heather sonrió nerviosamente y miró a su amiga directo a los ojos.

—¿Crees que aún esté a tiempo? —preguntó.

Magnolia se le acercó, la tomó de un brazo y la encaminó a la puerta.

—Ahora o nunca —le respondió, dándole en la puerta una bufanda negra que estaba en el perchero de días atrás —Acuérdate de lo que decía Lily.

Heather sonrió, salió de su casa y caminó con prisa hacia Donegall Square, pensando en lo que solía decir su querida amiga Lily en ocasiones como aquella.

Si no arriesgas, no ganas. Y si no ganas, luego no tienes nada para volver a arriesgar.