Treinta y cuatro: Tregua.
La mañana de Navidad amaneció con un cielo despejado en Inglaterra. Hally se despertó temprano, y todo porque escuchó unos pasos titubeantes en su habitación. Abrió los ojos y se encontró con un ser al que sólo había visto en algunos libros que Val le había prestado hace años: un elfo doméstico.
—¿Quién eres tú? —preguntó, tallándose los ojos para acabar de despertar.
—Disculpe la señorita —dijo de inmediato el pequeño elfo, haciendo una reverencia tan pronunciada que rozó el suelo con sus puntiagudas orejas —Dobby no quería despertarla.
—¿Quién? —Hally tomó sus anteojos de la mesita de noche a su derecha y se los puso con cuidado —Disculpa, pero no sabía que hubiera un elfo doméstico en la casa.
—Es porque cuando usted estuvo aquí, la señora Potter le pidió a Dobby ir a trabajar con los señores Fred y George Weasley —explicó el elfo, apenado, ordenando el contenido del baúl escolar de Hally —No quería que la señorita se acostumbrara a la servidumbre.
—¿Te llamas Dobby? —quiso saber Hally, quitándose las cobijas de encima —Creo que he oído a papá hablar de ti. Son amigos¿verdad?
—El señor Harry Potter hizo mucho por Dobby —aseguró el elfo, con una sonrisa —Y ahora Dobby está orgulloso de servirle.
Hally se dedicó a mirar detenidamente al elfo, mientras éste iba y venía de un lado a otro en la habitación, limpiando. Era pequeño, de orejas puntiagudas, pies y manos grandes y delgadas y unos enormes ojos verdes y redondos. Vestía la combinación de ropa más disparatada que la niña había visto, pues el elfo llevaba puesto un suéter rojo oscuro con un par de hoyos en las mangas, por lo viejo que estaba, un short de fútbol para niño color verde chillón, un sombrero de punta amarillo con una esfera navideña colgando en lo alto y un par de calcetines que no hacían juego: uno era color negro y el otro, morado. A pesar de eso, las prendas se veían en perfecto estado. Hally desvió la vista de Dobby para fijarla en un montón de paquetes envueltos en papel brillante que se hallaban al pie de su cama y sonrió con entusiasmo.
—¡No puedo creerlo! —exclamó, tan fuerte que Dobby dio un respingo y dejó caer al suelo un montoncito de ropa sucia —¡Nunca había recibido tantos regalos!
Comenzó a abrirlos de inmediato, al tiempo que Dobby salía del dormitorio a toda prisa con la ropa sucia (se veía como si temiera que Hally lo asustara otra vez), encontrándose con todo tipo de cosas. Val le enviaba una caja de Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores junto con una lata de galletas de canela, las cuales decidió probar luego. Conociendo cómo cocinaba Val, seguramente algo le había salido mal. Danielle le enviaba un hermoso collar de plata, con un dije en forma de rayo, y un anillo que hacía juego. En la tarjeta que anexó, le contó que a sus amigos les había enviado algo similar, para identificarse como miembros de la Orden del Rayo. Henry le enviaba un libro titulado Costumbres navideñas de México y una tarjeta en la que, según él, se celebraba una posada (una fiesta mexicana pre-navideña). Rose se las arregló para mandarle el ejemplar de diciembre de la revista de su madre, El Quisquilloso, una especie de cuerda color carne (que en la tarjeta adjunta explicaba que era una oreja extensible, invento de sus tíos Fred y George) y un modelo a escala de una Saeta de Fuego 2.0 que volaba de verdad. Amy le enviaba un pañuelo rojo con orillas doradas y sus iniciales bordadas en color amarillo oro, acompañadas de un rayo del mismo color. Ryo le regaló una caja de galletas mágicas de la fortuna, advirtiéndole que cuando las abriera, tuviera cuidado con lo que pudiera salir. Walter se disculpaba por no darle un regalo mágico, pero esperaba que le gustara lo que le enviaba: una lechuza de peluche que era casi idéntica a Snowlight. Sunny le mandaba un hermoso dibujo de un paisaje nevado, el cual mostraba un bosque de pinos cubierto de nieve que en el centro, tenía un enorme y brillante árbol de Navidad. Se disculpaba por no haberle enviado otra cosa, pero mencionaba algo de que su abuela no la había llevado a muchos lugares. Encontró un par de paquetes más, por lo que se decidió a abrirlos: el primero era de su madre, y era una especie de libreta, pero muy pequeña, delgada y encuadernada en color café. Por el momento la dejó a un lado, sin saber de qué se trataba. El último paquete era de parte de su padre. Lo tomó y empezaba a desatarlo cuando escuchó que llamaban a su puerta.
—El desayuno está listo —dijo la señora Potter al otro lado de la puerta —No tardes.
—¡Sí, mamá! —respondió Hally, siguiendo con su tarea de desenvolver el regalo de su padre.
Lo que encontró fue una especie de tela plateada, cuidadosamente doblada, y encima de ésta, un pergamino viejo enrollado y atado con una cinta roja. Hally tomó el pergamino, lo dejó junto con la libreta marrón y extendió la tela. La examinó de cerca, le dio vuelta y hasta que vio que no era sólo una tela, sino una capa, se emocionó bastante, pues la reconoció enseguida. Era una capa de invisibilidad y según había leído, eran muy raras. Tenía una nota adherida con alfileres y la niña la alcanzó y la leyó.
Querida Hally:
Espero que te guste lo que te estoy dando. A mí estas cosas me sirvieron mucho cuando estuve en el colegio y espero que a ti también. Cuando desenrolles el pergamino, dale un golpecito con la varita y di Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas y verás lo que pasa. Puedes preguntarme cualquier duda sobre el pergamino, pero que sea un secreto entre tú y yo, al menos por el momento, pues pienso que a tu madre al principio no le va a agradar la idea.
Con cariño:
Tu padre.
Hally frunció el entrecejo, pero decidió que vería lo del pergamino después. Se levantó de la cama, se cambió de ropa y salió del dormitorio, echándole una leve mirada al techo encantado. Aquel día lucía azul y despejado. Bajó las escaleras, se encaminó al comedor y al pasar junto a la sala, se quedó pasmada con lo que vio. Su padre estaba inclinado sobre la chimenea, pero eso no era lo sorprendente. Lo sorprendente era que en la chimenea encendida, en medio de las llamas, estaba la cabeza de Ron Weasley, como si nada, hablando animadamente.
—Entonces¿eso fue lo que lograron sacarle? —le preguntó el señor Potter a su amigo, con gesto de preocupación. Al verlo asentir, suspiró con resignación —¿Quién lo hubiera dicho?
—Sí, y alégrate de que al menos le hayamos sacado algo —replicaba el padre de Rose, con el entrecejo fruncido —Así, al Ministerio ya no le quedan dudas de que Anom es inocente. Ahora lo único que tenemos que averiguar es la relación entre el tipo y el asesino suelto.
El señor Potter asintió, y en eso notó que su hija estaba en la entrada de la habitación.
—Entonces nos veremos esta noche —le dijo al señor Ron, en señal de despedida.
Luego de asentir al tiempo que sonreía, la cabeza del señor Ron desapareció.
—Hola, hija —saludó el señor Potter —¿Dormiste bien?
—Claro que sí —Hally sonrió, abandonando la sala junto con su padre —¿Qué le decías al señor Weasley de esta noche?
—Ron nos invitó a la reunión navideña de los Weasley —explicó el señor Potter, entrando al comedor con la niña —Le dije que iríamos con gusto.
Hally sonrió ampliamente, pues eso le daría la oportunidad de saludar a Rose. La señora Potter salió entonces de la cocina, llevando generosas porciones de hot cakes en dos platos. Los puso ante su marido y su hija y se sentó a su silla, donde ya había un plato servido.
—Hally¿te gustaron los regalos que recibiste? —le preguntó su madre al cabo de unos minutos en los que sólo habían estado comiendo.
—Sí, mucho —asintió Hally —Mamá¿puedo preguntarte algo del regalo que me diste?
—Claro —respondió la señora Potter con una sonrisa.
Terminaron el desayuno en calma y cuando los señores Potter estaban a punto de sentarse a la sala, a descansar frente a la chimenea un rato, sonó que llamaban a la puerta trasera, lo que en sí era una cosa rara. Por el pasillo se vio una sombra pequeña yendo hacia esa puerta, pero se detuvo a medio camino cuando el señor Potter le gritó.
—¡Primero ve si es un mago, Dobby, por favor!
—Claro que sí, señor —respondió el elfo, continuando con su camino. Los Potter se sentaron en los sillones y cada uno estaba ocupándose en algo distinto (el señor Potter escribía en un pergamino, su esposa leía y Hally jugaba con la escoba miniatura que Rose le había regalado) cuando el elfo volvió con una expresión extraña, como si hubiera visto un horrible fantasma
—Señor, lo buscan. Dice ser el señor Malfoy, señor.
El señor Potter soltó su pluma y bruscamente se puso de pie. La señora Potter dejó su libro y miró al elfo como si creyera que bromeaba. En cambio, Hally frunció el entrecejo, confundida. Según Danielle, el señor Malfoy no soportaba a los Potter ni a los Weasley¿qué querría?
—¿Dijo qué quiere? —preguntó la señora Potter de mal humor.
—Dice que quiere pedir permiso para hablar con la señorita Hally, señora —respondió Dobby, titubeante —Necesita saber de su hermana, señora.
—¿Su hermana? —el señor Potter se sorprendió —Según sabía, Malfoy era hijo único.
—Dobby¿cómo es? —quiso saber Hally.
—Es un joven rubio, señorita —respondió el elfo —De ojos grises. Lo acompaña otro joven rubio, pero de ojos azules.
Hally se quedó pensativa hasta que su cara se iluminó con una idea.
—Hazlo pasar —ordenó —Ya sé quién es.
El elfo dudó, pero al ser Hally pariente directo de sus actuales amos, no podía desobedecer. Salió de la habitación, donde Hally se volvió hacia sus padres.
—No es el padre de Danielle —les aseguró —Es su hermano, Patrick. Debe venir con el amigo con el que se fue de vacaciones.
—¿Estás segura? —inquirió el señor Potter.
Hally asintió a la vez que el elfo volvía, seguido por dos jóvenes rubios, uno de cabello más claro que otro y con los ojos de distinto color: el que tenía el cabello rubio de un tono cenizo era el de ojos azules y el otro, era el de ojos grises. Al verlos, Hally supo que no se equivocó: eran Patrick Malfoy y su amigo William Bluepool.
—Buenos días —saludó William —Soy William Bluepool —miró al señor Potter —Seguro me recuerda del primer partido de quidditch de la temporada, en Hogwarts.
El señor Potter lo observó con atención, para luego asentir.
—Soy Patrick Malfoy —se presentó Patrick, un tanto tímido —Quisiera hablar un momento con Hally, si me permiten.
Los señores Potter si miraron un momento, pero luego asintieron y abandonaron la sala. Hally les hizo una seña a los dos muchachos para que se sentaran y ellos obedecieron.
—Danny me dijo que eres una buena amiga suya —comenzó Patrick, sin rodeos —Así que quiero preguntarte si has sabido de ella, Hally. Iría a la casa de mi familia aquí, en Londres, y la vería, pero mis padres... Bueno, digamos que están molestos conmigo.
—¿Cómo definirías molestos? —quiso saber Hally.
—Digamos que no quieren verme ni en pintura —respondió Patrick escuetamente.
Hally asintió suavemente, en señal de comprensión.
—Me llegó un regalo suyo esta mañana —contó la niña con tranquilidad —Y la tarjeta decía que esperaba que a ti te hubiera llegado el regalo que te compró. Mandó a Wilfred con él, y esperaba que no se cansara mucho.
Patrick sonrió con melancolía.
—El regalo me llegó —aseguró el muchacho —Wilfred está ahora descansando en casa de Will, porque es viejo y el viaje lo fatigó mucho. Pero quisiera ahora que recibiera mi regalo. No me atrevo a enviárselo porque si mis padres lo descubren, no querrán que lo tenga.
Hally se quedó pensativa, pero en realidad ella no le veía solución al asunto. Si Patrick le quería pedir a ella que llevara el regalo, se había equivocado bastante: si a él los Malfoy no querían verlo y era su hijo, mucho menos a ella, que era una Potter. En eso sonó el timbre de la puerta principal, por lo que la silueta pequeña de Dobby salió disparada a abrir.
—¡Primero ve quién es, Dobby! —pidió Hally, siguiendo el ejemplo de su padre.
—Sí, señorita —respondió Dobby y prosiguió su camino.
—Yo no puedo llevarle tu regalo —le dijo Hally a Patrick por fin —Me recibirían peor que a ti.
—En realidad no iba a pedirte eso —replicó Patrick con suavidad —Sino que pensaba preguntarte si no tendrías a la mano alguna lechuza que Danny no conozca. Para que mis padres no sospechen nada.
Hally se quedó pensativa de nuevo cuando Dobby apareció en la sala, seguido por dos jóvenes de cabello rojo encendido.
—Los jóvenes quieren ver a su madre, Hally Potter —anunció Dobby —¿Los guío al estudio?
Hally vio quiénes eran y se puso de pie.
—No, yo voy a avisarles. Tú puedes seguir con lo tuyo.
Dobby asintió y desapareció. Las personas recién llegadas se sorprendieron un poco al ver a los visitantes, pero se controlaron y entrando con paso decidido a la sala, tomando asiento al tiempo que Hally abandonaba la estancia y se dirigía a las escaleras. Los cuatro que se quedaron en la sala se miraron entre sí, sin saber qué decirse.
—¿Se puede saber qué hacen aquí? —inquirió Ángel Weasley en tono brusco.
Patrick se encogió de hombros.
—Vine a preguntarle a Hally sobre mi hermana —respondió.
—¿Ustedes a qué vinieron? —preguntó William con amabilidad.
—Mamá y tía Angelina nos lo pidieron —declaró John Weasley tranquilamente —Tienen un recado para la señora Potter.
Los cuatro jóvenes se quedaron en silencio de nuevo. Mientras Ángel y John se quedaban en sus asientos, Patrick se puso de pie y empezó a dar vueltas por la habitación, con impaciencia. Tanto rato estuvo así que Ángel, con el entrecejo fruncido, espetó.
—¿Quieres dejar de hacer eso, Malfoy? Desesperas.
Patrick lo ignoró, mientras que William se dirigió a Ángel.
—Mejor no le hables así ahora. Tiene muchos problemas.
—¿Como cuáles? —se extrañó John.
William volteó a ver a Patrick, que se había alejado de ellos como para no seguir molestando a Ángel, y se decidió a hablar.
—Patrick se salió de su casa estas vacaciones —comenzó —Se está quedando conmigo. Mi padre es agente de bienes raíces y le pidió de favor que le consiguiera una casa en el extranjero para que en cuanto acabe el colegio, pueda irse del país.
—¿Y porqué quiere irse? —inquirió John.
—Ya no soporta que todo el mundo lo vea con mala cara, sólo por ser Malfoy —respondió William, apesadumbrado —Y a decir verdad, lo entiendo. Aunque él tiene parte de la culpa, no es mala persona.
—Pues tengo que admitir que últimamente no ha hecho nada malo —refunfuñó Ángel, que sin querer había escuchado todo —Pero dime una cosa¿porqué el cambio? Quiero decir, antes no le importaba lo que pensaran de él.
William se encogió de hombros. No podía decirles que Patrick había cambiado porque quería ganarse el afecto de Frida Weasley. Había prometido guardar el secreto.
—Agréguenle a eso que no puede ver a su hermana porque sus padres le prohibieron acercársele y ya se imaginarán cómo está —concluyó William, haciendo una mueca —Ustedes tienen hermanas. Saben de lo que estoy hablando.
Ángel y John se miraron y luego voltearon con discreción hacia donde Patrick seguía dando vueltas. Cada uno de ellos quería mucho a su respectiva gemela y sabían que si de pronto les prohibieran tener contacto con ellas, se sentirían muy tristes y furiosos. De pronto, John habló.
—Exactamente¿qué necesita Malfoy, Bluepool?
William se sorprendió por la pregunta, pero se las arregló para contestar.
—Una lechuza que su hermana no conozca. Para enviarle su regalo de Navidad sin que sus padres sospechen algo.
John asintió y miró a su primo, quien al notarlo, se puso a la defensiva.
—¿Qué me ves? —preguntó Ángel.
John sonrió de forma un tanto maliciosa.
—Tú tienes lechuza, Ángel —le soltó a su primo.
Ángel casi pone el grito en el cielo.
—¡Ah, no, John, ni lo pienses! —se puso de pie de un salto y miró a su primo a la cara —Ya te dije que necesito a Chaos para contestar la carta de Rebecca. Además¿porqué habría de hacerle un favor a Malfoy, con todas las que nos ha hecho¡No, olvídalo!
Y justo hablaban de lechuzas cuando un cárabo apareció en el exterior de la amplia ventana de la sala, dando de golpes con el pico. John se levantó, fue a la ventana y la abrió. El ave, de color grisáceo, planeó un poco antes de enfilar hacia Patrick, quien detuvo sus paseos para recibirla con cara de confusión. Le quitó un pergamino que llevaba atado a la pata, y a la vez que el cárabo se iba por donde había llegado, Patrick se puso a leer la carta que acababa de llegarle. Sonrió sutilmente y miró a William.
—Will, ven —lo llamó —Es la respuesta que esperábamos.
William dejó a los primos Weasley solos y se acercó a su amigo. Ángel y John se miraron.
—¿Viste lo mismo que yo? —le preguntó Ángel a John.
—Si no supiera que Dean detesta a Malfoy, juraría que era Némesis —soltó John.
—¡Es que era Némesis! —aseguró Ángel —Frida se lo pidió prestado a Dean para enviar una carta. Primero me pidió a mí a Chaos, pero como le dije que la necesitaba...
Ambos primos se callaron al ver que William y Patrick se acercaban. Hablaban en voz baja, pero como la planta baja estaba casi en completo silencio, se escuchaba bien lo que decían.
—Will, es tu oportunidad —le decía Patrick —Ya está todo arreglado. Enfrente del Big Ben, mañana a las seis de la tarde. ¿A qué le temes?
—Es que no entiendo cómo tu adorada está tan segura de que va a resultar —objetó William, poniéndole un poco de sarcasmo a la palabra adorada.
Patrick frunció el entrecejo.
—Ella sabe lo que hace —dijo sin más —Y confío en ella. ¡Vamos, podrás declarártele! Con un poco de suerte, el sentimiento es recíproco.
William hizo un gesto indefinido, entre incrédulo y esperanzado. En eso, notaron que los habían estado oyendo con atención.
—¿Qué pasa? —preguntó William.
—¿Se puede saber porqué MI hermana te manda cartas? —espetó Ángel, mirando secamente a Patrick.
—¿De qué hablas?
—Reconocimos al cárabo. Es la mascota de nuestro primo Dean, Némesis. Frida me pidió prestada mi lechuza antes, pero yo la necesitaba y me negué. Ahora contesta¿porqué mi hermana te envía cartas?
Patrick no supo qué contestar, pero lo salvó de hacerlo el hecho de que apareciera Hally en la habitación.
—Mamá viene en un momento —les dijo a Ángel y a John —Y en cuanto a ustedes —se volvió hacia Patrick y William —Patrick, si me das el regalo, Snowlight puede llevarlo a la oficina de correos del callejón Diagon. Tardará más, pero así a tus padres los tomará por sorpresa.
Patrick asintió, se sacó de un bolsillo un pequeño paquete envuelto en papel verde y se lo entregó a Hally. La niña lo tomó y volvió a dejar la habitación, lo que aprovechó Ángel para retomar la charla.
—Estoy esperando, Malfoy —soltó con enojo.
Patrick no sabía cómo librarse de aquella situación, pero sabía que no debía decir que él y Frida eran amigos, pues eso lo llevaría a explicar las razones y estaba seguro que si las decía, los dos Weasley que tenía enfrente lo harían pedazos. Y para rematar, Frida dejaría de hablarle.
—El asunto es conmigo —se apresuró a decir William, viendo a Ángel —Yo le pedí de favor a tu hermana que me presentara a tu prima.
Ahora fue John quien puso cara de pocos amigos.
—¿A Gina? —quiso saber —¿Y porqué?
—Porque ella me gusta.
Ahora sí que para los primos Weasley nada tenía ni pies ni cabeza. ¿Que a alguien de Slytherin le gustaba alguien de Gryffindor? Debía ser histórico.
—¿Desde cuándo? —preguntó John con seriedad.
William se extrañó por la pregunta, pero la respondió con determinación.
—Desde hace mucho. Unos tres años, mínimo.
Ángel puso una cara de incredulidad absoluta, mientras que Patrick se mantenía serio. Más o menos él llevaba el mismo tiempo enamorado de Frida. John lo único que hizo fue observar a William detenidamente.
—Hace un momento hablaban de mi hermana¿verdad? —supuso.
—¿Cómo se te ocurrió esa idea? —inquirió Patrick.
—Porque Gina le contó que le gusta alguien de Slytherin —respondió Ángel de golpe —Y John cree que es uno de ustedes dos.
—Eso sí que es una sorpresa —aseguró Patrick —Pero al menos eso explicaría porqué Frida está tan segura de que no perderás tu tiempo —le dijo a William —Debe ser porque sabe que el que le gusta a Gina eres tú.
William sonrió discretamente, pero John lo sacó de sus pensamientos.
—No creo que seas mal tipo —le dijo —Así que te dejaré acercarte a mi hermana.
—¿Estás loco, John? —exclamó Ángel, sin poder creer lo que oía.
—Pero si te atreves a hacerle algo malo, te juro que me las pagas por el resto de tu vida.
El tono de voz de John era tan serio y atemorizante a la vez que William creyó que era conveniente asentir con la cabeza, como sellando un trato. En cuanto a Ángel, se le quedó viendo a Patrick con los ojos entrecerrados.
—¿Desde cuándo te llevas bien con mi hermana? —quiso saber.
—Desde... —Patrick dudó. ¿Cómo contestar esa pregunta sin tener que confesar lo que le había hecho a Frida en junio, antes de terminar sexto curso? —Desde hace poco. Le pedí perdón por... unas cuantas cosas.
Eso no resolvía las dudas de Ángel, pero al menos le explicaba porqué su hermana andaba un poco rara últimamente, muy soñadora y despistada. Para él no era nada del otro mundo que Frida hubiera perdonado a Malfoy casi en cuanto pidió perdón; de hecho, le era familiar. Frida era demasiado compasiva como para resistirse a una disculpa sincera. La pregunta aquí era qué tanto había tenido que perdonarle para que ahora se llevaran bien. De pronto se le ocurrió una idea tan loca como absurda, que sin embargo era muy posible que fuera verdad. Bueno, al menos eso pensaba él.
—Malfoy¿no te interesa mi hermana, verdad?
Ahora fue John el que casi pone el grito en el cielo. La diferencia era que por su carácter, no lo demostraba demasiado. Patrick se preguntó a dónde quería llegar Ángel, tomando en cuenta que no le agradaba al pelirrojo para nada.
—¿A qué viene esa pregunta? —quiso saber Patrick.
—Bueno, es que pienso que por Frida y Gina, nosotros podríamos hacer una tregua —insinuó Ángel con toda la calma que le era posible —Ni a John ni a mí nos hace gracia que nuestras hermanas anden en tratos con un par de Slytherin's, pero si no queda otro remedio, lo menos que podemos hacer es llevar la fiesta en paz.
John asintió ante las palabras de su primo, demostrando que estaba de acuerdo con él. Patrick y William se miraron unos segundos antes de voltear a ver a los pelirrojos.
—A mí me parece bien —dijo William —No quisiera tener que pelear contigo para poder acercarme a Gina —agregó, mirando a John.
—¿Y tú, Malfoy? —inquirió Ángel.
Aquella era una oportunidad única que Patrick no podía dejar pasar.
—De acuerdo —aceptó —Llevaremos la fiesta en paz. Por las chicas.
En ese momento, los Potter aparecieron en la sala, lo cual aprovecharon Patrick y William para despedirse y acto seguido, desaparecerse. John miró a Ángel de manera inquisitiva y en cuanto ambos le dieron el recado de sus madres a la señora Potter (que tenía que ver con la reunión de esa noche) y abandonaban la casa de Hally, le preguntó rápidamente.
—¿Me puedes explicar porqué pediste esa tregua con Malfoy y Bluepool?
Ángel se quedó pensativo un momento, sin dejar de caminar por las calles un tanto vacías de aquella parte de Londres. Al fin, al esperar que un semáforo les diera el pase para cruzar una avenida, el chico respondió.
—Porque si conozco a Frida, y vaya que la conozco muy bien, creo que está enamorada del idiota de Malfoy.
