Treinta y cinco: Algunas Navidades.
Gina Weasley se había quedado desconcertada cuando aquella mañana de Navidad vio que su prima Frida estaba de visita. Frida y su familia vivían en Londres, mientras que la familia de Gina tenía su hogar en Liverpool. Frida ya estaba sentada a la mesa de la cocina, saboreando un tazón de avena caliente, cuando Gina bajó a desayunar y la encontró allí. John, también comiendo, le ofreció un tazón a su hermana.
—¿Dónde están papá y mamá? —le preguntó Gina a su hermano, tomando el tazón que éste le ofrecía —Creí que estarían aquí todavía.
—Fueron a La Madriguera —respondió John, metiéndose el último bocado de su avena a la boca —A disponer todo para la reunión. Por cierto, voy a salir. Mamá quiere que vaya con la señora Potter a darle un recado. Nos vemos, chicas.
Luego de limpiarse la boca con una servilleta, John se desapareció. Gina miró a su prima con suspicacia, pues le parecía raro que estuviera allí.
—¿Qué haces aquí, Frida?
Frida le pidió que esperara con un gesto. La chica se llevó una cucharada de avena a la boca y enseguida, metió una mano a su bolsillo y sacó un sobre blanco largo, que le extendió a su prima con un gesto de seriedad.
—Es para ti —le dijo, volviendo su atención a la comida.
Gina tomó el sobre y leyó lo que estaba escrito en la cara delantera, en dos líneas: Para Gina Weasley. Entréguese el día de Navidad. Nada más. Gina miró atentamente a Frida.
—¿De dónde sacaste esto? —quiso saber.
Frida evitó mirar a su prima y contestó la pregunta como sin darle importancia.
—Bueno, la encontré en mi baúl cuando estaba desempacando. Tengo la impresión de que quien quiera que la escribió, no quería dártela directamente. Iba a traértela antes, pero como decía que se entregara el día de Navidad...
Frida dejó la frase inconclusa, pues notó que Gina estaba abriendo el sobre con cuidado y extraía una hoja de papel cuidadosamente doblada. Su prima sí que se llevaría una gran sorpresa cuando la leyera, pues ella misma la había revisado. Aún recordaba el día en que había recibido el borrador de manos de Patrick Malfoy, lo que le hizo acordarse de los planes de éste de irse del país. Sintió que los ojos le picaban y reprimió las lágrimas que amenazaban por salir.
En tanto, Gina comía distraídamente, pues estaba abstraída en leer la carta. Era muy distinta a las que solía recibir, pues en primer lugar, estaba escrita según las costumbres muggles: en papel muggle y con tinta muggle. El que la hubiera escrito venía de familia muggle, de eso no había dudas. Pero lo que sí le producía cierta emoción y nerviosismo es que aquélla era una carta de amor. Al terminar su lectura, Gina estaba con la cara casi tan roja como su cabello.
—¿Qué dice la carta? —inquirió Frida al acabar de desayunar, fingiendo inocencia.
Gina se la pasó por encima de la mesa y miró su tazón vacío, confundida.
—Velo tú misma —le dijo.
Frida tomó la carta y a sabiendas de la mayoría del contenido, la leyó en voz baja.
Querida Gina:
Quizá ésta no es la forma más correcta de hacer esto, pero es la única que se me ocurre para hacerlo bien y sin interrupciones. La razón de esta misiva y la extraña forma en la que te llegó es que quiero confesarte algo que siento desde hace mucho tiempo, pero que por miedo, timidez, estupidez o lo que sea, no me he atrevido a decirte a la cara. Quiero que sepas que me gustas mucho y que te conozco lo suficiente como para saber que si te lo dijera en el colegio, tu hermano, tus primos e incluso tú no lo creerían. Y es por la simple razón de que soy un Slytherin.
Sí, leíste bien, soy un Slytherin, y para serte franco me siento uno. ¿En qué sentido? En el sentido de que soy ambicioso, pero no de la forma clásica que todo el mundo ve, una forma fría y cruel, que no mide las consecuencias. Yo soy ambicioso en el sentido de que quiero ser alguien en el mundo mágico, a pesar de ser de familia muggle (lo cual es evidente en la presentación de esta carta) De hecho, estoy en la clase de Estudios Muggles sólo para saber cómo ven los magos a los que son como mis padres, sólo para darme cuenta que no los toman muy en serio. En fin, creo que me estoy desviando del tema. El punto es que quiero que sepas que si alguna vez creíste que los de la casa de Slytherin sólo podían ser ambiciosos de forma negativa, puedes estar segura de que yo no soy así. Sé lo que esa clase de ambición puede hacerle al mundo y no quiero formar parte de ella.
Por otra parte, quiero decirte que mis intenciones al confesarte que me gustas son en serio. Por lo que acabo de decir, comprendes perfectamente mis temores¿verdad? Tu hermano y tus primos no querrían por nada del mundo que me acercara a ti aunque fuera para algo como esto y los entiendo. Por eso quise arriesgarme, enviándote esta carta, sólo para que me concedas una oportunidad de verte a la cara y reiterarte mis sentimientos. Quiero que no te quede ninguna duda de que hablo en serio.
Es por eso que te pido que nos veamos en Londres, enfrente del Big Ben, mañana a las seis de la tarde (suponiendo que esta carta la estés leyendo el 25 de diciembre) Me reconocerás enseguida, soy rubio y llevaré una bufanda verde. Si no acudes, comprenderé que tu respuesta es que no quieres saber más del asunto y no insistiré. Pero si vas, te prometo que me esforzaré en no decepcionarte.
Tu admirador:
El charco azulado.(1)
Al concluir, Frida procuró ocultar una leve sonrisa tras la hoja de papel. William había sido muy considerado y directo, tal como ella le había recomendado, pero sabía que la pequeña pista que había querido dar sobre su identidad no sería captada por Gina.
—¿Quién crees que pueda ser? —le preguntó a su prima, sólo para asegurarse.
Gina estiró la mano y Frida le entregó la carta.
—Eso quisiera saber —respondió Gina en voz baja —Pero no tengo idea. Aunque...
—¿Aunque qué?
—Sé quién me gustaría que fuera.
Frida asintió. No necesitaba explicaciones, porque aparte de Sun Mei, la novia de John, Frida era la única que sabía quién era el chico que le gustaba a Gina, y no porque ella se los dijera. Ellas solas lo habían notado, pues tenían muy desarrollado el don de observar.
—En ese caso¿vas a ir? —inquirió Frida —Te quitarías de dudas.
Gina se quedó pensativa, mirando la carta doblada que tenía en la mano.
—Voy a pensarlo —prometió, pero en voz tan baja que Frida apenas la oyó.
—Eso está bien —aseguró Frida, haciendo a un lado su tazón, ya vacío —Ahora, quisiera que habláramos de otro asunto. ¿Hablaste con Sun Mei sobre lo que te escribí?
Gina dejó la carta en la mesa y asintió, viendo a su prima.
—Me costó trabajo aparecerme allá —reconoció —Pero valió la pena. Se enojó bastante al enterarse y dijo que estaba de acuerdo contigo, pero que hay que hacer todo con mucho cuidado. No quiere problemas cuando estamos a punto de graduarnos.
—Eso déjamelo a mí —pidió Frida —Ese idiota de Ripley sabrá que no es bueno meterse con una amiga nuestra. Me dio pena por Ángel —reconoció —Se veía muy triste cuando me contó que no ha podido invitar a salir a Copperfield y que Ripley le arruinó una de sus oportunidades. Me dieron ganas de buscarlo y plantarle una buena bofetada. Sobre todo después de lo que nos contó Sun Mei.
Gina asintió en silencio. Sun Mei, desde que salía con John, se había vuelto muy amiga de las primas Weasley y las tres se contaban muchas cosas. Y ellas eran las únicas personas a las que la chica de Ravenclaw les había contado el beso que Jack Ripley le había plantado a la fuerza.
—Bueno, ya que eso está arreglado por ahora, te dejo —Frida se puso de pie —Tengo que ayudar a mamá con algunas cosas para la reunión. Nos veremos esta noche.
Y sin más, desapareció.
El día de Navidad estaba pasando con increíble lentitud para Danielle. Había despertado y había encontrado unos cuantos regalos a los pies de su cama, pero ninguno de sus amigos o su hermano. Luego, al bajar a desayunar al comedor de su aristocrática casa en Londres, Corney el elfo le dijo que tenía escondidos los obsequios que sus amigos le habían enviado.
—Para que sus padres no los vieran, señorita —explicó —Se los daré en cuanto acabe su desayuno, señorita.
Danielle logró sonreír y recibió los regalos de parte del elfo en cuanto concluyó su desayuno. Amy le enviaba un pañuelo verde con sus iniciales y un rayo, bordados con hilo plateado. Ryo le envió una brújula china, diciéndole en una tarjeta adjunta que era mágica y que su función era señalarle siempre dónde estaba lo que buscaba, de acuerdo a lo que anotara en una pequeña placa encima de la carátula. Walter le mandaba el primer juguete enteramente muggle que tenía en su vida, una muñeca de porcelana de rizados cabellos rubios y vestido verde musgo, estilo siglo XVII. Henry le regaló un libro pequeño que se titulaba Hechizos mexicanos básicos y una tarjeta en la que se veía una piñata (una especie de olla de barro rellena de dulces y fruta, adornada con papel de china). Rose le mandaba una caja de dulces con una tarjeta que advertía que todos eran de Sortilegios Weasley, lo que quería decir que eran de broma. Sunny le regalaba un dibujo precioso, de un paisaje nevado con un lago congelado en el centro que reflejaba la luna como un espejo de plata. Pensó que sería buena idea enmarcarlo. Por último, estaba el regalo de Hally, el cual le pareció un poco raro. Era un libro muggle titulado Matilda. Lo abrió y en una página en blanco que estaba antes del primer capítulo estaba escrito, a modo de dedicatoria: La protagonista se parece a ti por como la tratan. Espero que te guste. Hally.
Danielle se puso muy contenta ante aquellos presentes, pero no dejó de notar que había alguien que no le había enviado nada.
—¿Pat no envió nada, Corney? —le preguntó la niña al elfo.
Corney negó vehementemente con la cabeza, agitando sus grandes orejas, lo que puso a Danielle muy pensativa. Seguramente su hermano no quería arriesgarse a ser reprendido de nuevo por sus padres. Con lo que había tenido el primer lunes de vacaciones había sido suficiente. La niña aún recordaba esa tarde, cuando estando a la mesa comiendo, ella y sus padres vieron aparecerse a Patrick en la sala, sin avisar. Llegó anunciando que quería hablar con su hermana, pero sus padres se levantaron de la mesa, se acercaron a él y el señor Malfoy hizo algo que nunca había hecho: le dio un puñetazo.
—¡No quiero volver a verte después de lo que has hecho! —exclamó, realmente furioso —Ni tu madre ni yo. Y si nos enteramos que te le acercas a tu hermana, lo lamentarás.
Patrick, llevándose la mano a la mejilla en la que su padre le había estampado aquel golpe, lo miró con toda la frialdad que fue capaz de reunir.
—Nos seguiremos viendo en el colegio —se atrevió a retar el joven —Ahí no puedes impedir que nos hablemos.
—Tan simple como sacarte del colegio —le hizo ver el señor Malfoy.
Patrick, al oír eso, sonrió con ironía, lo que irritó a sus padres.
—¿Porqué sonríes de esa forma, Patrick? —quiso saber su madre.
—No pueden sacarme del colegio —aseguró Patrick, sin borrar su sonrisa —Por si no lo recuerdan, mi cumpleaños fue hace dos semanas. Ya tengo la edad suficiente para hacer lo que se me dé la gana y eso incluye querer terminar el colegio. Ahora con su permiso, me retiro. Ya vi que con ustedes no se puede razonar. Si quieren saber de mí, sólo escríbanme, pero no les garantizo que vaya a responderles.
Acto seguido se desapareció, dejando a los señores Malfoy muy desconcertados y furiosos y a una Danielle bastante triste y aturdida. La chiquilla sabía que su hermano estaba cambiando de forma de ser en los últimos meses, pero nunca creyó que su cambio llegaría a tanto. Ahora, a días de aquel altercado, tenía casi por seguro que si Patrick iba a enviarle algún regalo, buscaría la forma de hacerlo sin que sus padres se enteraran. El problema llegaría cuando se enteraran que ella le había enviado un presente.
Así las cosas, se pasó la mañana en su habitación, escondiendo los regalos de sus amigos en su baúl y entreteniéndose con el montón de cosas que sus padres le habían dado cuando a media tarde, la señora Malfoy llamó a la puerta y entró. Iba muy bien vestida, con una túnica de gala color rosa con bastantes adornos que a Danielle le pareció sumamente exagerada.
—¿Todavía no estás lista? —le preguntó su madre, viendo que Danielle traía puesto un vestido muggle color gris —La cena de Navidad de los Brandon empezará temprano.
Danielle dejó el libro de Transformaciones del colegio y volvió la cabeza.
—No quiero ir —le dijo —Yo no soporto a Brandon y ella no me soporta a mí¿para qué voy? Además, será muy aburrida. Siempre son así las cenas a las que me llevan papá y tú.
La señora Malfoy frunció el entrecejo.
—Anette dice que tú y Hellen se llevan de maravilla —comentó la mujer.
Al escuchar semejante mentira, Danielle no pudo evitar soltar una carcajada.
—Pues te vio la cara —le aseguró a su madre —Seguramente sólo quería quedar bien contigo y con papá. Por favor, mamá, no me hagas ir. No me gustan esas cenas.
La señora Malfoy torció la boca, haciendo una mueca, y salió del dormitorio. Mientras tanto, Danielle tomó de nueva cuenta el libro del colegio y lo abrió con cuidado. Adentro estaba el libro que Hally le había regalado, el cual Danielle estaba leyendo a escondidas de sus padres para pasar el rato. Tenía qué admitir que era bastante divertido y que su amiga tenía razón: la protagonista se parecía un poco a ella. Unos quince minutos después de que su madre estuvo en su dormitorio, Danielle tuvo que recibir a su padre.
—¿Porqué no quieres ir a la cena? —le preguntó el señor Malfoy.
La niña tuvo que repetir el hecho de que ella y Brandon no se llevaban bien en absoluto y que ese tipo de eventos le parecían sumamente tediosos, pero lo hizo de forma seria y amable, para no enfadar a su padre. El señor Malfoy la escuchó atentamente para luego decir con indiferencia.
—Muy bien, por esta vez no irás. Pero no te acostumbres —añadió, saliendo de la habitación —El próximo año no hay pero que valga. Somos una familia de renombre y tenemos obligaciones sociales, Danielle. No lo olvides.
Al salir su padre, Danielle soltó un suspiro, deseando por enésima vez en su vida no ser una Malfoy. En eso, unos golpeteos en su ventana la hicieron abandonar sus pensamientos. Se acercó y vio que al otro lado del cristal estaba una lechuza marrón con un paquete atado a las patas. La niña abrió la ventana con cuidado y la lechuza entró al cuarto y se posó en la silla de su tocador. Danielle se apresuró a quitarle el paquete que llevaba y luego de ser liberada de su carga, la lechuza alzó el vuelo y se fue por donde había llegado.
—Debe ser de Pat —pensó Danielle en voz alta, comenzando a abrirlo.
El paquete en sí era pequeño, pero contenía un regalo que según Danielle, era espléndido: un chivatoscopio de bolsillo. Alguna vez Patrick le había dicho, en una de sus escasas charlas de los últimos meses, que ese artefacto detecta la presencia de seres poco confiables cerca de uno, pero que si el ser andaba disfrazado, podía engañársele. De la caja salió una nota que Danielle recogió y leyó al instante.
Querida Danny:
Espero que te guste el regalo. Sé que los chivatoscopios no son muy de fiar, pero éste en particular puede serte de gran ayuda, porque Will y yo lo adaptamos para que reaccione cuando alguien cerca de ti esté mintiendo descaradamente o te esté ocultando algo. Cuídalo bien, pues es único. Ojalá no estés enojada conmigo por haberme ido de la casa, pero en cuanto estemos en el colegio, te lo explicaré todo, lo prometo. Por el momento quiero que tengas una feliz Navidad.
Te quiere:
Tu hermano Pat.
P.D. Cuando nos veamos de nuevo, también voy a contarte porqué he cambiado tanto. Supongo que te lo has preguntado.
Danielle leyó la nota unas dos veces más, para asegurarse de que no soñaba. Su hermano de verdad le había enviado un regalo, y uno estupendo. Guardó el chivatoscopio y la nota con llave en su baúl, junto con los regalos de sus amigos, y se dispuso a seguir leyendo el libro que Hally le había obsequiado.
En Edimburgo, la capital de Escocia y su segunda ciudad más importante, una mujer estaba muy contenta por recibir invitados para Navidad. Había dispuesto una mesa lo suficientemente larga para que cupieran todos, lo que no había sido muy difícil considerando que la mujer era bruja. Usaba una túnica de gala color lavanda con bordes violetas y su cabello rubio y ondulado estaba sobriamente recogido en un chongo. Sus anteojos ovalados tapaban sus ojos violetas, pero no lo suficiente como para no notar que brillaban de alegría. A las ocho en punto, llamaron a su puerta y se apresuró a poner los últimos cubiertos en la mesa antes de abrir.
—¡Jimmy, cariño! —saludó la mujer a un hombre joven y moreno, de brillante cabello negro y ojos violetas idénticos a los suyos —Bienvenido. Pasa, por favor. ¡Hola, Casiopea!
Tras el hombre de cabello negro venía una mujer pequeña y de cabello castaño oscuro, con unos preciosos ojos azules y una tímida sonrisa. A diferencia de la anfitriona, vestía un sencillo vestido muggle de color azul oscuro que le quedaba de maravilla. Llevaba de la mano a un niño de cabello negro y de ojos de un inusual color azul violáceo. La anfitriona, al verlo, se inclinó y lo tomó en brazos con una enorme sonrisa.
—¿Cómo está mi nieto favorito? —preguntó.
—Soy el único nieto que tienes, abuela —replicó el niño con una sonrisa tímida muy similar a la de la mujer de cabello castaño oscuro —Estoy muy bien.
—Me alegra —respondió la mujer rubia, soltando al niño —Muy bien, pasen a la sala. Faltan invitados, pero no deben tardar.
—Genial, mamá —comentó el hombre moreno —Y yo que creí que llegaríamos tarde.
Diez minutos después volvieron a llamar a la puerta y la rubia fue a abrir. Se encontró a una pareja a la que se le veía muy feliz y la anfitriona no podía estar más alegre en aquella Navidad. Esas dos personas eran amigos suyos y los quería mucho.
—Pasen —les dijo —Ya casi es hora.
La pareja que acababa de llegar entró y al pararse en la sala, vieron que no eran los únicos. La anfitriona hizo las presentaciones.
—Amigos, ésta es mi familia —–comenzó —Mi hijo Jimmy, su esposa Casiopea y mi nieto, Procyon. Y ellos son viejos amigos del colegio: Heather O'Campbell y Remus Lupin.
A estos dos últimos les quedó muy claro, en el instante en que les daban la mano a los integrantes de la familia de su amiga Magnolia, que aquella noche sería inolvidable.
(1) Juego de palabras en inglés, en el que bluish pool (charco azulado) y bluepool (el apellido de Will, que significa piscina azul) suenan muy parecido.
