Treinta y siete: Confesiones.
La Navidad siempre es una fecha muy alegre para la mayoría de la gente, pero como todo lo bueno, tiene que acabar. La mañana del veintiséis de diciembre saludó a una Escocia desvelada con un cielo radiante, azul y despejado. Remus Lupin pasó puntualmente a la habitación de Heather O'Campbell en la posada donde ambos se hospedaban mientras estaban en aquel país. No pudo evitar ponerse un poco nervioso, pues recordaba cuando en Irlanda del Norte, la escena de la mañana del día anterior había sido muy similar a ésta.
Inicio de remembranza
—¿Heather? —se sorprendió el profesor Lupin, al abrir la puerta.
La mañana del día de Navidad, luego de hablar con su amiga Magnolia, Heather O'Campbell se había decidido a buscar a su viejo amigo. Lo encontró exactamente donde el trozo de pergamino que apretaba en la mano decía: una antigua casona muggle que servía de casa de huéspedes, la cual no llamaba mucho la atención. Heather sonrió al verla, pues le hizo acordarse que su amigo siempre había sido una persona reservada. Entró a la casa, preguntó por el profesor y subió decididamente las escaleras que le indicaron. Así que cuando llamó a la puerta y el profesor le abrió, creía estar lo suficientemente preparada para lo que fuera a pasar.
—Hola, Remus, buenos días —saludó ella, tratando de sonreír abiertamente, pero sin lograr mas que un gesto tímido —Tengo… tengo que hablarte de algo. ¿Puedo pasar?
Por suerte el profesor Lupin siempre se levantaba temprano, porque si no hubiera sido así, lo hubiera encontrado en pijama. El hombre le cedió el paso y ella entró lentamente a la habitación, sujetando con fuerza el gorro que se había quitado de la cabeza segundos atrás. Miró a su alrededor con discreción y no pudo evitar sonreír nuevamente. La sencillez del lugar y las cosas dispuestas en perfecto orden le traían muchos recuerdos.
—¿Qué pasa, Heather? —inquirió el profesor Lupin, cerrando la puerta —¿Algo grave?
—Bueno, en parte —Heather estrujaba su gorro entre sus manos, sin darse cuenta —Verás, acabo de ver a Magnolia. Llegó hoy de visita a mi casa. Estuvimos hablando un poco y… me convenció de venir.
—¿Te convenció? —el profesor Lupin no entendía nada, pero al mismo tiempo no podía evitar pensar que a pesar de todo, Heather seguía siendo bellísima. Los rizos castaños le caían suavemente sobre los hombros y su pecoso rostro la hacía verse entre pícara e inocente, con esos grandes ojos color azul grisáceo. Se preguntó cómo era posible que el tiempo no hubiera pasado por ella —Explícate, por favor.
—Vino por mí para cenar en su casa esta noche —comenzó Heather, sin mirar al profesor Lupin. Había olvidado cuánto la intrigaban aquellos ojos claros de mirada gentil. Nunca sabes lo que le pasa por la cabeza, es callado, pero amable, fue la primera descripción que escuchó de él. Pero le había bastado durante tanto tiempo… —Y vine para invitarte a venir conmigo. No te preocupes por Magnolia, no se enojará. De hecho, le dará gusto verte. ¿Qué dices?
El profesor Lupin frunció el entrecejo, pensando que ése no podía ser el verdadero motivo por el que su amiga había ido a buscarlo. Por la expresión que Heather mostraba al llegar, parecía que estaba más contenta de lo que la había visto la noche anterior. Aunque debía admitir que le gustaba verla sonreír.
—Bueno, si de verdad quieres, iré a la cena de Magnolia —respondió, luego de un segundo de silencio —Pero espero que de verdad…
No terminó la frase por ver el rostro de Heather, que lucía una hermosa sonrisa.
—Me alegra mucho escuchar eso —confesó, calándose de nueva cuenta su gorro —Pasa a mi casa esta tarde, como a las siete, y de allí iremos a Escocia¿te parece?
El profesor Lupin asintió y la vio dirigirse a la puerta. Cuando ya estaba con la mano en el picaporte, la mujer suspiró y empezó a abrir.
—Hay otra cosa que quisiera decirte —musitó —Pero tendrá que esperar otro poco. Espero que no te importe, pero es que… me cuesta tanto…
Acto seguido, Heather se fue, sin darle tiempo de replicar.
Fin de remembranza
Al recordar todo aquello, el profesor Lupin no pudo evitar pensar en qué le hubieran dicho sus amigos si lo hubieran visto en esa situación. Se sentía bastante extraño. Llamó a la puerta de la habitación con el número doce y recordó que Heather cumplía años en un día doce. Sólo que ahora no recordaba de qué mes. La puerta se abrió y mostró a una Heather O'Campbell muy sencilla, con un vestido color vino con puños blancos y una banda blanca en la cabeza.
—Buenos días —saludó Heather, con una sonrisa modesta y llevándose apresuradamente una mano a sus rizos —Intentaba peinar un poco mi cabello, pero nunca logro que se quede quieto.
—Así está bien —le hizo ver el profesor Lupin, sonriendo levemente —Siempre me han agradado tus rizos.
Se dio cuenta de lo que había dicho y su sonrisa desapareció. Heather también lo notó.
—¿Qué quieres decir exactamente con siempre? —inquirió, no muy segura de querer saber la respuesta —¿Estás tratando de decirme algo?
El profesor Lupin se mantuvo sereno, a pesar de que las cosas no le estaban saliendo como había planeado. Se suponía que la había invitado a pasear por Escocia antes de regresar ambos a Irlanda y que durante el paseo hablarían, pero la situación no tenía no pies ni cabeza. Heather parecía esperar algo de él¿pero qué?
—¿Porqué no mejor salimos? —logró decir, luego de un segundo de silencio —Es hora de almorzar. Debes tener hambre.
Heather asintió, tomó un abrigo muggle color vino de una silla y abandonó la habitación antes que su amigo. Por un momento había creído que contestaría su pregunta, pero no lo hizo. Quizá a él también le costaba mucho trabajo hablar de lo que sentía, como a ella. Lo observó de reojo, notando que su ropa muggle estaba en tan mal estado como las túnicas de mago que solía usar. Siempre se había preguntado porqué no tenía ropa en buenas condiciones o porqué antes no tenía un empleo fijo. Pero tímida como era, nunca se había atrevido a preguntarle.
Salieron de la posada, caminaron por una calle sencilla y poco transitada, hasta pasar junto a un café con vista a la calle. Heather lo miró con cierto interés, por lo que el profesor Lupin se decidió a entrar y ocupar una de las mesas. Heather lo siguió sin comprender y tomó asiento frente a él. Cuando ella ya estaba cómoda, el profesor Lupin se inclinó un poco hacia delante y comenzó a hablar con tranquilidad.
—Heather, tengo algo que decirte, y es muy importante.
La mujer se puso en guardia, pues aunque tenía sus esperanzas, no quería sufrir un desengaño demasiado cruel si no oía lo que deseaba escuchar.
—Cuando te fuiste, le pedí a Sirius que te buscara —prosiguió el profesor —Pero luego de unos días, me dijo que mejor me olvidara de ti. Reñí con él por eso.
Heather abrió los ojos desmesuradamente. ¿Lupin había mandado buscarla? Y cuando uno de sus mejores amigos le pidió olvidar el asunto¿riñó con él?
—¿Porqué? —soltó, sin poder evitarlo —Nunca reñías con alguien. Mucho menos con Sirius o James. Eran tus mejores amigos.
—Porque no entendía porqué me pedía semejante cosa —el profesor Lupin frunció el entrecejo —No fue muy claro al respecto. Dijo algo de que estabas metida en líos bastante complicados y que él, por la seguridad de Magnolia, no quería involucrarse. Ahora, con lo que tú me has contado, sé que la razón fue que tu familia debió haberlo amenazado.
—De ellos no lo dudaría —suspiró Heather —Sobre todo de David, mi hermano.
Como si esas palabras fueran una invocación, un hombre de rizado cabello castaño y ojos grises, de porte sobrio y elegante, entró en ese momento al lugar y al notar a Heather y al profesor Lupin, frunció el entrecejo con furia y se les acercó rápidamente. Heather se percató de aquel hombre y sin querer, soltó una exclamación ahogada.
—¡Ay, no!
—¿Qué pasa? —quiso saber el profesor Lupin.
—Hasta que te encontré, hermanita —dijo el hombre de ojos grises, con una voz aterradoramente glacial —¿Se puede saber qué haces aquí, con éste?
Señaló al profesor Lupin, quien lo miró sin comprender.
—Éste tiene un nombre, David —espetó Heather —Aunque la verdad, no debería importarte lo que yo haga o deje de hacer. Por cierto¿cómo supiste dónde estaba?
—¿Te dice algo el apellido O'Conell?
Heather asintió, suponiendo lo que había pasado: O'Conell había cumplido su amenaza. Mientras tanto, David O'Campbell hizo un gesto bastante agresivo y a continuación, tomó a su hermana de un brazo, poniéndola de pie a la fuerza.
—Anda, Heather —ordenó —Vámonos a casa ahora mismo.
Heather intentó zafarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. Sin poder contenerse y olvidándose de sus buenos modales, el profesor Lupin se puso de pie, sujetó la muñeca de la mano que David usaba en Heather y la apretó con toda la fuerza de la que fue capaz.
—Será mejor que la dejes en paz —recomendó, sin poder ocultar su cólera —No tienes ningún derecho a tratarla así.
David lo miró con desdén, pero no por mucho. En menos de cinco segundos soltó a su hermana y al hacerlo, el profesor le soltó la muñeca. David hizo una mueca de dolor y miró a Heather con rencor.
—Olvídate de volver a Irlanda —le espetó —Me aseguraré de que no puedas hacerlo.
Acto seguido, salió del lugar, dejando tras él a un gentío atónito. El profesor lo notó y tomó el brazo de su amiga.
—No creo que debamos quedarnos —musitó, jalándola suavemente —Vámonos.
—¿Ahora qué voy a hacer? —gimió Heather, en cuanto estuvieron en la calle —Si no puedo volver a Irlanda, no tengo a dónde ir. ¿Porqué seré tan cobarde?
—Tú no eres cobarde, Heather. Te dije que no volvieras a decir eso ni en broma.
—Pero es que así me siento. Me da miedo enfrentarme a mi familia, y David ya demostró porqué. Estoy completamente sola.
—No estás sola —soltó el profesor Lupin de improviso —Me tienes a mí.
Para su sorpresa, Heather inclinó la cabeza, haciendo que sus rizos le cubrieran gran parte de la cara, y musitó.
—Hubiera querido oír eso hace mucho tiempo.
—Pues lo sabes ahora —el profesor Lupin la detuvo y la miró directo a los ojos —Es por eso que le pedí a Sirius que te buscara, Heather. Quería que supieras que eres la persona que más me importa.
Heather alzó la cabeza, haciendo que sus rizos rebotaran graciosamente sobre su cabeza, y lo miró con incredulidad.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, anonadada —¿Pero cómo es posible? Es lo mismo que quería decirte ayer que fui a buscarte. Pero ha pasado tanto tiempo que…
No pudo decir más porque ése fue el momento que el profesor Lupin, sin darse cuenta apenas, hizo algo que bien se hubiera creído posible de sus amigos James o Sirius cuando eran estudiantes, pero no de él. Lo que hizo fue rodear la cintura de Heather con sus brazos y besarla con ternura.
Gina Weasley estaba dispuesta a ir a la cita que le pedía aquella carta misteriosa que su prima le había entregado el día anterior, pero para eso tendría que burlar a su hermano John, quien podía ser muy suspicaz cuando le ocultaban algo.
—¿Vas a salir? —le había preguntado a la hora de comer, luego de que sus padres tuvieron que salir a atender asuntos de sus respectivos empleos.
—Ya sabes que sí, te lo dije en el desayuno —había respondido Gina —¿Porqué?
—Porque puedo acompañarte.
—No, gracias. Prefiero irme sola.
—Te puede pasar algo.
—¡Por favor, John! Soy una bruja legalmente adulta, puedo cuidarme sola.
John la había dejado por la paz, pero la estuvo observando. Gina lo notó, pero tenía cosas más importantes en qué pensar. John pensó que su hermana tenía un aire fantasioso que le era imposible disimular y se preguntó la razón de éste. Para las cinco de la tarde, la chica salió por fin de su dormitorio, bastante arreglada según notó su hermano. Se había recogido el cabello en un elegante chongo y lucía un vestido azul oscuro y un abrigo del mismo color con bordes blancos. Ésa era de su mejor ropa muggle y se preguntó a dónde iría vestida de esa forma.
—¿A dónde vas? —se atrevió a preguntar John —Si se puede saber, claro.
—No, no se puede saber —respondió Gina, un tanto nerviosa —Volveré temprano.
Y sin más, se desapareció, para evitar un interrogatorio por parte de su gemelo. Gina lo quería mucho, pero sabía que el hecho de ser el mayor por casi cuatro minutos le afectaba a la hora de querer cuidarla. Apareció en un dormitorio con el rojo predominando en la decoración y en un escritorio cercano a la ventana, encontró un pergamino medio enrollado. Se veía la firma y Gina frunció el entrecejo al ver que decía simplemente Pat.
—¡Ya era hora! —exclamó de pronto la voz de Frida Weasley, entrando a la habitación de modo normal, o sea por la puerta —Creí que te habías arrepentido. Yo casi estoy lista.
Frida también lucía arreglada, pero no tanto como Gina. Para Frida, arreglarse significaba cambiarse su habitual peinado de diminutas trenzas por otro más clásico, y en aquel momento su brillante cabello rojo estaba esponjado por efecto de sus trencitas, y lo que Frida procedió a hacer fue a pasarse un cepillo por su corta melena un par de veces para alisarlo un poco antes de colocarse una diadema roja, que hacía juego con su vestido muggle. Tomó un abrigo negro del armario y se revisó en el espejo por última vez.
—Creo que ya quedé —comentó —Vámonos.
Las dos chicas salieron de la habitación, cruzaron un pasillo y casi al llegar a la puerta, se hallaron a Ángel en la sala, echado en uno de los sillones, escribiendo una carta.
—Ya nos vamos, Ángel —avisó Frida —Volveremos pronto.
Ángel apenas si respondió con un movimiento de cabeza, sin dejar de escribir. Las dos chicas salieron a la calle, caminaron durante largo rato y por fin pudieron llegar a su destino: el frente del Big Ben, como es conocido mundialmente la campana de la torre del reloj en la parte oriental en el palacio de Westminster, donde está el Parlamento Británico. Gina notó enseguida que para ser un día de San Esteban (día festivo en Inglaterra), los alrededores estaban bastante bulliciosos.
—Yo voy a andar por la Torre de Londres —le dijo Frida al cabo de cinco minutos de haber llegado —Si en media hora no llega el tipo, te apareces cerca de allí para irnos.
Gina asintió y Frida empezó a alejarse, perdiéndose de vista al dar vuelta en una estrella calle que la llevaría a la Torre de Londres. Le encantaba ese lugar por todas las historias que contaban de ella y pensó que aunque no pudiera entrar por ser día festivo, podría al menos admirarla por fuera. Caminaba sin ninguna prisa cuando una mano le palmeó suavemente el hombro y una voz la saludó.
—Hola, Frida. Me da gusto verte.
La chica giró sobre sus talones lo más pronto que pudo. Reconoció la voz enseguida.
—¡Hola, Pat! —saludó con entusiasmo —A mí también me alegra verte.
Patrick Malfoy se encogió de hombros, sonriendo levemente. Vestía de color verde oscuro y con un estilo muy formal, contrastando con el sencillo y rojizo atuendo de Frida.
—¿Viniste a acompañar a tu prima? —quiso saber Patrick.
—Sí, sabía que se animaría más a venir si la acompañaba —reconoció la pelirroja, dando unos pasos para reanudar su camino —Sólo espero que le vaya bien.
—Le irá bien —aseguró Patrick, siguiendo a Frida —Will es un buen tipo. Él y sus padres han sido muy amables conmigo desde que…
Patrick dejó de hablar y se hundió en sus ideas. La pelea con sus padres seguía fresca en su memoria, igual que la carita triste de su hermana Danielle al verlo irse.
—¿Pat? —llamó Frida —¿Pasó algo?
—Mis padres me echaron de la casa —contó Patrick, cabizbajo —Se enteraron de que cuando acabe el colegio, quiero trabajar en una de las embajadas mágicas de América en la mejora de las relaciones entre magos y muggles. Se pusieron como locos. Y para completar el cuadro, me prohibieron volver a ver a Danny¿no es injusto?
—Por supuesto que es injusto —replicó Frida al instante —No sé cómo hay padres tan horribles. Si los míos fueran así…
—No serías ni la mitad de buena de lo que eres —completó Patrick con desgano.
Frida se ruborizó ligeramente por el cumplido, aunque notó el tono de voz del rubio. Era como si hubiera otra cosa que lo preocupara.
—Hay otra cosa que no te he dicho —comentó Patrick de pronto —Y es que el padre de Will ya consiguió una casa para mí. Está en Estados Unidos, en Massachusetts. Según sé, es un lugar llenos de bahías y…
Patrick dejó de hablar al darse cuenta de la expresión de Frida. Tenía el semblante atónito y lo miraba con cierto temor.
—¿Entonces va en serio? —inquirió —¿Te irás del país?
—Sí, me iré —Patrick contestó la pregunta sin expresión alguna —Aquí no tengo nada que me retenga y no quiero llegar a causarles problemas a los padres de Will. En cuanto salga del colegio y obtenga el puesto en la embajada, me iré.
Frida quiso decirle que no se fuera, que pensara las cosas, pero no encontraba las palabras. Simplemente se le quedó viendo fijamente con sus negros ojos, tratando de saber porqué quería irse. Él había dicho que porque no le gustaba que lo siguieran juzgando por ser un Malfoy, pero para Frida esa razón no era suficiente.
—¿Qué pasa? —le preguntó Patrick —¿Porqué pones esa cara? Ya sabías que me iría.
—Pero no pensé que fuera en serio —soltó Frida —Deseaba que fuera una broma tuya.
—¿Deseabas?
—¡Es que no quiero que te vayas, Pat¡No quiero que me dejes!
Gracias a la multitud que los rodeaba, el lamento de Frida no resonó en toda la calle, pero aún así Patrick pudo escucharla claramente. Y eso lo dejó visiblemente confundido.
—¿Qué dices? —fue lo único que se le ocurrió musitar.
—No quiero que te vayas —repitió Frida en voz baja con la cabeza baja —No quiero…
Patrick le pasó un brazo por los hombros, tratando de confortarla.
—No me iré hasta que no haya terminado el colegio, y lo sabes —le murmuró, mientras entraban sin darse cuenta a los jardines de Kensington —No tienes porqué ponerte así.
—¡Es que no lo entiendes! —Frida hundió la cabeza en el abrigo de Patrick —Yo no quiero que te vayas nunca. Ni ahora, ni cuando acabes el colegio. Te quiero aquí.
Ahora Patrick la miraba más asombrado que antes. Si las palabras de Frida lo ponían así, ver a la pelirroja en ese estado lo ponían alerta. Frida no solía perder el control.
—Vamos, explícate —pidió el chico, haciendo que su acompañante tomara asiento en una banca de hierro forjado de las muchas que había en los jardines —¿Exactamente porqué no quieres que me vaya? Nos llevamos bien apenas desde octubre y…
—¡No, no es por eso! —interrumpió Frida, pasándose el dorso de la mano por los ojos.
—¿Entonces?
Frida no contestó. Siguió con la cabeza inclinada, sin mirarlo a los ojos, y todo porque no lo resistía. ¡Se iría, Patrick se iría¡Justo cuando comenzaba a reunir el valor…!
—Frida¿qué pasa? —insistió Patrick —Pensé que éramos amigos¿no confías en mí?
Para su sorpresa, Frida soltó un suspiro.
—No es eso, te lo aseguro.
—Pues entonces explícame qué te pasa o mejor me largo.
El tono de voz de Patrick daba a entender que estaba enfadado. Pero el muchacho no pudo seguir molesto cuando Frida alzó la cabeza. Sus ojos decían que había llorado.
—Perdona —se disculpó Patrick enseguida —Sí que soy idiota.
—No, perdóname tú a mí —pidió Frida de repente —No sé lo que me pasa, estoy muy confundida. Cuando me caías mal, quería que te fueras al último rincón de la tierra para ya no verte, pero cuando me ponía a pensarlo bien, no quería que desaparecieras. Me preguntaba qué sería de mí sin ti. Y ahora, cuando ya somos amigos…
—Sientes que si nos separamos, ya nada va a valer la pena —completó Patrick, tomándole una mano —Piensas que será tan doloroso que te va a matar.
—Sí, justo así —confirmó Frida, apretándole la mano —¿Qué crees que significa?
—Significaría que me quieres —respondió Patrick en un susurro —Pero sé muy bien que no es así. No me lo merezco.
Frida lo miró largo rato y pudo percibir, por primera vez desde que se había disculpado con ella, que lo que le había dicho era verdad: ella le gustaba. Ahí estaba el verdadero motivo del joven para abandonar Inglaterra, o al menos eso quiso suponer ella. Creía que nunca conseguiría que lo quisiera y no quería vivir en donde estaría obligado a verla.
—Pat¿puedo hacer algo para que no te vayas?
Patrick la vio con sus ojos grises, que en nada se parecían a los de su padre, y negó con la cabeza lentamente.
—Hay algo… —musitó —Pero es demasiado… después de lo que te hice en junio…
—¿Qué es?
Patrick simplemente le tomó el rostro entre las manos y se le quedó viendo más fijamente que antes. Frida se quedó paralizada.
—Esto —dijo Patrick finalmente y la besó delicadamente en los labios.
A Frida la tomó por sorpresa, recordándole el incidente por el que había odiado tanto a Patrick antes de que éste le ofreciera disculpas. Fue una de las últimas tardes de junio del curso anterior, después de los exámenes. Frida había ido a dar una vuelta al lago sola, para despejar la mente, cuando Blake y su pandilla le salieron al paso. Quisieron provocarla para que los atacara con la varita, pero como ella no cayó, Blake retó a todos sus amigos. ¿Quién es el valiente que se atreve a besar a este adefesio, para ver si así se le bajan los humos? Cuando ninguno se ofrecía, Patrick dio un paso hacia ella con una sonrisa burlona. Veamos si eres tan buena besando como bromeando, le había dicho Malfoy antes de tomarla de la cintura bruscamente, acercarla a él y plantarle un beso frente a todos sus amigos.Había sido por completo humillante estar en los brazos de Malfoy, recibiendo un beso suyo, mientras los que estaban a su alrededor la miraban y se reían de ella. Cuando finalmente Patrick la soltó, ella lo miraba con furia, queriendo destrozarlo ahí mismo, pero no pudo contener una sonrisa al pensar, cuando los Slytherin's se habían ido, que el rubio no besaba nada mal. De hecho, a juzgar por como se dieron las cosas, Frida llegó a creer que Patrick la había tratado con gentileza y lo había disfrutado. Y ahora, que la besaba de aquella manera, ya no le quedó ninguna duda al respecto: Patrick había disfrutado el primer beso que le dio y no porque estuviera burlándose de ella, como lo creyó alguna vez, sino porque realmente la quería.
Al separarse, Patrick esperó respuesta de Frida, deseando no haberse equivocado. Ya la había besado antes, pero había sido a la fuerza y con el afán de hacerles creer a sus entonces amigos que se burlaba de ella. La había besado forzadamente porque no soportaba la idea de que alguien más lo hiciera y además, porque esa había sido su forma de defenderla de Blake. Alguna vez había escuchado que el tipo, conversando con O'Neill, había dicho que haría lo que fuera por tener entre sus brazos a Frida Weasley, porque el hecho de que fuera una Gryffindor insoportable no le quitaba lo atractiva. Y él no iba a permitir que Blake le pusiera una mano encima.
—Siempre te voy a querer, Frida Weasley —murmuró Patrick al separarse, dirigiéndole una mirada afectuosa —No importa que tú no sientas nada por mí.
Acto seguido hizo seña de querer incorporarse, pero Frida lo retuvo, sujetando con fuerza una de sus manos, y lo obligó a acercársele.
—¿Cómo estás tan seguro de que no siento nada por ti? —Frida trataba de contener las lágrimas —¿Recuerdas que nunca te dije la razón por la que me enojé contigo en junio?
El joven asintió lentamente, sin saber a dónde quería llegar la pelirroja.
—Todavía recuerdo la primera vez que te vi —empezó Frida —¿Te lo conté, no? Te parecías mucho a tu hermana Danielle. Pero al poco tiempo de que llegaras al colegio, cambiaste y yo no lo podía creer. Me decía una y otra vez que todo lo que hacías era únicamente para complacer a tu padre, o a tus compañeros de casa. Siempre lo creí. Pero cuando me besaste en junio…
Se interrumpió, cerró fuertemente los ojos para no soltarse a llorar y al abrirlos de nueva cuenta, prosiguió.
—Cuando me besaste en junio de esa forma, me quedé muy confundida. Por un lado, tengo que admitir que me gustó cómo se sintió, pero por el otro… ¡Te habías portado como un verdadero idiota! Habías hecho que se burlaran de mí hasta el cansancio. Me dolía tener que admitir que todo lo que había visto de ti era cierto: que no tenías corazón.
—Pero sí lo tengo —replicó Patrick suavemente, sosteniéndole la mano de Frida que sujetaba la suya a su vez.
—Ahora lo sé —reconoció Frida —Pero imagina todo lo que sufrí antes de que te disculparas. Mis esperanzas se esfumaron. ¿Cuándo iba a tomar en serio Patrick Malfoy a alguien como yo¿Porqué me dolía más la forma en la que te había visto, burlón e insensible, que lo que me habías hecho¿Porqué tuve que enamorarme de ti¿Y porqué después de lo que me habías hecho, no podía dejar de quererte tanto?
Repentinamente Frida comenzó a llorar y abrazó a Patrick con fuerza, como si con ese gesto pudiera retenerlo a su lado e impedir que se fuera. Patrick, por un momento totalmente atónito, ahora ostentaba una sonrisa que hacía mucho que no mostraba. Esa sonrisa había quedado oculta tras su falso carácter frío y altivo y únicamente Danielle hubiera podido recordarla como la sonrisa más encantadora que su hermano tenía. Estrechó a Frida fuertemente, y le pasó una mano por el cabello.
—Ahora sí creo que existen los milagros —le murmuró, aún sonriendo —Tú me quieres y yo ya no tengo excusas para irme.
Frida alzó la cabeza de improviso, tan rápido que a Patrick le sorprendió.
—¿Lo dices en serio? —quiso saber ella.
—Claro —Patrick se puso de pie, hizo que Frida la imitara y la tomó de la cintura de forma un tanto rápida, estrechándola con fuerza —Ahora, Frida Weasley¿me permite darle un beso como la primera vez, ahora sin idiotas que se burlen de usted?
Frida sonrió ampliamente y asintió en el acto. Al segundo siguiente, Patrick volvió a besarla. Frida se sintió en las nubes, y Patrick también, pues por primera vez cada uno le estaba devolviendo el beso al otro. Y lo mejor de todo era que lo hacían de la misma forma: cálida y en cierta forma, irresistible.
