Treinta y nueve: Atentado.
Hally estaba durmiendo de lo más tranquila cuando escuchó mucho ruido en la planta baja de su casa. Primero creyó que estaba soñando, pero cuando oyó fuertes pasos por las escaleras y movimientos ruidosos en la habitación de sus padres, supo que algo grave estaba ocurriendo. Era la noche del veintiséis de diciembre y por la oscuridad que se veía por la ventana de su dormitorio, supuso que no había dormido mas que unas cuantas horas. Se levantó, se puso sus anteojos, una bata rosada sobre la pijama y las pantuflas y caminó por la habitación. Apenas empezaba a abrir la puerta cuando escuchó una voz conocida que rogaba en voz baja.
—¡Vamos, Harry! Date prisa.
Hally pudo distinguir que la voz era la del señor Ron, el padre de su amiga Rose. Se preguntó qué estaría haciendo en su casa a esa hora, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de su padre.
—Calma, Ron, ya voy.
Por la rendija de la puerta, Hally pudo ver que su padre salía rápidamente de su dormitorio con una túnica oscura puesta y la varita en la mano. Tras él, la señora Potter estaba en pijama y miraba a su esposo y a su amigo pelirrojo con preocupación.
—Avísenme de inmediato si pasa algo —pidió la señora Potter, mirando a su esposo —Por favor, Harry. Cualquier novedad.
—Por supuesto —el señor Potter le dio a su esposa un beso breve antes de seguir al señor Ron, quien ya bajaba la escalera —Tal vez te vea por la mañana en el Ministerio. Trataré de ir aunque sea un momento.
La señora Potter asintió distraídamente y despidió a su marido con un gesto de mano. Mientras tanto, Hally cerró su puerta silenciosamente y se dirigió a su ventana, que daba a la vía pública. Pudo ver que su padre y el señor Ron salían a la solitaria calle y que ya allí, el señor Potter le preguntó a su amigo qué estaba pasando exactamente. Hally, al ver que el señor Ron se tardaba en contestar, se acercó a su tocador y de uno de los cajones, sacó la oreja extensible que le había regalado Rose en Navidad, abrió la ventana unos centímetros y estiró la oreja, haciendo que bajara cuidadosamente hacia donde estaban el señor Potter y el señor Ron. De pronto, como si lo tuviera junto a ella, Hally escuchó al señor Ron musitar.
—George y Alicia están en San Mungo porque alguien los atacó. Buscaba a Penélope.
Hally fue atando cabos. George y Alicia eran los padres de los gemelos Gina y John Weasley y Penélope, era la mujer de cabello rizado viuda de Percy Weasley, a la que había visto hacía poco en su propia casa. Si mal no recordaba, Penélope Weasley y su hija Penny iban a quedarse en casa de George y Alicia para la reunión familiar de los Weasley, pero por alguna razón habían cambiado de opinión y se habían quedado con Rose y su familia.
—¿Entonces crees que tenga algo que ver con lo de Percy? —inquirió entonces el señor Potter con seriedad —Porque si es así, vamos a tener que ponernos a trabajar en el acto.
—Lo malo va a ser interrogar a John justo ahora. Él es el único testigo.
—¿Dónde está?
—Fue a buscar a su hermana a casa de Fred. Ya deben estar en San Mungo.
El señor Potter asintió en la oscuridad, aunque a la escasa luz de los faros de la calle, Hally pudo verlo un tanto preocupado.
—Entonces vamos para allá —dijo el señor Potter al cabo de unos segundos —Hay que cumplir con nuestro deber.
Ambos hombres comenzaron a andar en la oscuridad, por lo que Hally le dio un tironcito a la oreja extensible para que volviera a su tamaño normal. En cuanto la tuvo completa en la mano, la guardó en el cajón de donde la había sacado y miró por la ventana una última vez antes de acercarse a su cama. Deseando que lo sucedido no fuera grave, se quitó la bata y las pantuflas, colocó sus anteojos sobre la mesita de noche y se acostó. A pesar de sus buenos deseos, le costó mucho trabajo conciliar el sueño.
El Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas se localizaba en las cercanías del centro de Londres, confundido con una enorme tienda de departamentos de nombre Purge y Dowse, S.A. La fachada destartalada, era de ladrillo rojo y a los muggles no les llamaba en absoluto la atención. En los escaparates había maniquíes viejos, con ropa anticuada y a los que les faltaban piezas, pero cuando los magos y brujas atravesaban aquellos escaparates, se encontraban en una sala de espera de hospital que a simple vista podía parecer normal, pero al ver las extravagantes dolencias de algunos de los pacientes y que las revistas para pasar el rato eran en su mayoría números atrasados de Corazón de Bruja, uno sabía que aquello no era un hospital común y corriente. En aquella sala, alrededor de las once de la noche, se aparecieron dos jóvenes muy parecidos entre sí, un chico y una chica de cabello rojo encendido, sobresaltando a algunos de los trabajadores del lugar que pasaban por allí. Uno de ellos, vistiendo una túnica color verde lima con un escudo en la parte superior izquierda compuesto por una varita y un hueso cruzados, se les acercó con el entrecejo fruncido.
—¿Se puede saber qué pretenden? —regañó el sujeto, un hombre de piel muy clara, cabello castaño rojizo y alborotadas cejas —Las apariciones están prohibidas a estas horas. Además, no son horas de visita y...
—Disculpe¿es usted sanador? —preguntó uno de los pelirrojos, el chico.
—Sí¿porqué?
—Nuestros padres están aquí —respondió el pelirrojo en el acto —Acaban de traerlos hace como una hora —miró el reloj colgado en una de las paredes de la sala de espera —Nos pidieron que viniéramos en cuanto nos fuera posible.
El sanador, luego de escuchar al joven, frunció el entrecejo pensativamente, para ser sorprendido poco después por la aparición de otros dos muchachos, éstos rubios. Los miró con severidad y ahorrándose un sermón que ya había dicho, fijó la vista en el muchacho pelirrojo.
—Venga al mostrador —ordenó —Veremos si lo que me dice es cierto.
El pelirrojo asintió y antes de seguir al sanador, se volvió hacia la pelirroja con la que había llegado y le dijo rápidamente.
—Espera aquí, Gina.
La pelirroja asintió, con semblante intranquilo, y dejó que el pelirrojo se alejara.
—¿Gina? —llamó una voz, al tiempo que le ponían una mano en el hombro a la pelirroja.
—¿William? —respondió ella, girando la cabeza —¿Qué haces aquí?
William Bluepool sonrió levemente.
—Creí que podía ayudar en algo —atinó a decir.
Gina Weasley se mordió un labio con nerviosismo y pudo sonreír.
—Gracias... —alcanzó a murmurar.
Cinco minutos después el otro pelirrojo, que no era otro que John Weasley, caminó hacia ellos con el rostro serio y la cabeza inclinada. Gina lo miró con avidez.
—¿Qué pasó, John? —quiso saber.
John alzó la vista y sin apenas fijarse en William, soltó un suspiro.
—No podemos verlos ahora —respondió —Tenemos que esperar.
Fue a sentarse a una de las desvencijadas sillas de madera que abundaban en la sala, dejándose caer sin ánimo. Gina quiso seguirlo, pero no pudo. Sentía que la garganta se le cerraba por la angustia de no saber lo que pasaba y por la tristeza que le provocaba ver a su hermano en ese estado de desolación y ansiedad tan poco habitual en él. William no le había quitado la mano del hombro, por lo que levantó una mano y se la apretó.
—No sé que pasó —le susurró a William —Y no me atrevo a preguntarle a John ahora.
—¿Hay algo que podamos hacer por ustedes? —dijo el otro rubio. Gina lo miró por primera vez y se sorprendió un poco al ver quién era: Patrick Malfoy —Si necesitan algo, sólo díganlo.
Gina le hizo un gesto de cabeza en señal de agradecimiento y en eso, el inconfundible sonido de más apariciones en la sala anunció que Frida y Ángel, con sus padres, acababan de llegar de improviso. Esta vez fue una sanadora, rubia y de ojos verdes de aspecto duro, quien se les acercó y comenzó a regañarlos por estar rompiendo las reglas del hospital a tan alta hora de la noche. Los Weasley recién llegados estaban tratando de explicarse cuando de la entrada que daba a la calle muggle surgieron dos personas que de inmediato se hicieron cargo del asunto.
—Buenas noches, señorita —dijo una de las personas, un hombre de cabello negro, algo alborotado, y brillantes ojos verdes que se veían a través de unos anteojos redondos —Disculpe, venimos del Cuartel General de Aurores por órdenes del Ministerio. Necesitamos informes sobre el estado de salud de George y Alicia Weasley.
La sanadora, a regañadientes, guió al hombre de cabello negro y a su acompañante, un pecoso pelirrojo, al mostrador de información. Los Weasley recién llegados se acercaron a Gina y John, por lo que William y Patrick decidieron apartarse un poco.
—John¿se puede saber qué ocurrió? —quiso saber tío Fred —No puedes tenernos así por más tiempo. Necesitamos saber.
John no alzó la vista y Gina se sentó a su lado. Frida, en tanto, se fijó en la presencia de Patrick y se le acercó, seguida por Ángel sin darse cuenta.
—¿Saben algo, Pat? —inquirió Frida en un susurro.
—Sólo que no pueden ver a sus padres —respondió Patrick, serio —John ya fue a preguntar.
—Los aurores —comentó William de pronto —Si vinieron los aurores a pedir informes, debe ser algo muy serio.
—Ojalá nos digan algo —repuso Frida —Eran mi tío Ron y su amigo, el señor Potter —desvió los ojos hacia su primo John, luego miró su reloj de pulsera y enseguida entrecerró los ojos, aparentemente muy concentrada.
—Deben ser como las siete de mañana... —murmuró de repente.
—¿De qué hablas, Frida? —dijo Ángel, sacándola de sus pensamientos.
—Ángel, hazme un favor¿sí? —pidió Frida, notando a su hermano —Hay que animar a John.
—Eso ya lo sé —dijo Ángel, dispuesto a hacer lo que fuera, como siempre —¿Alguna idea?
—En China son más o menos las siete de la mañana —comenzó Frida —¿Podrías ir allá?
—¿A China¿Ahora? —se sorprendió Ángel.
—Ahora —repitió Frida, en tono autoritario —Busca a Sun Mei en Shangai y dile lo que pasó.
—Frida, no es que me niegue, pero ya sabes que no soy bueno apareciéndome a larga distancia —le recordó Ángel, pensativo —Si no fuera por eso, lo haría.
—Entonces lo haré yo —resolvió Frida con firmeza —Si nuestros padres preguntan por mí, invéntales cualquier cosa. Sabes que no les gusta que haga eso.
Ángel asintió con vigor.
—Voy a buscar dónde desaparecerme —indicó Frida —Nos veremos luego.
Ángel la vio alejarse en dirección al mostrador de información, y aprovechó que su hermana ya estaba lo suficientemente distante para preguntarles a William y Patrick.
—¿Ustedes saben algo de lo que pasa?
Ambos rubios negaron con la cabeza. El señor Potter y el señor Ron regresaron a la sala en esos precisos momentos, y fueron acorralados casi de inmediato por tío Fred.
—¿Me puedes decir qué sucede, Ron? John no habla y...
El señor Ron le pidió con un gesto de mano que guardara silencio y tanto él como el señor Potter caminaron hacia John.
—Hay que ir al Ministerio —le informó el señor Potter al muchacho, quien alzó la vista de golpe —Eres el único testigo. Tienes que rendir una declaración al respecto.
—¿No podría ver a mis padres primero? —quiso saber el joven.
—No —respondió el señor Ron con seriedad —Todavía no acaban de atenderlos. Quedaron... bueno, no necesito decirte cómo quedaron. Tú los viste.
John asintió pesadamente y se puso de pie. Gina lo imitó.
—¿Puedo ir con John, tío Ron? —preguntó en el acto.
—Sí, puedes —respondió el señor Ron —Pero no podrás entrar con él al interrogatorio.
—No importa. De todas formas, aquí no puedo hacer nada.
El señor Ron asintió lentamente y les indicó con un movimiento de cabeza que lo siguieran a la puerta principal, la que daba a la calle muggle. Ambos hermanos obedecieron en el acto y antes de que Gina saliera, William la alcanzó.
—¿Te importa si te acompaño? —le preguntó.
—Me hará bien la compañía —Gina asintió con la cabeza.
—Los mantendremos enterados —les dijo el señor Potter a tío Fred y tía Angelina —Por el momento no podemos dar muchas explicaciones. En cuanto John termine de rendir declaración y se sienta mejor, podrán preguntarle. Por el momento, no creo que sea conveniente que lo presionen¿de acuerdo?
Al ver que el asunto era más serio de lo que parecía, tío Fred y su esposa estuvieron de acuerdo con el señor Potter sin replicar. Éste se despidió con una inclinación de cabeza, y la hacerlo, se dio cuenta de la presencia de Patrick, que seguía de pie a un lado de Ángel.
—Tú eres Patrick Malfoy¿cierto? —dijo el señor Potter, mirando al muchacho con el entrecejo fruncido. Al verlo asentir, bajó los ojos un segundo, pensativo, antes de volver a ver al joven directamente —¿Sabes si tus padres están en Londres?
—Supongo que sí —Patrick se extrañó ante aquella pregunta, pero la respondió sin titubear, tomando en cuenta que quien le hablaba era el mago más famoso de Inglaterra y además, un auror —Siempre pasan las vacaciones de Navidad aquí. Pero no sé a ciencia cierta dónde estén ahora. Me echaron de la casa.
El señor Potter asintió y se retiró del lugar con el señor Ron, Gina, John y William sin decir más. Fue ese el momento que eligió el destino para que un sanador, de cabello gris y ojos oscuros, se acercara a los presentes.
—¿Familiares de George y Alicia Weasley? —preguntó.
Tío Fred se adelantó al instante.
—Son mi hermano y mi cuñada —indicó —¿Cómo están?
Al ver la expresión del sanador, los Weasley presentes y Patrick Malfoy tuvieron el presentimiento de que no escucharían buenas noticias.
Para aquel sujeto, la información obtenida eran buenas noticias. Se andaba paseando por el Ministerio con la mayor tranquilidad del mundo a esas horas de la noche fingiendo hacer trabajo atrasado por las pasadas fiestas navideñas y como reguero de pólvora, había llegado la noticia de un nuevo y sorpresivo atentado contra magos, éste perpetrado en Liverpool. Las víctimas eran parientes cercanos de Ronald Weasley, lo que para muchos era una prueba más de que él no era un asesino, como se había creído por años. El problema era que los aurores se estaban inmiscuyendo demasiado y tarde o temprano podrían atraparlo. Por tal motivo, necesitaba estar atento a cualquier cosa y con ese fin, se dio una vuelta discreta por la segunda planta, donde estaban emplazados los cubículos de los aurores y así enterarse de más cosas. En el exterior de uno de los cubículos más lejanos a la entrada del Cuartel, lugar donde se habían quedado Gina y William Bluepool, el señor Potter y el señor Ron esperaban con impaciencia que el sobrino del segundo terminara de rendir declaración ante una colega y superiora suya. El señor Ron había dicho que quería estar presente en el interrogatorio de su sobrino, más por darle apoyo moral que por otra cosa, pero Dahlia Holmes no era una persona con la que podía discutirse. La aurora Holmes, bastante mayor que el señor Ron y los de su generación, se había ganado a pulso su puesto actual, uno en el nivel inferior inmediato al de Kenneth Douglas, y ahora que éste no aparecía por ninguna parte ella lo estaba supliendo. Lo primero que hizo fue mandar buscar a su colega y ahora, para su sorpresa, tenía que lidiar con un caso de lo más extraño. Las respuestas que le estaba dando John Weasley la hacían deducir unas cuantas líneas de investigación posibles. Sólo esperaba que el joven Weasley pudiera darle suficiente información.
—Por último, señor Weasley —comenzó a concluir la aurora Holmes —¿Algún detalle del incidente que le llamara la atención¿Algo que usted considere importante?
John, a pesar de la tristeza y el cansancio, trató de recordar. Todo había pasado demasiado rápido y apenas si podía acordarse. Él estaba en su habitación aquella noche, eran como las ocho, cuando escuchó ruidos en la planta baja. Al principio creyó que eran producto de la euforia de su padre, pues acababa de cerrar un gran contrato de su tienda de artículos de broma, pero al oír cristales rompiéndose comprendió que pasaba algo serio. Bajó con varita en mano y al ir bajando las escaleras, alcanzó a distinguir rayos de luz de varios colores ir y venir de un lado a otro. Pudo llegar a la planta baja con sigilo y al mirar a la sala, vio a un tipo encapuchado y enmascarado atacando a sus padres sin ninguna misericordia, con toda clase de maldiciones. Gritaba sin cesar que quería saber el paradero de Penélope Weasley, y por cada vez que no recibía respuesta, les lanzaba una maldición Cruciatus ya fuera a George o a Alicia Weasley. John tenía intenciones de intervenir, pero por primera vez en su joven vida, el miedo lo había paralizado. Estuvo muy atento a cualquier oportunidad que se presentara para ayudar a sus padres, cuando el tipo dejó de atacar a sus padres y dijo, con una voz fría.
—El rey Weasley sí que tiene una familia terca, pero es bueno vengarse de él con ella. Un Weasley más o un Weasley menos no hace mucha diferencia¡hay tantos...!
Luego de eso, John no dudó: salió de su escondite y le lanzó un hechizo aturdidor al agresor, pero por los nervios del momento falló y el sujeto, al voltear su cabeza para verlo, dejó ver por debajo de la capucha una especie de mechón de cabello de tono muy claro, como rubio. Acto seguido, el tipo le había lanzado a John a su vez un hechizo aturdidor y mientras el joven lo esquivaba, el agresor se desapareció. Pero aquella frase que el tipo había dicho antes de atacarlo, le recordaba algo. Algo relativo a su familia.
—Rey Weasley... —musitó John, saliendo de su ensimismamiento y fijando la vista en la aurora Holmes —El tipo que atacó a mis padres hablaba de uno de mis tíos.
—¿Seguro? —quiso saber la aurora Holmes, revisando sus notas —¿Cómo lo sabe?
—Alguna vez escuché una anécdota al respecto, en una de nuestras reuniones familiares de Navidad —explicó John con calma, mientras los recuerdos acudían a su mente —Creo que se referían a una broma muy mala que le hicieron a tío Ron cuando estaba en el colegio.
—¿Ronald Weasley? —la aurora revisó un pergamino que tenía en su escritorio, de un tenue color rojo —¿Qué relación puede tener un apodo de hace años con todo esto?
—El que andaba buscando a tía Penélope quería vengarse de tío Ron haciéndole daño a ella¿no lo entendió? —se desesperó John, poniéndose de pie bruscamente —Algo tiene contra él. Seguramente por eso lo culparon por la muerte de tío Percy.
—Cálmese, señor Weasley —rogó Holmes —Tome asiento y terminemos con esta diligencia. Supongo que querrá ir a ver a sus padres.
John asintió, se sentó de nueva cuenta y concluyó con paciencia el interrogatorio. Al salir del cubículo, se topó con el señor Potter y su tío Ron, siendo a éste al que le preguntó al instante.
—Tío¿recuerdas la broma que te hicieron en el colegio que tenía que ver con una canción?
El señor Ron frunció el entrecejo.
—¿De qué hablas? —quiso saber.
—De cuando te decían que te iban a coronar. Tía Ginny dijo algo al respecto hace un par de años, cuando contaba su entrada al equipo de quidditch del colegio.
El señor Ron frunció el entrecejo, pues ahora ya recordaba de lo que hablaba su sobrino, pero no pudo responderle porque la aurora Holmes asomó la cabeza desde la entrada de su cubículo con gesto serio.
—Potter, Weasley, vengan —ordenó.
Los dos aurores no tuvieron más remedio que obedecer y John, sin más que hacer allí, salió del cuartel. Afuera, alcanzó a distinguir a su hermana Gina acompañada por William Bluepool, lo cual lo sorprendió. No se había percatado de la presencia de ese muchacho hasta ahora.
—Gina... —llamó con voz débil, al estar a menos de cinco pasos de ella.
Gina se volvió, vio a su gemelo y se le abalanzó, dándole un fuerte abrazo.
—¡Por favor, John¡Dime lo que le pasó a nuestros padres¡Por favor!
John fue a tomar asiento a una silla de madera que había en aquel pasillo, seguido por Gina. De pronto, notó que William se mantenía apartado.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Vine a hacerle compañía a Gina —respondió simplemente William.
John asintió y tomó asiento. Cinco segundos después, con Gina sentada a su lado y William de pie frente a ambos, el pelirrojo estaba contando la historia con voz débil y cansada. Al concluir, Gina se tapaba la boca con las manos, aterrada, y William tenía los ojos muy abiertos, como sin poder creer en tanta maldad.
—¿Quién pudo haberlo hecho? —musitó Gina, al borde del llanto —¿Quién?
—No lo sé, pero ten por seguro que tío Ron hará lo posible por atraparlo —afirmó John con un tono de voz duro que casi nunca usaba —Ahora vamos a San Mungo. Tal vez ya podamos ver a nuestros padres. Y tú deberías irte a tu casa, Bluepool —le indicó a William —Ya casi es medianoche. Seguramente tus padres están preocupados por ti.
—No mucho —aseguró William —Toda mi vida se han preocupado por mí sólo lo que consideran indispensable.
John frunció el entrecejo ante semejante respuesta, pero no preguntó más. Cerró los ojos, se concentró y al segundo siguiente se había desaparecido. Gina miró a William y éste asintió. Poco después, imitaron a John y también se desaparecieron.
Luego de recibir otro sermón acerca de estar rompiendo las reglas de San Mungo, John, Gina y William pudieron ir al mostrador de información a preguntar por los señores Weasley internados. La bruja que atendía, una mujer de cabellos grises y ojos azules de aspecto huraño, buscó en una hoja que tenía en un sujetapapeles.
—¡Ah, sí, los Weasley atacados! —dijo sin darle mucha importancia al asunto, acostumbrada a tratar cosas peores —Daños Provocados por Hechizos, cuarta planta. Sala Wen Pock.
Los tres jóvenes dieron amablemente las gracias y comenzaron a subir escaleras en completo silencio. Llegaron a la cuarta planta y al empezar a buscar la sala indicada, unos ruidos a su espalda los hicieron girar al instante. Una puerta se había abierto bruscamente y una persona había salido disparada hacia la pared opuesta junto con un destello rojizo, golpeándose duramente la espalda y la cabeza. De la misma puerta, se apresuró a salir un joven pelirrojo para ayudar al caído a levantarse, mientras que de la sala de la que habían salido ambos se escapaban gritos de dos voces que sonaban entre aterrorizadas y furiosas. Al estar lo suficientemente cerca, John y compañía se dieron cuenta de que el caído era Patrick Malfoy y Ángel, quien lo ayudaba a ponerse de pie.
—¿Qué pasa? —preguntó John, aproximándose a su primo.
—Algo muy raro —contestó Ángel al instante, enderezándose al ver que Patrick había perdido el conocimiento —Tío George y tía Alicia... cuando vieron a Malfoy... se pusieron como locos.
—¿Pero porqué? —insistió John.
En eso, tío Fred salió de la habitación y al ver a los jóvenes, les ordenó que no se movieran.
—Voy a buscar al sanador —informó y salió corriendo por el pasillo.
Gina se inclinó sobre Patrick, sacó su varita y le apuntó.
—¿Qué le vas a hacer? —quiso saber William.
Gina no respondió, sino que musitó un hechizo.
—¡Enervate!
Al los cinco segundos, Patrick estaba abriendo los ojos. Miró a su alrededor, turbado, y comenzó a levantarse. Al hacerlo, se llevó una mano a la cabeza, que le dolía espantosamente.
—¿Qué sucedió? —quiso saber John, en cuanto Patrick estuvo de pie.
No tuvo que recibir su respuesta. En ese momento, los gritos en el interior de la sala, cuya puerta se había quedado abierta al salir tío Fred, fueron de lo más claros.
—¡No te acerques, Malfoy, o te arrepentirás! —gritaba la voz de la señora Alicia, entre asustada y amenazante —¡Déjanos en paz!
—¡No te diremos nada, Malfoy! —vociferaba la voz furiosa del señor George —¡Deja de perseguirnos, imbécil¡No vamos a decirte dónde está Penélope!
Frases parecidas decían una y otra vez, y seguían diciéndolas cuando tío Fred llegó, acompañado por un sanador de cabello oscuro y ojos castaños. El sanador entró rápidamente a la sala, cerró la puerta y un segundo después, tío Fred y tía Angelina literalmente fueron sacados por el sanador.
—Necesito tranquilizarlos —aclaró el sanador, antes de cerrar la puerta nuevamente.
—¿Para qué entraste? —le espetó de mala gana tío Fred a Patrick —¡Tú no tienes nada que hacer aquí¿Qué pretendes?
—¡Fred, por Dios! —rogó tía Angelina, tomándolo de un brazo —¡El chico no hizo nada malo!
—Entonces¿porqué George y Alicia se alteraron tanto al verlo, eh? —reclamó tío Fred, iracundo —Probablemente fue él quien los atacó, no me sorprendería para nada del hijo del idiota de Draco Malfoy.
Patrick inclinó ligeramente la cabeza ante tales acusaciones, pues comprendían que algo de razón sí tenían. Su padre se había ganado suficientes antipatías a lo largo de su vida como para que ahora pensaran lo peor de él y toda su familia. William, en cambio, miró a tío Fred con el entrecejo fruncido y en voz baja, le espetó con indignación.
—¿Cómo puede juzgar a alguien sólo por la familia que tiene¿Se ha puesto a pensar si se lo han hecho a usted?
—¿Tú quién te crees para hablarme así? —espetó tío Fred a su vez.
—Vamos, papá —pidió Ángel serenamente —Trata de calmarte.
Fue el tono de voz de Ángel, poco común en él, lo que tranquilizó a tío Fred. Tía Angelina aprovechó ese intervalo de quietud de su marido para arrastrarlo a las escaleras que conducían a la quinta planta, donde estaban el salón de té y la tienda de regalos del hospital. Los chicos se quedaron de pie, mirándose sin saber qué decir.
—Creo que mejor me voy —musitó Patrick luego de un momento de silencio especialmente largo e incómodo —No sea que sus padres —miró a Gina y a John —se alteren otra vez.
—Te acompaño —dijo William de pronto —Mis padres se molestarán bastante si tú llegas y yo no. Gina —se volvió hacia la pelirroja —¿Te importa si vengo mañana temprano?
Gina negó rápidamente con la cabeza y permitió que William le diera un abrazo de despedida antes de que él y Patrick se desaparecieran. John no tenía cabeza para andar haciendo preguntas, así que se quedó viendo fijamente la puerta de la sala Wen Pock esperando a poder entrar a ver a sus padres. En tanto, Gina se volvió hacia Ángel.
—Creí que Frida estaba con ustedes —dijo de pronto.
Ángel estaba a punto de explicarle lo que Frida había hecho cuando su hermana apareció en el pasillo, proveniente de las escaleras que llevaban a la tercera planta. Una voz, que no era la de Frida pero sí de cierta persona que la seguía, llamó al instante con tono de preocupación.
—¡John!
El pelirrojo desvió la mirada de la puerta de la sala Wen Pock de inmediato. Había reconocido la voz y simplemente no podía creerlo.
—¡Sun Mei! —musitó.
