Cuarenta y dos: Descubriendo al culpable. Investigaciones.

Las investigaciones sobre el atentado contra George y Alicia Weasley avanzaban de modo lento, por lo que en enero los aurores no hicieron muchos progresos. El señor Ron había sido retirado de las averiguaciones por ser pariente de las víctimas, por lo que tenía que tratar de sonsacarle al señor Potter y a Tonks algo de información.

—Anda, Harry, dime —rogaba el señor Ron en el cubículo del señor Potter en el cuartel, en el Ministerio, a finales de enero —Quiero saber si ya casi atrapan a ese desgraciado.

—No vamos a decirte nada, Ron —intervino Tonks, sonriendo ante los torpes intentos del señor Ron por sacarles algo —Por ahora eso está prohibido. Por cierto¿supieron las nuevas? El juicio contra el extranjero que atraparon en Hogwarts será la próxima semana. Tal vez llamen a sus hijas de testigos.

—Eso me preocupa —dijo el señor Potter —Hally no está acostumbrada a la presión.

—¡Pero si es idéntica a ti! —exclamó el señor Ron, sonriendo ampliamente —Sabe jugar quidditch, se esmera en aprender todo y hace lo que sea por sus amigos. ¡Igual que tú!

El señor Potter hizo un gesto de modestia y se volvió hacia Tonks.

—¿Cómo van las averiguaciones para el juicio? —inquirió.

Tonks sonrió, captando que el señor Potter quería cambiar el tema.

—Pues no van del todo mal, pero hemos encontrado un par de datos extraños. Por ejemplo, que el extranjero se apellida Nicté.

—Eso ya lo sabíamos —protestó el señor Ron.

—Sí, lo sé, pero el punto es que al mandar una lechuza a la Secretaría de Magia de su país para indagar algo más de la familia de Nicté, encontramos a otra persona aparte de sus hijos Anom y Abil.

—Seguro es su esposa —supuso el señor Ron.

—Pues sí, es ella. Pero lo raro es que no quiere venir a declarar.

—¿Y eso? —se extrañó el señor Potter.

—No sabemos. La Secretaría le envió una notificación, pero nunca la contestó. Cuando fueron a buscarla para saber el porqué de su silencio, se encontraron con que no estaba en su pueblo. Se esfumó.

Tanto el señor Ron como el señor Potter fruncieron el entrecejo.

—Eso es muy sospechoso —soltó el señor Potter.

—Hasta yo lo sé —confirmó el señor Ron.

—Como sea, ahora la Secretaría de Magia de México y nuestro Ministerio la están buscando —Tonks se encogió de hombros —Pero no es todo. Les pedimos a los Sinodales que nos pasaran un informa acerca del tipo y cuando les pedimos sus señas particulares, no mencionaron la Marca Tenebrosa, como creíamos que lo harían. ¿No les parece raro?

Los Sinodales eran los magos que resguardaban Azkaban en vez de los dementores.

—Un poco —el señor Potter se quedó muy pensativo —Que yo sepa, todo mortífago que sigue vivo, la tiene. Hasta los espías.

Se hizo el silencio por un buen tiempo, hasta que unos golpes en una de las paredes del cubículo dieron paso a Dahlia Holmes, que traía un grueso montón de pergaminos bajo el brazo.

—Weasley, haga el favor de ir a su cubículo a terminar el reporte que le pedí —ordenó con voz seria —Necesitamos saber qué pasó exactamente en su misión en América.

—A la orden —respondió el señor Ron, poniéndose de pie y saliendo del cubículo.

—Señores, tengo noticias —dijo, tomando asiento en la silla donde había estado el señor Ron —Pedí que la Secretaría de Magia de México me enviara cualquier registro que tuvieran en sus archivos con el nombre de Acab Nicté y encontré algo interesante —puso los pergaminos que llevaba en el escritorio y buscó entre ellos hasta que encontró los que quería y se los pasó a los dos aurores —Acab Nicté pidió el divorcio antes de irse de su país. Pero eso no es lo curioso, sino la razón.

El señor Potter y Tonks repasaron atentamente los pergaminos que Holmes acababa de pasarles y a cada frase que leían, se quedaban más serios e impresionados. Al finalizar, el señor Potter alzó la vista.

—Si todo esto es cierto¿porqué no obtuvo el divorcio? —quiso saber.

—Bueno, por las fechas, fue en ese entonces cuando Quien–ustedes–saben estaba en su apogeo —respondió Holmes con aspecto severo —Vino a Gran Bretaña, según consta aquí —les pasó otro pergamino a los aurores —por órdenes de su Secretario de Magia. Como no volvió, la esposa pidió que se cancelara el trámite, alegando que quizá a su marido lo habían matado en alguno de los enfrentamientos y la Secretaría accedió. Lo que no queda claro es porqué ninguno de los Nicté dijo nada al respecto y eso no me agrada. Según la época en la que se presentó la demanda, los hermanos Nicté deberían recordar algo. Tendrían unos cuatro años.

—¿No podría preguntarles directamente? —indagó Tonks.

—Por ahora, no —Holmes negó con la cabeza —La señora Nicté Graham está muy ocupada con su empleo en Hogwarts y su hermano está encargándose de una diligencia bastante compleja de parte del Departamento de Misterios. Se les interrogará al respecto en el juicio de su padre.

—¿Y si no saben nada?

—Sabe perfectamente que hay métodos para que los implicados en un juicio digan la verdad, Tonks —recordó Holmes con seriedad —Aunque esas medidas son algo extremas, la mayoría de las veces funcionan.

El señor Potter y Tonks asintieron en señal de comprensión, le devolvieron los pergaminos a Holmes y la vieron levantarse de su asiento.

—¡Ah, por cierto! —Holmes se volvió hacia ellos cuando estaba a punto de salir del cubículo —En cuanto a la otra averiguación, debo decirle que tuvo buena intuición, Potter, aunque por un momento creí que se dejaba llevar por viejos rencores. Verificamos lo que comentó y su sospechoso no estaba donde se suponía que estaría a la hora del atentado.

El señor Potter inclinó la cabeza e hizo un gesto afirmativo.

—¿Cuándo le podremos decir a Ron? —quiso saber.

—En cuanto su hermano y su cuñada rindan testimonio.


—Debió ser muy difícil para él ser el único testigo.

Gina estaba conversando con William Bluepool en la biblioteca una tarde nublada de finales de enero, luego de terminar sus tareas. Le confió su preocupación por su hermano y el hecho de que hubiera sido precisamente él quien viera lo sucedido con sus padres. Gina reconocía que su gemelo había llevado la peor parte.

—Si no fuera porque a Frida se le ocurrió buscar a Sun Mei —comentó —es posible que John no se hubiera recuperado tan fácilmente. Yo estoy con él, pero no es lo mismo.

—Sí, lo sé —William inclinó la cabeza —Eso es lo bueno de tener familia.

—¡Ay, William, lo siento! —Gina se llevó una mano a la boca —No fue mi intención…

—No te preocupes, lo sé —el joven comenzó a guardar sus libros —Es sólo que últimamente he pensado demasiado en el asunto. Me gustaría saber si tengo más familia por allí, familia biológica. Quizá me ponga a buscar cuando salga del colegio.

Gina lo miró con cierta ternura, tratando de ponerse en su lugar. Saber que la familia que se tenía no era de verdad su familia debía ser muy duro para él. La pelirroja agradeció en silencio el hecho de tener a sus padres, a John, a sus primos y a sus tíos y decidió cambiar de tema. Al mismo tiempo, en un rincón del tercer piso del castillo, John platicaba con Sun Mei Mao de diversas cosas, tratando de alejar de su mente el trago amargo que había tenido que pasar. Sun Mei lo comprendía y seguía la conversación con todo el entusiasmo del que era capaz, pensando que así lo estaba animando aunque fuera un poco. Y en los jardines, cerca del lago, Frida estaba en compañía de Patrick Malfoy, contemplando el paisaje. Habían terminado sus tareas pendientes el día anterior y Frida le dijo a Patrick que tenía algo importante qué comunicarle.

—Con todo lo que pasó con tío George y tía Alicia, lo olvidé por completo —comenzó Frida de pronto, tratando de sonar seria —Papá y tío George consiguieron que el NYMSC los dejara instalar una sucursal.

Patrick se volvió a mirarla y asintió discretamente. Sabía lo que era el NYMSC.

—El problema es que ninguno de los dos puede ir a supervisarla —prosiguió la chica —Papá se quedará en la tienda del callejón Diagon mientras tío George se va a la sucursal que está en el callejón Celta, en Irlanda del Norte. Y allí es donde entro yo.

—¿Tú? —Patrick se sorprendió —¿Qué tienes que ver tú?

—Es el negocio familiar, Pat —explicó Frida, sin alterarse —Es importante para mis primos y para mí. Pero Gina y Ángel no tienen suficiente cabeza para una responsabilidad tan grande y John… Bueno, sé que tiene demasiada cabeza para estar tras un mostrador. Así que le dije a papá que yo podía hacerme cargo de todo en Nueva York.

El rubio no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Nueva York? —musitó, perplejo —Frida¿te volviste loca?

—No, la verdad no —Frida se volvió hacia él —Lo que pasa es que me puse a estudiar los mapas de Estados Unidos¿y adivina qué? El estado de Nueva York no queda muy lejos de Massachusetts.

Patrick frunció el entrecejo.

—¿Me estás diciendo que te vas a Estados Unidos… por mí? —pudo balbucear.

—¡Oye, no seas tan engreído! —bromeó Frida, sonriendo con aire divertido, para luego ponerse seria —La verdad es que lo estuve pensando mucho. No es justo que haya sido tan egoísta al pedirte que te quedaras, sin pensar por un momento que de verdad quieres ese trabajo en Estados Unidos.

—Pero no tienes porqué sacrificarte.

—Nunca dije que lo hiciera —la joven se puso a observar el lago con una serenidad que hasta entonces Patrick no le conocía —Ya te lo dije, el negocio es importante para mí. Aparte, creo que eso de las bromas lo traigo en la sangre.

—Ni hace falta que lo digas —musitó Patrick —Todavía me acuerdo de nuestra dulce cubierta al principio del curso. Sé que nos merecíamos algo¿pero cubrirnos de dulces?

—Bueno, se le ocurrió a Dean. No quiso que les hiciéramos daño, sólo que se rieran un poco de ustedes. Así es Dean, muy pacífico, pero cuando quiere desquitarse¡mejor corre!

Patrick rió ante la frase, aunque siguió pensando en lo que Frida le había comunicado. Ella tenía razón, como la mayoría de las veces: su comportamiento al querer retenerlo había sido egoísta y quería enmendarse. Y tenía que reconocer que le había dado un gran alivio poder irse a Estados Unidos después de todo. Frida sí que había pensado en todo.

—¡Pat! —llamó una voz a su espalda, que lo hizo volverse enseguida: era su hermana Danielle, que venía corriendo y agitaba un pergamino en la mano con un sello púrpura al final —¡Pat, mira esto! Le acaba de llegar a Walter.

Patrick se puso de pie al instante, caminó hacia la niña y casi de inmediato le arrebató el pergamino. Había reconocido el sello y no le daba buena espina.

—¿Qué pasa? —quiso saber Frida, poniéndose de pie y acercándose a los dos rubios.

—Están citando al amigo de Danny —respondió Patrick —Será testigo en un juicio.

—¿Eso qué significa? —inquirió Danielle.

Patrick se inclinó hacia su hermanita y la miró directo a los ojos.

—Quiere decir que deberá ir al Ministerio, sentarse en un banquillo como en el que ponen al Sombrero Seleccionador y responder preguntas que le harán —comenzó a explicarle —Lo llaman porque vio lo que pasó con la niña Wilson.

Danielle asintió al oír aquella aclaración, al tiempo que por primera vez, Frida pudo darse cuenta de lo que Patrick era capaz de hacer por su hermana. Seguramente así de paciente y protector era con ella antes de cambiar.

—¿A ti y a tus amigos no les llegó una lechuza como ésta? —quiso saber Patrick.

Danielle frunció el entrecejo, pensativa.

—A mí no, pero de los demás no supe —respondió al fin —La reunión de la Orden ya se había acabado y Walter y yo salimos atrasados de la biblioteca. Mejor voy a preguntarles.

Y sin decir más, Danielle tomó el citatorio de manos de su hermano y se alejó por el mismo camino por el que había llegado. Patrick, extrañado, se volvió hacia Frida.

—¿Fue mi imaginación o dijo algo acerca de una Orden? —le preguntó en voz alta.

Frida se encogió de hombros.

—Rose una vez dijo algo parecido —comentó la pelirroja —Estaba hablando con Hally y Henry Graham. Comentaban algo de que la Orden había sido una buena idea, pero no hablan de eso muy a menudo. Es como si la Orden fuera el nombre en clave de su amistad y que ésta fuera un secreto de la Corona.

Patrick asintió, recordando que Danielle ya había mencionado antes una Orden.

—No me extraña que mantengan algo así en secreto —comentó de pronto —Es muy probable que quieran evitarse disgustos.

—Pues ojalá la amistad les dure —Frida soltó un suspiro —Sería muy triste que todos ellos dejaran de ser amigos por alguna tontería.

—¿Quiénes son todos ellos, eh?

—¡Ah, bueno! Según sé, son Rose, Hally y Graham de Gryffindor, Mao de Ravenclaw…

—¿El hermano de Sun Mei Mao?

—Ése mismo. También se incluyen Macmillan, de Hufflepuff, tu hermana, Wilson y Poe.

—¿Poe¿Un niño de ojos grises?

—Exacto. ¿No te parecen una mezcla extraña?

—Claro que sí. Demasiado extraña.


—¿No les parece la situación muy extraña?

La pregunta la había hecho Ryo, al estar con varios de sus amigos el domingo por la tarde en un lugar totalmente distinto al colegio, y ellos le respondieron silenciosamente, asintiendo con la cabeza. La Orden del Rayo había viajado por medio de la red Flu, desde Hogwarts, hasta el Ministerio de Magia, en Londres. Luego de unas cuantas protestas sobre el medio de transporte por parte de Sunny (quien nunca en su vida lo había utilizado) y de Ryo y Amy (que lo conocían perfectamente, pero siempre los incomodaba), los niños tuvieron la oportunidad de admirar en pleno el Atrio, el principal punto de reunión de magos y brujas en el Ministerio. Habían llegado por una chimenea dorada que se encontraba junto con muchas otras en una pared que quedaba frente a una pared idéntica, o sea, llena de chimeneas doradas. El ambiente era ajetreado, incesante y en cierta forma, serio e indiferente, cosa que a los niños los puso nerviosos. Siguieron a los profesores Lupin y Snape, quienes habían sido asignados por la directora para estar al pendiente de ellos, hasta una mesa que por su letrero en la parte superior, supieron que era de seguridad. Una bruja de túnica marrón, morena y de perfil serio, los miró sin mucho entusiasmo.

—Buenos días —saludó el profesor Lupin a la bruja —Los niños fueron llamados como testigos de un juicio y somos sus acompañantes.

La bruja los observó a todos detenidamente, con tedio, y a continuación dijo.

—Denme sus varitas, por favor.

Tanto los niños como los profesores obedecieron y mientras la bruja las ponía una a una en un extraño instrumento de latón que parecía una balanza con un solo platillo, Hally se puso a observar a su alrededor, al igual que sus amigos. El lugar en el que estaban se veía como un vestíbulo enorme de paredes y piso de madera oscura y pulida, cuyo techo azul eléctrico mostraba cambiantes símbolos dorados, como un letrero luminoso muggle. Sunny soltó un silbido de asombro.

—Ese techo es mejor que el letrero que ponen en Trafalgar Square cada año, en Navidad —comentó, a la izquierda de Hally —¿Verdad, Hally? Solíamos verlo en televisión.

La niña de anteojos asintió y su vista se fijó en una enorme fuente dorada a la mitad del vestíbulo. Los niños no sabían que antes había allí una fuente muy distinta y que mostraba una soberana mentira, pero la que veían era igual de maravillosa, y al menos no mentía como la pasada. Representaba a un mago que sostenía en alto su varita apuntándole a una figura alta, con la cara cubierta por una capucha, que también sostenía una varita. De las dos varitas salían delgados chorros de agua. Los rodeaba una cerca baja de la que también salían chorros de agua, como fuentes danzarinas, pero lo que llamaba más la atención era el rostro del mago, pues para todos era muy familiar.

—Hally —Walter parpadeó un par de veces, mirando la fuente —¿Es tu padre?

Hally ya había notado ese detalle y asintió lentamente. El rostro del mago era inconfundible por una sola cosa: la cicatriz en la frente en forma de rayo, vista a medias debajo de un mechón de cabello. Se llevó una mano a su arete derecho, lo frotó un poco e hizo una mueca. Empezaba a sentir los efectos de ser la hija del mago más famoso de Gran Bretaña y debía admitir que era llevar a cuestas una carga muy pesada. Y lo peor de es que ni era su culpa que su padre fuera tan conocido ni lo era de él. Se había encargado de investigar en los libros y además, le había preguntado a él y a su madre directamente.

—Los niños, vengan aquí, por favor.

Al oír aquello, Hally dejó de frotarse su arete y se reunió con los demás. La bruja de la mesa estaba repartiendo las varitas, con unos estrechos y largos trozos de pergamino.

—¿Treinta y dos centímetros y medio, madera de nogal y núcleo central de nervios de corazón de dragón? —preguntó, leyendo el texto de uno de los estrechos trozos de pergamino —¿Casi cinco meses en uso?

—Es la mía —dijo Henry, acercándose a la mesa.

La bruja le entregó su varita.

—¿Veintisiete centímetros y cuarto, madera de cerezo y núcleo central de nervios de corazón de dragón¿Casi cinco meses en uso?

—Mía —Ryo extendió la mano.

—¿Diecinueve centímetros y medio, madera de fresno y núcleo central de pelos de cola de unicornio¿Casi cinco meses en uso?

—Es mía —Amy dio un paso al frente.

—¿Treinta y nueve centímetros, madera de roble y núcleo central de pelos de cola de unicornio¿Casi cinco meses en uso?

—¡Ah, ésa es mía! —Sunny seguía distraída por contemplar el techo encantado y por eso respondió apresuradamente cuando escuchó la descripción de su varita.

Como se estaba haciendo tarde, Snape se adelantó y espetó con impaciencia.

—¿Podría darse prisa? El juicio iniciará pronto.

La bruja dejó a un lado el pergamino con un movimiento lento y continuó con otro.

—¿Veintinueve centímetros, madera de palo de rosa y núcleo central de pluma de fénix y escama de sirena¿Casi cinco meses en uso?

—Es mía —Hally agradeció que hubiera llegado su turno. Se había cansado de esperar.

La bruja le sonrió distraídamente y se fijó un momento en sus aretes.

—Son bonitos —comentó —¿Dónde los compraste?

—No los compré —respondió Hally —Mis padres me los regalaron.

La bruja no le prestó mayor importancia y leyó el último pergamino.

—¿Treinta y siete centímetros y cuarto, madera de abeto y núcleo central de… pluma y pelo de esfinge? —la bruja frunció el entrecejo, pero continuó —¿Casi cinco meses en uso?

—Es mi varita —indicó Walter y la tomó de manos de la bruja.

Los profesores ya tenían sus varitas, por lo que lo único que faltaba para que los dejaran ir era que la bruja les pasara a todos una varita larga que parecía antena de televisión por todo el cuerpo. Cuando eso estuvo listo, el grupo se alejó de la mesa de seguridad y se encaminó a unos ascensores. Todos entraron a uno de ellos, el profesor Lupin presionó el botón de descenso y en medio de un traqueteo, el aparato comenzó a bajar, al tiempo que una fría voz femenina anunciaba los niveles. Cuando la voz indicó Departamento de Misterios, el ascensor se detuvo, se abrieron las puertas y los profesores salieron, señalándoles a los niños un pasillo de paredes desnudas sin puertas ni ventanas, con una sencilla puerta al final.

—Debemos darnos prisa —dijo el profesor Lupin suavemente, haciendo un leve gesto de incomodidad —El juicio empezará pronto y deben presentarse ante el Wizengamot.

—¿Qué es el Wizengamot? —preguntó Sunny en voz queda, caminando por el pasillo.

—El Tribunal Supremo de los Magos —le contestó Snape en el mismo tono de voz, dando vuelta a la izquierda al llegar frente a la puerta negra —Juzga los delitos más graves en el mundo mágico. Y un intento de homicidio sí que es un delito grave.

Lo decía con cierto rencor que el profesor Lupin alcanzó a detectar, pues a pesar de que la voz de su colega casi no se oía, podía percibirse. Le extrañó el tono de voz, furioso y poco común en el profesor Snape.

—Número trece —dijo el profesor Lupin, llegando ante una puerta tan sencilla como la negra que habían pasado —Ésta es la sala.

—¡Ay, no, trece no! —musitó Ryo en tono de queja.

—Tranquilo, Ryo —pidió Amy —El trece no es tan terrible. Acuérdate de tu cumpleaños.

Ryo la miró con un gesto de incredulidad en el rostro y respirando hondo, asintió.

El profesor Lupin abrió la puerta y se encontraron frente a una enorme habitación abovedada, con paredes de piedra lisa y oscura. Los profesores avanzaron y a los niños no les quedó de otra mas que seguirlos. La sala, cuando la observaron mejor, vieron que tenía tres de sus cuatro paredes cubiertas con gradas de bancos. Los bancos que estaban en la pared frente a la puerta eran los más altos, donde estaban sentados unos cincuenta magos de túnicas moradas con una W plateada en el lado izquierdo del pecho. A izquierda y derecha de esos magos, los bancos estaban a medio llenar. El profesor Lupin se acercó rápidamente a uno de los magos de túnica morada, uno de cabello blanco y medio calvo, y le murmuró algunas palabras al oído. El mago asintió y le hizo un gesto al profesor Snape. Éste llamó a los niños con un movimiento de mano.

—Es hora —les informó —Deben presentarse.