Cuarenta y tres: Descubriendo al culpable. El juicio.
Hally pensaba que aquélla era la peor parte. Luego de que ella y sus amigos fueron presentados a uno de los magos del Wizengamot y éste verificó sus nombres, a cada uno lo habían aislado en una habitación sin ningún mobiliario, pequeña y de paredes de piedra, que parecía más una celda de prisión del siglo XVII que otra cosa. Hally dio vueltas por el lugar los primeros cinco minutos, pero luego optó por sentarse en el suelo, cerca de la puerta, y esperar pacientemente a que le llegar el turno. Se buscó en los bolsillos de su túnica del colegio con una mano mientras se pasaba la otra por el cabello y al final pudo sacar lo que quería: la libreta pequeña y delgada encuadernada en color café que su madre le había regalado en Navidad. La abrió y se encontró, entre la portada y la primera página, una pluma color verde esmeralda que le recordaba vagamente a los ojos de su padre. Tomó la pluma, dio vuelta a las páginas y si alguien las hubiera visto, se hubiera dado cuenta de un fenómeno curioso: conforme Hally pasaba las páginas, las hojas en blanco se iban llenando de la letra grande (y en ocasiones, ligeramente inclinada a la derecha) de la niña. Su madre le había explicado el funcionamiento de aquel cuaderno la mañana del veintiséis de diciembre, cuando Hally le preguntó qué era exactamente.
—Es un diario —le dijo la señora Potter suavemente, sentada a la mesa de la cocina con su hija mientras el señor Potter se preparaba en la otra habitación para irse al trabajo. Un auror no tenía vacaciones a menos que fueran de verdad indispensables —Pero no es como los diarios muggles, que cualquiera puede leer si no se esconden bien. Este diario en particular oculta a la vista de cualquiera que se necesite lo que escribas en él.
—¿Cómo que a cualquiera que se necesite?
—Por ejemplo, imagina que hubo un malentendido entre tú y Rose y que ella no quiso escuchar tu explicación por estar muy enfadada. Supongamos que Rose sabe de este diario y quiere enterarse, sin tener que hablarte, de tu versión. Entonces ella buscaría tu diario y si lo encuentra y lo abre¿sabes qué vería? Exactamente lo que esté buscando. No mentiras ni lo que quiere oír, sino lo que tú hayas escrito al respecto. Entonces ella sabría si tuvo razón o no al enojarse y aceptaría hablar contigo¿me explico?
Hally había asentido ante aquella explicación, pero le preguntó a su madre si eso no era algo raro en un diario, que se suponía que era algo privado.
—Bueno, admito que lo es, pero debes mantenerlo en secreto para que si alguien lo encuentra y quiere saber todo de ti, no lo vea. Además¿ya viste qué linda pluma incluí? La pluma tratará de picotear a cualquiera que quiera ver tus secretos para hacerte daño, lo prometo. Yo misma hice los hechizos necesarios y créeme, me costaron mucho trabajo. Pensé que una cosa así te sería muy útil. A veces sirve vaciar las ideas al papel, tranquiliza y te permite mirar atrás cuando te haga falta.
Con las palabras de su madre siempre presentes cada vez que escribía en su diario, llegó hasta la página vacía que le seguía a su última anotación. Puso la fecha al recordar que era el último sábado de enero (también se acordó que pronto serían los cumpleaños de Amy y Henry, pero dejó ese detalle de lado por el momento) y comenzó a escribir:
Hola, diario. Ya estoy en la sala del tribunal, o debería decir la celda de aislamiento, porque eso parece este cuartito al que no le entra ni el sol. No puedo estar presente en el juicio y tengo que esperar a que me llamen para saber cómo son las cosas. La sala es enorme y hay un montón de magos, tanto los del Tribunal como los que parecen simples mirones, y no sé cómo voy a responder las preguntas si me siento tan nerviosa y aparte me obligan a sentarme en esa silla con cadenas doradas que vi antes de que me trajeran aquí. Lo que sí tengo bien claro es que a pesar de todo, tengo que decir la verdad. Será lo mejor para todos, aunque tal vez le cause daño a alguien. Por otra parte, espero que el tal Douglas, el tipo que nos interrogó en Hogwarts, no esté allí. Sería horrible tener que aguantar sus preguntas tontas. ¡Ay! Ojalá papá y mamá pudieran estar aquí.
Hally dejó de escribir, puso la pluma donde estaba y cerró la libreta. Suspiró profundamente y se guardó la libreta en el bolsillo, del cual sacó esta vez una liga para el cabello. Por una de esas rarezas de la vida, aquel día lo llevaba suelto y como lo sentía demasiado esponjado, procuró recogérselo lo mejor posible. Justo estaba arreglándose tras las orejas unos mechones que hacían de flecos cuando la puerta de la habitación se abrió y apareció un mago de túnica morada, pero sin W plateada en el pecho.
—Es su turno, señorita —le indicó el mago —Sígame.
El hombre estaba sumamente nervioso y no era para menos. Se suponía que estaba de espectador en aquella enorme sala de paredes de piedra oscura, apenas iluminada por las antorchas, pero sabía que debía mantener la compostura. El juicio avanzaba de forma pausada, dado que la mayoría de los testigos eran niños de once años, pero aún así no creía que hubiera problemas. Lo único que hacía falta era que el acusado no mencionara su nombre y todo saldría perfecto. Sin embargo, en ese momento tuvo ganas de perder los estribos. La niña que acababa de entrar tenía un parecido tan obvio con el mago más famoso de Gran Bretaña que no había necesidad de que confirmaran su identidad.
—¿Es usted Hally Hermione Potter, residente en el número veintidós de Hyde Cross, Knightsbridge, Londres? —inquirió con voz potente un mago de la primera fila, leyendo directamente de un pergamino ancho y bastante largo.
—Sí —contestó Hally con voz potente, aunque en un tono un tanto tembloroso. Tal como había supuesto, la habían sentado en aquella silla que tenía gruesas cadenas doradas en donde suelen apoyarse los brazos, pero tales cadenas lo único que hicieron cuando ella se sentó fue vibrar ligeramente.
—Ha sido llamada a esta sala, ante el Wizengamot, para que haga una declaración oficial sobre el secuestro y el intento de homicidio ocurrido el veintiséis de noviembre en los terrenos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería en contra de la señorita Sunny Wendy Wilson¿conoce usted a la señorita Wilson?
—Sí —respondió la niña, con más seguridad que antes.
—¿Qué tipo de relación tiene con la señorita Wilson?
—Es mi amiga.
Se escuchó una especie de resoplido de disgusto que hizo que Hally se distrajera y mirara a su izquierda levemente. En esas filas de bancos, en las filas más altas, estaban los profesores Snape y Lupin, mientras que en bancos localizados dos filas frente a ellos se encontraban Amy, Ryo y Walter. Quien había soltado el resoplido había sido el profesor Snape, cosa que no sorprendió a Hally. Siendo el profesor de Pociones el jefe de Slytherin, era lógico que pensara que su casa y las otras no podían entablar algún tipo de amistad.
—¿Podría relatarnos exactamente qué ocurrió la tarde del veintiséis de noviembre?
La pregunta del mago de túnica morada sacó a Hally de su distracción y comenzó a narrar lo que había pasado aquel día. Al principio se confundió un poco y no podía hilar sus ideas, pero poco a poco las palabras fluyeron y pudo contar lo acontecido sin ningún problema. Para los magos del Wizengamot, que por su nombre ya sabían que era la hija del destructor de Voldemort, aquella niña les pareció sumamente inteligente y sensata, y eso que no la conocían. Cuando terminó, el mago que la estaba interrogando le hizo una seña a una bruja sentada en su misma fila, pero en el extremo opuesto y la mujer, de largo y lacio cabello oscuro, hizo un gesto de cabeza y escribió unas notas. Tenía un pergamino extenso en un pequeño escritorio frente a ella y una larga pluma en la mano derecha. A Hally le dio la impresión de que se parecía a alguien, pero no pudo recordar a quién.
—Señorita Potter¿recuerda algo inusual acerca del hombre que intentó hacerle daño a la señorita Wilson?
Hally frunció el entrecejo, pensativa, para recordar al cabo de unos segundos.
—Sólo lo que dijo Henry acerca de una expresión que usó. El hombre dijo algo así como pelos de elote y Henry le dijo que era mexicano, porque los mexicanos usan mucho esa expresión.
—¿Se refiere usted a Henry Acab Graham Nicté? —inquirió una bruja gorda y de rizado cabello gris, sentada en la tercera fila, con cara de pocos amigos.
Hally asintió, aunque le parecía extraño oír el nombre completo de Henry. Seguramente su segundo nombre provenía del mismo idioma que el de su madre, la profesora Nicté.
—¿Sabe usted de alguna razón para que ese hombre quisiera atacar a la señorita Wilson? —preguntó el hombre que la había interrogado desde el principio.
Hally lo pensó mejor y negó con la cabeza.
—No que yo sepa —dijo.
Los magos del Wizengamot comenzaron a hablar entre sí en voz baja, o al menos lo hicieron los de las filas más altas. Los de las filas bajas, incluyendo al interrogador, se mantenían impasibles.
—¿Alguna otra pregunta para la señorita Potter? —quiso saber el interrogador, volviéndose hacia sus colegas de las filas más altas.
Los aludidos, luego de unos últimos murmullos, vieron al interrogador y negaron con la cabeza. Sólo hubo una bruja, de corto cabello castaño oscuro, que asintió.
—Tiene la palabra la aurora y comandante suplente del Cuartel General de Aurores, Dahlia Holmes —anunció el interrogador.
Hally observó a la bruja lo mejor que pudo debido a la penumbra y le agradó lo que vio. Se veía que era mayor que sus padres, tal vez de la edad de los profesores Lupin y Snape, a juzgar por algunas arrugas alrededor de sus ojos y por los escasos cabellos plateados que brillaban en su cabeza a la limitada luz de las antorchas. A pesar de eso, se veía joven, incluso podría pasar por una amiga de sus padres si hubiera querido y lo que más llamaba la atención eran sus almendrados ojos, que eran del color ocre de las hojas secas de los árboles en otoño. Esos ojos eran serios en extremo, pero tras ellos parecía haber la sombra de una gran tristeza producida años atrás.
—Señorita Potter¿cómo cree que el señor Graham supo que la expresión que nos acaba de decir es de México? —inquirió la aurora Holmes, con voz seria.
—Su madre es mexicana —respondió Hally, como si no entendiera la pregunta —A lo mejor ella se la mencionó alguna vez.
La aurora Holmes asintió con la cabeza, anotó algo en un pergamino que tenía en sus piernas con una pluma corta y negra y miró al interrogador, negando con la cabeza.
—Bien, no más preguntas para la señorita Potter —anunció el interrogador, mirando a sus camaradas —Llévenla a la fila de testigos presentados y traigan al siguiente.
Hally trató de no mostrarse muy aliviada al tiempo que el mago que la había conducido de la habitación pequeña a la silla con cadenas la guiaba a la fila de bancos donde estaban sus amigos. Los tres niños le hicieron gestos de asentimiento antes de que entrara Henry, escoltado por otro mago de túnica morada. Lo sentó en la silla con cadenas y al igual que con Hally, las cadenas sólo vibraron levemente, pero no hicieron más. Se veía que Henry también estaba nervioso, pero se controlaba bastante bien.
—¿Es usted Henry Acab Graham Nicté, residente en el número cinco de Scottland Street, East End, Londres?
—Sí —respondió Henry, pero sus amigos lograron notar sorpresa en su voz.
—Se le ha traído ante el Wizengamot para que rinda una declaración oficial por el secuestro e intento de homicidio en contra de la señorita Sunny Wendy Wilson, ocurrido la tarde del veintiséis de noviembre en los terrenos del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. ¿Conoce usted a la señorita Wilson?
—Sí, es amiga mía.
Se escuchó otro resoplido proveniente de los bancos, pero Henry no le puso atención.
—¿Podría relatar para el tribunal lo sucedido el veintiséis de noviembre, por favor?
Henry se aclaró ligeramente la garganta antes de comenzar su relato. Aunque fue un poco más simple que el de Hally, su narración fue básicamente la misma. Cuando contó la parte en la que hechizaba la rama para buscar a su amiga, un mago de piel muy clara y cabellos blancos sentado tras la aurora Holmes lo interrumpió.
—¿Cómo es que conoce un hechizo que no es de su país?
—Porque yo no tengo sólo un país —respondió Henry tranquilamente —Mi mamá me contó que tengo la nacionalidad mexicana porque yo nací allá y porque ella es mexicana. Cuando llegamos a Inglaterra, ella y mi papá solicitaron para mí la otra nacionalidad porque él fue inglés.
El mago hizo una mueca, tal vez asombrado por la respuesta tan completa y seria de Henry, pero en vez de conformarse, continuó.
—¿Su madre le enseña magia de su país?
—Sí, como puede.
—¿A qué se refiere con semejante frase?
—Bueno, me presta sus viejos libros de la escuela —Henry se puso a hacer un amplio inventario mental de todo lo que su madre había hecho para enseñarle magia mexicana —Como me enseñó su idioma, no me cuesta trabajo leerlos. Además, me dice cómo se realizan los hechizos y me corrige si los hago mal.
—¿Así que hacía magia antes de entrar al colegio?
Henry asintió con la cabeza.
—Mi mamá sabe perfectamente que los magos menores de edad no pueden hacer magia fuera del colegio, pero encontró una laguna en la ley con la que pudo enseñarme algunos hechizos sencillos. Dijo que como aún no entraba al colegio no podían rastrearme o algo parecido. Nunca se me ocurrió preguntarle.
—Todos son iguales en esa familia —masculló el mago en tono despectivo —Primero el padre y luego sus gemelos… Ese país sólo produce magos descarriados.
—¿Qué dijo? —Henry se ofendió y se puso de pie —¿Está hablando de mi familia?
—Siéntese, señor Graham —rogó el interrogador —Debe seguir con su declaración.
Henry, muy a su pesar, respiró profundamente para calmarse y tomó asiento de nuevo. Recordó dónde se había quedado y prosiguió, concluyendo entre un tenso silencio. La aurora Holmes, luego de revisar su pergamino, intervino con decisión.
—Señor Graham¿qué sabe usted acerca de su familia materna?
Henry encontró extraña la pregunta, pero aún así la contestó lo mejor que pudo.
—Tengo una abuela, mamá de mi mamá y mi tío Anom, pero nada más. Mi mamá nunca habla de su papá, así que no sé si está vivo o muerto. De hecho, la única vez que le pregunté por él, me dijo que no lo recordaba.
La aurora tomó unas cuantas notas.
—¿Y qué opinión tiene de su tío, Anom Nicté Puch (1), luego del proceso legal que tuvo que enfrentar ante este mismo tribunal?
—Para mí nada más cuenta que se ha portado muy bien. Se entregó a los aurores para demostrarle a mi mamá que no mentía y eso no lo hace quien es culpable¿no cree?
La aurora Holmes asintió benévolamente y escribió un poco más en su pergamino.
—Se ha citado que el secuestrador mencionó una frase que usted reconoció como mexicana —dijo la mujer —¿Podría decirnos cuál frase era y en qué contexto la dijo?
—¿En qué contexto?
—Quiero decir que cuáles fueron las circunstancias en las que el acusado dijo la frase que usted aseguró que era mexicana.
Henry movió levemente la cabeza en señal de entendimiento.
—Bueno, el profesor Snape nos había encontrado en el invernadero y el tipo le decía que nunca se había atrevido a matar, que prefería el espionaje. Fue entonces cuando dijo que un pelos de elote adoraba al profesor Snape por eso y yo le dije que de seguro era mexicano, porque en México se usa mucho esa expresión para referirse a los rubios.
Holmes asintió nuevamente.
—¿Sabe de algún motivo en especial por el que el acusado quiso hacerle daño a la señorita Wilson? —inquirió el interrogador, al ver que la aurora Holmes le indicaba que no tenía más preguntas.
Henry negó enfáticamente con la cabeza y los magos del tribunal de las bancas más altas conversaron un poco entre sí. Al terminar, el interrogador quiso saber si había más preguntas para Henry y al ver que ningún mago hablaba, dio por terminado el testimonio del niño. Henry fue conducido con sus amigos al tiempo que se anunciaba que se haría un breve receso antes de las declaraciones finales, un careo entre el acusado y la parte afectada, que en otras palabras quería decir que pondrían frente a frente a Sunny con su captor. Los niños se miraron entre sí mientras los magos a su alrededor charlaban. En eso, de las gradas del tribunal descendió la aurora Holmes, con sus notas bajo el brazo, y al percatarse de la presencia de los profesores Lupin y Snape, hizo un movimiento de cabeza y comenzó a subir las gradas, en dirección a ellos.
—Lupin, Snape —dijo a modo de saludo —Así que les tocó a ustedes traer a los testigos. ¿Cómo van las cosas por el colegio?
—Podría decirse que bien —respondió el profesor Lupin, conteniendo una sonrisa. Había notado que Snape no le dirigía la mirada a la aurora —¿Y cómo van las cosas aquí en el Ministerio?
—Algo complicadas, pero van —Holmes se encogió de hombros —Por cierto¿sabían que no hemos tenido noticias del señor Douglas desde hace semanas? Eso me preocupa.
—No debería —replicó amablemente el profesor Lupin —Kenneth Douglas es un mago altamente capacitado. Si tiene que enfrentarse con algo malo, podrá salir airoso.
—Eso lo sé —protestó Holmes —Lo que me preocupa es que su desaparición coincide con la captura de Nicté.
—¿De quién? —el profesor Snape intervino en la conversación por primera vez, fijando sus oscuros ojos en la aurora.
Holmes hizo una mueca y desvió la vista.
—En un momento sabrán de quién estoy hablando. Espero que los Nicté no tarden. Se les llamó para estar presentes en el careo. Ahora, con su permiso, debo volver al tribunal.
—¿Desde cuándo tienes un rango tan alto, Dahlia, como para estar sentada entre los miembros del Wizengamot? —quiso saber el profesor Snape.
—Creí que lo recordarías —espetó Holmes con rencor, antes de bajar las gradas y regresar a las filas de bancos del tribunal.
—Nunca la entendí —musitó el profesor Snape, antes de quedarse callado.
El profesor Lupin no pudo evitar mover la cabeza ligeramente, con resignación. En ese momento, las puertas de la sala volvieron a abrirse cuidadosamente, para dar paso a los gemelos Nicté, tanto la profesora de Encantamientos de Hogwarts como al Inefable temporal. Ambos escudriñaron las gradas con atención y cuando la profesora Nicté localizó a su hijo, se lo señaló a su hermano y los dos fueron a sentarse en una fila que quedaba frente a los niños, con otras tres de separación.
Uno de los magos del Wizengamot, luego de unos minutos, se acercó a donde estaba la silla con cadenas y luego de sacar su varita, con ella hizo aparecer otra silla idéntica, justo delante de la primera. Después, el interrogador llamó a todos al silencio y haciéndole un gesto de cabeza a un mago de túnica morada sin W plateada en el pecho, anunció.
—Ahora se presentará a la parte afectada por el delito que se juzga, la señorita Sunny Wendy Wilson, cuyo lugar de residencia es indefinido al estar su tutela en proceso, y el acusado, el señor Acab Nicté Iztá (2).
—¿Qué? —se sorprendió Henry.
Miró a su madre y a su tío, quienes se habían puesto más serios de lo habitual, y se preguntó si el acusado tendría algo que ver con ellos. Era sumamente consciente de que el apellido paterno de su madre no era muy común, ni siquiera en su país. Por su parte, los amigos del niño también estaban pasmados por haber oído aquel nombre, y lo más que llegaban a preguntarse era si ese hombre, tal como había asegurado Henry alguna vez, era mexicano.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la entrada de Sunny, escoltada por una bruja de túnica morada. La sentaron en una de las sillas con cadenas, cosa que la niña hizo con recelo y preguntándose para quién sería la otra, cuando por la puerta principal entraron dos magos de túnicas blancas, cuyos rostros se cubrían con las capuchas, conduciendo a otro mago, éste de túnica gris. A todos les llamó la atención que el mago, a pesar del aspecto descuidado de su corto cabello castaño y levemente entrecano, tenía un perfil altivo y frío, como sin preocuparse mucho por lo que estaba a punto de enfrentar. Henry no pudo evitar darse cuenta de que el parecido entre ese hombre, su madre, su tío e incluso él mismo no se podía negar, por muchos esfuerzos que se hicieran. Los cuatro se parecían bastante entre sí.
—Acab Nicté —comenzó el interrogador, cuando el preso tomó asiento en la silla colocada frente a la de Sunny y en cuanto las cadenas de esa silla lo ataron con fuerza —Se le trajo ante el Wizengamot acusado de secuestro e intento de homicidio en contra de la niña que tiene delante de usted, la señorita Sunny Wendy Wilson, el veintiséis de noviembre pasado, en los terrenos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Se han presentado los testigos, se analizaron las pruebas en su contra y ahora está enfrentando un careo con su víctima¿tiene algo qué decir en su defensa?
El acusado, mirando fijamente a Sunny, quien a su vez no le quitaba los ojos de encima, pudo mascullar con voz lo suficientemente alta.
—Sólo que el pelos de elote sabe cómo engatusar a la gente.
Su inglés tenía un marcado acento, como si no lo tuviera bien aprendido, pero con excelente pronunciación. Los magos del tribunal fruncieron el entrecejo con desconcierto.
—Explíquese —exigió el interrogador.
—Con gusto, lo haré desde el principio —el hombre sonrió con ironía —Yo hacía mucho que me había retirado de hacer ese tipo de cosas, ser sirviente de otros —comenzó —Ese trabajo no era para nada mi estilo, nunca me gustó. Entonces el pelos de elote, que sabía de mí y cierto asunto que me relacionó con el que ustedes llamaban Voldemort —hubo varios escalofríos involuntarios, pero el recluso los ignoró —me buscó porque quería que le hiciera un trabajo. Eso fue hace años. Quería que quitara de su camino al Ministro.
Los magos del tribunal se miraron, confusos, pero el hombre siguió como si nada, sólo percatándose de que la única atenta a sus palabras era la aurora Holmes.
—No lo logré, porque Percy Weasley me lo impidió. De todas formas, me alegró, porque aunque no lo crean, nunca he matado a nadie. Una vez casi lo hice, pero al final el tipo se libró y… En fin, como decía, Percy Weasley impidió que quitara al Ministro del camino y el pelos de elote se enojó bastante. Dijo que lo quería muerto. Pero intentar matar a un Weasley era como cometer suicidio, si se tomaba en cuenta que eran una familia muy sólida y unida. Entonces el pelos de elote consideró que era su oportunidad para fastidiar tanto a Percy Weasley como a su hermano auror, Ronald, dado que a éste siempre lo había odiado. Iba a ponerles una trampa de tal forma que los dos terminaran muertos, pero el único muerto fue Percy Weasley, y eso porque el pelos de elote lo mató directamente. Fue cuando tuve que andar de un lado para otro de nuevo, pero no por mucho. No sé cómo le hizo, pero el tipo ese desapareció a un auror y me dijo que me hiciera pasar por él para ir a Hogwarts. Yo no entendía para qué querría un auror ir al colegio, pero luego lo supe. El pelos de elote fue a meterse en varios dormitorios, buscando cosas de los hijos de los que quería eliminar, y quería que le cubriera los pasos.
—¿A qué auror tuvo que suplantar? —inquirió Holmes, teniendo un mal presentimiento.
—A un tal Douglas.
La aurora tomó nota del hecho, pero el profesor Snape, a pesar de verla a varios metros de distancia, advirtió que la mano con la que escribía temblaba.
—¿Y el pelos de elote, como usted lo llama, qué buscaba en Hogwarts? —prosiguió.
—Cosas que pudiera usar para eliminar a quienes quería: Ronald Weasley, la viuda de Robert Graham y Susan Finch–Fletchley.
—¿Porqué a esas dos mujeres?
—Porque Robert Graham, antes de morir, nos acusó a él y a mí de la muerte de Percy Weasley, fue bastante observador. Y la señora Finch–Fletchley estuvo de testigo.
—Disculpen —intervino con fastidio el mago de piel muy clara y cabellos blancos tras la aurora —Holmes¿qué tiene que ver esto con el delito por el que se juzga a Nicté?
—Bastante, pues si dice la verdad, todos estos hechos están relacionados —respondió la mujer con frialdad, sin mirar al mago —Señor Nicté¿podría llegar a la parte donde nos dice sus razones para atacar a la señorita Wilson?
—Claro, pidiéndolo así… —el acusado volvió a sonreír con ironía —Para no hacer el cuento largo, quise silenciar a la niña porque casi descubre mi farsa. Vio cuando los ojos me cambiaban de color al terminarse el efecto de la poción multijugos que había tomado para disfrazarme, estoy seguro. Notó que yo no quería que los aurores tuvieran de frente a Anom Nicté y eso no me convenía. Por eso decidí ir al colegio y deshacerme de ella.
—Dice que nunca ha matado a nadie —la aurora Holmes revisó sus notas —¿Porqué iba a querer matar a una niña?
—En realidad nunca tuve esa intención —afirmó seriamente el hombre encadenado —Lo único que hice fue hacerles creer a todos que eso era verdad para que el pelos de elote se lo creyera. Oiga, tengo hijos¿cree que le haría algo así a una niña?
El grupo de magos del tribunal se puso a murmurar con fuerza, mientras Sunny miraba con atención al hombre sentado frente a ella. Por alguna razón, ya no le parecía tan hostil como antes. Incluso le halló parecido con la profesora Nicté, su hermano Anom y Henry, pues tenían su mismo cabello, castaño y alborotado.
—Hablando de eso, quisiéramos saber porqué existe a su favor una carta del Secretario de Magia de su país, el anterior al actual —la aurora Holmes alzó un pergamino —Al mandar pedir informes acerca de su persona, el señor Antonio García responde por usted, diciendo que es un hombre de bien¿a qué se debe eso?
Esta vez, Acab Nicté no respondió. Ni siquiera hizo algún gesto burlón.
—Debe contestar la pregunta de la señorita Holmes —ordenó el interrogador.
—¿Aquí no existe eso de que tengo derecho a permanecer en silencio? —espetó Nicté, malhumorado —No sé mucho de leyes inglesas.
—¡No se haga el gracioso con nosotros! —espetó el mago de piel clara sentado detrás de la aurora Holmes.
Pero Acab Nicté siguió sin responder a la pregunta de Dahlia Holmes. Estaba dejando bien claro que no iba a decir ni una palabra sobre aquel asunto.
—Si no hay otra pregunta respecto al caso… —comenzó el interrogador, pero una bruja sentada a la derecha de Holmes, cuyo rostro lo cubría un grueso velo rojo, alzó una mano.
—Tiene la palabra la representante del Departamento de Misterios, la agente Erin.
A la mayoría de los magos presentes les pareció demasiado extraño que no se dijera el nombre completo de la bruja, pero los que llevaban tiempo en el Ministerio sabían que algunos inefables, para su protección, usaban un seudónimo, ocultaban su rostro y que pocos conocían su verdadera identidad. Esta bruja en particular era todo un caso, pues se rumoreaba que ni siquiera los Inefables sabían su verdadero aspecto.
—¿Podría saberse quién es esa persona a la que ha estado mencionando tanto con ese apodo de pelos de elote? Por su declaración, él es el que tiene más culpa que usted.
Acab Nicté por fin pudo emitir otra de sus sonrisas irónicas. Giró los ojos en todas direcciones, como buscando algo, para finalmente decir.
—Si les digo el nombre¿qué garantía tengo de que lo juzgarán como a mí por todo lo que ha hecho? Y miren que ha hecho varias.
—La garantía que puede tener —respondió la agente Erin —es la de que este tribunal acepte su declaración como circunstancia atenuante para su sentencia, según el Código de Aplicación de Sentencias del Wizengamot, que entró en vigor hace poco más de tres años. Usted, a pesar de no haber cometido nunca un asesinato (cosa que verificaremos lo más pronto posible), cometió un delito contra la niña que tiene enfrente y debe pagarlo.
El acusado le dirigió un vistazo rápido a Sunny antes de asentir.
—De acuerdo, se los diré —accedió finalmente —El nombre lo conocen perfectamente. Es el de el tipo que tienes sentado a su lado, Snape.
Miró fijamente al profesor Snape, quien tenía el entrecejo fruncido y miró a ambos lados. A su izquierda estaba el profesor Lupin, pero por mucho que lo detestara, sabía que él era incapaz de hacer algo malvado. De modo que miró a su derecha y se encontró con un mago cuyo rostro era cubierto por la capucha de su negra túnica.
—¿Quién es usted? —inquirió la agente Erin —No puede observar un juicio así porque…
Pero la agente Erin no tuvo tiempo de decir porqué no podía observarse un juicio de aquella forma. El misterioso mago se puso de pie y comenzó a retirarse, pero los magos de blanco que habían conducido al procesado a esa sala le impidieron el paso y luego de un repentino forcejeo, lo sometieron. Mientras lo sacaban de la sala bien sujeto, la agente Erin miró a Acab Nicté, en espera de su respuesta.
—Era Malfoy —aseguró el hombre, sin sonreír en absoluto —Draco Malfoy.
(1) La palabra Puch es parte del nombre del dios maya de la muerte, Ah Puch
(2) La palabra Itzá denomina a cierto pueblo amerindio de la familia maya y es parte del nombre del dios maya Itzamná, el señor de los cielos, el día y la noche, el dios maya más importante, cuyo nombre significa casa de la iguana
