Cuarenta y cuatro: El regreso de los Black.

Al escuchar el nombre de Malfoy, el tribunal se sobresaltó. Era bien sabida la fama de los Malfoy, sobre todo al quedar al descubierto la rivalidad entre Draco Malfoy y Harry Potter, pero el hecho de que lo estuvieran acusando de varios crímenes (entre ellos un asesinato) era bastante grave. Luego de mandar a Acab Nicté de vuelta a Azkaban, se dieron por terminadas las declaraciones y a los asistentes se les pidió retirarse por una hora, para que el tribunal pudiera deliberar apropiadamente y emitir una sentencia. La agente Erin, de los Inefables, y la aurora Holmes, junto con un par de magos de túnicas azules, también se retiraron, ya que en sí no eran miembros del Wizengamot, sino simples auxiliares. Se encontraron con los profesores Lupin y Snape, quienes acompañaban a los alumnos de Hogwarts y discutían en voz baja lo sucedido en el juicio.

—¿Podrían moverse, Snape? —pidió la aurora Holmes con frialdad —Estorban el paso.

El profesor Snape frunció el entrecejo y fijó la vista en la agente Erin.

—Curioso su nombre —le comentó.

—Lo mismo digo —musitó la agente, pasando a su lado —Con su permiso.

Se perdió de vista en el largo pasillo, agitando el largo velo rojo que la cubría de pies a cabeza, como una mujer oriental. Snape no le quitaba los ojos de encima hasta que Holmes pasó a su lado, empujándolo.

—Te dije que te quitaras —le recordó, antes de irse por el mismo camino que la agente Erin —Sí que sigues siendo algo retrasado.

Al oír a alguien decirle retrasado a Snape y que éste no replicara, casi les provoca a los niños un ataque de risa. El profesor Lupin, sonriendo levemente, les indicó a los niños que fueran hacia los ascensores, pasando de nueva cuenta por la sencilla puerta negra que habían contemplado antes, mientras pensaba que su colega era más complicado de lo que creía. Al bajar del ascensor en el nivel del Atrio, las cosas no estuvieron mejor para Snape. Se encontró cara a cara con un hombre más joven que él, pero que le recordaba a alguien a quien odiaba más que a Remus Lupin: Sirius Black.

—Buenos días —saludó el hombre, un moreno de brillante cabello negro y ojos de un color violeta deslumbrante —Profesor Lupin, me da gusto verlo¿está aquí por el juicio, cierto? —preguntó, mirando discretamente a los estudiantes que venían con él.

—Sí, los chicos fueron testigos —respondió el profesor Lupin con serenidad —¿Tú qué haces por aquí?

—Bueno, trabajo aquí —replicó el hombre con una sonrisa que a Snape casi le provoca náuseas. Era casi idéntica a la del difunto Black —¿Mamá no se lo dijo? Yo soy…

—¡Jim! —llamó alguien a espaldas del hombre moreno, quien no era otro que el señor Ron Weasley —Te llegó una lechuza y como es de la Oficina del Registro Civil Mágico, decidí traértela —al tiempo que agitaba un sobre de pergamino sellado, el señor Ron se acercó al grupo —¿Y usted, profesor Lupin¿Qué hace por aquí?

—Vine a acompañar a los testigos de un juicio —respondió, señalando con la mirada a los alumnos de Hogwarts —Seguramente sabes algo al respecto.

El señor Ron asintió y le entregó el sobre sellado al hombre de cabello negro, quien lo tomó, lo abrió y extrajo tres pergaminos, los cuales se puso a leer en el acto.

—¡Madre Santa! —se sorprendió el señor Ron —¿Vas a leer eso ahora, Jim? Recuerda que tienes trabajo.

—No se preocupe, señor Weasley —dijo Jim con calma, sin dejar de leer —Terminaré con esto lo más pronto posible. Con su permiso.

El hombre se retiró, sin apartar la vista del texto, con lo que casi choca con un mago que cargaba un montón de escobas y con una bruja que batallaba con una montaña de pergaminos. El señor Ron lo vio irse y sonrió con resignación.

—Ese Jim es único, cuando se concentra no hay nada que lo distraiga. Podría explotar una bomba fétida junto a él y no se daría cuenta. Bueno, tengo que dejarlo, profesor. Tengo que preparar un informe para la jefa Holmes, con su permiso.

Acto seguido, le dio la mano al profesor Lupin y se metió a uno de los ascensores. El profesor Snape lo miró con desdén.

—¿Desde cuándo Dahlia deja que la llamen de esa forma? —masculló.

—¿Dijo algo, profesor? —inquirió Sunny, quien estaba cerca de él.

Snape negó con la cabeza, para luego mirar con detenimiento a la niña. Por un momento había creído que el juicio la pondría nerviosa e incluso temerosa, pero la veía bastante bien. Sunny se puso a conversar con sus amigos en voz baja y alcanzó a captar el nombre de Nicté repetidas veces. Luego se puso a pensar en Dahlia Holmes.

Hacía mucho tiempo que no la veía y aún así, le extrañó su comportamiento tan insensible. Vaya, incluso había tratado mejor a Lupin, del que se había burlado en el colegio hasta el cansancio, que a él, que había pertenecido a su misma casa. Holmes siempre fue demasiado fría, ahora que recordaba, pero su actitud era más helada de lo normal. Se preguntó si sería por el asunto de hacía años. Asunto que por cierto, incluía a tres chicas insoportables y a tres de sus peores enemigos: Heather O'Campbell, Magnolia Ferguson, Lily Evans, Remus Lupin, Sirius Black y el detestable de James Potter.

—¿Pensando en algo interesante, Snape? —dijo repentinamente la voz de Dahlia Holmes a su espalda —Porque si es así, lamento interrumpirte para pedirte que te quites.

—Y yo lamento decirte que necesito una explicación —espetó de pronto Snape, viendo de frente a Holmes —¿Porqué me tratas de esa forma, Dahlia?

La aurora Holmes frunció el entrecejo, aunque se sorprendió un poco al oír pronunciar su nombre por aquel hombre tan desagradable como impredecible.

—Hace mucho que no te veo —soltó por fin —¿Qué te hace pensar que puedes llamarme por mi nombre¿Porqué mejor no llamas por su nombre a Lenox?

Y sin decir más, la aurora se marchó notablemente molesta, mientras que Snape se quedaba más extrañado que antes.

—¿Lenox? —susurró, sin comprender.

—Disculpen, me pidieron que los llamara —dijo la voz de la agente Erin, desde el interior de su velo rojo —Se dará el veredicto para el señor Nicté.

—Gracias, señorita —intervino el profesor Lupin —Niños, es hora de volver.

Los niños obedecieron y siguieron al profesor Lupin, mientras que el profesor Snape cerraba la marcha. Seguía pensando profundamente en las palabras de Dahlia Holmes al llegar a la sala y tomar asiento en el mismo banco, y desde allí la miró. Holmes revisaba sus notas, pero Snape se percató de que le temblaban las manos. Tal vez era por la conmoción de saber que su superior, Kenneth Douglas, estaba desaparecido por culpa de Nicté, pero por alguna razón creía que era por otra cosa. El interrogador llamó al orden y al estar la sala sumida en un silencio total, la bruja de largo y lacio cabello oscuro que estaba sentada en la misma fila del interrogador, a un pequeño escritorio, se puso de pie.

—Tiene la palabra la escribiente en turno del tribunal, la señora Cho Mao.

Hally, al oír aquel nombre, supo de dónde se le hacía conocida la mujer. Era la madre de Ryo y la había visto por primera vez en la tienda de túnicas de Madame Malkin, en el callejón Diagon, el día del cumpleaños de su padre.

—De acuerdo al juicio realizado y a las pruebas aquí presentadas —comenzó la señora Mao, leyendo directamente de un largo pergamino —se ha concluido que el señor Acab Nicté, de nacionalidad mexicana y sin residencia registrada en nuestro país, es culpable del delito de secuestro en contra de la señorita Sunny Wendy Wilson, condenándosele a una sentencia de cinco años de reclusión en Azkaban. Se le notificará la sentencia exactamente en una hora, a partir de la cual empezará a correr. En cuanto al delito de intento de homicidio, se decidió retirar el cargo en vista de que, después de comprobar la varita del acusado con ayuda de un experto en encantamientos mexicanos, se demostró que efectivamente, el acusado Nicté nunca llegó a hacer una maldición asesina de ningún tipo mas que una vez, y ésta ocurrida hace años. Se levanta la sesión y que tengan todos un buen día.

Terminado su informe, la señora Mao empezó a recoger pergaminos y plumas del escritorio frente a ella, mientras la mayor parte del tribunal se ponía de pie y se retiraba de la sala. Los gemelos Nicté, como si fueran uno solo, se dirigieron hacia la aurora Holmes, dispuestos a hacerle la misma pregunta.

—Señorita —la abordó la profesora Nicté —Mi hermano y yo quisiéramos saber…

—…Quisiéramos ver la carta del señor García, el ex–secretario de Magia de México, si es posible —completó Anom.

La aurora Holmes asintió.

—Acompáñenme al segundo nivel, a mi oficina —respondió —Ahí podremos hablar con calma¿les parece?

—Espero que no demoremos, señorita —comentó la profesora —Debo volver al colegio.

Mientras los Nicté se iban con la aurora, los niños testigos estaban por volver a Hogwarts con sus profesores, y al salir de la sala de tribunal y después de llegar al Atrio por medio de los ascensores, al profesor Lupin lo detuvo una voz femenina que lo llamó.

—¡Remus, espera un momento!

El profesor se volvió, para encontrarse con una larga melena rubia y ondulada enmarcando un rostro angelical de mujer, cuyos ojos violetas destellaban notoriamente. Cada hombre en el Atrio se quedaba estupefacto al verla y volvían la cabeza para admirarla. El profesor Snape hizo una mueca, pues la reconoció al instante.

—¡Magnolia! —saludó el profesor Lupin —¿Qué haces aquí?

—Arreglar un asunto de la Oficina del Registro Civil Mágico —respondió Magnolia con una deslumbrante sonrisa. Muchos caballeros que pasaban por allí se quedaban aturdidos ante la mujer, y no era para menos, pues de verdad era bella —Me llegó una notificación hace un par de días, pidiéndome que viniera hoy. Supongo que sabes a qué vengo¿no?

El profesor Lupin asintió.

—Vi que hoy le llegó una notificación a tu hijo —comentó.

—Eso pensé —la mujer se encogió de hombros y empezó a alejarse —Bueno, tengo que irme¡salúdame a Heather cuando la veas!

El profesor Lupin asintió y se despidió con un gesto de mano.

—Ésa era Magnolia Ferguson¿cierto? —le masculló el profesor Snape a su colega. Al ver al profesor Lupin asentir, Snape frunció el entrecejo —¿Tiene un hijo?

—Sí, es el hombre al que Ron Weasley le entregó una lechuza de la Oficina del Registro Civil Mágico. Están resolviendo un asunto relacionado con su nombre.

—¿Con su nombre? —se extrañó Snape.

—Seguramente para el lunes lo sabremos todo —dijo el profesor Lupin a modo de conclusión —Muy bien, niños, es hora de usar la red Flu para volver a Hogwarts.

Sunny, Ryo y Amy fueron los primeros en poner caras de fastidio. Definitivamente, la red Flu no era su medio de transporte favorito.


Danielle y Rose querían saber todos los detalles del juicio, absolutamente todos. Pero tuvieron que esperar para preguntarles a sus amigos rápidamente, poco antes de la cena, todo lo ocurrido. Hicieron un centenar de preguntas y una que Henry esperaba.

—¿Acaso el tipo que secuestró a Sunny tiene algo que ver contigo? —le preguntó Rose.

Henry se encogió de hombros.

—Mi mamá y mi tío nunca mencionaron algo al respecto —respondió —Pero lo creo probable. Se veían tensos en el juicio y su apellido no es común, ni siquiera en su país.

La Orden del Rayo se sumió en un silencio profundo.

—Bueno¿y aquí hubo alguna novedad? —quiso saber Walter, cambiando el tema.

—Sólo que la profesora McGonagall mandó llamar a Procyon —contestó Rose, con el entrecejo fruncido —Es raro, él siempre ha sido buen estudiante.

—Para mí que Blackson te gusta —espetó Danielle, sonriendo con picardía al dirigirse a los demás —Ha estado preguntándose porqué lo mandaron llamar todo el día. Como ni siquiera fue a la práctica de quidditch…

—¿Quién, Rose? —se extrañó Henry.

—No, Blackson —corrigió Danielle, al tiempo que Rose la fulminaba con la mirada y Sunny y Hally contenían una risita —Parece que estuvo con la directora casi toda la tarde.

Y como si lo hubiera llamado a gritos, en ese momento apareció Procyon Blackson en el sitio donde hablaban, el cual era las cercanías de las puertas del Gran Comedor. Lo acompañaba Thomas Elliott, con el que se llevaba bastante bien últimamente. Ambos habían comenzado a reírse cuando la Orden notó su presencia y luego de hacerles un gesto de mano, Elliott se dirigió a Walter.

—¿Aún quieres los autógrafos de mis padres? —le preguntó —Porque les escribí hace poco y les pedí que firmaran unos para tu hermana.

—¿Cómo van a firmarles autógrafos a mi hermana si no saben su nombre? —inquirió Walter, ceñudo.

—Mencionaste su nombre en el tren, cuando terminaron las vacaciones —respondió Elliott —Se llama Gwen¿no? Y supongo que tiene el mismo apellido que tú.

Walter asintió.

—Bueno, cuando vayas al dormitorio, te los daré —avisó Elliott —Oye, Procyon¿qué decías acerca de un dulce de pimienta? Nunca los he probado.

Elliott se alejó en compañía de Blackson, quien sonreía divertido.

—Esos dos juntos me recuerdan a mis primos —comentó Rose de repente.

—¿A cuáles? —inquirió Hally —Tienes muchos.

—A los Cuatro Insólitos, claro —respondió Rose de inmediato —¿No viste sus sonrisas de chiflados? Parece como si planearan alguna travesura.

Los amigos de la niña comenzaron a reír.

—Perdiste la oportunidad de preguntarle a tu amorcito para qué lo mandó llamar la directora —le comentó Danielle en tono bromista, al entrar al Gran Comedor.

—¡No es mi amorcito! —replicó Rose con el entrecejo fruncido y fue a sentarse a la mesa de Gryffindor con las mejillas rojas y un aspecto muy cómico.


Al lunes siguiente, el último de enero, los alumnos de primer año recibieron una inesperada noticia por parte de la profesora McGonagall, quien los esperaba de pie a un lado del escritorio de la profesora Nicté cuando ellos entraron. Llamó a Procyon Blackson al frente e impuso el orden.

—Quise aprovechar que esta clase la toman todos ustedes juntos para darles este aviso, es importante —comenzó la directora con voz severa —Su compañero aquí presente —le dirigió una mirada a Procyon —acaba de cambiar de apellido por dictamen de la Oficina del Registro Civil Mágico y trámites realizados por su abuela paterna y de ahora en adelante, su nombre correcto es Procyon Black.

Algunos de los alumnos, la mayoría de los que venían de familia muggle, tomaron aquella noticia sin mucha sorpresa, pues para ellos era común que las personas se cambiaran el apellido. Sin embargo, muchos de los que provenían de familias de magos habían dado un respingo al escuchar el nuevo apellido de su compañero.

—No quiero ningún comentario acerca de este asunto —apuntó de inmediato la profesora McGonagall —Lo que acabo de decirles no es tema de discusión. Simplemente me pareció oportuno avisarles para que no se extrañaran al oír que los profesores llamaban a su compañero de forma distinta. Y si me permiten, me retiro. No le quito más su tiempo, profesora Nicté.

La profesora Nicté, que había estado sentada a su escritorio mientras la directora hablaba, asintió con ligereza.

—Pase usted, profesora McGonagall.

Al irse la directora, varios murmullos se empezaron a escuchar en el aula, por lo que la profesora Nicté emitió un silbido ensordecedor para imponer silencio.

—Es hora de comenzar la clase —anunció —Señor Black, puede sentarse —indicó.

Procyon asintió y al encaminarse a su banco, notó las miradas de la mayoría de sus compañeros clavadas en él. Sabía que su apellido causaba revuelo y temores infundados, pero no se dejaría intimidar por ello. Llegó a su banco, localizado casi al final del aula, y observó la clase con aspecto distraído. Recordaba a la perfección el sábado anterior, cuando la directora lo había mandado llamar por medio del prefecto Longbottom, y que al estar a solas con ella en su despacho, le había soltado repentinamente la noticia de que por fin podía usar su verdadero apellido, pues su abuela paterna había hecho las gestiones necesarias en el Ministerio. Llegó a creer que la profesora McGonagall iba a reaccionar mal ante el hecho de que él fuera un Black, pero se había equivocado rotundamente.

—Recuerdo bien a su abuelo —le había comentado con una voz inusualmente suave en ella —Era muy inteligente, aunque demasiado bromista. Y también era una excelente persona. Nunca dude que ser un Black es un honor, jovencito. Nunca.

Eso lo había hecho sentirse mejor, pero no lo salvaba de los prejuicios de la gente. Como a la hora de salir de la clase de Encantamientos, cuando al ir rumbo al Gran Comedor para el almuerzo lo rodearon Calloway, Sullivan y Mackenzie.

—¿Así que eres un Black? —vociferó Mackenzie, para que todos en el vestíbulo lo oyeran —Eso sí que es adecuado para ti¿no crees? Un perdedor nieto de un mortífago.

Algunos se extrañaron al escuchar esa frase, pero unos cuantos que conocían a la antigua familia Black se sobresaltaron.

—Mi abuelo no era un mortífago —contradijo Procyon —Déjame en paz, Mackenzie.

—Pero claro que lo era —intervino Calloway —Eso lo sabe todo el mundo: era de lo peor y ayudó a matar a los Potter.

Procyon a duras penas contenía el impulso de lanzarse sobre aquellos niños y empezar a darles puñetazos. Su padre y su abuela le habían pedido que no lo hiciera, para no alentar los rumores.

—Eso no es cierto —dijo Procyon, con la poca calma que le quedaba —El Ministerio lo absolvió cuando murió. Él no hizo nada malo.

—¿Quién puede asegurarlo? —replicó Sullivan —Además, tu familia no ha mejorado con el tiempo¡mira que tener una madre muggle! Eso casi te convierte en un sangre sucia.

Eso acabó con la paciencia de Procyon. Dio unos cuantos pasos hacia Sullivan, pero entonces una mano sobre su hombro lo detuvo.

—¿Porqué les encanta hacer el ridículo? —dijo Thomas Elliott a espaldas de Procyon.

—No te metas, Elliott —exigió Mackenzie con aspecto arisco —No es tu asunto.

—Disculpa, si molestas a mi amigo, es mi asunto —corrigió Thomas.

—Saliste como el trío de traidores —comentó Calloway con sorna —Claro, siendo un sangre sucia…

Thomas frunció el entrecejo, pero para sorpresa de Procyon, su amigo no hizo el menor intento de golpear a Calloway. Al contrario, Thomas agarró fuertemente a Procyon de un brazo y lo alejó de sus compañeros de casa al tiempo que decía.

—Vamos, Procyon, creo que aquí apesta.

—¿Porqué no les dijiste algo por el insulto? —quiso saber Procyon, entrando al Gran Comedor y zafándose de Thomas.

—Mis padres dicen que no vale la pena escuchar a personas así —Thomas soltó a Procyon y se encogió de hombros —Son idiotas sin cerebro. ¿Así que por eso le hablaste de esa forma a Paula Hagen? —agregó, cambiando el tema —¿De verdad eres nieto de Sirius Black?

Procyon asintió.

—De hecho, mi nombre completo es Procyon Sirius Black —confesó.

—¡Es genial! —soltó Thomas.

—¿De verdad lo crees? —Procyon se sintió un tanto mejor, pero tenía sus dudas.

—Bueno, Sirius Black es famoso y no precisamente por gusto, como mis padres. Si hay personas en este colegio que sabemos lo que se siente somos Potter y yo¿no te parece?

Procyon asintió lentamente con la cabeza, se despidió de Thomas con un gesto de mano y fue a la mesa de Gryffindor, notando con estupor que no le dejaban lugar para sentarse. Siempre creyó que cuando se supiera su verdadero apellido, al menos sus compañeros de casa lo tratarían bien, pero al parecer, la mala fama de su abuelo era más conocida y recordada que su reivindicación.

—¡Procyon, por aquí! —llamó alguien unos asientos delante de él y encontró un largo brazo en alto: era Rose Weasley —¡Rápido, que casi es hora de Pociones!

Procyon logró sonreír y fue a sentarse entre Rose y Hally Potter para almorzar. Había gente buena en su casa, después de todo.


Después de todo, la casa seguía en pie y bien oculta de la mirada de los muggles. El número doce de Grimmauld Place era visitado por primera vez en años por su legítima dueña y ésta, frunciendo el entrecejo con desaprobación, la examinaba cuidadosamente. Aún continuaban allí ciertos objetos siniestros adornando el recibidor, el ambiente lúgubre digno de una película de terror muggle y sobre todo, el retrato mágico de la señora Black en el vestíbulo, el cual se puso a gritarle en cuanto la vio.

—¡Tú, traidora a la sangre! —vociferaba —¡Vergüenza para el mundo mágico!

—Cierre la boca, señora —espetó la nueva dueña de la casa con cansancio, saliendo del vestíbulo para subir las escaleras.

—¡Mujerzuela¡Impía! —la mujer subió las escaleras cuando oyó esa frase de parte de la señora Black.

—Esa mujer ni muerta me deja en paz —musitó la mujer con estoicismo, entrando a una de las habitaciones de los pisos superiores.

La habitación estaba en medianas condiciones, aunque su falta de uso era evidente por el polvo acumulado en el piso y los muebles. En el mismo estado encontró las demás habitaciones y dejó para el final una en la que sólo había dos camas individuales y un cuadro con el lienzo vacío desde el que se oía una ligera respiración.

—No está nada mal —musitó —Es bastante amplia y podré invitar a quien quiera.

—¿Quién anda allí? —dijo una voz desde el cuadro y apareció en el lienzo un hombre de aspecto aburrido, vestido con los colores de la casa Slytherin, de Hogwarts —¿Qué hace usted aquí, señorita?

—Soy señora, señor Nigellus —rectificó la mujer —Estoy revisando mi nueva propiedad.

Phineas Nigellus la miró con desdén.

—¿Quiere decirme quién se cree para venir aquí y decir que esta casa, la ilustre y noble casa de los Black, es suya?

—No me creo quien no soy —replicó con suavidad la mujer, acomodándose un largo y ondulado mechón rubio tras la oreja —Sucede que soy Magnolia Black, viuda de Sirius Black, y al morir, él me dejó muchas de sus propiedades, las cuales incluyen esta casa.

El retrato sonrió con ironía.

—Escuché algo en Hogwarts hace poco —masculló —¿Es cierto que queda un Black¿Un niño llamado Procyon?

—Su padre es mi hijo —dijo Magnolia a modo de respuesta —Mío y de Sirius. Eso convierte a Procyon en nieto de Sirius¿no le parece?

—Sé bien cómo funcionan los parentescos, señora. Lo que no sé es si de verdad planea vivir aquí. Este lugar ha estado vacío mucho tiempo.

—Ya me las arreglaré —aseguró Magnolia, para acto seguido salir de la habitación.

Los gritos de la señora Black, que resonaban por toda la casa, dejaron de escucharse de improviso, lo que extrañó a Magnolia. Bajó rápidamente las escaleras y al llegar al vestíbulo, se encontró con un hombre con la varita en alto, apuntándole al retrato de la anciana Black.

—¿Quién es usted? —inquirió Magnolia.

El hombre se volvió y Magnolia casi se va de espaldas. Tenía frente a sí al vivo retrato del mejor amigo de su difunto esposo, pero sus ojos eran idénticos a los de su mejor amiga. Supo enseguida quién era.

—¡Harry! —exclamó —¡No puedo creerlo, cuánto tiempo sin verte!

—Quieta, señorita —pidió enérgicamente el señor Potter, apuntándole con su varita con un movimiento rápido —Me informaron que alguien vendría aquí sin mi consentimiento. ¿Quién es usted y porqué vino?

—Soy señora —aclaró Magnolia —Me llamo Magnolia Black.

—Eso no es cierto —espetó el señor Potter —No queda ningún Black vivo. Sirius era el último, lo sabe todo el mundo.

—Harry, yo… Puedo explicarlo… Sirius y yo…

—Salga de aquí, señora —exigió el señor Potter —A menos de que me dé una buena razón para creer en sus palabras.

Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —dijo enseguida Magnolia.

El señor Potter se quedó estático.

—¿Qué dijo? —musitó.

—Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —repitió Magnolia —Eran los apodos de Sirius y sus amigos. Remus era Lunático por ser un hombre lobo y cuando se hicieron animagos, James fue Cornamenta por convertirse en ciervo, Sirius fue Canuto por convertirse en perro y el traidor de Pettigrew fue Colagusano por convertirse en rata.

Poca gente sabía eso y el señor Potter lo sabía. Bajó la varita.

—¿Conoció al profesor Lupin, a Sirius… y a mi padre? —logró preguntar.

Magnolia asintió.

—También conocí a Lily —agregó —Éramos las mejores amigas. Harry, tus ojos son como los de Lily, idénticos. Aunque Remus me ha dicho que debes estar harto de oírlo.

El señor Potter seguía un tanto en guardia, hasta que notó algo raro.

—Su ojos… —comenzó a decir —Sus ojos los he visto antes. Son iguales a los de un compañero de trabajo, un auror.

—Jimmy —soltó Magnolia —En el trabajo le dicen Jim¿no? Y se casó con una muggle.

El señor Potter asintió.

—Es mi hijo —reconoció —Mío y de Sirius.

Al oír eso, el señor Potter estuvo seguro de que le jugaban una broma.

—Salgamos de aquí —le pidió a la mujer —Hablemos afuera, podría despertar.

Señaló el cuadro de la señora Black y ambos salieron de la casa, caminando uno junto a otro en la solitaria calle.

—¿Cómo sé que no miente? —quiso saber el señor Potter.

—Pregúntale a Remus —dijo sencillamente Magnolia —Él ya está al tanto del asunto. Me ayudó mucho con los trámites en la Oficina del Registro Civil Mágico para que mi familia y yo pudiéramos usar nuestro verdadero apellido.

—¿Su familia?

—Mi hijo, mi nuera y mi nieto. Cuando atraparon a Sirius y lo enviaron a Azkaban, me fui a Escocia, mi tierra natal, porque estaba embarazada y temí que fueran a arrestarme por ser la esposa de Sirius. Justo el día que mataron a Lily y a James, Sirius y yo cumplíamos un año de casados. Fue horrible pensar que en un minuto tenía toda la felicidad del mundo y al siguiente, ya no tenía nada: ni amigos, ni esposo… Nada.

—¿Y porqué volvió ahora?

—Mi hijo me lo pidió desde hace mucho, cuando se casó. Nunca le ha gustado mentir, se parece mucho a Sirius, y él no quería vivir mintiendo toda la vida. Sabía quién había sido su padre y estaba orgulloso. Lo único que tuve que hacer fue esperar a que exoneraran a Sirius plenamente para comenzar los trámites. Espero que ahora sí me creas y me permitas conocerte. Lily no perdonaría que una de las Floras faltara a su juramento.

—¿Floras?

—Es como nos llamábamos nosotras mismas por tener nombres de flores, era una extraordinaria coincidencia. Éramos tres amigas: Lily, Heather O'Campbell y yo.

—¿Y cuál era el juramento que tenían?

Magnolia sonrió, al recordar mejores tiempos. Por un momento se transportó al pasado y aunque hacía años que no lo necesitaba y sonaba a cosa de niñas, repitió el juramento de las Floras solemnemente, el cual estaba compuesto por unas rimas.

Seremos amigas siempre y nuestros destinos correrán juntos. Igual que nuestros amores y en un futuro, nuestros capullos. Hay que cuidar unas de otras cada vez que se pueda. Y también de los amores y los capullos de las otras si su presencia ya no los rodea.

El señor Potter escuchó aquello con el entrecejo fruncido, siendo evidente que no había comprendido ni media palabra. Magnolia sonrió con aire divertido.

—Es complicado, lo sé, y era en una especie de clave que sólo nosotras sabíamos lo que significaba. Heather lo tuvo que escribir un montón de veces para poder aprendérselo.

El señor Potter asintió en señal de comprensión.

—¿Y a mí va a decirme qué significa? —quiso saber.

Magnolia sonrió más ampliamente.

—Tal vez —dijo, al cabo de unos segundos —Ahora, si me disculpas, tengo cosas qué hacer. Mudarse requiere mucho trabajo.

Y sin decir más, Magnolia Black se alejó en dirección a la casa de los Black, dejando al señor Potter bastante intrigado.