Cuarenta y cinco: Familias.
Pronto se esparció por todo el mundo mágico una inquietante noticia: aún quedaban algunos miembros de la antes noble e ilustre familia Black. Sirius Black, cuyo nombre había sido ineficazmente limpiado por el Ministerio, de nuevo sonaba entre la comunidad mágica luego de años de haberlo dejado en el pasado. Todos querían saber cómo era que aún hubiera un Black vivo y El Profeta, dispuesto a mantener al público informado, comenzó a investigar lo que al principio fueron rumores, pero luego irrefutable verdad.
—Según la Oficina del Registro Civil Mágico, Sirius Black se casó el treinta y uno de octubre de 1980 con la señorita Magnolia Ferguson, de nacionalidad escocesa —le informó un hombre pequeño de cabello castaño a su jefe, un hombre alto y fornido de escaso cabello gris, en una reducida oficina en las instalaciones de El Profeta —Los padrinos y principales testigos del enlace fueron James y Lily Potter, lo cual no es de extrañarse…
—Continúa —le pidió el jefe al hombre, malhumorado —Así que Black se casó un año antes de la muerte de los Potter.
—Eso parece —coincidió el hombre castaño —Magnolia Black se fue a Escocia tras la detención de su esposo, pero regresó a Inglaterra discretamente poco después para dar a luz a un niño al que registró legalmente como James Sirius Black, pero al que siempre presentó como James Blackson ante los demás. Se aprovechó de que el Ministerio se reestructuraba por la caída de El–que–no–debe–ser–Nombrado, pues nadie se dio cuenta de la incongruencia. El niño fue a Hogwarts bajo ese nombre, y parece que el profesor Dumbledore estaba enterado del asunto, pues cuando el chico se graduó, se hizo cargo del papeleo para que nadie hiciera preguntas. James Black, actualmente, es integrante del Cuartel General de Aurores, está casado con una muggle cuyo nombre de soltera era Casiopea Troublemaker (1) —el jefe frunció el entrecejo ante la mención de semejante apellido, pero no hizo comentarios —y es padre de un niño que acaba de entrar a Hogwarts este curso. El nombre completo del niño es Procyon Sirius Black.
El jefe del castaño asintió.
—Ten listo el artículo para el periódico matutino del lunes —pidió —Y esta vez no pongas alguna fotografía que tu hermano haya sacado, Creevey. La última vez que lo hiciste nos fue bien, pero recibí los peores vociferadores de mi carrera.
El hombrecito castaño asintió nerviosamente y salió de la oficina. Se dirigió a uno de los muchos cubículos que abundaban por allí y comenzó a escribir velozmente en un largo trozo de pergamino. Consultaba de vez en cuando las notas que le había leído a su jefe y no se detuvo hasta haber terminado. Cuando consideró que el artículo estaba listo para mandarlo a la imprenta enrolló el pergamino, lo guardó bajo llave en un cajón de su diminuto escritorio, se puso de pie y salió de su cubículo, deteniéndose poco después ante una puerta con un letrero en letras rojas que decía: Cuarto de revelado. No pasar cuando esta frase esté en rojo. Llamó un par de veces y al escuchar una voz al otro lado que preguntaba quién era, dijo en voz muy alta.
—Sólo quería avisarte que el señor West autorizó el artículo sobre los Black. ¿Vas a poder conseguir la fotografía que me comentaste?
—Sí, claro —respondió la persona al otro lado de la puerta —En eso estoy.
—Muy bien.
El hombre del pergamino salió corriendo al exterior de aquel enorme y revuelto edificio localizado cerca de Gringotts, en el callejón Diagon, y estiró los brazos. No había trabajado todo el día y tendría tiempo de refrescarse la mente. Deseó que su artículo no fuera a causar mucho alboroto al día siguiente y se dirigió a un pequeño café cercano para comer.
El primer lunes de febrero, los alumnos de tercero en adelante estaban ansiosos por la próxima excursión a Hogsmeade. La excursión sería el fin de semana anterior al día de San Valentín, lo que estaba causando un poco de revuelo. Aunque claro, el revuelo mayor era el que había provocado esa mañana una noticia publicada en El Profeta, cuyo título era Los últimos Black: la verdadera historia.
—Genial, justo lo que me faltaba —se quejó Procyon al ver su periódico, durante el desayuno. El niño estaba suscrito a El Profeta por recomendación de su padre —Que empezaran a hacer alboroto con mi familia. ¡Vaya! Hasta sacaron una fotografía de mis abuelos cuando eran jóvenes.
Rose, distraída comiendo sus arenques ahumados, no escuchó el comentario, pero Hally y Henry sí.
—¿Qué dice el periódico exactamente? —quiso saber Henry.
Por toda contestación, Procyon le pasó su ejemplar y con el entrecejo fruncido mordisqueó su pan tostado untado con mermelada. Henry lo tomó por encima de un frutero y al ver la página en la que estaba abierto, de inmediato encontró el artículo sobre los Black a un lado de una fotografía mágica en blanco y negro, que mostraba a varios estudiantes de Hogwarts aproximadamente de su edad, pero de hacía años. Lo leyó rápidamente y al ver que Hally tenía gesto de curiosidad, le pasó el periódico en cuanto terminó de leerlo. La niña miró la fotografía con atención, pues ahora recordaba que Sirius Black había sido el padrino de su padre. Lo encontró enseguida, pues era idéntico a su compañero de casa. Cuando concluyó la lectura, miró a Procyon.
—¿Qué hay de cierto en todo esto? —le preguntó a su compañero.
Procyon levantó la vista de su pan tostado.
—Bueno, lo de la boda de mis abuelos es cierto —respondió, pensativo —Y también lo del apellido que usábamos la abuela, papá, mamá y yo desde que mandaron al abuelo a Azkaban. ¡Ah! Y también lo de que mamá es muggle.
—Mis abuelos los conocían —musitó Hally de pronto.
—¿Disculpa? —se extrañó Procyon.
—Mis abuelos conocieron a los tuyos —Hally le tendió el periódico con una mano y con la otra señaló una línea del artículo y un punto de la fotografía alternadamente —Fueron los padrinos de la boda. Y el abuelo se parecía mucho a papá, está en la fotografía.
Procyon vio donde Hally señalaba y asintió.
—Sí, creo que la abuela los mencionó una vez —recordó —Eran muy amigos. Lo que me preocupa es lo que vayan a decir por allí.
—¿Te refieres al quinteto de tarados? —Henry sonreía al decir aquel apodo que Ryo había acuñado para Brandon, Scott, Calloway, Sullivan y Mackenzie —No te preocupes tanto. No tienen mucho cerebro.
—No es precisamente lo que digan lo que me preocupa —aclaró Procyon.
Henry quiso preguntarle a qué se refería cuando sonó la campana insistentemente.
—Hora de las clases —comentó Rose, masticando el último bocado de arenques y poniéndose de pie —¿Terminaron?
Hally, Henry y Procyon asintieron y se pusieron de pie, colgándose las mochilas al hombro. Al salir del Gran Comedor, los cuatro Gryffindor's vieron a Amy rodeada por sus hermanos, haciéndola ruborizarse con todo lo que le decían. Al final, la niña los apartó de un empujón y salió corriendo con su mochila del lugar, alcanzando poco después a Vivian Malcolm para ir juntas a su primera clase.
—¡Ah, claro! —soltó Hally de pronto, antes de entrar a Historia de la Magia —Chicos, el domingo siguiente a la excursión a Hogsmeade es el cumpleaños de Amy¿recuerdan?
Henry asintió, mientras que Rose se llevó una mano a la frente.
—¡Lo olvidé! —se quejó, haciendo una mueca —¿Qué puedo regalarle?
—Nos queda una semana —comentó Hally, con una idea a medias formándose en su mente —Podremos pensar en algo.
Rose sonrió nerviosamente, pues de verdad la preocupaba no poder darle un buen regalo a Amy. Entró a Historia de la Magia con ese pensamiento en la cabeza, por lo que apenas notó las miradas despectivas que sus compañeros le dirigían a Procyon. El artículo de El Profeta había surtido un efecto desagradable en el poco alumnado que se había enterado, pero para cuando los de primero de Gryffindor tuvieron clase de Encantamientos, la mayoría del colegio se había enterado. Y eso produjo sus efectos en el pobre Procyon.
—Vaya, Black, tu familia es famosa —comenzó a molestarlo Mackenzie a las puertas del salón de Encantamientos, antes de que les abrieran —¿Qué se siente que todos digan que tu abuelo fue un mortífago asesino?
Procyon soltó un suspiro de fastidio.
—¿Y qué siente no tener mucho cerebro? —preguntó a su vez, citando a Henry.
Ese comentario arrancó algunas risas de parte de los demás alumnos de primero, a excepción de unos cuantos Slytherin's. Mackenzie miró a Procyon furioso.
—No te hagas el bromista, Black —espetó —Nadie cree realmente que tu abuelo haya sido inocente. Pregúntale a cualquiera de familia de magos. Verás que no miento.
Procyon observó de reojo a los compañeros que estaban a su alrededor y notó que varios se miraban con nerviosismo, como deseando que Procyon no le hiciera caso a Mackenzie. De pronto, Hally se puso a un lado de su compañero.
—Dices eso por tu familia¿verdad, Mackenzie? —comentó —Pues qué lástima, porque yo no tengo ningún problema con que Procyon sea nieto de Sirius Black.
—Potter, tú más que nadie deberías despreciarlo —intervino Sullivan —El abuelo de Black hizo que TUS abuelos murieran.
—No es cierto —aseguró Hally con firmeza —Fue Voldemort el que hizo que mis abuelos murieran. Él los mató.
Se hizo un silencio tenso al oír aquel nombre, temido en todo el mundo mágico a pesar de que su dueño había desaparecido hacía muchos años.
—No te hagas la valiente, Potter —espetó Brandon de pronto.
—No me hago la valiente —espetó Hally a su vez —Papá dice que el miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra. ¿Porqué habría de darme miedo un nombre de una persona que ya ni existe?
—Estás loca —aseguró Scott —Loca de remate.
—Mejor loca que tarada —dijo Hally, sonriendo burlonamente —Y mejor dejen a Procyon en paz. No importa lo que eres de nacimiento, sino lo que eres por ti mismo.
—¿Y ese sermón qué rayos significa? —quiso saber Brandon.
—¡Ay, Brandon! —se burló Sunny detrás de ella —Si no entendiste lo que dijo Hally, no es de extrañarse. Casi nunca entiendes nada.
El comentario de Sunny enfadó a Brandon y se volvió hacia la castaña, con claras intenciones de hacerle daño, pero en aquel momento se escuchó a Thomas Elliott anunciar a todo pulmón.
—¡Están abriendo la puerta!
Casi todos los alumnos volvieron la vista hacia la puerta del aula de Encantamientos, lo que aprovechó Thomas para tomar a Sunny de un brazo y alejarla de Brandon.
—En cuanto Brandon y su banda te vean, estarás frita —le susurró antes de que la profesora Nicté abriera por completo la puerta del aula y les ordenara pasar —Yo que tú, andaría acompañada en lo que queda del día.
—Yo no le tengo miedo a esos tontos —afirmó Sunny, con actitud desafiante.
—Yo no dije eso —replicó Thomas, entrando al aula y dejándola sola —Sólo te di una sugerencia. Deberías hacerme caso.
Sunny lo miró con extrañeza, pero en cuanto tomó asiento en su banco, junto a Walter en la segunda fila, centró su atención en la clase y se olvidó de lo demás.
El fin de semana para la excursión a Hogsmeade llegó más pronto de lo que los alumnos esperaban, pero los de tercero en adelante estuvieron muy contentos planeando lo que harían. Ángel y John Weasley, para su sorpresa, notaron que su primo Dean estaba más alegre que de costumbre y no tardaron en averiguar la razón la mañana de la excursión, cuando lo vieron salir del castillo acompañado por Janice Edmond.
—¿Quién lo diría? —comentó Ángel de pronto, esperando junto con John a Sun Mei Mao, a su gemela, a su prima y a los chicos de estas últimas —Con lo tímido que es, no creí que la invitara al pueblo.
—Sí, claro —musitó John, sarcástico.
Ambos chicos estaban de pie en un extremo del vestíbulo y cuando John se fijó en las escaleras que conducían al sótano de Hufflepuff, se apresuró a sonreír y señalar.
—Ángel, mira quién viene por ahí.
El pelirrojo miró a su primo, extrañado, para luego dirigir la vista al mismo sitio que él. Habían aparecido en las escaleras unas tres o cuatro chicas de Hufflepuff de su mismo curso, entre las que destacaba Scarlett Mitchell. Era difícil no distinguirla con esa ropa muggle de cuero negro, tan entallada, que Ángel tuvo que reconocer que no se le veía nada mal. Pero la chica que llamó más su atención fue una delgada, pequeña y a comparación de Mitchell, algo insignificante. Lucía un vestido color negro a las rodillas con bastilla amarilla, una cinta amarilla en la cabeza a modo de diadema que destacaba por el tono castaño cenizo de su cabello y una bufanda a rayas negras y amarillas, los colores de su casa. Lo más llamativo de aquella joven eran sus pequeños y expresivos ojos castaños, que miraban de forma tímida pero sagaz, y que en aquel momento vagaban con distracción en las personas a su alrededor, sin atender a lo que decía Scarlett Mitchell.
—¡Bluepool, hola! —exclamó Mitchell de pronto, alzando una mano y agitándola.
Ángel y John dieron media vuelta. De otras escaleras, las que bajaban a las mazmorras, venían Patrick Malfoy y William Bluepool, éste último con cara de fastidio al ver a Mitchell.
—¿Ahora qué querrá esta loca? —le preguntó William a Patrick en un susurro.
—Querrá que seas su caballero en la excursión —bromeó Patrick, sonriendo.
—Ja, ja, muy gracioso —ironizó William.
Para entonces, habían llegado junto a los primos Weasley, quienes reían en voz baja al parecer de alguna ocurrencia bastante divertida.
—¿Y a ustedes qué les pasa? —quiso saber Patrick.
—Es que Ángel cree que Mitchell está tan desesperada por un chico, que te va a invitar a Hogsmeade —respondió John, mirando a William, para luego seguir riendo.
—Ahora sé en qué se parecen él y tu adorada —le dijo William a Patrick, con el ceño fruncido —Son igual de ocurrentes.
Al concluir esa frase, las chicas de Hufflepuff encabezadas por Mitchell se les habían acercado lo suficiente como para que Scarlett hablara con un volumen de voz normal.
—Bluepool¿vas a Hogsmeade? —preguntó, sonriendo tontamente.
—Sí, voy a Hogsmeade —respondió William fríamente —¿Porqué lo preguntas?
—Quisiera saber si te gustaría venir con nosotras —respondió Mitchell, haciendo que la joven pequeña de vestido negro con amarillo hiciera un gesto de resignación —¿Quieres?
—No, gracias —William miró de reojo la escalera de mármol —Ya tengo con quién ir.
—¿Ah, sí? —Mitchell se veía contrariada —¿Y quién es?
Antes de que William pudiera responder, John intervino.
—Ahí vienen las chicas.
William ya lo había notado y se le quedó viendo a Gina, que venía platicando con Frida y Sun Mei alegremente. Las tres lucían increíbles de verde, rojo y azul respectivamente, y varios chicos de su curso que aún estaban en el vestíbulo las veían con admiración.
—Hola a todos —saludó Gina con una sonrisa inocente. Vestía un conjunto muggle de pantalón y blusa de color verde y una bufanda blanca al cuello que hacía juego con sus guantes —Hola, Scarlett¿cómo les va?
Mitchell contempló a Gina con el entrecejo fruncido, captando la mirada que William le dirigía a la pelirroja, y luego de musitar un bien, gracias por preguntar, se alejó de allí, seguida por sus amigas. La chica del vestido negro era la última del grupo, pero entonces escuchó a alguien a su espalda decir.
—¡Rebecca, espera un minuto!
La muchacha se detuvo en seco, al igual que sus amigas. Todas dieron media vuelta.
—¿Quién te habla, Rebecca? —se extrañó Mitchell.
Pero Rebecca no la escuchaba. Tenía la vista fija en Ángel Weasley, quien se le acercaba con paso decidido.
—Sólo voy a preguntarte dos cosas —comenzó Ángel, al estar frente a ella —Primera¿hay algo entre tú y Ripley?
La joven frunció el entrecejo y negó con la cabeza lentamente.
—En ese caso… —prosiguió el pelirrojo —¿Quieres venir conmigo a Hogsmeade?
Esta vez, Rebecca alzó las cejas con sorpresa y puso una expresión un tanto incrédula.
—¿No hablarás en serio, verdad? —pudo decir la chica, titubeante.
—¿Porqué no? —preguntó Ángel a su vez.
—Bueno, no sé… —Rebecca comenzó a titubear —Yo no soy…
—No eres Mitchell —cortó Ángel en son de broma —Es suficiente para mí.
Rebecca no pudo contener una carcajada, cosa que molestó bastante a Mitchell, quien había escuchado todo. Entonces, desde la escalera de mármol, se oyó la voz de Ripley.
—Rebecca, querida¿me esperabas? —quiso saber, hablando galantemente.
—No —le respondió ella, sonriendo ampliamente —Esperaba que Ángel se decidiera a ir al pueblo —tomó suavemente un brazo del chico —Estaba muy indeciso. Y otra cosa, Ripley —agregó, al ver la cara perpleja de Jack —No vuelvas a llamarme querida. No cuando sé que andas acosando a Sun Mei Mao.
Acto seguido, Rebecca condujo a Ángel a las puertas principales, donde los otros Weasley, William, Patrick y Sun Mei los esperaban. Al ver a tanta gente mirándola, a Rebecca se le acabó el valor y soltó de inmediato a Ángel.
—¡Ay, Dios! —exclamó con voz ahogada —¿Cómo pude decirle esas cosas a Ripley? No sé ni de dónde me salieron.
—A mí me gustó que lo pusieras en su lugar —comentó Ángel, en tono alentador —Lo que no entendí fue lo que le dijiste al final¿cómo es eso de que Ripley acosa a Sun Mei?
John, al escuchar esa frase, se puso tenso, mientras que Frida, Gina y Sun Mei se miraban nerviosamente entre sí.
—Bueno, ese no es ningún misterio —intervino Patrick de repente —Son sólo chismes, pero Will y yo escuchamos que Ripley ha querido andar con Mao desde hace tiempo.
—Y que justo cuando iba a hacer su labor de conquista —prosiguió William, mirando a John —empezaste a salir con ella.
A John semejante noticia no le causaba gran sorpresa; Sun Mei ya le había comentado que Ripley no la dejaba en paz.
—Si se atreve a hacerle algo a Sun Mei, me las paga —amenazó con furia contenida.
Gina reconoció el tono de voz de su gemelo y le comentó a Frida en voz baja.
—Está enojado, y bastante.
Frida asintió, mientras que Sun Mei posaba una mano en el hombro de John.
—No quiero que te metas en problemas¿sí? —le dijo —Jack es un tonto, pero puedo ocuparme de él. Y en caso de que intente algo, las chicas y yo le daremos una sorpresa.
Miró a Frida y a Gina, quienes asintieron en el acto.
—No vamos a dejar que le haga algo a mi cuñada —aseguró Gina, sonriente.
—Y si mi cuñada quiere ayudarnos… —sugirió Frida, viendo elocuentemente a Rebecca.
La joven Copperfield se ruborizó hasta las orejas, mientras los demás reían de la ocurrencia de Frida y Ángel fulminaba a su hermana con la mirada.
—No empieces, Frida —pidió, algo molesto.
El grupo de jóvenes emprendió el camino hacia el pueblo, lo que le permitió a Rebecca conocer un poco más a Ángel. Lo trataba desde hacía poco y siempre le daba la impresión de que no lo había visto todo de él. Ahora, en compañía de sus parientes más cercanos, veía una de las facetas del pelirrojo que solamente había observado de lejos: la sonriente, bromista y extrovertida.
—Oigan¿quieren oír una buena noticia? —dijo John de repente, llegando a las orillas del pueblo —Papá y mamá salieron de San Mungo ayer. En cuanto sean vacaciones de Pascua, Gina y yo pediremos permiso para ir a verlos.
Gina asintió, confirmando las palabras de su hermano, mientras que Frida soltaba una exclamación de alegría y Ángel sonreía.
—Podrían ir ahora mismo —sugirió Ángel en broma —Son mayores de edad¿no? Una escapada a su casa no les causaría problemas.
—No seas tonto, Ángel —replicó Frida —Aún estamos de internos en el colegio y hay que seguir sus reglas.
Ángel puso los ojos en blanco.
—Creo que te está haciendo daño salir con Malfoy —espetó de mala gana, lo que provocó las risas de los demás.
—Y a ti te hace daño no salir con… —comenzó Frida, pero se calló en cuanto captó la mirada severa de su hermano, la misma que le recordaba a su madre —Bueno, tú ya sabes con quién. No necesito decirlo a los cuatro vientos.
Ángel hizo un gesto de resignación y al estar a la mitad de la calle principal del pueblo, John consideró que era hora de separarse.
—Sun Mei y yo vamos a Dervish y Banges —comentó —Rose, Hally y su amigo Graham nos encargaron algo de último minuto.
—Nosotros vamos a la Casa de las Plumas —anunció Frida, tomando a Patrick de un brazo —Le haremos un favor a la hermana de Pat y a sus amigos. Luego de eso, estaremos en Las Tres Escobas.
—¿Podemos reunirnos todos allí? —sugirió Gina —William y yo iremos a Zonko. Acuérdense que me toca reabastecernos.
Los Cuatro Insólitos sonrieron pícaramente, observados por sus acompañantes. Seguramente cuando Gina hablaba de reabastecer, se refería a los artículos para sus múltiples bromas.
—Entonces ahí nos vemos —aceptó Ángel —¿Les parece en dos horas?
Los demás estuvieron de acuerdo y se dividieron. Mientras sus primos y sus parejas se retiraban, Ángel vio de reojo a Rebecca, quien se veía distraída.
—¿Damos una vuelta? —le propuso.
Rebecca asintió, pero seguía con aspecto ensimismado. Cuando llegaron frente al escaparate de Honeydukes, la chica vio los dulces expuestos con bastante interés.
—¿Quieres entrar? —preguntó Ángel.
Rebecca sonrió con tristeza, buscando en sus bolsillos.
—Tal vez otro día —contestó, desviando la vista del escaparate.
—Si aceptas, te compro unas ranas de chocolate —insistió Ángel.
Rebecca frunció el entrecejo y lo fulminó con la mirada de tal forma, que el chico se sintió terriblemente mal.
—¿Qué estás tratando de decirme? —espetó ella —¿Que me tienes lástima?
—Perdona si te ofendí —dijo Ángel enseguida —Sólo pensé que te gustaría…
Pero no pudo concluir la frase, porque Rebecca comenzó a andar, dejándolo atrás. Ángel, ni tardo ni perezoso, se apresuró a alcanzarla y cuando lo logró, comenzó a hablar apresuradamente, tratando de disculparse.
—Rebecca, lo siento. ¿Acaso no te gusta el chocolate¿Prefieres algún otro dulce¿O es que dije algo malo?
Rebecca se detuvo de pronto, lo que casi hace que Ángel choque con ella.
—Discúlpame —murmuró, girándose hacia el pelirrojo —Soy yo la que está mal. ¡Es que soy tan orgullosa…! —se lamentó.
Ángel la miró con el entrecejo fruncido, lo que provocó que Rebecca señalara una especie de banca de piedra cercana.
—¿Podríamos sentarnos? —pidió —Quiero contarte algo.
Ángel asintió y ambos llegaron a la banca y tomaron asiento. Rebecca suspiró.
—Ya te conté que soy de familia muggle¿verdad? —comenzó.
—Sí, antes de terminar el curso pasado —respondió Ángel —¿Porqué?
—Lo que sucede es que… no tengo padres —confesó Rebecca, con la cabeza inclinada y mirándose las manos —Mis hermanos y yo hemos vivido con unos tíos y sus tres hijos desde hace años. Nunca hemos tenido algo propio: ni ropa, ni juguetes, ni dinero, ni nada. Para colmo, mis tíos y mis primos no nos quieren, sobre todo a mí, desde que soy bruja. Lo único que desean es que salgamos de su casa.
—¿Porqué no me lo dijiste antes? —inquirió Ángel cautamente.
—Porque nunca había salido a colación, hasta hoy —respondió la muchacha —Yo siempre he cuidado de mis hermanos, nunca he necesitado de nadie, ni siquiera de mis tíos. No me gusta que la gente se compadezca de mí.
—¿Creíste que yo lo hacía? —se sorprendió Ángel —Vaya, pues sí que debes haber pasado por mucho para no distinguir entre la compasión y un simple ofrecimiento.
—Tal vez —Rebecca pareció considerar seriamente las palabras de Ángel —¿Sabes? Lo bueno vendrá cuando termine el colegio. Conseguiré un empleo y sacaré a mis hermano de esa casa para siempre. Quiero que ellos vivan como yo vivía antes de que nuestros padres murieran.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Tres: Benny, Alan y Agatha. Benny tiene nueve años, tenía dos meses cuando mis padres murieron. Y Alan y Agatha son mellizos, cumplen once en abril. Los tres vendrán a Hogwarts, han hecho algunas cosas raras como las que yo hice de pequeña antes de venir. Eso tiene a mis tíos y a mis primos más neuróticos que nunca.
Se hizo el silencio entre ellos, cada uno hundido en sus pensamientos: Ángel estaba reuniendo valor y Rebecca pensaba en lo dura que había sido su vida hasta el momento y en lo bueno que era tener de amigo a Ángel Weasley. No se explicaba porqué le había tenido suficiente confianza como para contarle sobre su familia, ya que esa historia ni siquiera sus amigas la sabían. Quizá era porque Ángel, desde hacía tiempo, la hacía sentir de forma distinta a otras personas.
—Oye¿sabes qué? —recordó Ángel de pronto, sobresaltándola un poco —Si quieres un empleo para cuando termines el colegio, yo sé dónde puedes conseguir uno.
Rebecca volvió a fulminarlo con la mirada, para al segundo siguiente cambiar su expresión. Notó el semblante del chico muy serio, cosa que en él resultaba anormal.
—Te escucho —le dijo, tratando de estar tranquila.
—Papá y tío George abrirán nuevas sucursales de su tienda: una en Irlanda del Norte y otra en el NYMSC.
—¿El qué?
—El Centro de Compras Mágico de Nueva York, en Estados Unidos. Es muy exclusivo.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—A eso voy. Frida se irá a Nueva York a hacerse cargo de la sucursal en el NYMSC, pero con lo que le pasó hace poco, tío George no podrá irse a vigilar la de Irlanda tan pronto como quisiera. Creo que si se lo pidieras, podrías obtener ese trabajo hasta que él estuviera en condiciones para hacerse cargo.
Rebecca arqueó las cejas con incredulidad. Sabía de lo que Ángel le hablaba, pues la tienda de su padre y su tío, Sortilegios Weasley, era lo suficientemente conocida hasta para los magos de familia muggle como ella. Que el muchacho le propusiera semejante idea era para ella demasiado descabellado.
—¿Porqué crees que puedo obtener ese empleo? —le preguntó de inmediato.
—Bueno, eres lista, bonita y acabo de ver que sabes poner en su lugar a cualquier patán —respondió Ángel sin mirar a Rebbeca, sino que dirigía sus oscuros ojos, tan negros como los de su madre y su hermana, hacia el cielo ligeramente nublado —A papá y a tío George les agradarás mucho.
—¿Y a ti¿Qué tanto te agrado?
Ángel, para su sorpresa, soltó un suspiro que sonaba a tristeza pura.
—Creo que eso no importa —le musitó.
Rebecca quiso decirle que a ella le importaba, y mucho, pero no tuvo el valor. En vez de eso, se acercó a él y temerosamente, reclinó la cabeza en su hombro. Hacía mucho que alguien no trataba de ayudarla y tenía que reconocer que extrañaba esa sensación. Además, a pesar del frío de aquel día de febrero, sentía algo cálido en el hombro de Ángel, algo que no podía reconocer, pero que la hacía sentirse casi en las nubes.
Ángel, mientras tanto, se había sorprendido con el repentino gesto de Rebecca, pero no había hecho nada por detenerla. Le agradaba la sensación de tener a la chica cerca y no quería que el momento pasara. Pensó que el sentimiento de felicidad que lo embargaba entonces debía seguir muy similar a lo que su gemela sentía por Malfoy. Sólo eso explicaría que le hubiera perdonado aquel misterioso incidente del que aún no sabía nada.
—¡Idiota¡Atrévete a hacerle algo y te irá mucho peor!
Aquella exclamación sobresaltó a Ángel y a Rebecca, rompiendo el encanto. Se pusieron de pie y comenzaron a caminar hacia el lugar de donde provenía la voz que había pronunciado esa frase. Pronto estuvieron en el sitio correcto, el frente de Las Tres Escobas, y lo que vieron fue una escena bastante extraña: Frida, Gina y Sun Mei estaban de pie frente a la puerta del popular local, cada una empuñando su respectiva varita, y apuntándole a Jack Ripley fijamente. El joven Ravenclaw, por su parte, miraba a las tres chicas con furia contenida.
—¿Dónde están los chicos? —se extrañó Ángel, dirigiéndose a Rebecca.
—No tengo idea —respondió ella.
—Ahora, Ripley —dijo Frida, en tono amenazador —lárgate de aquí antes de que cambiemos de opinión y llamemos a los chicos.
—Anda —intervino Gina —Retírate de nuestra vista.
—Y haznos un favor —concluyó Sun Mei, con una expresión fría y agresiva muy poco común en ella —No vuelvas a dirigirnos la palabra.
Después de eso y a pesar de lo furioso que estaba, Ripley no tuvo más remedio que irse, pues todos a su alrededor lo estaban observando entre curiosos y desaprobadores. Cuando Ripley se fue y el círculo de chismosos se disolvió, Ángel tomó sin pensarlo la mano de Rebecca y se acercó a su hermana.
—Frida¿qué rayos pasa aquí? —le preguntó en cuanto la tuvo a un paso de distancia.
La pelirroja, al oír su nombre, volvió la vista hacia su gemelo, fijando particularmente su vista en la mano de él que sujetaba la de Rebecca.
—Si quieres saberlo, ven con nosotras —optó por decir —Ven si quieres, Copperfield —se dirigió a Rebecca —Tal vez te interese.
Sin saber lo que les esperaba por escuchar, Ángel y Rebecca siguieron a las chicas al interior de Las Tres Escobas, deseando que el día no fuera de mal en peor.
(1) El apellido de soltera de Casiopea, Troublemaker, significa alborotador en inglés.
