Cuarenta y siete: Felicidades.

El domingo amaneció despejado, pero muy frío. La mayor parte de los alumnos lo aprovecharon para quedarse en el refugio de sus salas comunes, no saliendo de ellas mas que para ir al Gran Comedor, pero la Orden del Rayo tenía otros planes. Gracias al mapa que Hally había recibido de su padre, había encontrado el sitio perfecto para festejar el cumpleaños de Amy. Lo que hacía falta ahora era llevar a su amiga allí, lo que sería algo difícil. La Hufflepuff se veía incómoda, lo que seguramente se debía al acoso de sus hermanos mayores. Ambos la tenían acorralada cerca de la puerta del Gran Comedor desde que ella se levantó de su mesa luego del desayuno y llamaban mucho la atención.

—Hermanita, abre mi regalo —rogaba Ernest, agitando una bufanda con los colores de Ravenclaw —Mira que me esforcé mucho en conseguirlo.

—¿Podrían dejar de gritar? —rogó Amy.

—Abre primero el mío, Amy —pidió Harold, tan fuerte que las palabras de su hermana no se escucharon con claridad —Yo me esforcé más.

—Sí, claro —se burló Ernest —Seguro le pediste ayuda a Beatrice.

—Y si así fuera¿qué? —Harold frunció su rubio entrecejo —Apostaría mi escoba a que tú le pediste ayuda a tu querida Alice.

—¡No peleen! —rogó Amy a todo pulmón, logrando por fin que sus hermanos la escucharan. Y es que no era normal que Amy gritara —Abriré sus regalos, lo prometo, pero sólo si me dejan en paz un buen rato.

Ambos jóvenes obedecieron y se retiraron a sus respectivas salas comunes, mirándose con extrañeza. Su hermana no solía tratarlos así, por lo que comenzaron a pensar que sus amistades tenían algo qué ver. Teoría que se respaldó cuando oyeron que la llamaban.

—¡Amy, Amy! —era Danielle Malfoy, como no tardaron en notar Ernest y Harold. La rubia iba seguida por una niña alta de largo y ondulado cabello castaño, un niño también castaño y otro niño, éste de cabello rojo anaranjado. Los cuatro usaban bufandas a rayas verdes y plateadas —Ven con nosotros.

—¿Para qué? —Amy se veía confundida.

—¡Estos amigos tuyos son geniales! —dijo de pronto el niño de cabello rojo anaranjado, con una enorme sonrisa —Y muy amables. Me invitaron a la fiesta.

—No entiendo —replicó Amy.

—Sólo síguenos —pidió la niña castaña, acomodándose la bufanda —Te conviene.

Amy se encogió de hombros y los siguió, uniéndoseles poco después cuatro niños con bufandas a rayas rojas y doradas, dos con bufandas iguales a la que Ernest llevaba al cuello y uno de bufanda a rayas amarillas y negras, idéntica a las de Amy y Harold. Ernest frunció el entrecejo y fijó la vista en Harold, que estaba a punto de bajar las escaleras hacia su sala común. Harold comprendió la expresión de su hermano y asintió de lejos. Ambos iban a hacer algo al respecto y comenzarían por escribirle a su padre.


Amy fue literalmente rodeada por sus amigos luego del desayuno y conducida a algún lugar que sólo ellos sabían. Para su sorpresa, también la rodearon Thomas Elliott (quien dijo haber sido invitado a la fiesta por Danielle, Walter y Sunny), Procyon Black (al que Rose incluyó en la celebración por causa desconocida para Hally y Henry), Paula Hagen (que se invitó sola con interés, cuando oyó a Ryo comentar el asunto con su hermana Sun Mei, la prefecta de séptimo) y su compañero de casa, Bryan Radcliffe (que se unió por insistencia de Paula). A aquello cuatro agregados, la Orden no les dio importancia. Incluso pensaron que entre más fueran, el festejo sería más divertido.

—Muy bien, según sé, es por aquí —comentó Hally, caminando por uno de los pasillos superiores —Ahora, todos piensen en lo que les pedí y pasemos tres veces frente a esa pared —señaló un trozo de pared sin decoración.

Thomas, Procyon, Paula y Bryan no sabían de qué hablaba Hally, pero Rose lo notó y distrajo a Amy mientras Ryo se los explicaba. Pasaron exactamente tres veces delante de aquel trozo de pared desnuda y a la tercera, vieron cómo en esa pared había aparecido una sencilla puerta de madera. Hally hizo un gesto de triunfo.

—¡Se los dije¡Papá tenía razón! —soltó, sonriendo —Ahora entra, Amy.

Amy no entendía nada, pero le hizo caso a Hally y abrió la puerta. Entró una habitación decorada precisamente para una fiesta de cumpleaños, con globos y serpentinas colgando del techo y las paredes y una mesa con varios platillos dispuestos, rodeando un pastel de buen tamaño en el que se leía la frase Feliz cumpleaños, Amy, escrito con letra delgada.

—¡Chicos! —exclamó Amy con voz ahogada, atónita —¡Es hermoso!

—En realidad, nosotros no lo hicimos —explicó Hally, entrando tras su amiga y dejando libre la puerta para que los demás entraran —Este lugar se llama Sala de los Menesteres y cuando aparece, lo hace ya con todo lo que la persona necesita. Nosotros pedimos una habitación con lo indispensable para festejar tu cumpleaños y mira que bien nos fue.

—Estupendo —comentó Thomas Elliott —¿Cómo supiste de ella, Hally?

—Papá me habló de ella —respondió Hally, sin hacer comentarios sobre el hecho de que Thomas la hubiera llamado por su nombre. Recordó que el niño había mencionado que no le gustaba nombrar a las personas por sus apellidos, sabiendo sus nombres —La usó mucho cuando iba en quinto curso.

—Nunca había visto algo así —reconoció Paula Hagen —Al menos, nunca había escuchado que existiera algo así. Este país usa magia impresionante.

—Hablando de eso —intervino Procyon Black —¿De dónde eres exactamente?

Paula frunció el entrecejo, como si meditara si debía contestar o no.

—Mis padres son alemanes —respondió finalmente —Pero nací en Viena.

—Eso está en Austria —recordó Hally —Papá y mamá han ido a trabajar allí.

Paula asintió, pero por alguna razón puso una expresión triste. Como si el tema de su nacionalidad la desanimara.

—Bueno, dejemos eso para luego —pidió Rose, con entusiasmo —Ahora hay que celebrar. Apaga las velas, Amy, y pide un deseo.

Amy asintió y vio las doce velitas amarillas del pastel, que Henry encendía en aquel momento con su varita. Frunció el entrecejo.

—¿Es el encantamiento con el que tu madre amenazó a Sullivan? —le preguntó.

—Claro que no —Henry terminó de encender las velitas —Ese encantamiento es muy complejo. Mi mamá me dijo que no podría enseñármelo hasta que estuviera en tercero.

—Pide un buen deseo¿quieres? —recomendó Ryo, bromeando ligeramente.

Amy asintió, se acercó al pastel y cerró los ojos un instante. Ella era una niña sencilla, que no aspiraba a grandes cosas, y que estaba contenta con lo que tenía, fuera mucho o poco. Pero en realidad sí había una cosa que deseaba y era que ella y sus amigos siempre estuvieran juntos. Algo que por sus familias y por los acontecimientos recientes (y sin saberlo, los venideros), supuso que cada vez sería más difícil.

—Lo haré —le respondió a Ryo, abriendo los ojos —Pediré un buen deseo.

Acto seguido, sopló con fuerza y las velitas se apagaron a la primera.


Los regalos de Amy resultaron bastante buenos. Le gustó el de Ryo, un paisaje campestre hecho por su hermana Sun Mei y enmarcado en madera, y declaró que lo colgaría en su dormitorio junto con el regalo de Sunny, un dibujo que retrataba una vista del lago de Hogwarts desde la altura de la lechucería. Danielle le consiguió un costurero de bolsillo, cuya tapa tenía el escudo de Hufflepuff y las iniciales de Amy. Walter le obsequió una nueva pluma para escribir, de color amarillo y rosa y muy brillante. Rose le dio una aguja dorada que podía corregir cualquier bordado, lo que a Amy le resultaría muy útil. Hally quiso darle algo más original y práctico y consiguió una revista de confección mágica con patrones incluidos, para que su amiga aprendiera a hacer sus propias túnicas, si quería. Y Henry consiguió un dedal encantado que podía avisarle a quien se lo pusiera, al brillar de distintos colores, cuánto le faltaba por coser en lo que estuviera trabajando.

—Gracias a todos —dijo Amy, luego de que Henry terminara de indicarle cómo usar su regalo —Son muy buenos amigos. Ahora déjenme ver qué me regalaron mis hermanos.

Tomó los regalos de sus hermanos, que había depositado sobre la mesa, y abrió primero el más grande. La pequeña tarjeta que colgaba del moño indicaba que era el de Harold. Al terminar de desenvolverlo, se encontró con una túnica nueva, de color amarillo pálido y diminutas flores azules y rosas bordadas, que recordaba un poco a los vestidos tradicionales japoneses, los kimonos.

—Yo he visto túnicas como ésa —dijo Bryan de repente —Mi hermana ayer llegó de Hogsmeade con una parecida. Creo que la compró en una nueva tienda que acaban de abrir en el pueblo. Viene de Japón.

—Debe ser la tienda de la casa Umikase —comentó Ryo —Sun Mei la mencionó cuando llegó del pueblo ayer. Además, la abuela Mao tiene toda su ropa de bruja de esa marca. Con eso de que es mitad japonesa…

—Creí que tu abuela paterna era mitad inglesa —se extrañó Danielle.

—Sí, lo es —aclaró Ryo, sin alterarse —Su nombre de soltera era Rachel Hikarikino (1): Rachel por su madre inglesa y Hikarikino por su padre japonés.

—Y yo que pensaba que tu nombre era raro —soltó Thomas.

Amy dejó a un lado la túnica que le regaló Harold y tomó el regalo de Ernest, que resultó un poco menos impresionante, pero igual de bueno: una suscripción a su nombre a la revista El mundo de la escoba y otra a la revista Alfileres mágicos, siendo esta última relacionada con la clase de bordados que solía hacer en pañuelos y cosas similares. Pensó que sus hermanos sí se habían esmerado ese año, pues el anterior no habían tenido mucho tiempo por culpa de sus exámenes y únicamente le mandaron unas tarjetas y cajas de dulces de Honeydukes.

—¡Miren la hora! —exclamó Procyon de pronto —Lo siento, debo irme —se puso de pie de la silla que ocupaba —Acabo de recordar que me faltan unas notas para la clase de Lovecraft. Tengo que pasarlas en limpio y me llevará un buen rato.

—¿Para qué tenías que recordar las tareas? —se lamentó Thomas, haciendo una mueca —Yo también tengo que acabar las mías. Nos vemos, chicos, y gracias por invitarnos.

Thomas y Procyon salieron juntos de la habitación y cerraron la puerta tras ellos. Diez minutos después, Bryan declaró que también tenía que irse, disculpándose antes con Amy por no haberle llevado un regalo.

—No hay problema —aseguró Amy —Tú no sabías que era mi cumpleaños.

Bryan asintió y se fue. Paula fue la última de los agregados (como los llamó bromistamente Sunny) en irse, y lo hizo con un aspecto distraído tan evidente que apenas se acordó de despedirse. La Orden del Rayo siguió en la Sala de los Menesteres otro rato, hasta que oyeron a lo lejos el rumor de varios alumnos que iban a comer y decidieron ir al Gran Comedor para degustar otra cosa que no fuera dulces.


Paula Hagen se había ido directamente a la sala común de Ravenclaw luego de abandonar la Sala de los Menesteres. Observó que había mucha gente en ella, haciendo tareas de último momento y charlando de muchas cosas, por lo que decidió subir a su habitación. En los dormitorios de las chicas de Ravenclaw abundaba el color azul y el bronce, cosa que a Paula no le hacía mucha gracia. Por muy seria que pareciera, ella prefería el rosa, y lo hacía notar teniendo una manta de ese color sobre las azules de su cama. Al entrar a su dormitorio, se encontró con que ahí estaban las demás ocupantes: Mary Ann Alcott, Marianne Bridge, Karen Tate y una niña de cabello oscuro recogido en un chongo apretado y ojos castaños. Les hizo un gesto con la mano a modo de saludo y fue a recostarse a su cama.

—¿Te pasa algo, Paula? —preguntó amablemente Marianne Bridge, entrecerrando sus claros ojos miel —Vienes muy pensativa.

—No, no es nada —respondió Paula —Sólo pienso en… cosas.

—Eso se nota —aclaró la niña de cabello oscuro y ojos castaños, en tono algo mordaz.

—No pedí tu opinión, Kleiber —espetó Paula, notando el tono de voz de su compañera.

—No vayan a pelear otra vez —pidió Mary Ann de mal humor —Se ponen insoportables.

—Entonces dile a tu amiga que no use ese tono conmigo —repuso Paula.

Las niñas se quedaron en silencio largo rato, hasta que aquella a la que Paula había llamado Kleiber comenzó a relatar algo sobre su mansión alemana. Paula no soportaba a esa niña y no precisamente porque tuviera algo en su contra, sino que más bien parecía que era Kleiber la que tenía algo contra ella. Cerró los ojos, pensando en lo que le esperaba en sus siete años en el colegio con esa antipática por compañera de dormitorio, y luego pensó en su amigo Bryan Radcliffe. Lo conocía desde hacía bastante, pues su padre y el de ella eran amigos de los días en los que la familia Radcliffe vivió en Austria por asuntos de trabajo (los señores Radcliffe eran parte del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, como diplomáticos) y agradeció haberlo encontrado en Hogwarts. Eso impedía que se volviera totalmente loca en un país del que apenas sabía lo elemental. Su familia se había mudado a Inglaterra apenas la primavera pasada y para Paula, no dejaba de ser un país extraño.

—Paula —llamó suavemente una voz desde el exterior de las cortinas —¿Estás despierta? Ya es hora de comer.

La niña reconoció la voz de Karen Tate y se levantó, descorriendo las cortinas.

—Bajo en un momento —le dijo —Gracias por avisarme.

—De nada —Karen se veía seria —Paula¿en serio no puedes dejar de pelear con Fanny? Desde que entramos al colegio, se la pasan como perros y gatos. No lo entiendo.

—Yo menos —Paula se encogió de hombros y se puso de pie —Yo no le hice nada, es ella la que siempre me está molestando.

—Como digas —parecía que Karen no le creía mucho —Nos vemos abajo.

Karen salió de la habitación, lo que le permitió a Paula reflexionar un poco. Ella sería muy lista, pero era un tanto despistada y hasta aquel momento, se percató de lo que le había dicho a Karen. Es ella la que siempre me está molestando…

—Está loca —soltó en voz baja, refiriéndose a Fanny Kleiber —Loca de remate.

Paula salió del dormitorio a toda prisa, bajó las escaleras y atravesó la sala común para salir por el hueco de una puerta de hierro, gruesa y de aspecto duro, como si fuera la entrada a una prisión. Nadie que la viera sospecharía que era la entrada a la sala común de Ravenclaw. Paula siguió su camino a paso rápido, pues para su sorpresa se descubrió con hambre, y esperaba encontrar un sitio lejos de Kleiber en la mesa de Ravenclaw para comer en santa paz. Al llegar al vestíbulo, se topó con una conmoción fuera de lo común, provocada por un par de magos de túnicas moradas que hablaban con la profesora McGonagall y el profesor Snape. Paula, al ver cerca a sus compañeros de casa Edward Garret y Matthew Kent, decidió acercárseles y preguntarles qué estaba pasando.

—Son magos del Wizengamot —respondió Edward Garret, refiriéndose a los magos de túnicas moradas —Parece que vienen por algún asunto del Ministerio.

—Lo raro —intervino Matthew Kent, con el entrecejo fruncido —es que los escuché mencionar a los Malfoy. Como si vinieran por algo que tiene que ver con ellos.

—He oído que es una familia de cuidado —comentó Paula —Pero Danielle Malfoy es muy agradable. Al menos eso he visto lo poco que la he tratado.

Matthew y Edward se encogieron de hombros. Ellos, como muchos de familias de magos en el colegio, dudaban que hubiera buenas personas en la familia Malfoy.

La profesora McGonagall les hizo un gesto de cabeza a los magos de túnicas moradas y ellos y el profesor Snape la siguieron a la escalera de mármol, comenzando a subirla ante la mirada curiosa de los alumnos. Poco después, como no había nada más que ver, los estudiantes ingresaron al Gran Comedor. Paula siguió a cierta distancia a Matthew y a Edward y logró encontrar un asiento libre entre Marianne Bridge y Ryo Mao. Recordó que el niño era amigo de Danielle Malfoy y lo llamó.

—Disculpa, Mao¿puedo hablarte un segundo?

Ryo dejó la ración de carne que estaba a punto de servirse y la miró.

—Claro —respondió él —Pero no me llames Mao, Paula. Me llamo Ryo.

Paula asintió.

—¿Supiste lo de los magos de túnicas moradas que llegaron, Ryo?

Ryo abrió desmesuradamente los ojos al escuchar eso. El viaje al Ministerio para atestiguar en el juicio contra Acab Nicté seguía fresco en su memoria.

—¿Eran del Wizengamot? —inquirió con rapidez.

—Eso me dijeron Garret y Kent —respondió Paula —Te pregunto si supiste porque ellos creen haber oído que hablaban de los Malfoy. Quizá vienen por algo relacionado con ellos.

Ryo asintió distraídamente, perdiéndose en sus pensamientos. Mientras tanto, Paula observó discretamente a la mesa de Slytherin, a Danielle Malfoy, y quiso que su familia no estuviera en problemas. Ella ya había vivido esa situación y no se la deseaba a nadie.


Los días pasaron sin novedad, al menos no una digna de contarse. Nadie sabía aún para qué dos magos del Wizengamot habrían ido al colegio, pero con la cantidad de trabajo que les caía encima, los estudiantes no se preocuparon mucho en averiguarlo. La penúltima semana de febrero, habiendo pasado otro de los partidos de quidditch de la temporada (Gryffindor contra Hufflepuff, el cual ganó el equipo escarlata con una espectacular atrapada de la snitch por parte de Janice Edmond), Rebecca Copperfield recibió una lechuza el miércoles por la mañana, y luego de leerla, sus compañeras de curso y casa no podían creer la enorme sonrisa que adornó su rostro.

—¿Qué te pasa, Rebecca? —preguntó Scarlett Mitchell con el entrecejo fruncido.

Rebecca no respondió, pues estaba muy concentrada en la lectura del mensaje que acababa de llegarle, la cual no había concluido. Entonces sonó la campana que anunciaba el inicio de las clases matutinas y Rebecca tomó su mochila y se puso de pie en un santiamén, sin soltar el pergamino que leía. Su primera clase era Cuidado de Criaturas Mágicas, así que se apresuró a salir del castillo y al ver que Ángel y Frida Weasley iban delante de ella junto con Patrick Malfoy y Sun Mei Mao, llamó al chico pelirrojo con ganas.

—¡Ángel¡Oye, Ángel!

El joven Weasley se volvió y le dirigió una leve sonrisa.

—¡Benny! —exclamó Rebecca, sin darle a Ángel la oportunidad de hablar —Acaban de enviarme noticias de San Mungo¡lee!

Le tendió el pergamino que sostenía en una mano y al tiempo que Frida, Patrick y Sun Mei se adelantaban unos pasos, Ángel leía el contenido de aquel mensaje con atención:

Estimada señorita Copperfield:

Es mi deber informarle que su hermano menor, Benjamin Copperfield, ha sido sometido a los exámenes adecuados y su padecimiento ya está siendo tratado. Si quiere saber más detalles al respecto o informarse del progreso en la recuperación del niño, envíeme una lechuza y la atenderé con gusto.

Es todo por el momento, se despide cordialmente:

Katie Andrews.

Sanadora responsable de la sala Idah Slamker.

Virus Mágicos.

Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas.

Al terminar de leer, Ángel esbozó una sonrisa más amplia y le devolvió el pergamino a Rebecca, al tiempo que reanudaba su camino.

—Eso es bueno¿no? —comentó, para tener algo de qué hablar —Ahora sólo tienes que avisarles a tus otros hermanos para que ya no se preocupen.

Rebecca asintió y se guardó el pergamino en un bolsillo de su túnica, justo cuando llegaban a las cercanías de la cabaña de Hagrid. Aún cuando la clase del enorme profesor era tan movida e interesante como siempre, la joven sólo podía pensar en que el menor sus hermanos pronto iba a curarse.


El veintiocho de febrero de aquel año, Henry no esperaba ningún tipo de celebración. Su madre, cuando todavía no iniciaba a asistir a Hogwarts, acostumbraba cocinarle un pastel y cantarle una canción tradicional en México para esas fechas, Las Mañanitas a la vez que le daba algunos regalos. Por como se dio el cumpleaños de Amy, imaginó que sus amigos intentarían hacerle lo mismo, pero no estaba de humor. Sobre todo porque unos días antes, por fin se había atrevido a preguntarle a su madre por el hombre al que enjuiciaron por atacar a Sunny y por su segundo nombre.

—Nunca me dijiste que tenía un segundo nombre —le recordó a su madre, estando ambos en el aula vacía de Encantamientos, luego de las clases de la tarde —¿Y porqué mi segundo nombre es igual al de ese señor del juicio, eh¿Tiene que ver con nosotros?

La profesora Nicté, generalmente seria y callada, por una vez en su vida no iba a contestarle veraz y serenamente a su hijo.

—No pienso decirte nada, Henry —espetó, con un tono de voz malhumorado —No hasta que haya resuelto cierto asunto. Ahora, por favor, quítate esa idea de la cabeza.

—No puedo —aseguró Henry enseguida —Es que son demasiadas coincidencias y…

—¡No acabes con mi paciencia, hijo! —soltó de pronto su madre, sobresaltándolo —En cuanto termine mi asunto pendiente, sabrás quién es Acab Nicté. Antes no¿entendiste?

Ante tal actitud, Henry había optado por obedecer y no volver a mencionar el asunto. Le había escrito a su tío, pero Anom Nicté (tal vez prevenido por su hermana gemela) adoptó la misma postura hermética y no reveló nada.

—Lo que hace más deprimente un cumpleaños —masculló el niño, caminando por los pasillos del castillo en compañía de Hally y Rose a una de sus clases matutinas —es tener que ir a clases. Amy sí que tuvo suerte en que su cumpleaños cayera en domingo.

—Deja de quejarte¿quieres? —pidió Rose, haciendo una mueca —Al menos las clases de Lovecraft se ponen cada vez más buenas.

Entraron al aula de Transformaciones y ocuparon sus respectivos asientos, en la penúltima fila. Procyon Black, que hasta antes de revelar su verdadera identidad ocupaba uno de los bancos delanteros, ahora estaba tras ellos, entre Diane Creevey y Miles Richards. Tal parecía que Diane y Miles eran de los pocos que no miraban al moreno con mala cara, o tal vez eso era porque ella era bastante distraída y él, de familia muggle.

—Bien, niños, vamos a comenzar —dijo el profesor Lovecraft, en cuanto los alumnos tomaron asiento —Señorita Olsen¿puede recoger las redacciones, por favor?

Giselle asintió, se puso de pie y pasó por los bancos de sus compañeros pidiendo las redacciones de la última tarea impuesta por Lovecraft, para luego ir a depositar todos los pergaminos en el escritorio del profesor y regresar a su banco. La clase transcurrió normalmente, lo que incluía que Hally, Henry y Procyon consiguieran algunos puntos para Gryffindor con sus transformaciones (tocaba convertir gusanos en trozos de cuerda).

—¿Cómo le hacen ustedes y Procyon? —quiso saber Rose, al salir de la clase. Miraba sus trozos de cuerdas vivientes, que se retorcían en sus manos —Chicos, van a ayudarme con el hechizo¿verdad? Después de todo, a ustedes Lovecraft no les dejó tarea.

—Hoy no —respondió Hally en el acto —Estaremos ocupadas¿recuerdas?

Rose frunció el entrecejo un instante, antes de asentir.

—¿Pues en qué estarán ocupadas? —quiso saber Henry.

—Lo sabrás luego —afirmó Rose, sonriendo ampliamente, pero no pudo decir más porque en ese momento pasó junto al trío Procyon Black.

—¿Qué tal les fue en la clase? —inquirió, para luego fijarse en las cuerdas que se movían en las manos de Rose y señalarlas —Oye, Rose¿necesitas ayuda con eso?

Rose asintió lentamente y ella y Procyon se adelantaron un poco, para que el niño sacara su varita e hiciera el hechizo correctamente en las cuerdas movedizas. Hally soltó una risita que Henry no pudo interpretar.

—¡Hora del almuerzo! —soltó Ryo, pasando junto a sus amigos Gryffindor's —Estoy muerto de hambre¿ustedes no?

Sin esperar respuesta, entró al Gran Comedor y tomó asiento en el primer sitio que encontró, comenzando a servirse de todo. Casi cinco segundos después, Paula Hagen se sentó a su lado con lentitud, se acercó un poco de todo lo que encontró y comenzó a comer, pero con prisa. Ryo dejó a un lado su jugo de calabaza y la miró con interés. Aquel día, los aretes de Paula eran de color amarillo intenso, aunque seguían siendo en forma de rosas. Ahora que se fijaba bien, siempre usaba aretes en forma de esa flor. Sólo era el color el que cambiaba.

—Vienes muy apurada¿no? —le comentó, sonriendo levemente.

—En realidad, quiero irme de aquí lo más pronto posible —respondió Paula sin pensarlo mucho, luego de cortar un buen trozo de carne —Kleiber es insoportable, no sé cómo no quedó en Slytherin. Digo, con perdón de tus amigos de esa casa.

Ryo asintió y siguió comiendo, pero lo hizo más rápido al captar una seña que Amy, desde la mesa de Hufflepuff, le hacía a Danielle. Entonces recordó plenamente qué fecha era y tras dar un último sorbo a su jugo de calabaza, se levantó apresuradamente y salió corriendo, dejando a Paula extrañadísima. Al mismo tiempo, para asombro de varios de los presentes, entró una enorme ave por los altos ventanales, como si fuera una lechuza entregando el correo. Lo que llamaba la atención era que no era una lechuza, sino un halcón peregrino. Tenía las plumas de un negro brillante con un mostacho blanquecino en el pecho, bajo el pico, el cual sostenía fuertemente un sobre de pergamino. En las patas, traía atado un pequeño paquete envuelto en papel marrón. El animal planeó ampliamente, dando un par de vueltas por el techo encantado que lucía ligeramente gris, hasta que finalmente descendió en la mesa de Gryffindor, frente a Henry.

—¿Qué te trajo Balam? —le preguntó Rose, terminando de saborear una porción de filete —¿Algún regalo de cumpleaños?

—Éste no es Balam —aclaró Henry —¿Vienes conmigo? —le preguntó al halcón.

El ave lo miró con detenimiento, girando levemente la cabeza, y dejó caer el sobre de pergamino en la mesa, ante él. El niño, luego de vacilar un poco, lo tomó, lo abrió y sacando un pequeño trozo de pergamino, del tamaño de una tarjeta, la leyó. Iba por la mitad cuando Procyon lo llamó.

—Oye, Henry, lamento interrumpir, pero creo que este pajarraco quiere que le quiten el paquete de las patas.

En efecto, el halcón se picoteaba la cuerda con la que tenía el paquete atado a las patas, con claras intenciones de querer librarse de él.

—Perdón —se disculpó Henry enseguida, dejando el pergamino a un lado y desatando el paquete de las patas del halcón. En cuanto éste estuvo libre de su carga, inclinó la cabeza mirando a Henry y emprendió el vuelo, saliendo por donde había entrado. El niño regresó su atención al pergamino y al concluir su lectura, miró el paquete con extrañeza.

—¿Qué pasa, Henry? —inquirió Hally —¿Qué te enviaron?

—Es… un regalo de cumpleaños —respondió Henry, vacilante —Lo raro es que…

En ese momento, la campana anunció el inicio de las clases de la tarde. Los niños se pusieron de pie y salieron del Gran Comedor a su última clase del día, Herbología. Se encontraron a Amy en el camino y la niña les preguntó por el halcón y el pequeño paquete que Henry llevaba consigo. No había querido subirlo a su dormitorio porque hubiera llegado tarde a clase.

—Se supone que es un regalo de cumpleaños —respondió en un tono tan lacónico, que daba a entender que no diría más.

La clase de Herbología con la alta y esbelta profesora Brownfield fue bastante interesante, pues estudiaron una especie de flores que actuaban como barómetros al cambiar de color dependiendo de la presión atmosférica. Al acabar la lección, los alumnos regresaron al castillo, pero Henry lo hizo a toda prisa. Subió escaleras a toda velocidad, entró a su sala común y se apresuró a llegar a su dormitorio. Lo cerró con llave, llegó a su cama y empezó a abrir el paquete. Cuando terminó de hacer a un lado el papel marrón, se encontró con un medallón de oro de buen tamaño. Era redondo, tenía los bordes ondulados y en el centro se veían cinco cabezas de animales: una de águila, una de jaguar, una de colibrí, una de iguana y una de una serpiente cubierta de plumas. Tras el medallón, Henry pudo ver grabada una flor, aunque se veía como si se hubiera borrado con el tiempo. Bajo la flor, había algo más. Era una palabra: Nicté. Sacó el pergamino que le había llegado junto con el paquete y leyó su contenido de nueva cuenta.

Henry:

Espero que pases un feliz cumpleaños. Lo que te envío es el único recuerdo que me queda de mi días felices en México: el medallón de ingreso a Calmécac. Las cabezas de animales representan sus casas: Cuauhtémoc, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Itzamná y Quetzalcóatl. Ojalá te guste.

Con cariño,

Acab Nicté.

El niño no se podía sacar de la cabeza el hecho de que el nombre en la firma era el mismo que el del hombre al que enjuiciaban por atacar a Sunny en el pasado mes de noviembre. Por otro lado, a partir de la conversación con su madre, había comenzado a pensar que aquel hombre era parte de su familia, y ese inesperado regalo bien parecía confirmarle la sospecha. Se guardó el medallón en un bolsillo junto con el pergamino y al escuchar pasos al otro lado de la puerta del dormitorio, se apresuró a abrirla. Cinco minutos después de hacerlo, sus compañeros de dormitorio entraron en tropel, dejando sus mochilas y saliendo de prisa, a excepción de Procyon.

—Te buscan tus amigas —le avisó a Henry antes de salir del dormitorio.

El niño asintió y se puso de pie, saliendo del dormitorio tras Procyon. Encontró a Hally y a Rose en la sala común, sentadas a dos sillas de madera, delante de una mesa. Henry se les acercó y les preguntó.

—¿Me buscaban?

Rose iba a decir algo, pero Hally le lanzó una mirada severa y soltó.

—Sí, te buscábamos. Vámonos, tenemos algo qué hacer.

—¿Qué cosa?

—Celebrar tu cumpleaños —respondió Rose, al tiempo que ella y Hally arrastraban a su amigo fuera de la sala común —¿Qué más?

Henry se dejó llevar por sus amigas, pues tenía la intención de que pasándola bien, podría quitarse de la cabeza el extraño regalo que le habían enviado.

(1) El apellido de soltera de la abuela paterna de Ryo, Hikarikino, se deriva de la frase japonesa hikari no kino, cuya traducción aproximada sería Árbol de luz