Cuarenta y ocho: Resolución, condena y absolución.

En cuanto termina la celebración por su cumpleaños, Henry les pidió a sus amigos que lo disculparan y fue al despacho de su madre. Esperaba encontrarla allí, pero después de llamar a la puerta insistentemente, se dio por vencido y dirige sus pasos al Gran Comedor a cenar. En realidad no tenía mucha hambre, pues sus amigos se habían encargado de eso al usar de nueva cuenta la Sala de los Menesteres, que les otorgó el pastel y los dulces adecuados. Los regalos que había recibido se los había encargado a Hally, pidiéndole que los dejara en su dormitorio, pero de nada le había servido la carrera que había echado desde la sala mágica hasta el despacho de su madre. Bajó la escalera de mármol, atravesó el vestíbulo y entró al Gran Comedor, donde automáticamente volteó a la mesa de profesores, esperando ver a su madre. Se sorprendió bastante al no hallarla.

—¿Qué pasa? —le preguntó Hally con extrañeza, cuando llegó a ocupar un sitio entre ella y Rose —¿A quién buscas?

—¿Cómo sabes que busco a alguien? —se extrañó Henry.

—Bueno, como miras para todos lados… —Hally dejó la frase inconclusa, mirando también a la mesa de profesores —Por cierto¿dónde está la profesora Nicté?

—Es lo que quisiera saber —espetó Henry de mal humor.

—Déjame adivinar —Hally se le quedó viendo fijamente —No te ha felicitado.

Henry negó con la cabeza.

—Ya lo hará —afirmó Hally, concentrándose en su cena —Tal vez esté muy ocupada.

Henry quiere suponer lo mismo, pero una especie de mal presentimiento no lo deja en paz. Era como si el medallón que había recibido de regalo fuera un ave de mal agüero. En eso, una lechuza marrón entró de improviso por las ventanas altas. Trae un pergamino atado a una pata, por lo que suponen que es alguna carta atrasada y siguen con lo suyo. La lechuza aterrizó limpia y erguidamente frente al profesor Snape.

—¿Ahora qué? —se pregunta en voz alta el profesor, molesto. Desató el pergamino de la pata del ave y ésta, un segundo después, salió volando. El profesor leyó rápidamente el contenido del pergamino y al terminar, puso los ojos como platos.

—¿Alguna mala noticia, profesor? —pregunta inocentemente la profesora Hunter, de Astronomía —Se ve sorprendido.

—Nada en especial, profesora —dijo Snape de inmediato, guardándose el pergamino en un bolsillo de su túnica —Con su permiso.

El profesor se levantó, dejando su cena a medias, y salió del Gran Comedor lo más discretamente posible. En el camino a su despacho, se cruzó con Danielle, Walter, Thomas y Sunny, quienes parecían bastante alegres.

—Señorita Wilson¿puede venir conmigo un momento?

Sunny, al oír que la llamaban, se volvió y le dedicó a Snape una mirada hosca.

—De acuerdo —aceptó, volteando con sus amigos al segundo siguiente —Luego voy a cenar. Total, comimos bastante pastel y no tengo mucha hambre.

Danielle y los chicos asintieron y continuaron su camino. Mientras tanto, Sunny siguió a Snape hasta su despacho. Ya se estaba preguntando para qué la habría llamado cuando el profesor, sentándose tras su escritorio, anunció.

—Acaba de llegar la resolución sobre su tutoría, señorita Wilson. Y la verdad, no esperaba que fuera tan pronto.

Sunny puso los ojos como platos.

—¿Y…? —tartamudeó, pues sabía que de esa resolución, dependería gran parte de su futuro —¿Y… qué pasó¿Qué decidieron?

El profesor Snape sacó el pergamino que había recibido minutos antes, le dio una segunda leída velozmente y la miró directamente a los ojos.

—No sé qué tanto le alegre esta decisión del Ministerio, pero la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad resolvió que… que regrese conmigo en las vacaciones de verano.

Snape había titubeado en dar aquella noticia, pues no sabía la reacción que tendría la niña al recibirla. Lo cierto es que nunca esperó que hiciera lo que hizo: sonreír. Sonreír como nunca la había visto.

—¡Me libré de esa vieja arpía! —comenzó a gritar Sunny, levantándose de la silla en la que se había sentado y dando saltos —¡Increíble¡Maravilloso¡Sensacional¡Tengo que decírselo a todos! —tomó asiento, algo sofocada —Veamos… Hally tiene que saberlo, también Rose y Henry… Danielle, Walter, Thomas… Ryo, Amy…

—¿Podría callarse un momento, señorita Wilson? —pidió Snape, con voz severa. No se explicaba la reacción de Sunny.

Pero la niña apenas si lo escuchaba. Se había puesto de pie nuevamente, susurrando que debía contarle a sus amigos la noticia y que era estupendo que no tuviera que volver con la señora Drake nunca más mientras caminaba de un lado a otro del despacho. De pronto, se paró en seco, inclinó la cabeza levemente y se volvió bruscamente hacia el profesor, con los ojos entornados.

—¿A usted qué le parece todo esto? —preguntó de pronto.

Snape iba a contestar cuando unos golpes en la puerta del despacho se escucharon.

—Adelante —mandó Snape.

La puerta se abrió y una figura, cubierta con un velo rojo, entró a la habitación.

—Buenas noches —saludó la figura, con una voz de mujer suave y seria —Vengo de parte del Ministerio de Magia, Departamento de Misterios. Soy la agente Erin.

El profesor Snape asintió y Sunny tomó asiento nuevamente.

—Profesor¿podría hablar con la señorita Wilson un momento, por favor? Es acerca de la resolución de su tutoría.

Sunny se sobresaltó. Temió que su felicidad se fuera a ir de repente, justo ahora que creía que todo estaba bien en su vida. Entonces, el profesor Snape intervino.

—Cualquier cosa que tenga que decirle a la señorita Wilson, bien puedo oírla yo —espetó, con cierto mal humor —Soy su tutor.

—Eso lo sabemos, Snape —se oyó decir a espaldas de la agente Erin, quien se apartó del hueco de la puerta para dar paso a la aurora Dahlia Holmes. Sus serios ojos observaron alrededor con detenimiento —Precisamente por eso necesitamos hablar con la niña. Agente —se volvió hacia la mujer del velo rojo —Espere afuera.

La agente Erin asintió, inclinó la cabeza y salió de la habitación. Dahlia Holmes soltó un imperceptible suspiro y se acercó a la otra silla que quedaba disponible.

—Muy bien, entre más pronto acabe esto, mejor —comentó, sacando un pergamino y una pluma —Señorita Wilson¿cómo es la relación entre usted y su abuela, la señora Wendy Drake?

Sunny hizo un gesto de desagrado.

—Lo diré de esta manera —respondió —Esa señora es una extraña para mí.

La aurora Holmes tomó una nota y prosiguió.

—En el tiempo que vivió con ella¿supo qué era lo que hacía¿A qué se dedicaba?

—Para nada —Sunny frunció el entrecejo —Me dejaba encerrada en casa. Sólo una vez salimos juntas. Me llevó al callejón Celta y me compró a Nutty.

—¿Nutty?

—Mi lechuza. Es marrón¿sabe? Como las nueces. Por eso…

—Sí, claro, perdón —la aurora Holmes sonrió distraídamente y tomó más notas —Ahora dígame¿está satisfecha con la resolución de su tutoría?

—¿Que si estoy satisfecha? —la niña volvió a sonreír —¡Míreme! Me libré de una señora que no me cae nada bien. Por mí, ni siquiera me hubiera ido con ella.

La aurora Holmes alzó una ceja con incredulidad.

—En ese caso¿le importaría que su abuela estuviera tras las rejas?

Esa pregunta Sunny no se la esperaba. Y tampoco Snape.

—¿Qué quieres decir con eso, Dahlia? —inquirió de inmediato el profesor.

—Lo que pasa es que decidieron a favor tuyo, Snape, porque hace dos días encontraron a Wendy Drake torturando a unos niños muggles en las afueras de Belfast —la aurora no parecía deseosa de dar aquella información, como tampoco que el profesor la llamara por su nombre —Parece que a eso se ha dedicado de vez en cuando, desde que Quien–tú–Sabes desapareció para siempre. Cada vez que algún niño muggle era encontrado con señas de ataque mágico, coincidía con un periodo durante el cual no se encontraba a la señora Drake por ninguna parte. La investigación tomó bastante tiempo, pero al final lograron atraparla. Ningún niño estará a su alcance jamás. Y eso, claro está, incluye a su propia nieta. ¿Sabías que la niña es mitad muggle, por parte de su padre?

—Sí, lo sabía.

La aurora Holmes y el profesor Snape se quedaron mirando por largo rato, al tiempo que Sunny veía la escena con cierto interés. Con lo observadora que era, no pudo dejar de notar que había cierta electricidad en el aire.

—En ese caso, entiendes de lo que estoy hablando —dijo la aurora, resuelta —Nadie mejor que tú ¿verdad? Según recuerdo, te encantaba decir que los sangre sucia no debían entrar al colegio.

—Eso fue hace mucho tiempo —repuso Snape, mirando de reojo a Sunny. Recordaba lo que había dicho la niña respecto a que a ella la llamaban sangre sucia.

—Sí, claro —la aurora volvió la vista a sus notas —Señorita Wilson¿qué recuerda de su familia¿De su padre y su madre?

Sunny puso mala cara nuevamente.

—Casi nada —respondió, malhumorada —Oiga¿eso qué tiene qué ver con el asunto?

La aurora dejó describir repentinamente y miró a Sunny atentamente.

—¿Le han dicho que se parece a su abuela? —inquirió de pronto.

—¿No me diga? —se burló Sunny de mala gana —Yo sola me di cuenta.

—Pero los ojos son los de Ethel —comentó de pronto la aurora, al parecer sin darse cuenta, pues había regresado la vista a sus notas.

—¿Cómo dijo? —se sorprendió Sunny, cuyo semblante se volvió serio de inmediato —¿Usted… conoció a mamá?

—Llegué a verla, sí —admitió la aurora, alzando la vista —En fin, señorita¿podría…?

Pero Sunny la interrumpió bruscamente.

—¿Llegó a verla después de que me dejó? —quiso saber —¿Está bien?

—La última vez que la vi fue poco antes de que muriera —respondió Holmes, seria —Y me pidió de favor que…

Pero no pudo continuar porque entonces Sunny se dejó caer en su silla, anonadada.

—¿Murió? —inquirió en voz baja —¿Hace cuánto que mamá murió?

—Bastante. Alrededor de un año después de dejarla a usted en el orfanato.

Sunny negó lentamente con la cabeza, al tiempo que vagos recuerdos flotaban en su memoria. Su madre yendo de un lado para otro en una casa desvencijada, siempre afanada, enojada y nerviosa… su padre quejándose todo el tiempo de que ella fuera bruja… llegaba borracho a veces, por la noche, y les gritaba a las dos… y una de esas noche fue cuando su padre dio aquel ultimátum: o se deshacían de Sunny o abandonaría la casa para siempre. Decía que no quería otra bruja bajo su techo.

—¿Y… y papá? —se atrevió a preguntar la niña.

—También murió. Sus padres murieron juntos, en un accidente de auto.

—Seguro él iba borracho —masculló Sunny con cierto rencor —Y peleando con mamá.

La aurora Holmes puso cara de sorpresa por primera vez desde que había llegado.

—¿Porqué supone eso? —quiso saber.

—A él no le gustaba la magia. Decía… decía que mamá era un fenómeno. Tomaba demasiado, casi todas las noches llegaba borracho y…

Pero lo que el señor Wilson hacía al encontrarse borracho, aparte de gritar, se quedó en los pensamientos de Sunny. La niña no quería siquiera recordar esos días. Tanto tiempo esforzándose por olvidar y ahora, que sabía que sus padres estaban muertos, todo volvía a su mente. Maldijo como nunca su buena memoria.

La aurora, comprendiendo que Sunny no iba a hablar más, guardó su pergamino y su pluma, para luego preguntar.

—¿Le gusta su Tornado 14?

—¿Cómo sabes que tiene…? —comenzó el profesor Snape.

—Ethel me dejó instrucciones poco antes de morir —la aurora se puso de pie —Me dijo que en cuanto su hija pudiera tener una escoba en el colegio, le comprara una y se la enviara, ya que ella no podía hacerlo. Llegué a conocerla, antes de que renunciara al trabajo. Era aurora¿sabe? —le dijo a Sunny —Y muy buena, debo añadir. Fui su maestra.

Sunny logró sonreír, pero muy levemente.

—Muy bien, tengo que irme —la mujer caminó hacia la puerta —Hay que arreglar lo del señor Douglas y lo de Malfoy y Nicté. El caso está casi resuelto.

La mujer salió, dejando tras sí un silencio incómodo. Snape respiró profundamente y cuando se atrevió a mirar a Sunny, la encontró llorando. Y por lo poco que la conocía, dedujo que la muerte de sus padres la había afectado más de lo que aparentaba.

—Puede retirarse si gusta —le avisó —Ya no tengo más qué decirle.

Pero Sunny, como cuando celebraba la resolución sobre su custodia, no lo escuchó. Lo único que hizo fue inclinar la cabeza y cubrirse la cara con las manos. De pronto, sin previo aviso, dejó de llorar, alzó la vista y musitó.

—Will.

—¿Qué cosa? —se extrañó el profesor Snape.

Sunny se puso de pie, salió apresuradamente del despacho y se echó a correr por el pasillo hasta alcanzar a la aurora Holmes y a la agente Erin, que llegaban en ese momento a la escalera de mármol.

—¡Señorita Holmes! —llamó Sunny —¡Espere, señorita Holmes!

—Te llaman —le hizo notar la agente Erin.

—Ya lo noté —la aurora se volvió —¿Qué sucede, señorita Wilson?

Sunny se detuvo frente a ella, respiró hondo para recuperar el aliento y preguntó.

—Disculpe¿mamá nunca le habló de alguien llamado Will?

La aurora se sorprendió bastante.

—¿Porqué lo pregunta? —quiso saber la mujer.

—Porque ese tal Will… ese tal Will es mi hermano —Sunny reflexionó mucho para dar a conocer ese hecho. Además, era increíble que no lo hubiera recordado antes —Llegué a saber que papá se lo quitó a mamá cuando nació, al enterarse de que ella era bruja, y lo desapareció. ¿Podría buscarlo? Es toda la familia que me queda.

La aurora frunció el entrecejo. El buscar a alguien desaparecido no entraba de lleno en su trabajo, pero la imagen de Ethel Drake (después Ethel Wilson) la última vez que la vio, acudió a su mente. Y precisamente aquella ocasión, Ethel le había contado de alguien llamado Will: su primer hijo.

—Yo puedo hacerlo —intervino de pronto la agente Erin —Será un placer reunirla con lo que queda de su familia, señorita Wilson. Además, por ahora no tengo mucho trabajo.

Sunny le dedicó una de sus escasas sonrisas ante lo extraordinario.

—Muchas gracias —logró musitar, antes de bajar la escalera de mármol para reunirse de inmediato con sus amigos y contarles lo ocurrido.


Aquella noche, Anom y Abil Nicté estaban aún en el Ministerio, en un cubículo ubicado en el Cuartel General de Aurores. Habían llegado allí a temprana hora, justo cuando ella concluía con sus clases del día, y apenas si sabían algo del motivo por el que los habían citado. Se encontraron con el señor Potter en un pasillo, pero éste apenas si los saludó: estaba discutiendo un caso de vandalismo mágico en Nottingham con un colega de cabello negro y brillante y notorios ojos violetas, ligeramente más joven que él. El señor Ron Weasley también pasó por allí, pero él sí los saludó con ánimo, disculpándose por irse precipitadamente: tenía una misión de urgencia en Portugal.

—¿Cuánto tiempo más vamos a esperar? —se quejó Anom, al dar las ocho de la noche.

—Cálmate —rogó Abil.

—¡Ah, no, qué calmarme ni qué ocho cuartos! —soltó molesto, en español —Con todo lo que sabemos¿porqué no pueden soltar a mi papá?

—Cometió un crimen —le recordó Abil, adoptando también su idioma natal —Tiene que pagarlo¿lo olvidas?

—Aún estás enojada con él¿verdad? —espetó Anom de mal humor.

—No puedo evitarlo. ¡Mira que decirme que él atacó a Rob…!

—Buenas noches —saludó la aurora Tonks, entrando precipitadamente a su despacho y chocando con Anom —¡Lo siento! —se disculpó enseguida y fue a sentarse tras el escritorio del cubículo —Lamento haberlos hecho esperar, pero es que se suponía que los atendería la señorita Holmes. Ella tuvo que salir y me dejó a mí a cargo de esto. Verán, necesito que confirmen si todo lo que está en estos documentos es verídico para que… ¡Ay, no, no puede ser!

Estaba sacando un grueso fajo de pergaminos de un cajón de su escritorio, pero al ponerlo sobre el mismo, varios de los pergaminos se esparcieron y fueron a dar al suelo. Anom, que aún estaba de pie, la ayudó a reunirlos enseguida.

—Gracias —Tonks se irguió y ordenó los pergaminos —Como les iba diciendo, necesito que revisen la veracidad de estos pergaminos. Son copias de documentos mexicanos, así que no tendrán dificultades con el idioma.

Los hermanos tomaron los pergaminos y se los repartieron. Era curiosa la escena: Abil leía un pergamino y lo ponía en el escritorio, frente a su hermano, casi al mismo tiempo que él hacía algo parecido con su montón. Así las cosas, en media hora los dos habían leído todo el material y se miraron con algo de incredulidad.

—Nunca supimos de la solicitud de divorcio —dijo Abil por fin, hablando en inglés —Pero sí tengo vagos recuerdos de que nuestra mamá no era muy dulce con nosotros.

—Tal vez por eso me fui¿no crees? —le comentó Anom con voz ahogada a su hermana —Porque inconscientemente, quería alejarme de mi mamá.

—Y quizá por eso la señora Puch desapareció en cuanto le pedimos venir —supuso Tonks —En México no la encuentran. Pasando a otro asunto, les tengo noticias: a Nicté le condonaron parte de su sentencia. Y lo absolvieron del cargo de deserción en México.

—¿Estaba acusado de eso? —se extrañó Abil.

—Sí, por haber abandonado sus operaciones de espía doble sin dar explicación.

Los gemelos se miraron, pero esta vez sin asomo de incredulidad en sus expresiones. Todo lo que habían investigado de su padre desde que supieron lo que decía la carta del anterior secretario de su país, Antonio García, coincidía con lo que les había dado a conocer la aurora Tonks. Acab Nicté, su padre, había sido parte del mismo departamento que Abil, el de Inteligencia Mágica, y cuando Inglaterra se vio en dificultades ante Voldemort por primera vez, había advertido a todos los países del mundo de la amenaza, sin excepción, a la vez que les solicitaba ayuda. México, caracterizado por ser solidario con los que requieren una mano amiga, no se quedó atrás al recibir esa llamada de auxilio y el Secretario de Magia de entonces, Antonio García, había enviado a varios de sus mejores aurores al país anglosajón, con el encargo de prestar toda la ayuda posible. Pero Acab Nicté era pieza fundamental de la pelea. El Secretario le encomendó infiltrarse entre los mortífagos, hacerse pasar por uno de ellos, para así poder averiguar si Voldemort tenía un punto débil que pudiera ser atacado. Nicté aceptó la misión, pero antes quiso que se le concediera el divorcio, el cual acababa de solicitar hacía pocos meses. Quería separarse de su esposa porque había descubierto que no era quien él creía.

—¡Trata a mis hijos como si fueran animales! —había explicado una y otra vez, durante el proceso, antes de partir a Gran Bretaña —Nunca creí que ella fuera así.

La señora Puch, al parecer, se dedicaba a maltratar cada vez que podía a sus dos pequeños hijos, los gemelos Anom y Abil, aprovechando que su marido rara vez estaba en casa. Fuera por la razón que fuera, no los trataba bien, pero por suerte el señor Nicté un día llegó sin avisar a su casa y presenció una escena aterradora: su esposa estaba golpeando a la pequeña Abil, mientras su hermanito trataba de defenderla. La familia se separó, Acab se llevó a los niños con él y solicitando un permiso especial en la Secretaría, se convirtió en padre de tiempo completo. Pero cuando le ofrecieron aquel trabajo en el extranjero, necesitaba que su divorcio se concretara. No quería que sus hijos regresaran con su madre, porque temía por su seguridad.

—Nosotros vigilaremos a sus hijos, Acab —le había prometido el Secretario, un hombre maduro, calmado y muy respetado en la comunidad mágica mexicana —Tienen que estar con su madre mientras no se solucione el divorcio y usted está fuera. Si su todavía esposa llega a ponerles una mano encima otra vez, le aseguro que lo llamaremos de inmediato para que firme los papeles que le otorgarán a usted la patria potestad. Lo juro.

Así las cosas y un poco receloso, Acab había llevado a los niños con su madre, se despidió de ellos y partió para Inglaterra, dejando bien claro que quería que se le llamara si había algún problema. Pero fue entonces cuando Voldemort supo de él, le hizo una oferta que no pudo rechazar y tuvo que intentar matar a un mago. Pero para eso, tenía que perder contacto con su país por completo, y eso le costó la cancelación del divorcio y el que sus hijos ahora ni siquiera quisieran verlo.

—Mi papá lo hizo por nosotros —musitó Anom repentinamente —Aceptó el trabajo para ayudar a librar al mundo de una pesadilla. Y para volver pronto por nosotros. Abil, no puedes seguir enojada con él —se volvió hacia su hermana —Él no quería que odiaras a mi mamá. Por eso se echó la culpa de lo de tu marido.

Abil suspiró, pensando si creer eso o no. La última gran revelación había sido que en el calor de la pelea entre aurores contra mortífagos en la que Robert Graham había resultado gravemente herido y que finalmente lo condujo a la tumba, no había sido Acab Nicté quien había atacado sin piedad a Graham. Algunos aurores recordaban a la perfección que los hechizos extraños que le habían lanzado a su compañero fueron pronunciados en un idioma latino, pero la voz había sido la de una mujer. No se les tomó muy en cuenta, pues era poco conocido que hubiera mujeres entre las filas de Voldemort, pero al rendir sus informes, describieron detalladamente a una mujer misteriosa entre los mortífagos: una mujer de cabello castaño y ojos grises, a la cual se le veía un tatuaje en el dorso de la mano derecha en forma de cabeza de jaguar. Y también, en la confusión, algunos alcanzaron a ver a un hombre de cabello castaño claro y ojos castaños con el mismo tatuaje en la mano derecha, que se le parecía mucho. En la confusión, algunos aurores llegaron a pensar que fue él, y no la mujer castaña, la que había atacado a Graham.

—Eso no lo sabemos con exactitud —se atrevió a decir Tonks, seria, refiriéndose al ataque contra Robert Graham —Lo que sí sabemos es que Acab Nicté no fue mortífago en ningún momento. No tiene la Marca Tenebrosa.

—A propósito¿qué pasará con Malfoy? —quiso saber Anom.

Tonks suspiró de extraña forma, como si estuviera cansada.

—Fue sentenciado a diez años en Azkaban. Su esposa, por tener conocimiento de los hechos y no haberlos denunciado, es cómplice, y fue sentenciada a siete años.

—¿No son sentencias un poco cortas? —se sorprendió Abil.

—Desde que los dementores no vigilan Azkaban, no vale la pena dejarlos de por vida —aclaró Tonks —Además, cuando salen, los presos son tan reconocidos, que el repudio social que reciben termina de castigarlos.

—Eso es inhumano —se quejó Anom —Sobre todo si el preso resulta inocente.

Tonks sonrió levemente. Los tres adultos se quedaron en silencio. De pronto, el colega que había hablado con el señor Potter asomó la cabeza al interior del cubículo y llamó.

—Disculpa, Tonks¿no ha llegado la señorita Holmes?

Tonks negó con la cabeza.

—¡Vaya! —se quejó el hombre —Hoy es mi aniversario de bodas, debo pasar por mi esposa al hospital muggle donde trabaja para ir a cenar. Y sin la autorización de la señorita Holmes, no puedo irme.

—Vamos, Jim, vete ya —dijo Tonks, bromeando —Lo de Nottingham no es urgente, puedes atenderlo luego. Además, mañana ya es marzo y cambia tu horario.

El hombre sonrió, asintió y diciendo un apresurado Gracias, sacó la cabeza del cubículo y abandonó corriendo el cuartel. Fue entonces cuando Abil se puso de pie de un salto.

—¡Por Dios! —exclamó —¡Mañana ya es marzo!

—¿Y eso qué? —se extrañó Tonks.

—¡Henry! —soltó Abil, antes de salir corriendo de allí.

—¿Qué le pasa a su hermana? —le preguntó Tonks a Anom.

—Es cumpleaños de su hijo —respondió él, sonriendo —Y creo que lo olvidó por primera vez en doce años. Mi sobrino debe estar muy molesto. A propósito¿cree que pueda ir ahora a Azkaban?

—¿Para qué?

—Hoy también es cumpleaños de mi papá.


—¿Está hablando en serio¿Papá y mamá?

Patrick Malfoy estaba en la oficina de la profesora McGonagall, sentado frente al escritorio de la directora y hablando con la señorita Holmes y la agente Erin. Las mujeres, además de ir a hablar con Sunny, tenían el deber de informarle a Patrick lo sucedido con sus padres. El joven no estaba del todo sorprendido por la noticia; conocía de sobra a sus padres y los creía capaces de eso y más. Pero lo que ahora le preocupaba era otra cosa.

—¿Y qué pasará con mi hermana? —preguntó en cuanto se recuperó de la impresión.

—El caso ya es tratado por la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad, señor Malfoy —informó la agente Erin —La oficina decidirá lo mejor para la niña.

—¡Un minuto! —se exaltó Patrick —¿No irán a decirme que la mandarán con alguna familia extraña, verdad?

—De eso precisamente venimos a hablarle —aclaró la aurora Holmes —Usted es el pariente más cercano de su hermana y ya es mayor de edad, por lo que podría hacerse cargo de ella, pero…

—¿Pero qué? —espetó Patrick, tratando de que la impaciencia no se le notara mucho.

—Usted solicitó un trabajo en el extranjero¿no es así? —intervino la agente Erin. Patrick asintió —Pues bien, usted no puede salir del país hasta que se resuelva la nueva situación legal de su hermana. Y eso llevará un buen tiempo, considerando que quiere mudarse a un país donde aún no es mayor de edad, lo que podría dificultarle las cosas. En Estados Unidos, la mayoría de edad se alcanza hasta los veintiún años.

—No es posible… —musitó Patrick, sabiendo lo que esas palabras significaban —Lo que quieren decir es que para poder quedarme con la tutela de mi hermana, tengo que…

—… Tiene que renunciar a la oportunidad de trabajar en Estados Unidos —completó la aurora Holmes por él.

Patrick no supo qué decir. Por una parte, deseaba con ganas poder obtener el empleo en Estados Unidos, pero al mismo tiempo necesitaba pensar en su hermana Danielle. Si él se iba, ella se quedaría sola y quién sabe con qué clase de personas. Tomó una decisión.

—De acuerdo —comenzó —Si es posible, pediré permiso para ir al Ministerio en las vacaciones de Semana Santa. Retiraré mi solicitud de empleo y haré otra para un trabajo en el país.

Las dos mujeres asintieron levemente, sin hacer comentarios, y luego se pusieron de pie. Patrick las imitó.

—Que tenga buena noche, señor Malfoy —se despidió la aurora Holmes, saliendo del despacho tras la agente Erin —Si llega a necesitar ayuda en el Ministerio, búsquenos.

Patrick asintió y las dejó ir. Luego de unos minutos a solas en el despacho, él también salió, pero en vez de ir a cenar se dirigió a su sala común. Al entrar, se dio cuenta de que no estaba tan desierta como creía: en un rincón, alejados de la entrada, estaban su hermana y sus amigos.

—Danny —llamó —¿Vienes un minuto?

Danielle giró la cabeza, vio quién la llamaba y disculpándose en voz baja con sus amigos, se encaminó hacia su hermano. El joven se había sentado en una silla frente al fuego y con un gesto le pidió que lo imitara.

—Acabo de hablar con unas personas del Ministerio —comenzó Patrick, serio en extremo y con la vista fija en el fuego —Nuestros padres fueron arrestados y llevados a Azkaban. Están acusados del asesinato de Percy Weasley.

Danielle abrió los ojos desmesuradamente.

—¿De verdad? —fue lo único que se le ocurrió preguntar.

Patrick asintió.

—Ahora, yo debo hacerme cargo de ti, por ser tu pariente más cercano —continuó el rubio —En vacaciones de Semana Santa iré al Ministerio a retirar mi solicitud de empleo.

—¿Qué? —Danielle se sobresaltó. Sabía que su hermano había solicitado empleo en Estados Unidos y que se había preparado mucho para obtenerlo —¿Porqué? Ese trabajo en la Oficina de Tratos Marítimos en el Mundo Muggle es uno de tus sueños. Has estudiado mucho para conseguirlo. Incluso le llevaste la contraria a papá.

—Lo sé, pero necesito quedarme aquí si quiero hacerme cargo de ti.

Entonces Danielle lo comprendió. No era que Patrick quisiera renunciar a su anhelo de ir a Estados Unidos, sino que si lo realizaba, la perdería a ella para siempre.

—No tienes porqué hacerlo —dijo la niña, a sabiendas de que era mentira.

—Escucha —Patrick por fin se volvió hacia ella —Eres mi familia, claro que tengo que hacerlo. Si nuestros padres no pudieron pensar en ti antes de hacer lo que se les daba la gana, yo sí. No te conté esto para pedirte tu opinión, sino para informarte. Así que por favor, no hagas un escándalo de esto.

Danielle asintió y poniéndose de pie, se retiró de Patrick. Pero en lugar de regresar con sus amigos, salió de la sala común y anduvo por los pasillos sin rumbo fijo. Sin fijarse apenas, llegó al vestíbulo, a donde llegaban las voces de los últimos alumnos que estaban cenando, y se sentó en la escalinata de piedra a contemplar los oscuros jardines. De pronto, escuchó una voz conocida charlando animadamente.

—… Y entonces Mitchell contestó que los muggles eran tontos al necesitar la Psicología para estar serenos. Como si no supiera que ellos no pueden hacer Filtros de Paz.

Danielle giró la cabeza y se encontró con que los Cuatro Insólitos estaban saliendo del Gran Comedor. Frida era la que hablaba, haciendo sonreír a su hermano y a sus primos. Danielle se puso de pie lentamente y caminó hacia ellos.

—Sí que sonó muy tonta —admitió John —Al menos no siguió hablando.

—Sí, no sé cómo Rebecca la soporta —Ángel sonreía con ganas.

—Perdón —llamó Danielle entonces —¿Podría hablar con Frida un momento?

Frida la miró frunciendo levemente el entrecejo y asintió.

—Iré a la sala común en un rato —les dijo.

Los otros tres Weasley asintieron y se retiraron.

—¿Qué sucede? —preguntó la pelirroja.

Danielle le contó el asunto de sus padres y lo que su hermano estaba forzado a hacer, con lo que consiguió que Frida se sobresaltara fuertemente. Cuando la pequeña rubia concluyó, Frida ya tenía medio plan en la cabeza.

—No te preocupes —le pidió a Danielle —Yo me haré cargo de esto. No es justo que el sueño de Pat se esfume así nada más.

Acto seguido le dirigió un gesto de mano a manera de despedida y salió corriendo hacia su sala común, dispuesta a enviar una larga carta.