Cuarenta y nueve: Sinceridad.
La profesora Nicté regresó al colegio casi a las nueve de la noche. No podía creer que hubiera olvidado el cumpleaños de su hijo así nada más. De inmediato fue a su despacho, revolvió en los cajones de su escritorio y en uno de ellos, encontró una pequeña caja envuelta en papel marrón. Enseguida salió del lugar y subió a la lechucería. Era tarde y seguramente Henry ya estaría en su sala común o en su dormitorio, a donde no podía entrar, así que necesitaría un ave para hacerle llegar su regalo. Al entrar a la lechucería, la encontró muy oscura, pero oyó mucho batir de alas. Seguramente eran los búhos y lechuzas saliendo a cazar. Buscó con la mirada hasta encontrar un ave de buen tamaño, más grande que un búho y de plumaje oscuro, que la miraba con cierto interés.
—¿Balam? —llamó suavemente.
El halcón peregrino movió la cabeza ligeramente y fijó con más insistencia su mirada oscura en la mujer.
—Necesito que le lleves esto a Henry —la profesora levantó un poco el paquete —Es su regalo de cumpleaños.
Al oír el nombre de su amo, el halcón se irguió y estiró una pata. La profesora le ató el pequeño paquete con rapidez y le acarició brevemente la cabeza.
—Ve, pronto —le pidió la mujer al ave —Henry debe estar algo molesto.
Balam movió la cabeza como si asintiera, para acto seguido salir volando del lugar por una de las múltiples ventanas.
Por la ventana de su dormitorio, Henry Graham veía el cielo estrellado y la brillante luna creciente que lo adornaba. Se preguntaba qué era lo que había tenido que hacer su madre como para olvidar su cumpleaños y no haberlo felicitado siquiera, cuando escuchó que la puerta de su dormitorio se abría. No se volvió hasta que una voz saludó.
—Hola, Henry. ¿Cómo estás?
Henry giró un poco la cabeza para confirmar quién era.
—Hola, Procyon —devolvió el saludo, habiendo visto que no se había equivocado. Regresó su vista a la ventana —Estoy bien¿porqué preguntas?
Procyon Black se encogió de hombros y se le acercó.
—No sé, te vi distraído hoy. Por ahí oí que es tu cumpleaños¿es cierto?
Henry asintió. Vaya manera de acordarse de que su madre no lo había felicitado.
—Vaya, felicidades —Procyon se escuchaba sincero —¿No deberías estar contento?
—No quiero ser grosero, pero mejor no preguntes —espetó Henry de pronto.
Procyon frunció el entrecejo.
—Disculpa, mejor me alisto para dormir.
El niño de cabello negro se retiró hasta su baúl y empezó a revolverlo, buscando su pijama. Henry, en cambio, se había quedado muy callado, observando el exterior. De pronto, una sombra se posó delante de la ventana y lo sobresaltó, haciéndolo caerse de la silla donde estaba sentado.
—¿Qué te pasó? —Procyon tenía la camisa desabrochada a medias, pero aún así le ayudó a levantarse. Se fijó en la ventana —¡Vaya¿Qué será esa cosa?
Fue a la ventana y la abrió. La sombra entró por ella, revoloteó por el techo y luego fue a posarse en el hombro de Henry.
—¡Balam! —exclamó el chico, reponiéndose de la impresión —Sí que me diste un buen susto¿qué haces aquí a esta hora?
En respuesta, Balam estiró una pata y le entregó el paquete que minutos antes le había encomendado la profesora Nicté. Al reconocer la letra de su madre en el papel marrón, Henry lo desató de la pata del halcón y lo depositó en su mesita de noche, al tiempo que Procyon admiraba al ave con cautela.
—Esta sí que es un ave —comentó de pronto —¿Un halcón peregrino, cierto?
Henry volvió al lado del halcón, le dio una chuchería para que comiera y lo despachó, llevándolo en su brazo hasta la ventana.
—Cierto —respondió, cerrando la ventana en cuanto el halcón alzó el vuelo. Acto seguido, fue a abrir el paquete que le había llegado y se encontró con un cuaderno pequeño y rectangular, de pastas negras y hojas amarillentas, acompañado por otro cuaderno idéntico, pero con las hojas blancas, sin uso. Entre ambas libretas, doblado cuidadosamente, había un pergamino.
—Oye¿eso es privado o cualquiera puede verlo? —Procyon estaba junto a Henry, mirando atentamente lo que éste acababa de desenvolver.
Henry lo meditó por un segundo.
—Por ahora es privado —contestó finalmente —Tal vez luego lo comparta.
Procyon entendió al instante y se fue hacia sus cosas, para continuar con su tarea de ponerse la pijama, mientras Henry observaba su regalo. No comprendía qué podía significar, pero pensó que el pergamino explicaría algo. Así que lo tomó, lo desdobló y miró cuidadosamente la caligrafía clara y alargada de su madre.
Querido Henry:
Espero que el regalo de este año no te parezca muy insignificante, pero por todo lo que nos ha pasado, es lo mejor que pude conseguir. Es una especie de diario y sé que parecerá raro que te dé algo así, pues seguramente piensas que los diarios son cosa de chicas. Pero si ves el cuaderno usado, sabrás porqué te lo doy e incluso podría servirte de modelo. Cualquier duda respecto a cómo aprovecharlo, házmela saber. Que tengas un feliz cumpleaños, hijo.
Con cariño:
Tu madre.
Henry, siguiendo su sencilla lógica, primero abrió el cuaderno con hojas amarillentas, el usado, y comenzó por ver una hoja que parecía la portada y que tenía escrito Robert Conan Graham. Pensamientos.
Henry abrió la libreta enseguida y se encontró con que únicamente había fechas en algunas de las páginas. Frunció el entrecejo, sintiéndose frustrado, hasta que llegó a una página que tenía la fecha de ese día: veintiocho de febrero. Por el año, el niño supo que era del mismo día en que él había nacido, hacía doce años. Comenzó a leer:
Son las ocho de la mañana y parece que será un buen día, como siempre. Abil consiguió el permiso de maternidad en el trabajo hace apenas dos semanas y no porque quisiera, sino porque la obligué. Quiero que se cuide y que esté tranquila ahora que el bebé está próximo a nacer. Tengo una misión importante en Argentina, de parte del Secretario de Magia, por lo que regresaré a México en dos días, máximo. "Todo se logra sólo si quieres, puedes y debes".
Henry se sorprendió. No tenía idea de que su padre no estaba con su madre cuando él nació. Dio la vuelta a la hoja y encontró una nota más de ese mismo día.
Son las siete de la noche y acabo de intentar comunicarme con Abil para saber cómo se siente, pero parece que no hay nadie en casa. Esto no me agrada, así que regresaré a México ahora mismo. Tendré que dejar la misión a medias, pero no importa. Tengo un mal presentimiento y necesito hablar con mi esposa. "Confía en tu instinto, confía en tus andanzas y rara vez fallarás".
Y debajo de esa nota, en escasos renglones y con letra un tanto torcida, Henry leyó lo que su padre sintió en el momento en que nació.
Las nueve de la noche y llegué hace menos de media hora a Aztlán para ver nacer a mi hijo. ¡Dios, no puedo describir esta emoción! Después de Abil, este niño es lo que más quiero en la vida. Tiene los ojos verdes como yo, pero se parece a Abil en todo lo demás. Ojalá que llegue a ser tan bueno como ella. "Si hay algo comparado con casarte con quien amas, prueba a ser padre con esa misma persona".
Henry contuvo una lágrima. Nunca se imaginó que su padre pensara de esa forma, ya que era muy pequeño cuando murió. Se preguntó si su madre habría leído eso antes de dárselo, pero dejó eso de lado, concentrándose en deducir porqué las notas de ese día eran las únicas que se veían. Luego de ver que solamente las líneas fechadas en un veintiocho de febrero eran las que se leían, supuso que era alguna clase de hechizo que hacía que sólo se vieran las notas de la fecha que se estuviera viviendo. Sonrió y guardó la libreta en su baúl al mismo tiempo que Procyon se metía a la cama.
—¿El regalo estuvo bueno? —inquirió, un tanto dudoso.
—Claro que estuvo bueno —Henry le dedicó una sonrisa —Era de parte de mi madre.
Procyon correspondió a la sonrisa.
Marzo se dejó sentir pronto, cambiando el clima sutil pero firmemente a uno más cálido y agradable. En los jardines, las flores empezaron a aparecer en árboles y prados y a los alumnos que tomaban clases en el exterior les agradaba mucho hacerlo. Como siempre, los únicos que no parecían contentos era la mayoría de los Slytherin's, pero casi nadie les prestaba mucha atención.
—Parecen condenados —se quejó Sunny, mirando de reojo a Brandon y compañía que miraban con gesto de fastidio y desagrado la alegría de los demás, la mañana del trece de marzo —Deberían divertirse un poco más.
—No pidas imposibles —rogó Thomas, sonriendo. Parecía que él siempre estaba dispuesto a hacer sonreír a la gente empezando por él mismo.
—Yo apoyo eso —Walter se sirvió un pan tostado con mermelada de fresa —Es como desear que Snape no nos deje tarea una sola vez.
Sunny y Thomas rieron, pero Danielle se limitó a sonreír distraídamente. El asunto de sus padres la tenía distante, pero más que nada, esperaba que su hermano no tuviera que renunciar a su trabajo en Estados Unidos por ella. Y en la mesa de Ravenclaw, Ryo no se inmutó al ver llegar cómo una lechuza de plumas claras y aspecto elegante se posaba delante de él, con un paquete atado a las patas y un pergamino en el pico.
—Hola, Hakka (1) —saludó el niño, dirigiéndose a la lechuza, quien lo miró ladeando la cabeza levemente de un lado para otro —Vamos a ver qué me traes…
Mientras Ryo estaba ocupado con el paquete, Sun Mei lo veía de reojo, volteando de vez en cuando al cielo. Esperaba que su lechuza no tardara en llegar. Justo entonces, entre algunas otras de color oscuro y una que otra gris, Ming hizo su aparición, llevando un paquete de forma irregular amarrado a las patas. Revoloteó entre dos cárabos y un búho y se posó en la mesa de Ravenclaw, tras Hakka. Ryo frunció el entrecejo.
—Sun Mei está allá —le indicó el niño y regresó su atención a lo que le había llevado Hakka. Le desató el paquete, tomó el pergamino de su pico y en cuanto esa lechuza se fue, Ming se adelantó con un pequeño salto —¿Acaso vienes conmigo?
Ming le extendió el paquete como pudo, por lo que Ryo supo que iba con él. Le quitó el paquete y en cuanto el ave remontó el vuelo, se escuchó la campana que anunciaba el inicio de las clases matutinas. Apresuradamente, Ryo guardó como pudo los paquetes y el pergamino en su mochila y se puso de pie. Alcanzó al resto de sus compañeros de casa cuando iban camino a Transformaciones.
—¿De quién era esa lechuza casi blanca que te llevó un paquete, Ryo? —inquirió Fanny Kleiber, al estar ante la puerta del salón de Transformaciones —Era muy bonita.
—Hakka es la lechuza de mi padre —respondió simplemente Ryo, evasivo. Por alguna razón, la niña nunca le había caído bien.
—¿Y qué clase de nombre es ése para una lechuza? —se extrañó Kleiber.
—Es una palabra china —intervino distraídamente Paula Hagen, a la derecha de Ryo. Tenía los ojos fijos en un libro grueso de pastas de piel.
—¿A ti quién te llamó a la conversación, Hagen? —espetó Kleiber.
Paula frunció sus rubias cejas y alzó la vista, pero dijo nada porque Ryo intervino.
—Se llama Paula, Kleiber. Paula. ¿Quién te crees que eres para hablarle así a la gente?
La niña se quedó inmóvil, mientras que Paula fruncía el entrecejo y veía a Ryo bajo una luz nueva. Se veía que a pesar de ser de naturaleza alegre e inteligente, podía mostrarse duro si la situación así lo requería.
—Y yo me llamo Fanny —replicó Kleiber a su vez —Hablando de nombres, Ryo…
No pudo continuar porque entonces el profesor Lovecraft abrió las puertas del salón, invitando a los alumnos a entrar. Mientras que Kleiber se fue a su asiento habitual, en la primera fila, Ryo se quedó en la parte trasera del aula, extendiendo un pergamino en su mesa y preparando su pluma y su tinta, dispuesto a tomar apuntes. A su derecha, Paula Hagen lo imitaba con movimientos rápidos. En un instante, la clase comenzó y los Ravenclaw's pusieron toda su atención en ella. Cuando terminó, guardaron sus cosas enseguida y luego de una clase particularmente aburrida de Historia de la Magia, partieron al invernadero uno, en los jardines, para su clase de Herbología con los de Slytherin.
—Hola a todos —saludó Ryo a Danielle, Sunny y Walter —¿Hay alguna novedad?
Los tres Slytherin's negaron con la cabeza.
—Danielle¿sigues preocupada por tu hermano? —preguntó Ryo.
—¿Cómo no estarlo? —musitó la rubia —Frida Weasley dijo que iba a ayudarme, pero hasta ahora no he tenido noticias.
—¿Y tú, Ryo? —intervino Walter —Vimos a Ming y a otra lechuza muy elegante llevándote correo.
—Era Hakka —respondió Ryo, tranquilamente —Me trajo un regalo de cumpleaños de parte de papá. Y Ming me trajo algo de parte de Sun Mei.
Los otros tres se miraron entre sí, pero no pudieron hacer comentarios. Fue entonces cuando la profesora Brownfield los llamó desde el invernadero para comenzar la clase.
Los cubículos del Cuartel General de Aurores, en el Ministerio de Magia, siempre son lugares con mucho movimiento. Aquel trece de marzo, el cubículo ocupado por la aurora Holmes era uno de los más activos, pues la aurora estaba tomando importantes declaraciones: las de el matrimonio conformado por George y Alicia Weasley. Aunque ambos habían salido de San Mungo el mes anterior, Holmes no creyó prudente interrogarlos hasta que estuvieran totalmente recuperados, lo cual no ocurrió hasta esas fechas de marzo. Y lo que estaba oyendo no le agradaba nada.
—¿El señor Draco Malfoy? —inquirió con extrañeza la aurora, al oír la respuesta de la señora Alicia a una de sus preguntas —¿Está segura, señora Weasley?
La señora Alicia asintió firmemente, mientras que su marido se notaba impaciente.
—¿Está de acuerdo con eso, señor Weasley? —preguntó la aurora Holmes.
—Claro que estoy de acuerdo —espetó el pelirrojo, frunciendo el entrecejo —Nunca mentiría en un asunto como éste.
Holmes asintió y tomó nota en un pergamino que se encontraba en su escritorio, frente a ella. Acto seguido, alzó la vista.
—Saben lo que su declaración podría significar¿verdad? —les preguntó.
—Claro que lo sabemos —respondió la señora Alicia con repentina indignación —Pero no vamos a dejar que Malfoy se salga con la suya. No puede andar libre como cualquiera y haciendo lo que se le dé la gana.
—Pues por ahora, él está en Azkaban —comentó la aurora —Sin embargo, con su declaración, se aseguran de que no salga en los siete años que durará su actual sentencia.
—Por mí, que nunca salga —masculló el señor George, con furia contenida.
En ese momento, el señor Ron asomó la cabeza por la entrada del cubículo.
—Buenos días, señorita —saludó a su superiora —Disculpe¿para cuándo me dijo que quería el reporte de mi misión en Portugal de hace dos semanas?
—Para mañana, Weasley, por favor —respondió la mujer —Señores Weasley, hemos terminado. Pueden retirarse y que pasen un buen día.
George y Alicia Weasley se pusieron de pie y salieron del cubículo, pasando junto al señor Ron, quien los veía con extrañeza. Holmes, imperturbable como siempre, también salió, dejando al señor Ron muy intrigado. Se dirigía a su propio cubículo cuando se topó con el señor Potter, quien leía atentamente un pergamino bastante largo, y lo llamó.
—¡Eh, Harry¿Sabías que George y Alicia vinieron a declarar?
El señor Potter levantó la vista de su pergamino y asintió, aunque el señor Ron se percató de que su amigo evitaba mirarlo a los ojos. Frunció su rojo entrecejo.
—¿Hay algo que no me hayas dicho, Harry? —preguntó de pronto.
El señor Potter fingió leer un poco, pero las evasivas largas nunca se le habían dado bien. Caminó por el pasillo hasta su propio cubículo, invitando con un gesto al señor Ron a seguirlo. Estaba dispuesto a decirle el motivo de su preocupación cuando se halló con que en el cubículo ya lo esperaba alguien.
—Buenos días, Cho —saludó el señor Potter distraídamente, dirigiéndose a su visitante, la señora Mao —¿Qué se te ofrece¿No deberías estar en las oficinas del Wizengamot?
La señora Mao negó con la cabeza y fijó la vista en el señor Ron.
—Hola, Weasley —saludó fríamente —Harry¿tienes tiempo? Necesito hablar contigo.
El señor Potter frunció el entrecejo, y el señor Ron no se quedó atrás. Era cierto que no habían tenido trato con la señora Mao desde sus tiempos de estudiante, pero no era para que se comportara de esa forma tan seria con ellos. Después de todo, llegaron a ser casi amigos. El señor Potter, preguntándose qué querría la señora Mao, asintió y tomó asiento tras su escritorio. El señor Ron ocupó la silla libre a la derecha de la señora Mao.
—Sí, tengo tiempo —respondió el señor Potter escuetamente, regresando la vista al pergamino que leía. Fijó sus verdes ojos en la orilla inferior del mismo —Sólo permíteme un segundo. Ron¿de qué estábamos hablando?
—De George y Alicia —respondió el señor Ron, impaciente —Harry, te conozco. Sé que me ocultas algo.
El señor Potter soltó un breve suspiro, dejó el pergamino a un lado luego de marcar con su pluma cierto párrafo y se decidió a hablar.
—La señorita Holmes me acaba de decir que George y Alicia reconocieron a quien los atacó. Fue Malfoy, tal como sospechaba.
—¿Qué? —el señor Ron no daba crédito a lo que oía.
—Empecé a sospechar de él cuando estuve aquí el día del atentado, porque a Hermione y a mí nos invitaron a una comida con unos funcionarios —el señor Potter inclinó la cabeza —Algunos se extrañaron de ver llegar sola a la esposa de Malfoy y ella comentó que su marido estaba ocupado con un asunto menor y que llegaría pronto. Pero llegó dos horas después de comenzado el evento y su esposa lo estuvo interrogando bastante. Poco después, en San Mungo, viste que le pregunté a su hijo mayor si sus padres estaban en Londres¿no? —el señor Ron asintió —Él no lo sabía, porque lo habían echado de la casa, pero lo que sí afirmó es que siempre pasan la Navidad en Londres. Así que me pareció muy curioso que Malfoy hubiera llegado tan tarde a una comida ofrecida por funcionarios del Ministerio si se suponía que estaba en la ciudad. Sabes que le encanta adularlos para obtener favores. En eso es idéntico a su padre.
—¿Eso es todo? —el señor Ron sonaba incrédulo —¿Por eso sospechaste de él?
—No, hay algo más —el señor Potter respiró profundamente —Como recordarás, Patrick Malfoy estuvo en San Mungo la noche que internaron a George y a Alicia y que incluso los visitó. Un sanador, cuando le pedí informes acerca de su salud, me comentó que ambos se habían alterado bastante al ver al chico Malfoy y que inesperadamente, George tomó su varita y lo aturdió. Él y Alicia comenzaron a gritarle todo tipo de cosas, y por lo que el sanador escuchó, era evidente que estaban confundiendo al muchacho con su padre. Físicamente, se parecen mucho.
—¿Y George y Alicia? —alegó el señor Ron —¿Qué declararon sobre Malfoy?
—Aún no sé, pero supongo que pronto sabremos. Ahora… —el señor Potter se volvió hacia la señora Mao —Disculpa por haberte hecho esperar, Cho¿qué se te ofrece?
La señora Mao adoptó una expresión seria.
—Quisiera saber si conoces expertos en leyes mágicas —comenzó —Acabo de recibir una carta pidiéndome ayuda, pero no sé mucho. Y mira que soy parte del Wizengamot.
—¿Qué tema? —preguntó el señor Potter con interés.
—Custodia de menores de edad en caso de incompetencia por parte de los padres.
El señor Potter reflexionó un instante.
—No, pero supongo que habrá alguien en el Departamento contra Uso Indebido de la Magia —respondió por fin —Ellos asignan los tutores para los alumnos huérfanos de origen muggle que entran a Hogwarts. Pero también en la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad debe encontrarse alguien que podría ayudarte.
La señora Mao se quedó pensativa largo rato, mirando de reojo al señor Ron, hasta que éste no soportó más y se puso de pie.
—Oye, si quieres hablar a solas con Harry, sólo tienes que pedirlo —comenzó a salir del cubículo, pero entonces la señora Mao lo llamó.
—No es eso, Weasley. Lo que pasa es que la carta que recibí es de una de tus sobrinas.
El señor Ron se detuvo en seco y regresó a su asiento.
—¿Cuál de todas? —inquirió el señor Ron.
—Se llama Frida.
—La hija de Fred… —musitó el señor Ron —¿Para qué querrá saber eso?
La señora Mao se encogió de hombros.
—No sé, pero el caso que expone y para el que me pide consejo es muy específico. Me cuenta que un amigo suyo tiene una hermana menor que acaba de entrar al colegio; el amigo ya es mayor de edad. Sus padres están vivos, pero ahora están incapacitados para cuidar de su hermana y el chico tiene que hacerse cargo de ella. El problema está en que el joven había solicitado un empleo en el extranjero y si lo consiguiera y se fuera, no le darían fácilmente la custodia de su hermana, aunque sea el pariente más cercano. Tendría que renunciar a la posibilidad de ese empleo, lo cual es contradictorio, porque una de las cosas que le pedirán para la custodia es eso: un empleo para sostenerse. La chica pregunta si hay forma de que le permitan a su amigo tener la custodia de su hermana y al mismo tiempo, poder irse con ella al extranjero sin temer que se la quiten y obtener el trabajo que ya solicitó. ¿Ahora ven porqué no puedo ayudarle? Mis conocimientos de leyes mágicas no llegan a tanto.
—Hermione tiene conocidos en la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad —recordó el señor Potter, tomando pluma y pergamino —Le mandaré un memorándum para que te facilite algún nombre, Cho. Seguro no le molestará.
La señora Mao hizo una mueca bastante desagradable, lo que para el señor Ron fue señal de retirada. Mientras tanto, el señor Potter había terminado de escribir el memorándum, lo dobló en forma de avión y luego le dio un golpecito con su varita. Al segundo siguiente, el pergamino levantó el vuelo y se fue directo a los ascensores.
—¿Y Ron? —se extrañó el señor Potter, mirando de un lado a otro.
—Se fue —respondió la señora Mao, poniéndose de pie —Por cierto, Harry¿sabías que nuestros hijos son muy amigos?
—Sí, Hally me contó de tu hijo Ryo —el señor Potter sonrió levemente —Dice que es muy alegre. El más alegre después de Rose, según sus propias palabras.
La señora Mao sonrió y se dispuso a salir del cubículo cuando una voz que pertenecía a una mujer que iba entrando la detuvo.
—Harry¿porqué quieres que le ayude a…? —la mujer, de largo y un tanto enmarañado cabello castaño, se calló de pronto —¡Ah, hola, Cho! No sabía que estuvieras aquí.
—Siéntate, Hermione —le pidió el señor Potter a la mujer castaña, acercándole una silla al instante —Ya que Cho está aquí, podrá explicarte el asunto de una vez¿te importa, Cho? Yo tengo que salir un momento.
Acto seguido, el señor Potter tomó el largo pergamino que había leído minutos atrás y abandonó el cubículo. La señora Mao se sentó nuevamente, ahora mirando con frialdad a la señora Potter.
—Dime, Cho¿de qué se trata? —preguntó la señora Potter con cordialidad.
La señora Mao le explicó detalladamente el asunto de la carta que Frida Weasley le había enviado. Cuando concluyó, la señora Potter se quedó sumamente pensativa.
—Creo saber quién puede ayudar al amigo de Frida —musitó, buscando con la mirada un trozo de pergamino y una pluma en el escritorio de su marido. Cuando los encontró, comenzó a escribir —Cuando le respondas, dale este nombre y este tema —le extendió el trozo de pergamino cuando acabó de escribir —Dile que este hombre es experto en casos como el de su amigo, y que el tema es por el que debe preguntar. Seguro él encontrará algo que pueda ayudarle. Fue mi amigo en un curso sobre legislación mágica internacional que ofreció el Ministerio hace años. Que Frida le diga que yo lo recomendé.
La señora Mao tomó el pergamino que la señora Potter le ofrecía, lo leyó una sola vez y luego, doblándolo cuidadosamente, se lo guardó en un bolsillo. Luego miró de nueva cuenta a la señora Potter, pero esta vez con menos frialdad que antes.
—¿Sabes una cosa, Hermione? —dijo, poniéndose de pie —Nunca supe porqué Harry preferiría a alguien como tú, en serio. Pero creo que ahora lo sé.
La señora Potter frunció el entrecejo, perspicaz. Sabía que antes de ella, la señora Mao había ocupado un lugar muy especial en el corazón de su marido.
—Eres como él —aseguró la señora Mao, estando a punto de marcharse —No en vano estuvieron en la misma casa y se hicieron tan amigos. Aunque a primera vista no se note, los dos son muy parecidos. Me da gusto que Harry tenga a alguien como tú a su lado.
La señora Potter no supo qué decir, pero la señora Mao, sonriendo, sí.
—De nada —musitó y salió del lugar.
(1) Hakka, en chino, significa huésped o extranjero
