Inicio de cuenta regresiva: Diez capítulos antes del final.
Cincuenta¿El trece es de buena o mala suerte?
Ryo parecía convencerse, a medida que el trece de marzo llegaba a su fin, que el trece era un número de mala suerte. En todo el día, sus amigos no le dirigieron ni una sola palabra de felicitación, y eso que pudo verlos a todos en la clase de Encantamientos, antes del almuerzo. Y ahora que lo recordaba, cuando les mencionó el tema a Danielle, a Sunny y a Walter, se quedaron de cierta forma sorprendidos. ¿Acaso lo habían olvidado? Bueno, su familia no lo había hecho: Hakka le había llevado un estupendo regalo de parte de su padre, y Ming, le había hecho llegar uno de parte de su hermana mayor. Pero eso no le quitaba de la cabeza que sus amigos parecieran haberse olvidado de su cumpleaños.
—Ánimo, Ryo —le dijo Sun Mei a la hora de cenar, estando sentada a su lado —¿Qué te pasa, no te sientes bien?
Ryo tenía frente a sí un plato con pollo y papas, pero casi no había probado bocado.
—Mamá también lo olvidó —pensó, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
—¿Qué dices? —Sun Mei lo veía de manera perspicaz a través de sus anteojos ovalados para leer. Tenía frente a su plato un libro delgado, que mostraba varias pinturas muggles famosas, apoyado en su copa dorada.
—¿Porqué mamá no me enviaría algo? —soltó de pronto Ryo, viendo a la joven.
Sun Mei comprendió de pronto lo que su hermano quería decir, y se quitó los anteojos con una mano al tiempo que tomaba el libro con la otra y lo cerraba.
—Mamá debe estar ocupada —intentó conciliar ella —La conoces. Cuando se sumerge en el trabajo, se le borra todo lo demás.
Ryo asintió, pues Sun Mei tenía razón. Su madre de verdad era así.
—Por cierto, vi a uno de tus amigos antes de venir a cenar —comentó la chica, sosteniendo su copa —Por los colores de su uniforme, supe que era de Gryffindor.
—Henry es el único de Gryffindor —aclaró Ryo.
—Bueno, supongo que era él. Me dijo que por favor te avisara que él y los demás te esperan en el séptimo piso, en el sitio de costumbre de estas fechas. No sé qué querría decir con eso y le pregunté, pero tenía prisa. Lo único que dijo es que tú entenderías.
Ryo frunció sus oscuras cejas y pensó por un instante. En el séptimo piso… ¿cuál era el sitio de costumbre en el séptimo piso para esas fechas? Entonces lo supo: esas fechas eran los cumpleaños que habían celebrado hasta el momento. Se puso de pie de un salto.
—Gracias por el recado, hermana —dijo, dejando su cena a medias —Y por el regalo.
Sun Mei sonrió sutilmente, sonrojándose un poco, y volvió a abrir su libro. En tanto, Ryo salió del Gran Comedor no sin antes echarle una discreta ojeada a las otras mesas. En la de Gryffindor, había algunos lugares vacíos entre Diane Creevey y Martin Fullerton. En la de Hufflepuff, Vivian Malcolm y Joan Finch–Fletchley eran separadas por dos asientos vacíos y en la de Slytherin, Patrick Malfoy y William Bluepool se veían demasiado solitarios. Eso sólo le confirmaba que se había equivocado rotundamente al creer que sus amigos habían olvidado su cumpleaños.
—Creo que tendré que disculparme —musitó, antes de salir al vestíbulo.
No se dio cuenta que en su propia mesa, también faltaba alguien.
—Oigan, gracias por invitarnos otra vez.
—No es nada, es un placer.
Hally estaba coordinando el adorno especial de la Sala de los Menesteres para la fiesta de Ryo. Ella no había olvidado el cumpleaños de su amigo, pero se sorprendió mucho cuando poco antes de la clase de Encantamientos, Danielle, Sunny y Walter se le acercaron y le contaron, apenados, que ellos sí lo habían olvidado.
—Hally, no sabemos qué nos pasó —confesó Danielle —A mí nunca me había ocurrido.
—Es que tú tienes muchos problemas ahora, es normal —trató de tranquilizarla Walter.
—Eso no es excusa, conozco a Ryo desde antes de entrar al colegio —replicó la rubia.
—Yo sí recordaba que su cumpleaños era este mes —comentó Sunny —Incluso compré el regalo la semana pasada. Lo que no podía recordar era el día.
—Tranquilos, no pasa nada —aseguró Hally —Oigan¿qué les parece si fingimos, el resto del día, que no nos acordamos, y nos guardamos el festejo para después de cenar? Así, si ustedes no tienen aún un regalo para Ryo —miró a Walter y a Danielle —tendrán tiempo de mandar pedir algo de Hogsmeade.
—¡Qué buena idea, Hally! —Danielle logró sonreír —Yo ya tenía algo escogido para Ryo, pero no me había dado tiempo de ordenarlo. Lo pediré en cuanto acabe la clase.
—Yo te acompaño —se apuntó Walter —Estoy en las mismas que tú.
—¿De quién dicen que va a ser cumpleaños? —intervino alguien de pronto a espaldas de Hally. Los niños giraron la cabeza para darse cuenta de que era Paula Hagen, de Ravenclaw, junto con su amigo de Hufflepuff Bryan Radcliffe.
—De Ryo —indicó Amy, tranquila como siempre.
—¿Puedo ayudar en algo? —quiso saber Paula —Ryo me simpatiza, y le debo un favor.
—¿Porqué no vienes a la celebración? —invitó Amy —Será en el mismo lugar donde fue la fiesta por mi cumpleaños, después de cenar. Pero no se lo digan a nadie más —añadió enseguida, al ver que Paula abría la boca para hablar.
—¿Puedo ir yo también? —inquirió Bryan, algo tímido.
—Sí¿porqué no? —aceptó Hally —Sólo voy a avisarles a Rose y a Henry.
Hally se retiró de ellos y fue con sus otros dos amigos, que conversaban con Procyon Black. Henry vio a Hally y la llamó con un gesto de mano.
—¿Alguna novedad, Hally? —le preguntó Rose —Te vimos hablar con Danielle y los demás. También con Hagen y Radcliffe.
Hally les explicó el asunto de la celebración para Ryo y Procyon, que no se había retirado lo suficiente, escuchó todo, e intervino repentinamente.
—¿Puedo ir yo también? Me gustan mucho las fiestas.
Los tres amigos Gryffindor's se miraron entre sí, pensándolo por un momento. Mientras estaban callados, se acercó Thomas Elliott a Procyon y ambos se pusieron a conversar en susurros de algo en apariencia gracioso, pues a los cinco segundos, estaban riéndose en voz baja, con mucho entusiasmo.
—¿Ustedes qué opinan? —les preguntó en voz baja Hally a Rose y a Henry, aprovechando la distracción de Procyon.
—A mí no me importaría —respondió Henry —Procyon me cae bien. Y a Rose ni le preguntes, porque ella te dirá que lo adora —agregó, en son de broma.
Rose le lanzó una mirada asesina a Henry y sus orejas se pusieron un tanto rojas.
—Entonces, le diré que está invitado —Hally miró a Procyon, cuchicheando con Elliott, y se le ocurrió una idea —¿Y si también invito a Thomas?
—Yo no confío del todo en él —se sinceró Rose —Es simpático y todo, pero no deja de ser un Slytherin.
—Es como si pensaras eso de Walter —replicó Hally, haciendo una mueca.
—No, no es eso, es sólo que…
—Buenos días, niños —saludó la profesora Nicté desde las puertas abiertas del aula —Lamento el retraso. Pueden pasar.
Aquel día la profesora Nicté lucía una túnica color amarillo claro, y su mano derecha, un guante del mismo color. Su tez morena se acentuaba y sus ojos grises lucían un poco más alegres de lo habitual. Los niños no tuvieron oportunidad de seguir hablando hasta que después de sentarse en sus pupitres, la profesora le ordenó a Emily Lancaster pasar a recoger las redacciones que había dejado de tarea. Fue entonces cuando Hally, girándose para ver el pupitre detrás de ella, le musitó a Procyon.
—Puedes ir a la fiesta, será después de cenar en la Sala de los Menesteres. Y dile a Thomas que también puede ir.
Procyon asintió y el resto de la clase no volvieron a cruzar palabra. Ahora, estando arreglando un poco el lugar, Procyon le había agradecido a Hally la invitación, luego de lo cual Thomas no se quedó atrás.
—A mí me agradan las fiestas de cumpleaños —comentó, luego de agradecer la invitación —Siempre y cuando no sean las de mis hermanos. Scott es algo tranquilo, pero cuando él, Sydney y Skye (1) están juntos, no hay quién los aguante.
—Todos esos nombres empiezan con ese¿verdad? —notó Paula Hagen, trepada en una silla, colocando un adorno de papel en el techo.
Thomas asintió.
—Fue una apuesta de mis padres. Cuando mis hermanos iban a nacer, papá decía que serían más niñas que niños y mamá decía lo contrario. Así que decidieron que quien acertara, tendría derecho a escoger los nombres de los tres con su misma inicial. Papá acertó, pero ganó a medias, pues el nombre completo de Skye es Skye Charlotte Elliott. Ella se parece mucho a mamá.
Casi todos los presentes rieron con la anécdota, pues les pareció gracioso que los nombres de los hermanos de Thomas fueran producto de una apuesta. Rose, en cambio, no se rió, pues a ella le había pasado algo semejante. Su madre le contó que su nombre se lo debía a su padre y todo porque él juró todo el tiempo, antes de que ella naciera, que tendría una hija. Thomas pasó entonces por su lado, cargando una silla.
—¿Porqué esa cara, Rosaline? —inquirió el niño, luciendo una de sus usuales sonrisas.
Rose frunció el entrecejo, cosa que Thomas no dejó de notar.
—Perdón¿dije algo malo? —quiso saber.
Rose se apresuró a negar con la cabeza.
—Sólo papá me llama por mi nombre completo —declaró.
Thomas asintió y fue a dejar la silla en su lugar, alrededor de una mesa rectangular donde había un montón de comida, sobre todo un pastel redondo cubierto de betún de vainilla, el sabor favorito de Ryo. No volvió a hablarle a Rose hasta que Amy, que asomaba la cabeza de vez en cuando por la puerta, anunció con voz emocionada.
—¡Ahí viene Ryo! Todos a sus puestos.
Los niños obedecieron en el acto y la luz del candelabro fue extinguida por Henry y su varita. En ese momento, Ryo llegó al lugar, abrió la puerta lentamente, asomó la cabeza y justo entró y cerró la puerta tras sí, las velas del candelabro volvieron a encenderse y oyó a muchas voces alegres gritar.
—¡Sorpresa¡Feliz cumpleaños, Ryo!
Ryo la pasó de maravilla, aunque admitió que la fiesta había durado poco. Como a los alumnos de primer año no les permitían estar en los pasillos después de las ocho treinta, el grupo tuvo que interrumpir la celebración a las ocho, para que todos pudieran llegar a buena hora a sus salas comunes. Ryo se fue muy contento, acompañado por Paula Hagen, quien se había ofrecido a ayudarle a cargar sus regalos, cosa que él rechazó.
—No hace falta —afirmó él, con una ligera sonrisa, y por eso ahora caminaba con las manos llenas de obsequios de todos colores y formas.
Los regalos de sus amigos habían sido estupendos, pero de todos, los de Danielle y Hally encabezaban la lista de sus favoritos. Hally le había regalado una miniatura de un dragón al que él sólo había visto en libros: un bola de fuego chino, un dragón rojo con un extraño borde de púas doradas alrededor de la cara y que de vez en cuando, los sorprendía a todos lanzando pequeñas llamaradas al aire en forma de hongo. Y el regalo de Danielle también tenía que ver con dragones, pero el suyo había sido un libro con ilustraciones mágicas a todo color y que llevaba por título Dragones de todas las latitudes y dónde encontrarlos. Se propuso leerlo en sus ratos libres.
Paula iba muy silenciosa a su lado, y Ryo pensó que meditaba algo de verdad importante, pues no dejaba de mirar al frente, pero con la vista perdida. Y también notó que se metía la mano derecha al bolsillo de su túnica con mucha frecuencia.
—Bueno, llegamos —anunció Ryo, al estar frente a la puerta de hierro grueso y de aspecto duro que era la entrada a su sala común —¿Podrías decir la contraseña, Paula?
Paula asintió, musitó la contraseña en voz apenas audible (Biblos) y empujó la puerta, para luego dejarle el paso libre a Ryo. El niño le sonrió en señal de agradecimiento y entró, pero antes de llegar a la sala común, la cual estaba a medio llenar por alumnos mayores (sobre todo de quinto y séptimo), Paula lo detuvo tan bruscamente que hizo que los regalos que llevaba se le cayeran al suelo.
—¡Gott, perdón, Ryo! —se disculpó ella enseguida, ayudándole a recoger todo.
—No hay problema¿pero porqué me detuviste?
—Es que… tengo algo para ti. Por tu cumpleaños —Paula volvió a meter la mano derecha en su bolsillo, sacando una pequeña caja de cartón marrón, con un moño azul encima por todo adorno —Quise dártelo antes, pero…
Ryo tomó la pequeña caja e intentó abrirla, pero tenía las manos ocupadas.
—Voy a dejar todo esto en mi dormitorio y regreso¿sí? —le indicó a Paula —Espérame junto a la chimenea.
Paula asintió, nerviosa, y lo vio irse por la escalera que llevaba al dormitorio de los chicos. Se encaminó a una de las butacas cercanas a la chimenea y allí se encontró con Fanny Kleiber, charlando alegremente con Marianne Bridge, quien la oía atentamente. Le dirigió una mirada de soslayo y procuró sentarse lo más alejada de Kleiber. Se quedó muy pensativa, mirando el crepitar del fuego, cuando una mano le palmeó levemente el hombro. Se volvió y se encontró con el rostro moreno y sonriente de Ryo.
—Te lo agradezco mucho —dijo él, sentándose en la butaca libre que había a su derecha —El regalo es muy original. Pero sólo había visto algo parecido en libros.
Paula se encogió de hombros.
—Mi familia los conoce bastante bien —comentó Paula, regresando su mirada al fuego.
Ryo asintió, recordando que la familia de Paula era de origen alemán. El regalo de la niña había consistido en un animal en miniatura muy similar al dragón que Hally le obsequió, pero el de Paula había sido un cuervo. Un collar dorado que portaba al cuello, tenía escrita la palabra Huginn (2) con letras negras grabadas, como si ése fuera su nombre. En cuanto Ryo le pasó levemente un dedo por el oscuro pico, el cuervo había comenzado a moverse y a revolotear por el dormitorio, hasta acabar posándose en la cabecera de su cama. Se arregló las plumas con el pico y se quedó dormido.
—¿Es uno de esos cuervos Wotan (3), verdad? —quiso saber Ryo.
—Sí, lo es —Paula sonrió levemente —Puede ir a donde sea, y cuando lo necesitas, acude a ti y te cuenta lo que haya visto en sus vuelos. Y sólo tú puedes entender lo que dice, porque los demás sólo escucharán graznidos de su parte.
—¿Y cómo se te ocurrió darme ese cuervo?
—Bueno, yo ya tengo a Muninn (4) —respondió Paula, sin darle importancia —No creí necesitar a Huginn y pensé que te sería útil.
—¿Tú tienes uno igual? —Ryo se sorprendió.
—No es igual. El mío tiene un collar plateado en vez de dorado. Esos cuervos fueron un regalo de mi padre.
—Entonces no debiste darme un regalo así —replicó Ryo con suavidad.
—No hay problema. Además, para serte sincera, Huginn no se portaba bien, se peleaba con Muginn todo el tiempo. Créeme, es mejor así.
Se quedaron en silencio por un rato, hasta que a Ryo se le ocurrió preguntar.
—Paula¿tú crees que el trece sea de mala suerte?
—No —contestó ella firmemente.
—¿Porqué?
—Porque mi cumpleaños es un día trece. De hecho, será el mes entrante.
—Pues a mí me da mala suerte. No mi cumpleaños, pero cualquier otro trece, sí.
Paula sonrió ampliamente y no hizo comentarios. De pronto, Marianne Bridge y Fanny Kleiber se pusieron de pie, estiraron los brazos y se encaminaron a las escaleras que conducían a su dormitorio, cuando entonces Kleiber se fijó en Paula.
—No vayas a pelear con Paula otra vez, Fanny —susurraba Marianne.
Kleiber la ignoró y se paró delante de Ryo, cosa que a él lo sorprendió.
—Tenemos un asunto pendiente, Ryo —le dijo.
El niño se encogió de hombros.
—No sé de qué hablas, Kleiber —repuso.
—¿Porqué no me llamas por mi nombre? —quiso saber Kleiber, frunciendo el entrecejo.
—Porque no creo que te lo hayas ganado —respondió simplemente Ryo —Por si no sabías, Kleiber, la cultura de mi familia cree que no debes llamar a alguien por su nombre de pila a no ser que sean parientes o personas cercanas. Y tú, lamento decirlo, no eres más que mi compañera de curso y casa.
—¿Y Hagen? —se extrañó Kleiber —¿Acaso ella se ganó semejante honor?
—Por supuesto.
Kleiber puso una expresión más hosca de lo que Paula podía imaginarse.
—No me hagas reír —dijo, al cabo de unos segundos —¿Tienes idea de la clase de gente que son los Hagen? Nadie en su sano juicio se relaciona con ellos.
Paula la miró con incredulidad, pero no se atrevió a replicarle. Lo único que hizo fue inclinar la cabeza, pensando que era horrible tener que aguantar las palabras de Kleiber por ser cierta. Nadie en Alemania quería a su familia. Por eso ella había nacido en Austria.
—¿Porqué mejor no dejas a Paula en paz, Kleiber? —exigió Ryo. Sonaba francamente molesto —Ni que tú fueras perfecta.
Kleiber iba a replicar de nuevo, pero entonces Sun Mei se les acercó, con una lechuza de plumaje oscuro de buen tamaño en el hombro y un paquete en las manos.
—¡Ryo, mira, es Xian (5)! —Sun Mei estaba muy sonriente —¿Lo ves? Mamá no se olvidó de ti. Solamente se retrasó un poco.
Ryo sonrió ampliamente, se puso de pie y tomó el paquete que su hermana le ofrecía. Kleiber, al notar la insignia de prefecta en el pecho de Sun Mei, hizo una mueca y se retiró, seguida de cerca por Marianne. Paula las vio alejarse, decidida a no subir a su dormitorio hasta que estuvieran bien dormidas, lo que lamentó. Kleiber era muy parlanchina y sabía cómo cautivar a la gente con sus relatos. Tendría que dormirse tarde esa noche, lo que no le agradaba en absoluto.
—¡Vaya, es estupenda! —Ryo había abierto su regalo, el cual consistía en una snitch de entrenamiento, que se distinguía de una snitch normal por ser de color blanco en vez de ser dorada. La pelota revoloteó lentamente por encima de la cabeza de Ryo hasta que el niño la tomó y se la guardó en un bolsillo —Tengo que escribirle a mamá para agradecerle. Y a papá también. ¡Gracias, hermana!
Ryo abrazó a Sun Mei, quien lo miraba sonriente, y luego la joven se retiró, acercándose a una mesa donde estaban sus amigas de séptimo concluyendo unas redacciones bastante largas. Mientras tanto, Ryo se sentó de nueva cuenta a la derecha de Paula, mirando a su compañera de casa por el rabillo del ojo. Tal vez ella tuviera razón: tal vez el trece, cuando estaba en el cumpleaños de uno, no era de mala suerte.
Marzo se fue exactamente como su clima: como un vendaval. Aquel marzo sería recordado en Hogwarts como uno de los meses más ventosos de los últimos años, pues ese mismo viento hacía que las lechuzas se desviaran del rumbo y no entregaran el correo a tiempo. Así las cosas, llegó abril y las vacaciones de Semana Santa estaban a la vuelta de la esquina. Los alumnos de quinto y séptimo eran los más quejumbrosos en esos días, pues las vacaciones no serían para ellos lo que se dice relajantes. Tenían tanta carga de trabajo que a duras penas le ponían atención a otra cosa, y el motivo de ese comportamiento eran dos cosas: TIMO'S y ÉXTASIS.
— No puedo creer que necesite tanto para salir bien en los exámenes —masculló Dean Longbottom el primer jueves de vacaciones, sentado en la biblioteca, con un montón de libros a ambos lados. Era una linda mañana de primavera, pero él y varios compañeros de curso estaban atrapados en una montaña de tareas.
Se calló al ver que el señor Milton pasaba junto a su mesa y prefirió concentrarse en la escritura. Unas mesas más allá, los Cuatro Insólitos no tenían en la mente las picardías de siempre. Estaban muy concentrados en terminar sus tareas, pues serían parte importante de sus calificaciones finales y querían salir lo mejor posible. Los acompañaban Sun Mei Mao, Patrick Malfoy y William Bluepool, aunque a la derecha de Ángel se pudo ver un tintero, una pluma y un pergamino abandonados. Cinco segundos después, ese lugar lo ocupó Rebecca Copperfield, cargando cinco libros bastante gruesos.
—No puedo creer que nos hayan dejado tanto trabajo —le alcanzó uno de los libros que cargaba a Frida, otro a Sun Mei, uno más a Patrick y ella empezó a hojear otro, dejando el último junto a ella —¿Qué creen que somos, robots?
—Cálmate un poco, Copperfield —pidió William amablemente —No nos pedirían tanto trabajo si no supieran que nos ayudará. Además¿crees que eres la única que tiene ganas de echar todo por la borda? Yo ya me harté de este proyecto para Cassidy. A veces me pregunto porqué me quedé en esta materia.
—Nosotras también nos preguntamos eso de vez en cuando —aceptó Gina —Pero nos contestamos que Cassidy es muy divertido¿verdad, Frida?
Frida, concentrada en el libro que Rebecca acababa de pasarle, asintió distraídamente.
Los alumnos de otros grados no tenían ese exceso de trabajo, pero también estaban un poco agobiados. Los de cuarto curso, porque el año siguiente harían sus TIMO'S; los de sexto, porque al año siguiente les tocarían sus ÉXTASIS y los de primer año, porque apenas estaban empezando. De hecho, la Orden del Rayo estaba en su sitio de reuniones habitual, bajo aquella enorme haya junto al lago, terminando sus últimas tareas por ese día: las de Pociones, las más largas y desagradables.
—Quisiera saber para qué rayos nos sirven todas estas tareas —se quejó Rose, tachando una palabra de su redacción sobre la poción para olvidar —Snape no sabe mas que arruinarnos los mejores momentos de la vida. Con perdón tuyo, Sunny.
Sunny se encogió de hombros, escribiendo velozmente en su propio pergamino.
—Una cosa es Snape el tutor y otra, el ogro negro que es el profesor de Pociones —comentó con sinceridad —Eso lo sé desde hace tiempo.
—Oigan, chicos¿qué hora es? —inquirió Ryo de pronto, tomando su redacción sobre una poción para curar furúnculos que había puesto a secar, poniéndole un par de piedras en los extremos para que no se la llevara el viento —Tengo algo qué hacer.
—Son las tres —respondió Walter de inmediato.
—¿Y qué es lo que tienes qué hacer? —quiso saber Amy.
Pero Ryo, al escuchar las palabras de Walter, enrolló rápidamente el pergamino, lo guardó en la mochila y se puso de pie.
—Luego les cuento, ahora voy aprisa¡nos vemos! —y sin decir más, se fue corriendo.
Tenía bastante prisa y esperaba que aún siguiera allí. La había visto muy afanada en una mesa de la sala común, alejada de sus compañeras. Y así encontró Ryo a Paula Hagen, exactamente como la había visto aquella mañana. Se preguntaba porqué no hacía las tareas con las demás chicas de Ravenclaw, pero no quería parecer demasiado entrometido al preguntárselo. Sin que la niña lo viera, subió a su dormitorio, dejó sus cosas, abrió su baúl y buscó lo que necesitaba. Cuando lo encontró, se lo guardó en un bolsillo y bajó de nueva cuenta a la sala común.
Paula seguía en su sitio, escribiendo con una calma que a Ryo le recordó a Amy. Ella también escribía así, como si tuviera todo el tiempo del mundo, lo que le provocó una sonrisa al niño. Se acercó lentamente y cuando estuvo a una distancia prudente, la llamó.
—Hola, Paula¿interrumpo?
La niña dio un leve respingo y levantó la cabeza.
—No, creo que es todo por hoy —respondió, dejando la pluma a un lado —No logro concentrarme. ¿Qué se te ofrece?
—Bueno¿sabes qué día es hoy?
—Claro que lo sé —Paula se mostró sorprendida —¿Porqué?
Por respuesta, Ryo sacó una pequeña caja negra de terciopelo del bolsillo y se la dio.
—Feliz cumpleaños —le dijo, sonriendo levemente.
Paula tomó la caja, titubeante, para luego abrirla. En ella se encontraba un dije de cristal azul, en forma de dragón, con cadena plateada. En el cuello, bajo su pico, parecía tener una especie de collar de plata y en éste, una rosa del mismo metal.
—Es bellísimo —logró musitar Paula, cautivada —¡Muchas gracias, Ryo!
La niña abrazó a Ryo por impulso, por lo que él se quedó algo confuso hasta que comprendió que ella estaba muy contenta. Unos segundos después lo soltó y se puso a admirar más detenidamente la joya. Realmente era bella, una de las cosas más bellas que había visto en su vida. Y el hecho de que tuviera una rosa, su flor favorita, para ella era un buen augurio.
—Noté que te gustan mucho las rosas —comentó Ryo entonces, ya recuperado de la impresión por el abrazo repentino de Paula —Fue fácil ponerle una al dragón. Mi hermana Sun Mei me ayudó a hacerlo.
—¿Porqué me regalas un dragón? —quiso saber Paula.
—Dicen que los dragones Umi, los dragones del agua, son de buena suerte. Y creo que mientras convivas con Kleiber, vas a necesitar toda la suerte del mundo.
Paula sonrió, pero no de la forma en la que la había visto Ryo hasta la fecha. Era una sonrisa mucho más abierta, bonita y honesta. En ese momento, un diminuto cuervo llegó volando desde la escalera que llevaba al dormitorio de las chicas y se posó en el hombro de Paula, acercándole el pico y emitiendo lo que para Ryo fueron sólo débiles graznidos.
—Gracias, Muninn —le dijo Paula al cuervo, luego de lo cual la pequeña ave levantó el vuelo y salió por una de las ventanas —Muninn dice que tu amiga Sunny recibió una lechuza hace como cinco minutos y que te está buscando para informarte lo que dice.
Ryo frunció el entrecejo.
—No creo que sea por lo de su tutela, eso ya se resolvió —comentó —Bueno, mejor voy a ver qué quiere. Hasta luego, Paula.
—Hasta luego.
Ryo atravesó la sala común, salió por la puerta de hierro y caminó con rapidez por los pasillos, bajando escaleras. Cuando llegó al vestíbulo, pudo encontrar a todos sus amigos reunidos junto a las puertas que daban a los jardines, mirando de vez en cuando al interior del castillo. En eso, Amy lo descubrió y le hizo un gesto de mano para indicarle que se acercara.
—¿Qué pasa? —les preguntó el chico —¿Acaso quedó algo pendiente?
—¿Porqué viniste? —quiso saber Walter a su vez.
Ryo le explicó la razón, mencionando de paso el regalo que Paula le había hecho el mes anterior como regalo de cumpleaños. Cuando terminó, volvió a preguntar qué sucedía y justo cuando Henry había abierto la boca para mencionarle algo, Danielle señaló al interior del castillo con una mano.
—Ahí viene Sunny. Ya podremos enterarnos.
Sunny venía caminando de forma algo lenta, mirando fijamente un pergamino que llevaba en su mano derecha. Al alzar la vista y notar la presencia de Ryo, apuró el paso.
—¿Dónde andabas? —le preguntó la niña al Ravenclaw.
Ryo iba a explicarlo de nuevo, pero Hally lo detuvo.
—Luego se lo cuentas, Ryo. Sunny¿qué dice la carta?
Sunny observó de reojo el pergamino que tenía, alzó la vista y por un momento, no pudo pronunciar mas que una sola palabra.
—Will —musitó claramente, con la mirada perdida.
—¿Me hablaban? —justamente pasaba por allí William Bluepool, acompañado por Patrick Malfoy y las primas Weasley, camino al Gran Comedor —¿O era a otro Will?
Los demás niños quisieron contestarle al joven, pero al no saber cómo, se encogieron de hombros. William frunció el entrecejo pero no dijo más, porque entonces Gina Weasley lo tomó del brazo y lo condujo suavemente al Gran Comedor.
—¡Vamos, Will, tenemos hambre después de trabajar tanto! —comentó Frida, sonriente y adelantándose con Patrick —Tráelo, Gina. Que platique luego.
Bluepool se dejó llevar por Gina, dejando a los niños continuar su conversación.
—¿Quién es Will? —le preguntó Danielle a Sunny.
—Mi hermano —respondió Sunny distraídamente.
Eso desconcertó bastante a sus amigos.
—Pero Sunny, tú… —comenzó Henry lo más amable que pudo.
—Sé lo que soy, Henry, y sé lo que digo —de pronto, Sunny parecía haber despertado de un trance —Y también sé que les resulta difícil creerme, pero es la verdad. Will es mi hermano… y la señora del Ministerio que me envió esto dice que ya casi lo encontró.
Acto seguido, mientras el resto del alumnado iba a comer, Sunny se dedicó a contar la historia de su hermano. Historia que si era posible, era más increíble que la suya.
(1) Skye es el nombre de una isla al noroeste de Escocia, se pronuncia de manera parecida a sky cielo). Es la mayor de las islas Hébridas.
(2) Huginn era el nombre de uno de los cuervos de Odín, el dios supremo de la mitología escandinava. Representaba el pensamiento y volaba siempre por el mundo, para llevarle noticias al dios.
(3) Wotan es el otro nombre de Odín.
(4) Muninn era el otro cuervo de Odín, que tenía la misma labor que Huginn. Representaba a la memoria.
(5) Xian es una palabra que comúnmente designa a los inmortales en la religión china. Se pronuncia jian.
