CUENTA REGRESIVA: NUEVE CAPÍTULOS ANTES DEL FINAL.
Cincuenta y uno: Buscando familias y formando familias.
Will era el único rastro que a Sunny le quedaba en la memoria de una persona que ella sabe que existe. Está tan segura de ello como de que ahora sabe que es bruja.
—En realidad, lo había olvidado por mucho tiempo —intentó hacerle ver a sus amigos, cuando ellos le pidieron con miradas de confusión, que explicara quién era Will —Empecé a recordarlo cuando vino la aurora Holmes y la señora del velo rojo, la del Departamento de Misterios, para decirme lo de mi tutela. La aurora me contó que mamá había muerto y fue como si de repente me volviera todo a la cabeza. Yo tenía un hermano mayor, lo juro. Sé que suena ridículo, pero…
—Nadie diría eso —interrumpió Hally con aplomo —Al menos ninguno de nosotros. Si lo hiciéramos, no seríamos tus amigos.
Ese comentario alentó a Sunny.
—Empecé a recordar poco a poco —continuó Sunny tras un momento de silencio —Era como si estuviera sacando cosas de debajo de la tierra. Recordé las peleas de mis padres, sus gritos, todo. Y cuando pensé que no podía recordar algo más desagradable, me vino a la memoria lo que sabía de Will…
Inicio de remembranza
La casa de los Wilson era sombría, se mirara por donde se mirara. Cualquiera que pasara frente a ella lo pensaba, aunque fuera por un segundo, y no podía evitarlo. A pesar de tener un bonito jardín, floreado en primavera y nevado en invierno, y alegre pintura color paja en la fachada, el aspecto sombrío nadie se lo quitaba. Y el primer signo estaba en las ventanas: estaban protegidas por barrotes, como si fueran ventanas de prisión. Y el detalle siguiente eran los constantes gritos que salían de aquella casa.
—¿Porqué mejor no te largas a trabajar? —gritó una mujer pálida de cabello corto, rubio y ondulado, un día especialmente gris, con el cielo nublado por completo.
—¡Como quieras! —espetó un hombre de cabellos castaños y ojos claros, completamente opuesto físicamente a la mujer con la que discutía —Ojalá cuando regrese no estés de tan mal humor. Y no quiero que hagas ninguna de tus brujerías¿entendiste?
Acto seguido, el hombre salió de la casa dando un portazo.
Los vecinos, que veían y oían todo pero fingían no hacerlo, lo miraban de reojo cada vez que salía o entraba de la casa. Siempre era lo mismo, pero no se explicaba porqué la mujer seguía con él. Y porqué se había arriesgado a tener una hija con semejante tipo. La niña era considerada muy extraña, empezando porque no se parecía a ninguno de sus padres y terminando con que no salía de la casa mas que cuando su madre la sacaba a pasear. Pero no saldría ese día, después de otra de las peleas de sus padres.
—Mamá¿vamos al parque hoy? —le preguntó una niña pequeña, de cabello castaño y ondulado y ojos oscuros a la mujer en el interior de la casa —Por favor…
—No molestes, Sunny —soltó la mujer con impaciencia, dejando a la pequeña sola.
La niña puso una carita bastante triste. Apenas tenía tres años, pero era como si tuviera diez. A tan corta edad, sabía cuando tenía que dejar de lado lo que quería para ayudar a alguien más.
—¿Estás triste hoy? —le preguntó a su madre.
La mujer, que andaba de un lado para otro en la sala, miró a la niña con cierto desdén.
—Mejor vete a tu cuarto, Sunny. No estoy de humor.
La pequeña sostuvo con fuerza un desgastado oso de peluche, y se aguantó las ganas de llorar mientras subía lentamente las escaleras. Caminó por el pasillo y llegó a su habitación, diminuta y con una de aquellas ventanas enrejadas bañada de luz, y se trepó con dificultad a la cama que había abandonado escasas dos horas antes. Había tenido la esperanza de que sería uno de esos días en que su madre estaba de buen humor y la sacaba a pasear, pero al parecer, se había equivocado. Se escondió entre las sábanas y esperó largo rato, tratando de no fijarse en nada, y pequeña como era, se quedó dormida sin querer. Sólo despertó cuando sintió que la zarandeaban con insistencia.
—¡Sunny, despierta¿De dónde sacaste ese oso?
La niña abrió los ojos y vio el rostro severo de su madre con la mirada fija en ella, pero volteando constantemente a ver al oso que su hija sostenía. Era un oso que había encontrado hacía pocos días en un baúl abandonado de una de las habitaciones, de pelo claro y un pequeño moño azul al cuello, y tan suave que le encantaba abrazarlo. O tal vez le encantaba abrazarlo porque sus padres no le permitían hacerlo.
—Estaba en un baúl en el cuarto del fondo, mami —respondió la niña, temerosa.
—¿Y quién te dio permiso para entrar ahí¿No te dijimos tu padre y yo que ese cuarto no se debe abrir?
—Pero es que quería verlo…
—¡Ni una palabra más, Sunny! Dame ese oso, no es tuyo.
La mujer le arrebató el juguete, lo que hizo que su hija rompiera a llorar.
—¡A mí me gusta, mamá¡Por favor, dámelo!
—Ya te dije que no es tuyo.
—¿Entonces de quién? Dámelo, mami.
—No, no te lo doy. Y si lo buscas, se lo diré a tu padre.
La pequeña Sunny se calló. Su padre… la mayor amenaza que ella conocía. Sobre todo cuando llegaba muy tarde y con aquel olor raro que tanto le desagradaba. Dejó que su madre se llevara el juguete y ella volvió a meterse entre las sábanas. Allí se quedó hasta que un viejo reloj de pie dio dos campanadas. La hora de comer. Bajó de su cama, se puso las pantuflas rosadas y desgastadas que encontró bajo su cama y se dispuso a ir al comedor. Si no llegaba pronto, su madre pensaría que estaba dormida y no le daría comida sino hasta cerca de la hora de cenar. Bajó con cuidado los escalones, atravesó un pasillo y la sala y llegó al comedor. Su madre estaba sirviendo un plato con sopa.
—Siéntate —le ordenó la mujer y la niña obedeció con dificultad.
Comieron en silencio, siempre lo hacían. Y cuando terminaban, Sunny tenía que irse de nueva cuenta a su dormitorio, advertida de que tenía que guardar sus juguetes. Ella no le veía sentido a eso, porque sólo poseía dos muñecas y una pelota, pero obedecía siempre. Aquella noche se estaba durmiendo, luego de cenar, cuando escuchó gritos. Para ella era común oírlos a esa hora, pero no dejaban de asustarla. Sólo que esta vez, los gritos eran por aquel oso de peluche que su madre le había quitado en la mañana.
—¡Pensé que lo habías tirado! —gritaba su padre con furia —Te dije que no quería nada de ese niño aquí. Él nunca existió.
—Sí existió —contradijo su madre, con un tono de voz que Sunny reconoció. Estaba al borde de las lágrimas —Sí existe. ¡Es nuestro hijo¡Mi pobre Will…!
—Será tuyo, pero mío no —espetó la voz de su padre.
—¡Pero si tiene tus ojos¿Cómo puedes decir que…?
—¡No me importa que llegues a decir que era mi vivo retrato! Lo mandé muy lejos hace mucho tiempo. Eso te pasa por no decirme que eres… ya sabes. No tengo porqué decirlo.
—¡Pero llevarte a tu hijo…!
—¡Pero nada, Ethel! No sigas con esto o le pasará lo mismo a la niña. Tú elige.
Se escucharon apagados sollozos que sobrecogieron a Sunny. Su madre se había puesto a llorar.
—Por favor, Wyatt, dímelo¿dónde está Will? —suplicó la mujer —Por favor…
—No te lo diré porque no lo sé y aunque supiera, no te lo diría de todas formas —la voz de aquel hombre sonaba siniestra y eso a Sunny la aterraba. Era la voz que usaba cuando… —Seguramente ese niño es como tú y te advierto que si la niña sale igual, no la voy a querer bajo mi techo. Así que espero que no se te olvide, Ethel.
Sunny se apresuró a esconder la cara entre las sábanas. No entendía quién era Will, o quién había sido. Lo único que alcanzaba a comprender es que era hijo de sus padres.
Fin de remembranza
Y años después, cuando la dejaron en un orfanato en Londres, estaba tan resentida con sus padres que poco a poco bloqueó todos los recuerdos que tuvieran que ver con ellos. Incluidos aquellos gritos que trataban de Will.
—¿Qué tan cierto es todo eso? —se atrevió a preguntar Rose.
—Al menos la aurora Holmes sabe que lo es —respondió Sunny —Mamá se lo contó la última vez que la vio.
—¿Y dices que ya encontraron a tu hermano? —se extrañó Walter.
—Bueno, en parte —Sunny se encogió de hombros —La mujer del Ministerio que lo busca dice que tiene que ir a Edimburgo a verificar algo, pero que lo más probable es que lo hayan adoptado unos muggles.
—¿Y si estuviera aquí? —se le ocurrió a Rose, lo que le ganó miradas de asombro de parte de sus amigos —¡Oigan, no es mala idea! Después de todo, su madre era bruja.
—Si estuviera aquí, no tendría mas que andar por todos lados pidiéndoles a los chicos mayores que me enseñaran sus hombros —comentó Sunny, causando que ahora fuera a ella a quienes sus amigos miraran con desconcierto —Miren, les mostraré porqué.
Sunny se descubrió un poco el hombro derecho, para dejar ver un lunar muy curioso. No es que tuviera un color diferente o fuera muy grande, sino que tenía una forma singular. Se veía como una estrella de seis puntas.
—Mamá lo tenía, pero en el otro hombro —explicó Sunny —Decía que era de familia.
—Y dicen que la cicatriz en la frente de papá es rara —dejó escapar Hally, lo que provocó algunas risas.
Sunny se acomodó la ropa sobre su hombro y soltó un suspiro.
—¿Les importaría que fuéramos a comer algo? —dijo de pronto —Tengo hambre.
Los demás asintieron y entraron al Gran Comedor. La mayoría de los alumnos iban de salida para entonces, lo que a los miembros de la Orden les caía de maravilla. Cada uno, a su manera, necesitaba reflexionar seriamente en lo que Sunny acababa de contar. Incluso la misma Sunny, porque todo aquello tenía que ver con ella. En su mesa, Patrick y William comentaban los últimos sucesos: Gina y John Weasley irían el fin de semana a Liverpool, a visitar a sus padres. Pero Patrick tenía otros planes para esos días.
—No sé si Snape quiera darme el permiso, pero necesito ir al Ministerio —Patrick comía lentamente —A retirar mi solicitud de empleo.
—En ese caso¿debo decirle a papá que le venda la casa a alguien más? —quiso saber William, luego de darle un sorbo a su jugo de calabaza.
—No, no, la casa aún la quiero —Patrick negó con la cabeza —Aunque la mayoría de los bienes de mis padres fueron embargados cuando los enviaron a Azkaban, nos dejaron algo a Danny y a mí. Parte de eso lo usaré para pagar la casa. A Danny le encantará ir allá de vacaciones¿no crees?
William se encogió de hombros y siguió comiendo, pues pensaba en el fin de semana. Cuando Gina lo jalaba al interior del Gran Comedor, los dos iban algo apartados de sus amigos y ella aprovechó eso para susurrarle al oído que quería verlo la noche del domingo a las ocho, en el séptimo piso, cuando volviera. La forma en que lo dijo, sumada a una sonrisa entre tímida y seductora que le dedicó, le indicó a William qué pretendía la chica.
—¿En qué estás pensando, Gina? —quiso saber, antes de entrar al Gran Comedor y cada uno ir a sus respectivas mesas.
La pelirroja amplió más su sonrisa y William apenas aguantó la tentación de besarla ahí mismo. Se veía de verdad irresistible.
—Imagínatelo —respondió ella y se alejó en dirección a la mesa de Gryffindor, en donde su sonrisa adquirió un carácter totalmente diferente al hablar con su hermano John.
William no estaba muy seguro de hacer lo que Gina le pedía. No quería hacer algo de lo que luego podría arrepentirse. Por otra parte, nadie le aseguraba que Gina quisiera… bueno, lo que él se estaba imaginando. ¿Pero Gina le había dicho que se lo imaginara, no?
—No puedo —susurró de pronto.
—¿Decías algo? —preguntó Patrick, saboreando un panecillo cubierto de crema batida.
William negó con la cabeza enseguida, y se hundió de nuevo en sus pensamientos. Decidió pensar ahora en enviarle una carta a su padre, diciéndole que su amigo aún quería la casa de Massachusetts. Sí, eso era lo que iba a hacer. Se terminó su jugo de calabaza, le dijo a Patrick que iba a su dormitorio a escribir una carta y se levantó, dispuesto a dejar el Gran Comedor. Estaba cruzando las puestas del lugar cuando Scarlett Mitchell apareció en escena. William intentó evitarla, pero era tarde: la pelirroja lo había visto y fue directo a él.
—Hola, Bluepool —saludó la joven, moviendo la cabeza para que su corta cabellera roja se agitara y lanzara destellos —¿A dónde vas con tanta prisa?
—A escribirle a papá —respondió el joven escuetamente y se alejó de ella.
Aquella pelirroja le desagradaba en absoluto, siempre luciéndose como si fuera una modelo muggle cotizadísima. William, como la gran mayoría de los chicos del colegio, reconocía que Scarlett Mitchell era atractiva, y más con la llamativa y atrevida ropa muggle que solía usar cuando no estaba en clase. Pero William, como cualquier enamorado, sólo tenía ojos para Gina. Recorrió los pasillos y llegó a su sala común, que para su mala suerte no estaba vacía. Si había personas de su casa que le desagradaran más que Blake y sus amigos, eran las chicas de su curso. Nunca había conocido personas más dañinas y chismosas que ellas y era un peligro ser el blanco de sus intrigas, porque era casi seguro que en una semana, un horrible rumor estaría destrozando la reputación de ese blanco.
—¡Miren quién viene llegando! —exclamó con excesivo sarcasmo una joven alta, de rubio cabello largo y rizado, de tez algo pálida y ojos claros. William contuvo una mueca de fastidio: era la líder de las chicas de séptimo de Slytherin, Norma Monroe —Hola, Bluepool¿es cierto lo que dicen por allí?
—Y según ustedes¿qué dicen por allí, Monroe? —masculló William, intentando ir hacia la escalera que llevaba a su dormitorio.
Con lo que no contaba era con que Monroe le bloqueara el paso.
—Bueno, dicen por allí que estás saliendo con una de las Insulsas —Monroe soltó una breve carcajada mientras William intentaba permanecer en calma. Las Insulsas era el apodo que las chicas de Slytherin habían acuñado para las primas Weasley —¡Vaya, Bluepool! Nunca creí que alguien de nuestra casa cayera tan bajo.
William no pudo soportarlo más y empujó a Monroe a un lado.
—Si no tienes algo más interesante qué decir… —espetó, caminando hacia los dormitorios de los chicos.
—A decir verdad, sé de buena fuente que andan tras las Insulsas —comentó Monroe sin darle mucha importancia, como si fuera algo que acababa de recordar —Tras la insulsa de pelo corto va el capitán de nuestro equipo de quidditch, seguro que ya lo sabías. Pero tras la insulsa de pelo largo… bueno, mejor averígualo tú.
Le dedicó una sonrisa de maliciosa satisfacción y se retiró, dejando a William inmóvil un segundo, antes de irse a su dormitorio. Sabía perfectamente que la de cabello corto a la que se refería Monroe era Frida, por lo tanto, la de cabello largo era Gina. ¿Quién podría andar tras Gina? Decidió no hacerle mucho caso a las palabras de Monroe, porque conociéndola, quizá sólo sería un chisme suyo. Pero por si las dudas, cuidaría a Gina como nunca lo había hecho. Al menos agradecía que el fin de semana ella no estaría en el colegio, aunque la fuera a extrañar.
Edimburgo estaba muy activo aquella noche de abril, pero eso a la agente Erin no le importó. Caminaba sin mucha prisa por las calles, adentrándose cada vez más a una sección de las mismas que poca gente frecuentaba: los barrios bajos. Toda ciudad tenía sus malos barrios, aquellos donde era preferible no meterse a menos que se tuviera una buena razón, lo cual era el caso de la agente Erin. Cubierta con su velo rojo, cualquiera pensaría que llamaba la atención, pero precisamente por la naturaleza de aquellas calles, nadie decía ver algo raro, aunque hubiera sido lo contrario. Pronto, la mujer detuvo sus pasos porque estuvo frente al edificio que buscaba, lo último que se esperaría en calles como ésas: un orfanato dirigido por religiosas. Sabía que comúnmente, las religiones muggles aborrecían cualquier vestigio de magia, pues lo consideraban contrario a ellas, pero eso no desalentó a la agente. Había llegado demasiado lejos y considerando su atuendo, las religiosas pensarían en ser tolerantes antes que ella era bruja. Se acercó a las puertas principales, las observó por un momento y luego llamó. A los tres minutos, una religiosa de hábito largo y azul claro salió a recibirla.
—Buenas noches —saludó la agente, percatándose de la expresión de extrañeza de la religiosa ante su atuendo —Disculpe que venga a estas horas, pero necesito hablar con la persona a cargo de este lugar¿puedo pasar?
—Claro —la religiosa abrió la puerta por completo, pues antes solamente había dejado abierta la misma unos centímetros, sólo para ver quién era —No podemos dejar a alguien esperando afuera a estas horas.
La agente Erin inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y entró. El lugar era mediano, con un jardín interior simple frente al edificio principal, de color gris claro, y todo aquello estaba cercado. La agente siguió a la religiosa al interior del edificio, que parecía más grande por fuera que por dentro, donde se observaba que de verdad vivían muchos niños allí: se hallaban juguetes, dibujos, pelotas y cosas similares en todas partes. La agente llegó por fin, guiada por la religiosa, frente a la puerta de la dirección de la institución. La religiosa le pidió con un gesto de cabeza que esperara un momento y luego de llamar a la puerta, entró por ella y desapareció de su vista.
La agente esperaba terminar con eso pronto. No es que no le agradara viajar, pero en aquellos momentos lo último que necesitaba era que su estancia en Edimburgo se prolongara. Había gente en esa ciudad que si se descuidaba, podría descubrirla y entonces sí que tendría problemas. En ese momento, la religiosa que la había recibido salió de la oficina con expresión tranquilizadora.
—La madre Superiora la recibirá—anunció, dejándole la puerta abierta.
La agente Erin musitó unas palabras de agradecimiento y entró a la oficina. Ahí se encontró con una mujer algo mayor, con hábito muy similar a la religiosa que había visto primero, pero el suyo de color más oscuro y con bordes blancos. Lo único que se veía con claridad eran las cejas castañas y la piel morena y algo pecosa. Al alzar la vista, se encontró con unos ojos claros que la miraron con severidad a través de unos anteojos cuadrados. La religiosa estaba sentada tras un escritorio amplio de madera, lleno de ordenados montones de papeles, y le indicó a su extraña visitante que se sentara.
—¿A qué debo esta visita, señorita? —preguntó la mujer, regresando la vista a unos papeles que había estado leyendo —Es muy tarde.
—Lo sé, Áine (1) —replicó serenamente la agente Erin.
Al oírse llamar de aquella manera, la religiosa levantó la vista de golpe y miró atentamente a la visitante. Creyó reconocer la voz, pero decidió asegurarse.
—¿Se puede saber porqué me llama de esa forma? —inquirió.
—Lo siento, pero no tuve tiempo de averiguar tu nombre actual —se excusó la agente, inclinando levemente la cabeza —Es difícil cuando se ha estado de aquí para allá, como yo. Pero cuéntame¿cómo te tratan los muggles?
Ante la mención de los muggles, a la religiosa comenzó a dibujársele una sonrisa.
—Me tratan bien —respondió —Debí saber que eras tú —prosiguió en voz baja, sonriendo y poniéndose de pie —Sólo alguien como tú se vestiría de esa forma… y de ese color. ¡Déjame darte un abrazo¡Hace tanto tiempo que no te veo…!
La agente se puso de pie y de inmediato abrazó a la religiosa. Estuvieron así unos segundos antes de soltarse y cada una volver a ocupar su lugar. La religiosa hizo los papeles que leía a un lado y observó con atención a su visitante.
—Ahora soy Anna, la Madre Anna —comentó la mujer, sonriendo con humor —Soy la Superiora de las religiosas de este lugar. ¿No te parece una ironía que me den el nombre de una santa cuando el mío viene de creencias paganas?
—Visto así, suena gracioso —respondió la agente Erin —Pero si no te importa, pasaré al motivo por el que vine: estoy buscando a un niño.
—Aquí ha habido muchos niños, incluso algunos que son como tú —aclaró la Madre Anna —¿Se puede saber exactamente qué quieres saber?
La agente Erin soltó un leve suspiro.
—Una niña del colegio al que fui, que actualmente es huérfana, está segura que tiene un hermano perdido en alguna parte. La madre de la niña fue conocida de una colega de trabajo y ella asegura que eso es cierto. El asunto está así: la madre del niño era como yo, pero el padre no y cuando el niño nació, el padre se lo quitó a la madre y lo desapareció. He realizado unas cuantas pesquisas y creo que el niño vino a dar aquí. Mira, esto es lo que sé hasta el momento.
La agente buscó en un bolsillo de la túnica roja que vestía bajo el velo y sacó un pergamino cuidadosamente enrollado que le pasó a la religiosa. La mujer lo tomó, lo desenrolló y leyó su contenido lo más rápido que pudo, aunque con suficiente claridad como para comprender toda la información. Cuando terminó, enrolló el pergamino de nueva cuenta y se lo devolvió a la agente.
—Bueno, veo que sigues siendo tan meticulosa como siempre. Efectivamente, tuvimos un niño con esas características, pero ya no está aquí desde hace mucho tiempo. Lo adoptaron casi enseguida. Espera, creo tener el archivo por aquí.
La Madre Anna se puso de pie y revisó en un archivero que estaba a su derecha durante lo que parecieron minutos eternos, hasta que sacó una carpeta de papel azul claro y cerrando el archivero, la abría.
—Sí, aquí está. Lo adoptaron al mes de que llegó. Lo recuerdo perfectamente por la seña particular que leí en tu investigación. Si quieres, puedes leer el archivo.
—No quiero causarte problemas con los muggles —replicó suavemente la agente Erin.
La Madre Anna sonrió ampliamente.
—Mira, mientras no salga de esta habitación, no hay problemas. Seré religiosa, pero tengo mis propias reglas de lo que creo correcto. Creo que es un defecto de familia.
Ante la mención de la familia, ambas mujeres guardaron silencio por largo tiempo, luego del cual la agente Erin estiró la mano.
—Leeré el informe si estás segura de esto —aclaró.
La religiosa asintió vehementemente y se lo entregó. La agente lo leyó concienzudamente, y desenrollando su pergamino al poco rato, le pidió a la Madre Anna algo con qué escribir. La Superiora se sentó tras su escritorio, le entregó un bolígrafo y la agente lo tomó, mirándolo antes con curiosidad.
—Tomé Estudios Muggles, pero hacía mucho que no usaba una de estas cosas.
Escribió unas rápidas notas en el pergamino con el bolígrafo, mirando el archivo de vez en cuando, y luego de cinco minutos le regresó archivo y bolígrafo.
—Con esto tengo suficiente —dijo, al ponerse de pie —Tengo que irme. Mañana tengo mucho trabajo en el Ministerio.
—Te entiendo —la Madre Anna había suavizado su mirada y se veía algo triste —Pero espero que vengas a visitarme pronto, ahora que sabes dónde estoy. Quisiera ofrecerme a ir a Londres, pero con el trabajo que tengo…
—No hay problema, vendré. Siempre y cuando pueda decirte Áine. Anna no te queda.
La Madre Anna asintió, sonriendo.
—Por cierto, tal vez pronto te mande una invitación —agregó la agente cuando salía de la oficina —Me encontré a… alguien. Estoy más feliz que nunca.
—Eso lo supuse desde que te vi vestida de rojo —repuso la Madre Anna.
La agente inclinó la cabeza en señal de despedida y salió de la oficina.
El fin de semana llegó, con lo cual los Cuatro Insólitos tuvieron que separarse. Frida y Ángel les enviaron sus mejores deseos a sus tíos por medio de Gina y John y los vieron salir del castillo en uno de los carruajes en los que llegaban al principio del curso. Según sabían Ángel y Frida, sus primos irían a Liverpool a través de la Red Flu, como parte de un acuerdo con el profesor Lupin para que se les concediera el permiso de salida. En cuanto el carruaje se perdió de vista, Ángel dijo algo de haber quedado con Rebecca de encontrarse en la biblioteca para terminar un trabajo pendiente sobre Cuidado de Criaturas Mágicas y dejó a su hermana sola, mirando hacia los jardines. Frida lo despidió distraídamente, recordando que ella ya había terminado ese trabajo, y unos segundos después decidió ir al Gran Comedor para desayunar. Se sentó en la mesa de Gryffindor, se acercó un tazón de avena y comió con desgano. No sabía porqué, pero desde hacía unos días tenía un extraño presentimiento. Como si algo fuera a pasar con ella y los que la rodeaban de un momento a otro. Se fijó distraídamente en la mesa de Slytherin, para ver si Patrick ya estaba desayunando, y notó con sorpresa que sí estaba sentado a la mesa, pero que en vez de comer, discutía con su hermana Danielle en voz baja. Tras unos cinco minutos de acalorados diálogos, Patrick se puso de pie bruscamente y dejó plantada a Danielle. Frida se sorprendió tanto por aquello, que dejó de inmediato su avena, se puso de pie y mientras notaba distraídamente que a Danielle la atendían sus amigos de casa, salió del Gran Comedor y al llegar al vestíbulo, vio a Patrick en las puertas que daban a los jardines, hablando con el profesor Snape. Esperó a que Snape se fuera para acercársele.
—Pat¿pasó algo con tu hermana? —le preguntó con cautela.
Patrick tenía una expresión tan fría, que Frida sintió temor de él por primera vez.
—Sigue terca en que no retire mi solicitud de empleo —Patrick hizo un gesto de enojo —¿Qué le pasa por la cabeza! Ya le dije que es la única forma de quedarme con ella y…
—Hay otra forma —soltó Frida de pronto.
Patrick la miró como si se hubiera vuelto loca.
—No me mires así, sé de lo que hablo —replicó Frida —Tu hermana me contó el asunto, así que yo le escribí a la madre de Sun Mei pidiéndole consejo. Ella trabaja para el Wizengamot, así que pensé que sabría de leyes. En lugar de eso, me contesta que le pregunte a un tipo de la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad y cuando lo hago, el tipo me responde una locura. La verdad es que…
—Un momento —Patrick la interrumpió —¿Estuviste metiéndote en esto porque mi hermana te lo pidió?
—No, me metí en esto porque me importas —Frida le dedicó su semblante más enérgico —Tu hermana estaba preocupada por ti y me contó el asunto y fui yo, y no ella, la que decidió que tenía que hacer algo. Pat, no es justo que por lo que hicieron tus padres, tú tengas que renunciar a tus sueños. No es nada justo.
—¿Crees que no lo sé? —respondió Patrick en voz alta. Parecía realmente molesto —Danny es toda la familia que me queda, Frida. Tengo que hacerlo. Tal vez luego haya tiempo de cumplir sueños. Por ahora, debo ocuparme de Danny.
—Pues si tengo que atarte para que no retires tu solicitud, te juro que lo hago —Frida lo tomó de un brazo y lo jaló hacia el interior del castillo —¡Hazme caso! Aunque tal vez luego vayas a hacerlo, no lo sé… ¡Es que ese tipo está loco¿Cómo que la única forma de que te vayas con todo y hermana es teniendo esposa?
—¿Qué dices!
Frida, concentrada en llevar a Patrick al interior del castillo, no se había dado cuenta de lo que había dicho, por lo que tampoco se dio cuenta de que le contestaba la pregunta al rubio con toda naturalidad, como si siguiera hablando consigo misma.
—La ley es clara: si tienes esposa, estás demostrando que puedes mantener un hogar aunque en el país al que vas todavía no seas mayor de edad. O sea, que si te casas al salir del colegio y te dan la custodia de tu hermana, podrás irte a Estados Unidos sin temor de que te quiten a Danielle. ¿No suena ridículo? Es decir, que tener esposa te haga ver como alguien capaz… La verdad es que…
Patrick trataba de asimilar todo aquello, pero era difícil cuando al mismo tiempo quería librarse de Frida. Por otra parte, no tenía ni idea de adónde lo llevaba por aquel laberinto de pasadizos ocultos que él no tenía ni idea de que existían. Al cabo de un rato salieron a un pasillo que el chico reconoció como el del séptimo piso. Sólo entonces Frida lo soltó y se puso a dar vueltas frente a un trozo de pared desnuda, cosa que a Patrick le extrañó.
—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó.
Cuando Frida completó su tercera vuelta, Patrick vio con sorpresa que en el trozo de pared desnuda había aparecido una puerta. Frida la miró con satisfacción y tomó de nuevo el brazo de Patrick.
—Entra ahí —le ordenó.
—Oye¿qué pretendes…?
Pero al ver la cara de Frida, Patrick no pudo concluir la pregunta. La pelirroja estaba tan seria que no parecía ella misma, así que le hizo caso y entró. Se encontró con un dormitorio, sencillo pero con lo necesario para una persona. Patrick frunció el entrecejo.
—Te vas a quedar aquí hasta que se te pase la locura —lo guió hacia una cama cubierta por mantas verdes y lo obligó a sentarse.
—¿Qué lugar es éste? —quiso saber Patrick.
Pero Frida no le hizo caso. Acababa de tomar asiento en una silla y tenía la vista perdida, como si reflexionara algo.
—Frida, yo…
—¡Ay, Pat, lo siento! —Frida se puso inesperadamente de pie y se puso a pasear de un lado a otro de la habitación —Sé que no debí meterme en esto, pero es que…
Patrick fue hacia ella, le cortó el paso y la tomó por los hombros.
—Escúchame, Frida, y escúchame bien: lo siento. Siento haberte hablado de esa forma y siento no haber entendido tus razones. Creo que sí soy un Malfoy después de todo.
Frida lo miraba atónita, pero luego de unos segundos, le sonrió.
—No hay cuidado —aseguró.
Patrick suspiró y la soltó, yendo de nueva cuenta a sentarse a la cama. Ahí permaneció largo rato en silencio, hasta que musitó.
—Frida, sobre lo que dijiste… de casarme…
Frida se sobresaltó. ¿Acaso había mencionado algo de lo que no se acordaba?
—Lo haría, en serio —prosiguió Patrick, echándose en la cama —Pero si tuviera que pedírselo a alguien ahora mismo, sólo escogería a una sola chica.
—Eso es bueno, la mayoría de los hombres quisieran un harén.
Al oír el sarcasmo en la voz de Frida, Patrick pudo reírse con alegría, como no lo hacía en días, quizá en meses. A Frida le agradó oír esa risa y le agradó aún más saber que había sido ella quien la había provocado.
—Frida¿podrías venir aquí?
La chica reaccionó cuando se dio cuenta de lo que la frase decía y temió que estuviera entendiendo mal. Pero mandó todo a volar cuando observó que Patrick tenía la mirada perdida. Acercó su silla al lado derecho de la cama y miró al rubio con atención.
—Aquí me tienes —le hizo ver Frida —¿Qué pasa?
—Lo que dije es en serio —comenzó Patrick, mirando al techo —Si tuviera que elegir una esposa ahora mismo, sólo elegiría a una chica.
—Pues buena suerte —comentó Frida con una sonrisa.
Fue entonces cuando Patrick la miró de manera distinta a como lo había hecho hasta el momento y Frida lo supo de inmediato. Era una mirada intensa, profunda, que transmitía muchas cosas, entre ellas, algo más que simple afecto. Frida no olvidaría aquella mirada mientras viviera, estaba segura. Mucho menos por lo que Patrick le preguntó a continuación. Algo tan increíble que ella, tiempo después, se preguntaría si no había tenido mucha suerte al ser la destinataria de dicha propuesta.
—Frida¿te casarías conmigo?
Así de simple, cuatro palabras. Cuatro palabras dichas en el tono más serio y sincero que pueda imaginarse. Frida no podía creer que estuviera escuchando aquello de labios de Patrick, pero por segunda vez, mandó todo a volar al percibir que el chico hablaba muy en serio y que ella de verdad no estaba pensando la respuesta: la estaba gritando.
—Sí, sí, sí¡sí!
Se abalanzó sobre Patrick y lo abrazó con fuerza, olvidando por completo dónde estaba él hasta que el rubio se lo hizo notar.
—Frida, me estás aplastando —musitó.
Pero al ver que la chica estaba tan emocionada que no lo escuchaba, no insistió. De hecho, tenerla allí era mejor de lo que había imaginado. A duras penas contuvo el impulso de abrazarla fuertemente y besarla intensamente, no fuera a ofenderla. Quería que ella supiera que la respetaba. Pero se sorprendió más (si es que eso era posible, dado que acababa de proponerle matrimonio y ella había dicho que sí) cuando Frida apoyó un codo en la cama, a un lado de su rostro, y la cara en la mano, para mirarlo bien.
—Creo que tengo que decirte algo que nunca le he dicho a ningún otro muchacho.
—¿Qué? —quiso saber Patrick. Casi contuvo la respiración.
Fue entonces que Frida sonrió como nunca lo había hecho hasta el momento y Patrick estaba seguro de que no olvidaría eso mientras viviera. Era una sonrisa intensa, sutil pero notoria de manera especial, y de cierta manera dulce y feliz. Patrick estuvo seguro que ésa era la palabra para describir entonces a Frida: estaba feliz. Y lo que más le agradó era saber que él la estaba haciendo feliz.
—Te amo, Pat.
Tres palabras, así de simple. Tres palabras dichas en el mismo tono en el que Patrick había hablado minutos antes y que a él lo pusieron loco de felicidad. Y en ese momento hubiera besado a Frida si su conciencia no le hubiera dicho que debía andarse con cuidado, que no debía hacer nada equivocado… y que tenía que responder a esa frase.
—Yo también te amo, Frida. Más de lo que hubiera creído posible.
Luego de esa frase, Frida no pudo más con tanta emoción. Sin poder evitarlo, se puso a llorar, cosa que asustó a Patrick.
—¿Estás bien? —le preguntó al instante —¿Necesitas algo?
Frida negó con la cabeza y sonrió a modo de disculpa.
—Claro que estoy bien, te tengo a ti —respondió ella —Aunque papá me va a matar.
Patrick rió ante el comentario, pero poco a poco notó que ella tenía razón. ¿Cómo reaccionaría Fred Weasley al saber que su hija se casaría con el hijo del hombre que mató a uno de sus hermanos y atacó a otro? Pero en aquel momento no le dio importancia. Sabía que pasara lo que pasara, todo saldría bien. Tenía que ser así. Abrazó a Frida con fuerza y le pasó una mano por su trenzado cabello.
—Todo va a estar bien —murmuró, más para sí mismo que para ella —Seguro que sí.
Frida se dejó consentir hasta que se dio cuenta de la situación tan comprometedora en la que estaba poniendo a Patrick. Debía ser duro para él tenerla tan cerca y no haberse propasado. No es que no pensara que no era un chico decente, pero a fin de cuentas era eso: un chico. Se le quitó de encima, se colocó a su lado en la cama y sonrió.
—Gracias —musitó.
—¿Porqué? —preguntó Patrick, pasándole un brazo por los hombros y acercándola más hacia sí —¿Hice algo bueno y no me he enterado?
Ella lo miró con dulzura y sonrió de nueva cuenta.
—Sí, lo hiciste —respondió, acurrucándose a su lado —¿Creerás que me está dando sueño? Me levanté muy temprano para despedir a Gina y a John.
—Duérmete —pidió Patrick con suavidad —Yo te cuidaré.
Ante eso, Frida no dijo nada y cerró los ojos. Sabía que era cierto: Patrick la cuidaría. Toda la vida, de hecho. Iba a casarse con él.
(1) Áine, una banside (una "reina del infierno"), era quien guiaba a las banshees, según la mitología celta irlandesa.
