CUENTA REGRESIVA: OCHO CAPÍTULOS ANTES DEL FINAL.

Cincuenta y dos: Lo no hecho y lo hecho.

Frida se despertó sin saber a ciencia cierta dónde estaba. ¿Porqué se sentía tan bien en esa cama¿Porqué estaba todo tan oscuro¿Porqué había alguien abrazándola?

¿Qué cosa¿Alguien abrazándola? Abrió los ojos por completo y miró lentamente a quien estaba a su lado, distinguiendo una túnica con los colores de Slytherin y parte de una mata de cabello rubio y lacio. Era Patrick. Al verlo, Frida se acordó de todo de golpe y sonrió. El mero recuerdo la ponía tan contenta que no quería pensar en otra cosa. Se movió un poco, acomodándose mejor, lo que fue suficiente para que Patrick también se moviera. Frida se conmovió al darse cuenta de que se había quedado dormido. ¡Se veía tan dulce! Ahora comprendía una de las razones por las que lo amaba. Lo amaba porque a pesar de ser quien era, con ella mostraba su mejor lado. Estaba segura.

—¿Qué pasa? —susurró Patrick de pronto, frotándose los ojos con su mano libre, pues la otra estaba ocupada abrazando a Frida —¡Vaya, bonita cosa! Me quedo dormido cuando prometo cuidarla¡sí que es curioso!

—Es tierno —musitó Frida.

—¡Ah, estás despierta! —Patrick la miró —Sentí que te moviste y me desperté. ¿Qué hora es? Aquí no hay ventanas, no puedo saberlo.

Frida consultó su reloj de pulsera y se percató de que era algo tarde.

—Es hora de comer —respondió —¡Vaya! No pensé que tuviera tanto sueño.

—Y yo no pensé que tuviera sueño —dijo Patrick a su vez.

—Será mejor ir al Comedor¿no crees? —propuso Frida —Si Ángel no me ve, va a pensar que hago alguna broma sin invitarlo y me hará muchas preguntas.

Patrick asintió y dejó de abrazar a Frida. Se frotó los ojos con ambas manos y se enderezó lentamente. Frida hizo lo mismo, pero más activamente y fue la primera en estar de pie. Se miró la ropa y al verla arrugada, la alisó a medias con las manos.

—Frida¿de verdad no te importa lo que tus padres piensen?

La joven no entendió la pregunta hasta que vio que Patrick estaba sentado, con la cabeza inclinada y mirando al suelo, con aspecto preocupado.

—En este asunto, no —se decidió a contestar —Mis padres son buenas personas, Pat, y me quieren. Sé que aunque les cueste trabajo, acabarán entendiendo. Además, si algo me ha enseñado papá es que cuando quieres algo y todo alrededor se opone, aún así debes luchar. Si no, nunca sabrás si valía la pena.

—Si por eso voy a casarme contigo —Patrick logró sonreír —Eres muy lista.

Frida soltó una carcajada.

—Bueno, ahora vamos a comer, tengo hambre —la joven iba a abrir la puerta cuando algo la detuvo —Pat¿no me pediste eso sólo para irte a Estados Unidos, verdad?

—Claro que no —Patrick se puso de pie y se acercó a ella —De hecho, es curioso que lo preguntes. Antes de que me dijeras que te ibas a Nueva York, me pasó por la cabeza pedírtelo, para no separarnos. Lo juro.

—Te creo —musitó ella, pensativa.

Abrió la puerta de la habitación con cuidado, sólo lo suficiente para ver al exterior y asegurarse de que no hubiera nadie a la vista. Cuando comprobó que el pasillo estaba desierto, salió sigilosamente y luego le hizo señas a Patrick para que la imitara. Al estar los dos afuera y caminar en dirección al Gran Comedor, Patrick notó que la puerta de aquella habitación se desvanecía lentamente.

—¿Cuándo es la próxima visita a Hogsmeade? —preguntó Patrick de pronto.

—No sé, creo que a mediados de mayo —respondió Frida, recordando vagamente un cartel en el tablón de anuncios de su sala común —¿Porqué preguntas?

—No, nada. Sólo se me ocurrió. ¿Podríamos ir juntos¿Solos tú y yo?

—Claro.

Llegaron al vestíbulo y se encontraron en las puertas del Gran Comedor con Ángel tratando de evitar a las chicas de séptimo de Slytherin.

—¿Qué le quieren hacer esas tipas? —se molestó Frida, refiriéndose a las Slytherin's. Resultaba evidente que nunca le habían caído bien.

—Espera, yo les hablaré primero —Patrick quiso evitar una confrontación y se acercó a sus compañeras de casa —Hola, chicas¿qué buscan?

Las chicas se volvieron hacia él y le sonrieron con cierto desdén al notar a Frida.

—Hablando de la reina de Roma… —soltó una chica de cabello corto y castaño cenizo, de diminutos ojos castaños y nariz chata —Hola, Insulsa.

Patrick hizo un gesto de enfado, pero se controló a tiempo. No valía la pena pelearse con esas tipas, pues siempre salían ganando cuando alguno había tratado de dañarlas.

—No tienes cerebro para inventarte otro apodo¿verdad, Howard? —replicó Frida hábilmente —Eso se nota a leguas. Ahora¿podrían tú y tus amiguitas dejar a mi hermano en paz y de paso, a mí y a toda mi familia?

—Eso quisieras —intervino de inmediato Norma Monroe —Pero fíjate que no. No puedo creer que Malfoy pierda el tiempo contigo cuando podría estar con cualquiera de nosotras.

—Yo no pierdo mi tiempo —Patrick no iba a permitir que le hablaran así, y menos delante de Frida —Si lo hiciera, estaría contigo, Monroe.

Ángel no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar eso, sobre todo considerando que muchos de los chicos de su curso no pensaban lo mismo que él con respecto a Monroe. La rubia adoptó una expresión furiosa y las chicas que la acompañaban, como buenas amigas, la imitaron. Y es que todas tenían la misma opinión con respecto a Patrick: que estaba perdiendo su tiempo con la extravagante de Frida Weasley.

—Vayan a hacerle la vida imposible a alguien más¿sí? —pidió Frida por fin, entrando al Gran Comedor —De preferencia, a alguien que se lo merezca.

Las chicas de Slytherin fruncieron el entrecejo mientras la pelirroja entraba al Gran Comendor, seguida de su hermano y Patrick. Frida había cometido un error, pero no lo notó para nada: había provocado a las chicas de Slytherin de séptimo, algo que nadie en su sano juicio hacía. Y ninguna se iba a quedar de brazos cruzados después de eso.


Así pasó el fin de semana y llegó el domingo. Por la mañana, Patrick fue a hablar con el profesor Snape para decirle que mejor iría al Ministerio hasta el fin de semana siguiente, el último de vacaciones, pues tenía cosas qué arreglar. Snape aceptó, aunque se extrañó del cambio de opinión del joven. Cuando le había pedido el permiso para ausentarse del colegio, parecía algo desanimado, pero ahora… Ahora lucía completamente diferente. Como si no pudiera creer en su buena suerte.

—¿Porqué el cambio, señor Malfoy? —se atrevió a preguntar cuando el rubio ya se iba.

—Debo preparar unos papeles, señor —respondió Patrick sencillamente y se había ido.

Snape no sabía qué pensar de los Malfoy actuales, pues eran muy distintos a sus padres. Dejó ese asunto de lado y se dispuso a trabajar, pues tenía muchas redacciones de quinto y séptimo que corregir. Mientras tanto Patrick, luego de salir del despacho de Snape, caminó animadamente por los pasillos, pensando. Si todo se hacía como él imaginaba, no habría problemas en las vacaciones de verano. Danny estaría con él.

—¿Porqué lo pusiste en mi contra?

Aquella pregunta sonaba amenazadora, pero más para Patrick cuando reconoció la voz. Caminó más aprisa hacia un pasillo cercano a las escaleras que subían al vestíbulo y entonces, antes de doblar la esquina, escuchó algo que le heló la sangre: otra voz, pero aterrorizada por completo, y era una voz que conocía a la perfección.

—¿Porqué no me dejas en paz¡Suéltame!

—Ah, no, no te voy a soltar —replicó la primera voz —Fuiste muy inteligente¿sabes? Dicen por ahí que te le ofreciste con tal de que los dejara en paz a ti y a tu familia y que ya no me hiciera caso¿qué tan cierto es eso?

—¡Idiota! —soltó la segunda voz con indignación, pero sin poder ocultar su miedo —Eso no es cierto. Si se puso en tu contra, fue porque quiso, no porque yo se lo pidiera. ¡Quítame las manos de encima ahora mismo!

—No, no quiero —la primera voz se escuchó más baja, pero igual de inquietante —¿Sabes? Tengo ganas de hacer esto desde hace mucho tiempo.

—¡Aléjate de mí!

Se oyó una especie de golpe y la primera voz soltó un leve grito de dolor. Patrick se desesperaba por no poder llegar a ese sitio tan rápido como quisiera. Más que nunca, odió los pasillos inferiores del castillo, que parecían más un laberinto que otra cosa.

—¿Cómo te atreves? —soltó la primera vez, tan fuerte que Patrick supo que su dueño estaba cerca —Ahora sí, niña. Te vas a arrepentir.

—¡Aléjate de…¡No!

Sólo se escuchaban forcejeos y Patrick por fin pudo llegar al sitio de donde provenían aquellas voces. El dueño de una de ellas era Michael Blake, el capitán de su equipo de quidditch, y estaba demasiado ocupado besando a una chica. Patrick los hubiera ignorado si la chica a la que estaba besando no estuviera de manos atadas y resistiéndose cuanto podía por librarse de semejante tipo y además, porque esa chica era Frida. Patrick se quedó en shock un segundo, sin saber qué hacer, pero cuando vio que las manos de Blake intentaban ir más allá de lo que debían por el cuerpo de Frida, no pudo más. Sacó su varita y le apuntó a Blake con mucho cuidado.

—¡Impedimenta!

Blake no tuvo tiempo para reaccionar y cayó de costado, mascullando cosas incomprensibles en un tono irritado. Eso lo aprovechó Patrick para guardar su varita, acercarse a Frida y desatarla.

—¿Estás bien? —le preguntó enseguida.

Frida estaba demasiado asustada para responderle, pero logró asentir con la cabeza.

—¿Qué haces aquí, Malfoy? —logró decir Blake cuando se puso de pie. Sin que el rubio y Frida lo notaran, comenzó a sacar su varita —¿Porqué te metes en lo que no te importa?

Patrick se colocó delante de Frida y miró a Blake con frialdad.

—Porque eres un desgraciado —masculló Patrick por fin —¿Cómo te atreves a ponerle una mano encima a Frida? Si llegas a intentarlo de nuevo, te juro que…

—¡Petrificus Totalus!

Ahora fue Patrick el desprevenido y el maleficio le dio de lleno, haciendo que se desplomara en el suelo completamente rígido, sin poder moverse. Frida soltó un grito de angustia y se arrodilló junto a él, sacando su varita a la vez. Estaba a punto de lanzarle la contramaldición cuando Blake se le acercó, la tomó de un brazo y la levantó bruscamente.

—¡Suéltame! —pedía Frida con energía —¡Déjame en paz!

—No, ahora menos —Blake la hizo quedar de cara a él y la tomó de la cintura con fuerza —Creo que será más divertido hacer esto con el pequeño Malfoy de testigo¿tú qué dices, Malfoy? —preguntó con ironía.

Patrick luchaba todo lo que podía con el maleficio, pero éste todavía era fuerte. Sentía tanta impotencia y tanta rabia…

—¡Déjame! —seguía pidiendo Frida, cada vez más asustada. Sentía una mano de Blake en ella, haciendo cosas que no debería —¡Deja de manosearme!

Ante eso, Blake sonrió con perversidad, cosa que a Frida aterró más todavía. Trataba de librarse de él al mismo tiempo que intentaba apuntarle a Patrick con su varita para deshacer el maleficio, pero ambas cosas eran difíciles en ese momento. Y cuando Blake le calló la boca con un beso, lo fue aún más.

Para entonces, Patrick hervía de rabia y quizá era bueno en ese instante, porque fue eso el que le permitió luchar eficazmente contra el maleficio. Se libró de él más pronto de lo esperado y sin poder contenerse, se lanzó sobre Blake y le dio un puñetazo en la cara. Frida, limpiándose la boca y tratando de arreglarse la túnica, miró la escena con temor.

—¡Pat, déjalo! —suplicaba —¡No vale la pena!

Si hay algo de cierto en amar a alguien, es que por esa persona harías cualquier cosa. Tal fue el caso de Patrick, que estaba a punto de darle otro puñetazo a Blake cuando escuchó la súplica de Frida y se puso de pie con dificultad. Se arregló la corbata por reflejo y miró a Blake con desprecio, exactamente como miraba su padre a cualquiera que creyera inferior a él.

—Estás advertido, Blake —masculló, aún enojado —Intenta algo así otra vez y soy capaz de hacerte pedazos.

Acto seguido, Patrick tomó a Frida de un brazo y al condujo suavemente al vestíbulo. En todo el camino, ninguno dijo una palabra, hasta que estuvieron a la luz del día. Las puertas que daban a los jardines estaban abiertas de par en par y alumnos entraban y salían con despreocupación, por lo que no se percataron de los dos jóvenes. Patrick notó la cantidad de gente que había en el vestíbulo y llevó a Frida a los jardines. Sabía que no estaba en condiciones para hablar con nadie.

—¿Estás bien? —volvió a preguntarle, cuando llegaban a orillas del lago, en el extremo más solitario. No quería que nadie les hiciera preguntas.

Frida había permanecido muda todo ese tiempo, pero ante esa pregunta, no pudo contener el llanto. Patrick la observó con atención y de inmediato notó que esas lágrimas eran muy diferentes a las que había derramado luego de que él le dijera que la amaba. Se detuvo en seco, la soltó y la abrazó con fuerza.

—Ya, Frida, tranquila —le dijo, intentando animarla —Ya pasó todo, estás a salvo.

Frida siguió llorando y Patrick no la detuvo. Supuso que era lo mejor para que la chica se desahogara, así que por un rato, no habló y sólo la abrazó, dándole a entender que contaba con él. Luego de un rato, Frida logró calmarse un poco, se limpió los ojos con el dorso de la mano y miró a Patrick.

—Eres un ángel —logró musitar, queriendo bromear —Y no sólo por tu linda cara.

Patrick sintió que la amaba más que antes. Estaba intentando hacerlo sonreír, a él, cuando era ella quien lo necesitaba.

—¿Qué pasó? —quiso saber por fin, a sabiendas de que Frida tal vez no respondiera.

Para su sorpresa, Frida le indicó con un gesto que se sentara, aparentemente dispuesta a contestarle. Patrick obedeció.

—Fue por las Cobras —comenzó Frida, refiriéndose a las chicas de Slytherin de séptimo. Ése era el apodo que Gina, Sun Mei y ella les habían puesto —Cuando salí del Gran Comedor, después de desayunar, pasaron junto a mí hablando despreocupadamente de que Blake te estaba dando una paliza. Como comprenderás, me asusté, y fui a las mazmorras a buscarte. No sé porqué no me detuve a pensar que eran las Cobras las que decían eso, pero no entendí que era otro de sus chismes hasta que Blake me salió al paso, solo, y me ató con su varita.

Frida se detuvo para tomar aire y cerrando brevemente los ojos, prosiguió.

—Blake aseguró que era muy tonta por haberle creído a las Cobras. Yo les dije que inventaran eso junto a ti para que vinieras, me dijo. Quería que te dejara para que volvieras a ser el de antes, pero no acepté. Entonces fue cuando empezó… empezó a ponerme las manos encima, el desgraciado. Le dije que me dejara en paz, pero fue como hablarle a la pared. Cada vez estaba llegando más lejos y llegué a pensar que me…

Entonces Frida no pudo continuar, pero no hizo falta que lo hiciera. Patrick podía imaginarse perfectamente lo que Blake había querido hacerle a su novia, su futura esposa, y sintió que la sangre le hervía nuevamente.

—Logré librarme de él por un momento, cuando le di un golpe en los bajos —continuó la joven, lo más serena que podía —Se me ocurrió hacer eso recordando que Sun Mei, una vez, tuvo que hacérselo a Ripley para que la dejara tranquila. Pero eso fue un gran error, porque se puso peor. Y fue justo entonces que apareciste.

Patrick no dijo ni una palabra. No entendía cómo podía haber gente como Blake, sin el más mínimo respeto por los demás, mucho menos por las chicas. Se quedó pensativo largo rato hasta que por alguna razón, hizo una pregunta un tanto atrevida.

—Frida, tú… ¿has estado… has dormido con alguien?

Frida lo vio con sorpresa y cierta molestia, pero se le pasó al verle la cara a Patrick. Creyó saber lo que estaba pensando: ella era muy guapa y era posible que en alguna de sus anteriores citas de los últimos dos años (que a decir verdad no habían sido muchas, pero sí muy sonadas) hubiera llegado a ese punto. Y él, hasta el momento, había contenido cualquier impulso de esa naturaleza.

—Nunca —respondió con naturalidad, posando una mano en una de él —Estar con muchos, uno tras otro, no es lo mío. Yo soy chica de un solo hombre.

Patrick asintió al oír la respuesta, aunque se sobresaltó cuando Frida preguntó.

—¿Y tú, Pat¿Lo has hecho?

Patrick negó con la cabeza casi de inmediato.

—No es que no haya tenido la oportunidad —reconoció el muchacho —Pero eso no es para mí. No quería que alguna chica llegara a pensar que sólo la usaba. No soy como Blake, él sí las usa y las bota, como si fueran objetos. Lo he escuchado alardear de ello.

Ambos se quedaron en silencio largo rato, contemplando el lago. Aquel tema no era muy de su agrado, pero reconocían que debían tratarlo para saber que no había de qué preocuparse. Ninguno de los dos tenía prisa por estar con el otro en esos términos, aunque Frida supuso que a Patrick le costaba trabajo contenerse. Pero a ella, todavía más.

—Dime, Pat¿a dónde me vas a llevar de luna de miel? —decidió preguntar.

—No lo he pensado —admitió el chico —Supongo que puedo llevarte a la casa que compré en Massachusetts. Estoy seguro que te encantará, tiene una vista del mar que… Pero espera, ni siquiera hemos decidido cuándo nos casaremos —recordó de golpe.

Frida lo miró. Era cierto, no habían decidido una fecha.

—Estaría bien en julio¿no te parece? —propuso ella.

Patrick asintió.

—¿Te parece bien el quince? —dijo él —Para los días siguientes a esa fecha ofrecieron tener resuelto el asunto de Danny.

—Me parece perfecto.

Estuvieron allí un rato más, hasta que el sol los molestó tanto que tuvieron que ponerse de pie y emprender el camino al castillo. Iban subiendo la escalinata de piedra de la entrada cuando Ángel los vio y corrió hacia ellos.

—¡Eh, chicos! —los llamó —Gina y John acaban de llegar¡vengan a saludarlos!

Ambos asintieron y entraron al vestíbulo tomados de la mano. Y al verlos de esa forma, saludando a Gina y John Weasley, Snape supuso la razón del cambio de opinión de Patrick y que en realidad, el amor hacía milagros. Lástima que a él no le hubiera tocado sentirlo.


William estaba sumamente nervioso y no era para menos. Faltaban menos de cinco minutos para las ocho y Gina aún no aparecía por allí. Estaba pensando en retirarse, pero luego pensó que no debía dejarla plantada así nada más. Y justo cuando estaba pensando en la mejor forma de disculparse si se iba, Gina apareció por uno de los extremos del pasillo del séptimo piso donde él se encontraba. Lucía el mismo vestido muggle azul oscuro de manga larga con el que había llegado aquella mañana, pero William notó algo distinto en ella. Aunque cualquier otro no hubiera visto nada anormal, el joven rubio la conocía lo suficiente como para saber que estaba algo nerviosa, pero feliz.

—Lamento la demora —se disculpó Gina —¿Me permites un momento?

William asintió y Gina, enseguida, empezó a pasearse delante de un trozo de pared desnuda que había en el pasillo, con una expresión de concentración que el chico sólo le veía en ciertas ocasiones: cuando estudiaba o se metía de lleno en una nueva broma.

Al cabo de un rato, al finalizar Gina su tercera vuelta, en el trozo de pared apareció una puerta de madera. William la miró con extrañeza.

—¿Qué es eso? —preguntó en voz alta, sin poder evitarlo.

—La Sala de los Menesteres, papá me habló de ella —respondió Gina con sencillez, abriendo la puerta de la habitación —Pasa, necesito hablarte.

William aún tenía sus dudas de que Gina quisiera solamente hablarle, pero obedeció. Se encontró con un dormitorio bastante amplio, con una cama grande en un rincón y cerca de ellos, una mesa dispuesta con comida para dos personas.

—Sabía que la sala te da lo que necesitas, pero esto es más de lo que esperaba —musitó Gina, sonriendo —Vamos a comer y hablaremos.

Ambos se sentaron a la mesa y disfrutaron la comida. Conforme terminaban un platillo, aparecía el próximo, hasta que sólo quedó helado de postre. Lo comieron sin prisa.

—La razón por la que te hice venir —comenzó Gina, quitándole un trozo de almendra a su helado, pues le molestaba —es para decirte que terminando el curso, me voy de viaje.

William, que iba a llevarse un poco de helado a la boca, se detuvo.

—¿Porqué? —quiso saber.

—Bueno, en primer lugar, porque quiero hacerlo —contestó Gina con calma —Y en segunda, porque voy a ayudarles a papá y a mi tío a conseguir nuevos mercados. Quiero ser lo que los muggles llaman "agente de ventas" de Sortilegios Weasley. John está pensando algo parecido porque quiere ir con Sun Mei de un lado para otro, pero no lo ha decidido aún. Así que voy a ganarle la idea.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —quiso saber William.

—Mucho, considerando lo que estoy a punto de decir —Gina se ruborizó ligeramente y William pensó que sus suposiciones se estaban haciendo realidad —William, quiero estar contigo. En toda la extensión de la palabra.

William dejó la cuchara y la miró con absoluta seriedad. Él también quería estar con ella en toda la extensión de la palabra, aún más porque a pesar de salir juntos desde las vacaciones de Navidad, nunca la había besado. Pero no quería que ninguno de los dos se arrepintiera después.

—Gina, yo… —comenzó, pero ella lo interrumpió.

—Sé que suena extraño y que tengas tus dudas, pero las mías no son respecto a ese asunto —Gina desvió la vista —Lo que temo es que si me voy y me mato en algún país lejano, nunca sabré lo que se sintió estar contigo¿me explico? Que aceptes ahora o no, no cambiará mis sentimientos respecto a ti. Sólo quería que lo supieras.

William pensó que era difícil negarse con semejante argumento. Pero tenía que darle su punto de vista para saber su opinión.

—No creas que no quiero hacerlo —empezó lentamente, casi con timidez —Es sólo que… temo que luego te arrepientas por no haber esperado o que yo lo haga por haberme dejado llevar. No temo que vaya a desagradarme, porque eso no pasará. Eres la chica más hermosa que conozco, pero quiero tratarte como te mereces. Tan simple como eso.

Cuando terminó, temió que Gina no hubiera entendido sus palabras, porque le dirigía una mirada que no le transmitía nada, como si estuviera vacía. Al final, la joven sonrió y estiró una mano por encima de la mesa para tomar una de él.

—Eres exactamente como pensaba —le confió, lo que lo halagó sin saber bien la causa —Por eso quiero hacerlo, William. Porque sé que aunque el día de mañana, si por alguna razón, amara a alguien más, será un recuerdo inolvidable. Y lo será porque hice exactamente lo que quería con la persona que quería.

William no notó lo extraño de la frase hasta que se detuvo pensando en un fragmento de la misma: …si por alguna razón, amara a alguien más…

—¿Qué sientes exactamente por mí? —le preguntó.

Gina volvió a dirigirle aquella sonrisa entre tímida y seductora que había descubierto, era su favorita de entre todas las que ella podía esbozar.

—Creí que estaba claro —logró musitar.

William vio que se esforzaba por contener las lágrimas y eso lo alarmó.

—Gina, lo siento¿dije algo malo?

Ella negó con la cabeza, le soltó la mano y se puso de pie.

—No es nada —repuso, dirigiéndose a la puerta —Te agradezco tu atención, William. Buenas noches.

Entonces William supo que no importaban sus temores. Quería a Gina y eso era lo que contaba. Se puso de pie de un salto y muy a tiempo, le detuvo la mano con la que pensaba abrir la puerta.

—No te atrevas a irte, Gina, no sin antes oírme —musitó.

Estaban muy cerca. Ella podía oler la colonia de él y él, el perfume de ella. Era algo que les pasaba seguido, oler sin prisa al otro, para grabarse el agradable aroma para siempre.

—¿Qué pasa? —quiso saber ella, con la cabeza inclinada y sin mirarlo.

—Mírame —pidió él por toda respuesta.

Gina así lo hizo y la sorprendió descubrir de pronto que los ojos de William eran de un tono azul poco común. En aquella habitación, con la escasa iluminación de un par de antorchas, se veían inmensamente claros y brillantes y Gina casi se pierde en ellos. Si no lo hizo, fue por lo que William le dijo a continuación.

—¿Estas segura de esto, Gina? Quiero decir, a lo de estar conmigo…

Gina, por toda respuesta, le acercó el rostro todo lo que pudo.

—Nunca me hubiera atrevido a pedírtelo si no lo estuviera —le murmuró.

A esa distancia, era difícil para William contenerse. Sin pensarlo siquiera, unió sus labios con los de Gina, primero con temor y luego de manera más intensa, mientras que la tomaba entre sus brazos. Gina le echó los brazos al cuello y le pasó los dedos por el cabello de formal lenta y suave. A William le agradó aquel detalle y lo imitó, acariciando la larga cabellera suelta de Gina con delicadeza. Después de un rato, casi con temor, William se retiró un poco y comenzó a besarle el cuello, cosa a la que ella no opuso resistencia. Y cuando le llegó el turno a ella, le descubrió un poco el hombro derecho y con los ojos entrecerrados, vio algo en él que le llamó la atención.

—Ese lunar es lindo —musitó al oído de él.

—¿Cuál? —William la tenía fuertemente sujeta por la cintura y no quería soltarla.

—El que tienes en tu hombro. Nunca había visto uno así.

William volvió a acariciarle el cabello.

—Gracias —murmuró.

—¿Porqué? —Gina se extrañó tanto que retiró su cabeza del hombro de él y lo miró.

—Cualquiera que veía ese lunar, pensaba que yo era extraño —le confesó, un tanto triste —Eres la primera persona que cree que es lindo.

Gina le sonrió y fue otra invitación para besarla con verdadero deseo. Poco a poco llegaron a la cama, se echaron en ella y siguieron dando rienda suelta a sus sentimientos. Las manos de ambos estaban ocupadas recorriendo al otro, porque no querían que el momento pasara. Querían vivirlo a su ritmo, disfrutar cada detalle, no apresurarse…

En un momento dado, dejaron de besarse y se contemplaron largo rato. No podían creer que estuvieran dispuestos a dar ese gran paso y William supo porqué: hacía falta algo. Y casi de inmediato supo lo que debía decir justo en ese momento.

—Te amo, Georgina Angelina Weasley. Con todo el corazón.

Si había algo que le afirmara a Gina que esas palabras eran ciertas, era la mención de su nombre completo. Su primer nombre fue idea de su padre, porque según su madre, ella era su favorita, pero había tomado por costumbre hacerse llamar simplemente Gina. En cuanto a su segundo nombre, era porque tía Angelina era su madrina y su madre pensó que sería lo justo darle su nombre a su hija en honor a ella, que además era una de sus mejores amigas desde el colegio. Pocos sabían su nombre completo y su familia estaba entre esos pocos. En primer curso, en la Selección, la llamaron Georgina, pero ya pocos se acordaban. El hecho de que William supiera esa parte de ella, cuando nunca se la había mencionado, la hizo sentirse tan querida, que no pudo evitar corresponderle.

—Y yo a ti, William Vincent Bluepool.

William no se esperaba eso. Él sólo le había a Gina su nombre completo una vez y fue un día que estaban solos en los jardines, hablando de sus familias. Gina le había preguntado si había algo que no le gustara de su familia adoptiva y él había respondido que Vincent, su segundo nombre, porque así se llamaba un niño que durante su estancia en una escuela muggle, antes de entrar a Hogwarts, le hacía la vida imposible. Sus padres, al adoptarlo, se lo habían puesto en honor a uno de sus abuelos, pero a él le desagradaba. Bueno, le desagradaba hasta ahora, cuando se dio cuenta que pronunciado por Gina, Vincent no sonaba nada mal.

—Solo a ti dejaría llamarme Vincent —le aseguró, retirándole suavemente un mechón de cabello del rostro. En aquel momento ella estaba con la espalda apoyada en la cama y él estaba sobre ella, mirándola con ternura —Me encanta como suena con tu voz.

Entonces ella sonrió y lo abrazó fuertemente.

—Vincent, Vincent, Vincent —susurró una y otra vez, dejándose acariciar.

William volvió a besarla, y por fin estuvo seguro por completo de lo que estaba a punto de hacer. Y tuvo que darle la razón a Gina: si el día de mañana amara a alguien más, esa noche nunca la podría olvidar. Sólo porque hizo exactamente lo que quería con la persona que quería.