CUENTA REGRESIVA: SIETE CAPÍTULOS ANTES DEL FINAL.

Cincuenta y tres: Una pareja más.

John Weasley no estaba de buen humor aquella mañana de lunes, y no porque no le agradara estar en el colegio después de ver a sus padres (que para lo que les había pasado, estaban casi recuperados del todo). Su hermana no aparecía por ninguna parte y no ayudaba el hecho de que Frida, al preguntarle dónde estaba, le contestara.

—No tengo ni idea. Cuando desperté, su cama ya estaba tendida. Debió levantarse muy temprano.

John entrecerró los ojos, dudando de la suposición de su prima. Gina no solía levantarse temprano en vacaciones, ni por equivocación, a menos que tuviera algo de verdad importante qué hacer. Casi sin pensarlo, dirigió su vista a la mesa de Slytherin en cuanto entró a desayunar y notó que William Bluepool tampoco estaba. Con un raro presentimiento, se acercó a la mesa de la casa de la serpiente y haciendo caso omiso de las miradas reprobatorias de los chicos y las de anhelo de las chicas, llegó hasta Patrick.

—Malfoy¿y tu amigo Bluepool?

Patrick, concentrado entonces en leer un pergamino que le había llegado minutos antes en el correo, alzó la vista y se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Cuando me desperté, su cama estaba tendida. Seguramente fue a atender algún asunto, como es prefecto…

Esas palabras, tan parecidas a las de Frida, exasperaron un poco a John, pero como siempre, guardó la compostura.

—Si lo ves, dile que necesito hablarle —pidió y se retiró de aquella mesa para ir a la propia. Se sentó entre Frida y Ángel y comenzó a servirse el desayuno —¿Dónde rayos puede estar? —masculló de pronto, mirando sus hojuelas de maíz con poco interés.

—¿Quién? —quiso saber Ángel, llevándose a la boca un trozo de tocino.

—Gina —respondió John —No la he visto desde ayer en la tarde.

—No te preocupes —Frida bebió un sorbo de leche antes de continuar —Si estuviera planeando una buena broma, nos lo habría dicho.

John tuvo que admitir para sí mismo que eso era cierto y siguió desayunando. Cuando él y sus primos terminaron de desayunar, fueron por sus cosas a la sala común para seguir trabajando en las tareas pendientes y al ir llegando a la biblioteca, vieron pasar en dirección contraria a Gina y a William, pero a John no le agradó mucho lo que vio. Los dos llevaban puesta la ropa del día anterior. Eso sólo significaba una cosa.

—¡Gina! —la llamó Frida, cosa que quizá fue lo mejor que pudo pasar, dado el estado de ánimo de John —¿Dónde has estado?

Gina volteó a verla y le dedicó una sonrisa serena.

—Por ahí —respondió —¿Les importa que vayamos a desayunar? Luego los alcanzamos en la biblioteca¿en la mesa de siempre, verdad?

Frida asintió y ella y Ángel siguieron su camino. Solamente John se quedó en su sitio.

—Gina —la llamó con seriedad —Tengo que hablar contigo.

Gina lo miró y asintió, ya sin sonreír. Le murmuró unas cuantas palabras a William, a las que él asintió para luego retirarse rumbo al Gran Comedor. Gina se acercó a su hermano y le preguntó.

—Bien¿qué quieres saber?

—¿Dónde estuviste desde ayer en la tarde? —preguntó John a su vez.

—John, por una vez, te pediré que no te metas en mis asuntos —respondió Gina con seriedad —Aunque si de verdad quieres saber, te lo diré: pasé la noche con William.

Aquello era lo que John se temía y trató de controlarse lo más posible.

—¿Y de quién fue la idea? —quiso saber —Porque si fue de él y hubo algo extraño de por medio, te juro que…

—Fue mía —contestó Gina con calma —La idea fue mía.

Eso sí que era lo último que John hubiera esperado escuchar. Respiró profundamente, le hizo un gesto de cabeza a su hermana para que caminara y ella, viendo a su alrededor a los alumnos que iban y venían, aceptó y comenzó a andar.

—¿Porqué fue tuya la idea? —inquirió John, un poco más calmado que antes —No me malentiendas, hermanita, pero nunca lo hubiera creído de ti.

—Simplemente creí que estaba lista —respondió Gina, volviendo a adoptar aquella serena sonrisa que le había dirigido a Frida —Además, no lo hubiera hecho si no estuviera segura de que William era el único con quien quería hacerlo. Así de simple.

—Me impresionas —reconoció John.

Gina lo miró con asombro.

—¿De verdad? —preguntó.

—Sí, de verdad —John soltó un leve suspiro —Si me notaste algo molesto, lo siento. Es que tenía miedo de que hubiera sido idea de Bluepool y que te hubiera presionado. A decir verdad, todavía no confiaba del todo en él. Pero creo que ahora puedo hacerlo.

—Claro que puedes hacerlo —Gina miró a su hermano con decisión —Y para que lo sepas, fui yo la que tuvo que presionarlo un poco. Él no quería porque temía que alguno de los dos se fuera a arrepentir después y además… Bueno, sus palabras exactas fueron las siguientes: quiero tratarte como te mereces.

John logró esbozar una sonrisa ante aquella confesión.

—Si está bien para ti, creo que no debo preocuparme —dijo al último, llegando a las puertas del Gran Comedor —Y discúlpame, Gina. Creo que me tomo el papel de hermano mayor más en serio de lo que creía.

—Eso me agrada —Gina le sonrió pícaramente —Siempre que no me cortes las alas.

La pelirroja fue a desayunar y John por fin pudo admitir ante sí mismo que su hermana ya no lo necesitaba como antes. Había crecido. Sonrió sutilmente y se fue a la biblioteca.


Para el fin de semana siguiente, los rumores en torno a las primas Weasley corrieron como reguero de pólvora. Hasta entonces, a nadie le constaba que estuvieran saliendo con dos de los chicos más guapos de su curso, Patrick Malfoy y William Bluepool, pero parecían confirmarse dichos rumores al verlos juntos casi todo el tiempo: estudiando en la biblioteca, paseando por los jardines, caminando a orillas del lago, volando en el campo de quidditch… Eso dejaba a los primos Weasley un poco más relajados, pues por una vez, no compartían el protagonismo con sus respectivas hermanas. John aprovechaba eso para pasar más tiempo con Sun Mei, cosa que a nadie le extrañó porque era noticia vieja que eran novios, pero Ángel Weasley era otra cosa. Las chicas de su curso e incluso las de quinto y sexto lo veían disponible y a donde quiera que iba, Ángel notaba que lo miraban con mucho interés. Le agradaba sentirse admirado, pero las únicas miradas que hubiera deseado evitar eran las de las chicas de su curso de Slytherin, a las que su hermana, su prima y Sun Mei llamaban las Cobras, por venenosas y peligrosas. Últimamente se las encontraba muy seguido en los pasillos y eso no le agradaba en absoluto. Aquel sábado, el último de las vacaciones de Semana Santa, se disponía a encontrarse con Rebecca en la biblioteca para terminar el último trabajo de las vacaciones y se cruzó con su primo Dean, que pasaba acompañado de Janice Edmond, la buscadora de Gryffindor, y un amigo en común de ambos, que si mal no recordaba, se llamaba Nigel Thomas. Iban absortos en un grueso libro de Transformaciones, discutiendo lo escrito en una de las páginas, y no levantaron la vista hasta que Ángel los saludó.

—¡Dean, primito¿Cómo te va con los estudios?

—Creo que bien —contestó Dean, algo serio. Siempre se ponía así cuando estaba haciendo algo importante y lo interrumpían —Por cierto¿supiste la nueva?

—¿Cuál? —se extrañó Ángel.

Dean se retiró un poco de sus amigos y habló en voz baja.

—El próximo año se celebrará aquí el Torneo de los Tres Magos —respondió, con cara de satisfacción —Pero no lo divulgues todavía. Yo me enteré porque MacGonagall hizo una junta de prefectos para avisarnos, pero ella se lo dirá a todos en el banquete de fin de curso, dado que tendrá algunos cambios. Lástima que hasta ahora lo restauraran¿no?

Ángel dio su punto de vista haciendo una mueca de fastidio. Él sabía todo acerca de ese torneo, lo investigó pues lo consideraba interesante, y le parecía una lástima que se hubiera cancelado luego de que Harry Potter ganara el último en trágicas circunstancias.

—¿Vas a participar? —le preguntó Ángel a su primo en voz baja.

—Depende de los cambios, la restricción de edad y de qué digan mis padres —Dean tenía aspecto pensativo —Además, el año entrante viene Nerie.

Ángel asintió, comprendiendo, y después de despedirse de Dean y sus amigos, entró a la biblioteca. Encontró a Rebecca y se sentó a su lado.

—Muy bien, Rebecca —dijo entusiasta, aunque en un susurro —¿Qué hay para hoy, eh?

Rebecca sonrió sutilmente ante el ánimo de Ángel y lamentó tener que echárselo a perder al recordarle que el trabajo que iban a terminar era el de Pociones.

—¡Qué asco! —exclamó Ángel, dando a entender por sus gestos que era una broma —No sé cómo fui a quedarme en esa materia. Espera, ya recordé. Lo hice para ayudar a papá con sus nuevas bromas¿cómo lo pude olvidar?

—Deja de hacer chistes, Ángel —pidió Rebecca con fingido reproche, ya que seguía sonriendo —Vamos a trabajar porque si no, el señor Milton va a echarnos.

Ángel asintió, aunque lo alegraba el hecho de hacer sonreír a Rebecca. Desde que sabía que el menor de sus hermanos estaba enfermo, la joven rara vez sonreía, y eso que el niño estaba a punto de ser dado de alta de San Mungo.

—¿Para qué quedamos que sirve esta cosa? —señaló Ángel entonces, indicando un ingrediente de una poción para transformaciones humanas en animales.

Rebecca se lo indicó y ambos estuvieron escribiendo concienzudamente por casi dos horas. La joven notó hasta ese momento porqué Ángel, a pesar de ser tan bromista, podía salir con calificaciones decentes en los exámenes: tenía sus apuntes en perfecto orden y agrupados por materias. No era algo que esperaba hallarse en alguien como él.

—¿Tú ordenas tus apuntes? —se atrevió a preguntarle cuando salían de la biblioteca rumbo al Gran Comedor para almorzar.

—En parte, me ayudan mi hermana y John —respondió Ángel —Lo que pasa es que a mí no se me da eso de ser ordenado, pero ellos me ayudan con los apuntes porque es la única forma que tengo de estudiar sin molestarlos a cada rato. ¿Porqué preguntas?

—Curiosidad —admitió ella, encogiéndose de hombros —Como eres tan gracioso…

—¡Ah, ya! Esperabas que mis apuntes fueran un desastre¿no?

—No exactamente, pero algo así.

Ambos rieron, porque sabían que sin ayuda de Frida y John, eso sería verdad. Llegaron al Gran Comedor y fueron a sus respectivas mesas. Ángel se entretuvo conversando con su primo y Jason Bradley, mientras que Rebecca apenas hacía caso de lo que Scarlett Mitchell y las demás decían. La había asaltado un repentino pensamiento que no podía apartar de su cabeza y eso, aunado a su hiperactiva imaginación, la hacía estar en un estado de ensoñación del que sólo salió cuando Mitchell la tomó del hombro y la agitó.

—¡Hey, Rebecca, despierta! —chilló Mitchell en tono tan agudo, que Rebecca hizo una mueca de disgusto —¿En qué estás pensando?

—En nada importante —respondió, lo que era verdad a medias: lo que estaba pensando sólo era importante para ella —¿Decías?

—Estábamos haciendo una lista de los chicos del curso, para ver cuáles quedan solteros —Mitchell hablaba como si aquella lista fuera lo más interesante del mundo —Y claro, que estén decentes. Ya descartamos a Malfoy y a Bluepool, porque están saliendo con las Cabezas Rojas (1) —Rebecca sabía que se refería a las primas Weasley —Y los demás chavos de Slytherin no valen la pena.

—Sí¿quién saldría con alguno de ellos? —dijo con desagrado una chica bajita de cabello castaño y ojos oscuros.

—Como sea, de nuestra casa no hay mucho de dónde escoger, porque los que valen la pena está saliendo con Ravenclaw's —prosiguió Mitchell, haciendo una mueca de desdén —Menos Mao, claro. Ella tiene a uno de los Weasley —Rebecca negó imperceptiblemente con la cabeza, pues le parecía increíble que Mitchell llamara a las Weasley "Cabezas Rojas" y a los hermanos de éstas, por su apellido —En cuanto a los Ravenclaw's, Ripley queda fuera porque intentó usarte —ante esa frase, dicha con incredulidad, Rebecca hizo una mueca que Mitchell no notó —Y sus amiguitos no son de confianza. Así que solamente quedan los Gryffindor's, pero ahí hay pocos disponibles. Mao tiene a un Weasley y Whitehead a Bradley, así que eso nos deja con Lindsay, McGill y el otro Weasley.

Al escuchar que Ángel era un soltero disponible para Mitchell y las otras, Rebecca procuró que no se notara su respingo. Después de todo, ella no estaba saliendo con él¿o sí? Vaya, ni siquiera sabía si el chico sentía algo por ella, aunque lo sospechaba.

—Por cierto, Rebecca —abordó una chica de cabello rubio oscuro y ojos color miel —Últimamente te llevas muy bien con Ángel Weasley¿no?

—Bueno, sí —admitió Rebecca, simulando no darle mucha importancia —¿Porqué preguntas, Sarah?

La joven sonrió con cierta malicia.

—¿Podrías ayudarme a conquistarlo? —pidió.

—¿Disculpa? —se sorprendió Rebecca.

—Lo que oíste¿porqué te sorprende? —se extrañó Sarah.

Rebecca negó con la cabeza de inmediato.

—Lo siento, pero a mí no se me dan esas cosas.

—¡Oh, vamos, si no te pido que transformes a un dragón! —se quejó Sarah —Lo único que necesito es que averigües si le gusta alguien o no y ya está. No quiero que acabe el curso sin haberle dado un beso siquiera¡es tan guapo…!

Rebecca sintió que se ruborizaba y se puso de pie.

—Yo no me presto a eso, Sarah —aclaró —Si quieres, te lo presento, pero nada más.

Cuando acabó de decir esa frase, se dio cuenta del error que había cometido. ¡Le estaba ofreciendo a su amiga al chico que le gustaba¿En qué estaba pensando? Aunque viéndolo bien, apenas hacía unos meses hubiera aceptado encantada la propuesta. Sólo porque aún no admitía ante sí misma que Ángel le gustaba.

Sarah se había puesto de pie también y parecía muy emocionada.

—¡Pues vamos ahora mismo, antes de que te arrepientas! —rogó, y tomándola de un brazo, la llevó hasta la parte de la mesa de Gryffindor donde estaban los primos Weasley y Jason Bradley. Rebecca tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no echarse para atrás y cumplir con lo prometido.

—Hola, Ángel —saludó con cautela.

Ángel la miró y le sonrió en el acto, pero su sonrisa desapareció parcialmente al verla seguida por una de sus compañeras de casa.

—¿Qué hay, Rebecca? —le preguntó —¿Se te ofrece algo?

—Bueno, sólo quiero presentarte a una de mis compañeras —Rebecca no dijo una de mis amigas porque sentía que estaría mintiendo. Hacía mucho que se había dado cuenta de que Sarah sólo le hablaba porque Mitchell lo hacía —Sarah Terry. Quería conocerte.

—Como si Ángel pasara desapercibido —se burló Jason, lo que provocó que él y John rieran a carcajadas, pero John observó atentamente a Ángel. Su primo, por alguna razón, no parecía muy contento por conocer a Terry, a pesar de que era bonita.

—Mucho gusto —respondió Ángel seriamente, tendiéndole la mano a la chica.

Sarah le correspondió en el acto.

—Disculpa, sonará muy atrevido, pero… —comenzó Sarah.

—¿Será una propuesta indecorosa? —intervino Jason nuevamente y él y John volvieron a reír. Jason era de padres magos, pero era fanático de las películas muggles porque la familia de su padre era muggle y estaba metida en el mundo de la farándula.

—Quisiera pedirte que fueras conmigo a Hogsmeade —pudo concluir Sarah, mientras les dirigía miradas asesinas a Jason y a John.

Ángel la miró como si no entendiera la petición, pero esa cara era para despistar. En realidad, estaba muy ocupado mirando de reojo a Rebecca, quien sin darse cuenta y con los ojos cerrados, movía los labios de forma imperceptible, como diciendo algo. Tras unos segundos, justo cuando Ángel descifró lo que decía, Sarah lo sacó de su ensimismamiento.

—¿Y bien¿Qué te parece?

Ángel le sonrió de forma conciliadora.

—Lo siento, pero tengo otro compromiso —respondió.

Eso hizo que Sarah frunciera el entrecejo y que Rebecca abriera los ojos, algo sorprendida. Mientras tanto, Jason y John se quedaron asombrados, pues era raro que Ángel rechazara la invitación de una chica cuando sabían perfectamente que no estaba saliendo con alguien más.

—Es una lástima —logró decir Sarah por fin —Bueno, gracias de todos modos por tu atención. Vámonos, Rebecca.

Ambas chicas volvieron a su mesa y Ángel observó con detenimiento a Rebecca. Sarah parecía estarle hablando de forma un tanto brusca y al final, cuando habían tomado asiento, Rebecca se puso de pie inesperadamente después de recoger sus cosas y se había marchado, no sin antes decir algo que se escuchó por casi todo el Gran Comedor.

—¡Déjame en paz, Sarah! Si quieres saber eso, pregúntale tú. Lo invitaste a Hogsmeade¿no?

Ángel estuvo tan seguro que aquello tenía que ver con lo que acababa de suceder, que de inmediato terminó su carne, bebió un último sorbo de jugo de calabaza y salió del Gran Comedor con mochila al hombro, mascullándoles a John y a Jason que los vería luego. Corrió por los pasillos un buen rato, hasta llegar al cuarto piso. Recordó que allí había encontrado a Rebecca una vez, cuando ella se enteró de lo de su hermano Benny, y fue al baño de chicas a asegurarse de que no estuviera ahí. Pero se equivocó: ahí estaba y musitaba cosas de manera furiosa, pensando que la puerta cerrada era lo suficientemente gruesa para no dejar pasar su voz al exterior.

—¡Soy una tonta, una verdadera tonta! Dejándole todo a Sarah en charola de plata¿pues en qué estoy pensando? Vamos Rebecca, admítelo: te gusta y mucho. ¿Porqué rayos no se los dices a la cara¡Te evitarías muchos problemas!

Ángel se quedó escuchando, incapaz de creer que Rebecca estuviera diciendo lo que él creía que estaba diciendo. No quería hacerse ilusiones, porque entonces la caída sería desde más alto y dolería más.

—Muy bien, Rebecca, mírate —continuó la joven, y Ángel supuso que se miraba en algún espejo —No eres fea. Él te lo dijo: eres lista, bonita y sabes poner en su lugar a cualquier patán —Ángel se quedó más inmóvil que antes. Él le había dicho eso a Rebecca cuando fueron juntos a Hogsmeade, en febrero —¿Porqué simplemente no haces el condenado orgullo a un lado, te le paras enfrente y le dices algo como me alegra que no salgas con Sarah porque me gustas, Ángel¡Sí, claro, como si fuera tan simple!

Se escucharon pasos y Ángel comprendió, demasiado tarde, que Rebecca estaba por salir del baño. Tan tarde lo comprendió que ella abrió la puerta, no se fijó que estaba ahí y chocaron de frente. No cayeron al piso sólo porque era un pasillo estrecho y Ángel quedó con la espalda apoyada en la pared opuesta.

—¡Perdón! —se disculpó Rebecca en el acto, pero se quedó de piedra al ver a Ángel.

—Hola, Rebecca —saludó Ángel, sonriendo sutilmente —¿Qué tanto decías ahí dentro?

—¿Escuchaste algo? —Rebecca se puso nerviosa, pero no hizo el menor intento por enderezarse. Aquello de estar apoyada en Ángel le agradaba demasiado.

—Bueno, un poco —reconoció él, sonriendo de manera más amplia —Dijiste algo de que te daba gusto que no saliera con Terry¿verdad?

Rebecca abrió la boca ligeramente, queriendo defenderse, pero no consiguió más que balbucear un par de monosílabos (que no se entendían nada, por cierto) y luego se quedó callada. Ángel la miró con cierta elocuencia.

—Supe lo que deseaste —le susurró, inclinando la cabeza para hablarle al oído, cosa que puso a Rebecca aún más nerviosa —Querías que yo le dijera que no a Terry.

Rebecca se quedó más paralizada que antes y acto seguido quiso retirarse del pelirrojo, pero él se lo impidió posándole una mano en la cabeza y presionándola contra él.

—Movías los labios sin darte cuenta y te los leí, aunque me costó trabajo —explicó Ángel con naturalidad, pero se puso serio al darse cuenta que la chica se agitaba ligeramente —¿Estás bien, Rebecca? Estás temblando.

Pero Rebecca no respondió. Parte de ese orgullo suyo, sumado a la extraña creencia que tenía de que cuanto admitía que alguien le importaba sufriría mucho, la tenía aterrada. Ésa era la razón para que temblara.

—¿Rebecca? —insistió Ángel, sin soltarla para nada —¿Estás bien?

Pero no podía seguir así, reflexionó la joven. Tenía que confiar de una buena vez en la felicidad, fuera a ser eterna o no. Era cierto que era feliz estando con sus hermanos, jugando a sacar de quicio a sus primos o charlando animadamente de las cosas del mundo mágico que Agatha, Alan y Benny no se cansaban de escuchar… pero eso no lo era todo en la vida. Sabía que le hacía falta algo. Algo que quizá sólo Ángel se lo podía dar.

—Tengo miedo… —logró musitar —Mucho miedo.

—¿De qué? —Ángel se sorprendió con aquellas palabras. No esperaba eso de la chica.

—De ti —respondió sin pensar, pero cinco segundos después, se dio cuenta de lo que había dicho, porque Ángel de pronto se quedó tan quieto que parecía una estatua —¡Ángel, no me malentiendas! —alzó la vista y quiso encontrar sus ojos con los de él, pero el chico los tenía fijos en la pared tras ella, donde estaba la puerta del baño, sin expresión alguna —Tengo miedo… de lo que puedas sentir por mí. Y de lo que yo misma siento. Que todo eso sólo sea sólo mi imaginación. No quiero acabar con el corazón roto, yo…

Se detuvo, al ver el cambio de ánimo operado en Ángel. El joven, lentamente, desvió la vista de donde la tenía y la posó en ella, y Rebecca pudo ver algo indefinido que no había notado hasta el momento. Y eso que creía conocer el rostro de Ángel de memoria.

—¿De verdad me crees capaz de romperle el corazón a alguien que me importa? —inquirió él, con ese tono de seriedad suyo tan raro que sin embargo, lo hacía sonar… Bueno, la palabra que Rebecca pensó era dulce. ¿Pero porqué, si a ella le encantaba cuando sonreía y bromeaba con todo el mundo?

—A tu hermana la haces enojar —le hizo notar de repente, tratando de mantener la calma que siempre la había caracterizado.

—Bueno, sí, pero si le hubiera querido romperle el corazón a Frida, la hubiera alejado de Malfoy —Ángel volvió a adoptar su tono jocoso y Rebecca, sin quererlo, lo lamentó —Pero acepté que sale con él porque es mi hermana y la quiero mucho. En cuanto a ti…

Rebecca se puso nerviosa, pues de pronto, Ángel había vuelto a usar ese tono serio que casi no le oía y con aquellos ojos oscuros fijos en ella, no supo exactamente qué decir. Y tal vez fue mejor que no dijera nada, porque Ángel se encargó de que no pudiera hacerlo al declarar en un susurro.

—En cuanto a ti, te dejaré en paz si de verdad te doy tanto miedo. No quiero romperte el corazón por nada del mundo.

Comenzó a soltarla y la enderezó suavemente, pero con decisión, como si ya no quisiera que estuviera cerca de él. Eso sí que le dolía a Rebecca, le dolía como nunca hubiera creído posible. Por un segundo se quedó tan sorprendida que no supo qué decir, pero al siguiente, cuando se percató de que el pelirrojo quería retirarse, reaccionó con tal velocidad que Ángel creyó que se había vuelto loca.

—¡No te vayas, por favor! —suplicó, al borde de las lágrimas, tomándolo de un brazo y jalándolo hacia sí —Si lo haces, de verdad me romperás el corazón.

—Tú acabas de rompérmelo —declaró él con frialdad —Está bien, Rebecca, lo superaré. Seamos amigos como hasta ahora y así no te daré tanto miedo.

Dicho eso, Ángel se zafó de la mano de ella y se alejó, en dirección a su sala común. Rebecca se quedó ahí, mirando cómo se perdía por el pasillo, cuando por fin se dio cuenta de a dónde la estaba llevando su orgullo. ¡Su maldito orgullo! Necesitaba hacerlo a un lado si quería a Ángel, porque ahora estaba segura de que lo quería. Corrió detrás de él.

—¡Ángel, espera! Tengo que decirte algo… ¡Ay!

Al oír aquella exclamación, Ángel se dio la vuelta. Encontró a Rebecca en el suelo, frotándose un tobillo. El pelirrojo se olvidó de todo y corrió a auxiliarla.

—¿Estás bien? —le preguntó en cuanto se arrodilló a su lado.

—Creo que no —Rebecca tenía una mueca de dolor en el rostro, cosa que a Ángel no le dio buena espina —Me duele mucho —hizo un gesto de cabeza para indicar el tobillo que se frotaba con ambas manos —Necesito ir a la enfermería.

Intentó levantarse por sí misma, pero simplemente no podía sostenerse en pie. Ángel, al ver que la chica se tambaleaba, rápidamente la tomó en brazos y caminó hacia la enfermería, a pesar de las protestas débiles de Rebecca de que no hacía falta.

—Tú te callas, porque no es cierto —espetó Ángel en tono severo, el cual hubiera asombrado a su gemela y a sus primos de haberlo oído, pues les hubiera recordado a la madre del chico —Ni siquiera puedes quedarte de pie. Mucho menos podrías caminar, así que basta de palabrería, que ya casi llegamos.

Rebecca se calló, sólo porque la impresionó mucho la forma en que le hablaba su amigo. Pocos minutos después Ángel llegó a la enfermería y encontrando a la señora Finch–Fletchley ordenando un estante lleno de botellas con pociones, la llamó y le explicó lo ocurrido. La señora Finch–Fletchley escuchó con paciencia y al terminar Ángel con su relato, le indicó que dejara a Rebecca en una de las camas del lugar. Pese a las protestas de Rebecca de que la bajara para caminar por sí misma, Ángel no la obedeció hasta que la depositó con delicadeza en la cama.

—Deja de protestar, ya te lo pedí —Ángel adoptó aquel tono severo que se parecía al de su madre —Obedece a la señora Finch–Fletchley. Nos veremos después.

Ángel estaba por dejarla, pero Rebecca lo sujetó de una manga de su túnica.

—No te vayas —le pidió ella.

Ángel iba a replicar, pero al verla a los ojos se rindió y se sentó en una silla cercana que encontró. Antes que alguno de ellos hablara, la señora Finch–Fletchley volvió con una pequeña copa de madera en la mano, que humeaba ligeramente. Se la tendió a Rebecca.

—Muy bien, señorita Copperfield, tómese esto y en cinco minutos vendré a terminar la curación —indicó la mujer con serenidad, pero firmemente. Luego miró a Ángel —Y usted, Weasley, vigile que su amiga se termine la poción. Si no, no podré sanarla debidamente.

Y sin más, la mujer se retiró a su despacho mascullando algo sobre la aceleración en la que vivían los alumnos, cerrando la puerta tras sí. Rebecca miró el contenido de la copa con repulsión, pero obedientemente comenzó a beberla. Al segundo trago, el sabor amargo de la poción la hizo retirarse la copa de la boca y sacar la lengua, asqueada.

—Esto es una porquería —musitó, haciendo muecas.

Una leve carcajada a su lado le hizo recordar que Ángel estaba allí.

—No creas, hay pociones peores —aseguró él —Ahora acábatela.

Rebecca obedeció y para que no volviera a calarle el sabor de la poción en la boca, se tomó lo que quedaba lo más rápido posible. Hacía unos cuantos gestos que hacían que Ángel sonriera, pero contuvo la risa para no arriesgarse a que la chica le escupiera la poción en la cara. Cuando Rebecca terminó, dejó la copa en la mesita de noche junto a ella y volvió a sacar ligeramente la lengua, como queriendo librarse del mal sabor.

—Te ves muy graciosa —comentó Ángel, sonriendo.

—¿Ya? —la señora Finch–Fletchley había vuelto, con varita en mano —Weasley, espere allí —le señaló una silla al otro lado de un biombo —Su amiga estará bien en un minuto.

Ángel se levantó de la silla que ocupaba y fue a sentarse a la otra, y un minuto después Rebecca estuvo de pie junto a él, totalmente recuperada.

—Gracias, señora Finch–Fletchley —dijo Rebecca a espalda de la sanadora.

—Agradécele a tu amigo —pidió la mujer, sonriendo sutilmente —Si no te trae de la forma en que lo hizo, te hubieras lastimado más.

Rebecca asintió vagamente y junto con Ángel salió de la enfermería. Los dos iban en silencio hasta que el joven dijo de pronto.

—Lo siento, Rebecca. Si no fuera por mí, no te hubieras lastimado.

—Más te lastimé yo, Ángel, y no me he disculpado —musitó ella, con voz triste.

—No hace falta —dijo él aparentando serenidad, pero se escuchaba claramente dolido.

—Sí, sí hace falta, porque me importas mucho. Y no quiero que sufras por mi culpa.

Ángel se detuvo de golpe y Rebecca se colocó frente a él, mirándolo a los ojos. Si podía hacerlo o no careció de importancia, porque la joven estaba decidida a confesarlo todo ahí mismo, pasara lo que pasara. ¡Y al demonio con las consecuencias!

—Ángel, debí ser más honesta desde un principio —Rebecca hablaba con el volumen suficiente como para que apenas él la oyera —No es que tenga miedo de que me rompas el corazón, sé que no lo harías a propósito. Es que en los últimos años, todas las personas a las que les he demostrado mi afecto me han fallado, a excepción de mis hermanos.

La chica se detuvo, tomó aliento y prosiguió.

—De lo que realmente tengo miedo es de que… que no sientas exactamente lo mismo que yo. De acuerdo, somos amigos, pero no es precisamente amistad lo que siento por ti y me costó tanto admitirlo por mi orgullo que casi te pierdo. Y no quiero eso.

—¿No quieres perderme en qué sentido? —Ángel sintió curiosidad. Con lo experto que él era en soltarle toda clase de discursos a su madre para que no fuera muy dura a la hora de castigarlo, era extraño que no pudiera descifrar lo que Rebecca quería decirle.

Rebecca titubeó visiblemente, pero no bajó la vista. No quería darse por vencida.

—En ningún sentido. Ángel, tú me…

—Espera, hagamos esto más fácil —interrumpió Ángel, tomándola repentinamente de los hombros, aunque de la misma forma delicada que cuando la había depositado en la cama de la enfermería, de eso no le quedó duda a Rebecca —Si me atreviera a hacerte algo que normalmente no me permitirías¿te enfadarías mucho?

Rebecca, un tanto atónita, no atinó más que a mover la cabeza negativamente.

Ángel asintió, respiró hondo para darse valor y se inclinó hacia Rebecca. Ella no hizo más que quedarse quieta, esperando no tener que enojarse de verdad con su amigo. Pero resultó que no era necesario, porque lo que pasó a continuación era precisamente lo que había estado esperando desde que conoció a Ángel Weasley. Lo que pasó en concreto es que él la besó y fue mejor de lo que había imaginado. Porque eso era lo que la había tenido tan pensativa en el Gran Comedor antes de que Mitchell la interrumpiera con lo de su tonta lista: se estaba preguntando qué se sentiría besar a Ángel.

—¿Qué opinas? —preguntó en un susurro John Weasley, estando en un extremo de aquel pasillo junto a Sun Mei. Ellos habían ido a la lechucería a enviar algunas cartas y accidentalmente, habían escuchado la mayoría de la conversación y visto la escena.

—Ya lo veía venir —reconoció Sun Mei, sonriendo sutilmente —La verdad es que no era un misterio que esos dos se gustaban. Lo único que faltaba era que se lo dijeran.

—Pues mi primo encontró una forma muy curiosa de decírselo —John sonrió con aire divertido —¿Qué crees que pase ahora?

—Bueno, pues espero que sea algo mejor que eso —Sun Mei miraba con atención a Ángel y a Rebecca, que en aquel instante se separaban y se miraban largo rato —Así no avanza una relación.

John le sonrió y le acarició una mejilla. Sun Mei se volvió hacia él enseguida y se besaron brevemente antes de decidir pasar por el pasillo como si nada pasara para ver la reacción de la nueva pareja. Fue más o menos como la imaginaron: mientras Rebecca se puso algo nerviosa, Ángel les dirigió una sonrisa de alegría.

—Hola, par de tórtolos —saludó —¿En dónde andaban?

—Por ahí —Sun Mei sonrió tranquilamente.

—¿Y ustedes? —inquirió John, sabiendo la respuesta aunque sabía que no la oiría.

—Igual —contestó Ángel, sin borrar la sonrisa de su rostro —Invité a Rebecca a la visita a Hogsmeade que hay en mayo¿verdad, Rebecca?

Ella, para sorpresa de Ángel, le siguió al juego.

—Sí, lo hizo, y le dije que sí. ¡Vaya que se había tardado!

—¡Ah! —exclamaron John y Sun Mei a la vez.

—Pues nos alegra, porque Ángel se la iba a pasar solo —comentó John, alejándose con su novia —Frida acaba de decirme en la sala común que se va a esa visita con Malfoy y Gina quiere hacer lo mismo con Bluepool. Y como Sun Mei y yo queríamos lo mismo…

Sin esperar respuesta, la pareja dobló una esquina, dejando a Ángel y a Rebecca a solas nuevamente. Ambos se sonrieron mutuamente.

—Tendrás la mejor visita a Hogsmeade de tu vida —le aseguró Ángel a Rebecca.

—Eso espero —respondió ella.

Se tomaron de la mano y fueron al Gran Comedor, pues era hora de la comida, pensando en lo felices que se sentían.

(1) El apodo de las primas Weasley se debe a que en inglés, una forma de llamar a una persona pelirroja es redhead, que literalmente significa cabeza roja