CUENTA REGRESIVA: SEIS CAPÍTULOS ANTES DEL FINAL.

Cincuenta y cuatro: Suposiciones verdaderas.

El Ministerio de Magia siempre hervía de actividad, fueran vacaciones o no. Patrick lo sabía, porque él había tenido que ir a principios de las vacaciones de Navidad para hacer su examen de Aparición, pero en aquella ocasión la actividad lo intimidó un poco. Estaba en la Oficina de Asuntos Familiares de Magos Menores de Edad el último sábado de vacaciones, por el caso de la custodia de su hermana. La entrada a la oficina estaba en el primer nivel del Ministerio, junto con el Departamento de Educación Mágica, por mencionar otras dependencias similares, y cuando buscaba cierto cubículo, se tropezó con una mujer un poco más alta que él.

—Disculpe —dijo en el acto, fijándose vagamente en la mujer con la que había chocado. Era de cabello castaño oscuro, muy corto, con unas cuantas hebras plateadas en él. Se veía joven, y lo que más llamaba la atención eran sus almendrados ojos, del color ocre de las hojas secas de los árboles en otoño. Se le hacía vagamente familiar.

—No hay cuidado, señor Malfoy —dijo la mujer con voz seria y un tanto autoritaria.

Entonces fue cuando Patrick la reconoció. Era la aurora Holmes, la que había ido a Hogwarts a informarle la situación de sus padres.

—¿Qué hace por aquí, señor Malfoy? —le preguntó la aurora.

—Resolver algo respecto a mi hermana —respondió él con sinceridad —¿Y usted?

—Busco a alguien —la aurora llevaba algunos pergaminos en una mano y de pronto, vio algo tras Patrick y sonriendo sutilmente, saludó con su mano libre en alto —¡Eh, Erin!

Patrick se dio la vuelta. La misteriosa agente Erin, del Departamento de Misterios, se dirigía a ellos. El joven se preguntó qué aspecto tendría como para tener que andar siempre cubierta con aquel velo rojo.

—Ya tengo los datos —informó la agente Erin en cuanto estuvo junto a la aurora Holmes —Buenos días, señor Malfoy —saludó a Patrick, girando su cara hacia él, aunque por el velo, no se vio su expresión —Pronto lo encontraremos. Voy a Fleet Street y terminaré. Te dije que no sería tan complicado seguir el rastro de una adopción así.

—Oiga, yo conozco gente en Fleet Street —recordó de pronto Patrick —Estuve ahí en mis vacaciones de Navidad, en casa de un amigo.

—Veamos¿su amigo es rubio, ojos azules, diecisiete años, de familia muggle? —interrogó repentinamente la agente Erin.

Patrick asintió, un poco sorprendido.

—Entonces eso me facilita las cosas —la agente Erin sonaba complacida —Nos vemos luego, Holmes. Lo que me espera es complicado, te contaré todo cuando vuelva.

—Tienes qué —espetó seriamente la aurora, antes que la agente saliera del lugar en dirección a los ascensores —Bueno, lo dejo, señor Malfoy. Saludos a su hermana.

Patrick asintió de nueva cuenta y la vio irse, yendo con el mago que trataba el asunto de su hermana. Mientras tanto, la aurora iba a su cubículo del Cuartel metida en uno de los ascensores, meditando el montón de trabajo pendiente que le se vino encima con su cambio de puesto. Como el señor Douglas, el verdadero, había quedado un poco afectado por su secuestro (en el tiempo que estuvo desaparecido, el matrimonio Malfoy lo tuvo escondido en el sótano oculto de su mansión en Wiltshire), ella ahora tenía que hacerse cargo de sus asuntos. Llegó al Cuartel, topándose con algunos de los aurores a los que les dio instrucciones, e iba entrando a su cubículo, musitando algo sobre un trabajo en África para aurores políglotas cuando una voz cordial saludó.

—Buenos días, Dahlia. ¿O te puedo decir como en los viejos tiempos?

La aurora vio a quien le hablaba e hizo una ligera mueca. La persona que estaba sentada frente a su escritorio era una mujer rubia increíblemente bella, de ojos violetas de brillo misterioso y atrayente. La aurora dejó su mueca para dedicarle una sonrisa irónica.

—No has cambiado nada, Ferguson —comentó, tomando asiento en su silla y mirando fijamente a la rubia —¿No te hartas de hacerme la vida imposible?

—¡Oh, vamos! No creerás que vine a molestar¿o sí? Además, no soy Ferguson desde hace mucho tiempo. Soy Black.

—Sí, me enteré —la aurora dejó los pergaminos que llevaba en el escritorio —Tu hijo se siente orgulloso¿sabes? Y eso que le han llovido los vociferadores. ¿Y a ti?

—Mira, Darnel (1), si quieres hacerle honor a tu antiguo apodo, sigue diciendo esas cosas —advirtió la rubia en tono divertido —Vamos, Dahlia, dejémonos de juegos. Ya no estamos en el colegio.

—Perdón, Magnolia —se disculpó la aurora —He estado ocupada con mi nuevo puesto.

—Jimmy me contó algo —recordó Magnolia.

—¿Así lo llamas? —la aurora se rió con ganas —Aquí es Jim.

—Lo sé, lo sé. Mira, sólo vine para darte mi nueva dirección —Magnolia se sacó un trozo de pergamino del bolsillo de su túnica color azul claro y se lo entregó —Cuando quieras, ve a visitarme. Ya sé que no te caía bien Sirius, pero…

—No importa, tal vez vaya —la aurora se guardó el pergamino en su túnica color marrón rojizo —Creo que extraño los viejos tiempos.

—Como quieras. Por cierto¿a dónde mandaste a mi hijo esta vez?

—No puedo decirte, así que ni insistas. Lo único que puedes saber es que vuelve hoy.

Magnolia se encogió de hombros y se puso de pie. Salía del cubículo cuando se topó con el señor Potter, que decía.

—Disculpe, señorita Holmes¿cuándo dijo que Ron y yo debíamos partir a…? —el señor Potter se percató de la presencia de la rubia —¡Magnolia¿Qué hace por aquí?

—Ah, vine a una diligencia —respondió Magnolia con vaguedad —Estoy buscando un empleo. No me gusta estar sin hacer nada útil.

—De verdad que es la madre de Jim —comentó el señor Potter, sonriendo con nostalgia —Y eso también era típico de Sirius.

Magnolia, ante la mención de Sirius, asintió con pesar.

—Bueno, ya no los molesto, tengo que ver a alguien más —Magnolia se volvió a la aurora Holmes —¿Sabes dónde anda nuestra amiga?

—En Fleet Street —respondió la aurora —Está en misión.

Magnolia asintió y salió, dejando sin aliento y paralizados a varios aurores un tanto mayores a su paso. Al menos hasta que desde los ascensores, inesperadamente salió Jim Black y al ver las miradas de sus colegas, gritó con cierta molestia.

—¡Dejen de mirar a la señora¡Es mi madre!

Los aurores, al reconocer al hombre, retiraron la vista de la rubia con rapidez. Conocían de sobra el humor que se cargaba su compañero cuando se enfadaba.

—Mamá¿qué haces por aquí? —quiso saber Jim, dándole un beso en la mejilla.

Algunos hombres cerca de ellos soltaron un leve suspiro.

—Vine con mis amigas —dijo la mujer, atenta a que sólo su hijo la oyera —¿Recuerdas?

Jim asintió.

—Bueno, te dejo, voy al Londres muggle un rato —la mujer le dio un beso en la mejilla a su hijo, lo que arrancó un nuevo suspiro por parte de los caballeros presentes que observaban discretamente la escena —Mientras ande desempleada, puedo pasearme por donde se me dé la gana. Los espero a ti y a Casiopea para cenar¿eh?

—Estaremos puntuales, mamá —afirmó Jim —A menos que alguno de los dos tenga un imprevisto¿de acuerdo?

Magnolia asintió, sonrió de manera encantadora y se retiró hacia los ascensores.

—Esa mujer nunca cambia —musitó la aurora Holmes, negando con la cabeza —Potter¿qué se le ofrece?

—¡Ah, sí! —el señor Potter reaccionó de golpe, luego del murmullo que le oyó a su superiora —Ron y yo estamos listos para irnos a América, pero no nos ha dado fecha.

—El lunes, Potter —indicó la aurora —La visita de Estado será a mediados de agosto, deben reportarse el jueves a más tardar para ultimar detalles. Para las negociaciones.

El señor Potter asintió, salió del cubículo y saludó a Jim en el camino. Ambos se entretuvieron hablando unos cinco minutos antes de que cada uno se fuera por su lado. El señor Potter volvió a su cubículo y se halló ahí con el señor Ron.

—Te llevas bien con Black ahora¿no, Harry? —dijo el hombre pelirrojo.

—Bueno, te sorprendería lo mucho que se parece a Sirius —comentó el señor Potter con una sonrisa —Ya te conté todo lo que me dijo Magnolia, Ron¿porqué sigues así?

—La verdad no sé —el señor Ron se encogió de hombros —Será porque todavía no puedo creer que Sirius no te lo contara. ¡Qué belleza de esposa se consiguió¿No?

—Que Luna no te oiga decir eso —el señor Potter sonrió —A propósito, ya tengo la fecha de salida, nos vamos el lunes. ¿No es estupendo?

—¿Estupendo¿Cuidar a un montón de diplomáticos te parece estupendo? Sí que has cambiado, amigo —sonrió el señor Ron con ironía —Lo que me gustaría es ver las caras de los alumnos de Hogwarts cuando se enteren de las nuevas. Por cierto¿tú y Hermione van a ir a los Mundiales de Quidditch este año con mi familia y conmigo? Serán en Bulgaria.

—¿Quién creería que vería el día en que Ron Weasley quisiera ir al hogar de Viktor Krum? —se burló el señor Potter —Tal vez. Depende de cuánto trabajo tengamos Hermione y yo y nuestro asunto en América¿lo olvidas?

El señor Ron asintió distraídamente. Su misión más reciente era demasiado tranquila para su gusto, pero sabía que era importante. Tenía mucho que ver con futuros sucesos en Hogwarts y debía realizarla a la perfección.


Luego de haber estado en Fleet Street, el antiguo centro de la prensa británica, la agente Erin tenía todo listo para completar su misión. Sabiendo que era el último fin de semana de vacaciones de Semana Santa, buscó un callejón solitario donde desaparecerse para ir de regreso al Ministerio. Una vez ahí, en el Atrio, buscó una chimenea de salida libre y pidió ir a Hogsmeade, a Las Tres Escobas. Estando ahí, sobresaltó a unos cuantos parroquianos, pues el local había estado muy tranquilo hasta el momento, y luego de disculparse por la intromisión, salió del local y se encaminó al colegio. Era imposible que no llamara la atención con el velo de aquel llamativo color, por lo que al ir por la calle principal, varias personas volteaban a verla, cosa que la agente notaba con cierta gracia. Llegó ante las verjas del colegio y encontrándolas abiertas, caminó sin dificultad al interior. Atravesó los jardines sin prisa y al llegar a las puertas principales, halló a algunos alumnos saliendo a disfrutar del día libre, de todos los grados. Suspiró al ver la alegría de aquellos chicos, tan despreocupados, y entró al vestíbulo con paso firme. Conociendo de memoria la ruta a seguir, subió la escalinata de mármol y en unos cuantos minutos estuvo frente a la gárgola de piedra que custodiaba la entrada a la dirección. Esperó pacientemente hasta que un hombre de cabello castaño y gris que venía por el pasillo se le acercó.

—Agente Erin —saludó el hombro —¿Qué se le ofrece?

—Necesito hablar con la profesora McGonagall —respondió la agente con seriedad —Quiero su autorización para hablar con una alumna.

El hombre asintió, susurró unas palabras que la agente no escuchó (seguramente la contraseña) y la gárgola se hizo a un lado para dejarlos pasar. Ambos pasaron a su lado hacia las escaleras de caracol que conducían al despacho y antes de llegar a la puerta, la agente susurró.

—Vi a Áine. Está sana y salva¿puedes creerlo?

El hombre reconoció la voz, un poco más suave que la que la agente había usado minutos antes, y sonrió ligeramente.

—Me alegro —respondió en el mismo volumen.

La puerta del despacho apareció de pronto ante ellos y el hombre se adelantó para llamar y anunciar a la visitante. La agente alcanzó a escuchar la voz de la directora decir.

—Muy bien, profesor Lupin. Déjela pasar.


Era la hora de comer y el Gran Comedor estaba lleno. En las cuatro mesas había bullicio y agitación, comentando el final del curso, que era próximo, y también la venidera final de quidditch. Aún así, varios alumnos de quinto y séptimo no le veían el lado bueno a eso, pues las presiones de sus exámenes los estaban agobiando notoriamente, lo cual se reflejaba en que llevaban libros y apuntes a todas partes. Incluso a la mesa del comedor.

—Frida, haz eso a un lado —pidió Gina a su prima lo más amable posible, mirando el grueso libro de Aritmancia que estaba entre ella y la fuente de pastel de carne —Quiero carne y no la alcanzo.

Frida le hizo caso distraídamente, sin apartar la vista del libro. Dean estaba casi igual, pero él estaba repasando Cuidado de Criaturas Mágicas y no eran los únicos: en todas las mesas era lo mismo. La Orden, al ser todos sus miembros de primer curso, encontraban aquel comportamiento fascinante pero a la vez aterrador, pues sabían que en unos años les llegaría el turno a ellos.

—No sé cómo pueden estudiar tanto —comentó Rose, viendo a sus primos —Extraño las bromas de mis primos, me hacían reír. Pero ahora, por culpa de los ÉXTASIS, no pueden hacer ninguna.

—No son los únicos que están distintos —Henry indicó a la mesa de Slytherin —Danielle también dice que su hermano apenas si le habla, aunque creo que más bien es por lo de su trabajo¿se acuerdan?

—Ojalá no siga enojado con ella —deseó Hally —Pero ahora que lo dices¿dónde está?

—Danielle dijo que iría al Ministerio —respondió Rose, llenando por segunda vez su copa con jugo de calabaza —Tal vez para retirar su solicitud.

En la mesa de Hufflepuff, Amy conversaba con sus amigos acerca de lo que les parecía la próxima final de quidditch, Gryffindor contra Ravenclaw. Vivian Malcolm estaba de parte de Ravenclaw, pues su primo Stan era de esa casa, pero tanto Amy como Simon Combs estaban con Gryffindor. Bryan Radcliffe, luego de que Simon le insistiera mucho, confesó que estaba de parte de Ravenclaw, por su amiga Paula Hagen.

—Ella es suplente de cazador —les informó —Y no ha podido jugar en toda la temporada, así que hicimos una apuesta. El que pierda, tendrá que hacer las tareas del verano de Pociones del que gane.

—¿Y qué apostaron? —se interesó Joan Finch–Fletchley, quien casi no había intervenido en la conversación.

—El hecho de que ella entre al juego o no.

Siguieron hablando de quidditch un buen rato, igual que Ryo y Paula en la mesa de Ravenclaw. Pero en la mesa de Slytherin, Danielle no estaba tranquila. Esa mañana su hermano le soltó que iría al Ministerio por un asunto importante y que esperaba estar de vuelta para la cena. La niña deseaba el joven no fuera a retirar su solicitud de empleo.

—Oigan¿ustedes de parte de quién están en la final de quidditch? —preguntó Thomas Elliott, sentado a la derecha de Danielle, entre ella y Sunny —Gryffindor es bueno, Ravenclaw también. La verdad, no sé a quién apoyar.

—Nosotros menos —declaró Sunny con franqueza —En Gryffindor juegan Hally, Rose y Henry, pero en Ravenclaw juega Ryo. Si por mí fuera, quisiera que ganaran los dos.

—Yo en lo personal, creo que ganará Gryffindor —señaló Walter —Las cazadoras de Ravenclaw no juegan coordinadas, así que tal vez no anoten muchos tantos. Y Edmond es más veloz que Ripley, y si los dos fueran por la snitch a la vez, ella la atraparía.

—No creas —intervino William Bluepool de pronto, estirando un brazo para alcanzar una jarra llena de jugo de calabaza —Ese Ripley es veloz cuando quiere. Además, los golpeadores de Ravenclaw les ponen las cosas difíciles a cualquiera.

—¿No deberías estar de parte de Gryffindor, estando tu novia en ese equipo? —se extrañó Sunny inesperadamente —No es que me meta en donde no me llaman, pero…

—Sólo doy mi opinión imparcial —aclaró William, paciente —Llevo jugando más tiempo que ustedes, sé de esto. Pero si a esas vamos, claro que quiero que gane Gryffindor.

—¡Oye, Wilson! —la llamó una voz femenina que a William no le agradaba oír, la de su compañera de curso y casa Norma Monroe —Te llama Snape a su despacho.

Sunny se extrañó, pensando qué querría su tutor esta vez, pero se levantó en el acto y acompañó a Monroe fuera del Gran Comedor. Miraba con recelo a esa chica alta y rubia, pues a pesar de brillarle en el pecho una insignia de prefecta idéntica a la de William Bluepool, no inspiraba el mismo respeto que él. Esa chica, para ser exacta, le daba algo de miedo. Por fin, llegaron a la puerta del despacho de Snape.

—Llama ya, sangre sucia —espetó Monroe groseramente y se retiró.

Sunny hizo una mueca de disgusto al darle unos golpecitos a la puerta. Aunque sabía que no era verdad, todavía la enfurecía que la llamaran de esa forma.

—Adelante —indicó la voz fría y grave de Snape.

Sunny abrió la puerta, esperando encontrar solo al profesor de Pociones, pero no a la agente Erin, de pie junto al escritorio, inmutable como siempre.

—Pase, señorita Wilson —invitó la agente, volviéndose hacia ella y con voz un tanto jovial —Le tengo excelentes noticias.

Sunny asintió vagamente y entró al despacho, observando de reojo a Snape. El hombre, por alguna razón, parecía un tanto contrariado.

—¿Recibió la lechuza que le envié la semana pasada, señorita Wilson? —preguntó la agente Erin con naturalidad.

Sunny asintió.

—Tome asiento, por favor, lo que voy a decirle es importante.

Sunny obedeció sin replicar. Snape la notó ansiosa y se preguntó la razón.

—¿Ya estuvo en Edimburgo? —preguntó la niña, sin poder contenerse.

La agente se rió brevemente y Snape la miró. Ya antes había escuchado aquella risa.

—Sí, ya fui y vine, y terminé mi investigación en el Londres muggle, como esperaba. Señorita Wilson, lo que le dije en mi carta resultó cierto: lo adoptaron muggles. Y para hacerlo todo más fácil, tengo pruebas casi sólidas de que está ahora mismo en Hogwarts.

La chiquilla la miró con una expresión incrédula, mientras Snape quería saber de qué rayos estaban hablando.

—¿Segura? —preguntó Sunny en voz baja, casi con timidez.

La cabeza de la agente Erin se movió de arriba abajo, asintiendo. Luego estiró la mano izquierda por debajo del velo con un pergamino en ella, dejando ver en su dedo anular un brillante anillo de plata, con una perla engarzada. Se veía como un anillo de compromiso.

—Bonito anillo —masculló el profesor Snape.

La agente Erin movió la cabeza, sin saberse bien si negaba o asentía con ella, y le entregó el pergamino a Sunny, quien lo tomó, lo desenrolló y lo leyó. La agente, mientras tanto, ocultó su mano bajo el velo y volvió su cabeza hacia Snape.

—No es asunto tuyo¿de acuerdo? —espetó —Además¿tú qué sabes? Nunca llegaste a entregar uno, Quejicus.

Snape puso su peor expresión de enfado, sobre todo cuando al oír la palabra Quejicus, Sunny había dejado de leer de pronto y había soltado una carcajada, mirando a su tutor de vez en cuando. ¡En su vida se hubiera imaginado que alguien le pudiera dar un apodo a Snape y salir con vida!

—¡Eso suena chistoso! —exclamó sin poder evitarlo y siguió riendo, casi olvidada del pergamino que leía. Pero dejó el asunto por la paz cuando vio la mirada casi asesina que le dedicaba su tutor y volvió su atención al pergamino, cuya lectura concluyó al minuto siguiente —¿Pero segura que él es mi hermano, señorita? —le preguntó a la agente Erin.

¿Hermano¿Sunny hablaba de un hermano suyo? Eso a Snape no le agradó, pero al segundo siguiente se preguntó porqué la información no le gustaba. Si Sunny tenía algún pariente, lo lógico era que la mandaran con él¿cierto? Podría deshacerse de ella si quisiera, pero… ¿Quería deshacerse de ella?

—No hay ninguna duda, al menos eso creo —la agente Erin asintió levemente con la cabeza —Tendría que llamarlo y hacerle unas cuantas preguntas, así que…

—¡No! —Sunny se levantó de un salto, sobresaltando a los adultos —Quiero decir… prefiero hacerlo yo. Creo saber cómo averiguarlo sin que se enfade.

La agente Erin iba a replicar, pero al ver la carita resuelta de Sunny, asintió otra vez, aunque con poca convicción. Eso de dejar el final de su trabajo a una niña de once años…

—Por cierto, señorita Wilson, cuando averiguaba eso, me enteré que pronto será su cumpleaños —soltó de pronto. Y es que el soltar esa frase era parte de otra de sus investigaciones… aunque ésta era un poco más personal.

Bajo el velo, sus ojos miraron a Snape, que sutilmente se puso alerta.

—Bueno, sí —Sunny se encogió de hombros, sin darle mucha importancia —Pero no es la gran cosa. Nunca he recibido regalos ni tenido una fiesta.

—¿Y este año? —quiso saber la agente.

—Bueno, mis amigos son buenas personas —Sunny se permitió una de sus sonrisas maravilladas —Seguramente ellos me festejarán de alguna forma.

La agente Erin asintió lentamente, como en actitud pensativa.

—Estoy segura que sí —murmuró, satisfecha por la acogida que tuvo su intervención —En ese caso, tengo que regresar al Ministerio. Le prometí informarle a Holmes.

Acto seguido, la agente se dirigió a la puerta y salió, dejando a la niña y al profesor a solas. Sunny le echó un último vistazo al pergamino que sostenía antes de guardárselo en un bolsillo y dio media vuelta para irse cuando Snape la detuvo.

—¿De qué se trata todo esto, Wilson?

Sunny lo miró con seriedad, frunciendo el entrecejo.

—¿De veras quiere saber? —preguntó ella a su vez y al ver que Snape asentía, suspiró y respondió —Es que resulta que tengo un hermano¿no le da gusto?

Snape frunció el entrecejo.

—¿Porqué habría de darme gusto?

—Porque podría librarse de mí.

—No es tan desagradable como piensa, Wilson —aseguró Snape —De hecho, es mejor ocupación de lo que creía.

Sunny lo miró con desagrado.

—No me gusta ser una ocupación —afirmó y salió del despacho.

Sunny caminó tranquilamente por los pasillos, pensando que tendría a parte de su familia de nuevo, pero teniendo el presentimiento de que tal vez, a su hermano no le agradara la idea de tenerla a ella. Se quitó la capa del colegio, pues para esas fechas hacía calor a esa hora de la tarde, y se alegró de haberse puesto aquella blusa sin mangas y de tirantes delgados a rayas blancas y verdes, que formaba parte del guardarropa que Snape le había comprado hacía casi un año, a juego con una falda verde que le llegaba hasta las rodillas. Se acomodó la capa en el brazo y cuando iba para el Gran Comedor, se topó con el quinteto de tarados, que volvía de comer.

—¡Miren quién viene ahí! —soltó Brandon, con voz chillona —La sangre sucia.

—No puedes inventarte algo mejor¿verdad? —espetó Sunny sin darle importancia y con intenciones de seguir su camino.

Calloway, Sullivan y Mackenzie le cerraron el paso.

—¿Cuándo te regresas con los muggles, eh? —inquirió Scott, burlona.

—¿Porqué habría de regresar con los muggles? —se extrañó Sunny.

—Porque no perteneces aquí —respondió Sullivan fríamente.

—¿Quién lo dice, ustedes¡No me hagan reír! —Sunny esbozó una sonrisa irónica —Mejor métanse en sus asuntos y a mí déjenme en paz.

La niña iba a empujar a los tres niños para poder pasar, pero entonces Mackenzie le arrebató la capa.

—¡Dámela! —ordenó Sunny, yendo hacia él y queriendo arrebatársela.

—¿Porqué? —Mackenzie soltó una risita maliciosa —Wilson, yo que tú agradecería que se esfumara tu capa¡está muy vieja¿De dónde la sacaste, de un contenedor de basura?

Sunny se enfureció. La capa, como todas sus cosas de bruja, se la había comprado Snape y aunque él no fuera precisamente cariñoso, sí se había portado bien con ella y no iba a permitir que lo insultaran.

—Me la compró mi tutor —respondió, apretando los dientes.

—¿Qué clase de pobretón es tu tutor como para comprarte esto? —se burló Calloway, quitándole la capa a Mackenzie.

—¡Dámela! —exigió Sunny de nueva cuenta, acercándose a Calloway —¿Qué te importa quién sea mi tutor? Es mejor persona que tú, al menos.

—Ya, hazte a un lado —Scott la apartó de Calloway de un empujón, golpeándola contra la pared —Cuando quieras tu capa, pídela de rodillas, sangre sucia.

Enseguida, los cinco niños se empezaron a retirar, mientras Sunny se frotaba el hombro derecho y la sien del mismo lado. Sintió algo en la sien y al mirarse la mano, se dio cuenta que era sangre. El golpe que se había dado contra la pared le había abierto una herida y eso la puso de peor humor que antes.

—¡Genial! —dijo sarcásticamente y se fue de allí, dispuesta a ir a la enfermería y farfullando cosas contra el quinteto cuando inesperadamente chocó con alguien —¡Perdón! —se disculpó en el acto, pensando que aquel era su día de sorpresas.

—¿Qué tienes en la cabeza, Sunny?

La niña levantó la vista y se encontró cara a cara con William Bluepool. Trató de ocultar su herida al instante, pero William fue más rápido y atrapó su mano, revisando el lado derecho de su cabeza.

—Fea herida —musitó, negando levemente con la cabeza —Espera, creo que tengo un pañuelo por aquí…

Revisó en sus bolsillos y al segundo siguiente, estaba presionando levemente la herida de Sunny con un pañuelo blanco de bordes azules, para evitar que sangrara más.

—¿Cómo te hiciste esto? —quiso saber el rubio, mirándola con atención.

—Pues… —Sunny dudó, porque no quería que se compadeciera de ella —Me caí.

William frunció el entrecejo con incredulidad.

—Como digas —dijo él, tomándole la mano derecha y poniéndosela sobre el pañuelo en su cabeza —Mantenla así hasta que lleguemos a la enfermería. Así no sangrará tanto.

Sunny asintió y lo siguió hasta el vestíbulo y luego escaleras arriba, a la enfermería. Ninguno habló hasta llegar al lugar, donde la señora Finch–Fletchley estaba ocupada dándoles una poción a los hermanos Finnigan, pues la estación los ponía sumamente mal, por ser alérgicos al polen. Y como habían estado en los jardines toda la mañana…

—¿Qué le pasa a la niña? —quiso saber la sanadora en cuanto vio a Sunny.

William le explicó lo mejor posible la situación y la señora Finch–Fletchley, luego de darles a los Finnigan su poción, sacó su varita, revisó la cabeza de Sunny y murmurando un hechizo, golpeó suavemente la herida y ésta se cerró enseguida. Sunny apenas si hizo una mueca de dolor cuando la varita le tocó la cabeza.

—Gracias —le dijo a la sanadora cuando ya se iba.

—De nada, pequeña —la señora Finch–Fletchley le dedicó una sonrisa apacible.

Sunny iba para su sala común cuando una mano se le posó en el hombro derecho.

—Oye¿me devuelves mi pañuelo? —era William Bluepool.

—¡Ah, sí, claro! —Sunny lo tenía en la mano, así que se lo tendió —Lo siento.

William le retiró la mano del hombro para tomar el pañuelo, y en eso se fijó en el hombro en sí. Lo hizo sin pensarlo, pero al notar lo que lo tenía tan sorprendido, movió la cabeza un poco, para despabilarse, y alcanzó el pañuelo que la niña le entregaba.

—Gracias —logró musitar, antes de dejar escapar —Eso sí que es curioso.

—¿Qué cosa? —Sunny se sorprendió.

Por toda respuesta, William señaló el hombro de Sunny y ella se miró con el entrecejo fruncido. Allí, a la vista, estaba el lunar en forma de estrella que decía que era idéntico a uno de su madre. Luego miró a William y sin poder creerlo apenas, recordó el informe de la agente Erin y puso en marcha su idea.

—¡Ah, eso! Es de familia —dijo, aparentando despreocupación —Resulta que mi madre, que era bruja, también tenía uno así, pero en el otro hombro. Es lo que más rabia me da cuando me dicen sangre sucia: saber que no lo soy.

—Creí que eras huérfana —comentó William, repentinamente interesado —No es por ofender, pero eso es lo que sabía.

—Lo soy —Sunny se puso triste, recordando que efectivamente, era huérfana —Pero es una larga historia. En pocas palabras, mi padre… era muggle y no le gustaba la magia, así que logró que mamá se deshiciera de mí. Igual que con Will —añadió, sin pensar.

—¿Will? —algo en la forma en que Sunny dijo el nombre, hizo que William sintiera algo raro. Algo… como nostalgia.

Sunny asintió y le contó la historia: cómo era su padre, cómo era su madre y aquellos misteriosos susurros que hablaban de un hermano al que ella nunca conoció. De una cosa estaba bien segura: si era mago, su hermano debía tener el mismo lunar que ella y su madre y los ojos azules.

—¿Porqué azules? —inquirió William.

—Porque mi padre los tenía azules —Sunny hizo una mueca al mencionar a su padre, por lo que William dedujo que no le agradaba recordarlo —Al menos eso dijo mamá.

Se quedaron en silencio largo rato y llegaron al vestíbulo. Las puertas del Gran Comedor estaban cerradas, señal de que oficialmente había terminado la hora de comer. Sunny hizo un gesto de enfado y siguió de largo, musitando algo de que tenía que recuperar su capa y buscar a sus amigos, pero William se quedó de pie en su sitio, antes de salir corriendo a los jardines. Tenía una cita con Gina a orillas del lago, y tenía prisa por llegar y contarle lo que acababa de pasarle.

—¿Estás seguro de lo que dices? —se sorprendió Gina, cuando William terminó de narrarle todo lo que Sunny le confió acerca de su familia —Puede que todo sea casualidad.

—¿Y si no lo es? —inquirió William a su vez —Te lo juro, Gina, siempre he sentido algo extraño al ver a esa niña. Y hoy, cuando la escuché decir Will… fue como si hubiera encontrado algo que hubiera estado buscando.

Gina se quedó pensativa un momento, antes de soltar con cuidado sus palabras.

—En ese caso y si tan seguro estás… —comenzó, deteniéndose brevemente antes de seguir —… Si tan seguro estás, ve y díselo. Dile a Sunny que crees que eres su hermano.

—¿Y si no le agrada la idea? —William desvió su atención al lago, nervioso —Por lo que me contó, sus padres no eran lo mejor del mundo. ¿Y si llega a creer que soy igual?

—No se lo permitiré —Gina le puso una mano en el hombro izquierdo —Si de verdad el padre de Sunny era también el tuyo, no eres igual a él por tener sus ojos. Tú eres diferente. Te defenderé de cualquiera que se atreva a decir lo contrario.

William por fin pudo esbozar una sonrisa y alzó una mano para posarla en su hombro derecho. Parecía que por fin se le aclararía su pasado, pero ahora tenía miedo del resultado. ¿Y qué pasaría si de verdad él y Sunny Wilson resultaban hermanos¿A ella le agradaría la idea¿Y qué pensarían sus padres¿Y el tutor de Sunny?

Gina, viendo su expresión, creyó saber lo que le pasaba por la cabeza. La mano que tenía en el hombro del chico pasó al cabello rubio de él y lo revolvió con suavidad.

—Solo hazlo —aconsejó con cautela, pero firmemente —Y resulte lo que resulte, sabes que cuentas conmigo. No te quedes con la duda.

William la miró, le sonrió y la abrazó, antes de que ambos se pusieran de pie y regresaran al castillo, pues oscurecía un poco. En las escaleras principales se encontraron con Patrick, que recién volvía del Ministerio.

—¿Han visto a Frida? —preguntó Patrick en cuanto los vio.

Ambos negaron con la cabeza.

—Gina¿puedo pedirte un favor? —al ver a la pelirroja asentir, Patrick se sacó un pergamino del bolsillo y se lo dio —Dile que firme esto. Ella sabe de qué se trata.

Sin esperar respuesta, Patrick entró al castillo y la pareja lo observó bajar las escaleras que daban a su sala común. Gina quiso saber qué contenía el pergamino, pero éste estaba sellado y eso era seña suficiente para dar a entender que era confidencial.

—Voy a mi sala común —le dijo a William, sonriéndole —Le daré esto a Frida y de paso, le preguntaré de qué se trata. Y no retrases lo que hablamos —añadió, al separarse de él —No te quedes con la duda.

William asintió y la vio irse, pensando que tenía razón. Entre más retrasara el momento, peor sería. Tenía que saber si lo que suponía era cierto de una buena vez.

(1) La palabra darnel, en inglés, significa cizaña