CUENTA REGRESIVA: TRES CAPÍTULOS ANTES DEL FINAL.

Cincuenta y siete: Aclarando situaciones.

Frida y Patrick llegaron pronto a la calle y por lo tanto, a donde estaban Ángel, sus primos y sus respectivas parejas. Y llegaron justo a tiempo, porque Ripley y sus amigos querían seguir el pleito. Y lo peor de todo: con varitas en mano.

—Será mejor que se vayan —pedía John, tratando de parecer conciliador —Ahora.

—No te metas en esto, Weasley —exigió Ripley con desprecio —No es tu asunto.

—Disculpa, pero si te metes con mi familia es mi asunto —replicó John.

—Vamos, Ripley, no caigas más bajo —espetó Sun Mei —Tú y tus amigos lárguense ya.

—Vaya, Mao, salir con Weasley te afectó los modales —se burló uno de los amigos de Ripley, de cabello revuelto y oscuro.

—¡No te atrevas a hablarle así! —John perdió la poca paciencia que le quedaba y sacó su varita —Métete con alguien de tu tamaño.

Sun Mei le puso una mano en el hombro a modo de gesto conciliador, mientras que Ángel se zafaba de las manos de Rebecca y se adelantaba.

—John, no te metas, éste no es tu asunto —la voz del chico sonaba tan estricta como la de su madre y tanto sus primos como Frida se sorprendieron por ello —La cosa fue conmigo, Ripley, así que hazme el favor de decirle a tus amiguitos que se aparten y tengamos un duelo decente. Eso, claro, si tienes dignidad —añadió con sarcasmo.

Eso hizo que Ripley se decidiera, haciéndole un gesto a sus amigos para que se mantuvieran al margen. En tanto, Ángel había sacado su varita y tenía una expresión de concentración rara en él, que sólo le veían cuando pensaba en algo de verdad importante.

—Ángel, por favor—Rebecca se le acercó y le puso una mano en un brazo —No lo hagas, no tienes porqué.

—Sí, sí tengo —Ángel no la miró por seguir concentrado en lo que iba a hacer —Te faltó al respeto y eso no se lo voy a permitir.

Rebecca se sentía halagada por la reacción de Ángel, pero aún así seguía preocupada. En tanto, Frida y Patrick se habían acercado a Gina y William, y les pidieron explicaciones.

—Ángel y Rebecca se encontraron a Ripley al entrar a Las Tres Escobas —explicó Gina —Los dos iban sin molestar a nadie, pero de pronto Ripley se le acercó a Rebecca, la abrazó y trató de besarla. ¿Puedes creerlo? —agregó, indignada.

—Fue muy desagradable, la verdad —William hizo un gesto negativo de cabeza —Gina y yo nos acabábamos de sentar a una mesa y John y Mao recién entraban. Lo vimos todo. Como era de esperarse, Ángel se disgustó y retiró a Ripley de Rebecca de un empujón. Luego de eso, Ripley sacó la varita e intentó hechizar a Ángel, pero fue cuando nosotros intervenimos. Mao le hizo lo mismo que en febrero, lo tiró al suelo, y yo logré echarle un Impedimenta, pero no sirvió de mucho.

—¿Tú le echaste un Impedimenta a Ripley? —se asombró Patrick, mirando a su amigo.

—Oye, no por nada saqué "Extraordinario" en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Como sea, el caso es que Rosmerta nos echó —Gina se veía enfadada —Y ahora Ángel quiere pelear¡como si fuera muy bueno en duelos! Sabes perfectamente que la Defensa no es su fuerte —miró a Frida, como exigiéndole que parara a su gemelo.

—Pero cuando se concentra, te sorprende —le hizo recordar Frida.

La mayor parte de los jóvenes se retiraron, pero Rebecca seguía insistiéndole a Ángel para que no se batiera. El pelirrojo le hizo una seña discreta a su primo y John, advirtiendo el gesto, separó a Rebecca de Ángel con suavidad, pero con firmeza.

—Muy bien, Ripley¿listo? —inquirió Ángel, viendo al Ravenclaw y mostrando su varita.

Ripley, discutiendo un poco con sus amigos, asintió y también mostró su varita. Poco después estaban cumpliendo con las formalidades y antes de lanzarse el primer hechizo, Ripley le gritó al pelirrojo insolentemente.

—Oye, lo olvidaba¿quién es tu segundo?

Ángel volteó levemente hacia donde sus primos y descubrió a su hermana. Pero como era lógico, a Frida no la iba a meter en ese asunto.

—Malfoy —señaló, con un gesto de cabeza.

Frida se impresionó y Gina y John, más. Los tres sabían perfectamente que Ángel no toleraba al rubio y que sólo no le hacía mala cara cada vez que lo veía por Frida. Pero de eso a confiar en él como su segundo en un duelo… Sencillamente, no sabían qué pensar.

—¿Y el tuyo? —preguntó Ángel.

—Taylor —Ripley indicó con la cabeza a un chico de cabello castaño claro y mirada fría.

Ángel asintió y se preparó. Uno de los Ravenclaw que lo acompañaban se había ofrecido a contar hasta tres para que los dos iniciaran a la vez y cuando iba en el dos…

¡Temno! —gritó Ripley inesperadamente.

Era un hechizo cortante, bastante simple, pero Ángel sabía bien lo que hacía. Se hizo a un lado un segundo antes de que en el suelo, donde había estado parado, apareciera una especie de surco. Se veía que Ripley pelearía en serio, así que Ángel también lo haría.

¡Expelliarmus!

El chico Weasley tenía mejor puntería y mucha más velocidad, por lo que Ripley apenas si pudo darse cuenta de cuando su varita salió volando de su mano. Y mucho menos notó el otro hechizo que Ángel le lanzó hasta que fue tarde.

¡Impedimenta!

Ripley cayó de espaldas, pero no quedó inconsciente por el golpe, cosa que Ángel notó.

—¿Qué esperas, Ripley? —preguntó.

Ángel sonreía, pero estaba atento a cualquier movimiento. Y eso fue bueno, porque en cuanto se levantó, Ripley recuperó su varita y le echó un Desmaius.

¡Protego! —Ángel reaccionó justo a tiempo, pero en cuanto bajó la varita para preparar otro golpe, Ripley se le adelantó.

¡Temno!

Esta vez sí le dio a Ángel, cosa que su hermana y sus primos notaron en el acto, pues la camisa del chico se manchó de rojo. Ángel hizo un gesto de dolor, pero se mantuvo de pie lo suficiente como para poner en guardia a Ripley. El Ravenclaw iba a darle el golpe de gracia, pero inesperadamente Ángel levantó la varita bruscamente.

¡Petrificus Totalus! —exclamó.

Al instante, Ripley se desplomó, con los brazos pegados al cuerpo. Sus amigos acudieron en su ayuda en el acto, pero para su sorpresa, ninguno se sabía de memoria el contramaleficio. Estuvieron debatiéndose unos cuantos minutos hasta que pasó por ahí Bennett, el capitán del equipo de quidditch, y al ver su dilema, sacó la varita y estaba a punto de realizar el contramaleficio cuando Sun Mei gritó.

—Cuando lo regreses a la normalidad, dile que perdió, Mark.

Bennett asintió en el acto y lanzó el contramaleficio. En tanto, Rebecca había corrido hacia Ángel, quien se llevaba una mano a la herida que manchaba su camisa. La revisó a medias y antes de el chico protestara, lo tomó de un brazo y lo jaló de vuelta al colegio.

—Ahora tú me vas a obedecer a mí —Rebecca se veía tan indignada que Ángel no se atrevió a replicarle. De hecho, le parecía inusualmente bonita así —No puedo creer que no me hicieras caso¡mira que batirte en duelo cuando no es tu fuerte! Y vaya que lo sé, porque te ayudé el curso pasado a estudiar para pasar ese examen.

Entraron a los terrenos del colegio a paso rápido, pero la chica notó que a cada paso que daban, Ángel caminaba más lento. Volteó a verlo y se percató de que la sangre goteaba de su herida y se estaba poniendo pálido. Dejó de caminar, vio un árbol cercano y lo guió hacia su sombra.

—Recuéstate —le pidió.

Ángel obedeció y Rebecca, luego de un leve titubeo, le desabrochó la camisa para revisar su herida. Si no fuera por la situación, se hubiera sentido muy avergonzada por lo que estaba haciendo, pero enseguida se concentró y viendo que el corte hecho por el hechizo de Ripley era profundo, trató de recordar un libro de Sanación que había leído hacía un tiempo. Ella quería ser sanadora, por eso leía sobre ese tema siempre que podía, y ahora intentaba acordarse de un hechizo en particular.

—Vamos, Rebecca, piensa… —se dijo en voz baja, mirando la desagradable herida de Ángel de reojo —¡Ah, ya! —sacó su varita, cerró los ojos unos segundos para concentrarse y al abrirlos, le apuntó a Ángel —¡Emendare! (1)

Se concentró como nunca lo había hecho, sabiendo que podría salirle mal, pero para su alivio, la herida se cerró poco a poco, pero no por completo. Quedó una pequeña abertura en la piel morena del chico, pero al menos no se estaba desangrando. Rebecca sonrió.

—Pude hacerlo —musitó —De veras pude hacerlo. Ángel…

Pero Ángel no la oía, o al menos eso parecía. Tenía los ojos cerrados y seguía pálido.

—¡Ángel! —llamó, moviéndolo de un lado a otro —No es momento para bromas.

—¡Ay, ya lo sé! —se lamentó él, girando la cabeza —Es que me estaba durmiendo.

—Pues levántate, que hay que ir a la enfermería —Rebecca lo tomó de un brazo y lo incorporó —Todavía no estás curado del todo.

Ángel asintió, pero al estar por completo de pie, se mareó ligeramente, apoyándose del todo en Rebecca, quien no se esperaba eso y casi se cae.

—Estás bien¿verdad? —le preguntó ella.

—Sí, creo —Ángel intentó sonreírle con su picardía habitual, pero no pudo —Ahora llévame a la enfermería antes de que cambie de opinión¿sí?

Rebecca se sintió conmovida ante la frase y el intento de sonrisa del joven. Trataba de que ella se sintiera bien cuando él era el que no lo estaba.

—Muy bien, vamos —aceptó.

Ambos caminaron por los terrenos a paso lento, sobre todo porque Ángel se estaba mareando un poco a cada paso. Pasaron cerca del lago, por lo que Rebecca creyó vislumbrar, a la sombra de una gran haya y con varios libros a su alrededor, a la prima pequeña de Ángel y a varios niños más, seguramente sus amigos. Entre ellos, creyó distinguir a la hermana menor de Patrick Malfoy, al hermanito de Sun Mei Mao, al hijo de la profesora de Encantamientos y a la hija de Harry Potter. Sí que le parecía un grupo curioso, pero lo ignoró casi al instante pues Ángel se detuvo de pronto.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—Nada grave —aseguró él a media voz —Vamos, podemos seguir.
Siguieron su camino y al llegar a las puertas del castillo, los alcanzaron Frida, Gina, John, Patrick, William y Sun Mei. Frida casi tira a su hermano al abrazarlo con fuerza.

—Sí que eres un tonto, Ángel Lee Weasley —regañó la pelirroja. Rebecca se sorprendió al escuchar el nombre completo de Ángel, y no era para menos. Frida sólo lo usaba con su gemelo cuando se enfadaba mucho con él o se preocupaba mucho por él —¿Cómo pudiste meterte en algo así? Sabes perfectamente que los duelos no se te dan bien¡con lo que pasó hace un año en casa!

Y es que el verano pasado, estando en casa recién llegados del colegio, Ángel y Frida se habían puesto a practicar sus hechizos de defensa y ataque a modo de juego, pero el resultado fue que Ángel terminó con una herida muy fea en la cabeza sólo porque no supo defenderse bien de un hechizo de desarme que le lanzó su hermana y que lo estrelló contra la pared de la habitación donde estaban.

—Ya, Frida, lo vas a asfixiar —Gina veía la escena sonriendo. Para ella era divertido ver cuando sus primos discutían, porque a ella y a John les pasaba de vez en cuando y era mejor verlo que vivirlo —Deja que Rebecca se lo lleve. Se nota que lo cuida bien.

—Pues de todas formas voy —Frida se adelantó un paso —Mira, hermanito, me diste un gran susto. Así que aunque no quieras, te daré lata cuidándote.

Ángel hizo una mueca, pero era una mueca fingida. La verdad le agradaba saber que su gemela se preocupaba por él, aunque sospechaba que ella quería algo más que cuidarlo. Ya lo averiguaría cuando estuviera bien.

El grupo entero llegó a la enfermería, donde la señora Finch–Fletchley atendía de nueva cuenta la alergia de los hermanos Finnigan. Al ver a todos aquellos jóvenes de séptimo, se preguntó en qué nueva travesura se habrían metido cuando Frida se adelantó y antes de que dijera algo, le explicó exactamente lo que había sucedido. La mujer negó con la cabeza, les entregó su poción a los Finnigan y jaló a Ángel hacia un banquillo, revisando su herida de reojo. Frunció el entrecejo de pronto.

—¿Esta herida con qué se hizo? —inquirió, seria.

—Con el hechizo Temno —respondió Frida en el acto.

—Pues es más pequeña de lo que esperaba —comentó la sanadora.

—Rebecca me ayudó —dijo Ángel entonces —Usó un hechizo para cerrarla un poco.

La mujer miró a la castaña.

—¿Qué hechizo usaste? —le preguntó.

—El hechizo enmendador —respondió Rebecca, titubeante —Lo había leído en un libro y como vi que estaba sangrando demasiado, pues…

La señora Finch–Fletchley la miró de tal forma, que cualquiera pensaría que estaba molesta. Sin embargo, al cabo de un segundo, sonrió levemente.

—Un hechizo enmendador casi perfecto —aseguró —Si quieres entrar a la Escuela de Sanación, te recomendaré con gusto.

Rebecca no pudo mas que sonreír con incredulidad.

—Muy bien, ahora voy a cuidar yo a este chico —les indicó la sanadora —Quiero que salgan de aquí. Podrá irse a la hora de la cena, perdió algo de sangre.

Los chicos no tuvieron más remedio que acceder, aunque Frida le pidió por unos minutos que la dejara quedarse, cosa que no consiguió. Tuvo que irse con sus primos, sus novios y Patrick, quien le pasó un brazo por los hombros.

—Oye, va a estar bien —le dijo a Frida —Ya lo dijo la señora Finch–Fletchley.

—Sí, pero es que mi hermanito nunca aprende —Frida frunció el entrecejo —Siempre anda haciendo las cosas sin pensar en lo demás.

—Al menos lo hizo por una buena causa —le hizo ver Patrick.

—Bueno, eso sí.

—Hola, Frida —pasaban por las puertas principales y Rose, quien había hablado, y sus amigos, se habían topado con ellos —¿Qué hacen aquí? Creí que estaban en Hogsmeade.

—Bueno, tuvimos un pequeño inconveniente —Frida trató de no darle importancia al hecho de que su hermano estuviera en la enfermería —¿Y ustedes?

—¡Ah, bueno! —Rose se encogió de hombros —Venimos de una reunión de la…

—¡No, Rose, no lo digas! —la detuvieron sus amigos al unísono.

La pequeña pelirroja se volvió hacia sus amigos con cara de arrepentimiento.

—Lo siento —se disculpó —Fue sin querer.

—Ustedes sí que son extraños —William sonrió amablemente.

—Mira, tú ni digas, Will, porque estás igual que nosotros —le hizo ver Sunny, bromista.

William sonrió y con una mirada, le pidió a Gina que se acercara.

—Ya que estás aquí, quiero presentarte —William tomó a Gina de la cintura y la atrajo hacia sí —Sunny, mi novia Gina. Gina, mi recién encontrada hermana Sunny.

Gina y Sunny se dieron la mano al tiempo que sonreían, mientras los amigos del rubio lo miraban con extrañeza. Él les hizo un gesto para indicarles que les explicaría luego.

—Hablando de Sunny¿no teníamos qué…? —comenzó Rose, pero Henry la tomó de un brazo y la llevó aparte bruscamente —¡Oye¿Porqué haces eso?

—Para que no sigas hablando de más —Henry le hablaba por la comisura de la boca, para que no se notaran sus palabras. Luego, con un tono de voz normal, agregó —Oye, Rose, vamos a nuestra sala común¿sí? Hay que dejar los libros, casi es hora de comer.

Captando la indirecta de Henry, tanto Rose como sus demás amigos empezaron a poner excusas para irse a su respectiva sala común y se retiraron del lugar lo más rápido posible. La única que se quedó fue Sunny y eso porque estaba ocupada respondiendo algunas preguntas de William.

—¿Ya le pediste permiso a Snape para las vacaciones de verano?

Sunny hizo una mueca.

—Ni siquiera lo he intentado —confesó la niña —Snape tiene un humor muy raro, a veces parece un ogro negro y otras… ¿qué dije?

Sunny se extrañó al ver que Gina contenía la risa.

—Nadie había llamado a Snape así —respondió la pelirroja, separándose de William —Espera, ahora se los digo a los demás. ¡Eh, chicos! —y se fue con su prima, su hermano y los otros, que estaban algo apartados conversando.

—Sí que es alegre¿no? —comentó la niña, refiriéndose a Gina —Como sea, no le he dicho nada. Últimamente anda bastante raro y no quiero arriesgarme.

—Por favor, hazlo pronto, porque en agosto voy a estar ocupado. Voy a mudarme.

—¿A dónde?

—A un departamento en Bloomsbury, cerca de la Universidad. Mis padres no quieren que me vaya de la casa, pero… ¿porqué sonríes?

—Es que… yo vivo en Bloomsbury. Si te mudas ahí, podría ir a visitarte.

—Oye, eso me facilitaría mucho las cosas —William sonrió con ganas —A mis padres no les hizo gracia cuando les conté de ti, creían que estaba bromeando, pero me tiene sin cuidado lo que opinen. Eres mi hermana y punto. Así que quiero que por favor, le pidas ese permiso a Snape para llevarte de vacaciones.

Sunny asintió encantada y despidiéndose a medias de William, se fue corriendo al despacho de Snape, esperando encontrarlo. Al llegar a la puerta, llamó rápidamente y en cuanto el profesor le dio permiso de entrar, abrió la puerta, se puso delante del escritorio y mirando fijamente al hombre, pidió con firmeza.

—Disculpe¿puedo irme con Will en las vacaciones de verano?

—¿Con quién? —el profesor estaba confundido. Sunny nunca le había hablado así.

—Con Bluepool —aclaró Sunny enseguida —Quiere llevarme de vacaciones.

—¿Y porqué ese sangre sucia de Bluepool quiere llevarla de vacaciones, Wilson?

—¡No lo llame sangre sucia! Es mi hermano¿sabía?

Ante esa información, Snape quiso saber todos los detalles y Sunny se los dio. Al cabo de diez minutos la niña había terminado de hablar y tomaba aire, porque había hablado casi de corrido, mientras que Snape tenía el entrecejo fruncido, meditando la cuestión.

—Si eso es verdad, no veo porqué no pueda hacerlo —lo dijo aparentando indiferencia, pero por alguna razón, Snape se preguntó cómo serían los días de verano que Sunny no estaría en su casa —Pero llamaré a Bluepool primero, para saber a dónde quiere llevarla.

Sunny le dedicó una de sus escasas sonrisas de verdadero deleite y apenas si se acordó de dar las gracias y despedirse antes de salir del despacho. Snape se quedó muy pensativo, pero no estuvo así mucho tiempo pues en su chimenea, inesperadamente, resplandecieron intensas llamas verdes y al segundo siguiente, una mujer conocida por el profesor salió de ellas.

—Espero que me hayas llamado para algo bueno, Snape, porque tengo cosas más importantes qué hacer que venir al colegio.

—Cálmate¿quieres? —le pidió Snape de mala gana —¿Tienes lo que te pedí?

La mujer entrecerró sus almendrados ojos, de color ocre, demostrando su molestia.

—No entiendo porqué te hago favores, pero sí, lo tengo —la mujer le entregó un paquete envuelto en papel marrón —¿Se puede saber porqué no fuiste tú mismo a conseguir esto? Tanto tiempo entre alumnos debió servirte de algo.

—No preguntes —pidió el profesor de mala gana. Cuando vio que la mujer iba de vuelta a la chimenea, agregó —Gracias.

La mujer dio media vuelta y lo miró atónita.

—¿Severus Snape me está agradeciendo un favor a mí? —soltó, incrédula —Creo que ser tutor te está afectando más de lo que crees. No eres ni la sombra de lo que solías ser.

—Pues tú no te quedas atrás —Snape le dirigió una ligera sonrisa burlona —Recuerdo bien a un trío de tontas de Gryffindor llamándote Darnel. Dahlia¿eso era bueno?

—No sé, pero al menos ellas sabían que existía, no como otros que conozco.

Y hecha una furia, la mujer tomó un puñado de polvos brillantes de una pequeña bolsa verde que llevaba en una mano, entró a la chimenea y arrojando los polvos en ella, gritó Ministerio de Magia… Y se desvaneció.

—Aún no la entiendo —musitó Snape con confusión

Y aún así, tuvo que aceptar que lo que le había dicho Dahlia Holmes era cierto: el ser tutor le estaba afectando más de lo que él mismo creía. Sino¿cómo se explicaba que le hubiera pedido un favor precisamente a la aurora y que además, le hubiera dado las gracias por ello? Además, no entendía la reacción de Holmes a la mención de las tres amigas de Gryffindor que al final, se habían quedado con los tres Merodeadores del bando de los buenos, las Floras. Y aparte¿porqué Holmes siempre se alteraba ante cualquier insinuación a que ella era invisible en sus años en Hogwarts? No había cosa más falsa que esa, al menos que él recordara. Siempre había creído que Holmes había sido una bruja única, pues a pesar de estar en Slytherin en su época de estudiante, no se había dejado llevar por las ideas de sus compañeros de casa, sino que se había dedicado a estudiar duro para alcanzar sus objetivos. Y vaya que lo había logrado: ahora era una de las personas de más alto rango en el Cuartel General de Aurores. ¿Cómo alguien como ella se había sentido ignorada? Era algo que nunca entendería.

—¿Pero eso qué me importa? —masculló en voz baja, molesto —Que Dahlia piense lo que quiera. Nunca estuvo muy cuerda que digamos.

Salió de su despacho en ese momento, sin percatarse que la respuesta que buscaba estaba, en parte, en el inexplicable hecho de que él llamara a Holmes por su nombre desde que la conocía, siendo que se tomaba esa consideración con muy pocos.


El resto de la tarde transcurrió sin novedades. Bueno, en realidad sí hubo una, al menos para Sunny: sus amigos la esquivaron el resto del día. La niña pensó que tenían cosas más importantes qué hacer, pero se sorprendió de que cuando fue a su dormitorio a guardar sus libros, luego de haber estado en el despacho de Snape, Danielle revolvía su baúl, como buscando algo, al tiempo que debía soportar las quejas de Brandon y Scott ante el desorden que estaba haciendo.

—¿Podrías dejar de hacer eso? —reprochaba Brandon, con un gesto de desdén.

—Déjala, que ni caso nos hace —pidió Scott, sonriendo con burla —No vale la pena.

—Pues si hablas de las tonterías que dice tu amiga, es cierto: no valen la pena —respondió Danielle con tal tino, que Sunny, en la puerta, soltó una carcajada, que fue secundada sin querer por la quinta compañera de curso de las niñas, de apellido Fonteyn.

—¡Silencio, Brigdet! —espetó Brandon, mirando con insolencia a Fonteyn, que estaba sentada en su cama, de piernas cruzadas y con un libro en el regazo.

La aludida, una niña pequeña de cabello negro y tez blanca que combinaba con unos ojos verdes oscuros e inusualmente tristes, no hizo caso. Se tranquilizó un poco y regresó la vista a su libro, en tanto que Sunny se dirigía a su propio baúl y guardaba sus cosas.

—Hasta que les dijeron sus verdades —masculló Sunny con burla, provocando otra carcajada de Fonteyn, pero más discreta que la anterior —Danielle¿qué buscas?

Danielle negó con la cabeza, acomodó el contenido de su baúl de nueva cuenta y lo cerró de un golpe.

—No importa, lo buscaré después —espetó, aparentemente de mal humor —Ahora tengo que irme¡nos vemos en la cena!

Acto seguido salió corriendo del dormitorio, dejando a Sunny sumamente intrigada. Brandon y Scott, notoriamente aliviadas de que Danielle hubiera dejado de causar alboroto, siguieron charlando como si nada, y Fonteyn continuó leyendo.

Sunny pensó que sus amigos se estaban comportando muy extraño, así que en cuanto terminó de guardar sus cosas, salió del dormitorio, cruzó la sala común y salió de la misma para dirigirse al Gran Comedor. Iba mascullando en voz baja las posibles razones que explicaran el comportamiento de sus amigos, cuando chocó con alguien. Soltó un ¡Rayos!, pues últimamente eso de chocar con las personas por ir distraída le pasaba demasiado a menudo.

—Perdón —se disculpó, después de su arrebato, y estaba dispuesta a seguir su camino cuando la persona con la que se había topado la detuvo.

—No hay problema, Wilson. ¿Puede esperar un minuto?

¡Genial, lo que le faltaba! Acababa de chocar con su tutor. ¿Ahora qué querría?

—Dígame —dijo la niña. Entre más pronto el profesor le dijera lo que quería, mejor.

—Aquí tiene —el hombre no hizo más que entregarle un paquete envuelto en papel marrón —Tómelo de una vez.

Sunny había visto el paquete, pero no lo tomó hasta que Snape insistió en ello. Lo vio por todas partes, extrañada, tratando de saber qué era o quién lo mandaba.

—¿Qué rayos es esto? —dejó escapar, con el entrecejo fruncido.

Snape iba a contestarle algo cuando un grito desde el extremo del pasillo que llevaba al Gran Comedor resonó con fuerza.

—¡Eh, Sunny!

La niña se volvió y sonrió ligeramente al ver que era William Bluepool. Por estar mirando al rubio, no se dio cuenta que Snape ponía cara de pocos amigos.

—¡Mira lo que conseguí para ti! —William llegó hasta ella y sin hacer caso del profesor de Pociones, le entregó un paquete envuelto en papel verde a Sunny —Recordé que le oí decir a Danielle Malfoy algo sobre los dibujos que tienes en algunos de tus libros y pensé que te gustaría. Feliz cumpleaños.

Sunny abrió el paquete y abrió los ojos con asombro, mientras una de sus raras sonrisas de deleite aparecía en su rostro lentamente.

—¡Colores! —exclamó Sunny sin poder creerlo. Lo que acababa de darle William era una enorme caja de lápices de colores —¡No puedo creerlo! Siempre quise una de éstas.

—Cuando tuve dinero suficiente, yo me compré una parecida —reconoció William —A mí también me gusta dibujar, pero hace mucho que no lo hago.

Sunny estaba encantada y miró a William sin borrar su sonrisa.

—Gracias —logró murmurarle.

—Tienes que darme uno de tus dibujos de regalo de cumpleaños —dijo William a modo de despedida, sonriendo también —Bueno, te dejo. Es hora de cenar y Patrick quiere hablarme de algo. Nos vemos.

Y se fue. Sunny se quedó viendo largo rato la caja de lápices de colores cuando notó en una de sus manos el paquete que Snape le había dado. Intentó abrirlo, pero al tener las manos ocupadas, se rindió y decidió ir al Gran Comedor.

—Gracias a usted también —recordó decir, volviéndose hacia su tutor —Aunque aún no sé porqué¿usted sí? Es que ya me confundí.

Snape no le contestó, sino que se quedó callado, mirándola con atención.

—No importa —espetó Sunny y se retiró.

Llegó al Gran Comedor y fue directo a su mesa, donde vio a William y a Patrick Malfoy en un extremo, conversando en susurros. Encontró un hueco entre Thomas Elliott y Walter y se sentó. Dejó lo que cargaba en la mesa y volteó a ambos lados de la misma.

—¿Y Danielle? —preguntó.

—A mí no me veas, yo no sé nada —Thomas sonrió bromista, pero se notaba que decía eso en serio —No la he visto.

—Yo tampoco, y es raro —Walter sorbió un poco de jugo de calabaza de su copa antes de continuar —Dijo que la veríamos aquí. Por cierto¿de quién es esa caja de colores?

—Mía, acaba de regalármela Will —Sunny le dedicó una breve y cariñosa mirada a la caja de lápices —Por mi cumpleaños.

—¡Válgame! —Thomas había escuchado lo último y casi se atraganta con un trozo de carne —¿Es tu cumpleaños¡Debiste decirme!

—No tiene importancia —aseguró Sunny, con una sonrisa tranquilizadora.

—¿Y ese paquete? —Walter señaló el paquete que Snape le había dado a la niña.

—¡Ah, eso! Me lo dio Snape, pero no lo abriré aquí —Sunny notó por el rabillo del ojo que el quinteto de tarados acababa de sentarse a la mesa —La mesa tiene ojos.

Tanto Walter como Thomas captaron la indirecta y se dedicaron a cenar. Sunny no tanto, porque se enfocó en mirar a las otras mesas discretamente, y su sorpresa fue grande al darse cuenta que Amy, Rose y Hally tampoco estaban cenando. Frunció el ceño, pensando en dónde podrían estar sus amigas.

—Me voy a dormir —dijo Thomas sonriendo, levantándose —Nos vemos, Walt.

—Está loco —musitó Walter y siguió cenando.

—A mí me cae bien —rebatió Sunny.

—Sí, claro, sólo porque sus padres son famosos —masculló Walter de mal humor.

—Disculpa, a ti te conocí antes y no tienes padres famosos —recordó Sunny.

Walter hizo un gesto de incredulidad y parecía dispuesto a decir algo más, pero en ese momento Danielle entró al Gran Comedor, se acercó a la mesa, se sentó en el sitio que Thomas había dejado libre y miró a Sunny.

—Sunny, amiga mía —comenzó Danielle, con voz aduladora.

—¿Qué quieres? —Sunny le dirigió una sonrisa incrédula.

—¿Podrías venir conmigo? Necesito tu ayuda —confesó Danielle, fingiendo vergüenza.

—De acuerdo —la castaña se puso de pie al mismo tiempo que Danielle —¡Ah, espera! —tomó la caja de lápices y el paquete envuelto en papel marrón —Ahora sí, vamos.

Ambas niñas salieron del comedor y caminaron largo rato, primero subiendo la escalinata de mármol y luego avanzando hacia los pisos superiores.

—¿No iremos a la Sala de los Menesteres, cierto? —inquirió Sunny con suspicacia, cuando ella y Danielle iban por el sexto piso —Ya les dije que no importa si no celebramos mi cumpleaños.

Danielle se quedó callada y procuró sonreír al acomodarse un mechón de cabello rubio tras la oreja. El cabello le dio una idea.

—¿Crees que deba cortarme el cabello? —inquirió, mirándose las puntas de su rubia melena —Creo que ya lo tengo demasiado largo.

—No me cambies el tema, Danielle —espetó Sunny con disgusto —¿A dónde vamos?

—No seas impaciente, ya verás. Mientras llegamos, contéstame¿me quedaría bien el cabello más corto?

—No sé, nunca lo he pensado. Como yo siempre lo he llevado largo… Pero tu cabello no está tan largo como el mío¿cierto?

Danielle asintió. A la rubia, el cabello le llegaba por arriba de la mitad de la espalda cuando iba suelto, mientras que la cabellera castaña de Sunny tocaba la cintura de su dueña cuando iba atada en su habitual cola de caballo.

—Es que nunca he podido cortarme el cabello como a mí se me antoja —reconoció Danielle con una mueca —Por eso se me ocurrió. Bueno, ya llegamos.

Estaban en el séptimo piso y a Sunny le llevó cinco segundos observar a su alrededor y darse cuenta de que estaban precisamente donde aparecía la Sala de los Menesteres.

—¿No que no íbamos a la Sala de los Menesteres? —Sunny puso cara de reproche.

—Nunca te contesté eso —le hizo ver Danielle con una sonrisa.

Abrió la puerta que solía aparecer de entrada a la múltiple sala y Sunny se topó con que ahí estaban sus amigas: Rose estaba batallando con unas serpentinas que colgaba del techo, parada en una silla, mientras Amy y Hally la miraban y reían en voz baja.

—En vez de reírse, deberían ayudarme —se quejó Rose, fastidiada.

—Si quieres, lo hago yo —dijo Sunny entonces.

Eso sólo hizo que Rose se girara bruscamente y casi se cayera de la silla, de no ser porque Hally fue a auxiliarla. Amy se puso de pie, condujo a Sunny a una de las sillas y le sonrió de forma serena, como sólo ella podía hacer. Danielle, en tanto, le quitó a Sunny lo que llevaba en las manos y lo colocó en la mesa.

—¿Qué son, Sunny? —se interesó Rose, luego de que Hally le ayudara a bajar de la silla sana y salva.

—Uno es un regalo de Will y el otro me lo dio Snape. Ni siquiera sé lo que sea.

—¡Pues ábrelo! —pidió Hally con entusiasmo, sonriendo de oreja a oreja.

—Creo que juntarte con Black te está afectando —bromeó Danielle, viendo a su amiga de cabello negro —Ya no eres tan sumisa como antes.

Hally se encogió de hombros, sin darle importancia al comentario, y le hizo un gesto a Sunny para que abriera el paquete que Snape le había dado. La niña obedeció, retiró el papel marrón del paquete y se quedó boquiabierta por lo que encontró.

—A eso le llamo un buen regalo —dejó escapar Rose, admirada.

—¿Snape no se habrá enfermado o algo así? —se preguntó Danielle en voz baja.

—Supongo que no es tan malo después de todo —aventuró Amy, sin mucha convicción.

—¿Cómo supo que precisamente esto te iba a gustar? —Hally no podía creer lo que veían sus ojos.

Sunny no pudo más que encogerse de hombros. El paquete consistía en unos cuantos blocs muggles de hojas blancas, una caja de lápices especiales para dibujar, una goma blanca y para completar lo extraño del conjunto, unos binoculares.

—Creo que tendré que agradecérselo luego —comentó Sunny cuando se recuperó de la sorpresa —Bueno, ya que me hicieron venir aquí¿qué quieren?

Las chicas sonrieron y le dijeron que para celebrar su cumpleaños, se les había ocurrido una fiesta en la que sólo estuvieran ellas.

—Es más divertida —aseguró Rose con una pícara sonrisa.

Estuvieron un buen rato jugando y riéndose de algunas cosas, sobre todo cuando Rose intentó aclarar las constantes bromas de Danielle con respecto a Procyon Black.

—Miren, no voy a negar que me cae bien —dijo Rose con el entrecejo fruncido —Pero lo único que me gusta de él es que me hace reír¡lo juro! —agregó, al ver las expresiones incrédulas de sus amigas. La pelirroja hizo un mohín de enojo —Muy bien, no me crean.

—Vamos, Rose, te creemos —Danielle decidió confesar algo para que su amiga Gryffindor viera que era sincera —A decir verdad, pienso lo mismo. Sólo que no de Black, sino de Thomas.

—Ya decía yo que era raro que le hablaras tanto a Elliott —comentó Amy con aspecto reflexivo —Debo admitir que es agradable y muy alegre.

—¿Creen que deberíamos incluir a esos dos a la Orden? —sugirió Sunny de pronto.

—En ese caso, Ryo querría incluir a Paula Hagen —aseguró Hally con firmeza —Últimamente la menciona mucho, por si no se han fijado. Y tú —volteó a ver a Amy —también sacas a colación a Radcliffe más veces de las que crees.

Amy se ruborizó ligeramente mientras sus amigas se reían.

—Bueno, eso de la Orden podemos discutirlo, pero con los chicos presentes —dijo Hally luego de que dejara de reír —Y a propósito¿ustedes creen que a ellos les guste alguien?

—¡No! —exclamó de inmediato Danielle —A esta edad, ellos no piensan en esas cosas.

—Te lo decimos por experiencia —intervino Amy —Cuando tenían su edad, mis hermanos eran insoportables. Sólo se interesaban por ellos mismos. Y ahora míralos: Ernest tiene a su novia Alice y Harold anda en las nubes sólo porque por fin, después de un año de lucha, Beatrice está saliendo con él.

—Y mi hermano Pat, ni se diga —Danielle recordó de pronto —¡Pues no les he contado! Pat le pidió matrimonio a su novia. Se casa en julio.

Rose puso el grito en el cielo.

—¿A Frida? —se sorprendió —¡Vaya! Quiero ver la cara de tío Fred cuando se entere.

—Con que no se lo digas tú… —rogó Danielle.

Rose asintió en el acto, sabiendo lo que eso implicaba. Si se iba a producir una pelea en su familia por algo como una boda, no quería ser ella quien la produjera.

(1) La palabra emendare es el origen latino de enmendar.