Cincuenta y ocho: Exámenes y venganzas.

Mayo pasó más rápido de lo que se esperaba (sin contar para ello el cumpleaños de Rose, el día veinte, el cual fue celebrado escandalosamente por sus primos y la Orden del Rayo, respectivamente. Los primeros en la Sala Común de Gryffindor y los segundos en la Sala de los Menesteres) y la llegada de junio sólo significaba una cosa para los alumnos de quinto y séptimo curso: TIMO'S y ÉXTASIS. Sus exámenes, tan importantes para su futuro, se realizaban durante dos semanas y la primera de ellas la Orden del Rayo pudo ver que por las tardes, luego del almuerzo, en cuanto ellos se iban a sus clases, los de quinto y séptimo se quedaban en el vestíbulo, en espera de ser llamados a examinarse. Dean no tenía mucho de qué preocuparse, pues creía haber estudiado lo suficiente, por lo que se concentró en tranquilizar a sus amigos Janice y Nigel.

—No creo que sea tan difícil —les decía cuando esperaban a pasar a su primer examen teórico, el de Encantamientos. Los de séptimo tenían ese mismo ÉXTASIS en ese momento, por lo que tenían que esperar a que ellos terminaran —Somos muy buenos en esa materia, así que cálmense.

—Para ti es fácil —le espetó Nigel, impaciente —Tú eres casi un genio.

—No digas tonterías —replicó Dean.

—En eso Nigel tiene razón —intervino Janice —A ti las cosas se te quedan en la cabeza. En cambio, a nosotros nos cuesta mucho trabajo.

Dean se encogió de hombros y justo entonces las puertas del Gran Comedor se abrieron y comenzaron a salir los alumnos de séptimo que habían realizado el examen teórico de Encantamientos. Dean distinguió a sus primos, que charlaban en voz baja y cosa rara, con seriedad. Se veía que al menos sus ÉXTASIS se los tomaban en serio. Tras ellos, el pelirrojo distinguió a las parejas de sus primos en los últimos días y que por lo que sabía, ya eran oficialmente sus novios: Sun Mei Mao, Patrick Malfoy, William Bluepool y Rebecca Copperfield. También ellos susurraban entre sí.

—¡Eh, Insólitos! —llamó Dean con entusiasmo —¿Cómo les fue?

Los primos Weasley lo miraron, se encogieron de hombros y siguieron su camino, seguidos por sus respectivos novios, quienes en cuanto llegaron a las puertas principales los llamaron y empezaron a charlar con ellos.

—Sí que son un grupo curioso —soltó Janice en ese momento.

—Estoy de acuerdo —agregó Nigel.

En ese momento, los de quinto fueron llamados para hacer su examen y entraron al Gran Comedor, encontrándose con que las cuatro mesas de las casas habían sido retiradas para poner en su lugar varias mesas individuales con el frente vuelto hacia la mesa de profesores, donde se encontraban los docentes encargados de vigilar el desarrollo de la prueba. En ese momento el profesor Lupin, el jefe de la casa Gryffindor, les hizo un gesto a los alumnos para que se sentaran y en cuanto el último obedeció, una bruja de túnica color ciruela y muy anciana (a juzgar por su rostro lleno de arrugas) llamó al orden.

—Bienvenidos, jóvenes, a la parte teórica de su TIMO de Encantamientos —dijo con voz alta y medianamente aguda —El tiempo empezará a correr en cuanto se le dé vuelta a este reloj —posó la mano sobre un gran reloj de arena —Y como saben que cualquier clase de trampa está absolutamente prohibida y será de inmediato identificada si llega a darse, entonces… —la bruja tomó el reloj con increíble facilidad, le dio la vuelta y la arena inició su descenso —Pueden comenzar. Buena suerte.

Los alumnos le dieron vuelta a la hoja de preguntas y leyeron la primera de ellas.


—Tenías razón, Dean, no fue tan difícil como creíamos. Creo haber recordado todo.

Janice, Dean y Nigel estaban devorando el contenido de sus platos a la hora de comer de aquella tarde de lunes, ya que seguía el examen práctico de Encantamientos, y ellos y los de séptimo de las cuatro casas querían estar bien alimentados para cuando eso pasara. Los primos de Dean, a la vez que comían con avidez, le daban una leída a sus apuntes, aunque en realidad Dean se preguntaba de qué les serviría eso. Lo supo cuando alcanzó a escuchar exactamente lo que Ángel murmuraba.

—Primero se piensa intensamente en lo que se quiere hacer comparecer… —musitaba concentradísimo, con los ojos cerrados y bebiendo distraídamente de su copa dorada —Luego se agita la varita de la forma adecuada… se apunta y…

Dean sonrió, pues reconoció lo que su primo decía. Eran los pasos para realizar un hechizo comparecedor, del cual él tenía una vaga idea.

—Ángel, deja de murmurar y acábate tus verduras —sermoneó Frida con seriedad —El examen práctico es en diez minutos.

Ángel obedeció y abriendo los ojos, se llevó una cucharada de sopa de verduras a la boca, luego de lo cual dejó de pensar temporalmente en el examen para ensimismarse en la comida. Su hermana y sus primos lo imitaron y en diez minutos, cuando sonó la campana para comenzar las clases de la tarde, los alumnos de quinto y séptimo fueron a una sala cercana al Gran Comedor mientras que los demás alumnos continuaban con lo suyo. Los de Gryffindor y Slytherin de primer año, por ejemplo, estuvieron en las mazmorras antes de comer, cosa que al menos a los primeros no hizo muy felices, y menos porque Snape volvió a portarse como de costumbre con ellos. Esa semana sólo era de repaso, ya que la próxima iniciarían sus exámenes, y eso era lo que los preocupaba.

—Les juro que si vuelve a decirme que no sirvo para la materia, le lanzo el caldero a la cabeza con todo y poción —se había quejado Procyon Black al salir de la clase, en la que Snape había declarado que la poción que preparaban él y Franco Visconti, su pareja en aquella ocasión, era demasiado aguada y no serviría en la vida real.

—Pues yo te ayudo —Hally se echó a reír —En serio, Procyon, Pociones no es tan mala materia. Es Snape el que la hace mala.

—Eso sí —aceptó Procyon y había llegado al Gran Comedor con cara de fastidio.

—Al menos no nos dejó mucha tarea —comentó Rose.

—¡No, si no es mucha tarea hacer una redacción de medio metro sobre el bezoar! —soltó Henry con sarcasmo, sorprendiendo a sus amigos —Si seguimos así, ningún profesor necesitará hacernos exámenes.

—Henry¿te sientes bien? —Rose le puso una mano en la frente, queriendo ver si su amigo tenía fiebre —A ti nunca te importa hacer tareas.

—No es eso —Henry se quitó la mano de su amiga —Es que con las demás tareas que nos han dejado, no sé a qué hora acabaremos todo ese trabajo.

—Acabaremos —aseguró Hally —Si lo hemos hecho todo el año¿porqué no seguir así hasta el final del curso?

Y Hally no estaba del todo equivocada, pero tampoco Henry. En esa última semana les dejaron más tareas que en todo el curso, por lo que cuando llegó el fin de semana, el sábado se reunieron bajo el haya, en los jardines, inmediatamente después de desayunar.

—Espero que podamos terminar esto, en serio —suspiró Rose, cuando apenas ella y sus amigos se sentaban en el césped —Es que cada vez que me voy a la cama, lo único que veo son pergaminos, plumas, tinta y libros. Creo que me estoy volviendo loca.

—Bueno, completamente cuerda nunca has estado —bromeó Ryo, mirándola por encima de su libro de Transformaciones —Y si no te doy apoyo moral, es porque sé que mi hermana la está pasando peor que tú. Ella tuvo ÉXTASIS de Encantamientos, Transformaciones, Defensa Contra las Artes Oscuras, Herbología y Estudios Muggles esta semana. La próxima le quedan algunos más difíciles.

—Mis primos tuvieron esos mismos —recordó Rose —No, espera, solamente Ángel, Frida y Gina tuvieron el ÉXTASIS de Herbología. John no cursa esa materia. Y Dean tuvo todas esas materias en sus TIMO'S.

—Pat también tuvo todos esos ÉXTASIS —recordó Danielle, para luego mirar a Sunny —¿Y Bluepool, Sunny?

—También, dice que quiere obtener empleo en el Ministerio, pero no me ha dicho de qué —Sunny arrugó la frente —O a lo mejor sí lo hizo y no lo recuerdo. Ya ni sé.

Los niños siguieron con sus tareas, tratando al mismo tiempo de repasar un poco a la vez. Para el domingo en la noche, todas las salas comunes estaban sumidas en un silencio especialmente tenso, pues la mayoría estaba concentrado en lo que haría el siguiente lunes. Y la mañana de lunes llegó más pronto de lo que hubieran querido, porque a la hora del desayuno sabían que no había vuelta de hoja: era hora de la verdad.

—Muy bien, al matadero —trató de bromear Henry a la hora de ponerse de pie y dirigirse a su primer examen, el de Historia de la Magia.

—Eso nos queda muy bien, Henry —la secundó Rose sumamente nerviosa.

Los exámenes no eran exactamente como Hally los había imaginado. Era cierto que eran más complejos que los exámenes muggles que había tenido que hacer en el orfanato, pero por otra parte, requerían mayor grado de atención. Como el de Pociones, que les tocó ese mismo día después del almuerzo, cuando Snape paseaba con desesperante lentitud entre los bancos y clavándoles de forma penetrante los ojos. Hally tuvo que evitar mirar al profesor todo el tiempo que realizó el examen práctico (que fue en la segunda hora que normalmente duraba la clase, luego del teórico) para recordar a la perfección cómo hacer una poción para olvidar.

Al terminar esa semana, todos los alumnos estaban encantados de no tener que repasar más. Incluso los de quinto y séptimo estaban más relajados, pues habían terminado sus TIMO'S y sus ÉXTASIS. De hecho, la Orden del Rayo pudo ver a los Cuatro Insólitos y a sus novios salir el sábado por la mañana a los jardines a dar una vuelta, comentando sus últimos ÉXTASIS e intercambiando puntos de vista al respecto.

—Miren, el de Aritmancia creo que estaba bien —Frida se oía optimista —No sé porqué, pero los números son de lo más fácil del mundo.

—Para ti —Ángel cortó por lo sano las palabras de su hermana —Yo digo que el de Cuidado de Criaturas Mágicas estuvo más fácil. Me fue genial.

—Sí, claro —soltó con fingido sarcasmo Rebecca, sonriéndole a Ángel.

—Bueno, mejor dejemos ese tema —propuso John, conciliador como siempre —¿Ya supieron que la última visita a Hogsmeade es el mismo día del banquete de fin de cursos?

—Yo acabo de enterarme —reconoció Patrick.

—¿Y qué tienes en mente? —quiso saber Gina, sujeta por William de la cintura.

La pregunta de Gina les dibujó a ella, a su hermano y a sus primos unas sonrisas idénticas, pícaras en extremo. Sus parejas sabían lo que eso significaba: una broma. Y por las sonrisas, debía ser una broma estupenda.

—Bueno, quiero aprovechar que nos graduamos para despedirnos del colegio como se debe —comenzó John aún sonriente, pero con su seriedad acostumbrada —El problema es que no he pensado en algo en concreto.

—¿Porqué simplemente no nos desquitamos de todos los que nos deben una y ya? —sugirió Frida enseguida —Yo tengo un par de nombres en la cabeza.

—Yo también —dijo enseguida Ángel.

Gina se quedó callada. Ella no era partidaria de las venganzas, pero si John o uno de sus primos querían ejecutar una, con gusto ayudaba.

—Miren, aún tenemos algo de material, así que propongo que cuando volvamos a nuestros dormitorios, hagamos una lista de lo que nos queda y luego vemos cómo aprovecharlo —anunció John.

—¿Todo? —se sorprendió Gina.

—Bueno, la mayoría —John se corrigió en el acto —Y tal vez a Dean le interese.

—Yo no creo, ya sabes cómo es —Frida negó con la cabeza —Además, si lo atraparan y lo castigaran, tía Ginny se pondría furiosa. Y de paso, también lo castiga.

Los demás Weasley asintieron, estando de acuerdo con Frida, y a sus parejas, que estaban de mudos espectadores de esos planes, los complació el hecho de que los cuatro pelirrojos tomaran en cuenta las consecuencias de sus bromas para no incluir a su primo.

—¿Entonces qué? —inquirió John —¿Les parece la idea inicial?

Su gemela y sus primos asintieron y luego cada pareja se fue por su lado. La Orden, luego de ver eso, volvió a su plática, que era respecto a sus vacaciones de verano que se acercaban y lo que harían con sus familias.

—Pues espero que no vayamos a Shangai, pero lo dudo —dijo Ryo, cuando Amy, luego de contar que ella y su familia irían a Portugal, le preguntó qué haría él —Siempre pasamos las vacaciones de verano allá. Bueno, mi hermana no irá este año. Se va de viaje para comenzar a pintar.

—Pues al menos estará más a gusto que yo —Rose hizo una mueca —Papá me envió una lechuza el mes pasado. Se fue a América por trabajo y no sabe cuándo volverá.

—¿No te dijo nada sobre los Mundiales? —preguntó Hally.

—No¿porqué?

—Porque mamá me envió una lechuza la semana pasada y dijo que tu padre nos invitó a acompañarlo a los Mundiales. Este año serán en Bulgaria.

Rose frunció el entrecejo, pensando, mientras que Danielle sonreía.

—Pat dice que los Mundiales son geniales, a él le tocó ir una vez cuando fueron en Tanzania. Me contó que fueron muy coloridos y ese año el campeón fue Egipto.

—Este año mi mamá podrá llevarme —comentó Henry de pronto —Dice que con lo que le pagan como profesora, alcanzará para la entradas. Tal vez vayamos al partido final.

—¿No irás a ninguna parte de vacaciones? —quiso saber Sunny.

—Mi mamá dice que si quiero ir a los Mundiales, no —Henry se encogió de hombros —De todas formas, no importa. Serán unas buenas vacaciones si logramos ir.

—Yo podré ver a mi hermana —comentó Walter con una sonrisa —Y a mi abuela. Papá ya me confirmó que iremos a Cardiff de vacaciones.

—Tal vez me libre de ir a Shangai —Ryo estaba sumamente pensativo —Ahora que me acuerdo, a mi abuelo Yao (1) le encanta el quidditch. Una de las mejores historietas de su empresa trata de quidditch, él la creó.

—¿Tu abuelo se llama Yao? —se extrañó Rose, para luego negar con la cabeza —No sé qué me extraña, si tú te llamas Ryo.

—Qué graciosa —espetó Ryo de mal genio.

—Vamos, no te lo tomes así, Ryo —trató de animar Amy, serena como siempre —Danielle y yo te dijimos algo parecido cuando te conocimos¿recuerdas?

Ryo lo recordó y se rió por unos segundos, pero luego se llevó una mano a la frente.

—¡Rayos, lo olvidé! —se puso de pie de un salto —Le prometí a Paula que la vería hace media hora —consultó su reloj —¿Les importa si me voy?

—¿Porqué vas a ver a Hagen? —quiso saber Danielle.

—Quiere que le enseñe algo de chino, sus padres irán a Hong Kong en julio por trabajo y ella los acompañará —respondió Ryo simplemente y enseguida se despidió agitando una mano —¡Los veré después!

Y se fue corriendo de forma tan acelerada que casi se tropieza con las raíces de un roble que halló en su camino. Los demás se miraron entre sí con extrañeza.

—¿No creen que pasa demasiado tiempo con Paula últimamente? —se atrevió a decir Rose de pronto —Sólo es un comentario.

—Es que Paula no se lleva muy bien con sus compañeras de dormitorio —soltó Walter inesperadamente —Nos lo contó Ryo la noche del cumpleaños de Sunny, después de cenar. Y todo porque Kleiber hace cualquier cosa para fastidiarla.

—¿Kleiber¿Esa niña de Ravenclaw que siempre se peina con un chongo? —Henry frunció el ceño, molesto —Es horrible, y no sólo de la cara.

—Estoy de acuerdo —Walter asintió vigorosamente —Parece un duende de Gringotts.

Henry se rió al escuchar eso, mientras que sus amigas se miraban entre sí, intrigadas.

—¿Y ustedes desde cuándo se fijan en las niñas? —se extrañó Sunny.

Henry y Walter las miraron con desdén y se rieron, sin contestar su pregunta.

—¡Hombres! —dijeron las cinco niñas a coro.

Y no les dirigieron la palabra en un buen rato.


Rebecca Copperfield caminaba el domingo en la noche por los corredores superiores del castillo, después de haber enviado una lechuza. Su hermano Benny había sido dado de alta de San Mungo a finales de mayo y había vuelto con sus otros hermanos, quienes lo recibieron con los brazos abiertos. No así sus tíos y sus primos, que según Alan, dejaron bien claro que no harían nada para que Benny recuperara el tiempo perdido en el colegio. Rebecca les mandó entonces instrucciones a sus hermanos mellizos que ayudaran a Benny a ponerse al corriente en sus clases y que si alguien preguntaba dónde había estado, dijeran la verdad: que había estado enfermo y que estuvo recibiendo tratamiento. La lechuza que acababa de mandar decía que además, se inventaran alguna historia para que el colegio no hiciera preguntas (porque sería difícil explicar que Benny había estado en un hospital mágico) y que les tenía grandes noticias. Y las noticias en sí eran grandes: el padre de Ángel le había concedido empleo en la sucursal de su tienda en Irlanda del Norte y habían llegado al acuerdo de que solamente sería en el verano, mientras el señor George Weasley se recuperaba por completo. A ella no le importaba, de hecho le convenía: había hablado con la señora Finch–Fletchley la noche de mayo de la visita a Hogsmeade y le preguntó si era en serio lo de la recomendación para la Escuela de Sanación. La mujer había respondido que sí y luego de discutir algunos detalles, le afirmó que enviaría la recomendación a finales de mayo, justo cuando la joven debía enviar su solicitud de ingreso, y si la aceptaban, empezaría el curso en septiembre. Y en esos momentos, Rebecca no podía dejar de pensar que poco a poco, sus sueños y los de sus hermanos se estaban haciendo realidad.

—Hola, Gina —saludó la joven Hufflepuff, al encontrarse a la Gryffindor saliendo de un baño de mujeres del tercer piso —¿Vas a cenar?

—En un momento —asintió Gina, sonriendo —¿Has visto a Frida y a Mindy?

—No, será porque vengo de la lechucería.

—Bueno, si las ves, diles que no tardo y que me guarden un lugar en la mesa.

Rebecca asintió y siguió su camino. Gina, en tanto, se sacudía las manos medio mojadas en la falda turquesa que usaba aquel día y se pasó una mano por el cabello, que llevaba peinado hacia atrás y adornado por una diadema blanca. Se acomodó la blusa blanca que lucía y decidió irse por el mismo camino que Rebecca, hacia el Gran Comedor, cuando de repente una voz la hizo detenerse.

—Mira nada más lo que me encontré: a una de las Insulsas.

Gina frunció el entrecejo, ya que aunque ella conocía la voz, nunca la había escuchado llamarla así. Se volvió y se encontró con que no se equivocó al identificar al dueño: era Frederick Hall, uno de los cazadores del equipo de quidditch de Slytherin. Eran un chico de séptimo curso alto, delgado, de cabello relamido y castaño y ojos oscuros que si Gina no mal recordaba, era uno de los incondicionales de Blake. William le contaba poco acerca de sus compañeros de casa de su curso, si acaso de Patrick, pero de Frederick Hall lo único que tenía qué decir es que era demasiado extraño.

—Nunca me agradó —le confesó William en una ocasión —Tiene algo en la mirada.

Y ahora que lo tenía relativamente cerca, Gina tuvo que admitir que tenía razón. El Slytherin poseía una mirada penetrante, pero intimidante. Ella nunca lo había notado, pero ahora que lo hacía, sintió un repentino escalofrío.

—¿Porqué tan callada, Insulsa? —Hall caminó lentamente hacia donde ella estaba, con una tranquilidad tan fría que Gina se puso instintivamente en guardia.

—¿Te importa, acaso? —espetó Gina, antes de empezar a avanzar.

Pero lo que pasó a continuación no se lo hubiera esperado ni en un millón de años: un hechizo lanzado por la espalda. Sólo lo reconoció cuando la golpeó y la tiró al suelo, sin dejarla inconsciente ni inmóvil: un hechizo obstaculizador, un Impedimenta.

—¡Rayos! —se quejó la pelirroja, al tratar de levantarse y sacar su varita.

Pero no tuvo tiempo, porque para su horror, Hall llegó hasta ella, se arrodilló y la tomó del cuello con tal fuerza, que ella lanzó un leve grito.

—No entiendo cómo puedes estar con Bluepool —musitó Hall de pronto, sin dejar de apretar el cuello de Gina. La chica intentaba hablar, pero no podía —Creo que quieres decir algo en tu defensa¿no?

Lo último fue dicho con tal sarcasmo, que Gina lo único que pudo hacer fue sentir más miedo. Nunca en su vida le había pasado algo semejante.

—Bueno, tampoco quiero matarte, no va conmigo —Hall aflojó un poco sus manos, por lo que la presión en el cuello de Gina cedió —Únicamente quiero algo de ti y no creo que te cueste mucho trabajo dármelo. ¿Sabías que eres muy guapa?

Gina no pudo reprimir otro escalofrío, sobre todo cuando Hall la puso de pie rudamente, la empujó contra la pared más cercana y apretaba de nuevo su garganta. No podía pedir ayuda en esas condiciones y mucho menos moverse. Y entonces, cuando creía que no podía ser peor, sintió algo en su pierna, justo en su rodilla: era la mano de Hall.

—¡Déjame! —logró musitar, aunque por la presión en su cuello, apenas se le entendió.

Hall no pensó ni por un minuto en hacerle caso. De hecho, estaba acercando su rostro peligrosamente al de Gina, quien por como estaba, no podía ni siquiera apartarse. Deseó con todas sus fuerzas poder librarse de aquel tipo de alguna forma, pero a ese paso, o bien Hall la asfixiaría o lograría lo que quería, opciones que a ella la asustaban por igual.

Ella nunca fue como su prima Frida, eso lo sabía. No tenía su fuerza ni sus agallas, aunque fueran parientes y más o menos parecidas en cuanto a personalidad. Tampoco era como la novia de su hermano, Sun Mei, que era experta en mantener la mente fría para reaccionar mejor ante los conflictos. Por mucho que le doliera admitirlo, Gina sabía que no era capaz de quitarse a aquel tipo de encima aunque fuera por un segundo.

—William… —musitó Gina entonces, sintiendo que se ahogaba.

Aunque lo había dicho en un susurro apenas entendible, Hall logró escucharla y se enfureció. Se olvidó de acariciar la pierna de Gina y con las dos manos, presionó su cuello. La pobre joven estaba dejando de respirar en serio y con la poca conciencia que le quedaba, por alguna razón pensó en William y en su familia. Esas dos imágenes reinaban en su cabeza, pero a medida que Hall presionaba más su cuello, las imágenes se iban borrando. Poco a poco, la única cara que quedó ante sus ojos cerrados fue la de William.

—William… —susurró de nueva cuenta, esta vez de manera más suplicante.

—Oye, Gina¿sigues por aquí?

Unos pasos apresurados se escucharon entonces en el pasillo, como si alguien corriera despreocupadamente, y un minuto después, del extremo que daba a las escaleras que bajaban, se apareció un joven rubio con un pantalón de mezclilla azul oscuro y una camisa clara. Escuchó los jadeos de Gina, se volvió hacia donde estaban ella y Hall y luego de un instante de desconcierto, sacó su varita y apuntó con sumo cuidado.

—¡Desmaius! —gritó.

Un rayo de luz roja salió de la varita, golpeó a Hall en la espalda y lo dejó sin sentido, haciendo que soltara a Gina repentinamente y que ella cayera de rodillas, apoyando la espalda en la pared y retirándose del desmayado Hall torpemente, mientras recuperaba el aliento. El rubio, luego de guardar su varita, se acercó velozmente al lugar y le ayudó a la pelirroja a levantarse. Ella lo miró, confusa y con los ojos entrecerrados, y al ver quién era, se soltó a llorar y se cubrió la cara con las manos. El rubio intentó abrazarla, pero ella se apartó inesperadamente.

—¿Qué sucede? —se extrañó el rubio.

Gina no respondió, sino que siguió llorando sin control, pero logró murmurar algo que al rubio lo hizo sentir tremendamente mal.

—William, yo… yo no te merezco.

—¿De dónde sacas semejante disparate? —William Bluepool no intentó abrazarla de nueva cuenta, comprendiendo que estaba sumamente nerviosa —¿Qué intentó hacerte este imbécil?

Le dio una leve patada a Hall, que seguía inconsciente a sus pies. Gina negó con la cabeza, incapaz de explicarse, hasta que a paso lento empezó a alejarse de Hall mientras le dirigía una mirada aterrada. William creyó entender lo que le pasaba y simplemente la siguió a prudente distancia. Cuando estuvieron a mitad de la escalera que llevaba al cuarto piso, Gina se detuvo de pronto, se dejó caer en un escalón y siguió llorando. William, tratando de mantenerse sereno, se arrodilló frente a ella y con suavidad, intentó colocarle las manos en los hombros. Gina quiso apartarse, pero se dio cuenta a tiempo y se quedó quieta. El joven no habló por unos segundos, pero luego de un momento de duda, pudo encontrar palabras que le parecieron adecuadas.

—Gina, lo que sea que haya pasado, puedes decírmelo. Recuerda que te amo.

Gina dejó de llorar al oír eso y tras limpiarse las lágrimas lo mejor que pudo, alzó la cabeza y observó a William. Se mordió un labio nerviosamente y trató de sonreír.

—No pongas esa cara —rogó —No te quiero ver triste.

William se sorprendió ante semejante petición. ¿Cómo podía pensar Gina en el estado de ánimo de él, si ella estaba tan angustiada? Sintió que su amor por ella crecía bastante.

—Si no quieres verme triste, dime qué pasó —pidió él.

La joven asintió levemente y tomó aliento para hablar. Lo hizo en susurros, dado por el miedo, que todavía no la abandonaba del todo, como por el dolor que aún atenazaba su garganta. A medida que la pelirroja narraba lo sucedido, el rostro de William adoptaba una expresión de frialdad y dureza que Gina nunca le había visto y hasta temió concluir su relato, pero aún así lo hizo. Confiaba en él sin reservas y sabía que aunque se enfadara, procuraría no hacer ninguna locura.

—Ese desgraciado de Hall… —masculló William, furioso —No puedo creer que se haya atrevido a tanto… ¿Cómo no le hice caso a la Cobra Mayor?

—¿A Monroe? —se extrañó Gina.

—Ella me dijo un día que había alguien tras de ti, así como Blake andaba antes tras Frida. Yo no le hice mucho caso, creí que era uno de sus chismes, y ahora lo lamento. De verdad lo siento, Gina. Debí cuidarte y…

Gina se lanzó a sus brazos, con los ojos llenos de lágrimas, pero William alcanzó a verle una frágil sonrisa. No se parecía ni remotamente a la que siempre hacía, pero ya era algo.

—No importa, en serio —aseguró Gina —Tú no podías saber que lo que decía la Cobra Mayor era cierto, la conocemos bastante bien. Así que no te culpes, por favor.

—Sólo porque lo pides tú —afirmó William —Si no, iría ahora mismo a buscar a Monroe.

—Además —añadió Gina, como sin darle importancia —Creo que ya tengo otro nombre para esa venganza que quieren hacer mis primos.

La chica logró sonreír un poco más y William estuvo tentado a besarla, pero se contuvo al recordar lo que acababa de pasar. Se puso de pie, la ayudó a levantarse y ayudándola a secarse las últimas lágrimas que corrían por sus mejillas, le sonrió.

—Muy bien, señorita, ahora quiero que vaya a cenar —la trató como si fuera una niña, pero intentando no parecer pesado.

Gina hizo una mueca, pero a William le pareció ver algo más. Creyó ver miedo.

—¿Quieres que te acompañe? —propuso él.

Gina asintió levemente, con agradecimiento, y ambos descendieron la escalera a paso lento. Al llegar al pie de la misma, el chico se sorprendió de verle una extraña sonrisa a su novia. Era una curiosa mezcla entre su sonrisa de bromista y la que a él más le gustaba, entre tímida y seductora.

—¿En qué estás pensando? —quiso saber William, curioso.

Ella, por respuesta, se prendió de su brazo y lo miró intensamente.

—Quisiera acostarme ahora mismo —musitó al oído del rubio —Contigo. Por favor.

Fue el tono de voz en el que lo pidió y no la petición en sí, lo que hizo que William dudara. Gina sonaba convencida de lo que decía, pero también levemente ansiosa. Como si quisiera obtener su compañía toda la noche por alguna razón. Y cuando la vio directo a los ojos creyó saber cuál era esa razón: aún tenía miedo. Y no podía culparla por ello. No pudo más que ceder a su deseo, sonriéndole dulcemente.

—De acuerdo.

Y en vez de ir al Gran Comedor, subieron al séptimo piso tomados de la mano.


A altas horas de la noche, con el castillo casi en completo silencio, William estaba acostado boca arriba, mirando el techo de la habitación donde estaba. A su lado, con la cabeza apoyada en su hombro, dormía Gina profundamente, con una expresión tranquila que demostraba que su miedo había pasado, al menos por el momento. El joven no podía evitar pensar en desquitarse de Hall, pues por su culpa, por primera vez había visto a la pelirroja en aquel estado.

A pesar de la petición de Gina, no habían llegado a nada esa noche. Eso era fácil de comprobar al ver a ambos jóvenes con sus ropas puestas, a excepción de los zapatos. Eso había ocurrido porque William, al besar a Gina y bajar una de sus manos repentinamente a su pierna, ella detuvo la mano que pasaba por el cabello de él de golpe y William lo notó. La miró a los ojos entonces y al comprobar que tenía aquella mirada temerosa que le había visto cuando relataba lo que Hall le había hecho y que no le quedaba para nada, comprendió enseguida que lo que él había intentado le traía malos recuerdos.

—Está bien —le aseguró, besándola delicadamente en la frente —No haré nada que tú no quieras. Lo juro.

Gina había asentido y soltó unas cuantas lágrimas, pero no dijo nada. Tanto ella como William se quitaron los zapatos, se recostaron uno junto al otro y ella, para su propia sorpresa, se había quedado dormida pronto, pero él no. De hecho, no había podido pegar el ojo en toda la noche, pensando en todo y a la vez en nada. Era cierto que la mayor parte de ese tiempo había estado pensando en vengarse de Hall, pero por otra parte, quedaba otro pensamiento mucho más apremiante: el futuro. Gina le había dicho que se iría de viaje en cuanto acabara el colegio por el negocio de su padre¿pero él? Tal como sabía Sunny, quería entrar al Ministerio, pero aún estaba algo indeciso respecto al área que le interesaba. Pensó en entrar a algún departamento que tuviera tratos constantes con los muggles, siendo que él había sido criado por ellos, pero a la vez le interesaba mucho alguno donde se tratara con el quidditch, tal vez el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos. Y con lo que les había comentado la directora en la junta de prefectos que realizó en las vacaciones de Semana Santa, sobre el Torneo de los Tres Magos…

—Te voy a extrañar —le susurró a la chica dormida a su lado, a la que abrazaba por los hombros con dulzura —Ojalá vuelva a verte.

Le frotó un hombro, procurando no hacerlo muy fuerte, pero no tuvo suerte. Eso hizo que Gina se moviera un poco y despertara.

—Lo siento, no quise despertarte —se disculpó William en el acto —Duérmete¿sí?

—No importa —Gina acomodó su cabeza en el hombro de él —De todas formas, estaba teniendo un mal sueño. Prefiero verte.

William quiso preguntar sobre ese mal sueño, pero se contuvo. Seguramente tenía algo qué ver con Hall y no quería hacerla sentir mal.

—Sentí que iba a morir —dijo de pronto Gina, sorprendiendo a William —Cuando Hall me ahorcaba… Sentía que me quedaba sin aire. Y en quien primero pensé fue en ti.

William se sintió extrañamente halagado, pero también sintió que su odio contra Hall aumentaba. No podía creer que estuvo a punto de matar a quien más quería en el mundo.

—Si alguna vez llegué a dudar que te amara, entonces supe que no tenía porqué —Gina logró sonreír, como si por fin hubiera podido hallar algo bueno de aquella cruel experiencia —Pensé en John, en mis padres, en toda mi familia y en ti. Pero entre más mal me sentía, todos se borraban de mi mente y sólo quedabas tú.

La joven alzó la vista y le dedicó una sonrisa a medias. William la miró y supo que hablaba muy en serio.

—¿Tú harías lo mismo? —inquirió Gina de pronto.

William se puso a pensar. Cuando enfermó gravemente a los doce años y creyó que iba a morir, en quien primero pensó fue en sus padres adoptivos, pues a pesar de tener ideas un tanto extrañas con respecto a la magia, lo querían mucho y lo habían hecho muy feliz. Ahora, años después, no había tenido ese temor, pero porque nunca había tenido que enfrentar una situación así. Se preguntó si pensaría tanto en sus padres adoptivos como en Gina y Sunny, su hermana recién aparecida, pero no supo precisarlo. Estuvo tanto tiempo meditando la cuestión que Gina dejó de mirarlo y adoptó una expresión triste.

—No tienes que contestar ahora —aseguró —Fue sólo una pregunta tonta.

—No fue tonta —William la miró a la cara —Es lógico que quieras saberlo, después de lo que te pasó… No es que no quiera contestar, pero es que no quiero mentirte.

Gina asintió, pero se quedó callada. Entonces William le tomó la barbilla y la hizo girar el rostro hacia ella.

—¿Me crees, verdad? —quiso saber.

—Claro que te creo —Gina se sobresaltó —¿Porqué no habría de hacerlo?

—Porque cuando digo eso en casa, mis padres nunca me creen —admitió el chico, abatido —Lo sé, lo veo en sus ojos. Y me dolería mucho que tú no me creyeras.

William no esperaba obtener como respuesta a su frase lo que Gina hizo: alzar la cabeza y acercarse para besarlo. Tuvo qué admitir que estuvo a punto de seguirle la corriente, porque el beso fue tan apasionado como sólo ella solía darlos, pero reunió toda su sangre fría para detenerse. No quería presionarla a hacer algo que no quisiera.

—Lo dicho, eres exactamente como pensaba —la pelirroja le dedicó al chico la sonrisa que sin saberlo, se había convertido en la favorita de él —No temas, William, estoy bien.

—¿Segura? —quiso saber él en el acto.

Para demostrárselo volvió a besarlo y esta vez, cuando William bajó lentamente una mano para acariciarle una pierna, ella no se resistió. Lo único que hizo fue mirarlo a los ojos y sonreírle de nueva cuenta.

—Contigo no tengo nada qué temer —afirmó en un susurro —Me amas, lo sé.

Ante eso, William también le sonrió y juntos pasaron una noche mucho mejor que la primera que habían compartido de esa forma.

(1) El carácter o símbolo chino Yao designa lo sobrenatural.