Los primeros cinco capítulos llegarán rápido porque ya lo tengo escritos. Si alguien pasa por aquí, deje comment, me encanta que lo hagan. Besos y gracias.

Disclaimer: Todas las ideas relacionadas a Harry Potter y su mundo son propiedad de JK Rowling y de la Warner.

Este capítulo está dedicado a PMS, injustamente separado de su mundo.

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Prefacio 2 - Las Marcas del Pasado

Biografía de Patrick Malfoy Snape

"Es increíble. Hay algunas heridas que dejan una marca tan profunda que a pesar del paso del tiempo, todavía se pueden ver, tocar, sentir. Así fue esta herida, oh preciosa criatura de ojos grises. Todavía recuerdo tu voz vibrando en mis oídos, todavía te veo en cada rincón, todavía me arde la sangre brotando por las cuencas de mis ojos…"

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Tengo una cicatriz en el pecho que empieza cerca del final de mi cuello y termina encima de mi ombligo. Los años que han pasado por mí todavía no han logrado que ésta desaparezca… Hay heridas que nunca se borran… Escuché alguna vez y parece ser cierto. No es una cicatriz mágica como la que tuvo el niño que vivió, es una cicatriz hecha por una vieja arma que ellos, los aurores, llaman "Espada Arcana", la cual consideran sagrada. Ésta presenta una hoja ancha que termina en una punta triangular, tiene aproximadamente un metro de largo y usualmente ostenta piedras preciosas incrustadas en su empuñadura. He visto muchas de ellas a lo largo de mi vida, pero sólo recuerdo con claridad la que me hizo esa herida. Sí, la recuerdo, pues cuando yacía sangrando a borbotones en el suelo de mi austera residencia, pude distinguir el resplandor de las aguamarinas del mango, imagen que oscila en mi memoria como si se tratara de un recuerdo cercano. Yo tenía trece años cuando esto ocurrió.

Me llamo Patrick. Hasta los veinticuatro años fui reconocido solamente por ese nombre. Esto se debe a que mis padres no tenían apellidos, no porque no tenían familia, sino porque éstas nunca ostentaron más nombre que el de su nacimiento. Mi mamá era hermosa, quizás uno de los seres más bellos que yo haya conocido. Era una veela de cabello y ojos grises, de piel blanca casi transparente que la hacía resplandecer y de figura estilizada y armónica. Se llamaba Ilsa y parecía un hada sacada de un cuento con sus largos cabellos lacios, su caminata pausada y su aspecto brillante. De carácter algo rebelde e iracundo, se enamoró de un mago cuzqueño descendiente de la estirpe de chamanes más antiguos de la región, quienes existen desde tiempos del incanato. Qhari tenía la piel blanca bronceada, el cabello oscuro, facciones que se habían afinado con el paso del tiempo y unos ojos marrones rojizos que parecían encenderse con el sol. Tanto incas como criaturas carecen de apellidos, es por eso que yo nunca los tuve.

Mi papá, como buen descendiente de una cultura ancestral y mágica, era un chamán alquimista dedicado a la fabricación de pociones y al estudio de las plantas místicas de esa región del continente. Para su negocio, utilizaba recetas que eran casi tan antiguas como la ciudad sagrada de sus antepasados, por eso gozaba de fama y de una pequeña fortuna que iba en aumento. Por otro lado, Ilsa era una veela que no necesitaba hacer algo para los demás notaran su presencia, pues su belleza la hacía resaltar entre la multitud. Le gustaba jugar con su magia y deleitar a los muggles en la Plaza Mayor de Cuzco. Así la recuerdo, meneando su cabellera gris al compás de la música, lanzando bengalas coloridas con sus delicadas manos transparentes o haciendo piruetas acrobáticas sobre el cemento de la plaza.

Era hermosa, lo repito, pues nunca he conocido a una mujer con tanta gracia como ella, salvo Jen, que con sus cabellos rubios ensortijados consiguió embelezar mis sentidos el día que tuve el placer de conocerla.

Mis padres eran aventureros, tanto así que yo nací un 18 de junio en un campamento brujo que se realizó en la ciudad de Machu Picchu. Abrí mis ojos rojos al mundo envuelto en una frazada colorida con un chuyo en la cabeza, con medias de lana de alpaca en mis pies blancos lechosos y con los cánticos de la hermosa voz de mi mamá en la oreja, quien retozaba sobre una piedra enorme de la ciudad sagrada y tenía la mirada perdida en el Huayna Picchu.

Vivíamos en la ciudad de Cuzco en una casita de adobe austera, no porque no tuviéramos fortuna como mencioné anteriormente, sino porque mi padre había instalado un laboratorio casi científico dentro de ella. En ese lugar ocurría su magia, pues ahí fabricaban las famosas pociones que luego se repartían a lo largo de todo el continente americano. Mala suerte nos trajo ese negocio, una suerte que acabó con aquella felicidad estúpida que yo conocí durante trece años. No he podido olvidar aquella noche nefasta en que perdí esa vida utópica que tanto adoraba y obtuve como premio de consolación la cicatriz que atraviesa mi pecho.

Fui un Slytherin en Hogwarts. Me mandaron a estudiar allá porque mi madre convenció a Qhari de que así fuera. Desde esa época ya se escuchaba de la segunda venida del Lord. Voldemort y sus mortífagos se preparaban para regresar más fuertes y mejorados, más poderosos y doblemente más crueles.

Fue cuando yo dejé Cuzco para ingresar a la escuela de magia y hechicería que mi padre fue tentado, seducido, convencido y reclutado. Él jamás practicó artes oscuras porque su tradición mágica se lo impedía; sin embargo, cuando los mortífagos llegaron a su puerta con una enorme bolsa de galeones y con promesas de fama internacional, mi padre no dudó en ofrecerles aquellas pociones que los harían más fuertes, más resistentes, más indestructibles. Entonces ellos se volvieron sus clientes y camaradas y nosotros, Ilsa y yo, fuimos marcados por un sino que no merecíamos vivir.

Golpes, astillas volando por los aires, gritos, lágrimas, sangre. Fue en el invierno cuando cumplí trece años que vi una espada arcana por primera vez en mi vida. Los aurores irrumpieron en mi casa intempestivamente y apresaron a mi padre. Gritos y más gritos… Se le acusa de conspirar con los mortífagos, de ser cómplice de… Las lágrimas de Ilsa corriendo por sus mejillas pálidas, la desesperación, la ira. Yo a su lado en shock, sin poder hacer nada, sin poder moverme, sin poder articular palabras… Azkabán, irás directo a Azkabán, Qhari… Esas palabras fueron demasiado para Ilsa, ahora entiendo que ella jamás hubiera podido vivir alejada de mi papá. En ese momento, su angelical rostro se endureció, sus pupilas se dilataron, su ceño se frunció y sus labios mostraron sus dientes apretados. Yo retrocedí unos pasos pues le tuve miedo, jamás la había visto tan enojada. Comenzó a mover los brazos como queriendo alzar vuelo y una onda de energía color azul salió de su cuerpo delgado y le dio a dos aurores en el centro del pecho, quienes murieron instantáneamente. Gritos, varitas en alto, lágrimas corriendo por mis mejillas. Los demás aurores entraron en una especie de frenesí y todo sucedió muy rápido. Sacaron sus espadas arcanas y uno de ellos se la clavó a Qhari por la espalda, quien cayó sobre sus rodillas con los ojos rojizos abiertos y la herida sangrando, ensuciando su ropa, derramándose en el piso. Yo ahogué un grito y traté de correr, pero no podía moverme, mi cuerpo no respondía a las órdenes de mi cerebro. Es así que me limité a observar con los ojos enrojecidos por las lágrimas el horror que se desató cuando Ilsa vio a Qhari morir.

Grito agudo y desgarrador... ¡Mi oídos, vas a hacer sangrar a mis oídos!.. Los ojos de mi madre se habían puesto en blanco y su piel resplandecía más que nunca. Sus pies ya no tocaban el piso pues flotaba alrededor de la habitación lanzando ondas azuladas que acababan con la vida de los aurores que se acercaban para detenerla. Sin embargo, uno logró llegar a ella por detrás sin que Ilsa notara su presencia. Su cabello era de color cobre, sus ojos parecían claros, su espada tenía aguamarinas en la empuñadura. Penetró en el haz de luz que proyectaba mi madre y le hundió la espada arcana por la parte baja de la espalda. Sangre, mucha sangre. El cuerpo liviano de Ilsa estaba bañado en ese líquido color rojo carmín. No gritó, no se movió, no hizo gesto alguno. La misma luz azul que antes había asesinado a varios aurores, ahora la envolvió formando espirales circunscritos uno con otro e hizo desaparecer, con un resplandor cegador, la grácil y hermosa figura que adoré por tantos años.

Rígido, inmóvil, en shock, con la mirada perdida en el punto exacto en donde Ilsa desapareció. En ese momento sentí un ardor intenso en el pecho. Pasé los dedos por mi torso y luego los miré aterrorizado. Ese mismo color rojo carmín que había visto en el cuerpo de madre ahora manchaba mi mano. Entonces me sentí débil y caí al suelo. Tenía un corte que iba desde donde termina el cuello hasta el ombligo. En ese instante, vi esas aguamarinas resplandecientes, ese cabello cobre encendido, esos ojos claros. El dolor invadía mi cuerpo con su intensidad y ardor mientras las fuerzas se me escapan con cada respiro… Ilsa, Qhari… Suspiré y escuché los pasos de los aurores como si retumbaran en mi cabeza. Enajenados, abandonaron el lugar con los ojos cubiertos de lágrimas. De seguro creyeron que yo también había muerto. Sus gritos invadieron mis sentidos... ¡Qué nos ha llevado a asesinarlos! ¡Que clase de locura fue esa!... No hubo respuesta a sus preguntas y tampoco a las mías. En ese momento, quise morir.

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Viví. No sé cómo desperté curado en San Mungo, sede cuzqueña. Me levanté del catre y me miré al espejo incrédulo. Parecía un fantasma, estaba más pálido que nunca, mis ojos parecían un par de faroles rojos encendidos y mis huesos sobresalían de mi piel. Con algo de esfuerzo, me quité la bata y la vi. Era una cicatriz lechosa que se extendía a lo largo de mi torso. Recordé todo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Miré alrededor para tratar de ubicarme en el espacio y tiempo y encontré ropa limpia en una silla de madera. Me la coloqué y me peiné un poco el cabello. Luego salí del lugar a paso ligero y con una sonrisa resplandeciente, como si nunca hubiera estado moribundo y echado sobre uno de esos catres incomodísimos.

No regresé a casa, sino me fui a Hogwarts y pasé el resto de mi adolescencia ahí, incluidas las vacaciones y celebraciones navideñas. Pasaba las tardes veraniegas leyendo libros de artes oscuras que mis compañeros llevaban escondidos debajo de sus túnicas y circulaban dentro de la Sala Común de Slytherin. Sí, a partir del cuarto año me sedujo la magia negra por mi deseo de venganza, por ese sabor dulce que presenta la maldad, por esa satisfacción de curar el dolor propio con dolor ajeno.

Cuando me gradué de Hogwarts, regresé a Cuzco y me mudé a Pisac, en donde pasé cerca de siete años estudiando los libros de mi padre, los conjuros de mi madre veela y la magia de los chamanes que me rodeaban. Luego, a los veinticuatro años, me preparé en la ciudad sagrada de Machu Picchu para ingresar a los mortífagos. Fue en ese campamento que conocí a Jen Malfoy y gracias a un pacto de sangre, nos convertimos en hermanos, compañeros y amantes. Tomé sus apellidos y por primera vez, mi nombre tuvo dos partes. Cambié mis simples pantalones coloridos y chompas de alpaca por ropas elegantes y oscuras y me mudé a una mansión que me recordaba la frialdad de las piedras que cubrían la empuñadura de la espada arcana del auror de cabello cobrizo, pero que se sentía cálida porque al fin tenía alguien con quien compartir mi soledad.

Mucho ha pasado desde entonces, demasiado. Cada vez que estoy frente al espejo miró mi cicatriz, la toco y pienso que mucho de lo que ha sucedido desde ese día se debe a esa marca, esa marca que escribió un destino que quizás nunca hubiera conocido.