4 meses antes de que Kenma encontrara al elegido del fervor…

El sol golpeaba con fuerza en la basta tierra de los Nefilim, un desierto lleno de cañones y rocas tan gigantescas como los habitantes del lugar; la luz se reflejaba en tonos anaranjados sobre los rostros de los lugareños que se encontraban en un pequeño pozo de agua dulce ubicado en medio de los cañones, un pequeño ojo de agua subterránea que emergía en ese lugar, siendo una de las pocas fuentes de hidratación para los Nefilim además de los oasis. Un grupo de hombres betas y alfas llenaban cantaros y baldes con el agua de ese pozo natural, eran liderados por un alfa muy alto que no tenía cejas, y que avanzaba cargando dos baldes que pendían de una vara.

El agua no era precisamente para ellos, puesto que se dirigían a una pequeña aldea compuesta en su totalidad por grandes tiendas y alfombras; allí los esperaban algunas mujeres y niños, muy felices y agradecidos por la repartición del líquido. El alfa sin cejas no tenía ninguna expresión visible, pero pronunció un educado "de nada" cuando los pequeños le daban las gracias llenos de admiración.

El grupo de hombres regresó por donde vino, caminando bajo el ardiente sol hacia la verdadera ciudad de los Nefilim, la ciudad de Uruk, construida entre las formaciones de roca roja y con edificaciones de barro, mas parte de su arquitectura era muy pintoresca, llena de cúpulas y vidríales coloridos. Debían volver a la zona de entrenamiento al otro lado de la ciudad, algunos de ellos se quejaban por el dolor en sus pies, pero el alfa mantenía la boca cerrada, sin asomo de cansancio; sus compañeros lanzaban comentarios con una mezcla de respeto y envidia por su resistencia sobrehumana.

En la amplia planicie de la zona de entrenamiento los esperaba el entrenador para felicitarlos por cumplir la tarea semanal de proveer de agua a los pueblitos colindantes, los hacía sentir orgullosos cuidar de su gente, aunque uno de los Nefilim presentes ponía una cara de fastidio y aburrimiento, cuestionándose que era exactamente "cuidar de su gente". Ante la muestra de desprecio de aquel joven beta, el capitán del grupo le ordenó dar 20 vueltas alrededor del campo como castigo por su insolencia, así que el muchacho cumplió el castigo a regañadientes; su cabello castaño que al inicio relucía bajo el sol, se llenó de sudor pegándose a su cabeza.

El alfa sin cejas lo esperó hasta que terminó de cumplir el castigo, se veía agotado, pero parecía demasiado orgulloso como para decir que lo estaba; ambos chocaron sus palmas y se fueron caminando hasta un acantilado cercano; bajaron sin mucho problema por este y se adentraron bordeando las paredes de aquella ladera, encontrando en ella unos pequeños hilos de agua que se deslizaban por las rocas en forma vertical, como una minúscula cascada que usaban para mojar esponjas y lavar sus cuerpos con ellas. Eso fue lo que hizo el chico de cabello castaño, le no le avergonzaba desnudarse frente a su amigo, así que se quitó la camisa para quitarse el sudor de encima, el alfa sin cejas no llevaba camisa por lo que también podría haber optado por limpiarse, pero el sudor en su cuerpo no le parecía particularmente molesto a diferencia de su compañero.

Al terminar volvieron caminando hasta la ciudad para llegar al bar favorito de ambos, un sitio con una fuente muy grande sin barandales, pues estaba enterrada en el piso cual si fuera una piscina; había muchas mujeres danzando en el bar para complacer a los clientes, pero los dos soldados no estaban interesados en el placer que podrían brindarle esas bailarinas, a ellos solo les importaba sentarse en el piso para beber y disfrutar de algunas frutas en un ambiente acogedor como ese. El alfa no pudo disfrutar de su bebida, puesto que un enviado del patriarca entró al local para llamarlo a presentarse ante dicho líder; el joven beta rodó los ojos y vio partir a su amigo afuera del bar, sabiendo que volvería con mas presión sobre sus hombros.

El alfa sin cejas siguió al sirviente del jeque, entrando a una edificación muy grande y hermosamente tallada, la sede del patriarca y sus sabios; dentro del lugar el techo estaba demasiado alto, muchos pilares lo sostenían y adornaban la inmensidad; por el centro estaba el camino alfombrado, por los lados del camino, dos enormes piscinas que tenían en ellas los pilares rodeaban todo, mostrando la abundancia con la que vivía el consejo de sabios. Entonces llegó al final del camino y se encontró a los miembros del consejo y al patriarca arrodillados frente a una vasija de hierro que echaba humo de incienso al aire; el patriarca ordenó a los sabios que se retiraran para que el joven alfa estuviera menos presionado, así que ambos se quedaron a solas.

-Puedes sentarte si quieres, Aone - le propuso el patriarca; luego se sentaron frente a frente, pero Aone no sabía qué decir - asumo que sabes porque te llamé.

-Sí, lo sé…

-¿Y bien? ¿Me darás tu respuesta? - preguntó el jeque, Aone permanecía firme, pero en silencio.

-Aun necesito pensarlo, jefe Kamasaki.

-¿Por qué se te dificulta tomar una decisión? Normalmente eres el soldado más obediente - no obtuvo respuesta, solo más silencio y evasión por parte de Aone - el mejor soldado, querido por el pueblo, admirado por sus compañeros ¿Qué te impide aceptar ser mi sucesor?

-Pienso que aún no es tiempo para que usted decida quien lo relevara, jefe - contestó Aone, el líder lo analizaba con la mirada.

-Me pregunto si ese insolente de Futakuchi tiene algo que ver en tu decisión…

-¿Qué?

-Ya sabes, no respeta a sus superiores y se rumorea que tiene ideas… extrañas.

-Yo no veo nada extraño en él.

-Algunos de sus compañeros han dicho que se rasura las piernas - comentó el patriarca, Aone mantenía su misma expresión, pero en su frente comenzaron a aparecer gotas de sudor.

-No he notado nada de eso.

-Bueno como esa, pero ¿Entiendes que ese irrespetuoso no es del todo bueno para ti?

-Ya aprenderá.

-Espero que sea así, porque como futuro líder ¿Sabes lo que hay que hacer con los desviados, verdad? - la mueca indescifrable de Aone se vio afectada por esas palabras, miró hacia abajo y mostró al fin un grado de inquietud.

-Sí.

-Ya veo… Es por eso que pienso que no tomas una decisión, por tu apego a Futakuchi - no obtuvo ninguna contestación, eso lo hizo suspirar desganado - debes entender que si ese chico es un desviado, no merece tu compasión. Para ser un buen líder, a veces tienes que tomar decisiones duras y hacer sacrificios.

-Le aseguro patriarca que Kenji no es ningún raro.

-Entonces… ¿Aceptas tomar el cargo cuando yo me retire? - preguntó otra vez, Aone reflexionó un momento, si le parecía un honor tomar una responsabilidad tan grande para su querido pueblo, pero también sentía una gran presión.

-Acepto…

-Ese es mi muchacho - Kamasaki abrazó a Aone como un padre abrazaría a su hijo, el más joven apreciaba al patriarca, pero en esos momentos estaba demasiado inseguro como para sonreír.

-Gracias por esta oportunidad - pronunció por compromiso, el jeque se veía muy feliz.

-Sé que eres perfecto para este puesto, los demás te miran con cautela, pero yo no tengo dudas - le dijo tomándolo de los hombros y mirándolo con orgullo, Aone no sabía cómo decirle que ya era hora de marcharse - hay algo que quiero darte.

-¿Qué es? - preguntó con algo de curiosidad; el patriarca retiró de su bolsillo una llave con una extraña forma y la colocó en sus manos.

-Mi casa es tu casa, en un par de semanas yo y los demás miembros del consejo te instruiremos para que sepas en qué consiste esta labor, así que tarde o temprano pasarás más tiempo aquí que de costumbre, más vale darte esto ahora que cuando llegue ese dia - Kamasaki cerró el puño del confuso alfa joven - es una llave maestra, para abrir o cerrar todas las habitaciones de este lugar; si quieres puedo darte un breve recorrido.

-Pero patriarca…

-Insisto.

Así fue como Aone Takanobu fue arrastrado por el jefe de los Nefilim por algunos sectores del edificio del consejo, todo estaba decorado con cortinas de colores y tapices de interesantes diseños, también había grandes macetas y fuentes; el joven alfa movía un pie con impaciencia mientras el patriarca lo llevaba de allá para acá, emocionado como si Aone hubiera aceptado ser el hijo que nunca pudo tener. El más joven no prestaba mucha atención mientras el jefe literalmente le enseñaba a abrir puertas y las salidas de emergencia con sus correspondientes pasadizos subterráneos; aunque debía admitir que lo alegraba un poco que el patriarca mostrara simpatía con él, normalmente las personas trataban a la cabeza del pueblo como alguien aterrador que merecía respeto, incluso a otros no les caía bien, pero con él era completamente diferente, más humano de lo que otros creían.

Luego de ese recorrido, Aone se retiró de la casa del consejo, y sin decir nada volvió al bar y se sentó junto a Kenji, tenía una sensación agridulce, por un lado el jeque era su amigo y no quería decepcionarlo, por otro, no se sentía nada cómodo y seguro imaginandose como líder; normalmente evitaba demostrar sentimientos para no preocupar a otros, pero su amigo Futakuchi podía saber con facilidad que algo no andaba bien, lo veía en la comisura de sus labios, temblorosa y tensa. Le preguntó qué había dicho el "viejo idiota" refiriéndose al patriarca, Aone sólo respondió que lo llamó para volver a preguntarle si quería ser su sucesor; Kenji reflexionó un momento, quería decirle que no aceptara un cargo tan aburrido y tedioso, pero decidió preguntar algo más preciso: "¿De verdad quieres ser el líder?".

Aone se quedó completamente callado, tenía grandes líos en la cabeza, porque aunque adorara a su pueblo y considerara que era un honor servirles, no se consideraba alguien apto para liderar, para ello debía saber dirigirse a muchas personas, y él era un alfa de pocas palabras. Además, estaba el hecho de que él mismo se consideraba un desviado por algunos pensamientos prohibidos, y si aceptaba el puesto, debería enterrar para siempre esa parte de sí mismo, y eso incluía su amistad con Futakuchi; Kenji al no recibir ninguna contestación supo cuál era la respuesta de Aone, por lo que se respondió a sí mismo: "Eso pensé".

En la sociedad de los Nefilim estaban prohibidas muchas cosas que en otros reinos eran completamente normales, las mujeres no podían tener derechos básicos como la propiedad, a tomar decisiones políticas, o siquiera a tener un trabajo, y si alguien nacía como un omega, tal vez no se le negaría permanecer ahí, pero tampoco se les darían trabajos dignos, la escapatoria de las mujeres era dedicarse a la prostitución, la de los hombres, mendigar o suicidarse. Nadie podía escoger libremente con quien casarse, la casta de los alfas debía tener familias formadas por un macho alfa y una hembra alfa, lo mismo pasaba con los betas; el aislamiento y el miedo por la hostilidad del desierto los hacía ignorantes en cuanto a sus posibilidades reproductivas.

Otras ideas también estaban prohibidas, como hablar de sexualidad, de avances tecnológicos o de los demás reinos; aparentemente no llegaba información de cómo eran los demás reinos, sólo los mercaderes ambulantes sabían algo, por eso eran constantemente custodiados por los soldados para que no abrieran la boca. Esa entre otras cosas eran tabúes de la sociedad, pero ni siquiera la mente más imaginativa podría haber adivinado el tipo de rareza que era Kenji Futakuchi.

Durante una tarde de su día libre, Kenji y Aone recorrieron el mercado de la ciudad, un caos total lleno de gente, animales, objetos y alimentos; el beta identificaba las tiendas de ropa femenina y se dirigía a ellas, pidiendo como en más de una ocasión que le dieran un par de prendas envueltas como si fueran un regalo. Aone a sus espaldas escuchaba los rumores de la gente, murmullos maliciosos y cotilleos que lo ponían nervioso; para callarlos, pronunció en voz alta varias palabras a pesar de que no era una costumbre suya hablar así: "deberías dejar de regalarle cosas a mujeres de la noche, Kenji".

Su amigo le siguió el juego y terminaron sus compras, saliendo rápidamente del lugar, ambos tenían la necesidad de ocultarse aunque los rumores desde hacía muchos minutos habían cesado; para ellos, aquellas palabras los seguían hasta en sus pensamientos, Aone sentía culpa, Futakuchi impotencia. Pudieron respirar con tranquilidad cuando llegaron hasta el hogar del beta, una simple casita de barro como muchas otras; Aone retiró algunos alimentos y bebidas mientras Kenji entraba en su cuarto, le gustaba pasar tiempo con su mejor amigo en esa casa, pero cuando lo hacía, no podía dejar de sentir temor por lo que ocurriría si los descubrieran en esa situación.

Aone llevó los alimentos al cuarto de Futakuchi, dejando la bandeja sobre un mueble antes de mirar a su amigo beta; luego posó sus ojos en Kenji, que ya no era el mismo compañero que veía en los entrenamientos, no era un "macho" como debería haber sido. Futakuchi reposaba boca abajo sobre las almohadas de la alfombra que usaba para dormir, leía un libro prohibido, muy concentrado en su lectura; pero no era el libro lo que preocupaba a Aone, sino más bien el atuendo que llevaba su amigo, una gran pañoleta blanca con bordados dorados a modo de falda, una túnica traslúcida con los mismos bordados, y múltiples piezas de joyería dorada con piedras verdes, una diadema de perlas y gemas que atravesaba su frente, aretes, pulseras de arnés y tobilleras; se veía radiante con ese conjunto.

-¿Cómo luzco? - preguntó el beta, Aone estaba mudo - por tu silencio asumo que me veo despampanante.

-¿Qué es esa cosa transparente? - preguntó confundido, Kenji sonrió travieso.

-Mercancía especial, no se consigue en el mercado diurno, si fuera así los idiotas de aquí se escandalizarían - contestó el beta, sus glúteos y piernas rasuradas brillaban por unos aceites corporales que usaba, ni la mujer más pretenciosa de la ciudad cuidaba tanto su piel.

-¿Y esas joyas? - preguntó el alfa, Futakuchi respondió con una risita - ¿Las robaste?...

-Claro que no tonto, por las noches viene un mercader… no muy legal, hasta mi casa, se llama Koganegawa, vende de todo, como ya conoce mis gustos sabe que debe traerme ropa, libros, y joyería de bisutería, es más barata.

-¿No son joyas reales?

-Claro que lo son, sólo que están hechas con materiales asequibles; los del reino humano y los ángeles crean muchas cosas inspiradas en nuestra cultura, sobre todo con fines eróticos.

-¿Eróticos? - Aone empezaba a sentirse un cómplice de un delito.

-Sí ¿Qué se te hace raro? Aquí la virgen soy yo - dijo Kenji, divertido y con ganas de confundir a Aone.

-Hablas sin vergüenza…

-Es mi casa, y en mi casa puedo hacer lo que quiero - dijo con un tono más pasivo agresivo; luego tomó algunos libros y se los enseñó a su amigo - tú también puedes hacer lo que quieras en mi casa, aquí no hay reglas ni ojos que nos vean.

-¿Son libros prohibidos?

-Sí, y son muy interesantes ¿No quieres echar un vistazo?

-Kenji, estás yendo demasiado lejos.

-¿Por qué? Somos el único maldito lugar atrasado en un milenio, todos los demás reinos no ven nada raro en estos libros.

-Pero tú eres de aquí.

-Como sea, tú te lo pierdes - dijo Futakuchi, ignorando a Aone para seguir con su lectura; el alfa tomó unas copas y sirvió las bebidas, para sobornar a Kenji y así lograr que no lo ignorara más - por cierto, Koganegawa vende unos brebajes que no se encuentran aquí, estimulan mucho la imaginación - el beta aceptó la copa de vino, poniendo su cuerpo de costado; Aone trataba de alejar la vista de su amigo, de sus pezones que podía ver debajo de la prenda traslucida, de sus largas piernas, de la curva de su cintura.

-Oye…

-¿Si?

-¿Por qué te esfuerzas en verte como una mujer?

-Me siento como una, llena de belleza, elegancia, con buen gusto, y pienso con la cabeza. Si, seguro es por eso.

-¿Eh…?

-¿A ti te gustan las chicas verdad? - preguntó, y Aone, mirando involuntariamente el cuerpo de Kenji, sintió como sus manos temblaban gracias a esa pregunta.

-Sí, me gustan.

-¿Y por qué te gustan las chicas?

-No sé cómo contestar eso…

-Pues, por la misma razón por la que las chicas le gustan a los machos, es que yo quiero ser una, son muy lindas y geniales - agregó Futakuchi, Aone lo miraba extrañado, no llegaba a entender su lógica.

-Entonces deberías buscar una mujer para ti.

-No seas tonto Aone, bueno como sea, no vas a entenderlo - Kenji se rindió y continuó ojeando su libro mientras bebía - este libro es tan genial, y ni siquiera es una novela de aventuras.

-¿No lo es?

-Para nada, es un bestiario y un recopilatorio de leyendas, está hecho para aventureros y caza tesoros - dijo el beta, Aone se fijó en el libro, con más curiosidad que antes.

-Si es solo un bestiario ¿Por qué estará prohibido?

-Ni idea, tal vez porque los imbéciles de aquí no quieren que veamos el mundo exterior, es normal que después de leer esto muchos quieran tener una vida errante.

-¿Tú quieres irte?

-Sí, pero, aun no quiero, antes de eso quiero llegar a cierta parte del libro que me llama mucho la atención.

-¿Por qué no cambias de página hasta la parte que te interesa?

-Porque todo lo demás también es interesante, lo leeré todo de forma lineal hasta llegar al capítulo que llamó mi atención.

-Si tú lo dices…

-Lo digo en serio, creo que después de leer ese capítulo sabré a dónde dirigirme cuando me vaya de aquí. En el índice lo describen como "la bestia de los deseos imposibles" ¿Quieres que lo leamos juntos? - propuso Futakuchi, el alfa se sintió nervioso, era un libro prohibido, pero por como lo describía Kenji, no parecía tener nada malo.

-Está bien… - Aone se sentó junto a Futakuchi, este enderezó su cuerpo y se sentó a su lado con el libro cerca de la vista de ambos.

-Fuera del desierto también hay bestias letales, pero aquí seguimos teniendo a las langostas de Abaddon, por eso casi nadie se acerca aquí y los mercaderes toman rutas tan largas para llegar a las ciudades, por precaución.

-He escuchado de eso.

-Hasta nos han entrenado para matarlas, pero nadie nunca ha visto ninguna ¿Quieres saber por qué? - Kenji sonaba muy entusiasmado por el conocimiento que había adquirido gracias a ese libro prohibido.

-¿Por qué?

-Porque esas bestias solo aparecen cuando se avecinan tiempos de desastres y guerras, por eso los viejos idiotas del consejo no quieren que sepamos en exceso sobre ellas.

-No quieren asustar al pueblo.

-Pero el pueblo necesita estar preparado para estas cosas ¿Qué pasa si alguien quiere irse al reino humano y se topa con dragones y grifos?

-¿Por qué alguien querría irse?

-¿Por qué alguien querría quedarse?

-Kenji…

-Como sea, sigamos leyendo.

Ambos continuaron con la lectura del libro, Kenji recitaba las páginas en voz alta mientras Aone lo miraba de pies a cabeza sin que se diera cuenta, su apariencia tan reveladora era extrañamente sensual para él; sentir atracción por alguien del mismo sexo estaba prohibido para los Nefilim, por eso Aone a veces miraba con culpa a su mejor amigo, como si creyera que era una tentación, una prueba de la vida para medir que tan digno era para su pueblo. Futakuchi hablaba de la caza de los silfos y hadas para fines relacionados a la creación de pócimas, argumentando que le parecía atroz matar criaturas tan llenas de belleza y gracia para usarlas en elixires; el alfa no prestaba mucha atención, sentía el ferviente deseo de tomar a Kenji entre sus garras y morderlo mientras le hacía el amor, sus instintos clamaban por poseerlo, tener a un hombre, a un beta, a un desviado sin remedio bajo su cuerpo; empezaba a tener miedo de sí mismo por sus pensamientos impuros y sus instintos animales, si no los controlaba a tiempo, podría cometer una locura de la cual se arrepentiría para siempre.

El mismo Futakuchi lo salvó cuando le ordenó que prestara atención, pues ya había llegado al capítulo que buscaba; Aone respiró profundamente, sudando por la cantidad de barbaridades que había imaginado; el beta comenzó a relatar el capítulo, trataba sobre "Duo" una bestia ancestral de apariencia de búfalo, serpiente y humano, lo describían como la maldad encarnada, pero con un gran encanto en sus palabras. La bestia era capaz de conceder hasta los deseos más inimaginables, pero siempre pedía algo a cambio; no quería dinero ni ninguna riqueza, el precio y el modo de pago era un misterio, pero la página decía que no se trataba de nada material y que siempre todo dependía del tipo de deseo que la persona quería pedir.

El capítulo hablaba de muchos monarcas y guerreros que se acercaron a la cueva de la bestia para conseguir poder, luego de eso se decía que habían provocado desastres inconmensurables y grandes guerras que marcaron puntos de inflexión en la historia de los reinos; no volvían a ser los mismos. Había una pequeña nota al pie de página que explicaba un rumor en torno a la leyenda de Duo, se decía que el guerrero humano "el pequeño gigante" había ido hasta su cueva pero nunca más regresó, nadie sabía qué fue lo que pidió y porqué desapareció.

Al final del capítulo se aclaraba que la bestia estaba oculta en la cordillera Nefilim al suroeste del desierto, pero que el mapa de su ubicación exacta se encontraba en el edificio del consejo y hogar del jeque; la forma más ética de obtenerla para los foráneos era hablar con el patriarca y convencerlo de enseñar el mapa, cosa muy difícil de conseguir, por lo que también recomendaban calcar dicho mapa en vez de llevar el original, para evitar ser perseguidos por los soldados Nefilim; robar el mapa original era un suicidio. Aone miraba con desconfianza y miedo aquella información, Kenji lo hacía con fascinación, al alfa no le agradaba que su amigo sintiera tanto interés por ese desconocido y peligroso monstruo.

-¿Qué te parece Aone? - preguntó Futakuchi, se veía muy entusiasmado.

-Es peligroso.

-¿Te parece que lo es? Yo creo que es genial, una criatura que concede cualquier deseo que un yinn no puede cumplir. Quisiera encontrarla para pedirle algo... - dijo Kenji con una voz más tierna y afligida, se notaba que quería manipular a Aone para pedirle un favor.

-Kenji… Puede pedirte tu alma…

-Pero no podemos estar seguros de eso, no perdemos nada con buscar a esa bestia ¿Verdad?

-¿Por qué quieres encontrarlo?

-Quiero pedirle que me transforme en mujer.

-¿Es en serio?

-Lo digo en serio, ese es mi deseo imposible, el único que me lo puede conceder es ese tal Duo - Aone miraba muy seriamente a Futakuchi, como si quisiera regañarlo - ¿Qué me ves?

-Es un capricho.

-No lo es, yo de verdad quiero cumplir ese deseo, no lo llames "capricho", idiota.

-Es un capricho. Estás bien como un macho.

-¿De verdad te parece que estoy bien así? ¿Haciendo todo a escondidas en un pueblo de imbéciles, sin poder siquiera vestirme como quiero fuera de mi hogar, arriesgándome a que me maten por cosas que en el resto del mundo son normales?

-Entonces no hagas esas cosas.

-Mierda, somos una tribu de involucionados, debería irme de aquí de una sola vez.

-Entonces…

-¿Qué?

-Entonces vete… - cuando Aone dijo aquello, no se esperó que el beta se levantara para abrir la puerta de su cuarto, invitándolo a salir - Kenji… - no hubo respuesta de Futakuchi, sólo apuntaba a la puerta - lo siento… no era mi intención ofenderte.

-Puedes salir - dijo Kenji seriamente, el alfa se acercó a él para abrazarlo suavemente.

-No sé qué te molestó, pero, lo siento mucho…

-¿No te importaría un carajo si me fuera de este lugar?...

-No dije eso.

-Es lo que diste a entender.

-Solo creí que serías más feliz si hacías eso en vez de buscar a esa cosa…

-Aone, si existe la posibilidad de cumplir mi sueño por completo, entonces quiero aprovechar esa oportunidad. Tú no lo comprendes, pero esto es importante para mí - pronunció, el alfa lo abrazaba y acariciaba suavemente, era más cálido que un amigo común; Futakuchi tuvo ganas de llorar, entre los brazos de Aone sentía la libertad para poder descargar sus sentimientos.

-Sí, no lo entiendo, pero quiero que seas feliz, no importa de qué forma - le respondió, Kenji deslizó sus manos por los omóplatos del alfa hasta tocar sus hombros, luego echó la cabeza hacia atrás para que Aone observara sus ojos, esa deslumbrante mirada y las joyas que llevaba hicieron que el alfa comiera de su mano.

-¿Qué debo hacer para que me ayudes a conseguir el mapa? - preguntó el beta, Aone miraba el pecho de su amigo, los pezones de Futakuchi se asomaban pegados al pecho del alfa, una vez más se había vuelto una tentación; Aone se imaginó a si mismo pidiéndole una noche a su lado, pidiendo tener su cuerpo, pidiendo tenerlo todo.

-No te preocupes, trataré de traértelo.

-¿De verdad harías eso por mí? - Kenji sonreía ilusionado, con una gratitud genuina en su mirada; Aone se sintió un bastardo por mirarlo de forma impura.

-Sí, traeré el mapa para ti.

Al otro día Aone pensaba preocupado en lo que le había prometido a Kenji, no sabía en qué estaba pensando cuando quiso cumplirle sus caprichos, lo asustaba la idea de que al buscar ese mapa y tratar de calcarlo con un papel especial, lo descubrieran en el acto; eso podría meterlo en un grave problema con el jefe, de seguro pensaría que era el mismo Aone quien compraba libros prohibidos para leerlos, aquello le podría costar la reputación y podría hacer que perdiera su rango en el ejército. Ojeó una vez más el mercado, se le ocurrió revisar las tiendas de joyas, tal vez Futakuchi lo perdonaría por no traer el mapa si le llevaba alguna pieza de joyería hecha con piedras preciosas de verdad; revisó los precios y empezó a sudar por lo costosos que eran los collares de esmeraldas, se preguntó si Kenji se enfadaría si le traía unos simples pendientes de malaquita, seguían siendo caros, pero eran más asequibles que otras joyas.

Luego pensó que no serían una opción lo suficientemente valiosa para su amigo, así que no supo qué hacer, trataba de no pensar demasiado en Futakuchi, pero por más que trataba de olvidar su lindo rostro feliz por la posibilidad de obtener el mapa de la bestia, el recuerdo de sus piernas y la fantasía de una recompensa lograban que el alfa volviera a replantearse la promesa. Se sentó bajo una palmera luego de todo un día regateando los precios de la joyería con los mercaderes, su rostro seguía inexpresivo, pero en el fondo se sentía presionado, ideando planes para meterse al edificio del consejo e inspeccionar habitación por habitación para hallar alguna biblioteca donde pudiera buscar el dichoso mapa; suspiró y cerró los ojos después de considerar demasiado arriesgado hurgar en toda la casa del patriarca.

Una nueva sombra lo cubrió, abrió los ojos para comprobar quien se le había puesto por delante; se trataba de otro de los guardias del jeque, que le dijo que estuvo buscándolo por toda la ciudad porque el patriarca quería verlo otra vez; Aone se quedó algo perplejo por esa pequeña oportunidad, luego se levantó y siguió a ese guardia. Estaba anocheciendo, apenas quedaba algo de luz anaranjada en el horizonte, así que casi todos los de la ciudad se fueron hasta sus casas para resguardarse, pues el desierto tenia climas extremos, un fuerte calor durante el día y noches demasiado frías; Aone entró a la casa del consejo, encontrándose al jefe Kamasaki al final del gran pasillo, este lo saludó amablemente, pero agregó después de su saludo que pensaban invitarlo durante la tarde para decirle lo que querían decirle, pero que al no aparecer, los otros miembros del consejo se habían ido a atender otros asuntos.

Aone se disculpó y Kamasaki prosiguió con su comunicado; tomó una canasta redonda del suelo y la abrió frente a Aone, de ella sacó una botella sellada con una tapa en forma de rombo, le explicó que nadie del consejo la había abierto, porque querían que fuera un presente para el futuro jefe de los Nefilim; Aone ocultó su emoción, aquello que le estaban entregando no era nada más ni nada menos que su propio yinn. Los yinn eran espíritus encerrados dentro de objetos, almas condenadas a vivir su segunda vida en cautiverio gracias a sus malas acciones, concediendo deseos a sus amos; los espíritus heroicos que hicieron grandes cosas podían servir a los que poseían magia invocadora, los yinn en cambio, a pesar de su macabro historial antes de morir, podían ser utilizados incluso por seres sin magia como los Nefilim.

Al destapar la botella, la habitación se cubrió por un humo rojo y espeso, de la botella emergió un yinn de tres metros con cuernos, que se presentó como "Ken", luego agregó que estaba al servicio de su nuevo maestro; parecía un yinn serio y algo aterrador, le preguntó a Aone si tenía algún deseo que pedirle, el alfa no lo pensó demasiado y le pidió algunas joyas de piedras preciosas. Kamasaki miró desconcertado a Aone y le preguntó porqué había pedido semejante cosa, Aone hizo tiempo para pensar una respuesta ordenándole al yinn que volviera a la botella, entonces le respondió que quería hacerle un regalo a una chica que le gustaba; el jeque se echó a reír y le preguntó de qué raza era aquella chica, Aone tuvo que mentir diciéndole que era una chica alfa.

Aone tomó un pequeño baúl con joyas que el yinn había hecho aparecer en la alfombra, pensando que ya podía marcharse; pero el patriarca tenía otros planes, así que rodeó el hombro de Aone con jovialidad y lo guió hasta un salón para que los acompañara a divertirse, pues según él, "debía acostumbrarse a lo que implicaba ser el jefe" . El alfa se quedó perplejo cuando el jeque lo llevó a una sala alfombrada, algunos miembros del consejo estaban sentados desnudos, bebiendo y riendo sin parar mientras bailarinas exóticas danzaban en el centro; eran diferentes a las del bar, estas enseñaban sus partes íntimas cubriendo de telares y joyas otras partes menos importantes.

Quiso zafarse de esa situación, pero el jeque insistió en que se quedara porque le había reservado algo especial; dos miembros del consejo se levantaron y fueron detrás de unas cortinas, trayendo con ellos a una joven de cabello castaño amarrado en una cola de caballo hacia el lado; tenía una soga atada a las manos, se veía aterrorizada por ser llevada por hombres desnudos; Aone sabía que algo muy malo estaba pasando. Kamasaki explicó que esa chica era una omega de una tribu pequeña al noreste del desierto, que "la habían traído" a la ciudad para que desempeñara la función que estaba viendo, porque en la tribu donde habitaba no estaba haciendo nada de utilidad.

Aone trató de explicar que no estaba interesado en lo que le estaban ofreciendo, pero los del consejo, ebrios y escandalosos, lo presionaban para que hiciera lo mismo que ellos estaban haciendo con las bailarinas; Kamasaki calmó un poco los ánimos, asumiendo que Aone era demasiado tímido para hacerlo frente a todos los demás, así que propuso que se fuera al cuarto aledaño con la omega para divertirse en privado con ella. El jefe guió a Aone a la habitación, mientras los del consejo prácticamente arrastraban a la pobre chica para que se metiera al cuarto con él; los encerraron juntos, la muchacha se arrinconó en una esquina mientras Aone la miraba con impotencia.

Se le acercó lentamente, ella lloraba y le pedía que por favor no le hiciera daño, actuaba como si estuviera entrando en pánico, histérica y aterrada; Aone la rodeó suavemente con sus brazos y le dijo que no le haría nada malo, ella se sorprendió por esa acción y le preguntó si lo decía en serio, él respondió que sí, que no pensaba tocarla de una forma que ella no deseara, así pudo calmarla, abrazándola mientras ella lloraba por todo el miedo que pasó. El nombre de la chica era Mai Nametsu, antes de ser secuestrada fue criada por su padre, en un pueblo donde no la juzgaban por ser omega, y donde en cambio la protegían como si fuera una criatura indefensa; se veía muy agradecida con el alfa por no abusar de ella como lo habían hecho otros hombres de esa ciudad, Aone le aseguró que él jamás le haría algo tan horrible a alguien.

Ambos estaban en un dilema, no podían irse de ahí sin ser descubiertos, si salían los presionarían para tener sexo junto a todos los demás, y ninguno quería que eso ocurriera, Aone tampoco estaba seguro de dejarla escapar, porque eso levantaría sospechas en los miembros del consejo, y sería acusado de traición por dejar escapar a una esclava sexual. La muchacha comprendía que Aone también estaba en una situación difícil, así que le pidió que no pensara mucho en lo que podían hacer, y que solo la acompañara esa noche, para que nadie más le hiciera daño; él aceptó, y ambos se recostaron uno al lado del otro, sin tocarse ni hacer nada extraño, pues Aone había asegurado que no tenía ninguna doble intención con Mai; ambos durmieron tranquilos esa noche, como un hermano cuidando a una hermana pequeña.

Cuando el amanecer alumbró el edificio, Aone abrió los ojos, la muchacha a su lado dormía tranquilamente, pero él decidió despertarla para decirle que aprovechara el tiempo que tenía para huir; Mai no estaba segura de sí debía huir, por miedo a ser atrapada, sin embargo Aone insistió en que se fuera, diciéndole que el jefe hacía poco le había dicho que cada habitación personal de ese edificio tenía un pasadizo que servía como salida de emergencia ante ataques. Como no estaba del todo seguro de lo que decía, tanto él como la omega registraron la habitación, hasta dar con una puertecilla en el suelo, cubierta por una alfombra; Aone le recomendó a Mai que tomara toda la fruta de esa habitación y que esperara todo el día escondida en los pasadizos, porque de noche podría escapar con una menor probabilidad de ser descubierta; le regaló también su cantimplora que llevaba todo el tiempo cargada de agua, para que al menos pudiera tener algo con lo que hidratarse cuando saliera de la ciudad.

La omega se lo agradeció de todo corazón, y antes de irse le besó los labios como muestra de aquel agradecimiento; no era la primera vez que el alfa era besado por una chica, de hecho, podía tener relaciones sexuales con estas, pero no le generaba nada en especial, comparaba sus experiencias con el simple hecho de observar y fantasear con su mejor amigo, y la diferencia de sensaciones era abismal. Cuando cubrió bien el pasadizo con la alfombra, decidió salir de la habitación sigilosamente, el patriarca y los hombres del consejo descansaban desnudos en aquella sala, las bailarinas también dormían de la misma forma alrededor de ellos, Aone se sintió algo incómodo por esa vista; caminó sin hacer ruido, buscando algún cuarto que se asemejara a una biblioteca, ya tenía la oportunidad de conseguir el mapa para Futakuchi, así que no la desperdiciaría.

Registró todos los cuartos que pudo, cada habitación de adobe, y no pudo encontrar nada, así que reflexionó un momento, preguntándose dónde colocaría él una biblioteca con cosas prohibidas; pensó en dos posibilidades: un subterráneo, o por el contrario, un ático, si es que no estaban ocultos dentro del mismo pasadizo secreto. Subió las escaleras hasta lo más alto y registró el ático, era fácil para el meter la cabeza dentro gracias a su estatura, pero dentro de aquel lugar no había más que algunas ratas y materiales de construcción; bajó hasta el primer piso nuevamente para seguir bajando hasta el subterráneo, con la esperanza de que los libros no estuvieran dentro del pasadizo.

Para su suerte, en el subterráneo había una gran habitación llena de libros, Aone hizo a un lado las cortinas que cubrían aquel enorme lugar, lleno de estanterías, escaleras y libros por doquier, había manuscritos tan antiguos que necesitaban estar en baúles para resguardarse de factores externos que los degradaran más; por una corazonada el alfa pensó que el libro de leyendas que buscaba estaba dentro de alguno de esos cofres, así que comenzó a registrarlos uno a uno haciendo uso de la llave que le habían regalado. Había una antigua biblia con algunas marcas de fuego, como si hubiera sido rescatada de alguna guerra o incendio; ojeó algunos pasajes, había una ilustración peculiar en uno de ellos, era una criatura humanoide enorme, de cuatro alas emplumadas, dos cuernos, cuatro brazos y cuatro piernas, Aone creyó que era un demonio, pero luego vio que sus alas eran como las de los ángeles, y que no tenía ninguna cola puntiaguda, así que no estaba seguro de que era aquello; luego leyó bien, en el versículo se explicaba que esa era la apariencia de Aeternum, el Dios de todos, y que representaba a todas las razas por igual.

Aone se fijó bien en los detalles del dibujo, aquel Dios no era como el que le mostraron alguna vez en las enseñanzas, tenía características de humanos, ángeles y demonios, además de que no era un varón, el alfa estaba muy confundido porque aquella deidad tenia pechos de mujer y un pene, y su rostro no tenía nada que lo ayudara a saber si era un macho o una hembra, parecía una total mezcla de ambos. Aquello lo desconcertó, el Aeternum que le mostraron en su infancia era un Nefilim más grande que todos los demás, un macho, un alfa, no aquella criatura tan extraña; cerró el libro y lo dejó en su lugar, no quería saber más del tema, él estaba ahí para buscar algo en concreto, no revelaciones que él no quería conocer.

Registró otro libro, parecía un diario, así que lo devolvió a su baúl sin desear leer nada que no fuera lo que deseaba encontrar; otro solo estaba ocupado por pergaminos que mostraban la arquitectura y planos de la ciudad, tal vez le sería útil algún día, pero los guardó de vuelta al cofre; empezó a perder la esperanza con los baúles, no estaba teniendo éxito con ellos, pues no había encontrado nada relacionado con mitos y leyendas. Probó suerte con el último que le quedaba, si no era el indicado tendría que registrar libro por libro en todas las estanterías, se sorprendía de sí mismo por perseverar en su búsqueda con el único objetivo de complacer a Kenji, si alguien se enteraba de ello, podría ser su ruina; volvió a recuperar los ánimos cuando vio que en el cofre se encontraba un libro enorme lleno de leyendas sobre su tierra, tenía mapas desplegables de la ubicación de cada lámpara y botella con algún yinn adentro, mapas de tesoros y lugares misteriosos y sagrados como edificaciones entre los cañones más recónditos.

Hasta que al fin la halló, "la caverna de Duo", era un nombre distinto a "la bestia de los deseos imposibles", pero sin duda eran lo mismo; evitó leer toda la información de aquella bestia para no perder su motivación de conseguir el mapa para Futakuchi; la ruta a seguir era muy extensa, pero estaba seguro de que a su amigo no le importaría recorrer esa distancia con tal de cumplir con sus caprichos. Aone quiso sacar los materiales que traía en su bolsa para calcar el mapa, pero un ruido lo detuvo en seco; giró la cabeza y vio a Takehito Sasaya, un miembro del consejo, un señor que estaba a un paso de tener el pelo cano como el mismo jeque; lo miraba tan serio y amenazante, que incluso Aone siendo un alfa se sentía intimidado y acabado.

-¿Qué estás haciendo aquí? - le preguntó Sasaya, Aone tenía las palabras en la garganta, quería disculparse y rogar para que no lo castigaran, pero no podía hablar, tenía mucho miedo de la represalia que podía recibir, debía pensar algo rápidamente - respóndeme.

-El jefe… - murmuró inseguro, luego su propia mano se levantó enseñando la llave maestra, en un intento para salvar su pellejo.

-¿Dónde conseguiste esa llave? - pronunció Takehito, con sus ojos puestos sobre el alfa más joven, juzgándolo con la mirada.

-Me la entregó el patriarca…

-¿No la robaste?

-No señor, él también me entregó esto hace unas horas - dijo Aone enseñando la botella de su yinn; Sasaya suspiró y se acercó a Aone.

-Creí que Kamasaki solo te entregaría el yinn, pero por lo visto confía demasiado en ti como para darte la llave - Takehito se sentó en un cofre cercano a Aone para seguir hablando - ¿Cuántos cofres abriste?

-Todos… - el miembro del consejo volvió a suspirar con desgano.

-Eres como un hijo para Kamasaki, así que por favor, te pido discreción con todo lo que acabas de leer.

-Ya lo sé señor… No diré nada, porque ya acepté ser el nuevo líder.

-Bien, me gusta esa respuesta - dijo Sasaya, más relajado por la postura neutra de Aone.

-Señor… ¿Por qué estos libros están en cofres?

-¿A qué se debe esa pregunta, Aone?

-Hay cosas aquí… que no son como las que cree el pueblo, nunca me lo he cuestionado, pero ahora… - Takehito se levantó abruptamente, Aone mantuvo la calma a pesar de su miedo.

-¿Qué quieres decir, Aone?

-Yo solo me pregunto… ¿Cómo pueden guardar estos secretos sin…?

-Quieres decir, que porque seguimos adelante sabiendo que no todo lo que nos contaron de niños era verdad ¿No es así? - Sasaya se veía muy estoico y firme, Aone se sentía tenso, cualquier cosa que dijera podría llevarlo a la tumba.

-Sí, algo así…

-Aone… ¿Tú sabes lo que significan 100 años de guerra? - le preguntó el miembro del consejo, Aone agachó la cabeza.

-Creo que sí.

-No, no lo sabes, porque no has vivido ninguna guerra - explicó Takehito, dando un par de pasos para poder tocar el hombro de Aone - de esta forma me lo explicaron a mí. Yo también fui un joven como tú, que se preguntaba por qué los del consejo le hacían creer algunas cosas al pueblo, que en realidad eran mentiras.

-Entiendo…

-Todavía no lo entiendes. Cuando tenía tu edad y me invitaron a ser parte del consejo, yo estaba molesto con todos, porque todo lo que había creído alguna vez era falso - Sasaya hablaba con nostalgia y algo de rencor, Aone podía verlo en sus ojos - ¿Estás leyendo la historia de Duo, verdad?

-Sí señor.

-Quiero que pienses un momento en esto: los humanos y los demonios tuvieron una guerra de 100 largos años, ninguna tregua duraba lo suficiente como para ser considerada "paz". Miles de humanos y demonios perdieron a sus familias gracias a ello, ¿Tu padre murió por la edad, no es así?

-Sí, así fue…

-Pues, un enorme porcentaje de las personas de otros reinos son huérfanos de guerra, en cambio, nuestros niños, nuestros jóvenes, incluso nuestros padres, todos crecieron con una familia completa, y segura.

-Lo entiendo señor, pero…

-Por esa razón, no podemos hacer nada que nos haga parecernos a ellos, porque eso significaría empatizar con esos reinos e involucrarnos en sus asuntos, nos arrastrarían a la guerra que ellos iniciaron. Nosotros no tenemos magia, ni con nuestro tamaño podríamos protegernos.

-Pero señor, firmaron un tratado de paz.

-Aone, no durará, créeme. Todo aquel extranjero que ha venido por la leyenda de Duo, ha regresado a sus tierras para crear caos; al principio no le negábamos el mapa a ningún viajero que estuviera dispuesto a pagar, pero las cosas ya no son como antes.

-¿Por qué no son como antes? - preguntó Aone, Sasaya se quedó mudo, aquella postura firme que hacía algunos momentos tenía, se volvió una postura encorvada, temerosa y llena de nerviosismo.

-Hace unos años, algunos demonios visitaron la ciudad en busca del mapa, nosotros se los dimos, pues, creíamos que si pedían algo afectarían solo a los suyos, y el pueblo seguiría estando a salvo. Pero, el último de ellos… nunca había visto un cambio como aquel; cuando se presentó ante nosotros para pedir el mapa, era alguien engreído y con aires de grandeza, pero carismático al fin y al cabo; pero cuando volvió…

-¿Señor?

-Cuando volvió, era otro hombre, su presencia era tan oscura que no pude evitar retroceder, sonreía con cinismo y miraba todo como si le perteneciera; nunca había visto una demencia de esas características, pero tuvimos el presentimiento de que nunca debimos haberle dado el mapa a él…

-¿Quién era ese tipo?

-En un principio, nos dijo que se llamaba Oikawa Tooru, pero al volver, consumido por su locura, nos dijo que su nombre a partir de ese momento era "el rey demonio". Todos sabíamos que él no era el rey de los demonios, pero, después de verlo actuar tan… extraño, nos miramos por primera vez para preguntarnos si lo que hacíamos estaba bien… ¿Estuvimos contribuyendo con la destrucción de otros reinos todo este tiempo? ¿Teníamos la culpa? Fue la primera vez que nos preocupamos por ello. Es por eso que decidimos guardar bajo llave la leyenda de Duo, para siempre.

-¿Ya nadie puede buscar a la bestia? ¿Ni siquiera un Nefilim?

-¡Ni pensarlo! - exclamó Takehito con los nervios de punta - mucho menos los Nefilim, no permitiremos que nadie de nuestra sangre nos cree problemas, es por el bien del pueblo.

-Pero señor.

-¡¿Te atreves a cuestionarme?!

-Señor, yo… - en ese momento, Sasaya apuntó firmemente a Aone, desafiante; el alfa más joven se sobresaltó.

-Aone, tú serás el nuevo líder, y como líder, tu prioridad es la seguridad de tu pueblo, así que no quiero ver ningún asomo de duda en ti. Como futuro patriarca, debes tomar decisiones difíciles, y una de ellas es mantener la boca cerrada y no exponer al pueblo a ninguna idea ni peligro ajeno a los Nefilim ¿Lo entiendes?

-Si señor…

-No te oigo convencido.

-¡Si señor! - respondió Aone como si Takehito fuera su capitán; una vez el miembro del consejo volvió a guardar la calma, Aone prosiguió con lo que quería decir - oiga señor…

-¿Qué quieres ahora, Aone?

-¿Qué pasaría si… alguien le pidiera a Duo que su pueblo fuera el más grande y fuerte de todos?

-Podría ser el fin para el reino enemigo, fuera el reino humano o el demonio.

-¿Pero… y si el pueblo más inalcanzable y fuerte fuera el Nefilim? - Sasaya miró de reojo a Aone.

-¿Qué pretendes?

-Quisiera pedirle a Duo que nuestro pueblo sea indestructible, para que nunca más vivamos con miedo.

-Suena bien lo que dices, pero hay un gran contra: mientras más grande sea el deseo, más alto es el precio que debes pagar. Así que no digas las cosas sin pensar, Aone.

-Señor, estoy dispuesto a dar lo que sea para cumplir ese deseo - Aone no estaba seguro de si él mismo estaba hablando en serio o solo buscaba excusas para llevarse de una vez el maldito mapa.

-Aone, ¿Estarías dispuesto a dar la vida por tu pueblo?

-Sí señor.

-Y… ¿Estarías dispuesto a dar tu existencia por ello?... - preguntó Sasaya inseguro, incluso algo temeroso.

-Sí, daría mi existencia señor.

-¿Lo juras? - Takehito lo miró a los ojos, Aone trató de no titubear para responder.

-Sí, lo juro.

Sasaya se quedó quieto un momento para pensar, hasta que, luego de convencerse, caminó hacia una mesa llena de papeles, tinta y plumas, trayendo consigo un trozo de papel transparente y un lápiz; sin dar explicaciones tomó el libro y comenzó a calcar el mapa con gran precisión, creando una copia exacta del mapa que marcaba la ruta hacia la caverna de Duo; el joven alfa no podía creerlo, se lo agradeció cordialmente cuando Takehito terminó de trazar en el papel toda la ruta, ni siquiera estaba seguro de cómo había logrado que aceptara dárselo. Extendió su mano para tratar de tomar el papel, pero Sasaya lo apartó y en cambio tomó firmemente el brazo de Aone, ordenando que lo siguiera; el joven obedeció y caminó tras Takehito por el mismo pasillo de la biblioteca hasta un cuarto lleno de tubos de ensayo y más materiales extraños en estanterías.

Sasaya le dijo que se sentara mientras esperaba a que él preparara algo; Aone miraba con una mezcla de fascinación y temor todo lo que estaba a su alrededor, era la primera vez que tenía un acercamiento con la brujería que se practicaba en otras tierras, las llamadas pócimas que humanos, demonios y ángeles creaban para diferentes fines; Takehito tomó una flor capuchina y dos crisantemos blancos deshidratados, los machacó en un mortero y vertió el contenido en un matraz, donde también colocó un polvo blanco de aspecto mineral. Luego puso la mezcla en un balon de destilacion para calentarla y le pidió a Aone que hiciera un corte en su dedo y dejara caer algunas gotas de sangre al interior de la mezcla; el joven comenzaba a asustarse, pero al ver la determinación en los ojos atemorizantes de Sasaya, obedeció y usó su daga para que la sangre brotara.

El miembro del consejo también se hizo un corte y dejó caer su sangre en el contenido, lo dejó hervir durante unos minutos hasta que el líquido se redujo, quedando solo dos piedras de color rojo a su interior; las retiró con cuidado y le entregó una a Aone, recitando unas palabras mientras el joven alfa miraba extrañado todo lo que estaba pasando. Le preguntó si juraba ir algun dia hasta la cueva de Duo para pedir que el pueblo de los Nefilim fuera el más poderoso de todos; Aone dudó un poco antes de contestar, para comprobar que todo estaría bien, hizo una simple pregunta: "¿Esta piedra me matará si no cumplo?"; Sasaya rió por primera vez en el dia y le aseguró que eso no pasaría, entonces Aone se sintió seguro y juró ante Takehito que cumpliria su palabra.

Con asombro Aone vio como la piedra cambiaba de rojo a blanco, Sasaya la guardó en su bolsillo, así que él lo imitó, dando inicio a un largo e incómodo silencio entre ambos; para salir de esa situación, le comentó que olvidó un pequeño cofre que le había pedido a su yinn en la habitación donde se hospedó esa noche, Sasaya se ofreció a acompañarlo hasta allá, ya no lucía tan serio y aterrador, podía ser amigable al fin y al cabo; cuando llegaron al cuarto, Takehito miró hacia todos lados, preguntándole a Aone donde estaba la chica omega forastera, el alfa más joven le respondió: "no lo sé, estaba dormida cuando me levanté". Sasaya no dijo más, dio media vuelta y despertó a gritos a los demás miembros del consejo para alertarlos por aquella omega fugitiva; se armó un gran ajetreo, Aone se fue disimuladamente con todas sus cosas para evitar ser interrogado.

Lo último que escuchó cuando salió fue al jeque ordenándole a los guardias que buscaran a la chica por la ciudad, porque no podía estar tan lejos como creían; Aone estaba muy tenso, se alejó rápidamente de todo aquello, rogando que no se les ocurriera buscar por los pasadizos y que detuvieran la búsqueda por la tarde. Mientras caminaba para huir de ellos tocaba la piedra de su bolsillo, había ganado sin quererlo una nueva responsabilidad, y se le helaba la sangre con solo imaginar el lío en que se había metido; para no torturarse más decidió ignorar esa extraña gema y tratar de olvidar que estaba en su bolsillo.

Luego de volver a su casa y cambiarse de ropa, Aone preparó un bolso para llevarle el mapa, la botella del yinn y el cofre de joyas a Kenji, pasaría la tarde con él y le contaría solo un par de cosas sobre lo que le ocurrió, omitiendo el raro juramento que sin querer lo había amarrado más, y la revelación del Dios o Diosa de todos los reinos; si bien esa información le hubiera fascinado a su amigo, no podía romper el código de silencio de esa forma, ya bastante hacía regalándole el mapa de Duo, si lo descubrían haciendo eso se metería en un gran problema. Salió de su casa y caminó un par de cuadras hasta la de Futakuchi, había algunas diferencias entre su hogar y el de su mejor amigo, por ser un alfa tenía derecho a un espacio más grande, con materiales más pulidos y de mejor calidad; la casa de Kenji era en cambio una choza de barro común y corriente.

Futakuchi le abrió la puerta envuelto en un gran manto, cubría bastante bien su cuerpo semi desnudo y enjoyado; al ver que solo se trataba de Aone, lo invitó a pasar, y en cuanto la puerta se cerró dejó caer la tela que lo cubría, se sentía en confianza para mostrarse así, sin saber que el corazón del alfa se aceleraba cuando hacía eso. En esa ocasión llevaba un brasier rosa durazno y rojo cereza, sin tirantes y hecho con telas muy livianas y delgadas; también llevaba una especie de falda que consistía en dos simples telas largas y separadas, una adelante y otra atrás, dejando ver sus largas y esbeltas piernas con cada paso que daba; Aone respiró profundamente y lo siguió a su cuarto.

-Te desapareciste toda un día ¿Qué te tenía tan ocupado? - le preguntó mientras se recostaba boca abajo en su alfombra, leyendo un libro sobre arte.

-Mira - dijo abriendo su bolsa, decidió mostrarle primero el pequeño cofre que le había pedido a su yinn, entregándoselo en las manos - ábrelo - Futakuchi no tardó ni un segundo en abrir el cofrecito, mirando con los ojos brillantes las valiosas joyas de su interior.

-¿Esto es en serio?... - susurró Kenji mientras veía detenidamente los collares de diamantes, esmeraldas, rubíes y zafiros; luego se colocó las joyas de perlas y rubíes rápidamente, entusiasmado por combinarlas con su atuendo - ¿Cómo conseguiste esto Aone?

-Es por esto - dijo Aone retirando la botella de su bolso; en cuanto la destapó, el humo rojo cubrió la habitación, asombrando a Kenji, que miraba de costado y anonadado como emergía un yinn de la botella de su amigo.

-¿Qué es lo que desea, amo? - dijo el yinn Ken cruzado de brazos, luego miró hacia el lado, descubriendo al bello muchachito vestido de chica sobre una alfombra - wow…

-¡¿Te regalaron un yinn?! - exclamó Futakuchi conteniendo el resto de su emoción, el yinn lo miraba de arriba a abajo, su expresión de sorprendida pasó a ser lasciva, como si disfrutara imaginar al amigo de su amo en situaciones inmorales.

-Sí, al aceptar el cargo de jefe, me dieron un par de regalos ayer por la noche - respondió Aone sin darse cuenta del lenguaje corporal de su yinn, cada vez más parecido a un macho cortejando a alguien.

-Qué bueno que esos viejos de mierda te dan este tipo de privilegios - el beta se levantó para ver de cerca al yinn, que lo miraba con coquetería - tiene cuernos y los ojos ahumados ¿Podría ser que…? No, no creo que sea alguien tan importante, los yinn normalmente fueron homicidas en vida o algo así.

-Mi identidad es secreta, pero, podríamos negociar para que te diga quien fui alguna vez - propuso el yinn Ken deslizando su gran dedo por los labios de Kenji, que apartó el dedo de un manotazo transformándolo en humo - que carácter.

-Sí, me imaginaba que sería alguien desagradable - murmuró Futakuchi, entonces el yinn hizo aparecer un collar de múltiples piedras preciosas frente al beta, que se quedó embelesado por el brillo de la joya.

-Así que para ti eran las joyas ¿Te gustan mucho verdad preciosura? - pronunció el yinn, levantando la joya hasta lo más alto cuando Kenji trató de alcanzarla - oh no, tienes que ganártela primero ¿Qué dices bombón? ¿Quieres que te llene de joyas? - el yinn estiró sus labios, Kenji lo miraba fastidiado, y Aone fúrico.

-Vuelve a la botella - le ordenó sin agregar nada más, en el fondo reprimía las ganas de regañarlo.

-Aguafiestas - dijo el genio antes de encerrarse por completo dentro de la botella.

-Lamento eso, Kenji.

-No pasa nada, los yinn son así de idiotas - Futakuchi volvió a sentarse en su alfombra, Aone también se sentó a su lado, listo para mostrarle la última sorpresa.

-Hay algo más - le dijo Aone, Futakuchi miró curioso el bolso del alfa, y en cuanto sus ojos vieron un papel saliendo de este, su expresión se transformó por la impresión - tengo el mapa - le confirmó su amigo, Kenji sin pensarlo se lanzó para abrazar a Aone poniendo sus brazos atrás de su cuello.

-¡No puedo creerlo! - exclamó Futakuchi contra el hombro de Aone; el alfa quiso corresponder al abrazo, pero antes de que pudiera rodear su espalda, Kenji lo soltó y tomó el mapa para revisarlo - no puedo creer que seas tan buen amigo ¿Cómo puedo pagártelo? - preguntó el beta mientras observaba el mapa detalle a detalle; Aone pensaba en algunas maneras de pago, la mayoría de ellas eran cosas prohibidas e impuras, pero no podía sacarlas de su mente aunque supiera que estaba mal, no era algo que su parte racional quisiera, se trataba de una mala pasada de su subconsciente.

-No te preocupes, no quiero nada a cambio.

Mientras Futakuchi se lo agradecía sin parar, aprovechaba también de mirar todo el mapa y comentar que en todos esos sectores marcados había tesoros y ruinas increíbles, todo aquello lo había leído en su libro; Aone se ruborizó cuando su amigo volvió a colocarse boca abajo para estar más cómodo mientras veía el mapa, el tipo de falda que llevaba dejaba ver parte de sus tonificados y esculturales glúteos, donde no había ni un solo rastro de vellosidad, pues a Kenji le gustaba rasurar todo su cuerpo, le tomó años encontrar una manera de quitarse el vello sin lastimarse. El beta le parecía tan extraño, pero cada vez que lo miraba, Aone también se sentía un raro, en el fondo no eran tan diferentes, uno amaba muchas cosas prohibidas, Aone, solo deseaba una cosa prohibida.

No tuvo tiempo de mirar hacia otro lado, sus instintos ya estaban aflorando gracias a que no podía dejar de mirar todo el hermoso cuerpo enjoyado y delicado de Futakuchi; era muy peligroso que sus instintos de alfa no estuvieran encerrados, porque su cuerpo y su mente reaccionaban a lo que ellos pedían. Con los últimos rastros de conciencia que le iban quedando, solo lograba pensar en la belleza de su amigo, admirándolo con las pupilas dilatadas; antes de entregarse por completo a sus peligrosos instintos, se dijo a si mismo que estaba feliz de haber visto la sonrisa genuina de Kenji, y de haber recibido tantos "gracias" de su parte.

Pero sin desearlo, Aone estaba por poner en riesgo a su mejor amigo; con su mente dominada por su instinto alfa, se acercó gateando a Futakuchi, colocándose sobre él sigilosamente como si lo estuviera acechando; su amigo solo giró la cabeza para verlo en cuanto sintió la respiración de Aone muy cerca de la piel de su espalda; lo estaba olfateando. Kenji le preguntó desconcertado que estaba haciendo, pero Aone no contestó, solo olía su espalda de abajo hacia arriba, para luego apegar su nariz al cuello del beta, su aroma le parecía atrayente; Futakuchi se sobresaltó cuando sintió algo muy duro pegándose entre sus nalgas, pequeños rastros de miedo empezaron a aparecer en su pecho cuando entendió que era ese algo.

Volvió a llamar a Aone, pero este no lo escuchó, en vez de eso, comenzó a besar la espalda de Kenji mientras frotaba su erección contra sus nalgas una y otra vez; Futakuchi le pidió que se detuviera, mas no obtenía respuesta, el alfa estaba encima de su cuerpo provocando una sensación sofocante para el pobre beta. Fue aún peor cuando Aone deslizó sus manos por debajo de Kenji, levantándole el brasier y tomando sus pezones para tirar de ellos; la entrepierna del alfa estaba ardiendo, Futakuchi tenía miedo de lo que iba a pasarle, se sentía tan pequeño y débil bajo alguién más alto, fuerte y más hábil en combate que él, que lo aplastaba con su peso y lo reducía con total facilidad.

Su respiración estaba agitada y su corazón acelerado, ese no era el mismo Aone de siempre, el Aone que conocía era alguien dulce y reservado, no mataba una mosca y no se le cruzaba por la cabeza la idea de dañar a alguien; por eso no podía entender porque estaba pasando eso. El alfa sacó su lengua y la deslizó por el costado del cuello y el hombro de Kenji, ensalivando el área, como si estuviera preparándolo para ser mordido; Futakuchi pudo reaccionar al fin, girando bruscamente su cuerpo y golpeando con su codo el rostro de Aone; aquel golpe fue tan fuerte que el alfa volvió en sí, recuperando su capacidad de pensar, para luego encontrarse a Kenji, parado frente a él con una cara llena de rabia y los ojos llorosos.

-¡¿Qué parte de "basta" no entendiste estúpido?! - le gritó iracundo mientras dos lágrimas recorrían sus mejillas; Aone se sentía confundido, no entendía nada de lo que estaba pasando.

-¿Qué fue lo que…? - murmuró Aone mientras tocaba su cabeza, luego recordó alguna de las cosas que hizo, sintiendo culpa por haber asustado tanto a su amigo.

-¡¿En que estabas pensando maldición?! - volvió a reprocharle Futakuchi, tenía las manos temblorosas y lloraba sin darse cuenta, creyendo que su rostro solo demostraba la rabia que tenía.

-Por favor perdóname…

-No lo entiendo... se supone que te gustan las chicas, entonces ¿Por qué…? - Kenji se veía tan confuso como Aone, que se levantó del piso mientras sobaba su adolorida cara; al ponerse de pie, posó su vista en los pechos de su amigo, que estaban al aire libre, pues el brasier había sido levantado por el alfa; Futakuchi volvió a colocarlo en su lugar y usó un brazo para cubrirse los pectorales, se veía incómodo.

-Perdóname Kenji, perdí el control…

-¿Por qué? Esto nunca te había pasado antes…

-Yo…

-Por favor vete.

-Kenji por favor, perdóname, no era mi intención, no pude controlarme - se excusó Aone arrodillándose a sus pies para pedir perdón.

-Entonces vuelve cuando aprendas a hacerlo - Futakuchi se veía frío y rencoroso.

-¿Para qué usas esas ropas?... - susurró Aone un poco molesto, Kenji lo miró con aún más furia.

-¡Cuando te invito a mi casa y me muestro como en verdad soy, es porque confió en ti estúpida bestia, es porque asumí que te gustaban las mujeres y que nunca sentirías nada si yo usaba lo que de verdad quiero usar todo el tiempo!

-Pero…

-¡¿Acaso crees que lo que vistan los demás justifica que los fuerces a hacer algo que no quieren?! ¡Por eso odio esta puta sociedad de animales!

-Lo siento… - susurró Aone, levantándose para abrazar a su amigo - no volveré a hacer algo así, por favor, perdóname… - lo rogó temblando, ya no encontraba la forma de justificar sus acciones, él era un estúpido que no tenía derecho a defenderse.

-Aprende a controlarte, no quiero ni imaginar lo que pasaría si no lo haces y cometes un crimen, si lo hicieras, ninguna excusa valdría - Futakuchi lucía frívolo aunque Aone lo abrazara pidiendo su perdón; sin embargo, luego de sentir el temblor de su gran cuerpo, su duro corazón se ablandó - oye…

-No volverá a pasar, no quiero hacerte daño, no quiero hacerle daño a nadie… - dijo Aone mientras lloraba sin ningún sollozo, si sus lágrimas no hubieran mojado los hombros de Kenji, este no habría confirmado que de verdad se sentía muy arrepentido.

-Por un lado, no es tu culpa haber nacido aquí, en una sociedad donde a ti te permiten más que a otros por ser un hombre alfa… Es una suerte que no quieras dañar a nadie con la intención de hacerlo, otros alfas no se habrían disculpado - le dijo tocando su espalda con una mano.

-Aprenderé a controlarme, te lo juro…

-Está bien… te creo.

-Gracias… - pronunció Aone abrazando suavemente a Futakuchi, quien dudó un poco antes de corresponder al fin el abrazo, creía en Aone, así que estaba seguro de que no volvería a dejarse llevar por sus instintos.

-¿Por qué perdiste el control? - le preguntó Kenji mientras se abrazaban, el alfa agachó la cabeza con vergüenza.

-Hace mucho que intentaba reprimir ese instinto, hoy no lo logré… pero no volverá a pasar.

-Creí que te gustaban las mujeres, que eras todo lo que esos viejos de mierda del consejo querían en un ciudadano.

-Por favor no se lo digas a nadie.

-¿Estás loco? Tú no le has dicho a nadie la cantidad de cosas prohibidas que yo he hecho ¿Por qué te delataría?

-Lo siento, fue una pregunta tonta… - le respondió el alfa, Futakuchi se soltó lentamente del abrazo, evitando mirar a Aone a los ojos.

-No me esperaba que te gustaran los machos… Esto fue muy repentino - comentó Kenji, Aone se sonrojó avergonzado.

-No puedo evitarlo… - le dijo como si pensara que para su amigo era decepcionante; el beta miraba hacia otro lado, pensativo.

-¿Podrías irte por hoy? Me gustaría estar solo… al menos por esta noche - le pidió Futakuchi, Aone agachó la cabeza, triste por pensar que Kenji aún no lo perdonaba.

-Está bien, no quiero incomodarte más…

Salió de la casa de su amigo, ya había atardecido y la oscuridad de la noche pintaba las calles de azul oscuro gradualmente; Aone estaba triste y preocupado, Futakuchi había sido sincero con él todo ese tiempo sin ninguna doble intención, y él, por su estúpida mentalidad de alfa casi arruinó su amistad; todo ese tiempo pudo haber sido igual de sincero que Kenji, pudo haberle confesado que le gustaban los machos, pero no lo hizo. No estaba seguro de lo que él mismo quería, no estaba seguro de si deseaba ser el nuevo jeque de los Nefilim, simplemente hacía todo lo que esperaban de él, aceptó el puesto de patriarca, daba todo de sí en el ejército, podía pasar todo un día sacando agua de los pozos y oasis, solo porque le decían que era su deber; sin embargo, las únicas tareas que si lo satisfacían eran la repartición de agua y el haber conseguido el mapa para Kenji, pues la alegría de los beneficiados lo hacía sentir satisfecho.

Mientras pensaba en todo eso, escuchó los shofares, cuernos que emitían un sonido cuando los soldados soplaban, que eran usados para anunciar algo; en aquella ocasión, sonaron 7 veces, aquello indicaba algo que muchos en el pueblo temían: una amenaza para sus vidas, un ataque de algún monstruo descontrolado. Aone corrió rápidamente hacia una de las torres de la ciudad y preguntó qué es lo que veía el vigilante; aquel pobre hombre estaba mudo de pavor, después de unos segundos temblando y tratando de sacar voz, le gritó al alfa cuál era la amenaza: langostas de Abaddon.

Aone entonces salió corriendo cruzando las murallas, se quitó la ropa y comenzó a crecer hasta el máximo, ganando una altura de 60 metros; luego corrió haciendo temblar el piso de la ciudad, yéndose en dirección al cañón de la entrada norte de la ciudad de Uruk, la dirección que le había indicado el guardia. Llegó rápidamente, trepando el cañón y saltando sobre él, mirando la gran cantidad de langostas de Abaddon, de 10 metros aproximadamente, con sus alas de langosta, sus deformados y feroces rostros humanos, y sus peligrosas colas de escorpión, persiguiendo a una pobre muchacha que no tenía tiempo ni espacio para transformarse: Mai.

Aone tomó una piedra del cañón y la lanzó con una gran puntería sobre 5 langostas, que murieron aplastadas contra la arena; otras 10 volaron hacia Aone con la intención de envenenarlo con sus aguijones, con un veneno tan raro que no tenía ninguna cura conocida, que provocaba un dolor tan intenso que la persona envenenada rogaba por la muerte. Aone tomó otras dos grandes piedras con sus manos, lanzándolas contra el grupo de langostas; 5 lograron evadirlas, otras 5 recibieron de lleno el golpe, muriendo aplastadas; el alfa rodó para evitar el ataque de las 5 langostas vivas, y tomó un gran puñado de arena, soplándola para crear una nube de polvo frente a aquellas bestias.

Aprovechó que estaban cegadas para aplastar 2 con sus manos, una intentó atacarlo, pero él le sujetó la cola y se la arrancó, provocando gritos espantosos en la bestia, que solo pudieron ser callados cuando Aone la aplastó con un pie. Lo distrajo por un momento un grito de dolor de parte de la omega, cosa que casi hace que las dos langostas que seguían volando lograran herirlo; él las sujetó de la cola y apretó sus puños triturándolas y dejándolas inutilizables.

Al verse fuera de peligro, volteó a ver a Mai, solo para encontrar 3 langostas más alrededor de la chica, que volaron despavoridas cuando él las miró; Aone redujo su tamaño a 4 metros, arrodillándose junto a la pobre omega, que tenía una profunda herida de aguijón en su estómago, y que se retorcía gritando de dolor; era desgarrador oírla. Aone tomó a Mai con sus manos, se veía tan pequeña, lo conmovía y preocupaba mucho verla sufriendo de esa forma; juntó sus manos curvándolas un poco para que la omega no cayera, y se la llevó corriendo hasta la ciudad, cruzando rápidamente el cañón; aún pensaba que podría hacer algo por ella.

Cuando llegó a las murallas de la ciudad, recuperó su tamaño normal y dejó cuidadosamente a Mai en el piso, para colocarse la ropa que había dejado afuera de las murallas; ella gritaba y lloraba, diciendo que le dolía demasiado, que no podía soportarlo más. Aone le gritó al vigilante que necesitaban un médico, pero cuando lo hizo, todo el consejo de sabios y el mismo patriarca aparecieron ante él, preocupados por la alarma y por haberse enterado de que Aone había enfrentado solo a las langostas de Abaddon.

-¡¿En qué estabas pensando Aone?! ¡No debes exponerte así! - le reclamó Kamasaki tomándole los hombros.

-¡Por favor ayudenme! - dijo Mai entre sus gritos de dolor, su cuerpo se retorcía y ella lloraba, Aone se arrodilló para intentar socorrerla; los del consejo miraron su herida con horror, pues sabían lo que implicaba sufrir una picadura de una langosta de Abaddon.

-La omega fugitiva… - susurró uno de los miembros del consejo.

-Está envenenada, ya no hay nada que podamos hacer - dijo Sasaya firmemente, pero su expresión demostraba temor y compasión por Mai.

-¡No puedo más! ¡Duele, duele demasiado! - la omega lloraba de dolor, su llanto estremecía a Aone.

-¡Tiene que haber una forma! - exclamó Aone, tenía la cabeza de Mai apoyada en su regazo, tratando de brindarle tranquilidad aunque él se sintiera desesperado por todo lo que estaba pasando.

-Aone… no existe cura… - susurró el patriarca.

-¡Por favor! ¡No puedo soportarlo! - la omega lloraba y se movía erráticamente, tan llena de dolor que no podía dejar de gritar, ni de pensar en todo lo que no podría volver a ver - ¡Padre! - se oyó entre uno de sus gritos - sólo quiero a mi padre… - dijo con un hilo de voz, sus agónicos gemidos le habían gastado la garganta.

-La única escapatoria es la muerte… - Takehito dijo aquello como una sentencia, retirando un cuchillo de su bolsillo y enseñándoselo a Aone.

-¡No obligues a Aone a matarla! ¡Él no está preparado! - el jefe Kamasaki alzó la voz al ver lo que Sasaya estaba haciendo.

-¡Tiene que estarlo! ¡Los líderes deben tomar este tipo de responsabilidades! - exclamó Takehito.

-¡Pero…!

-No puedes pretender que Aone no cumpla, mucho menos si no es tu heredero legítimo - dijo Sasaya, reprochándole a Kamasaki el no haber tenido hijos para continuar con su línea de sucesión; con aquello el jeque se tragó sus palabras y dejó a Takehito proseguir - toma esta daga, Aone.

-Señor, yo no puedo… - Aone se veía asustado, Sasaya lo miró duramente.

-Debes. Solo así acabarás con su sufrimiento.

-No puedo, yo nunca he matado a una persona - decía Aone incapaz de tomar el cuchillo curvo que Takehito intentaba darle.

-¿Cómo esperas ser un buen líder si no puedes hacer lo mejor para tu pueblo? Lo único que salvará a esta omega es la muerte - Sasaya habló con sensatez, pero sin ningún tipo de empatía por Aone, que nunca en su vida había usado un arma contra un ser humano; con la mano temblorosa el joven alfa tomó la daga, mirando a la afónica y desdichada omega, que respiraba con complicaciones por el intenso dolor.

-Yo… - susurró Aone, tenía el pulso agitado, por eso la punta del cuchillo se movía aunque tratara de mantenerlo apuntando el corazón de Mai.

-Hazlo - le ordenó Takehito.

Aone tenía el cuchillo en la parte izquierda del pecho de la chica, su mano temblaba, porque él dudaba, no sabía cómo quitarle la vida a un ser humano, no era algo sencillo y tenía mucho miedo de hacerlo; vio por un momento el rostro de Mai, pálido y empapado en lágrimas, a pesar de que su garganta estaba seca y dañaba, no paraba de emitir quejidos en su agonía. El alfa enterró un poco el cuchillo sin llegar a atravesarle la piel, fue su primer torpe intento de finalizar la tarea que le habían impuesto; miró por última vez la cara de la omega, pidiéndole perdón; apretó los ojos y clavó con todas sus fuerzas la daga en el corazón de la muchacha, sin querer ver lo que estaba haciendo, únicamente percibiendo como el filo atravesaba la carne y las costillas, enterrándose y salpicándole sangre tibia en el puño.

Al abrir los ojos, vio el rostro de Mai, al borde de su inminente muerte la omega lo miraba con dulzura y tristeza, llevando su débil mano hasta la mejilla de Aone para susurrarle sus últimas palabras, un suave "gracias" que se desvaneció cuando ella cerró los ojos. Aone se quedó quieto, casi sin respirar, a su alrededor los sabios del consejo lo felicitaban por haber hecho lo correcto, pero él no escuchaba nada, era imposible, sus oídos bloqueaban todo y su mente estaba en blanco, porque no podía asimilar el hecho de que la primera persona a quien mató, era una chica inocente, una buena persona.

Kamasaki tocó el hombro de Aone, asustado por su silencio, él se levantó sin decir nada y caminó de vuelta al interior de la ciudad, evitándolos; al entrar en la ciudad miró sus manos ensangrentadas, todo su torso tenía manchas de sangre, incluso su rostro tenía salpicadas algunas gotas; dos fuertes sollozos casi lo dejan sin aliento, él miró el cielo para contenerlos y no romper en llanto. Después observó a su alrededor, algunos ciudadanos estaban afuera de sus casas gracias a la alarma de peligro, y lo miraban con una preocupación que Aone percibía como miradas de enjuiciamiento; tantas personas lo miraban y tanta culpa sentía, que comenzó a correr, huyendo hacia el cañón del lado contrario de Uruk, donde estaba la zona de entrenamiento.

Kenji estaba afuera de su casa, envuelto en su manta y vistiendo bajo ella únicamente sus pantalones, estaba preguntándole a los vecinos que había ocurrido; todos vieron a Aone correr despavorido para atravesar la ciudad, Futakuchi lo llamó, pero él no hizo caso, continuó huyendo aunque supiera que no sería castigado, huía de su propia consciencia. Aone paró de correr al llegar a la cima del cañón, sentándose agotado, para llorar en silencio en un lugar donde no podría molestar a nadie; luego de una hora el beta apareció a sus espaldas, caminando pausadamente hacia él, viendo al pobre alfa llorar lleno de remordimiento; Kenji se arrodilló detrás de Aone y lo abrazó con suavidad y cariño por la espalda, apoyando su frente en la nuca de su amigo.

-Tranquilo… lo malo ya pasó… - susurró Futakuchi abrazándolo con un amor que no le demostraba a cualquier persona.

-Yo… yo hice… - Aone intentaba explicarse, Kenji lo silenció y continuó el abrazo más cálido que podía darle a alguien.

-Lo sé, me enteré de eso… No fue tu culpa - Futakuchi trató de consolarlo besando su cabeza con ternura, aquella muestra de afecto hizo suspirar a Aone; el beta se sentó apoyando su espalda contra la de Aone y colocando su nuca sobre su hombro - no conocemos la cura de ese veneno, no es tu culpa que esta sociedad no sepa una mierda de medicina.

-Me dijeron algo parecido… - dijo Aone desanimado, Kenji giró levemente su cabeza sobre el hombro de Aone, estirando sus labios para depositarle un beso en el cuello.

-Relájate tonto, piensa que salvaste a esa chica.

-Sé que eso la salvó, pero… yo no quería matarla…

-Cierto, no querías, te obligaron a hacerlo… ¿Nunca has pensado en lo que de verdad quieres? - preguntó Futakuchi, Aone no estaba seguro de que respuesta darle, pero se movió, aquello le dio una señal a Kenji para moverse también y dejar que Aone volteara a mirarlo directamente a los ojos. Ambos hacían contacto visual, luego cerraron sus ojos al mismo tiempo, juntando sus labios para besarse; Aone acarició con una mano el cuello y hombro de Futakuchi, uno de los lados del manto cayó por el hombro del beta, dejando parte de su torso desnudo al descubierto.

-Olvidaste quitarte ese cinturón de piedras… - susurró Aone mirando de arriba a abajo a su amigo.

-Nadie lo notó - dijo Kenji, gateando para sentarse entre las piernas de Aone, besándolo una vez más en los labios - tenía pensado irme mañana de la ciudad, pero, creo que puedo esperar un poco si no te sientes bien.

-¿Te marcharás?

-Es solo temporal, tantearé uno de los puntos de referencia del mapa, quizás encuentre cosas interesantes por el camino - le respondió, Aone acarició una de sus clavículas y volvió a darle un suave y rápido beso.

-¿No tienes deberes que cumplir en la repartición de agua?

-No, no tengo - Futakuchi sonrió ladino, Aone también le sonrió y le dio un beso más largo y profundo.

-Puedes meterte en problemas.

-Ya sabes cuánto me gustan los problemas - el beta lamió los labios de Aone, este se sentía más contento luego de la horrible experiencia.

-Vuelve pronto…

-No te preocupes, no tardaré más de dos semanas en visitar el primer lugar - Aone estaba pensativo, recordando a las langostas de Abaddon.

-Ten cuidado por favor, hay monstruos muy peligrosos en el desierto…

-¿No se te hace raro que hayan aparecido esas langostas?...

-Es demasiado raro…

-¿No te da miedo? - le preguntó Kenji, su rostro estaba muy cerca del de Aone, invitándolo a darle otro beso apasionado en la boca, sintiendo al fin la libertad para poder hacerlo.

-No, no tengo miedo ahora.