Disclamer: FMA no me pertenece. Todo a Arakawa Hiromu y su equipo productor.
Gomen pero en este cap no podrá haber contestaciones a reviews ni notas. I have no time. Sorry.
Espacio Eterno
"Caminos cruzados"
Fastidio. Eso describía claramente el sentimiento que le invadía en medio de toda la locura del examen práctico para Alquimistas Nacionales.
Por todos lados veía adultos haciendo cosas de lo más inútiles en el escenario múltiple que les habían entregado para transmutar lo que pasara por sus cabezas.
Una mujer de aspecto adinerado hizo un jardín de exóticas flores a partir del pastizal que crecía junto al riachuelo que estaba a los pies de los cerros.
Un sujeto de peinado rebelde transformó todas las flores en un pequeño laberinto de espinos.
Un hombre maduro de cara fría y seria transmutó los cerros en el símbolo del Ejército.
Otro hizo un globo de aire –que se le hizo increíblemente conocido –Otro creó té del agua del estero, y otro hizo vasos de papel con los restos de árboles y repartió el té.
¿Qué podía hacer él en medio de tanta ridiculez?
-Quizás podría abrir la Puerta…
La idea lo hizo reír. Varios lo miraron con molestia y soberbia. "¿Qué hace este niño aquí?" Se preguntaban, "Aún no transmuta nada"
Otro sujeto, alto y petulante, se adelantó empujando a Alphonse en el camino. Fue directo hacia los montículos de metal que había al fondo del gran patio. Hizo un círculo y transmutó doce armaduras de distintos diseños. Los examinadores por fin mostraron algo de interés y se acercaron a las piezas construidas. El alquimista responsable de ellas sonreía con sorna, mirando de tanto en tanto al pequeño rubio que miraba con cara de aburrido.
Alphonse entonces pensó en su hermano. Según le habían dicho, él era de un carácter impredecible y explosivo, siendo un verdadero peligro hacerle enojar. También le habían dicho que el único que lograba calmarlo era su tierno y pequeño hermano menor.
Tierno y pequeño hermano menor.
Esa era la imagen que todos tenían de él. Su hermano era un loco y él era el encargado de ese loco. El conciliador.
Gruñó, un poco molesto por todo lo que veía. No sabía bien porqué, pero estaba de pésimo humor.
-¡Niño si no vas a hacer nada mejor retírate! –le gritó el petulante de las armaduras. Solo una ceja se enarcó en la linda cara de Aru, antes de avanzar con paso decidido. El tipo le ofreció con burla una tiza, que él rechazo de un manotazo cargado de altanería. Entonces, enfrentándose a las doce piezas, junto las manos y fue tocándolas una a una.
Cuando estas comenzaron a moverse y fueron directamente hacia el desagradable sujeto, nadie cabía en su asombro.
Alphonse miraba desde cierta distancia, sonriendo con aires de inocencia, pero reflejando una increíble muestra de frialdad y soberbia. Sus doce marionetas se acercaban lentamente –no porque fueran lentas, sino porque él así se los ordenaba –mientras el antipático alquimista rogaba a los Nacionales protección.
-Alphonse Elric ¿verdad? –preguntó uno de los uniformados con fría mirada.
-Así es. –respondió. –Un gusto conocerlo.
-¿Tú hiciste eso? –indicando a las armaduras que no paraban de moverse. El chico asintió alegremente. –Detenlas ahora.
Con un puchero, Aru dio la vuelta y caminó hacia los restos del jardín exótico que la mujer había hecho. Mientras las armaduras caían, él tomó la última flor que quedaba, y pensó que a Winry le gustaría.
-¡El examen práctico ha terminado! –rugió un alto capitán, que por momentos le recordó a Armstrong. –Pasen todos a la sala.
Una vez ahí, los quince postulantes que había aprobado el examen teórico se sentaron en las banquetas, esperando. Un militar les hablaba que el Führer haría la entrega de los relojes y los apodos, y que se les pedía que esperaran diez minutos más. Algunos fueron a buscar café y galletas –ubicados junto a la puerta – Otros fueron más previsores y comenzaron a leer libros o escribir en pequeñas libretas. El joven Elric simplemente se sentó, mirando a todos lados. No se atrevía a sacarla de su bolsillo… quizás si alguien lo veía… Apretando las manos decidió que mejor la vería cuando estuviera solo. Así evitaría gente indeseable mirando.
-Oye mocoso –se escuchó a su lado. El sujeto soberbio le miraba con altanería. –Esto no es un juego, vete mientras puedas a la falda de tu madre.
Alphonse tuvo la enorme tentación de decir "Mi madre está muerta. Quizás la tuya me acune" Pero alcanzó a sorprenderse de tal pensamiento, cortándolo antes de llegar a su lengua.
-Creo que no le he hecho nada para que me hable así. –dijo, conciente de que su hermano ya le hubiera golpeado.
-Los mocosos como tu no pueden entrar al Ejército.
-Pues no soy el primero, ni seré el último.
El sujeto entonces tomó a Alphonse del cuello de la chaqueta, alzándolo. Algunos militares se movieron rápidamente, mientras el rubio sentía que se le nublaba un poco la vista. Las manos de pronto comenzaron a picar y en su pecho se anidó un enorme deseo de matar a ese hombre…
-¡Aléjense! –gritó un Nacional, mientras lograban que Alphonse quitara sus manos del brazo del tipo. Elric sacudió un poco la cabeza, sin entender cuando había tomado al sujeto, y este se quejaba de un fuerte dolor en su extremidad. –Siéntese ya, el Führer viene.
Instaurando el orden entre los presentes, un sujeto ancho y de cabello cano entró en la habitación, seguido de dos oficiales de alto rango. Uno de ellos, un sujeto de mirada fría y cabello castaño, leyó la lista de los aprobados, entre los que estaban Alphonse y el tipo antipático. Los que no pasaron debieron retirarse en ese momento.
-Bien, quiero darles la bienvenida al Ejército de Amestris. –dijo parcamente, sin grandes ceremonias –Ahora procederemos a darles sus relojes, sus apodos y las órdenes que corresponden.
En total, solo cinco habían pasado. Algunos comentaban que era un número muy bajo, pero otros decían que estaba bien.
-Garden Alchemist –dijo el Führer, y luego nombró a una mujer que era conocida por sus enormes conocimientos de plantas curativas y medicina natural. Con una sonrisa un tanto hipócrita le hizo entrega del reloj y el certificado con su apodo. Así pasaron también Ice Alchemist, BloodWar Alchemist y Armor Alchemist, quien era el sujeto de las doce armaduras. –Finalmente, Soul Alchemist, Alphonse Elric.
Sonriente y nervioso, el muchacho recibió sus cosas, masticando entre dientes su nuevo apodo… Soul Alchemist… Alquimista del Alma… Tamashii no Renkinjitsuchi…
Las manos le temblaban mientras recibía el reloj en una delicada cajita forrada de raso azul y la carpeta con el certificado que indicaba la legitimidad del signo y el apodo.
Soul Alchemist… El alma atada a la armadura, era ahora un Alquimista Nacional.
Nunca se había dedicado a recorrer el bosque que rodeaba la nave. Quizás por el tiempo que llevaba ahí, quizás por el desinterés que podía provocarlo un simple grupo de árboles sobrevivientes y revividos.
Pero lo cierto era que el bosque era enorme. Ahora veía como los macizos más alejados tapaban la vista de la cola de la nave desde varios ángulos, mientras senderos casi invisibles cruzaban en distintas direcciones.
-¿Adónde vamos?
-Un hombre llamado Gerard. Un francés de mucho dinero que tiene un orfanato.
-¿Y qué vamos a hacer allá?
-…Vamos a hablar con él…
Pronto el suelo comenzó a inclinarse, hasta que una pequeña quebrada dio paso a la enorme casona de madera que se alzaba en medio de pequeños jardines verdes y coloridos. Al ser media tarde, los niños corrían por los juegos que se esparcían cerca de las puertas de acceso.
Edward pudo ver un camino que se extendía rodeando el bosque, y que seguramente llegaba hasta la carretera que daba a la ciudad. Una alameda cerraba los bordes en el último tramo, hasta llegar a la construcción, en donde tres árboles a medio crecer recibían a los invitados.
Angelina y él bajaron por un pequeño camino que no se veía a simple vista, pero que ciertamente podía pisarse y tomarse. La pelirroja le fue indicando donde poner los pies, y de qué ramas afirmarse para no hacer el trayecto de la misma forma que lo hizo ella la primera vez.
-¿Sabes francés Edward? –le preguntó cuando saltaron la reja trasera, de menor altura que las demás.
-¿Francés? N-no…
-Bien, no importa…
Cuando ella se le adelantó dando un silbido, él notó que llevaba sus ropas del futuro. Su overol oscuro, las botas cómodas y la camiseta ajustada. Su cabello estaba largo y lo llevaba sujeto en una coleta desordenada, dándole un aspecto similar a Winry.
Unos pequeños aparecieron en respuesta al silbido. En cuanto la vieron corrieron hacia ella, pero se detuvieron al ver a Edward. Angelina los tranquilizó con frases en francés, mientras el nombre de Gerard aparecía entre todas las palabras.
-Han tenido razones para ser desconfiados –dijo con una sonrisa al rubio mientas acariciaba el cabello de una niña rubia y pequeña, sintiendo que su dolor era mínimo comparado con el de esos niños –Pero les caerás bien.
Repentinamente, el recuerdo de Nina llegó a la mente del Elric, remeciéndolo en su lugar.
-¿Edward?
Cuando volvió a la realidad, tres pequeños castaños de vivos ojos le miraban con curiosidad.
-¿Puedes jugar un momento con ellos? Yo necesito hablar a solas con él.
En la puerta de la casa, a varios metros de distancia, un hombre robusto de expresión dura y cabello corto le miraba con el ceño fruncido. Por un momento sus miradas se cruzaron, pero segundos después el sujeto volteó y vitoreó algo con voz fuerte. Acto seguido, unos doce chiquillos y cinco jóvenes salieron al patio a jugar.
-¡Karim! –dijo Angelina, abrazando al que parecía ser el mayor de todos-Que bueno que estás bien¿te recuperaste del todo?
El muchacho, de unos diecinueve años, castaño con ojos grises y claros, le sonrió con amplitud, tomando sus manos en el gesto. Edward notó cierta camaradería, mientras los pequeños –arremolinados alrededor- sonreían y reían…
-Edward, ven acá. –llamó, hablando todo en inglés –Él es Karim, el mayor de todos los chicos aquí. Habla bien inglés y podrá ayudarte a cuidar a los niños mientras yo hablo con Gerard. ¿Lo harás Karim?
-Claro que si.
-Un gusto entonces, soy Edward Elric.
-Karim Bertrand. –respondió, extendiéndole la mano. El rubio sonrió y le dio la mano derecha, sin notar la leve extrañeza en la cara del chico al apretar. Luego del saludo, Bertrand llamó a los niños, explicándoles en francés quién era y su nombre. Una pequeña entonces se adelantó y preguntó algo con el nombre de Angelina en medio de la frase. Karim quedó pensando la pregunta, pero la pelirroja se adelantó contestando
en francés, asintiendo todos los pequeños y sonriendo a Edward.
-Yo voy adentro, vuelvo pronto. –anunció, caminando hacia la casona, en donde Gerard esperaba. Karim asintió con una sonrisa mientras Elric observaba como se alejaba. Luego volteó a ver a los pequeños que jugaban entre los artefactos de madera, notoriamente artesanales, pero firmes y duraderos.
Sin saber bien porqué, miró el cielo y lo vio claro y sin nubes, entonces la imagen de Alphonse llegó a su mente. ¿Estaría bien? .¿Estaría sano? .¿Winry estaría con él? .¿Roy se preocuparía de que estudiara y que nada le pasara? Más le valía hacerlo, si se enteraba que se divertía con mujeres mientras Tía Pinako y Winry cargaban con el cuidado de su hermano, cortaría en miles de pedacitos al intento de coronel ese.
-Si… más les vale a todos estar cuidándolo…
El cielo estaba limpio de nubes, y se veía con un celeste claro muy agradable y –en cierto modo –tranquilizador.
No había compartido mucho con los otros al volver a la casa. Sonriendo con algo parecido a la vergüenza, había alegado cansancio, permitiéndose retirarse a la habitación que Roy y Riza le habían dejado usar todos esos días.
¿Cuántos días habrían pasado ya desde que habían arribado a Central con la intención de buscar a Roy para que les ayudara a buscar a Wrath para que les ayudara a buscar a Edward?
Suspiró con algo de pesadez. A la larga Wrath parecía pasar al olvido. Pero nada quitaba que él fuera el único testigo directo de TODO el proceso que sus cercanos sabían por partes. Quizás, ahora que entraba al Ejército, igual que su hermano, pudiera recabar información que le permitiera en corto tiempo hallar al homúnculo, y lo más importante, hallar la Piedra y ser capaz de abrir la Puerta.
A lo lejos escuchó el movimiento que se producía en la planta baja. Al parecer estaban en plena discusión con Armstrong sobre el lugar de celebración de la adquisición del título de Nacional de Alphonse. Roy insistía en que su casa era suficiente. Louis decía que la ocasión merecía fastuosidad y elegancia, y luego se disculpaba diciendo que no quería decir que la casa Mustang no era elegante, y continuaban.
Aru ahogó una expresión de molestia. Últimamente sentimientos como el aburrimiento, la frialdad, el cinismo y el fastidio parecían ser anormalmente comunes en él. Desde que comenzó el receso para el examen práctico de Nacionales, todo parecía haber perdido gracia súbitamente, y solo permanecía el deseo de abrir la Puerta a como diera lugar.
Incluso estaba seguro de poder lograrlo en ese mismo instante.
Cuando Winry fue a buscarlo a su habitación, pensó en hacerse el dormido, pero prefirió bajar y conversar con sus amigos. Pensar no lo estaba llevando a ningún lado.
Al bajar, la discusión ya había terminado, puesto que una mujer morena había llegado y zanjado que la fiesta sería en su casa, sin derecho a réplica.
Cuando Alphonse apareció, ella se lanzó a abrazarlo.
Esa mujer era María Ross.
-¿Y qué harás?
-¿Qué puedo hacer? Quedarme callada e intentar que no me vean.
-Quizás deberías salir de Francia.
-No puedo.
-Puedes.
-¡Gerard! –exclamó con cierto desespero -¡La has visto! No puedo dejarla…
-Destruye esa enorme nave. Solo es un estorbo para ti.
Con un suspiro de frustración, Angelina apoyó la frente sobre sus manos.
-Solo cuidate Gerard. Sé que vendrán, aunque no sé cuando ni porqué.
-Sabes que me cuidaré. A los niños no les pasará nada.
-Cuando la recesión terminé prométeme que saldrás de Europa. –le pidió. Él la observó con algo de frialdad. Hacía mucho tiempo que la pelirroja estaba buscando esa promesa.
-No hay motivos para salir de mi país.
-Vamos, América del norte es un lindo lugar, y será seguro cuando llegue la segunda guerra.
-¿Insistes con eso?
-La habrá, y no podrán salir cuando comience.
El corpulento hombre se levantó a buscar dos tazas y un poco de pan que tenía guardado. Angelina lo miró sin saber como más intentar convencerle. Era la única persona además de Edward a la que había hablado del futuro –sin ser demasiado específica –pero el ex militar se negaba a creer en la tétrica posibilidad de una segunda guerra mundial que incluyera a países americanos y una bomba capaz de destruir ciudades enteras.
Las risas de los niños traspasaron las paredes y llegaron a la pequeña habitación en donde conversaban, haciendo sonreír al adulto. Ella solo miró a través de la ventana pensando cómo podría salvar a esos niños que jugaban si el adulto a cargo de ellos no le creía y… y si ella no estaba.
-Si no logro abrir la Puerta antes que comience… tendré que destruir a Athena y huir de Europa…
Sabía perfectamente que no podría ocultar por mucho su gigantesca nave cuando comenzara la era de la tecnología.
-Ocultar o destruir o mantener o irme al mismísimo carajo con ella…
-¿Recuerdas cuál de todos esos imbéciles te arrestó?
La pregunta la trajo bruscamente de vuelta a la realidad.
-Em… no… No lo había visto antes.
-Últimamente están llegando hombres nuevos a las filas de la Guardia. Dicen que son retornados, otros dicen que vienen de países vecinos.
-¿Y qué importancia tiene eso?
-Que ni los retornados ni los extranjeros tienen compasión a la hora de cumplir órdenes.
-…Los muchachos ya no podrán ir a la ciudad de aquí a un tiempo. McLaren ha ordenado el arresto de los indigentes o sospechosos.
-Alguien debería matar a McLaren. –gruñó Gerard, lamentándose para sí mismo el no poder ser él quien lo acabara.
-¿Crees que eso ayudaría en algo? Otro como él subiría a su posición, y las cosas seguirían igual o peores. Quien sabe si McLaren es el mal menor.
El hombre volvió a la mesa con las cosas, y le pidió ayuda a Angelina para alistar la mesa para una merienda liviana. Al poco rato, todos estaban comiendo tranquilamente en la mesa, mientras Edward se divertía con Karim, al tiempo que este le traducía las cosas que los pequeños decían. Angelina se sorprendió de lo bien que se llevaban, pero no se quejó. Bertrand necesitaba de alguien que pudiera estimular su inteligencia juvenil, y su rubio compañero era más que adecuado para ello.
Ciertamente la iglesia, si bien inútil en su cometido, era un edificio digno de una gran mente arquitectónica. Las suaves líneas de la nave principal con sus pilares adornados, el techo abovedado, las vigas de madera hermosa y los bellos vitrales que adornaban en línea recta las paredes laterales hasta llegar al altar. El enorme y potente órgano se encontraba a un lado, y se notaba que nadie lo tocaba hacía mucho tiempo. Figuras de ángeles, santos y su dios omnipotente llenaban todo el fondo.
Fascinado por la delicada decoración y la riqueza ancestral de algunas piezas exhibidas, no tardó mucho en ubicar mentalmente cada cuadro y cada cáliz en un compartimiento de su colección privada francesa, la que estaría en la mansión que pronto le entregarían.
Mientras observaba la enorme construcción, su mente divagaba en la preocupación que la implementación del Plan Young le otorgaba. Las denominadas deudas de guerra eran altísimas y no permitirían que Alemania se desarrollara como la potencia que era, poniendo en peligro un tremendo patrimonio ario como eran los ferrocarriles.
-Mi estimado Coronel –sonó en francés a sus espaldas. –Que placer verlo.
-…Obispo McLaren… -sonrió cínicamente, entornando sus hermosos y profundos ojos azules.
-Me dijeron que venía en camino, nunca pensé que ya estaría aquí Monsieur…
-Quienes trabajan conmigo a veces no son tan eficientes como yo, Obispo. –respondió, con una leve venia.
-¿Cómo estuvo el viaje?
-Muy bien. Ni siquiera estoy cansado.
-Me alegro de oír eso.
-¿Tiene algo para mí verdad? –preguntó, quitándose con suaves movimientos su boina negra.
-…Claro Coronel. Me complace comunicarle que su búsqueda… podría terminar aquí, en Lyon…
-¿Mi…?
-Monsieur… fui informado que una mujer de apellido Elric fue arrestada hace dos o tres días…
-Obispo McLaren, espero que no olvide que yo busco a un hombre de apellido Elric, y no a una mujer…
-Pero Coronel… ella afirmó estar con su hermano en el orfanato de Mauret, a las afueras de la ciudad.
-¿Mauret? .¿Gerard Mauret?
-Así es.
El alto y rubio sujeto, vestido enteramente de negro con algunos ribetes rojos, pareció meditar profundamente el asunto.
-Bien Obispo, agradeceré la hospitalidad que pueda brindarme. De ahora en adelante sus hombres se olvidarán que vieron a esa mujer y borrarán de sus mentes toda la información que ella haya dado. Espero un informe detallado, por supuesto, sobre aquella persona antes que cumpla mis órdenes.
Sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia la salida, dispuesto a dar una vuelta por la ciudad. Había oído muchos comentarios sobre reparaciones hermosas y burdeles de buena calidad en Lyon.
-¡Coronel! .¡Cenamos a las siete! –alcanzó a decir el Obispo.
-No se preocupe –dijo de vuelta –Hans Reid nunca llega tarde…
Amanecía en Central. La neblina cubría la semipenumbra de las calles desiertas y el frío mañanero calaba las paredes, llenando las rendijas de hielo y silencio. Ni una sola alma deambulaba por los callejones de la capital, sumiendo la urbe en un mortal silencio.
Abandonado a los sentimientos, ajeno al mundo y a todo lo que él significaba, Alphonse lloraba estrujando contra su pecho un paquete en papel café. Los ojos fuertemente cerrados temblaban a cada lágrima que se deslizaba por la fría mejilla, y terminaba su camino de dolor en los labios desesperadamente mordidos, sangrantes en algunos lados, sin piel en otros. El cuerpo entero temblaba, víctima de algo que estaba más allá de todo su poder, todo su amor, toda su voluntad…
…Sencillamente no podía recordar…
Alphonse, esto es para ti -Le había dicho María Ross- Perteneció a tu hermano… es su chaqueta roja…
Chaqueta roja. Desde que la había recibido había intentado en vano evocar alguna imagen sin ayuda de fotografías o descripciones. Algún recuerdo vago, alguna imagen vacía. Sabía que las había visto, sabía que su hermano llevaba algo rojo encima, algo que contrastaba con su melena dorada y con su ropa negra…
Sé que tienes la libreta Alphonse. Sé también que Edward está vivo en alguna parte… esperando verte de nuevo…
La libreta de su hermano. Muchos habían hablado de ella. Investigando había descubierto que incluso algunos ofrecían enormes sumas de dinero por ella. Sabía de un hombre en una ciudad del sur que pagaba una cantidad risoria de oro por el pequeño bloc de notas, luego de comprobar su autenticidad. Algunas copias daban vuelta por el mercado negro, pero el misterio seguía en pie. Todos ofrecían algo que comprobaba que era la original. Que una foto. Que una fecha. Que un hecho que pocos conocían. Pero lo cierto era que la libreta de Edward Elric, Alquimista Nacional de Metal, era una sola y que estaba en las manos de Alphonse Elric, recién nombrado Alquimista Nacional del Alma.
Sin abrir aún el paquete, tomó la libreta de su propia chaqueta, acariciando la cubierta y disfrutando de la suave textura del cuero que protegía el contenido.
Entonces un relámpago cruzó su mente, y pudo ver a su hermano sonriente y de cara al viento, sintiendo como el aire golpeaba su cuerpo, haciendo volar su trenza y su chaqueta como si fuera una capa roja y brillante.
Vamos, Aru…
Casi no se dio cuenta cuando sus manos desgarraron el papel café y dejaron al descubierto un abrigo rojo, completamente zurcido en sus múltiples roturas, con el símbolo de Izumi-sensei en la espalda.
Sonriendo, lleno de un repentino cansancio y sueño, se lanzó a la cama, abrazando el abrigo y la libreta. Sin embargo no alcanzó a cerrar los ojos cuando la casa tembló por completo.
-¡Alphonse Elric! –se escuchó en el primer piso, luego del estruendo de la puerta al caer arrancada de sus goznes -¿Qué es eso que te hiciste Nacional igual que el estúpido de tu hermano!
Izumi-sensei acababa de llegar…
Continuará…
Nos vemos en el siguiente cap. Gracias a todos por leer.
