Comentarios de rigor. FMA no es mío. Gracias a Lynx por ser mi beta (aunque no le haya enviado esta versión). Gracias a los que leen y esperan. Me duele la cabeza...


Espacio Eterno
(Causa y Efecto)

"Causa"

Desde que había puesto los pies en la ciudad que había notado su ambigüedad y superficialismo. Lo vacía que podía ser. No como su Berlín amada, llena de esplendor y maravillas.

Lyon no era tan hermosa como París –una ciudad digna de conquistar ciertamente –, pero también tenía sus encantos. Lamentablemente su aristocracia no estaba entre ellos. No necesitaba ser un genio –aunque lo era- para darse cuenta de cómo lo apuntaban con el dedo o le retiraban la mirada al pasar. Afortunadamente, también había visionarios en aquella ciudad gala, que veían en él y en su creciente poder –todo, obviamente, venido de su partido, aunque nunca hablara de ello pública ni abiertamente -, una posibilidad de alianza y futuras glorias.

Por cada diez aristócratas estúpidos, había uno inteligente. Por cada diez que decían que sus hijas tenían clases de protocolo o bordado justo el día que se encontraban, uno le presentaba no solo a su hija, sino también a sus hijos, bravos jóvenes dispuestos a darlo todo por la familia… y por sus aliados.

Incluso en ese país de afeminados reyes había gente que anhelaba unirse a la gloria venidera de los Nacional-Socialistas.

Y era dentro de esos círculos que Hans Reid se movía con mayor libertad. Entre personas que no criticaban –por ejemplo –su amplio apoyo a la Guardia de la Fe.

¿Porqué la clase alta se empeñaba en decir que los métodos de aquellos protectores eran… extremos? No lograba entenderlos. Vagos, prostitutas de mala vida, huérfanos¡extranjeros¿Porqué atar de manos a aquellos que defendían la gloria de Francia (incluso si no eran franceses)? Europa del Este comenzaba a contagiarse de la peligrosa plaga de los inmigrantes… Orientales del extremo oeste, árabes¡religiosos! .¡Mejor que se largaran a América que para eso estaba llena de salvajes! Europa no merecía ser infectada por aquellas personas. Aunque no negaba que había cosas dignas de rescatar, como las geishas, las artes de la espada asesina –llena de fuerza y honor, no como la amanerada esgrima española –el maravilloso saber matemático de los árabes (que podía ser fácilmente atribuido a europeos ¿quién en el futuro creería que esos musulmanes habían descubierto el prodigioso poder de los números?), y algunos otros detalles. Su arte y su literatura eran inexistentes, sus culturas en general eran pobres y primitivas. Les harían un favor tomando el control de sus fértiles tierras para mejores objetivos. Metas que sus estúpidas mentes no imaginarían jamás.

Sentado en aquél balcón, observando el amanecer francés, pensó en las maravillas que aguardaban en el futuro. Una vez que Heidrich –o Elric, el que fuera –terminaran los prototipos, todo iría sobre ruedas y Europa… no, el mundo reconocería la superioridad aria.

Mientras tanto, debería seguir esperando y actuando con cautela. Su mansión aun no estaba terminada y el invierno se aproximaba a grandes pasos. Quizás había sido un error dejar que ese italiano manejara las construcciones. Si la próxima semana no veía avances, mandaría llamar a algún buen arquitecto alemán para que las cosas caminaran como debía ser.

Ya sabes Hans. Francia pronto será un punto estratégico, y debemos asegurarnos de tener a alguien de confianza. Eres perfecto para manejar a esos amanerados.

Francia. Su futuro reino.

Sonriendo, se recostó sobre el cómodo respaldo de la silla y vio como la niebla matinal comenzaba a disiparse. Entonces decidió entrar a su lujosa habitación, darse un baño y salir a caminar. Tenía la impresión de que aquél día encontraría grandes cosas.


-"¿Te vas a comer eso o no?"

Angelina levantó la mirada de su plato de cereales con leche, que llevaba revolviendo al menos unos diez minutos.

-Claro, se ve delicioso.

-"Tan delicioso que no lo has probado desde que te lo serviste"

-…Desperté con el pie izquierdo.

-"No despertaste Angelina. Ni siquiera dormiste"

-De acuerdo, de acuerdo. Aplástame con tu veredicto –replicó molesta, tragando la primera cucharada.

-"Necesitas ayuda psicológica"

-Excelente¿Porqué no le dices al doctor Spencer que me reserve una hora en unos cien años más?

-"…Quizás puedas conversar con Edward"

-No creo que haga falta recordarte que no es psicólogo, sino ingeniero.

-"Alquimista"

-En el futuro se les llamará ingenieros. Criaturas maravillosas capaces de transformar todo en datos. Nada existe si no son datos. Todos en el maldito futuro somos un maldito número. Yo, por ejemplo, hace tres malditos años que engrosé las listas de muertos en su trabajo…

-"Este mundo afecta tu vocabulario. Repetiste tres veces la palabra maldito"

-…

Tres cucharadas rápidas y el cereal desapareció.

-Voy a volverme loca en este mundo.

-"Se están agotando algunos alimentos. Hay que ir a la ciudad por ellos. Si quieres puedo avisar a Edward para que lo haga."

-…¿Dónde está la lista?

-"En la sala de mandos, junto a una cantidad de dinero"

-…Iré yo.

-"¿Estás segura? No estás bien"

-¿Qué más puede pasarme?

-"¿Qué tal una descompensación en medio de la ciudad?"

-Haré como que no oí eso. –dejando el plato en su lugar caminó hacia el pasillo –A todo esto¿cómo van los cálculos que te pedí la otra vez?

-"Van al ochenta por ciento, pero lo cierto es que es más energía de la que puede darte la segunda guerra hasta la última de sus balas"

-…Entonces la posibilidad de emular la super nova queda definitivamente descartada. ¿Y la Puerta?

-"¿Realmente crees que…?"

-Solo dime lo que quiero oír.

-"…El libro da algunas indicaciones, pero algunas están en clave. Necesitaré que me ayudes en la noche"

-Bien. Nos vemos Athena.

El sonido sordo de la puerta de la nave al abrirse le gustó de sobremanera. Todo lo que tuviera que ver con su ultramoderna y alejada realidad era un lujo a sus sentidos, incluyendo esos soberbios implantes de titanio que aquél guapísimo muchacho usaba con asombrosa naturalidad.

Las fallas estructurales del inicio habían sido superadas. Ahora, tanto el brazo como la pierna funcionaban tal cual como lo hacían las extremidades hechas por la tal Winry Rockbell.

Las máquinas pueden mantener la vida, pero no pueden ser vida.

-Ya lo sé Abuelo. No seas aguafiestas.

Edward la miró y le sonrió, deteniendo su entrenamiento.

-¿Vamos de paseo Edward?

-¿A la ciudad?

-De compras.


Edo se había fanatizado con una librería nueva. Estaba impresionado mirando los libros que llenaban las estanterías de pulcra madera brillante. Últimos conocimientos tecnológicos los llamaba el vendedor.

-Edward… no necesitas leer eso… vamos… -rogó Angelina por millonésima vez, pero el famoso tomo de industria metálica simplemente había absorbido al rubio.

-¡Es maravilloso! .¿Sabías acaso que el titanio…?

-Lo sé. –interrumpió –Todo lo que puedas decirme de ese libro, lo sé. Y si no lo sé yo, lo sabe Athena.

-¡Pero las propiedades del acero…!

-Créeme que eso también lo sé. Zeus es una odiosa amalgama de todas las cosas que ese libro y los de los próximos cien años puedan decir.

La pelirroja sonrió ante lo que creía, era la respuesta definitiva que sacaría a Elric de la mentada librería.

-Pues no entiendo tu Zeus. –lapidó el rubio, para sorpresa de ella –Y no puedo absorber el conocimiento de cien años en unas cuantas semanas.

-Puedes preguntarme lo que quieras. Sabes que la base de datos está a tu alcance. Tienes cinco mil años de conocimientos ahí.

Hagane negó con la cabeza mientras veía como el librero los miraba con cara rara. Seguramente pensaría que estaban locos.

-Nada de tus cinco mil años me ha podido decir como regresar a mi mundo.

Como un ladrillo en la frente, la acusación la golpeó con dureza. Angelina quiso replicar, pero sabía perfectamente lo que significaba explicarle a Edo sus planes.

-Tengo un plan –dijo simplemente.

-Llevas diciéndolo desde el principio.

-Si no hemos podido volver en tres años por separado¿qué te hace pensar que lo haremos juntos en menos de ese tiempo?

No hacía falta tener un tercer ojo para notar que ambos estaban exaltándose. Las mutuas recriminaciones no hacían más que encender el ambiente.

El hombrecillo que limpiaba los libros se apartó prudentemente, creyendo que la pareja necesitaba un poco de privacidad.

-¡Tu ciencia no nos ha ayudado nada!

-¡No tienes idea lo que dices! .¡Llevo años investigando!

-¿Qué puede investigar una mujer!

La cachetada dio vuelta su cara y le rompió el labio. No importó que el arrepentimiento hubiera cubierto el semblante de Elric al segundo de tan nefasta frase, su brazo había sido más rápido.

-¡Yo—lo siento!

-¡Estúpido machista! .¡Me has hecho abofetarte! .¡Abofetearte! –con algo parecido a la frustración la pelirroja le dirigió una mirada de muerte -¡Me has hecho cometer el acto más estúpidamente femenino de mi vida!

Edo no entendió nada. Tampoco el librero ni el hombre que limpiaba los libros, pero lo cierto fue que ninguno logró preguntar a qué refería aquella frase. Angelina salió como un demonio de la tienda, azotando la puerta de vidrio con violencia.

El rubio la quiso seguir inmediatamente, pero prefirió no hacerlo. Contó diez segundos, se dio dos golpes contra la estantería con la frente y salió a buscarla.

Por su parte, Angelina se mordió el labio por tercera vez. Había abofeteado a Edward. ¡A Edward! Mirando el cielo imploró que se hubiera equivocado, que hubiera sido una alucinación provocada por la falta de sueño. No podía haberlo golpeado a él. Menos con una cachetada.

-Mierda… una bofetada…

Angelina odiaba abofetear. La peor vergüenza de su vida la había pasado por culpa de ese inútil y ridículo golpe típicamente femenino.

La segunda peor vergüenza de su historia. Menos mal que no había conocidos de testigos. Al menos así podría negar la efectividad de la ocurrencia del hecho.

Así, caminando cabizbaja, notó que había llegado a la Rue Tritón, a varias calles de la librería, llena de comercios remodelados y novedosos, de plazas recién hechas y variopintos cafés y restarutantes. Hace dos días –había oído –tres tiendas habían estrenado nuevas fachadas, mientras que una boutique inglesa de alta costura había abierto sus puertas en la esquina con la Rue Imperial.

Lyon estaba avanzando tan rápido. Parecía que solo era ayer cuando las elegantes damas caminaban con andrajosos vestidos raídos, buscando comida entre las cajas abandonadas. Ahora la ciudad, llena de vicios, de dinero y de sexo, ocultaba a sus pobres bajo los puentes, en las periferias y en las cárceles. La Guardia de la Fe se había encargado de eso a cabalidad.

El pensamiento de los guardianes le ensombreció un poco el rostro. Pero ella no era más que una de las decenas o centenas de personas que habían sido víctimas de gente con poder que se autoproclamaban "Protectores". Desafortunadamente, la economía del país y la aparente eficiencia del sistema imperante daban rienda suelta a la Guardia para actuar con impunidad. El gobierno central estaba preocupado de otras cosas más importantes.

Era casi mediodía y el sol apenas calentaba en el cielo. Se venía un día de borrasca, y el aire enrarecido ahogaba las ganas de la gente por salir a caminar. La rue Tritón estaba extrañamente vacía.

-Vaya aburrimiento…

Perezosamente se levantó y caminó hasta la cuadra siguiente, en donde había una plaza pequeña con algunos árboles frondosos, en donde las personas solían jugar cartas o pasear a sus perros. Aquél lugar le recordó el área verde que había cerca de la casa de una de sus mejores amigas, Annete Fletcher. Habían sido compañeras de universidad, y la primera en casarse del grupo -con aquél apuesto almirante de la armada rusa- Angelina había sido la principal opositora al retiro de su amiga del campo de la ciencia tecno-espacial, y no le veía razón que una genialidad como la de ella se dedicara a la investigación de metales más maleables que el oro desde la comodidad de su laboratorio personal.

¡Que otros busquen metales que puedan estirarse kilómetros! Había reclamado. Pero Annete solo le había sonreído y contestado:

Que otros busquen el confín del universo Angelina. Sabes que ya tu misión no tiene sentido.

Su Abuelo ya había muerto cuando Fletcher la golpeó con esa frase. Y más que la dureza lo que le había dolido era la veracidad de aquello. ¿Qué lograría encontrando la famosa Puerta ahora que la razón de todo ya no existía?

Y justo cuando estaba olvidándolo, cuando la investigación de este lado de las dimensiones volvía a llamar su atención…

-Maldita supernova.

Cuando vuelvas de esa estúpida misión americana que, insisto, no deberías hacer, te ordeno venir a Rusia a ayudarme con mi investigación.

A veces Annette podía ser tan diplomática. Especialmente con unos tragos en el cuerpo.

Por un instante, pasó por su mente el hecho de que, en un momento u otro, casi todas sus personas cercanas le habían insistido que no ejecutara la misión Arcángel, pero como de costumbre, ella no le hizo caso a nadie.

Paseando una mirada melancólica, pudo ver que había un sujeto sentado en una banca leyendo un libro, un anciano dando de comer a las palomas y una madre con dos pequeñas idénticas que jugaban con muñecas. Sin pensar mucho más, se levantó y cruzó la calle, hasta la otra acera. Una tienda nueva había llamado su atención.


Vaya si la gente francesa podía ser extraña. Ya había oído de la aversión que solían tenerle a la lluvia –tan escasa y poco copiosa –pero esto rayaba en lo insensato. Apenas un pequeño pronóstico y las calles se vaciaban hasta la última alma. Aburrido y absolutamente solo –todas las damas continuaban teniendo esas oportunas clases de música, arte, dibujo, costura o diplomacia justo el día que decidía visitar sus casas día –Reid caminó por algunas calles observando el comercio vacío y, mayoritariamente, cerrado. Así llegó a una pequeña plaza en donde una mujer, dos niñas y un anciano contaban la población total en toda una cuadra de caminata.

Por suerte al menos había atinado a traer un libro de poesías alemanas, con el que pensaba hacer alucinar a alguna incrédula joven de clase alta. Él odiaba la poesía. La consideraba un montón de frases locas sin sentido, en su mayoría contradictorias que solo hablaban de maravillas inexistentes. Lamentablemente en su situación, los panoramas se reducían a leer poesía o volver a su hospedaje, en donde tendría que soportar aburridas charlas con el odioso Obispo McLaren.

-Creo que la poesía puede ser buena de vez en cuando.

Sentándose con elegancia y distinción, abrió su libro en una página cualquiera y comenzó a leer. Veinte minutos después comenzó a apuntar al basurero que se encontraba a su derecha, pero cuando se aprestaba a lanzar el libraco, sus ojos toparon con una mancha roja que se movía por su costado.

Al girar la cabeza vio a una joven que caminaba con desenfado por la calle, cruzándola de vereda a vereda, rumbo a alguna de las tiendas recién abiertas que estaban en la remodelada avenida.

-¿Qué forma es esa de caminar?

Pasos largos, barbilla alzada, brazos balanceándose a los costados, suave contoneo. Caminaba como si fuera la reina del mundo. Tenía la postura de las jóvenes millonarias cuando humillaban a sus rivales frente a ella, pero un aire de autosuficiencia muy parecido a las hermosas camaradas arias que comenzaban a llenas las filas del futuro ejército del Tercer Reich.

Cuando ella se detuvo en la vitrina de la tienda elegida, Hans se dedicó a observarla desde su punto, sentado en la banca y olvidando el libro, que había resbalado de sus largos dedos.

Lejos, el rasgo predominante de aquella mujer impetuosa y algo irrespetuosa en su andar, era su melena. Roja y brillante como una escarlata, un insulto ciertamente a la (escasa) decencia francesa. Por la mente del alemán inmediatamente pasó la certeza de que dicho cabello no podía ser natural. Había visto a pelirrojas cortesanas y damas, pero nada se comparaba. Siempre hebras cobrizas o castañas, pero nunca… rojas. Cierto era que el poco estructurado peinado –si podía llamársele a eso peinado –dejaba mucho que desear con respecto a su decencia, pero había que admitir que el estilo encajaba bien con ella. Desenfadada y caótica.

Hans sonrió para sí mismo al verse atrapado en la curiosidad por una mujer que no conocía.

Se veía un poco baja, pero compensaba con una espalda delicada y caderas aparentemente fuertes, todas delineadas por la insinuante combinación entre la blusa y la falda, llevada con lo justo de decencia y pudor.

Herr Reid, caderas anchas no significan sexo anal más fácil, sino embarazos más efectivos…

Si, si, niños. Niños hermosos y arios.

Nuevamente se sorprendió. Creía haberse quitado la mala costumbre de querer tener hijos con las mujeres que consideraba adecuadas. Las apariencias engañaban y muchas de las féminas elegidas terminaron siendo trepadoras, o peor aún, impuras de sangre y mente.

Sonrió al relacionar el cabello rojo de la mujer con tiempos pasados, donde él mismo había llevado la sangre sobre la cabeza, tiñendo sus hermosas hebras doradas, ayudando a comprobar a su amigo científico Conrad Schmidt que era posible cambiar la coloración del cabello. El descubrimiento había inquietado de sobremanera a las autoridades del partido, que veían en ese conocimiento una manera que los impuros podían usar para hacerse pasar por arios. Sin embargo, la súbita caída de la melena de Reid había ayudado a tranquilizar los ánimos. Nadie podía cambiar su naturaleza sin quedar calvo en el corto plazo.

-Axel… -murmuró, recordando la cara de sorpresa de su adorable hermano menor cuando le vio -¿Vienes ya Axel? Estoy esperándote…

Sus dedos se perdieron entre sus hebras resplandecientes. Ahora tenía cabello de nuevo y amaba que fuera amarillo, como el sol que casi no quería iluminar ni calentar esa rara jornada.

La pelirroja seguía ahí y él estaba aburrido. La mujer seguramente sería una prostituta y él podría divertirse un rato. Se levantó entonces, dispuesto a hablar con ella, de lo que fuera. El objetivo era la cama y el placer. El móvil, ese cabello rojo que brillaba.

La saludó en francés, tejiendo en su mente una rápida vida falsa. Que se llamaba Joseph, que había nacido en Toulouse, que era pintor, que quería retratarla… Ninguna mujer se resistía a querer ser usada de modelo. Ella lo miró con curiosidad y Hans sintió que el suelo se movía a sus pies. La historia quedó olvidada. Eso no podía ser cierto…

-Dorado…

Ojos dorados grandes y profundos….

-Elric…

Angelina sostuvo el aliento por un instante, antes de responder el saludo. Hacía mucho que un hombre tan atractivo le hablaba sin motivo alguno.

Descolocados ambos, durante largos segundos se miraron sin hacer nada más. Él estaba sorprendido por esos ojos color sol y ella estaba absorta en la palidez de la piel nívea que se presentaba como caída del cielo.

Hans reaccionó primero, sonriendo, acostumbrado a cortejar damas que nunca en su vida había visto.

-Una solitaria tarde ¿no lo cree? –comentó, fingiendo distracción, en un suave y fluido francés.

-…Sin duda alguna –respondió algo contrariada. Ese sujeto era demasiado guapo y ella hacía mucho tiempo que no… se relacionaba con alguien realmente guapo.

Hans se le antojó atemporal. No llevaba el imposible peinado engominado típico de la época, sino que lucía una melena hermosa y brillante, rubia hasta el cansancio, mecida por el viento y un tanto húmeda por el agua de algún baño mañanero que se imaginó tremendamente erótico en segundos record. Parecía un modelo profesional vestido de años 20.

Al alemán le hizo gracia el desconcierto de la mujer. No solo por el hecho de verse ligeramente adorable con esa mirada confundida, sino porque ello le demostraba que no era una prostituta ni una cortesana de esas que estaban pululando por todos lados –y que no eran más que bastardas que lograban casarse con alguien de alcurnia –sino que era una mujer común y corriente, que seguramente tenía un lindo hogar, un par de hijos pequeños, un marido trabajador y una vida esforzada. Las mujeres tan corrientes no le interesaban. Se había equivocado al hablarle, pero había creído que la dueña de tan hermosa melena roja sería alguien más especial. Sin embargo, él era un caballero, y continuaría por algunos instantes la conversación con ella, solo para no dejarle el mal sabor de ser rechazada por él.

-Supongo que la meteorología es la única profesión en donde uno puede equivocarse la mitad de las veces que trabaja y no ser despedido –dijo, mirando el cielo, aludiendo el tema de la supuesta lluvia. Angelina rió ante el comentario. Su abuelo se quejaba de lo mismo, aunque por lo general era un comentario común en el siglo XX, puesto que en el XXI se había modernizado mucho el pronóstico climático y el margen de error era de menos del diez por ciento.

-Es cierto –respondió, más relajada a causa de su propia risa. –En estos tiempos no es una ciencia muy exacta que digamos. Pero va a mejorar, eso se lo aseguro. Con el tiempo, los científicos ampliarán sus conocimientos sobre el viento, las nubes, el mar y las influencias de las corrientes marítimas en los climas helados. Eso hará de la meteorología una práctica más exacta y enormemente útil…

-¿Y como cree usted que esos conocimientos podrían ser adquiridos? –preguntó Reid, sorprendido por la facilidad de palabra y la confianza que había sentido en ella cuando hablaba. Como si realmente supiera de lo que hablaba.

-Con la ciencia del aire y el vuelo, por supuesto –respondió, olvidándose un poco de que estaba en una era en donde apenas los aviones de guerra volaban –La aeronáutica. Desde las alturas todo puede verse mejor… y entenderse mejor… ¡y para qué hablar del espacio…! -distraída en su propio relato, Angelina por fin volteó a mirar al rubio sorprendido, dándose cuenta de todo lo que había dicho.

-¿Aeronáutica? –Hans solo había oído a un reducido grupo de personas ese moderno término. Solo algunos de sus científicos, y al grupo de investigación de Cohetería que lideraba Heidrich…

-Em… bueno… La tecnología avanza tan rápido…

Esbozando una sonrisa e intentando pensar en algo que cambiara el tema rápidamente, Angelina intentó zafarse momentáneamente argumentando que debía ir a hacer algunas compras, pero no alcanzó a decir la primera palabra cuando sus ojos se toparon con tres figuras uniformadas y de caminar soberbio. Sus ojos reconocieron de inmediato al teniente de ojos fríos que la había arrestado.


La calma parecía haber vuelto a la casa. Al menos ver a Black Hayate moviendo la cola daba la sensación de tranquilidad que falsamente inundaba toda la sala.

Izumi-Sensei lo había golpeado realmente fuerte. Y para qué hablar de cómo había golpeado a Mustang (sin que Riza hiciera algo por evitarlo). De hecho, estaba seguro que de saber que Armstrong fue el de la idea del examen de Nacional, también le hubiera dado unos cuantos remezones.

-No puedo creerlo… -repitió durante veinte minutos seguidos mientras lo golpeaba, hasta dejarlos tirados y adoloridos y sumirse en un silencio aterrador.

Aru no entendía ese silencio tan ajeno a su maestra.

Había intentado hablarle en muchas ocasiones, pero todas quedaban en nada. O las palabras no salían de su boca o su mentora se negaba a responder. La morena alquimista simplemente mantenía la frente apoyada en las manos –codos sobre la mesa –dejando un exquisito café enfriarse.

-Izumi-san –habló Winry, de pronto, rompiendo todo el tenso ambiente, creando una nueva atmósfera de incertidumbre que presionó el alma de Alphonse. –Creo que no debería ser tan dura con Aru. Él solo quiere encontrar a Edo.

-Y él solo quería recuperar a su hermano –le respondió, sin cambiar su posición, como hablando al aire, como si una culpa enorme hubiera vuelto a su corazón –La historia se repite… de nuevo todo está ocurriendo… Un viaje, los Nacionales… ¿qué sigue¿la Piedra?

Un silencio asfixiante cayó sobre la, otrora, acogedora sala. Izumi miró con sus ojos profundos a su alumno y supo que a pesar del miedo que este sentía, del misterio que envolvía la figura de su hermano y los riesgos que significaba la codiciada Piedra Filosofal, el camino escogido era uno solo.

-¿Qué sabes de la Piedra, Alphonse Elric?

-… Nada Sensei…

El joven Elric por momentos creyó que no sería capaz de seguir sosteniendo la mirada de su maestra. Había tanto sentimiento, tanta aprehensión, tanto dolor en esos ojos que lo atravesaban como dagas… como queriendo ver algo en él que no existía más.

-Tu hermano hizo muchas cosas por ti. Para que seas lo que eres hoy… un niño… Solo recuerda eso a la hora de tomar decisiones. Si lo traes de vuelta y él ve que su esfuerzo ha sido en vano… ¿de qué habrá servido todo?

-…Maestra… solo Mustang-san ha querido contarme cosas sobre mi hermano… ¿Cómo puedo saber qué errores no cometer si no se nada?

-¿Cómo puedes estar dispuesto a cometer errores por alguien del que no sabes nada? -le inquirió sin tacto, golpeando cada palabra contra la débil fisonomía de su alumno-.¡Contesta!

-…Es mi hermano… -respondió con un sollozo que se sorprendió de oír salir de sus propios labios -¡Solo sé que es mi hermano! .¡Lo quiero de vuelta para saberlo todo! .¡Quiero que vuelva para que me diga lo que nadie quiere decirme! Quiero… quiero… Mamá murió hace tantos años… pero para mí… murió hace tan poco… sin mis recuerdos el pasado está tan cerca… y duele tanto Sensei…

Dando rienda suelta al llanto, Alphonse se abandonó en un abrazo a su maestra, quien lo acunó con la ternura de siempre. La Rockbell solo observó y, finalmente, optó por retirarse, dejándolos solos con su dolor común. Dolor que ella también compartía, pero que entendía y aceptaba con más resignación que los demás.


Qué cara había puesto al verlos, no sabía, pero sí sabía que había sido lo suficientemente clara como para advertir al apuesto rubio que estaba a su lado que algo no andaba bien.

Los tres guardias se acercaban con su paso soberbio y desdeñoso con el mundo, como creyéndose mejores que todo y que todos.

Hans les observó y paseó discretamente la mirada por la plaza. La mujer se llevó a sus hijas rápidamente y el anciano desapareció llevándose todas sus migajas de pan.

Descripción del detenido: Sujeto de sexo femenino, 27 años, pelirroja, campesina…

¿Podía ser posible que Lyon fuera tan endemoniadamente pequeño?

Oficial a cargo del arresto: Sargento Jacques Le Mond.

El mismo que caminaba con la seguridad de un dictador en su apogeo.

Cargos: Desorden público y agresión a la autoridad.

¿Agresión a la autoridad esa pequeña y deliciosa mujer que temblaba con poco disimulo frente a él?

Nombre del arrestado: Angelina Elric

Sonriendo ante su proverbial buena suerte, Reid solo contuvo a la mujer por los hombros cuando quiso rodearlo para alejarse, sin atender su dorada mirada llena de algo parecido al terror.

Le Mond era un oficial de la guardia con una gran reputación. Inquisitivo, perceptivo, eficiente y eficaz, obediente hasta el grado que obligaba el protocolo y proactivo en la medida de lo posible, los comentarios sobre su actuar ya eran conocidos en la administración central, y más de una vez su nombre había sido llevado a colación en conversaciones sobre colaboración militar con sus vecinos germanos. Ciertamente, de darle la oportunidad, el joven y despiadado Jacques le Mond podía llegar muy lejos, pero la gracia era que ninguno de sus superiores –notoriamente más estúpidos y corruptos- quería darle la oportunidad.

Por eso y mucho más, a Hans solo le bastó una disimulada seña para que el sargento cruzara la calle e hiciera como que no los había visto. No importó la sorprendida mirada de Angelina siguiendo su fisonomía gatuna, ni la inquisitiva vigilancia que el alemán le lanzaba desde el rabillo del ojo asegurándose de que se hiciera el desentendido, Le Mond simplemente caminó como siempre, dueño y amo absoluto del mundo bajo sus pies, desapareciendo por la esquina siguiente, medio furioso y medio humillado, dispuesto a apalear al primer vagabundo que se encontrara.

Continuará.


Notas: Bien, después de 2000 años y cuatro versiones de este mismo capítulo, aquí está. Solo la tercera versión fue beteada a profundidad. Esta –como es, en muchos aspectos, diametralmente diferente –podría tener aún más pifias que no tengo ganas de buscar y corregir.

Gracias Lynx por el beteo. Espero que esto te guste.

Quiero aprovechar de hacer un anuncio. Los reviews (todos) comenzarán a ser respondidos en mi blog. En mi bio pueden encontrar la página podremos responder tranquilos e incluso podremos conversar sobre las mismas respuestas.

Un besote a todos los que me tienen paciencia.

Ishida Rio.