CAPITULO I

La luna llena salía roja aquella noche tranquila, demasiado tranquila para el gusto del cazador, que veía aquello como señal de que habría pocas y aburridas presas. Hacía varias semanas que no conseguía pasárselo medianamente bien yendo de cacería, pero es que los vampiros artificiales que últimamente rondaban las calles de Londres no saciaban sus expectativas.

Se dirigió a Stockwell, lugar donde siempre encontraba algo con lo que poder probar su excelente puntería y dar rienda suelta a parte de su crueldad, que le quemaba en las venas cuando se acumulaba en exceso. La fría brisa nocturna le azotó el pelo llevándole un aroma peculiar, que le hizo olvidar sus propósitos de esa noche. Nunca había olido nada igual, dulce y fresco, tremendamente apetecible, no era olor a sangre virgen, era sin duda algo mucho mejor y totalmente desconocido. Picado por la curiosidad y la sed que acababa de despertar, siguió aquel cautivador rastro por las silenciosas calles. Al girar una esquina se detuvo. Había llegado a una pequeña plaza en la que se habían congregado tres vampiros artificiales, al parecer, también atraídos por aquel tentador perfume. Sonrió. Al final parecía que sí iba a haber caza. Desenfundó una de las pistolas y apuntó con cuidado, los tres despojos estaban muy juntos, tanto, que con un solo disparo podía volarles la cabeza a dos de ellos, y no le apetecía acabar tan rápido con la diversión. Rozó el gatillo listo para empezar cuando una pequeña sombra llamó su atención.

Rodeando a los artificiales se movía una silueta rápida y sigilosa. Se escuchó un disparo y uno de los vampiros cayó al suelo con una herida de bala atravesándole el pecho. Los dos restantes corrieron asustados en la dirección en la que el otro cazador les esperaba, divertido y curioso ante la atípica situación, con la pistola aun en la mano preparado para disparar. Pero la sombra volvió a moverse. Otro disparo y el vampiro más cercano a él, cayó al suelo con una herida de bala en el pecho, exactamente donde había estado su corazón.

El cazador gruñó, solo quedaba un vampiro y él también quería divertirse, así que se adelantó saliendo de las sombras, al fin y al cabo aquel era su territorio, y solo él tenía derecho a divertirse con aquellos penosos seres que se hacían llamar vampiros... aun siendo solo míseros gusanos más despreciables que los zombis que creaban tras alimentarse. Levantó su arma y apuntó, pero una milésima de segundo antes apretar el gatillo, la cabeza del vampiro se desprendió limpiamente de su cuello. El cuerpo guillotinado se estremeció en el suelo.

—Se acabó, te he tolerado demasiado —gruñó él, guardando con enojo la pistola bajo su gabardina roja oscura—. Este es mi territorio, y no consiento que nadie me quite la diversión.

—¡Oh! Cuánto lo siento —rio una voz femenina con fingida lástima—. Pero si tan bueno eres para poder proclamar las calles de esta ciudad como tuyas, los habrías alcanzado antes que yo ¿O crees que no te he visto escondido entre las sombras?

—Sal bajo la luz de la luna, donde pueda verte antes de que acabe contigo —ordenó él.

—Ven a buscarme —le retó—. Si es que tienes lo que hay que tener.

Él arrugó la nariz con una mueca de enfado, mostrando uno de sus colmillos. No le gustaba que le faltaran al respeto de aquella manera. Él era el Rey de la Noche, y como rey, los demás debían mostrarle pleitesía, debían obedecer.

—Deberías aprender a respetar a tus mayores —contestó el cazador mientras sacaba de sus fundas ambas armas.

—Los mayores no deberíais existir —le dijo una voz dulce al oído, segundos después sonó un fuerte disparo.

Sintió una horrible quemazón en la parte posterior de la cabeza, como su cráneo se partía y la bala se abría camino de nuevo al exterior por el otro extremo de su cabeza. Se desplomó en el suelo, aquella zorra le había disparado a quemarropa, a duras penas seguía consciente. Rio para sí. A un humano aquel disparo lo habría matado en el acto. Por suerte para él, hacía siglos que había dejado de serlo.

La luz de los ojos del cazador se apagó y estos se cerraron. La chica enfundó su pistola y caminó hacia el otro extremo de la plaza, toda aquella caza ya la aburría, desde hacía un tiempo solo se cruzaba con vampiros mediocres, definitivamente los tiempos habían cambiado, puede que para bien si últimamente era tan fácil matarlos. Aun así su deber seguía siendo limpiar las calles, limpiar el mundo, de los monstruos que lo habitaban. Dio un respingo cuando los cadáveres de los tres vampiros artificiales se incendiaron de pronto, y se consumieron entre llamas azules hasta que rápidamente solo quedaron cenizas.

—Yo siempre existiré —dijo una voz grave a su espalda—. Soy la noche, soy la oscuridad, soy eterno.

Ella se giró con las armas en alto, lista para disparar. Pero se quedó de piedra al ver a aquel maldito vampiro, al que acababa de agujerear la cabeza, de pie ante ella, riendo ante su cara de asombro, disfrutando del miedo que había asomado en su mirada.

—No puede ser —musitó ella—. Te he volado la cabeza con una bala de plata.

—No soy como los monstruos que habitualmente cazas —el vampiro la miró con intensidad tras sus gafas redondas de cristal rojo.

En esos momentos, bajo la luz de la luna, pudo observarla por fin. Era una mujer joven, muy joven, como mucho tendría veinticinco. Su constitución era ágil, pero fuerte, y su porte orgulloso. Su melena azabache veteada de blanco, recogida en una coleta alta, hacía que la poca piel que tenía al descubierto pareciera aún más pálida. Iba vestida por completo de negro, con una cazadora de piel que ocultaba el arnés que sujetaba, a la altura de las costillas, dos armas plateadas: una HK P3000 y una Walter P99.

La chica disparó de nuevo y le dio de lleno en el hombro derecho. Pero el vampiro se limitó a reír y con pasmo la muchacha vio como su herida se curaba en segundos envuelta en oscuridad, dejando el hombro intacto.

—Creía que ya no quedaban vampiros antiguos en Gran Bretaña —comentó la joven con una sonrisa, ahora que ya sabía a qué se enfrentaba, había recuperado la confianza tras el desconcierto inicial.

En la oscuridad solo se escucharon disparos, que atravesaban la plaza de lado a lado. Algunas de las ventanas se iluminaron, pero ningún vecino se atrevió a asomarse. Aquello debía terminar rápido, antes de que llegara la policía, o su Ama montaría en cólera.

La chica esquivaba las balas con agilidad, aunque hubo alguna que la rozó quemándola, dejando profundos cortes en su piel. El cazador no se molestaba prácticamente en esquivarlas, apenas le habían tocado y sus heridas ya se estaban cerrando.

El cazador sopesó a su contrincante, sin duda era un vampiro, pero no estaba seguro de si era una auténtica descendiente o una artificial.

—Ya me he cansado de jugar como un mortal —le dijo él guardando sus pistolas—. Ahora sabremos lo buena que eres en verdad.

Ella lo miró inquieta, no estaba segura de a qué se refería, se había enfrentado a muchos vampiros, pero a ninguno como él, ninguno había sobrevivido hasta ahora tras un tiro en la cabeza. Desde lejos vio como el no-muerto levantaba sus manos enguantadas y murmuraba algo que no llegaba a entender. Entonces todo se volvió oscuridad y a su alrededor se abrieron incontables ojos rojos, que la observaban sin parpadear. Sobre ella se abalanzó un perro negro como la noche y con seis brillantes ojos rojos que reclamaban sangre. La joven disparó, pero el animal no se detuvo, así que guardó las pistolas y sacó un cuchillo rui de grandes dimensiones, con aleación de plata bendecida, que tenía escondido en su espalda, bajo la cazadora. Esperó a tenerlo suficientemente cerca y cuando la bestia abrió las fauces para destrozarla, ella se apartó y con un movimiento certero separó la cabeza del resto del animal. El cuerpo decapitado cayó pesadamente al suelo y se agitó durante unos segundos. Respiró aliviada al ver que no se volvía a levantar, como momentos antes había hecho su creador.

—De verdad tenía la esperanza de que fueras una original —le susurró el vampiro al oído.

Recibió un fuerte golpe en la nuca y se desplomó. Tirada sobre los adoquines logró enfocar la vista lo suficiente para ver como el vampiro se quitaba las gafas, dejando al descubierto sus penetrantes ojos rojos.

—Diles en el infierno, que te envía Alucard —el no-muerto sonrió con crueldad.

Finalmente la joven perdió la consciencia. El cazador observó con más detenimiento a su presa, sopesando qué hacer con ella, si devorarla ahí mismo, o llevársela a su Ama. Decidió que se la llevaría a Íntegra viva, si se trataba de un nuevo tipo de artificial seguro que era más fácil estudiarlo si el sujeto seguía con vida. Y cuando dejara de ser útil, siempre podía pedirle a su Ama que le dejara devorarla a su antojo, para asimilar así sus recuerdos y su alma, y pasara a formar parte de las filas de su Castillo.

Se agachó junto a ella y le quitó el armamento, que solo constaba de las dos pistolas y un cuchillo, luego se dedicó a contemplarla. Entonces lo escuchó: un latido... y otro más... Aquello no podía ser cierto, era prácticamente absurdo, el corazón de la chica no podía estar latiendo. Sin embargo... puso una de sus manos en su pecho y notó los golpes de un corazón fuerte y el calor que irradiaba su cuerpo. Alucard frunció el ceño. Se quedó mirando su torso, intentando ver bajo la carne y el músculo. Le separó los pálidos labios y comprobó que tenía los dos característicos colmillos, además de tener los dos incisivos siguientes más puntiagudos que los de un mortal, y eran reales, no eran fundas de porcelana como las que se ponían los humanos cuando intentaban imitar a las criaturas de la noche. Sintió el aliento cálido que escapaba de los labios entreabiertos acariciar sus dedos.

—¿Qué eres tú? —musitó, las pruebas en la Organización se encargarían de darle una respuesta muy pronto.

La cogió en brazos. Sus rodillas flaquearon, aquel aroma... ese olor tan dulce que había seguido por las calles... era ella, era su olor... ahora que estaba tan cerca de la joven se había hecho aún más intenso... ese perfume inundó sus sentidos, embriagándolo...

Con un respingo se alejó del cuello que ya estaba rozado con sus colmillos, a pesar de estar semicubierto por un pañuelo negro y gris de caza. No debía morderla, si la mordía era posible que la infectara y no sirviera para la investigación, y eso seguro que cabrearía a Íntegra. Pero iba a ser un verdadero suplicio resistirse a morderla, su sed le pedía a gritos poder sentir esa cálida sangre recorrer sus labios y bajar por su garganta.

Aunando fuerza de voluntad se puso en pie y comenzó a caminar adentrándose en las sombras que crecían a su alrededor.

...†...

La mansión se alzó frente a él.

—¿Qué tal la cacería? —le saludó Pip, que montaba guardia en la garita de entrada mientras fumaba con calma.

—Puede que más provechosa de lo que esperaba —sonrió él.

El mercenario se acercó para examinar a la joven inconsciente que cargaba el vampiro.

—¿Quién es esta preciosidad? —le preguntó mirándola con detenimiento, levantando ligeramente su sombrero de cowboy

—El próximo conejillo de indias de Hellsing.

—¿Es... es una vampiresa?

—Es posible...

—¡¿Por qué todas las tías buenas que últimamente me encuentro son monstruos?! —se quejó Pip haciendo que sus compañeros lo miraran con curiosidad— Londres da asco.

—Como decís los mortales: la vida es injusta —contestó Alucard prosiguiendo su camino—. Por eso yo renuncié a ella hace mucho.

—Que consuelo —musitó el mercenario volviendo a su puesto.

Entró en el enorme vestíbulo del edificio. Se paró un momento ¿Entraba en el despacho de Íntegra con la chica en brazos? No, era mejor que no, bien que seguro se divertiría al ver su reacción, pero prefería evitar el mal pronto de su Ama.

—Por favor Alucard, dime que no se te ha antojado otra vampiresa. Aún no has acabado de adiestrar a la que ya tienes, y este lugar no es un albergue para monstruos, ni un sitio dónde formar tu harén —Íntegra bajaba las escaleras junto con Walter.

—No, mi Ama, lo sé, y es una pena, puedo asegurarle que mi señora sería la favorita de entre todas ellas —el vampiro dibujó una sonrisa burlona. La mujer lo miró con severidad, sin intención alguna de reírle la gracia—. La he traído porque creo que la encontrareis de gran interés.

—¿Qué tiene ya para mí un no-muerto de interés? —Íntegra alzó una ceja.

—Pues que este respira y que su corazón late.

—Eso es imposible —lo miró de hito en hito.

—Compruébelo si no me cree —Alucard se acercó a ella con la chica en brazos.

La mujer le colocó los dedos en el cuello hasta encontrar el pulso, y vio el pecho subir y bajar como consecuencia de una lenta respiración.

—La encontré cerca de Stockwell cazando mis vampiros. He de decir que tuvo agallas para retarme. En cuanto me di cuenta de que respiraba pensé en traerla aquí, quizá se trate de un nuevo tipo de vampiro artificial. Uno que pueda mezclarse entre los humanos a la luz del día sin apenas impedimentos —contestó él adelantándose a las preguntas de su Ama.

—¿Algo más Alucard? —le preguntó Walter alzando una ceja— Tengo la sensación de que hay algo que te inquieta.

—Es algo que los humanos no pueden percibir —Íntegra y el mayordomo lo miraron con interés—. Es su olor, no huele como un humano, ni como un vampiro. No sé describirlo... nunca había olido algo así... y me da hambre, un hambre voraz, difícil de controlar.

—¿La has mordido? —la mujer lo miró con dureza.

—No. No quería estropear vuestra nueva cobaya.

—Has hecho bien —Íntegra asintió—. Sígueme, la llevaremos a los laboratorios antes de que recupere la consciencia. Hay muchas pruebas que hacer.

—¿Qué es ese olor? —Ceres había subido de los sótanos guiada por el suculento perfume.

—Su sangre —Alucard sonrió con maldad, mostrándole el cuerpo que llevaba en brazos.

La joven torció el gesto con desagrado, acercándose.

—¿La has olido desde tu cuarto? —le preguntó Walter.

—Sí, me ha dado hambre —contestó la joven expolicía—. Pero creo que se me acaba de pasar.

—Ambos vais a tener que controlaros, al menos hasta saber si se trata o no de un nuevo vampiro artificial —concluyó Íntegra.

—Si no lo fuera... —comenzó a decir el vampiro.

—Mientras no la transformes en otra vampiresa para ti, puedes hacer con ella lo que te apetezca —contestó su Ama sin darle importancia.

Alucard sonrió mirando el cuerpo inconsciente que descansaba en sus brazos. Ceres sintió un escalofrío al ver la expresión de su Amo.

...†...

La cabeza le daba vueltas, abrió los ojos con lentitud, todo estaba oscuro, increíblemente oscuro. Aunque eso no le supuso un problema. Intentó incorporarse, pero sus muñecas estaban encadenadas a la pared por encima de su cabeza. No podía creer que en aquellos tiempos aun hubiera alguien que encadenara a la gente como en la Edad Media. Movió las muñecas, pero los grilletes estaban apretados a conciencia. Fuera como fuera, tenía que salir de allí, sabía que aquel vampiro vestido de rojo se encontraba cerca, y eso la inquietaba y molestaba a partes iguales. Ningún vampiro había sobrevivido hasta ahora a su encuentro, y ese no iba a ser diferente, a pesar de que se sentía tremendamente vulnerable cuando estaba en su presencia. Pero antes de continuar la caza tenía que salir de allí y recuperar sus armas.

Respiró hondo cerrando los ojos, tensó los músculos de sus hombros y con un golpe seco bajó los brazos. Sintió como los huesos de sus muñecas se rompían, como su piel y músculo se desgarraba, y como su sangre resbalaba por sus antebrazos desnudos. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras apretaba con fuerza la mandíbula para no gritar. La joven se desplomó en el suelo encogida, pegando sus destrozadas manos a su pecho, con la respiración acelerada conteniendo las ganas de gritar de puro dolor. Las heridas poco a poco dejaron de sangrar, los huesos se soldaron y volvieron a su sitio. Respiró profundamente, intentando calmarse.

—Esta me la vas a pagar, maldito monstruo —gimió, aun encogida en el suelo.

Al cabo de poco, se sintió con las fuerzas necesarias para salir de allí. No le fue difícil abrir la puerta de una patada. Se encontró en un pasillo oscuro y tétrico, sin duda alguna, estaba en una mazmorra o un sótano ¿De qué edificio? No tenía ni idea. Siguiendo las corrientes de aire dio con unas escaleras que ascendían. Subió sin vacilar llevándose una mano al costado como acto reflejo, pero no encontró nada. No sabía dónde había ido a parar ni su armamento, ni su cazadora, ni su pañuelo. Esto último le molestaba sobremanera, se sentía expuesta y desprotegida sin nada que cubriera su cuello.

Escuchó unos pasos, había varios hombres escondidos cerca de la puerta de salida de la escalera, podía olerlos. Si no iba equivocada, la estaban acechando tres a cada lado, más otros cinco detrás de la esquina más cercana. No sería muy complicado quitarlos de en medio, podía olfatear su miedo desde allí.

Empujó la puerta de entrada a los sótanos, escondida tras el espejo del pasillo de la planta baja, y salió con tanta rapidez que los hombres que la esperaban apenas pudieron ver un borrón negro que pasó a su lado, uno de ellos ahogó un grito al recibir un golpe en el estómago cuando salía al pasillo listo para pararla. No se encontró con nadie más durante unos minutos, aunque los podía escuchar moviéndose por el edificio, buscándola. No la encontrarían si ella no quería ser encontrada. Unos pasos por el pasillo de su derecha. Esperó a que el humano se acercara, antes se había olvidado de coger un arma.

—¿Me la prestas? —el hombre se sorprendió al escuchar una voz femenina a su espalda, aunque cayó al suelo inconsciente antes de poder darse la vuelta— Gracias.

La joven recogió el fusil del suelo y notó aquella presencia sobrecogedora, el vampiro andaba cerca. Tenía la desagradable sensación de que la estaba observando. Con cuidado se movió entre las sombras y se paró en una esquina, se humedeció los labios asegurándose de tener bien cogido el fusil y salió al encuentro.

Una chica joven y rubia, de pelo corto, la miró con miedo en sus ojos azules. Ella la apuntó, pero no disparó. La observó con atención, era sin duda una vampiresa, pero sin embargo la veía indefensa, infantil. Aquella criatura aún no había bebido de nadie. Por el momento no era una amenaza. Bajó el arma, dispuesta a irse.

—Para ser un buen cazador, no hay que vacilar —susurró una voz en su oído.

Ella se giró con rapidez, metiendo una mano dentro de la gabardina roja y sacando una de las pesadas y monstruosas armas del vampiro, encajándosela en la boca al no-muerto. Apretó el gatillo y la mitad de la cabeza del vampiro estalló, salpicando alrededor con sangre y entrañas.

—Yo no vacilo, escojo —dijo la vampiresa con determinación.

Tiró el arma ensangrentada al suelo, miró de nuevo a la joven que la observaba horrorizada y echó a correr, aquel lugar no le gustaba, la aprisionaba. Prefería pelear en campo abierto, dónde tenía más libertad de movimiento. Porque debía ser realista, no había acabado con el vampiro. Un disparo no lo había conseguido antes, así que no lo iba a conseguir ahora.

—El juego se acabó —gruñó una voz casi gutural que pareció salir de la nada.

Un fuerte golpe tras las rodillas la hizo caer en plena carrera, perdiendo el fusil que resbaló por el suelo lejos de ella. Giró sobre si misma y vio de nuevo ante ella a aquella figura oscura y poderosa, vestida de rojo. Levantó las piernas para darse impulso y de un salto se levantó. El no-muerto se movió con una rapidez que ella jamás había visto. Como acto reflejo se giró y lanzó un puñetazo, pero el cazador agarró su muñeca estirando de ella hacia delante con brusquedad, asió su otro brazo para inmovilizarla. La joven intentó liberarse, pero la aferraba con firmeza, sintió crujir los huesos de sus muñecas por el fuerte agarre y ahogó un grito de dolor.

—No sabes el tiempo que hace que no cazo para alimentarme —le susurró cogiendo ambas muñecas de la muchacha con una sola mano, y con la otra su mandíbula, echándole la cabeza hacia atrás dejando total acceso a su garganta.

—Pues hoy también pasarás hambre —gimió ella liberándose con esfuerzo del agarre, y dándole un cabezazo en la cara, rompiéndole la nariz, con lo que el vampiro la soltó.

La puerta principal estaba a su izquierda, si corría lo suficiente llegaría. El cazador apareció frente a ella y la golpeó con tanta fuerza que la lanzó hacia atrás hasta chocar contra una de las paredes.

La cabeza le dio vueltas, era incapaz de aclarar su vista, todo se volvía negro por momentos. Sintió como el vampiro la presionaba contra la pared con su propio cuerpo.

—Fin de la partida —susurró él abriendo su boca entorno a su cuello, deseoso de poder beber, saboreando la carne caliente con su lengua.

—Alucard, es suficiente —una voz femenina resonó en el vestíbulo.

El vampiro se alejó de la muchacha, que sin esa presión, se desplomó hacia delante.

—Aun no tenemos los resultados de las pruebas, y además antes quiero hacerle unas preguntas —Íntegra miró con dureza al vampiro—. Así que controla tu sed un poco más.

Alucard se limpió la saliva de la comisura de los labios con el dorso de la mano, molesto por la interrupción.

Ceres llegó corriendo y se encontró a la joven tirada en el suelo del vestíbulo, a los pies de su Amo.

—¿Está muerta? —preguntó ella.

—No por el momento —contestó Íntegra—. Pero con la que ha formado en apenas unos segundos, y con lo fácil que ha escapado del cerco de los guardias... tiene las horas contadas.

—Lo interesante, lady Íntegra, es que a pesar de todo el revuelo, no ha matado a ninguno de los hombres —informó Walter llegando también.

—¿Están todos bien?

—Parece ser que solo quería salir de aquí.

—Tiene algo diferente —murmuró Ceres—. Pudo haberme matado, pero no lo hizo. Solo disparó al Amo.

Íntegra frunció el ceño, pensativa.

...†...

Un fuerte disparo y despertó con un grito de dolor. Su hombro derecho sangraba a mares. Delante suya había cuatro personas, una de ellas alta y de brillantes ojos rojos, que sonreía con maldad mientras sujetada una enorme pistola, apuntándola.

—Soy Sir Íntegra Fairbrook Wingates Hellsing, líder de Hellsing, la Real Orden de Caballeros Protestantes. Nos encargamos de eliminar a criaturas de la noche, como tú —se presentó la mujer de larga cabellera rubia y gafas redondas.

Iba vestida con un traje de chaqueta muy masculino, que le daba un aspecto autoritario e intimidante. En el nudo de la corbata llevaba una cruz de plata.

—Así que, si no quieres que tu situación empeore con muchísima rapidez, responde a mis preguntas —prosiguió Íntegra.

La chica la miró mientras se sujetaba el hombro sangrante, intentando cortar la hemorragia.

—Te hemos hecho unas pruebas y no llevas ninguna clase de chip de identificación y seguimiento de Millenium, pero sí que hemos encontrado en tu sangre una mezcla interesante de fenotipos humanos y vampíricos ¿Quién te ha manipulado?

La joven siguió mirándola sin decir palabra.

—Alucard, si eres tan amable —pidió la mujer.

El vampiro sonrió y apretó el gatillo. Ahogó el grito de dolor cuando la bala le atravesó la rodilla izquierda.

—Por tu bien, contesta —insistió la mujer— ¿Quién te creo?

La joven le sostuvo la mirada, con los dientes apretados. Otro disparo le agujereó la mano que taponaba su herida del hombro.

—No te he dicho que dispararas —la mujer regañó al no-muerto.

—Me pudo la emoción —se disculpó el no-muerto con fingida lástima.

Las lágrimas de dolor surcaron su rostro. No pensaba hablar con ninguno de ellos ¿Para qué? Sabía de sobra que ya estaba muerta.

—Solo te lo diré una vez más: contesta.

Alucard levantó de nuevo su pistola apuntándole al pecho. Le dio igual, no tenía miedo a morir.

—Lady Íntegra espere, sus heridas, tardan mucho en sanar —dijo de pronto Walter, colocándose bien su monóculo.

La mujer la observó con atención, los balazos seguían sangrando, parecía tener un ritmo de curación bastante más lento que el que habían visto en otros vampiros, artificiales o no.

—Volveré en unas horas, y para entonces, espero que contestes... o te dejaré a solas con Alucard —la amenazó Íntegra con seriedad.

La chica le escupió a los pies.

—Tú misma.

Todos se fueron de la celda menos la vampiresa de ojos azules, que se acercó sentándose frente a ella, a una distancia prudencial, estirándose hacia abajo la corta minifalda color mostaza de su atípico uniforme militar.

—¿Por qué no me disparaste? —le preguntó sin andarse con rodeos.

Se sostuvieron la mirada unos segundos que parecieron durar horas.

—Yo solo mato monstruos —contestó la vampiresa con un quejido.

Ambas mujeres se siguieron mirando en silencio.

—Yo soy uno.

—No, tú aun no has bebido de nadie, ¿cierto? —la chica alzó una ceja— Tus sentimientos humanos te lo impiden.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo huelo... lo veo en tus ojos... y eso me causa algo de... empatía.

Ceres frunció el ceño sin comprender. La chica seguía mirándola con seriedad, con la mirada fría sin mostrar sentimiento alguno.

—¿Tu... tu tampoco has bebido?

—No de humanos.

La expolicía asintió lentamente.

—¿Y eso... no molesta a tu Amo? El mío no me lo permite, no de buen grado al menos...

—Yo no tengo dueño —gruñó la chica con enfado, sentándose un poco más erguida ahora que el sangrado de sus heridas había cesado.

—Pero si no has bebido de ningún humano, no puedes separarte de quien te Abrazó...

—Ya sé cómo funciona eso... —la cortó con brusquedad.

—¿Entonces...?

La chica le apartó la mirada y se quedó con la vista fija en una de las paredes de piedra.

—No tienes por qué responderme.

La prisionera inspiró hondo y volvió a mirarla a los ojos.

—Yo no fui Abrazada. Yo... nací así —se lamentó desviando fugazmente la mirada.

Ceres la miró sorprendida.

—Un vampiro está muerto, no puede engendrar...

—A veces ocurre. A veces hay un embarazo... y a veces el bebé no nace muerto. A veces nace una abominación como yo.

La expolicía la miró y sintió lástima por ella. Por cómo se veía a sí misma y por lo horrible que seguramente había sido su vida hasta el momento. La mestiza miró a la vampiresa. Esa chica le inspiraba confianza, algo que hasta ahora no había encontrado en nadie, menos aún en alguien de su especie.

—¿Por eso cazas vampiros? ¿Por venganza? —le preguntó Ceres.

—Quiero encontrar al culpable de mi existencia, quiero matarlo con mis manos, quiero verle sufrir. Por lo que le hizo a mi madre, y por lo que me hizo a mí... llevo más de cien años buscando, pero lo encontraré. Y seguiré matando a todos los vampiros y monstruos que encuentre para asegurarme de que nadie más corre mi suerte.

—Puede que después de tanto tiempo ya solo sea polvo.

—No, sé que sigue vivo, puedo sentirlo. Sigue por ahí, viviendo en las sombras.

—Y cuando lo encuentres, ¿cómo sabrás que es él?

La joven negó con la cabeza.

—Es una sensación, en el pecho... en las entrañas. Una llamada. Por eso puedo seguirle el rastro.

—¿Y te ha traído hasta Gran Bretaña?

—Me ha llevado a muchos sitios... no sé si está aquí, o solo ha estado de paso. Por eso he de seguir buscando.

Ceres se mordió el labio, nerviosa ante la siguiente pregunta que iba a hacerle.

—¿Y en esa búsqueda... matarás a todos los vampiros que encuentres? ¿Matarás a mi Amo?

—A todos, sin excepción —la miró a los ojos con dureza.

—Te agradezco que no me dispararas antes, pero no pienso dejar que toques a mi Amo —le aclaró la vampiresa levantándose—. Antes tendrás que acabar conmigo.

—De acuerdo entonces.

La puerta se cerró tras la joven expolicía.

...†...

Ceres entró en el despacho de Íntegra, que estaba fumando mientras repasaba una vez más los resultados de las pruebas.

—¿Dónde estabas? No te he visto salir de las mazmorras —le preguntó la mujer.

—Me he quedado a hablar con la chica.

—¿Y?

—Dice que no es una creación artificial, que nació así...

—Eso es imposible, decididamente te ha tomado el pelo como a una cría —rio Íntegra con desdén.

—No. Es posible que sea cierto —Alucard apareció entre las sombras.

—No hay registros sobre algo así —comentó su Ama.

—Lógico, el más afortunado no ha sobrepasado el mes de vida —rio el vampiro—. Eso sin contar los casos en los que simplemente el bebé nace muerto, que son prácticamente todos.

—¿Tan poco aprecio tienen los vampiros a sus propios hijos? —Íntegra alzó una ceja—. Pensé que serían bien recibidos, un milagro.

—Son una aberración. Tanto vampiros como humanos lo opinamos —Alucard arrugó la nariz con desagrado—. Nadie sabe, ni quiere saber, en qué puede convertirse algo que puede moverse libremente y sin restricciones entre el día y la noche. Aunque hay leyendas, cuentos de vieja. Supongo que una forma natural de controlar que ninguno llega a la edad adulta es el olor que desprenden, ese olor que nos da tanta hambre.

—Comeros a vuestros descendientes de sangre y disfrutarlo como si fueran un manjar... Qué animales —se asqueó Íntegra.

—No por nada somos monstruos —rio Alucard al ver su reacción.

La mujer dio una larga calada a su puro.

—Finalmente parece ser que sí que has cogido un individuo interesante.

—Agradecería que la quitarais de en medio con rapidez —contestó el subordinado—. Ya sea por sus medios, o por los míos.

—¿Tanto te perturba su presencia? —Íntegra sonrió con mofa.

—Su presencia me descentra. Hace que quiera perder el control, que solo quiera comer... y matar... todo lo que hay a mi alrededor —dijo con el semblante serio—. Me preocupa que en algún momento, no pueda controlarme.

Íntegra lo miró con seriedad, pensativa.

—¿Te ha dicho algo más que nos pueda ser útil? —Ceres dio un respingo al escuchar la pregunta de la mujer.

—Sí —contestó ella con rapidez—. Está de paso en Gran Bretaña. Caza por venganza a todos los vampiros y monstruos que encuentra. Quiere ver a su padre vampiro muerto, dice que de algún modo puede seguir su rastro.

—La sangre llama a la sangre —suspiró la mujer, y le hizo un ademán para que continuara.

—Tampoco se alimenta de humanos, solo de animales.

Íntegra se recostó en su silla, sopesando la información que acababan de darle. Tras el ataque de los hermanos Valentine, sus fuerzas habían quedado bastante mermadas, a pesar de haber contratado al grupo de mercenarios. Ceres aún tenía mucho por aprender. Y aunque Alucard era muy eficaz, también era impulsivo y difícil de controlar en situaciones extremas. Quizá viniera bien una nueva incorporación a la Organización, una incorporación que podía trabajar igual de bien a la luz del sol que en las noches más oscuras, a pesar de que se expondrían al riesgo de que el vampiro tuviera que pasar una temporada encadenado con un sello si perdía el control. Pero supuso que si eso pasaba, sería fácil de arreglar quitando a la mestiza de en medio.

...†...

—Ceres nos ha explicado tu situación, y tras meditarlo mucho he decidido acogerte entre estos muros, siempre y cuando trabajes para mí —Íntegra la miró con seriedad.

—No trabajo para nadie —le dijo la mestiza con desprecio.

—Tú decides: quedarte entre estos muros en los que tendrás protección, alimento, munición para poder ir a cazar lo que quieras siempre y cuando no haya algo prioritario, e información que pueda ayudarte a encontrar al bastardo de tu padre; o irte y convertirte en un objetivo.

La vampiresa apretó los labios.

—¿Tengo alguna otra opción? —la joven miró a la mujer, que le sonrió.

—Probar suerte ahora mismo intentando escapar y acabar en mis manos —sonrió Alucard con una mueca feroz—. Y ojalá escojas esa tercera opción.

La chica suspiró dando a entender que aceptaba.

—No estarás aquí para siempre —aclaró Íntegra—. Solo hasta que resolvamos un par de problemas que hay en el horizonte, y hayamos recuperado nuestra fuerza del todo. Walter te informará de la situación actual y te acompañará a tus nuevos aposentos.

El hombre mayor que acompañaba a la mujer hizo una pequeña reverencia.

—Aun así, Alucard te vigilará de cerca durante un tiempo, para asegurarnos de que actúas debidamente al trato. También deberás pasar unas pruebas para saber si tienes el nivel suficiente para las misiones, y por lo tanto, si nos eres útil.

—No quiero a ese monstruo cerca —gruñó la joven.

—Tranquila, no podrá tocarte, pero tampoco tu a él, ni a Ceres —aclaró la mujer.

La mestiza se levantó del suelo de mala gana y salió de la celda detrás de Walter. El vampiro la siguió con sigilo.

—Aún no nos has dicho tu nombre —le dijo el no-muerto, curioso.

—¿Y desde cuando un nombre importa, Drácula? —le contestó ella mirándolo asqueada.

El vampiro alzó una ceja con sorpresa.

—¿Acaso crees que soy tan estúpida como para no ser capaz de leer Alucard al revés? —resopló— Te rompiste los cuernos con tu nuevo nombre.

Alucard rio, aquella joven podría llegar a gustarle con su carácter fuerte y su falta de miedo.

—Me alegro que te guste, pero tristemente el mérito es de la familia Hellsing, no mío —dibujó una mueca de tristeza sobreactuada—¿Y bien? ¿Cuál es el tuyo?

La chica gruñó por lo bajo.

—Blake, me llamo Blake —contestó al fin.

—¿Y hay algo detrás de ese nombre?

—Nada que a ti te importe.

—Puede que algún día sí lo haga.

—Y ese día volverás al infierno del que saliste.

Vio a la mestiza caminar por el pasillo, con determinación. Decididamente le gustaba. A pesar de que su olor le daba hambre, de que despertaba en él la bestia que realmente era, a pesar de no ser digna de sangre, de que caminara entre la luz y la sombra.


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Un saludo a todos!