CAPITULO II

Siguió a Walter por los intrincados sótanos, el mayordomo abrió una puerta a su derecha y entraron en una habitación oscura, fría y sin ventanas.

—Debido a su peculiar condición he de preguntarle si para descansar prefiere un ataúd o una cama —le dijo el hombre encendiendo la luz tenue de la estancia.

—Puedo dormir en cualquier parte menos en un ataúd, tengo una ligera claustrofobia —confesó ella entrando en el dormitorio, examinándolo-. De hecho, estaría más cómoda durmiendo fuera de los sótanos, en algún sitio con ventanas.

—Lamento decirle que eso no es posible. Los no-humanos deben dormir aquí, por precaución. Pero puede acceder a los salones y biblioteca de la mansión cuando desee. Que pase una buena noche, o lo que queda de ella —se despidió el mayordomo.

—Ya... Dígale a Íntegra que mañana al amanecer iré a por mis cosas a la ciudad —le informó.

—Por supuesto.

La puerta se cerró y solo hubo silencio. Estaba cansada, más bien agotada. Pero su corazón seguía acelerado ¿Qué acababa de pasar? ¿Cómo había terminado en esa situación? Entró en el baño para darse una ducha y poder pensar con calma mientras el agua limpiaba la sangre seca de su piel. Cuando hubo acabado revisó su ropa, estaba empapada en sangre y destrozada por los disparos de ese asqueroso vampiro. Con la ropa así no iba a poder moverse por la ciudad, llamaría la atención de todos a pesar de que el color negro disimulara la sangre. Tendría que pedir algo que ponerse a la que ahora iba a ser su jefa. Se metió en la cama y dejó la mente en blanco mientras caía presa del cansancio.

Algo resoplaba en su cara, abrió los ojos y se encontró con otros rojos. Se incorporó de golpe en la cama y metió la mano bajo la almohada en busca de su cuchillo, pero no encontró nada. Recordó que no le habían devuelto el armamento. Un enorme perro negro la observaba desde el borde del colchón, moviendo la cola con energía. No estaba segura de que fuera corpóreo, y lo miró con desconfianza. El animal no parecía tener intención de atacarla, así que se acercó y alargó la mano para tocarlo, con curiosidad. El perro se dejó hacer jadeando feliz y de un brinco se subió a la cama.

—Ahora no pareces tan peligroso —sonrió ella rascándole tras las orejas, su pelaje era muy suave.

El can la miró fijamente con sus tres pares de ojos rojos, iguales a los de su amo.

—¿Te gusta? No tiene por costumbre ser tan manso —dijo una voz desde las sombras.

—Fuera de aquí —gruñó ella apresurándose en cubrirse con las sábanas, para que no la viera en ropa interior.

—¿O qué? ¿Me tirarás una almohada? —se mofó Alucard mostrándose al fin.

Blake lo fulminó con la mirada, como lamentaba no tener a mano sus armas en esos momentos.

—Lárgate —le repitió.

—Relájate, o te acabará dando un ataque. Por desgracia tu corazón aun late —la miró con desdén—. Solo he venido a por mi sabueso.

—Pues llévatelo y desaparece.

El animal saltó de la cama y corrió junto a su dueño.

—Buenas noches —se despidió el vampiro con una inclinación de cabeza.

—Púdrete en el infierno —escupió ella.

Riendo, Alucard y su perro desaparecieron en la oscuridad de la habitación. Blake se levantó de la cama y tumbó la mesa que había en el centro de la habitación, con una patada rompió una de sus patas de madera. Buscó alguna superficie afilada, pero no vio ninguna. Así que golpeó la pata contra una de las paredes, una vez tras otra, hasta que la madera se quebró adquiriendo una punta rudimentaria.

Resoplando volvió a la cama, colocando la improvisada estaca bajo la almohada. No durmió mucho tiempo, un ligero susurro la despertó. A simple vista la habitación parecía vacía, pero podía sentir a aquel maldito vampiro observándola desde algún punto de la estancia. Con rapidez, cogió la estaca escondida y la lanzó contra las sombras. Un gemido la informó de que había dado en el blanco.

—Buena puntería —rio con voz ahogada Alucard, saliendo de su escondrijo y arrancándose la estaca del cuello, dejando correr la sangre a borbotones por su garganta.

—No pienso volvértelo a repetir, fuera de aquí —le amenazó ella.

El no-muerto escupió la sangre que se había encharcado en su boca y lanzó la improvisada y ensangrentada arma a los pies de la cama. Luego, con una exagerada reverencia educada y una sonrisa divertida, salió por la puerta.

No consiguió volver a dormirse, por eso agradeció la llegada del alba. Ahora sabía que el vampiro la dejaría en paz unas cuantas horas. Se levantó del mullido colchón y fue hacia la silla en la que había dejado su ropa la noche anterior tras la ducha, pero no la encontró, no estaba allí.

—Alucard —gruñó con enfado.

Entró en el baño y se envolvió en una toalla, la más grande que encontró, que por desgracia no era mucho. No pensaba pasearse por el lugar en ropa interior, aunque envuelta en una toalla la imagen no mejoraba mucho. No le costó encontrar la salida de los sótanos, ahora lo complicado era llegar al despacho de Íntegra. Una cosa era cierta, si no lo buscaba, no lo encontraría. Los pasillos y escaleras se sucedían continuamente, hasta que llegó un momento en el que se sintió perdida en aquel edificio. Comenzó a agobiarse al sentirse encerrada. En su camino, se cruzó con varios guardias, que le lanzaron miradas mal disimuladas de aprobación. Se sintió incómoda, y eso aumentó su enfado.

—No me gusta que mis subordinados se paseen envueltos en una toalla por las instalaciones —le dijo Íntegra con severidad saliendo de una sala.

—Me ofendes si crees que a mí sí, pero mi ropa ha desaparecido —explicó Blake con seriedad.

—Habrá sido cosa de Walter, estaba hecha un desastre. Te llevaré hasta él —la mujer la guio por los pasillos—. Aun no me has dicho tu nombre.

—Blake.

—¿Blake qué?

—Blake y nada más.

La mujer no insistió y no comentó nada al respecto. Entraron en un enorme salón en el que un mayordomo de pelo moreno, ya algo grisáceo y atado en una cola baja, dejaba una bandeja de pastas.

—Buenos días Walter, te están buscando —anunció la mujer.

—Buenos días lady Íntegra —saludó el mayordomo— ¿Puedo servirla en algo?

—Mi ropa ha desaparecido —se adelantó Blake con impaciencia.

—¡Oh! Culpa mía, lo siento, me la llevé para lavarla e intentar arreglarla —contestó Walter recolocándose el monóculo—. Se la habría devuelto ya, pero me temo que no está lista. Esperaba que descansara un poco más.

—Pero yo la dejé en la silla antes de irme a dormir... —comenzó la chica.

—Walter puede llegar a ser muy sigiloso —Íntegra sonrió.

—Debió de ser antes de que Alucard apareciera, desde entonces no he pegado ojo —gruñó.

—¿Alucard estuvo en tu habitación? —le preguntó la mujer.

—Sí, dos veces. Si vuelve a aparecer no me hago responsable de lo que pueda pasar.

—Hablaré con él —aclaró Íntegra con la mirada sombría—. Tu respeta el trato.

—Señorita, si me permite, le proporcionaré ropa para que pueda ir a recoger sus cosas.

—Gracias. También me gustaría que me devolvieran mi armamento y unas llaves que había en mis pantalones —pidió Blake, intentando ser amable.

—Por supuesto —contestó el mayordomo.

—¿Tardarás mucho en regresar? —le preguntó Íntegra, inquisitiva.

—Dependerá del tráfico —Blake se encogió de hombros.

Walter la llevó a una pequeña habitación, llena de taquillas y armarios de metal mate. El hombre revolvió en uno de los armarios y sacó de él unos vaqueros, una sudadera gris y unas deportivas.

—Espero que sea de su agrado —le dijo el mayordomo dándole las prendas y dirigiéndose a otro armario.

—Cualquier cosa que suponga no ir envuelta en una toalla es de mi agrado —repuso ella quitándose la toalla y comenzando a vestirse.

—Aquí tiene su armamento —le tendió su P3OO, la Walter P99 y su cuchillo—. Me he tomado la libertad de modificarlas para que tengan un mayor alcance y fuerza de impacto.

—No tenías por qué hacerlo —agradeció Blake examinándolas—. Ya funcionaban bastante bien.

—Quizás, pero no lo suficiente, las cacerías que aquí llevamos a cabo no son como las que usted conoce.

Blake asintió, cogiendo las llaves que el hombre le tendía.

...†...

Íntegra entró en su despacho y miró una de las esquinas, que permanecía en las sombras.

—Creo que dejé claro que no molestaras a la nueva adquisición —gruñó la mujer cruzándose de brazos con enfado.

—Simplemente observaba, vigilaba, como ordenasteis —contestó el vampiro saliendo de la oscuridad—. Pero está siempre alerta, tiene buen instinto. Aunque es muy excitable, no pensé que reaccionaría así.

—Por eso mismo no quiero que te dediques a espiarla por las esquinas cuando te venga en gana. No quiero otro enfrentamiento directo. Y hay una ligera diferencia entre vigilar y espiar.

—Puede que tan ligera que no le de importancia —Alucard se encogió de hombros con indiferencia.

—Blake ha vuelto a la ciudad para buscar sus pertenencias. Quiero que la sigas y averigües todo lo que puedas: dónde vive, cómo vive, cómo se mueve entre los humanos...

—¿Eso no es espiar? —rio el vampiro, socarrón.

—Es una orden —zanjó Íntegra, él asintió con una reverencia, dispuesto a marcharse—. Y Alucard, yo no subestimaría a esa chica, tengo la sensación de que es más de lo que aparenta. Te iría bien, por una vez, obedecer y no jugar con fuego.

—No se preocupe —los ojos del no-muerto centellearon—, el fuego ya no puede quemarme.

...†...

La zona circundante a la lujosa mansión era en su mayoría parques verdes muy cuidados. El coche los pasó con rapidez. Tras los cristales tintados el día parecía más triste y oscuro de lo habitual.

—¿Vive cerca de aquí? —le preguntó el chofer mirándola con una educada sonrisa por el retrovisor interior.

—Ni siquiera sé dónde estoy —se limitó a contestar sin mirarlo.

Pasados quince minutos los primeros edificios de Londres aparecieron ante ellos, y pudo ubicarse.

—¿Dónde quiere que la deje? —volvió a preguntar el conductor.

—Con que pares a tres manzanas ya me va bien —contestó la joven revisando su nueva munición.

—¿Cree que la va a necesitar?

—Nunca se sabe, y mi madre siempre me decía que los callejones oscuros no eran lugar para señoritas indefensas —sonrió ella divertida.

El coche se detuvo y la joven bajó del automóvil, metiendo ambas manos en el bolsillo delantero de la sudadera, que le venía grande, y disimular así el bulto de la pistola.

—¿Quiere que venga a recogerla dentro de un rato? —preguntó el chofer.

—No será necesario, ahora que sé el camino podré volver sola —el hombre la miró escéptico—. Tranquilo, poseo medio de transporte propio.

Dicho esto, el coche se perdió entre el denso tráfico de la ciudad. Comenzó a caminar, le quedaba un largo trecho por recorrer, pero prefería tener tiempo para reflexionar y hacerse a la idea de su nueva situación. Jamás se le hubiera ocurrido asociarse con un humano, se consideraba alguien errante, no solía permanecer mucho en un mismo lugar. No dejaba que el rastro de su padre se enfriara demasiado. Aunque puede que después de todo, el trato que había contraído le sirviera para llevar a cabo su cometido. Tenía armamento y cobijo, y lo más importante, tendría información y medios eficaces para seguir recabándola ¿Qué más podía pedir? Además, Íntegra ya le había dicho que sería algo temporal.

Sin darse cuenta, su paso ligero la había llevado a las oscuras callejuelas próximas a su casa. Prefería zonas conflictivas para instalarse, en donde las armas no eran vistas como un complemento extraño. Allí nadie le prestaba demasiada atención a las idas y venidas de los vecinos.

—¡Ey guapa! ¿Te has perdido? —un chico vestido con una chupa de cuero y numerosos piercings salió de un andrajoso portal.

Blake lo ignoró y siguió su camino, no sin percatarse de que había más gente espiando desde las esquinas. Encontraba muy gracioso el hecho de que algunos humanos le tendieran emboscadas, sobre todo cuando en su error, se daban cuenta de que ella no era "normal". Aquel miedo en sus ojos la hacía sentirse fuerte, poderosa, le hacía ansiar más. Y por ello tenía miedo, se sentía sucia, porque sabía que si no iba con cuidado, si se dejaba llevar, terminaría siendo como aquello que odiaba y cazaba. La oscuridad siempre estaba al acecho, susurrándole al oído, tentándola. Y sabía que no podía permitirse un error, porque si cruzaba la línea ya no habría vuelta atrás.

—Es de mala educación no responder —la regañó otro hombre que apareció por una esquina mientras sacaba una navaja de proporciones considerables.

—Más te vale no gritar y darnos lo que lleves encima —le amenazó el primero acercándose a ella también.

—Más os vale a vosotros iros por donde habéis venido. Hoy no estoy de humor para jugar —respondió ella sin detenerse y sin mirarlos.

—¡Uuuuuh! Vaya con la gatita —se mofó el hombre de la navaja colocándose a su lado.

Blake, aún con las manos en el bolsillo de su sudadera, cogió con fuerza la culata de la pistola. Ya sabía qué iba a pasar a continuación. Sacaría el arma con rapidez, aquellos dos idiotas la verían y ambos desaparecerían con rapidez como alma que lleva el Diablo.

—Venga, no molestéis a la señorita —rio una voz fría que hizo eco en el callejón.

El asaltante de la navaja se paró en seco al ver cómo le apuntaban entre los ojos, prácticamente a quema ropa, con una pistola de gran tamaño que sujetaba un hombre salido de la nada.

—¡¿Qué cojones?! ¡¿De dónde has salido?! —asustado, el hombre retrocedió y salió corriendo, seguido de su compinche— ¡¿Tú lo has visto acercarse?! —le gritó a su compañero, sin poder comprender qué acababa de pasar.

—Sé cuidarme sola —gruñó Blake, mirando al vampiro con desagrado.

—Tienes una extraña manera de dar las gracias —sonrió él, guardando el arma en el interior de su americana.

A la luz del día Alucard había optado por lucir un traje de color negro hecho a medida y obviamente muy caro. Le quedaba como un guante y conjuntaba bien con sus gafas vintage de cristales rojos, y la melena lacia y azabache hasta los omóplatos que llevaba. Todo el conjunto no iba a hacer que pasara desapercibido en la ciudad, aunque estaba claro que eso al vampiro le daba absolutamente igual. Y para colmo Blake tuvo que admitir que su porte de lord ingles era verdaderamente magnético. En esos momentos, de querer, el vampiro podría llevarse tantas mujeres y hombres a su guarida como quisiera, solo con una sonrisa, sin apenas recurrir a los poderes de persuasión tan famosos de su especie.

—Lárgate, ¿no deberías tener la cabeza metida tu ataúd? —le dijo ella con desprecio— Los vampiros no pueden estar bajo el sol.

—Error. Los vampiros puros podemos estar bajo el sol. Simplemente no nos gusta, detestamos su luz, nos debilita —explicó el vampiro—. Qué decepción que no sepas eso.

—A mí lo único que me importa, es que de día, desaparecéis. Vuestras razones me dan igual. Así que esfúmate.

—Me temo que no puedo complacerte, tengo órdenes —contestó escuetamente.

—¿Qué os creéis? ¿Qué me voy a escapar? No soy tan imbécil, además el trato me parece bien, por ahora.

—Yo solo cumplo órdenes. Y tengo curiosidad por saber cómo vive alguien como tú —los ojos del vampiro brillaron bajo el sol, tras las gafas de cristal rojo.

Blake se limitó a soltar un gruñido, estaba claro que no conseguiría quitárselo de encima. Alucard la siguió, disfrutando del aroma que desprendía la chica.

...†...

Llegaron a un edifico viejo y destartalado, que tenía la puerta principal colgando de sus goznes.

—¿Vives aquí? —Alucard miró el edificio con una mueca de asco, en el rellano del edificio había un yonki inconsciente, aún con la jeringuilla enganchada al brazo.

—Más que vivir, estoy de paso. Siempre estoy de paso —contestó la chica subiendo las sucias escaleras.

—Mira por donde eso va a cambiar una buena temporada.

—Que bien —se limitó a decir ella.

Subieron hasta el tercer piso y se pararon ante una puerta astillada. Blake sacó de su bolsillo una llave colgada de un llavero plateado en forma de medialuna.

—Quédate fuera —le dijo la chica al abrir la puerta.

—¿No me vas a dejar ver tu guarida? ¿Eres de esas que dejan su ropa interior esparcida por todos lados? Si es así, estaré encantado de ayudarte a recogerla —comentó el vampiro divertido.

La muchacha le cerró la puerta en las narices con fuerza. Respiró hondo, sabía de sobra que lo que buscaba el no-muerto era provocarla, pero no iba a caer. Y también sabía que una puerta no iba a impedirle la entrada. Así que se movió con rapidez. Sacó del armario una bolsa de deporte y comenzó a meter en ella la poca ropa que poseía, su armamento auxiliar, que constaba de unas navajas, y sus objetos personales: dos libros y una pequeña muñeca de trapo, ajada y descolorida. Rebuscó en el bolsillo del pequeño delantal de la muñeca y sacó de él su relicario de plata, en el que había grabado el dibujo de una mariposa. Lo apretó con fuerza en su mano, y luego se lo colgó al cuello.

—Curioso que alguien de tu edad posea algo tan infantil —rio Alucard al ver la muñeca que sostenía, tras inspeccionando la oscura habitación de una sola ventana, pequeña y tan sucia que el exterior apenas se podía ver.

—Lo que tenga o deje de tener no es asunto tuyo —contestó ella cerrando la bolsa de deporte tras meter la muñeca.

—¿Nos vamos ya?

—Nos iremos cuando yo diga que nos vamos. Si tienes prisa, te jodes. Puedes irte sin mí en cualquier momento —Blake cogió el montón de ropa que había dejado fuera de la bolsa y se metió en el pequeño baño del apartamento.

Alucard sonrió, esa vampiresa era más divertida e interesante que Ceres, que era demasiado sumisa y apenas pronunciaba queja alguna. A los pocos minutos Blake salió ataviada con unos vaqueros, unas botas militares negras de media caña, una camiseta negra, una cazadora oscura de cuero y el pelo veteado de blanco recogido en una coleta alta. Se metió el relicario por dentro de la camiseta al acercarse a la cama en la que descansaba su bolsa. El vampiro no pasó por alto como este se escurría entre ambos pechos de la joven. A pesar de que la camiseta llevaba muy poco escote, Alucard pudo ver que aun siendo menos exuberantes que los de Ceres, eran igual de firmes y bonitos. La chica se envolvió el cuello en un pañuelo de caza negro y gris, y se echó al hombro la bolsa de deporte.

—¿Algún problema, sanguijuela? —la chica miró al vampiro con desagrado al notar que este hacía rato que no le quitaba los ojos de encima.

—¡Para nada! Simplemente disfruto de las vistas —contestó él alzando una ceja con una sonrisa pícara.

Blake lo fulminó con la mirada y sacó de debajo de la cama un casco de moto negro. Cuando pasó muy cerca del vampiro para salir del apartamento, pudo escuchar como él aspiraba el aire a su paso.

—Deja de olisquearme como si fuera un chuletón —se quejó la vampiresa.

—No sabía que eras consciente de tu olor —el no-muerto la miró atónito.

—¿Cómo no iba a ser consciente después de tantos años? Sois como perros persiguiendo un puto hueso —le espetó—. Pero he aprendido a usarlo en mi beneficio.

—Como ayer noche —resopló divertido.

—Exacto. Venís solitos y de buen grado a morir.

—Sí me dejaras morderte, yo también moriría de buen grado —le dijo él en un susurro acercándose a ella, hasta que apenas unos pocos centímetros separaban sus cuerpos.

Blake le sostuvo la mirada, entonces Alucard se percató de que ella sujetaba una navaja a la altura de su entrepierna.

—No creo que la uses pero... yo de ti, mantendría las distancias... un vampiro eunuco seguro que le hace gracia tanto a monstruos como a humanos —le amenazó ella en un susurro.

La chica salió del apartamento.

—Sabes que volvería a crecer, ¿no? Tanto como yo quisiera —rio él desde lo alto de la escalera.

La vampiresa se limitó a levantar el brazo y alzar el dedo corazón. Al llegar a los buzones, la joven desenganchó la llave de la casa del llavero y la metió en uno de ellos, junto con un sobre con algunas libras. Luego salió del edificio y se internó en un pequeño callejón paralelo a la finca, del que sacó una enorme moto negra. Blake se subió en ella, se ajustó el casco y arrancó la moto que rugió con fuerza. Alucard miró el vehículo con desagrado.

—¿No es muy grande para ti? —se mofó.

—Es rápida, y me gustan las cosas potentes —se limitó a contestar ella con una sonrisa desafiante.

—Me lo estás poniendo en bandeja... —rio el vampiro—. Aun así, es una vergüenza que alguien nacido de la noche se tenga que desplazar en una máquina humana.

—Yo no soy una hija de la noche —gruñó Blake bajando la oscura visera del casco y acelerando la moto, de forma que la rueda trasera derrapó e hizo girar con rapidez al vehículo.

—Sí que lo eres, y más de lo que crees —murmuró el no-muerto mientras veía desaparecer la moto entre los edificios.

...†...

Se detuvo frente a un pequeño restaurante, situado cerca de Gracechurch St, con lo que siempre recibía clientela de los trabajadores de la zona o de los turistas que visitaban la ciudad, ayudando al humilde negocio a salir adelante. Dejó la moto cerca de la entrada sin molestarse en ponerle el candado, no tardaría mucho, o eso esperaba.

Sonó la campanilla situada en el marco de la puerta cuando Blake entró en el local. El dueño levantó la vista y le sonrió desde detrás del mostrador.

—Llegas pronto —el hombre le hizo un ademán para que se acercara—. Tu turno no empieza hasta dentro de tres horas.

—Lo sé.

Miró el lugar con calma, intentando retener todos los detalles del acogedor restaurante.

—¿Te preocupa algo? Sabes que si tienes algún problema solo has de pedirme ayuda —le dijo Peter una vez hubo llegado hasta él.

—Sabes... sabes que al llegar te dije que solo estaría unos meses —comenzó ella.

—Vienes a decirme que te vas, ¿cierto?

Blake asintió. No sabía por qué, pero se sentía triste, un nudo en la garganta le impedía expresarse con la frialdad que le hubiera gustado.

—Me ha surgido algo antes de lo previsto y... tengo que marcharme —intentó explicarse ella.

Peter le cogió la mano, de forma paternal.

—No hace falta que me des explicaciones —sonrió el hombre—. Todos tenemos nuestras razones para tomar ciertas decisiones. Además, ya me avisaste de antemano.

—Entonces creo que ya está todo dicho —Blake abrió la bolsa de deporte y sacó el uniforme de camarera.

—¡Sarah, Mary, Alex! —llamó el dueño— ¡Venid a darle una despedida a Carol!

De la cocina salió un chico joven de pelo rubio oscuro, y desde las mesas se acercaron dos chicas jóvenes y sonrientes.

—¿Te vas? ¿Ya? —le dijo apenada Sarah.

—Sí, las cosas se han complicado en casa... —contestó Blake.

—Pero prométenos que vendrás a visitarnos de vez en cuando —pidió Mary cogiéndole las manos.

—Lo intentaré... porque no sé si me voy a tener que ir muy lejos... y es una pena, las tortitas de Alex son irremplazables.

Las chicas rieron y la abrazaron con cariño. Eso era lo que le gustaba de aquel lugar, que todos eran como una pequeña familia. Una familia a la que había podido pertenecer un breve lapso de tiempo. Arrancó la moto dispuesta a regresar ya a la mansión Hellsing.

—¡Carol! ¡Espera un momento! —Alex salió apresuradamente del local.

Blake se lo quedó mirando un momento, aquella reacción le pareció extraña, porque el muchacho no había abierto la boca en ningún momento mientras se despedían.

—Bueno, esto... eh... creí que estarías más tiempo aquí.

—Sí, yo también, pero las cosas cambian con rapidez.

—Por eso, yo... —le alargó un pequeño papel en el que había escrito un número de teléfono— Si un día te apetece salir o algo, puedes llamarme cuando quieras.

—Oh, Alex —Blake miró el papel con pesar, durante todo el tiempo que trabajó en el restaurante temió ese momento, porque se había dado cuenta de cómo el chico solía mirarla—. Lo siento, pero...

—¡Ah! Bueno... la verdad es que he sido un poco estúpido, es normal que tú ya tengas...

—No te precipites. No tengo ningún novio, ni ligue, ni nada por el estilo —Blake le sonrió con cariño—. Es complicado de explicar, pero no puedo comprometerme con nadie, no mientras no solucione los problemas que tengo en casa y que no sé a dónde me llevarán.

—Suerte entonces —le sonrió Alex—. Espero que todo te vaya bien y que vengas pronto a por mis tortitas.

—Descuida, lo haré encantada.

Le dio un fuerte abrazo, y se marchó, aun sintiendo aquel nudo enorme en la garganta.

...†...

Dejó la moto en el gran garaje que poseía la mansión, junto con los vehículos militares. Esperaba que los soldados no arañaran su moto, o se las tendrían que ver con ella.

—Carol la camarera, de todos los trabajos humanos de mala muerte que podías escoger, decidiste que camarera —rio con fuerza una voz a su espalda.

—De alguna manera tengo que costearme la vida —le dijo con hastío quitándose el casco.

—Hay maneras más fáciles, y propias de tu especie.

—Primero, tú y yo no somos de la misma especie. Y segundo, no pienso matar a humanos y suplantarlos —le espetó con rabia.

—Eso lo dices porque aún no lo has probado —le incitó Alucard.

—Antes prefiero arder en el infierno —contestó ella con el rostro sombrío.

—Eres mestiza, arderás en él de todos modos ¿Por qué no divertirse hasta entonces y que así el castigo valga la pena?

Blake salió del garaje con paso rápido y airado. No quería ver a nadie, ese maldito cadáver había conseguido sacarla de sus casillas.

—Ni siquiera utilizas tu verdadero nombre —Alucard le salió al paso en el pasillo— ¿Y qué me dices de ese humano? ¿En serio follas con mortales? Eso sí que es caer bajo, pero está claro que te viene de familia —rio él.

Blake sacó la pistola del interior de su cazadora y le colocó el cañón bajo la mandíbula.

—Una palabra más, y pinto las paredes con tus sesos —le hervía la sangre.

—Baja la pistola, Blake —Íntegra llegó hasta ellos con el semblante severo.

La joven obedeció y desapareció en dirección a los sótanos.

—Te aconsejo no cruzar la línea que ella te está marcando —le dijo la mujer.

—Me aburro. Solo me estoy divirtiendo. Por mucho que lo intente no podrá matarme, y ella lo sabe.

—Me da igual, no quiero que la mansión se convierta en un campo de batalla solo porque te divierta ponerla de mal humor ¿Queda claro?

—Cristalino —aseguró Alucard haciendo una pequeña reverencia.

Íntegra lo miró sin mucha convicción. La chica era su juguete nuevo, y obviamente le iba a costar no hacerle caso. Era como tener un hámster en una jaula y un gato bajo el mismo techo. Le hizo un ademán para que la siguiera y ambos caminaron en silencio hasta llegar al despacho.

—Infórmame —le dijo su Ama con seriedad y autoridad, sentándose en su mesa mientras se encendía un puro.

...†...

No se molestó en vaciar la bolsa de deporte, simplemente la metió en el armario de la habitación, y se fue a dormir, necesitaba recuperar el sueño perdido de la última noche. Y además estaba sumamente cabreada, solo quería estar a oscuras para poder relajarse. Unos golpes en la puerta le hicieron perder el sueño. Se levantó de la cama de mala gana.

—¡Déjame en paz de una puta vez! —se quejó ella— Que ahora hayas aprendido a llamar no te da derecho a entrar.

Un hombre mayor con un monóculo la miró con el ceño fruncido cuando la joven le abrió la puerta.

—¡Oh! Lo siento, creí que era Alucard —se apresuró a disculparse.

—Me lo imagino —sonrió Walter—. Venía a traerle algo de comer.

Blake reparó en la bandeja que el hombre llevaba en las manos, en la que había un poco de entrecot al punto con salsa finas hierbas, una ensalada y un trozo de pan recién hecho. Todo ello junto a una bolsa de sangre para transfusiones.

—No tenías que haberte molestado —la joven cogió la bandeja con una sonrisa educada— De todas maneras, puedes llevarte la sangre.

—Por supuesto, la traje porque si le era necesaria.

—Tengo que haber recibido una soberana paliza para necesitarla. Aun así gracias, eres muy atento.

—Es mi deber —se despidió Walter con una inclinación.

En el tiempo que había estado fuera, habían reemplazado la mesa que ella rompió la noche anterior. Dejó la bandeja sobre ella, pero no probó nada, no tenía hambre, solo quería dormir hasta el día siguiente.

Abrió los ojos lentamente y gruñó, estaba claro que no la iban a dejar dormir del tirón. Se incorporó en la cama como impulsada por un resorte. Aquel olor, aquella peste. Cogió una de sus pistolas y salió de su cuarto con rapidez dando un portazo. No era posible que hubieran entrado en la mansión, ¿no se suponía que poseía una seguridad de primera? ¿Que sabían contra qué luchaban? Comprobó la carga de la P300 y salió de las mazmorras con paso rápido.

El aire nocturno le golpeó la cara cuando salió a los campos de entrenamiento. Notó la hierba mojada bajo sus pies descalzos. Los Gansos Salvajes, los mercenarios contratados por Hellsing a las órdenes de Pip, junto a los nuevos reclutas bajo evaluación, estaban a unos metros absortos en las instrucciones de su superior, el cual detuvo su charla al verla acercarse.

—¿Ocurre algo? —le preguntó el hombre.

Blake no contestó y siguió avanzando. Algunos soldados sonrieron con agrado al verla venir solo con una fina camisa de tirantes y unos pantalones de algodón cortos. La chica levantó el arma y disparó.

—¡¿Pero qué haces?! —los soldados se alejaron de ella asustados.

En el suelo gemía un chico castaño, que se agarraba el muslo sangrante.

—Avisad a Íntegra —ordenó Blake sin dejar de apuntar al joven—, tenemos un topo.

Los soldados la miraron de hito en hito con incredulidad.

—¡Moveos! —rugió.

A los pocos minutos aparecieron tres hombres seguidos de Íntegra y Walter. La mujer miró la escena con enfado.

—¿Qué significa esto? —preguntó con tono autoritario.

—Tu guardia es una birria, ha dejado pasar a uno de ellos como si nada —contestó Blake con seriedad.

—¿Uno de ellos? ¿Un vampiro artificial? Por la forma en que sangra es indudable que es humano —juzgó Íntegra con dureza.

—Apesta a artificial, lo he olido desde mi habitación —respondió la joven con una mueca de asco—. Sin duda se ha mezclado con esa chusma.

Los soldados se miraron confusos y respiraron con fuerza sin notar ningún olor extraño o repugnante.

—Me temo que ese argumento no tiene fundamento para mi —Íntegra la miró sin que decreciera su enfado.

—Entonces llama a tu perro, y él te lo confirmará.

—Su perro ya está aquí, y lo confirma —Alucard llegó junto a ellos seguido de Ceres, que miraba la escena con alarmismo.

—Yo no noto nada —Ceres olisqueó el aire.

—Y no lo notarás hasta que empieces a alimentarte como una de tu especie. Si no sabes cómo sabe, no sabes cómo huele —le dijo su amo con dureza.

Íntegra miró al vampiro con el ceño fruncido, no estaba segura de si lo que decía era cierto o solo quería darle la razón a la joven por pura diversión. De todas maneras, si era o no un espía, lo averiguarían pronto.

—Lleváoslo a las celdas —ordenó Íntegra.

Dos soldados cogieron al joven herido y se lo llevaron hacia la mansión. Ceres miró al supuesto espía, ella no le notaba nada extraño, quizá la vampiresa se había equivocado. Aunque por otra parte, si Alucard le daba la razón...

—Tienes mucho que aprender —le dijo el vampiro con seriedad, podía escucharla pensar.

—Sí, Amo —contestó ella bajando la cabeza, avergonzada.

A Blake ese comportamiento le revolvió el estómago. Nunca le había gustado la sumisión. El trato vejatorio y abusivo que existía entre vampiro y aprendiz. Gruñó mirando a los dos vampiros y se dio la vuelta en dirección a la mansión, quería estar en el interrogatorio.

Alucard la vio marchar, y con tan poca ropa y el pelo recogido, pudo ver en su espalda unas marcas, cuatro para ser exactas. Una a la altura de cada omóplato, y dos paralelas un poco más abajo, casi ocultas por la camisa. Eran oscuras, como si hubiera recibido un zarpazo a cada lado de la espalda y del que se extendía una infección negra por los capilares superficiales de la piel. Eran extrañas, y al mismo tiempo al vampiro le resultaron interesantes, atractivas. Era como ver la oscuridad intentando extenderse para devorar la vida.

—Las marcas de tu espalda... son curiosas, pero no tienen buena pinta. Quizá alguien debería examinarlas más de cerca —le dijo caminando a su lado, alargando una mano hasta rozar uno de los tirantes de la camisa de la chica, para bajarlo por su hombro.

—Tócame, y te reviento los huevos —lo amenazó apuntando a la zona con la pistola que aún llevaba en la mano.

—¿Pero qué te han hecho mis huevos? —se exasperó él, divertido— ¿O es que tienes miedo de lo que pueden llegar a hacerte sentir si me das una pequeña oportunidad?

Alucard se inclinó sobre ella. Hasta ese momento no se había percatado de lo alto que era el vampiro. Le sacaba casi dos cabezas enteras. Sus rostros habían quedado tan cerca, que podían tocarse nariz con nariz.

Sonó un fuerte disparo y el hombre cayó al suelo con un grito de dolor, llevándose las manos a la entrepierna, que sangraba en abundancia. Los mercenarios que habían visto la escena ahogaron gritos de asombro y horror, encogiéndose de dolor por empatía, compadeciéndose de Alucard. La chica miró el arma con aprobación, desde luego las modificaciones en la potencia que le había hecho Walter eran dignas de admiración.

—¡Amo! —Ceres se agachó junto a él sin saber qué hacer.

—Te lo he advertido —le dijo la vampiresa continuando su camino a la mansión.

—¡Blake! —le gritó Íntegra a lo lejos con furia.

Había visto la escena, sabía que Alucard tenía la culpa, pero ese comportamiento debía terminar por ambas partes.

El vampiro seguía retorciéndose en el suelo. Hija de puta. Le había sorprendido que la vampiresa finalmente le disparara, sobre todo estando presente Íntegra. Entre los gemidos se le escapó alguna risotada. Blake era tan imprevisible... eso le encantaba, le resultaba excitante.

—Amo... —gimió Ceres poniéndole una mano en el brazo.

—Aparta soldado —la empujó lejos de él.

Finalmente se levantó cuando la zona se hubo regenerado.

—Vamos, la noche solo acaba de comenzar —le dijo a la expolicía camino a la mansión.

Él también quería estar presente en el interrogatorio. Si se iba a encargar la mestiza, quería verlo de primera mano.


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