CAPITULO III
Blake esperó en el pasillo en silencio, apoyando la espalda en la pared. Había aprendido a ser muy paciente en sus cacerías, a veces había que esperar horas, o días, para que un vampiro abandonara su guarida. A las tres horas, Íntegra, Walter y un hombre con una larga trenza castaña y un parche sobre el ojo izquierdo, salieron de la habitación en la que habían metido al espía. La mujer no la había dejado entrar tras haberle pegado un tiro a Alucard, a modo de sanción.
—¿Y bien? —preguntó la joven.
—No ha dicho nada —contestó Íntegra, Blake alzó una ceja sorprendida—. Se ha mantenido en silencio.
—¿Incluso bajo tortura? ¡Vaya! Por como gimoteaba por su pierna pensé que se derrumbaría enseguida.
—¿Quién te ha dicho que lo hemos torturado? —la mujer le dio una calada a su puro.
—Mi interrogatorio no fue precisamente agradable —recordó la mestiza con una fugaz mueca.
—Tú no eres humana —sonrió con crueldad—. Esperaremos un poco, y si cuando retomemos el interrogatorio no pone de su parte... entonces lo de su pierna será la menor de sus preocupaciones.
—¿Puedo encargarme yo?
Íntegra la miró escéptica, cogiendo el puro con los dedos.
—¿Por qué debería permitírtelo?
—Porque estoy en periodo de prueba y querías saber qué soy capaz de hacer. Y porque lo he cazado yo —Blake se cruzó de brazos y sonrió con autosuficiencia.
—De acuerdo, todo tuyo. Sorpréndeme —la mujer se hizo a un lado y con un ademán la invitó a entrar en la sala.
La habitación en la que tenían al humano era bastante parecida a la que Blake había tenido como prisión. También era oscura y de piedra, solo poseía una pequeña fuente de luz en forma de bombilla sobre un colchón sucio tirado en el suelo, del que sobresalían varios muelles. En el otro lado había un cubo metálico, para que hiciera allí sus necesidades. El chico levantó la vista y al reconocerla se puso tenso. Íntegra, Walter y Pip se mantuvieron lejos, junto a la puerta.
—Buenas noches —saludó ella sentándose en el suelo frente al chico, que no contestó—. Han parado la hemorragia por lo que veo —señaló la gasa manchada de sangre que envolvía torpemente, y de forma provisional, su muslo—. Siéntete afortunado, cuando yo llegué no recibí un trato tan civilizado —miró por encima de su hombro a Íntegra y compañía—. Tres tiros y no movieron ni un dedo para evitar que pudiera desangrarme.
El muchacho siguió en silencio, evitando mirarla a la cara. Podía ver lo nervioso que estaba, como le hubiera gustado fusionarse con la pared de piedra en la que se apoyaba hasta que ella se marchara.
—Por mucho que lo desees, no me voy a ir hasta que respondas las preguntas que tú, muy descortésmente, has decidido ignorar —prosiguió ella con una sonrisa siniestra—. Podemos hacer esto por las buenas, o podemos hacerlo por las malas. Alucard no es el único monstruo que vive entre estos muros.
La chica ensanchó su sonrisa al comprobar que el espía tragaba saliva muy imperceptiblemente, intentando disimular su creciente temor, más hacia Blake que hacia lo que en verdad le decía. La joven inspiró con fuerza, intentando centrarse, intentando no cruzar la línea y hacer oídos sordos a la vocecilla que le decía cómo comenzar a destriparlo sin que muriera a los pocos minutos, y que así pudiera responder mientras ella comenzaba el festín. Parte de esa lucha interna debió de reflejarse en su mirada, porque el humano perdió todo el color que le quedaba en el rostro.
—No te me acerques —musitó él con voz ahogada.
—¿Por qué?
En un segundo estuvo frente al chico, que ahogó un grito mientras ella lo cogía del mentón con fuerza.
—¿Acaso te doy miedo? —preguntó con voz lastimera.
Íntegra miró aquello con asombro, era muy rápida, se había movido en lo que se tardaba en parpadear. La vampiresa estaba tensando tanto el ambiente, que hasta casi podía sentir temblar las sombras de la habitación, entre las que se encontraba Alucard, oculto, disfrutando del espectáculo.
—Dinos todo lo que sabes. Ahora —Blake habló con voz casi gutural—. O yo seré lo último que veas antes de ir al infierno.
El joven ahogó un gemido, e intentó levantarse y salir corriendo. Pero la vampiresa se lo impidió con facilidad.
—Craso error —le dijo ella enseñando sus colmillos, con enfado.
Apretó la rodilla de la pierna herida hasta que los huesos se partieron y atravesaron la carne. El espía gritó y lloró. Blake, con la mano manchada de sangre le pintó toda la cara.
—Hoy recordarás porqué de pequeño tenías miedo a la oscuridad —le susurró.
Le puso la mano en la frente clavándole las yemas de los dedos. El humano puso los ojos en blanco y comenzó a gritar con horror.
Pip miró la escena inquieto y horrorizado. No sabía qué le estaba haciendo exactamente, pero sabía que era algo malo, algo que él jamás querría experimentar. Vio como Blake inclinaba ligeramente la cabeza de un lado a otro, con un movimiento fluido, como si fuera una serpiente, como si estuviera buscando y hurgando en la mente del muchacho que no paraba de gritar.
Alucard sonrió. Podía sentir la oscuridad de la chica, el veneno nocturno que corría por sus venas mestizas. Su corazón se aceleraba por momentos ante el espectáculo, que le excitaba sobremanera.
Entonces todo acabó de golpe. Blake soltó al joven, como si quemara, y se levantó.
—Dejadle que se recupere un poco y os contará hasta cuando dejó de mearse en los pañales —les dijo saliendo de la sala, con los hombros caídos y la vista baja.
—¿Qué le has hecho? —Íntegra la cogió bruscamente del brazo para evitar que se fuera.
La vampiresa giró el rostro en el acto, y miró a la mujer. Sus ojos negros, ahora eran grises, y tenía la mirada perdida y turbia.
—Echarle imaginación —respondió con la respiración algo agitada—. Enseñarle los horrores que solo los monstruos conocemos.
Íntegra soltó su brazo y la dejó marchar, inquieta. En esos momentos era como si delante suya no estuviera Blake, si no otra cosa que por suerte se estaba yendo. Cuando la vampiresa salió de la sala, el espía aún seguía lloriqueando en el suelo, encogido, se había meado encima y efectivamente a las pocas horas les contó todo lo que querían saber. Después se lo dieron de comer a Alucard y que así absorbiera sus recuerdos, por si había decidido omitir algún detalle.
...†...
Pip Bernadotte golpeó rítmicamente con los nudillos la puerta de madera. Blake la abrió lo justo para ver de quién se trataba.
—¿Ha cantado?
—Como un ruiseñor —le sonrió el hombre.
—¿Y qué va a ser de él ahora? —preguntó la mestiza, aunque sabía de sobra la respuesta.
—Alucard hace rato que ya ha dado buena cuenta de él. Estaba como una verdadera moto después de ver tu interrogatorio a escondidas, así que nos ha ido de perlas para calmarlo.
Blake arrugó la nariz con desagrado. Ese vampiro era un verdadero animal.
—Sí, a mí también me ha resultado desagradable. No suele ser así, pero desde que has llegado, es como si lo que le queda de humanidad pendiera de un hilo —Pip torció el gesto.
—¿Eso ha de hacerme sentir mejor? —la joven alzó una ceja.
Ha decir verdad, a ella le pasaba lo mismo. Solo llevaba en esa mansión dos días. Y la oscuridad había pasado de susurrarle a prácticamente gritarle al oído. Lo que había pasado en el interrogatorio no lo había hecho nunca, ni siquiera sabía que fuera capaz de algo así, todo había sido puro instinto, y había estado a punto de matar a ese chico de buen grado. Había deseado tener la oportunidad de arrancarle la garganta con sus dientes, y fue en ese momento cuando decidió soltarlo.
—No, supongo que eso no te hace sentir mejor. Pero es bueno que lo sepas, para que lo evites todo lo que puedas —Pip se encogió de hombros—. Bueno, a lo que venía: mañana al anochecer te quieren en el edificio que hay junto al campo de entrenamiento de mis hombres.
—¿Para la prueba? —bufó Blake con hastío.
—Supongo que sí —le sonrió el hombre encendiéndose un cigarrillo—. Más te vale descansar bien, no te lo van a poner fácil.
—Gracias —gruñó cerrando la puerta.
Se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Llevándose las manos a la cabeza con frustración. No tenía miedo a lo que le esperaba, pero estaba preocupada de lo duro que podía resultarle no acabar hiriendo a alguien. Ojalá ese maldito vampiro no estuviera presente, sentía que cuanto más tiempo pasaba cerca de él, más cerca estaba de perder el control.
...†...
Al anochecer, Íntegra ya estaba esperando junto al edificio acompañada de Walter, como de costumbre.
—¿Crees que nos regalará un valioso espectáculo? —comentó Íntegra.
—Desde luego no decepcionará, hasta el momento no ha hecho más que darnos una sorpresa tras otra —respondió Walter.
—Y me preocupa llevarnos una desagradable cuando veamos hasta dónde es capaz de llegar —murmuró la mujer.
—No ha de preocuparse, usted ordénemelo y yo la pararé sin pestañear —Alucard apareció en la escena seguido de cerca por Ceres y Pip.
—Si no fuera porque has de obedecer ciegamente, albergaría mis dudas al respecto. A ninguno nos ha pasado por alto lo que te divierte verla en acción —Íntegra torció una sonrisa—. Por eso no has podido resistirte a venir.
El vampiro sonrió mostrando sus blancos colmillos.
—¿En qué consiste la prueba? —Blake había llegado hasta ellos sin que se dieran cuentan, aprovechando que estaban inmersos en la conversación.
—Es sencilla, hemos colocado diversos obstáculos en el interior de ese edificio —la mujer señaló la puerta de lo que parecía ser un almacén—. Has de superarlos sin cometer ningún error.
—¿Sólo eso? —Blake resopló— Estaré de vuelta enseguida.
La mestiza entró en el edificio desenfundando sus pistolas.
—Es una prueba absurda —comentó Alucard con una mueca de desdén, visiblemente decepcionado.
—Lo sé, pero tenía la intención de que subieras la dificultad —Íntegra subió los escalones que llevaban a una tarima desde la que se podía ver el interior del almacén sin techo.
—Será un placer, mi Ama —el vampiro hizo una pequeña reverencia mientras seguía a la mujer, sintiendo un hormigueo de emoción recorrerle el cuerpo.
—De pronto siento lástima por ella —Pip miró a Ceres con preocupación.
—Yo también.
—¡Vamos, mujer policía! —le gritó Alucard—. ¡No quiero que te pierdas esto, te irá bien para aprender!
La muchacha subió corriendo las escaleras seguida de cerca por el mercenario.
...†...
Aunque el edificio no tenía techo y estaba abierto al cielo nocturno, estaba sumido en la oscuridad. En su interior había pasillos largos que formaban una especie de laberinto lleno de habitaciones. Avanzó varios metros con sigilo, no parecía haber nada allí dentro, aunque tampoco estaba tranquila. Sabía que esa mujer tramaba algo, y para rematar, Alucard era uno de los espectadores.
Abrió una de las puertas, la habitación estaba vacía, pero cuando entró surgió de la nada una forma oscura. Blake levantó la pistola y disparó. La figura se partió en dos. Se acercó a ver de qué se trataba y suspiró con resignación al descubrir que era simplemente una silueta de cartón grueso. En las habitaciones contiguas sucedió lo mismo, hasta que llegó un punto en el que Blake no disparó, aburrida. Aquello era una pérdida de tiempo.
Algo susurró en su oído. Se giró sobresaltada pero no vio nada. A lo lejos, en la oscuridad del pasillo, algo se movió, algo que era incluso más oscuro que las sombras del lugar. Blake levantó las armas mientras su corazón latía cada vez con más rapidez y la adrenalina inundaba sus venas. Se giró a tiempo para disparar a la cabeza a una enorme bestia de ojos rojos, que se desvaneció.
—Alucard —gruñó con enfado.
Un silbido cruzó el silencio. Ahogó un grito de dolor cuando una enorme bayoneta se clavó en su hombro izquierdo, atravesándolo, haciendo que soltara la pistola. Dio la vuelta sobre si misma a tiempo para esquivar otra que se dirigía a su corazón. Al fondo del pasillo había una figura alta, al principio pensó que era Alucard. Entonces vio el brillo blanquecino del cristal de unas gafas.
—¿Quién...? —no conseguía distinguir sus rasgos mientras se arrancaba la cuchilla del hombro.
—Soy el mensajero de Dios en la tierra. Mi deber es destruir a todos los herejes que renieguen de la palabra del Señor. Aplastaremos sus cuerpos sacrílegos y sazonaremos la tierra con sus cenizas ¡Amén! —rezó aquella imponente figura.
Blake frunció el ceño y retrocedió unos pasos.
—¿Un sacerdote? ¿Qué cojones...?
Varias cuchillas cortaron el aire. La joven disparó y quebró varias de ellas, pero una de las bayonetas escapó. La vampiresa logró detenerla a pocos centímetros de su rostro atrapando el filo con su mano. La sangre comenzó a resbalar por su antebrazo, con un quejido tiró el arma a un lado.
—Muéstrate mensajero, no has de temer si Dios te protege —Blake buscó en las sombras al hombre, pero este había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.
Había algo a su espalda. Se dio la vuelta y disparó a quemarropa al atacante, que cayó pesadamente con una enorme herida de bala en el pecho. Con el corazón acelerado miró al hombre, era un realmente imponente, de metro ochenta y cinco de altura como poco. Al cuello llevaba un crucifijo de plata. Y por la cicatriz de su rostro de rasgos duros, ya había luchado contra otros monstruos. Por suerte para ella, esta vez no había resultado vencedor.
Sintió como unos afilados dientes atenazaron su pierna derecha, estirando de ella hasta tirarla al suelo. Blake golpeó a la bestia con la pierna libre, mientras esta sacudía con fuerza su pierna derecha intentando arrancársela, pero la cabeza del perro se dividió en dos antes de que el golpe llegara.
—¡Joder! —Blake puso un brazo frente a ella cuando la segunda cabeza se tiró a por su cuello.
El perro seguía sacudiendo las cabezas para arrancar la carne del hueso. La joven dejó escapar un grito de dolor mientras intentaba alcanzar alguna de las pistolas que había perdido en la caída. Pero por más que estiraba el brazo no lograba alcanzar ninguna.
—¡Maldito chucho! —reuniendo fuerzas le dio un puñetazo a la bestia partiéndole la mandíbula, liberando el brazo, y con la pierna logró darle varias patadas hasta que soltó su destrozada pierna derecha.
Giró sobre sí misma y se hizo de nuevo con una de las pistolas para disparar al monstruo que desapareció en las sombras antes de que pudiera apretar el gatillo. Escuchó el metal entrechocar sobre su cabeza. Tuvo el tiempo justo de colocar la pistola frente a ella y bloquear dos bayonetas, que entrecruzadas, rodearon su cuello, clavándose en el suelo acorralándola.
—¡Maldita sea! ¡¿Es que no morís nunca?! —gritó ella dándole una patada en la cara al hombre, partiéndole las gafas y la nariz, de manera que se alejó.
Con apremio desclavó una de las bayonetas del suelo para escapar y ponerse en pie, cojeando. Su pierna derecha aún no había sanado lo suficiente.
El sacerdote se lanzó sobre la vampiresa con un grito de rabia, la joven se preparó para encararlo, pero las fauces de la bestia se volvieron a lanzar contra ella al mismo tiempo, desde su espalda.
Apenas le daba tiempo a recuperar el aliento. Los golpes, los mordiscos y las cuchillas le venían de todas partes. Blake se esforzaba en reducir a los dos agresores con la pistola y el cuchillo, pero cada vez que los alcanzaba, resurgían de la nada completamente indemnes. Intentó no perder el control, se sentía flaquear, la oscuridad le tendía la mano para ayudarla, pero se negaba, tenía que salir del atolladero ella sola, como lo había hecho siempre. Gritó de dolor cuando dos bayonetas se clavaron en sus hombros, afianzándola en la pared.
—Este es tu fin, monstruo —le dijo el sacerdote sujetándole el rostro, antes de clavarle otra bayoneta en el estómago.
La sangre inundó su boca, su cuerpo no podía regenerarse con tanta rapidez, se estaba desangrando. Sabía que aquel hombre no era real, que era un truco, como los perros. Simples marionetas, sombras manejadas por otro. Atacándolos a ellos, no vencería. Entonces lo vio a lo lejos, entre la oscuridad, donde debería estar el techo, una silueta vestida de rojo que la miraba cual depredador, con una sonrisa cruel. Su imagen era apenas imperceptible, invisible a ojos humanos. Levantó la pistola y disparó.
Íntegra ni se inmutó cuando Alucard se desplomó a su lado, con un tiro en la cabeza.
—¡Amo! —gritó Ceres.
El sacerdote se desvaneció junto al monstruoso perro. Blake se arrancó las bayonetas y con paso tambaleante, consiguió salir del edificio, dejando un rastro rojo y goteante a su paso. La brisa nocturna acarició su rostro y se sintió aliviada, se dejó caer sobre la hierba fresca, esperando a que sus heridas se cerrasen, jadeando. Se sentía desfallecer, había perdido mucha sangre. Solo quería cerrar los ojos.
—Por un momento pensé que no superarías la prueba —sonrió Íntegra llegando a su lado.
Blake la miró con rabia. Con un gemido de dolor se incorporó, mientras taponaba con su mano la herida de su estómago. Pip se ofreció a ayudarla a caminar, pero ella le lanzó una mirada sombría y el hombre no insistió. Sin mediar palabra se dirigió a la mansión, a las sombras de su habitación.
Íntegra observó la sangre fresca que salpicaba el césped. La chica había demostrado una gran capacidad de aguante, reacción, ataque y defensa, aunque por un momento creyó que Alucard acabaría con ella, se había empleado a fondo, quizá demasiado. Pero había salido airosa, había mantenido la cabeza fría.
—¿Por qué Anderson? —la mujer se encendió un puro.
—Me pareció divertido —Alucard se encogió de hombros—. Quería ver si era capaz de controlar el miedo y soportar el dolor.
—Ha superado la prueba, aunque por poco la matas, y por el momento me interesa mantenerla con vida —concluyó la mujer.
—Creo que a mí también —sonrió el vampiro, marchándose.
—¿A dónde vas?
—A pedirle perdón... y a alejarme de toda esta sangre, me abre el apetito —le dijo.
—¿No quieres acabar lamiendo el césped? —se mofó su Ama.
—No quiero probarla, y querer más —se limitó a decir con el semblante serio.
...†...
Blake permaneció en su cuarto tres días, en un estado de duermevela febril, recuperando las fuerzas. No se había desangrado por poco, prueba de ello era su ropa ensangrentada tirada en el suelo y las sábanas prácticamente rojas de su cama, así como el rastro que había dejado en el suelo hasta ella. Y la única forma de recuperarse era estar en completo reposo. Por eso agradeció que nadie viniera a molestarla, aunque de vez en cuando tenía la sensación de que algo se movía en las sombras durante un momento, y de que alguien, inclinado sobre ella, la observaba con atención.
Llamaron a la puerta con suavidad. Se levantó de la cama torpemente tras ponerse algo encima, sentía las piernas adormecidas después de tantos días sin apenas moverse. Al otro lado estaba la persona a la que menos quería ver.
—¿Qué quieres? —no ocultó su desagrado al tenerlo allí.
—Pedirte disculpas. Me excedí —le dijo con tono sincero.
—¿Ahora? ¿Días después? —Blake lo fulminó con la mirada.
—Antes todo esto apestaba demasiado a tu sangre —el vampiro arrugó la nariz—. Más bien sigue apestando, pero es más soportable, ya no es fresca... No quería morderte mientras dormías medio desnuda.
—Pero bien que te has dedicado a espiarme.
—Te has dado cuenta —rio Alucard, divertido.
—No has sido muy discreto precisamente —lo miró sombría
—Tenía que comprobar que seguías viva.
Blake puso los ojos en blanco, hastiada.
—Ahora que por fin estás despierta... puedo decirte que tienes un aspecto horrible —le dijo fijándose en sus profundas ojeras moradas—. Necesitas sangre.
—Necesito que me dejes tranquila —se dispuso a cerrar la puerta.
El vampiro no se lo permitió.
—Perdiste demasiada sangre como para recuperarla solo durmiendo. Has de beber —insistió.
Blake hizo una mueca de desagrado, tenía razón, y cómo le fastidiaba eso.
—Vale, espérame aquí —con un suspiro de resignación cerró la puerta en sus narices.
Cogió ropa limpia y se duchó para quitarse la sangre reseca tras todos esos días. El agua caliente le fue bien, la relajó.
Alucard la esperaba fuera y la guio a la despensa. Subiendo las escaleras de los sótanos Blake se mareó. Ducharse con agua caliente con la anemia que acarreaba no había sido buena idea, menos aún subir tantas escaleras después de días sin moverse ni comer nada. Se sintió caer al vacío, a la oscuridad. Cuando abrió los ojos se encontró con otros rojos, que la observaban muy de cerca. El vampiro le sujetaba la cabeza en alto, para ayudarla a respirar, mientras clavaba suavemente sus dedos en su nuca, como masajeándola, ayudando a que el riego sanguíneo fluyera mejor.
—Te dije que necesitabas sangre —le sonrió, socarrón.
Con sus dedos fríos le acarició levemente la mejilla y la barbilla, cerca de sus labios. Blake se estremeció entre los brazos que la sostenían, perdiéndose en el mar de sangre de su mirada, que parecía arrastrarla. Y él se perdió en su aroma ahora que la tenía tan cerca y que esa vez, en lugar de excitarlo, le transmitió calma.
La ayudó a levantarse y le ofreció su brazo el resto del camino. La vampiresa accedió, seguía mareada. Entraron en la enorme cocina de la mansión y la travesaron, hasta llegar a una gran cámara frigorífica.
—Te tienen bien alimentado —comentó Blake soltando su brazo.
—No soy muy tratable cuando tengo hambre —el vampiro abrió la puerta, y lenguas de vapor helado les dieron la bienvenida.
—Tampoco lo eres cuando no la tienes —respondió ella, asomándose al interior, que estaba repleto de bolsas de sangre cuidadosamente etiquetadas.
—Ese es mi problema, siempre tengo hambre —le respondió seleccionando algunas de las bolsas de los estantes—. Sobre todo desde que estás aquí.
Al salir de la cámara y cerrar de nuevo la puerta, le pasó a la joven tres bolsas. "Sangre de res" decía la etiqueta. Él se quedó con otras tres, etiquetadas con diferentes grupos sanguíneos humanos.
—¿Has pensado en ponerte tapones para la nariz? —le propuso con burla.
Alucard chasqueó la lengua con desdén ante la ocurrencia.
"¿Y tú has pensado que tal vez no sea solo hambre de sangre lo que despiertas en mí?" Pudo escucharlo, en su cabeza, su voz grave y profunda, cuando había pasado a su lado, muy cerca, tanto que pudo sentir como él le olía el pelo antes de seguir su camino hacia el exterior de la cocina.
Blake se sonrojó, sintiendo que su corazón se aceleraba. Tragó saliva con manos temblorosas. Y sintió que volvía a marearse. Se apoyó en la encimera que tenía al lado, cerrando los ojos con fuerza, no quería volver a desmayarse.
—Deberías beber sangre humana, te recuperarías antes —le aconsejó el vampiro desde la puerta de la cocina.
—Prefiero morir —le espetó.
—Y es lo que harás si sigues siendo así de cabezota —Alucard se encogió de hombros.
Blake puso los ojos en blanco y lo siguió.
...†...
Sin saber cómo, acabaron sentados en el tejado de la mansión. Esa noche no había luna, solo un manto interminable de estrellas. Una extraña quietud reinaba en los jardines. La chica bebía distraídamente de su bolsa de sangre, ante la atenta mirada del vampiro. Tres bolsas de sangre y su olor seguía siendo embriagador, seguía teniendo hambre, tenía la sensación de que jamás podría sentirse saciado mientras ella estuviera allí. Era una mujer hermosa. Su pelo largo de color azabache caía sobre sus hombros pálidos, haciendo que su piel pareciera de porcelana. Lo que seguía llamándole la atención al vampiro eran los mechones blancos que rompían con el negro. Parecía que por ser mitad humana podía envejecer, aunque fuera a un ritmo mucho más lento.
—Deja de mirarme, me pones nerviosa —se quejó ella revolviéndose, incómoda al recordar lo que había leído en la mente del vampiro.
—¿Y qué quieres que mire? Esta noche no hay luna, y con lo pálida que sigues estando por querer beber esa porquería animal, eres lo más parecido a ella.
Blake lo encaró de mal humor, dispuesta a responder. Pero se topó con la sonrisa del no-muerto. Y no era cruel o burlona, era sincera, calmada. Visto así incluso parecía encantador, parecía humano.
—¿Es un cumplido? —Blake alzó una ceja sin convicción.
Pero Alucard no contestó, se limitó a seguir sonriendo mientras volvía la mirada al cielo nocturno.
...†...
Walter entró corriendo en el despacho con un informe en la mano y el monóculo colgando del extremo de la cadena que lo mantenía unido a su oreja izquierda. Se topó con la esbelta mujer de cabellera rubia.
—¡Lady Íntegra! Nos han llegado informes de que un vampiro ha atacado unos grandes almacenes —el mayordomo la miró con preocupación.
—¿Qué categoría tiene? —preguntó ella.
—Creemos que es artificial, se han encontrado dos niños convertidos en zombis.
—Bien, manda a un grupo de soldados para que aíslen la zona y eliminen a los zombis antes de que abandonen el edificio —ordenó Íntegra—. No podemos permitir que cunda el caos entre los civiles. Que piensen que es solo un simple secuestro terrorista.
—¿Y el vampiro? —Walter la miró expectante.
—Que se encargue Blake, aún no ha anochecido —sonrió ella—. Ha demostrado ser bastante eficaz en la evaluación. Veámosla al fin en una misión real.
Parecía que finalmente alguien como la mestiza iba a ser realmente útil.
...†...
La vampiresa comprobaba su armamento y revisaba la munición de repuesto. Estaba de muy mal humor. Íntegra no le había dejado que fuera en moto. Y por ello ahora tenía que soportar el traqueteo del vehículo militar y las miradas no disimuladas de los soldados, que no le quitaban los ojos de encima.
—Alegra esa cara, ¡nos vamos de caza! —le sonrió Pip, con un cigarrillo en los labios.
—Vuelve a hablarme como si fuera Alucard y te arrancaré la lengua —Blake lo fulminó con la mirada.
La sonrisa del hombre desapareció en el acto, y no volvió a hablar con la chica en todo el trayecto. El edificio estaba rodeado por coches de policía, furgonetas de los medios de comunicación y un centenar de curiosos.
—Según informes creemos que el vampiro está rondando los pisos a partir de la tercera planta, que es la zona donde los zombis empiezan a amontonarse. Accediendo a las cámaras de seguridad del edificio hemos localizado un grupo de supervivientes atrincherados en el segundo piso —informó Pip al grupo—. Quiero a diez hombres en la planta baja del edificio, nada baja sin que nos aseguremos de que es humano y está limpio ¿De acuerdo? El resto repartiros en dos grupos de siete y comenzaremos a limpiar los pisos del primero al último, y les despejaremos el camino al grupo de supervivientes, si es que consiguen aguantar el tiempo suficiente. Blake vete con uno de los dos grupos, el que prefieras.
—¿Con siete hombres? —la vampiresa resopló—. Trabajo sola, no soy la niñera de nadie.
—Corrección: trabajabas sola. Y son los mejores, es muy probable que tengan que ser ellos quienes te hagan de niñera —sonrió el chico con orgullo— ¡Y ahora vamos! El tiempo corre.
Tras asegurarse que la planta baja estaba limpia, fueron a las escaleras eléctricas que estaban paradas, y desde donde se veía el parpadeo de las luces del piso superior. Blake podía escuchar los sollozos de los supervivientes desde allí.
—Adelante —ordenó Pip encendiendo el comunicador de su oreja.
El resto de los soldados lo imitaron y comenzaron a subir por las inmóviles escaleras. No parecía haber nada en el primer piso. Aun así lo recorrieron entero, pasillo a pasillo, cubículo a cubículo. Miraron entre las perchas, los probadores, las escaleras de emergencias, cualquier hueco en que pudiera caber un cuerpo humano. Solo encontraron tres zombis en esa planta. Blake olisqueó el aire.
—Aquí ya no queda nada más, subamos —informó.
—¿Eres capaz de encontrar a los supervivientes solo con el olfato? Las cámaras no tienen muy buen ángulo —escuchó la voz de Pip distorsionada en su oído.
—Puedes estar seguro de ello —sonrió con autosuficiencia.
—Bien. Blake, ve delante, guía al grupo hasta los supervivientes.
A medida que subían el siguiente trecho de escaleras automáticas paradas, la peste a zombi la golpeó la cara con fuerza, y le hizo resoplar.
—¿Todo bien? —le preguntó el mercenario preocupado a la oreja.
—Sí, pero aquí apesta a muerte, muchísimo.
—Chicos, tened los ojos bien abiertos –le dijo al grupo.
Todo en esa planta estaba más revuelto, había charcos de sangre fresca y surcos que llevaban a todas partes, de cadáveres que se habían estado arrastrando. Blake siguió olfateando el aire, intentando captar el olor a humano en ese ambiente pútrido, que empezaba a revolverle las tripas.
—Por aquí —informó ella echando a correr entre los expositores y las perchas llenas de ropa.
Paró en seco cuando se topó con una trinchera improvisada hecha a base de muebles y expositores.
—¿Hola? ¿Están bien? —preguntó con las armas preparadas, por si acaso.
—¿Es la policía? —escuchó decir al otro lado, a un hombre de voz temblorosa, llena de pánico.
—No exactamente, pero les sacaremos de aquí —contestó ella.
Varios hombres, armados con las barras de los percheros, asomaron tras la barricada.
—Enseñadnos los dientes —exigió uno de ellos.
Los mercenarios se miraron entre ellos, confusos.
—El monstruo que ha empezado esto tenía colmillos, como los de un vampiro —dijo otro hombre, más mayor.
Los soldados enseñaron su dentadura para que se calmaran.
—¿Y ella? —el hombre mayor señaló a Blake.
Los mercenarios se miraron entre ellos.
—¡Es un monstruo! ¡Es como él! —gritó uno de los supervivientes.
Escucharon sollozar a las mujeres y niños que se refugiaban en la barricada.
—Vamos, los sacaremos de aquí —uno de los soldados comenzó a mover los muebles para abrir el paso.
—¡No! ¡Estáis con esas cosas! ¡Fuera! —intentaron golpearlo con las barras.
—Si queréis vivir, os aconsejo mover el culo a la de ya —les dijo la vampiresa.
—¡Largaos, monstruos!
Blake puso los ojos en blanco, y en un parpadeo se coló en el interior de la barricada. La gente que había allí dentro empezó a gritar con pánico. La chica se llevó un dedo a los labios, pidiendo silencio. Iban a atraer a todos los zombis del edificio.
—¿Seguís creyendo que esta estúpida barricada os protegerá de los monstruos? —les dijo clavándoles la mirada.
Los supervivientes se miraron entre ellos, y finalmente accedieron. Con rapidez abrieron un pequeño hueco en la barricada y comenzaron a salir. Apenas llegaban a diez personas: cuatro hombres, tres mujeres, dos niños de menos de diez años y una anciana que temblaba en un rincón.
—Venga señora, ya estamos a salvo, han venido a por nosotros —le dijo una de las mujeres zarandeándola del brazo—. En nada podrán mirarle esa mordedura tan fea.
Blake palideció al escuchar aquello.
—¡No la toques! ¡Apártate! —la mestiza sacó su pistola corriendo hacia ambas mujeres.
La más joven se giró al escucharla gritar, en ese momento la anciana se movió y levantó la cabeza, su mirada vacía se clavó en la desprevenida superviviente. Con rapidez se abalanzó contra su presa, y clavó los dientes en el hombro de la mujer, que gritó con fuerza intentando soltarse del firme agarre.
Blake disparó a la anciana, que finalmente soltó a su víctima, y cayó al suelo con un tiro entre los ojos. La mujer, aun gritando entre lágrimas, se miró el hombro sangrante. La vampiresa se acercó hasta ella levantando el arma.
—Por favor, tengo hijos, por favor —le suplicó la mujer bañada en lágrimas al ver cómo la encañonaba—. ¡Por favor!
—Lo siento —musitó ella, sin mostrar sentimiento alguno en su mirada.
La mujer cerró los ojos con fuerza esperando el disparo. Su cuerpo se desplomó, inmóvil. Al menos ya no sería un zombi, no tendría la desdicha de convertirse en un monstruo.
—¿Están todos? —uno de los mercenarios se asomó a la barricada.
—Sí... ellas estaban infectadas —informó—. No hemos llegado a tiempo.
—Has hecho lo que has podido —le dijo Pip por el auricular—. Unos minutos más, y no habría quedado nadie a quién salvar.
"No, no he hecho lo suficiente" pensó con amargura.
Uno de los grupos de soldados escoltó a los supervivientes a la planta baja. El otro se quedó en la segunda planta para continuar con la limpieza. Entre el olor de la carne muerta y la sangre, Blake captó el del vampiro artificial. Y sin decirle nada al grupo, comenzó a subir hacia el siguiente piso.
—Blake, ¿Blake qué haces? —escuchó a Pip en su oído.
—Lo que he venido a hacer —respondió amartillando las pistolas.
—Sola no, te lo prohíbo.
—¿Tú y quién más? —le dijo con hastío.
—¡Es una orden!
—Yo no cumplo órdenes de nadie —gruñó quitándose el auricular y tirándolo al suelo lejos de ella
—¡Blake! ¡Blake maldita sea! ¡No seas gilipollas y ve con alguien! —siguió gritando él, a pesar de que había visto en las pantallas que se había quitado el auricular.
Por un momento estuvo a punto de mandar tras ella a varios hombres, pero tenían que hacer las cosas bien, limpiar una planta detrás de otra, para que nada escapara, y es lo que harían. Blake tendría que apañárselas sola si las cosas se ponían difíciles, no iba a sacrificar a sus hombres por una niñata impulsiva. Con una patada tiró un estante de cristal que se quebró nada más tocar el suelo. El mercenario se dirigió a uno de los soldados que estaba conectado a las cámaras de seguridad del edificio.
—¿Estás grabando? —le preguntó.
—Sí.
—Llama al cuartel. Aún falta una hora para que anochezca, pero necesitamos a Alucard —le dijo su capitán—. No estoy seguro de que Blake pueda sola, y si le pasa algo... Íntegra me arrancará la trenza.
...†...
Miró a su alrededor cuando llegó al tercer piso. No había luz alguna, la oscuridad lo engullía todo. Giró sobre sí misma y disparó a un zombi que se arrastraba ruidosamente. No tenía piernas, solo dos muñones sangrantes. Después de eso, no escuchó nada más, el silencio era casi opresivo. Ni un chasquido, ni un susurro... nada. Parecía que aquella planta estaba desierta, pero su olfato no le decía lo mismo.
...†...
Pip fumaba ya su tercer cigarrillo y se había quitado el sombrero de cowboy, estaba histérico. No quería tener a Blake sola en las plantas superiores, vampiresa o no, eran demasiados muertos vivientes. Y ni por asomo tenía el potencial de Alucard.
—No hay nada ¡¿Por qué coño no se ve ni un puto zombi?! —el capitán pasaba de una pantalla a otra, pero apenas se veía teniendo en cuenta que en esa planta no había luz— No me gusta, no me gusta en absoluto, es como si se hubieran evaporado.
—Estarán concentrados en los puntos muertos —opinó el técnico.
—¿Cómo van a estar concentrados en los puntos muertos? Para empezar, son muchos, y por último... ¡Son idiotas! No creo que sepan lo que es un punto ciego, menos aún encontrarlo.
El soldado se encogió de hombros. Pero de pronto señaló la pantalla. Una sombra oscura se movía por uno de los pasillos de la segunda planta. El cigarrillo se le escapó de los labios.
—Capitán —el técnico lo miró preocupado.
—Lo he visto —contestó él— ¡Mierda, y la muy imbécil se ha quitado el auricular!
...†...
Blake llegó a la conclusión de que esa planta estaba vacía, aunque seguía oliendo a los zombis. Pero en ese edificio había tantos, que era muy posible que su olor se hubiera esparcido por cada rincón. Se giró para dirigirse a las escaleras y subir a la siguiente planta, pero se topó con unos ojos vacíos a escasos centímetros de los suyos.
Con un grito de sorpresa disparó, el muerto viviendo cayó al suelo con parte de la cabeza colgando del cuello. Unas manos agarraron sus tobillos y estiraron de ella hacia atrás, sin poder aguantar el equilibrio, cayó hacia delante. Sus pistolas resbalaron por el suelo quedando fuera de su alcance. Girando sobre si misma le dio una patada al zombi que la retenía por los tobillos, partiéndole el cuello. Cuando alzó la vista se quedó sin aliento.
—¡Joder! —sacó su cuchillo y desde su posición le cortó el cuello al muerto que se había abalanzado sobre ella.
Intentó levantarse, pero de la nada surgieron tres cadáveres más que se cernieron sobre Blake, sujetándole de los hombros y de las piernas. Sintió como los dientes se clavaban en su piel arrancando la carne de su hombro. Con un grito de dolor, consiguió cortarle la cabeza. Pero en su lugar aparecieron otros cinco. Por mucho que se esforzara, cada vez que acababa con uno, aparecían más, muchos más. En apenas unos momentos estuvo rodeada de zombis, todos hambrientos, todos buscando la sangre caliente.
El dolor era insoportable, no podía liberarse de sus agarres, no podía escapar de sus mordiscos. Sintió que caía, envuelta en la nada. Con un último grito de dolor quedó inconsciente.
...†...
Pip observaba la escena con impotencia desde una de las pantallas.
—Se acabó, voy a sacarla de ahí —Pip se hizo con el arma de uno de los Gansos y corrió hacia las escaleras.
—¡Capitán, es un suicidio! —le gritó el soldado— ¡Para cuando llegue estará muerta!
—¡Prefiero intentarlo antes que dejarla a su suerte! —contestó.
El técnico se giró de nuevo hacia las pantallas. Frunció el ceño, las cámaras de la tercera planta habían perdido parte de la señal, estaban llenas de nieve que no dejaba ver con claridad. Tecleó el portátil intentando recuperar la imagen, pero no había manera. Le dio un golpe a las pantallas con frustración, por si ocurría el milagro y recuperaba la señal. En la pantalla podía seguir viendo como Blake luchaba por huir. El soldado suspiró con frustración y preocupación, y siguió con la vista fija en el monitor, se acercó más a él cuando la nieve se hizo más espesa. La imagen iba y venía.
—Capitán, debería volver, no tengo buena imagen —informó el mercenario desde su auricular—. No podré guiarlo.
—¡Pues recupérala! —ordenó Pip.
—No puedo, lo he intentado pero... —el soldado miró la pantalla, podía vislumbrar algo entre la nieve de la imagen, había algo moviéndose con rapidez, alejando a los zombis.
—¿Pero qué? —el capitán estaba perdiendo los nervios.
—Creo que debería volver, algo está pasando en el tercer piso.
—¡Ya he dejado claro que sin ella no vuelvo!
Llegó hasta las escaleras que daban a la planta, pero no las subió. Sin saber por qué tenía miedo, un miedo irracional a esa oscuridad. Cada vez que intentaba dar un paso hacia las escaleras su miedo crecía. Algo no iba bien, algo extraño estaba creciendo en aquel lugar. Su instinto le decía que echase a correr, que se fuera de allí, pero su conciencia no quería cargar con la muerte de Blake.
—¡Capitán! ¡Venga de inmediato! ¡En el tercer piso pasa algo raro! —lo llamó el soldado.
En menos de un minuto Pip estaba de vuelta.
—¿Qué ocurre?
—No puedo verlo con claridad, pero tengo la sensación de que podría ser Alucard —contestó el soldado.
—Imposible, aún no ha anochecido del todo —razonó Pip—. Y de haber llegado, nos lo habría dicho.
De esto último el nombre no estaba muy seguro, pero no se oían disparos, y el vampiro era de gatillo fácil. La nieve desapareció de la pantalla y el tercer piso se vio de nuevo con claridad, todo lo que permitía la falta de luz. El técnico se levantó de golpe llevándose una mano a la boca y la otra al estómago mientras salía corriendo. Pip lo escuchó vomitar entre las estanterías.
El capitán se quedó atónito mirando las pantallas, a pesar de todo lo que había visto a lo largo de su vida como mercenario, no pudo evitar una mueca de asco y sentir la bilis trepaba por su garganta.
—Joder, menuda carnicería —musitó.
En las pantallas se veían restos de cuerpos esparcidos por todas partes, muchos de ellos ni siquiera podía saberse si era un brazo o una pierna, parte de una cabeza o una mano. La sangre goteaba de las perchas y encharcaba el suelo. Daba gracias porque las imágenes fueran en blanco y negro, de haber sido en color estaba seguro de que incluso él habría vomitado.
Los monitores del cuarto piso se llenaron de la misma nieve, Pip los miró, y una vez más sintió aquel extraño miedo apoderarse de él. Aquella situación se sucedía sin cesar, cada vez que las imágenes de una de las plantas regresaban, desaparecían las del siguiente. Y tras la nieve siempre la misma imagen terrible: cuerpos destrozados de lo que unas horas antes habían sido humanos. Pip tragó saliva, no sabía qué estaba causando aquella masacre, y lo peor era que no sabía si Blake estaba viva o estaba esparcida a trozos por una de las plantas. Las imágenes del último piso se aclararon.
El capitán se quedó sin habla, allí estaba ella, con su porte altivo y orgulloso, frente al cadáver del vampiro que parecía que hubiera reventado de dentro hacia fuera.
...†...
Bajó con calma las inmóviles escaleras, su respiración estaba agitada y temblaba ligeramente. Los soldados que la vieron la miraron con horror y se alejaron de ella. Estaba bañada en sangre, y era evidente que no toda era suya. A su paso dejaba un rastro goteante. Bajo la sangre que la cubría vieron los profundos mordiscos que le habían hecho los zombis, y que no dejaban de sangrar. La chica se dirigía con paso decidido a la salida del edificio.
—¡Capitán! ¡Blake ha bajado! Está viva... o eso parece —informó uno de los Gansos por el auricular con voz vacilante—. Va a salir del edificio.
—¡Detenedla! ¡No puede salir! ¡Afuera está lleno de gente, no pueden verla! —ordenó Pip echando a correr hacia la puerta de los grandes almacenes.
Los mercenarios se interpusieron en su camino. Blake los miró, y los hombres sintieron un miedo atroz ante aquella mirada fría y despiadada. La vampiresa pasó entre ellos, que le abrieron paso sin dudarlo. El aire fresco le golpeó la cara y alivió sus heridas. Hubo entonces una lluvia de destellos. Los flashes de las cámaras la cegaron y los gritos de la gente que presenciaba la escena la ensordecieron. Algo enorme la cubrió y la llevó en brazos y con rapidez de nuevo al interior.
—¡¿Estás loca?! ¡Primero te envalentonas tú sola! ¡Y luego sales de aquí con toda esa gente fuera! —le gritó Pip, furioso— ¡Piensa, maldita sea, piensa por una puta vez!
Alucard la dejó en el suelo y le quitó su enorme abrigo rojo de encima. La chica se limitó a mirarlos, medio ausente, sus ojos ahora grises se oscurecían poco a poco retornando al negro original. Pip sintió entonces lástima por ella, se la veía cansada, débil, frágil.
El vampiro olisqueo el aire y sonrió. Se había perdido toda la diversión, y parecía que había sido mucha.
—¿Qué ha pasado? —preguntó curioso.
—Ni idea, hemos perdido la comunicación un buen rato. Hasta que no volvamos a la mansión y revisemos los videos, no podremos saberlo —suspiró el capitán—. Vámonos. Aquí ya hemos acabado, ahora le toca el turno al equipo de limpieza. Y tienen trabajo para toda la noche.
Alucard volvió a coger a Blake en brazos. La mestiza no se quejó, parecía no ser consciente de lo que pasaba a su alrededor en esos momentos. El no-muerto torció el gesto con desagrado ahora que ese olor que tanto le gustaba de ella, se había mezclado con el de la sangre podrida de los zombis. Qué pena. Ojalá se metiera en la ducha nada más llegar a la mansión.
...†...
Íntegra golpeó furiosa la mesa de su despacho, había visto brevemente a Blake por las noticias. Por suerte Alucard había llegado en el momento justo, y había podido cubrirla y llevarla de nuevo al interior del edificio, lejos de las cámaras antes de que estas pudieran enfocarla bien. Pero el daño ya estaba hecho, las imágenes y fotografías estarían mañana en todos los medios a lo largo del mundo.
—Cuando vuelva me va a oír —gruñó ella.
—Las imágenes de las cámaras de seguridad ya han llegado —anunció Walter—. Y el grupo de asalto también.
La mujer se levantó y se apresuró a recibirlos. Alucard ayudaba a Blake a avanzar. Cojeaba con cansancio y apenas se tenía en pie.
—¡¿Qué crees que estabas haciendo?! ¡Te has dejado ver! ¡Y bañada en sangre además! —le gritó Íntegra bajando por las escaleras, sin importarle el aspecto deplorable que tenía la chica.
—Si no os importa, dejadme en paz unos días —respondió Blake de mal humor, empujando al vampiro lejos de ella, para que la soltara.
—¡No te atrevas a...! —la mujer se encaró con ella.
—¿A qué? —la mestiza la miró a los ojos, llena de rabia.
Su cabeza comenzó a dar vueltas y sintió unas terribles arcadas que no pudo contener. Bañó el suelo con sangre. Íntegra se alejó de ella con rapidez para que no le salpicara. Pip la miró de hito en hito, al igual que el resto de los presentes. La joven vomitaba sangre sin cesar, sangre oscura, casi negra, hasta que exhausta, musitó algo y cayó al suelo de bruces, inconsciente. El mercenario corrió hasta ella.
—Ya me encargo yo —Alucard se adelantó y cogió a Blake en brazos—. Traed bolsas de sangre, muchas, las va a necesitar.
El vampiro se llevó a los sótanos el cuerpo inconsciente de la chica, que de cada vez temblaba con más violencia, mientras la fiebre subía con rapidez. Había escuchado sus últimas palabras antes de desmayarse: "Otra vez no". Sentía una terrible curiosidad por saber qué significaba. Mientras observaba el cuerpo ensangrentado y mutilado que tenía en los brazos, se fijó que en la oscura melena había aparecido un nuevo mechón blanco.
...†...
La sala solo estaba iluminada por el brillo de los monitores.
—El proyecto 53-B ha caído —anunció con temor el doctor.
—No importa, gracias a él hemos descubierto un valioso espécimen —sonrió el rechoncho hombrecillo.
—¿La añado entonces a la lista? —preguntó el doctor con manos temblorosas por la emoción.
—¡Por supuesto! Un talento así no se puede desperdiciar —rio el hombrecillo—. La quiero. La necesitamos, junto a Ella. Hacía tiempo que no veía un baño de sangre tan espectacular.
Su risa resonó en la sala. En sus gafas redondas se reflejaba la imagen congelada en las pantallas. Entre la nieve podía distinguirse una figura femenina, rodeada de sombras que crecían a su alrededor, naciendo de ella y consumiendo la luz.
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