Hipólita: la reina guerrera de las Amazonas, encargada de recuperar las reliquias milagrosas y protegerlas con su vida.

La lucha se había alargado más de lo que habían esperado, y eso comenzaba a notarse.

Las guerreras estaban cansadas, muchas de ella heridas, otras habían ya se habían reunido con sus dioses.

Ella lo volvió a intentar y con su espada intentó asestar un golpe a la bestia quien predijo con facilidad su movimiento y la golpeó en el aire, lanzándola al otro lado del claro, rodando por el suelo.

Maldijo su suerte, su espada había caído en algún punto del claro, sus heridas empezaban a hacerla demasiado lenta y torpe, había arriesgado todo por evitar un derramamiento de sangre innecesario y sin embargo allí estaba, completamente inpotente ante la imagen de un monstruo diezmando sus tropas.

Su pecho se encogió y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, por un segundo se preguntó si eran por la rabia o por el dolor, pero descartó el pensamiento mientras intentaba levantarse de nuevo, no podía rendirse.

Se apoyó en un árbol cercano, e intentó buscar con la mirada su espada, sin éxito, tenía la visión borrosa, de nuevo esto podía ser por las lágrimas o por la pérdida de sangre, tampoco importaba.

Sintió que alguien la tiraba hacia atrás haciendo que perdiese el equilibrio, la arrastraron detrás del árbol tapándole la boca para evitar llamar la atención.

— ¿Qué crees que estás haciendo? — gruñó Hipólita.

— ¿Qué crees que estoy haciendo? ¡Te estoy salvando! — contestó el chico en voz baja.

— No deberías estar aquí — respondió furiosa.

— Soy un soldado — dijo Calix, con la misma soberbia.

—¡Eres un principe! — lo riñó — y está no es tu guerra — remarcó la chica mirándolo a los ojos — como principe deberías preocuparte por los asuntos de tu país, ese es tu deber — Hipólita era orgullosa, fuerte, y decidida, era una reina digna y una guerrera increíble, pero a veces...

— También soy tu marido — dijo Calix tomándola del brazo cuando esta pretendía levantarse — Hipólita, por favor — rogó el muchacho uniendo sus frentes — por favor, déjame ayudarte, no puedo quedarme quieto sabiendo que tú puedes morir, por favor — suplicó asustado.

Calix era un muchacho, un principe apuesto, educado para gobernar un país en paz, era atento, y sensible, demasiado para su propio bien, no podía permitir que eso se perdiera, no podía permitir que él muriera en combate.

— Calix...no lo permitiré, márchate antes de que te hagas daño.

— Hipólita, eres mi amor ...— la chica, que había devuelto su mirada al combate se paralizó. Su matrimonio había sido un acuerdo de paz, un matrimonio concertado, una forma de recuperar sus reliquias sin derramar la sangre de nadie, muy apesar de la negativa de sus compatriotas. Todas sus interacciones hasta el momento habían sido meramente cordiales, es cierto que el matrimonio había sido una iniciativa de Calix, pero nunca había esperado algo así — pero no mi reina.

— ¿Qué? — dijo sin aliento mientras lentamente dirigía su mirada de nuevo al moreno. Este sonrió, mostrando orgulloso sus hoyuelos.

— Si deseas que te cuente mi historia, querida, vas a tener que sobrevivir a esta batalla — negoció el muchacho con ojos esperanzados, unos grandes y profundos ojos verdes que la miraban con esperanza.

Pero ella sabía mejor. Sabía que con sus heridas, incluso después de aquel pequeño descanso que había tomado, era muy difícil que esta batalla acabara bien para ella. Los dioses habían enviado un monstruo con sed de sangre, quizá Artemisa estaba enfadada por su decisión de aceptar la unión con el principe y la castigaba de esta forma, o quizá solo era una broma del destino... de cualquier forma había vivido lo suficiente como para saber que está era muy probablemente su última batalla.

A pesar de todo sonrió con dificultad, parpadeó algunas lágrimas y se agarró de su cuello para volver a unir sus frentes, una seña que significaba una promesa, significaba honestidad, significaba unión, y así, juntos, ella le mintió: — Cuando venzamos, me contarás tu historia y yo te contaré la mia.

Con esas palabras. Con esa promesa vacía ambos se levantaron, decididos a dar todo lo posible en la batalla, para poder comenzar de nuevo.

Fue entonces cuando el agujero se abrió, el monstruo gritó el nombre de Hipólita y la oscuridad de la cual estaba hecho se tornó en un agujero oscuro que no hacía más que arrastrarla a su interior.

Calix la miró alarmado, ella parecía ser la única que había sido reclamada, ¿quizá era su castigo divino?

Aún así Calix no se rindió, la tomó de brazo tirando de ella, y poco después sus soldados también se unieron a él con el propósito de salvarla, su brazo dolía la atracción era cada vez más fuerte y ella no podía hacer nada por salvarse, estaba indefensa, estaba a merced de su destino y se aferraba a una esperanza imposible, su visión se volvió borrosa de nuevo, y se vio a sí misma gritar del dolor, sus oídos empezaron a pitar por la presión, no iba a durar mucho y lo único que conseguiría sería llevarlos al Indra undo con ella.

— ¡El anillo! — gritó con toda la fuerza que podía, cada vez le costaba más repirar, — Dadle el anillo — volvió a de ir mirando a su primera oficial.

Miró con todas sus fuerzas a las personas que la sujetaban y les sonrió con tristeza.

— ¡No! ¡Hipólita! ¡No hagas esto Hipólita! ¡Hipólita! — pudo escuchar a Calix llamarla una y otra vez mientras ella soltaba el agarre.

— ¡Mi reina! — gritaban algunas solados también.

— Hipólita — Alena, su primera oficial, rogó por lo bajo negándose a soltarla.

Y con eso, gritos desesperados y una triste sonrisa, ella desapareció.

La historia tendrá el mismo argumento que la película así que me centraré en contar pequeñas interacciones de Marinette con las distintas verosiones de Ladybug y además un poco de sus propias historias.

Siento no haber actualizado mis otras historias pero las he escristo y re escrito varías veces y aún no me gusta el resultado así que me temo que habrá que esperar un poco más.