CAPITULO IV
El cuerpo de la joven continuaba temblando sin control sobre la cama. Puso una mano en su frente. Estaba ardiendo, la fiebre seguía subiendo. Miró los mordiscos que habían dejado de sangrar, pero de los que se desprendía un olor fétido, corrupto. La carne no cicatrizaba. Blake estaba luchando contra la infección de los zombis. Alucard no sabía si por ser medio humana podría llegar a convertirse en uno, pero si la fiebre no remitía, seguramente moriría.
Cogió el débil cuerpo en brazos y se lo llevó al baño. Abrió la ducha y dejó correr el agua fría. La metió bajo el rociador del agua y la desvistió, dejándola en ropa interior. Luego él se quitó la gabardina roja, los guantes y las botas, y se metió con ella en el pequeño cubículo, sentándose en el plato de ducha. Tumbó a Blake sobre él. Levantó uno de los brazos heridos de la mestiza y comenzó a sorber, sin morder, la sangre envenenada para drenar la infección. Sintió unas terribles arcadas y escupió a un lado. Aquella sangre tenía un sabor nauseabundo, pero tenía que continuar hasta asegurarse de que había quitado la mayor parte del veneno. Poco a poco el desagradable sabor fue desapareciendo, volviéndose más dulce. En ese momento pasó al siguiente mordisco.
Íntegra entró en la habitación, pero no encontró a nadie en ella. La cama estaba revuelta y manchada de sangre. La puerta del baño estaba entornada, se podía ver luz en su interior y escuchar el agua correr. La mujer dejó las bolsas de sangre sobre la mesa y empujó la puerta. Su expresión se enfureció.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Alucard levantó la cabeza del cuello de Blake, por su barbilla corría la sangre oscura. Escupió con una mueca de asco. Dejó que el agua que caída le limpiara un poco el rostro.
—La fiebre no deja de subir, si no la enfrío y elimino el veneno, es probable que muera o se convierta en un zombi —le explicó antes de seguir sorbiendo.
Íntegra lo miró con desaprobación, sabía que, en el fondo, el vampiro estaba disfrutando de tener a la joven a su entera disposición.
—Se equivoca —podía ver lo que pensaba en su mirada—. Esto es realmente asqueroso –Alucard escupió una vez más la sangre del mordisco del hombro—. Por favor, llene la bañera de agua fría.
La mujer hizo lo que le pidió el vampiro. Una vez Alucard consideró que había eliminado prácticamente todo el veneno de todas las mordeduras, salió de la ducha con la chica en brazos, metiéndola en la bañera entre los débiles temblores que le provocaba la fiebre.
—Ahora le toca a ella combatir sola la infección.
El vampiro cogió su abrigo, guantes y botas del suelo y salió de allí. Íntegra miró a Blake, seguía inconsciente dentro de la bañera, temblando por la fiebre mientras el agua se volvía roja por las heridas aún abiertas. Había algo en aquella chica que no le terminaba de gustar, y no estaba segura de querer que simplemente muriera en aquella bañera esa noche.
...†...
Se despertó sobresaltada y confusa, tardó mucho en ser consciente de que estaba en su cuarto de baño, metida en una bañera de agua helada. Con dificultad salió de allí, dejándose caer hasta el suelo por el borde. Estaba mareada, y nada más consiguió ponerse en pie agarrándose al borde de la bañera, vomitó. Volvió a sentarse en el suelo, tiritando, acurrucándose contra la superficie de porcelana blanca. Tenía frío, le dolía todo el cuerpo y seguía sintiendo unas terribles nauseas. Todo le daba vueltas. No podía moverse, no podía llegar a la cama. Dudaba que lo consiguiera incluso si se arrastraba por el suelo. Cerró los ojos, pero nada más hacerlo, vio las caras de los zombis abalanzándose sobre ella. Con un respingo volvió abrirlos.
Alguien la cubrió desde la espalda con una gruesa manta marrón algo áspera. Miró sobre su hombro con ojos febriles. Un hombre moreno estaba agachado junto a ella, la miraba con seriedad y un deje de preocupación en sus ojos color sangre. Le alargó la mano y ella aceptó la ayuda. En silencio, y con paso tambaleante, llegó hasta la cama donde se sentó, envolviéndose más en la manta, para combatir el frío y ocultar su cuerpo prácticamente desnudo al vampiro. Estaba mirando al suelo, mientras se inclinaba ligeramente de un lado a otro. Su cabeza no paraba de dar vueltas. A su lado se sentó Alucard, abriendo una de las bolsas de sangre con los dientes. El plástico al rasgarse hizo eco en el silencio. El vampiro le apartó el pelo de la cara y se lo colocó tras la oreja mientras le tendía la bolsa.
—No quiero... —gimió ella alejando su rostro de la mano fría del no-muerto, evitando que la tocara.
—Eso es indiferente. Lo necesitas. Estás muy débil y la fiebre no baja —el vampiro habló con voz tan suave, que resultaba sedante—. O bebes por voluntad o juro que desangraré sobre ti un recién nacido.
Ella lo miró asqueada. Incluso así de enferma, sus ojos destilaban furia, no quería que él estuviera allí. Alucard soltó una risotada al ver su expresión y volvió a tenderle la bolsa. La joven le giró el rostro y se quedó mirando algún punto de la habitación. El vampiro resopló hastiado de su comportamiento infantil. Acercó la bolsa abierta a su rostro, para que la oliera. Los ojos de la chica se volvieron grises y se giró lentamente hacia él. El vampiro sonrió, el instinto de supervivencia de la muchacha era más fuerte que su voluntad, necesitaba sangre con urgencia y su simple olor despertaba su sed. Con movimientos torpes se hizo con la bolsa y comenzó a beber, primero poco a poco, y luego con urgencia. En apenas cinco minutos había vaciado las siete bolsas de sangre animal, y no había desperdiciado ni una gota. Sus labios estaban completamente limpios. Había recuperado un poco el color y su cuerpo ya no temblaba.
—¿Qué ha pasado en el edificio? —le preguntó el no-muerto— ¿Qué cojones has hecho para que el equipo de limpieza no quiera ni verte?
Blake tenía la mirada perdida. A duras penas podía mantener los ojos abiertos. El vampiro torció una sonrisa, claramente estaba saciada y el cansancio empezaba a hacer mella en ella.
—No lo recuerdo —musitó.
—¿Qué no recuerdas?
—Nada... los humanos asustados, los zombis a mi alrededor... y nada más —su voz era temblorosa.
Alucard frunció el ceño.
—Antes de desmayarte dijiste: "otra vez no" ¿Cuántas veces te ha pasado?
—Cuenta los mechones blancos —contestó la muchacha escuetamente.
—¿Cuándo fue la última vez?
Blake se quedó pensativa, se mordió ligeramente el labio inferior mientras intentaba recordar. Ese pequeño gesto involuntario le pareció increíblemente sugerente al vampiro, que la observaba con atención.
—Creo... creo que en Austria, sobre 1940, durante la Segunda Guerra Mundial... tengo en blanco unas tres semanas.
El no-muerto hizo memoria, no recordaba haber escuchado ningún caso de matanza, a excepción de los campos de concentración y las batallas, en aquella época. Debería investigar un poco más al respecto entre los archivos de la Organización. Alucard se giró para seguir haciéndole preguntas, pero Blake tenía los ojos cerrados y la cabeza ligeramente inclinada a un lado, apoyada en el pliegue de la manta que la cubría. El vampiro suspiró y la recostó en la cama. Acarició su cuello, sintiendo el latido de la yugular. Su piel ya no ardía. Se inclinó sobre ella y respiró su aroma larga y pesadamente, no lo había recuperado, pero ya no apestaba a muerte.
...†...
Íntegra estaba revisando las grabaciones del centro comercial, apenas había podido sacar nada en claro, las imágenes estaban llenas de nieve e interferencias. Lo único que se podía apreciar era una silueta oscura que se movía con una rapidez asombrosa. La mujer estaba segura de que era Blake, pero con ese material no podía probarlo. Y necesitaba saberlo con certeza. Si realmente había sido ella, tal vez sería demasiado peligroso tenerla bajo el techo de la Organización.
—¿Y bien?
Alucard salió de su escondrijo con una amplia sonrisa.
—Sobrevivirá.
Íntegra se quitó un momento las gafas y se masajeó el puente de la nariz.
—No la veo muy contenta con esa noticia.
—Quizá deberíamos haberla dejado morir...
El vampiro torció el gesto con desagrado.
—¿Ya le has cogido cariño? —se mofó Íntegra.
—Tengo curiosidad por saber cuál es su verdadero potencial.
—Yo empiezo a perderla —la mujer volvió a colocarse las gafas—. Ya has visto lo que ha pasado ¿Crees que ha sido ella?
—Es muy probable. Pero no recuerda que pasó.
—¿Ya está consciente?
—Lo estaba, más o menos —el vampiro se encogió de hombros con indiferencia.
—Quiero que no la pierdas de vista, ni de día, ni de noche. Quiero saber qué hace en todo momento, y si en algún momento hay un atisbo de amenaza en ella, quiero que la mates —lo miró con contundencia—. Es una orden.
El vampiro se aceró a su Ama e hincó una rodilla en el suelo, inclinando la cabeza.
—Será como deseéis.
Por una vez tuvo reservas ante una orden de Íntegra. No quería matar a Blake. Le inspiraba una especial curiosidad y le gustaba como olía. Se estaba volviendo una especie de adicción, una droga que le daba fuerzas, que alimentaba su bestia interior. Tendría que buscar la manera de mantener ese lado oscuro que escondía la mestiza bajo control.
...†...
Después de una semana, Blake había recuperado las fuerzas por completo, aunque seguía sin poder recordar nada. Tampoco es que le importara mucho, no era la primera vez que le pasaba, y sabía perfectamente que no iba a ser la última, eso siempre le causaba un nudo en el estómago. Su consuelo era que no había hecho daño a ningún humano. Pero recordó la cara de la mujer a la que había tenido que disparar, mientras suplicaba por su vida.
Íntegra la hizo llamar, en su despacho se encontró con los otros dos vampiros y el mercenario.
—Gracias a la investigación que iniciamos tras el interrogatorio del espía, sabemos que Millenium organiza una reunión con altos cargos y familias ricas simpatizantes con la ideología nazi que viven en Gran Bretaña. Vuestra misión será infiltraros y recabar toda la información posible.
—¿Qué clase de reunión? —preguntó Pip.
—Un baile de máscaras —contestó la mujer con sequedad.
—Me apunto —sonrió el mercenario divertido.
—Iréis a trabajar, no a pasarlo bien —aclaró la mujer, inquisitiva.
Pip chasqueó la lengua, decepcionado.
—Con los satélites hemos descubierto que bajo la mansión donde se celebrará la fiesta hay una especie de base, por la cantidad de energía que consume el edificio, deducimos que ha de haber algo parecido a ordenadores o servidores informáticos. Quiero que los encontréis y que instaléis en ellos un gusano que nos permita copiar todos los archivos.
Pip se llevó dos dedos a la frente en señal de que lo había entendido. Ceres asintió poniéndose firme. Alucard hizo una pequeña reverencia.
—¿Algún problema, Blake? —la mujer se había fijado en que la chica se había quedado muy rígida mientras explicaba la misión.
—No —se apresuró a contestar.
Con ademán la mujer los invitó a marcharse.
...†...
Íntegra encontró a Blake en uno de los salones, junto a uno de los enormes ventanales observando los exteriores con la mirada distraída, mientras se mordisqueaba nerviosa la uña del pulgar derecho.
—No has estado en tu vida en ningún tipo de fiesta, ¿cierto? Menos aún en una de clase alta —le dijo la mujer acercándose a ella.
La vampiresa se giró con un respingo. Y le retiró la mirada, avergonzada.
—Nunca he tenido necesidad. Siempre he hecho trabajo de campo —se limitó a decir.
—Para el trabajo de campo suele ser necesario saber adaptarse a cualquier tipo de entorno y ambiente —sonrió con mofa Íntegra.
—Literalmente trabajo de campo —gruñó— ¿Podría no hacer esta misión?
—No. Llamaréis menos la atención si vais en parejas.
—Si Alucard va llamaremos igualmente la atención —resopló Blake con hastío.
—Lo creas o no, Alucard en esos ambientes se maneja excepcionalmente bien. Si quiere, puede pasar completamente desapercibido. Si quiere... —vio como la vampiresa torcía una mueca, molesta—. ¿Qué te preocupa más? ¿Los tacones o el baile?
La joven se sonrojó.
—Ambos, está claro —rio Íntegra—. Tienes una semana para practicar con ellos y para aprender un vals, mañana tendrás la primera clase.
Blake la miró suplicante, aquello iba a ser realmente humillante. Pero la mujer no se ablandó y la dejó allí. La mestiza emitió un gemido lastimero cuando se quedó sola. Su ambiente era el exterior, la calle, la ciudad, el bosque, no un salón decadente lleno de snobs.
...†...
Al día siguiente Blake se movía inquieta de un lado a otro del despacho, estaba nerviosa, iba a hacer el ridículo, y casi lo que más le aterraba es que el puñetero vampiro se hubiera enterado y la estuviera espiando desde alguna sombra de la estancia, para luego sacarlo a relucir en alguna conversación hiriente. La puerta se abrió y por ella aparecieron Pip e Íntegra.
—¿Qué hace aquí? —miró al mercenario con enfado.
—Bernadotte es un experto bailarín, será tu pareja en la misión, así que lo mejor será que aprendas con él. Porque supongo que no querrás a Alucard.
—Supones bien.
—Aunque no lo creas, puedo ser un caballero —sonrió Pip tendiéndole una mano, inclinándose ligeramente hacia ella con un brazo a la espalda después de quitarse el sombrero, como un príncipe de cuento.
—Si le cuentas algo de esto a Alucard, te mato —le amenazó cogiendo su mano.
El hombre estiró de ella haciéndole dar una vuelta sobre si misma hasta quedar frente a él.
—Mis labios están sellados. Sé cómo te las gastas —le guiñó el ojo.
Las horas se le pasaban volando, y para su sorpresa fue muy divertido practicar con el mercenario, que no paraba de hacer bromas, haciendo que se sintiera cómoda y menos torpe.
—Por hoy, está bien —dijo Íntegra apagando la música—. Aprendes rápido, mañana probaremos estos mismos pasos con tacones y no con deportivas. Practica también la postura, has de andar con la espalda bien rígida y pasos ligeros ¿Conoces esa frase que dicen los europeos de la clase alta inglesa? ¿Que tenemos un palo metido por el culo? Pues cógelo de ejemplo.
Blake asintió, torciendo una sonrisa divertida ante la expresión.
...†...
La noche de la misión llegó. Blake miró el vestido con una mueca. No quería ir, el nudo de su estómago casi le impedía respirar. Pero no había opción alguna, Íntegra se lo había dejado bien claro. Suspiró.
—¿Estás lista? —Ceres llamó a la puerta.
—Dame unos minutos más... o mejor un par de días —gimió cogiendo el vestido.
La vampiresa entró.
—No es por meterte prisa, pero tenemos que ser puntuales y hay una hora y media de camino —le dijo la expolicía preocupada.
La chica estaba realmente espectacular con el vestido rojo que llevaba.
—Vaya —musitó Blake asombrada.
—¿Te gusta? —la vampiresa se sonrojó con inocencia— Creo que es un poco excesivo. El tuyo parece más discreto.
—Discrepo mucho. Y sí, el tuyo es excesivo, pero no mucho más que el mío.
El vestido que le habían dado era negro, con toda la espalda al descubierto. No le gustaba, se estaba imaginando la mirada burlona de Alucard.
Pip no dejaba de aflojarse la corbata, sentía que se ahogaba. Estaba atacado de los nervios, aquella misión suponía meterse en la boca del lobo. Sin sus hombres, sin apenas armas, información o planificación, tendría que improvisar mucho sin conocer el terreno... e Íntegra para colmo le había prohibido fumar aquella noche.
—Cálmate —rio el vampiro que estaba a su lado—. Va a ser una misión muy fácil. Y si se complica, los aplastaremos a todos.
—¿Y si son ellos los que nos aplastan?
Alucard rio con fuerza, aquello no ocurría a menudo. Una risa siniestra y llena de confianza y crueldad. El eco de los tacones inundó el vestíbulo de la mansión. El vampiro sonrió complacido. A Pip se le dibujó una sonrisa tonta en la cara. Ceres llevaba un vestido rojo con un generoso escote, tanto, que parecía que si se movía en exceso se le saldría el pecho. Blake lucía un vestido negro, sin apenas escote, pero con toda la espalda al aire hasta la zona lumbar, y una abertura lateral que dejaba ver parte de su pierna al caminar.
Blake inspiró con fuerza al ver la reacción de ambos hombres, esforzándose en aparentar indiferencia. Ceres se ruborizó hasta adquirir casi el mismo color que su vestido.
—Madame —Pip le tendió una mano a la mestiza, con una sonrisa educada.
A pesar del parche, vestido con traje de etiqueta, parecía un hombre mucho más serio y respetable.
—Puede que esta noche nos podamos intercambiar las parejas —Alucard miró a Blake con una sonrisa juguetona.
—De eso nada —la voz de Íntegra resonó en el vestíbulo—. Tenéis una misión que cumplir, y a vosotros dos no os quiero juntos más tiempo del necesario.
El vampiro hizo una mueca, como la de un niño pequeño al que no le dejan coger el juguete del que se ha encaprichado.
—Y Blake, sigue las órdenes esta vez. Nada de comportamientos impulsivos y temerarios.
La joven asintió.
El coche que los esperaba era un modelo clásico. Un Rolls Royce color negro.
—Y yo que creía que sería una limusina —lloriqueó Pip.
Los cuatro entraron en la parte trasera del coche. Fue un viaje tenso, ninguno comentaba nada. Frente a Blake estaba sentado Alucard, ella lo miró de reojo. Llevaba un traje negro, aún más elegante que el que había lucido en las calles de Londres. Su melena se había acortado, apenas le llegaba por los hombros, y estaba revuelta. Aun así, no quedaba fuera de lugar en el conjunto. Seguía llevando sus gafas redondas de cristal rojo y montura negra, que conjuntaban con la corbata granate. Seguía reflejando ese aspecto de nobleza y alta cuna. Seguía destilando ese magnetismo del que era difícil escapar, que atrapaba, que no te permitía apartar la vista. En ese momento Alucard, que miraba por la ventana, se giró para mirarla, y ella desvió con rapidez la vista también hacia el paisaje que pasaba con rapidez al otro lado del cristal tintado.
El vampiro dibujó una leve sonrisa al descubrir que lo había estado mirando más tiempo del habitual, y no a disgusto precisamente. La mestiza apoyó la barbilla en su mano, aburrida, acomodada en la puerta del coche. Su aroma había vuelto a ser el mismo de siempre, dulce y embriagador. La observó con atención. El vestido negro que llevaba era sencillo, pero realmente no necesitaba ningún tipo de adorno. Dejaba ver todas las curvas de su cuerpo, no como la ropa que solía llevar a diario, que a pesar de no ser extremadamente ancha, no dejaba vislumbrar con claridad lo que había bajo ella. El color negro de la tela contrastaba con la palidez de su piel. Se había recogido el pelo en un moño elegante, del que escapaban algunos mechones que enmarcaban su rostro, dejando todo el cuello y los hombros al descubierto. No llevaba ninguna joya, ni falta que le hacía, a excepción de los pendientes de plata que siempre llevaba, tres en su oreja izquierda y dos en su derecha. El maquillaje realzaba sus ojos oscuros y sus labios, que mostraban una mueca hastiada. Tenía las piernas cruzadas, de forma que una había quedado fuera del vestido, por la abertura de este.
Alucard admiró lo larga que era, y su forma contorneada, perfecta, tal como lo era el resto de su cuerpo. Sintió la necesidad de alargar la mano y tocar la piel suave y tibia. De besar y morder aquellos labios. De deslizarse suave, lenta y profundamente entre sus piernas buscando el calor de la joven, sin importarle que allí dentro no estuvieran solos. Inspiró profundamente apartando la mirada, y cruzó las piernas para disimular la leve erección que sentía. Se sorprendió ¿Era aquello posible? Hacía tanto tiempo desde la última vez que había experimentado algo parecido por una mujer, que pensaba que esa parte de él había muerto y desaparecido definitivamente ¿Cuándo había pasado de querer comérsela literalmente a querer comérsela entre las sábanas? Había hecho muchas bromas al respecto, pero solo para molestarla ¿Cuándo había pasado a ser una necesidad real?
...†...
Finalmente llegaron a su destino. Un antiguo castillo privado se alzaba frente a ellos. En sus alrededores había guardias armados que controlaban el paso de los invitados. El coche paró frente a unas escaleras de piedra, iluminados con antorchas.
—Empieza el juego —el vampiro sonrió mostrando sus blancos colmillos antes de salir del coche, una vez el conductor les abrió la puerta.
Blake inspiró con fuerza, poniendo la espalda recta, tal como le había dicho Íntegra. En esa zona el suelo aún era de gravilla, y trastabilló ligeramente por culpa de los tacones. Por suerte Pip estaba allí para evitar que cayera.
—Gracias.
—Para lo que necesites —le susurró guiñándole un ojo.
Alucard rio débilmente al ver la escena y el nerviosismo de la mestiza.
—¿Es tu primera vez? —le preguntó, la chica lo miró frunciendo el ceño con enfado— En una celebración de este tipo.
Blake no le respondió. Siguió caminando con la cabeza alta, intentando ignorarlo, a pesar de que el vampiro caminaba a su lado, mientras él sujetaba el brazo de Ceres cortésmente.
—Lástima que Íntegra no me haya permitido traerte de mi brazo. Me hubiera encantado ser yo quien te descubriera los placeres que te esperan —le susurró—. Habría hecho de esta noche algo inolvidable.
La joven sintió un extraño escalofrío recorrerle la espalda, y aminoró el paso para que Alucard y Ceres pasaran frente a ellos.
—Por favor, comportaos —les pidió Pip con seriedad, que había escuchado la insinuación—. Este no va a ser lugar donde montar una escena.
—No debes preocuparte. Esta noche seré todo un caballero, haré las delicias de todos los presentes —sonrió el vampiro con prepotencia.
—Eso es lo que me preocupa —suspiró el mercenario.
En el vestíbulo del edificio había dos mayordomos. Uno de ellos repartía antifaces para los invitados que iban llegando. El otro les tendía una hoja apoyada en una tablilla de madera, para que firmaran en ella.
Los tres miraron con preocupación al vampiro y contuvieron el aliento. Iba a tener que quitarse las gafas y sus ojos rojos llamaban aún más la atención que el parche de Pip, si además estos se enmarcaban con un antifaz negro estaba claro que no pasarían desapercibidos. Alucard se quitó con calma sus gafas, y las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. Acto seguido cogió uno de los antifaces y se lo colocó. Ninguno de los mayordomos pareció percatarse del color de los ojos del vampiro.
—Caballero, si es tan amable. Dígame su nombre, y firme aquí para la donación a la causa —le pidió uno de los hombres.
El no-muerto pasó frente a sus compañeros, que se percataron de que sus ojos no eran rojos, si no de un cautivador color miel, con un deje cobrizo. Los tres suspiraron aliviados. Blake recordó que algunos vampiros podían cambiar su aspecto a voluntad, era algo poco común entre su especie, no todos tenían esa habilidad y muy pocos la perfeccionaban, aunque claramente, se trataba de Alucard. Ese vampiro no dejaba de sorprenderla, la cantidad de habilidades que tenía era realmente asombrosa.
—Blake, tenemos que conseguir una de esas hojas firmadas —le susurró Pip.
La joven asintió. Cuando se acercó a por su antifaz, fingió que el tacón había quedado atorado entre las losas de piedra del suelo, y cayó hacia adelante. Ambos mayordomos se apresuraron en llegar hasta ella para evitar que cayera. En ese momento el mercenario aprovechó para coger algunas de las hojas firmadas que había en un motón bajo un pequeño atril, y las escondió dentro de la chaqueta.
—Esto es indignante. El suelo debería estar en perfectas condiciones para evitar este tipo de traspiés. Podría haberme torcido el tobillo, o peor, haberme roto el tacón ¿Saben lo caros que son? —Blake fulminó con la mirada a ambos hombres.
—Lo sentimos, lo sentimos mucho, señora —se apresuraron a disculparse, pálidos y nerviosos.
—Señorita —los corrigió con indignación.
—Señorita, sí. No volverá a pasar, le aseguramos que lo arreglaremos inmediatamente —el hombre más joven había empezado a sudar.
—Eso espero, o el anfitrión sabrá de esto y de la incompetencia de sus empleados.
Y sin decir nada más, se dirigió al interior colocándose el antifaz. Cuando avanzó lo suficiente suspiró para aliviar su nerviosismo cerrando los ojos con fuerza. El corazón parecía que se le iba a salir del pecho.
—Impresionante —la felicitó Pip—. Toda una señorita de alta clase.
—No quiero tener que volver a repetir algo así en mi vida —torció una sonrisa nerviosa mirando al mercenario—. Casi me da un infarto.
—Resulta curioso que te sea más fácil dar caza a monstruos que fingir que vienes de buena familia —se mofó el vampiro.
Blake lo miró con desagrado.
—A mí me has dado miedo —le sonrió Ceres para aliviar la tensión.
Finalmente los cuatro entraron en la gran sala donde se celebraba la fiesta. Todo allí era excesivo, desde la arquitectura y la decoración, hasta la cantidad de gente y su atuendo.
—Bienvenidos a un verdadero baile de máscaras —les dijo Alucard con un brillo eufórico en la mirada.
Todo aquel ambiente le traía recuerdos de otra época, en la que él había sido el anfitrión, y había disfrutado de los excesos y vicios de fiestas así hasta bien entrado el amanecer. Cómo echaba de menos esa época.
—Nos encontraremos aquí en una hora —susurró Ceres.
Ambos vampiros se perdieron entre la gente cogidos del brazo.
—Bien, manos a la obra, es hora de lucir nuestros encantos —rio Pip ajustándose bien la corbata y ofreciéndole un brazo a Blake, que hasta ese momento había estado absorta mirando todo el lujo que había a su alrededor, al que no estaba acostumbrada.
...†...
—Están aquí.
—¡Fantástico! ¡Maravilloso! No les pierdan de vista, caballeros. Tenemos una valiosa pieza que cazar. Esperemos que nos den un buen espectáculo.
...†...
Era la tercera vez que se reencontraban. Y aquella vez Alucard se acercó a ellos controlando su furia. Sus ojos destelleaban bajo el antifaz.
—¿Qué ha pasado? —el mercenario lo miró preocupado.
—Mi estúpida pupila ha sonreído de forma tan exagerada que les ha mostrado los colmillos a los invitados —dijo el hombre con la mandíbula apretada—. De no ser por mi facilidad para manejar las mentes humanas, nuestra misión aquí habría acabado.
—Lo siento muchísimo —musitó Ceres con la vista baja, visiblemente asustada por la reacción de su mentor.
—A mí también me ha pasado alguna vez —Blake le puso la mano en el hombro—. Con el tiempo aprendes a sonreír sin enseñar los dientes y a hablar sin apenas mover los labios.
La expolicía la miró con una sonrisa triste, un poco más aliviada al sentir que ese tipo de fallos no le pasaban solo a ella.
—Por nuestro lado lo único que hemos podido sacar en claro es que aquí nadie sabe nada sobre Millenium. Solo que han donado dinero para investigación —comentó Pip.
—Todos buscan lo mismo: longevidad e inmortalidad —gruñó Blake—. Imbéciles, la inmortalidad es un castigo.
—Lo dices como si supieras de lo que hablas —se mofó Alucard.
—He vivido más que cualquier humano... y en muchas ocasiones me hubiera gustado decir basta —la vampiresa lo miró con frialdad.
El vampiro ahogó una risa socarrona.
—Para estar cansada de vivir, te aferras mucho a la vida.
—¿Y si probamos a ir por separado? —propuso Ceres viendo la discusión que se avecinaba—. Nosotras dos juntas, y vosotros dos cada uno por su lado. Me he fijado en cómo me miran, los hombres no pierden la oportunidad de asaltar a las invitadas aunque vengan acompañados. Tal vez luciendo un poco nuestros encantos junto con todo lo que ya han bebido, suelten un poco más la lengua.
—Muy buena idea —le dijo Pip—. Yo estaría encantado de contarte todos mis secretos.
La expolicía se sonrojó hasta las orejas.
—Un último tanteo a los invitados y buscamos la entrada a los sótanos. No podemos seguir perdiendo más tiempo aquí —asintió Blake.
—Creo que Ceres tendrá más éxito si va sola, siempre y cuando no vuelva a enseñar los colmillos —intervino Alucard, mirando a su discípula con enfado—. Y Pip, con su labia natural, también puede hacer un buen trabajo en solitario. Nosotros dos tenemos buen oído y olfato, podríamos mezclarnos con los invitados en la pista de baile, saber si han estado en compañía de algún artificial, y ver si entre ellos hablan un poco más que con los desconocidos.
—Ni de coña —Blake lo fulminó con la mirada.
—Alucard, no es mala idea pero... A Íntegra no le va a gustar —el mercenario intentó disuadirlo.
—Mi Ama no tiene por qué enterarse, ¿cierto? —lo miró con seriedad.
Aquello claramente era una amenaza.
—¿Y mi consentimiento? —gruñó la chica.
—Si no recuerdo mal, Íntegra te ha dicho que acates las órdenes. No te conviene otro mal informe en una misión. Y obviamente, tampoco te conviene montar aquí una escena.
—Eso es coacción —le susurró con rabia.
Alucard alzó una ceja con una sonrisa cruel, y le tendió su mano.
Blake miró a sus compañeros, que no pensaban llevarle la contraria al vampiro para evitar un enfrentamiento en medio del salón. Inspiró profundamente y cogió la mano que el no-muerto le tendía. Sin guante que la cubriera la sintió fría, pero suave y fuerte. Juntos se adentraron en el centro del enorme salón, donde los invitados bailaban.
Con delicadeza Alucard cogió la mano derecha de la joven en alto y puso la otra en la espalda de la mestiza, bajo su omóplato. Ella dio un respingo ante el tacto frío del vampiro sobre su piel desnuda.
—¿Tengo las manos demasiado frías? —rio casi en un susurro— Lo siento mucho.
Blake se negaba a mirarlo a la cara. Con suavidad comenzó a guiarla por la pista de baile, moviéndose al compás de la música.
—Pensé que serías más patosa siendo tu primera vez. Si eres igual en todo...
—Para. Para de una puta vez —le gruñó mirándole finalmente—. Deja ya tus puñeteras bromas de doble sentido.
—Como desees. Acordé que esta noche sería un caballero.
—No podrías ser un caballero aunque tu existencia dependiera de ello —le dijo con asco.
—¿Me estás poniendo a prueba? —él alzó una ceja, divertido.
—Yo no te estoy poniendo a nada —gruñó.
—Haces que sea increíblemente complicado comportarse como un caballero.
Blake inspiró hondo para calmarse mientras se dejaba guiar por la concurrida pista.
—Me he fijado en que has escondido las marcas de tu espalda con maquillaje...
—Se supone que hemos de pasar desapercibidos —lo interrumpió molesta.
—A mí me gustan. Mucho —acarició suavemente con las yemas de sus dedos la zona en la que la joven tenía los surcos negros.
La mestiza curvó ligeramente la espalda hacia él, intentando escapar del contacto frío del vampiro, mientras se le erizaba la piel. Alucard sintió brevemente la presión del pecho de la chica contra su cuerpo, y apretó la mandíbula imperceptiblemente, manteniendo el control.
—Un caballero no haría eso —le dijo.
—Tu misma has dicho que no podría serlo aunque mi existencia dependiera de ello —torció una sonrisa divertida.
La música seguía sonando a su alrededor. Apenas podían escuchar las conversaciones del resto de parejas, que de todas maneras, no eran muchas.
—¿Por qué reniegas tanto de la mitad de tu linaje? —le preguntó de pronto Alucard, con seriedad.
—Porque no quiero ser como vosotros —se limitó a responder.
—Mentirosa. Te estás engañando a ti misma. Sí que quieres ser como nosotros. Puedo escuchar la oscuridad que hay en ti, cómo te grita para que la dejes salir. Y puedo ver como una parte de ti se muere por hacerlo, por dejarse llevar —le dijo.
Blake bajó la vista visiblemente avergonzada e incómoda con esa conversación, que obviamente no quería tener. Menos aún con él.
—¿Sabes qué es lo que ocurre cuando encierras, durante años, a una bestia hambrienta? —la atrajo más hacia sí para poder susurrarle al oído—. Que un día se escapa, completamente fuera de control. Y lo devora todo a su paso hasta quedar saciada. Y un día, aunque quede saciada, ya no volverá a su jaula.
Blake tragó saliva con labios temblorosos. Sintió que quería echarse a llorar, que ese asqueroso monstruo tenía razón. De cada vez le costaba más ignorar a aquella parte de su ser.
—Yo puedo ayudarte —le susurró aun al oído, mientras ambos se mecían al compás de la melodía, tan cerca uno de uno, que apenas quedaba espacio entre ellos—. Si me dejas, puedo enseñarte a domarla, a que te obedezca —Blake sintió que se perdía en aquella voz profunda, como sumida en un trance—. Podrás ser lo que realmente eres —Alucard bajó su mano por la espalda acariciando cada centímetro de piel caliente, que se erizaba a su paso—. Podrás hacer cosas que ni te imaginas —la atrajo más hacia si, hasta sentir su cuerpo contra el suyo, perdiéndose en su aroma—. Serás fuerte, poderosa, imparable. Todos te temerán —acercó sus labios al cuello palpitante—. Y nunca más volverás a sentir miedo —al hablar, sus labios rozaron su piel, haciendo que la joven se estremeciera con un leve suspiro—. Serás libre.
—Hemos encontrado algo —informó Pip apareciendo de la nada.
Blake pareció volver en sí de golpe, y en cuanto se dio cuenta de lo cerca que estaba del vampiro, se alejó de él con enfado, escapando de sus brazos mientras se sonrojaba ligeramente.
—¿He... he interrumpido algo? —murmuró el mercenario mirándolos a ambos.
Ambos respondieron al unísono de forma contradictoria. El hombre alzó una ceja visiblemente confuso.
—Manteníamos una conversación bastante interesante, que tal vez podríamos retomar luego, si la señorita está de acuerdo en lo que le estaba diciendo —Alucard la miró con interés.
Blake le mantuvo la mirada con seriedad, mientras notaba su corazón retumbar en su pecho. Sabía lo que aquel monstruo acababa de hacerle. Había sentido la neblina y la confusión que provocaban los vampiros en las mentes de sus presas para dejarlas a su merced, para hacer de ellas lo que quisieran. Pensó que llegado el momento, ella podría resistirse a aquello, siempre lo había hecho. Pero esa vez se había dejado arrastrar, no sabía cómo, a aquel limbo sedante. Había sentido sus manos frías sobre ella, y no le había importado, peor aún, le había gustado, por un segundo había ansiado más. Sintió que se ruborizaba ligeramente. Pero también había escuchado las palabras de Alucard. Quería ser más fuerte, quería no tener miedo. Necesitaba con desespero librarse de esa carga que día a día se hacía más pesada.
—Sí, tal vez si conseguimos salir de aquí de una pieza, podríamos seguir donde lo hemos dejado —contestó finalmente mirándolo con determinación.
—Perfecto —la sonrisa del vampiro fue exultante, y le tendió el brazo a la chica—. Bernadotte, muéstranos lo que has encontrado.
Alucard se abrió paso entre la gente tras el mercenario, llevando a Blake del brazo para no llamar la atención. Llegaron a un pasillo iluminado tenuemente, lejos del salón de la fiesta. Allí les esperaba Ceres, que apartó, al verlos llegar, uno de los pesados cuadros que adornaban el lugar. Tras él había un pequeño panel de acceso por código numérico.
—¿Y la clave? —Blake examinó el panel y el teclado, intentando encontrar rastros de los números más usados.
Pip sacó del interior de su chaqueta un pequeño dispositivo con dos cables que conectó en el panel, tras desmontar uno de los laterales. Blake y Ceres miraron alrededor nerviosas, por si aparecía alguien. A los pocos segundos se abrió una puerta oculta a su lado.
—Adoro la tecnología —sonrió el hombre besando el dispositivo antes de volverlo a guardar.
Entraron con cuidado, todo estaba oscuro. Lo único que había eran unas escaleras que bajaban. La puerta se cerró tras ellos a la vez que se encendía una tenue luz azulada en los rodapiés de la escalera.
—¿Cómo vamos a salir? —preguntó Ceres, inquieta.
—Ya nos preocuparemos cuando hayamos conseguido lo que venimos a buscar —murmuró Pip.
Blake se quitó el antifaz y los tacones, que dejó a un lado en los primeros escalones. Ceres se apresuró en imitarla.
—No sé si eso es buena idea —el mercenario las miró.
—¿Por qué? —la mestiza alzó una ceja, escéptica.
—¿Habéis visto Jungla de Cristal?
—No —respondió Blake.
—Sí —se apresuró a contestar Ceres.
—Yo de esa película aprendí que más valía ir calzado, por incómodo que fuera, a correr por encima de cristales rotos si las cosas se ponían feas.
—Prueba tú a correr con esos tacones y dime luego si prefieres o no correr descalzo encima de cristales rotos —resopló la mestiza comenzando a bajar las escaleras.
—Touché —le limitó a responder el mercenario siguiéndola.
Llevaban ya un trecho de escalera recorrida cuando a Blake le pareció escuchar algo. Se paró y sacó una pistola del vestido. Estaba inquieta, todo estaba demasiado tranquilo.
—¿Dónde llevabas eso? —Pip la miró sorprendido.
La vampiresa suspiró y se echó la falda del vestido a un lado mostrando ambas piernas. En la que había cubierto todo el tiempo la tela, llevaba un pequeño arnés al muslo, con una funda para la pistola y su cuchillo.
—¿Acaso crees que Ceres y yo íbamos a venir desarmadas? —alzó una ceja con sorna—. No es muy cómodo, pero es práctico.
El mercenario asintió con una pequeña sonrisa, dándole a entender que tenía razón. Cuando se giró a mirar a Ceres, que estaba detrás, se fijó en que también llevaba una pequeña pistola en las manos. La vampiresa le sonrió divertida.
Tras una bajada que les pareció eterna, llegaron a una enorme sala iluminada de la misma forma que las escaleras, con franjas azuladas en los rodapiés, de forma que había suficiente luz para moverse sin topar con nada, pero no para ver claramente todo lo que había allí. El aire era denso y estaba viciado, como si la estancia hubiera estado cerrada durante meses. Los ordenadores eran muy viejos y estaban llenos de polvo. Pip intentó encender uno de los aparatos sin éxito.
—De aquí no creo que saquemos nada —gruñó el chico mirando al resto de los aparatos—. Tiene que haber otra habitación en alguna parte, con material más moderno.
Los tres vampiros recorrieron el lugar con las armas preparadas para asegurarse de que estaba vacío y no había peligro.
...†...
—¡Que comience el espectáculo!
El doctor se frotó las manos con nerviosismo.
...†...
Pip seguía intentando encontrar una fuente de información, pero ningún ordenador funcionaba, a la mitad de ellos les faltaban piezas. De forma que comenzó a tantear las paredes en busca de otra puerta secreta o de algún panel de acceso a otra zona.
Alucard miró a las escaleras y sonrío mostrando sus colmillos, como un depredador.
—Bienvenidos a la boca del lobo —rio.
—Sabía que era una encerrona ¡Lo sabía! —gritó el mercenario con enfado.
—Cálmate, tus latidos me desconcentran —el vampiro lo miró arrugado la nariz, molesto.
Blake también estaba tensa, no podía captar con claridad el olor de los atacantes en aquel ambiente tan cargado. Olía a muerte, pero no sabía exactamente de lo que se trataba, y lo último que deseaba en aquellos momentos era enfrentarse a zombis, seguía teniendo pesadillas con el centro comercial. Unos resoplidos y jadeos bajaron por la escalera. En la oscuridad brillaban varios pares de ojos blancos que se abalanzaron sobre ellos con las fauces abiertas. Pip disparó a una de las criaturas que cayó al suelo retorciéndose. Blake sacó con rapidez el cuchillo y le rebanó el cuello a una de ellas, que seguía moviéndose frenéticamente de un lado a otro a pesar de tener la cabeza colgando solo de un trozo de carne.
—¡¿Perros?! ¡¿Ahora experimentan con perros?! —Pip no salía de su asombro mientras derribaba a otro de un disparo.
Alucard cogió al último de los animales cuando se le tiró encima. Le agarró la mandíbula y la abrió de golpe hasta destrozársela con un desagradable crujido. El silencio retornó al lugar. Los cadáveres de los sabuesos estaban tirados por el suelo de la sala, algunos aún sufrían ligeros espasmos. Sus cuerpos apenas tenían pelo y la carne estaba corrupta, como si hubieran sido infectados por zombis.
—Salgamos de aquí —propuso Ceres con la pistola aun en alto.
—No podemos irnos hasta conseguir la información —le dijo el mercenario de forma tajante.
—Aquí no hay nada, es una trampa —Blake lo fulminó con la mirada.
—Los satélites mostraron un consumo importante de energía —insistió el hombre.
—Un señuelo, para que viniéramos —insistió ella—. Nos han tendido una trampa desde el principio. Sabían que nos daríamos cuenta de que uno de los nuevos reclutas era un espía, que le sacaríamos la información y que luego nos colaríamos aquí.
La pierna de Pip tembló con nerviosismo.
—Joder, tienes razón —gruñó con fastidio—. Por eso no me gusta hacer planes de forma tan precipitada. Bien, nos vamos, al menos no nos iremos de vacío —comentó mostrando fugazmente los papeles robados que tenía dentro de la chaqueta.
Alucard comenzó a reír, su risa fría retumbó por las paredes de piedra. Los tres se estremecieron.
—Salid... si podéis...
Un perro se abalanzó sobre Ceres desde la espalda, pero no llegó a tocarla porque de las sombras surgió un enorme perro negro con seis ojos inyectados en sangre, que agarró al atacante por el cuello devorándolo en pocos segundos. Las criaturas no tardaron en rodearles, salían de todas partes.
—Que no os muerdan u os infectarán —les advirtió el vampiro.
—Pip, no te separes de mí —le dijo Blake poniéndose delante del hombre, de todos ellos, era el más vulnerable al ser humano.
El mercenario asintió mirando fijamente a uno de los sabuesos que estaba subido en una mesa listo para atacar. Cuando el perro saltó sobre él, el mercenario se apartó y Blake le clavó en la nuca el cuchillo, seccionando parte de la médula. Otras dos bestias más se abalanzaron sobre el animal moribundo que se retorcía en el suelo, destrozándolo a mordiscos.
La mestiza miró con asco la escena, aquellos animales eran increíblemente violentos. Los zombis nunca se atacaban entre ellos. Disparó a otro que corría hacia ella y de una patada rompió el cráneo a uno de los perros que se le acercaba por la espalda. Ceres cayó al suelo cuando una de las bestias se le tiró encima, con un movimiento rápido le partió el cuello. La vampiresa se incorporó con rapidez lista para volver a defenderse. El enorme perro negro de Alucard corría por todos lados, y en un momento dado se dividió en dos, destrozando a las criaturas que encontraban en su camino. Blake no tuvo tiempo de disparar, los dientes de uno de los animales se clavaron en su brazo, desgarrando la carne. Con un puñetazo se lo quitó de encima. El sabueso de Alucard le atacó por un flanco y lo despedazó.
—¡Que no te muerdan! —le gritó el vampiro, furioso.
—¡Si tus chuchos fueran más rápidos no tendríamos tantos problemas! —le gritó ella.
Pegó el brazo herido a su pecho, le dolía horrores, pero al menos no sangraba mucho. Dio un paso hacia delante para seguir peleando cuando escuchó un chasquido bajo su pie. Un pitido intermitente llenó la estancia a medida que su ritmo se aceleraba.
—¡Explosivo! —gritó el mercenario.
La explosión hizo temblar las paredes. El suelo se levantó lanzando losas y piedra en todas direcciones, haciendo que salieran despedidos hacia atrás. Parte del techo también se derrumbó. Blake miró a su alrededor confusa, le pitaban los oídos, a parte de ese molesto sonido no podía escuchar nada más. Todo se había llenado de polvo, no veía a sus compañeros por ninguna parte. Gritó con fuerza cuando unas fauces agarraron su pierna por encima del tobillo y estiraron de ella hacia atrás con rapidez arrastrándola por el suelo, hasta que bajo ella no hubo nada y cayó al vacío.
Abrió los ojos desorientada, llevándose la mano a la parte posterior de la cabeza. Había caído de espaldas por algún hueco, golpeándose la cabeza contra algo durante la caída. La oscuridad era completa. Tanteó a su alrededor. Estaba en un pequeño habitáculo, tanto, que ni siquiera podía estirar las piernas ahí dentro. Intentó incorporarse, pero el lugar por el que había caído estaba ahora cerrado.
Entró en pánico comenzando a respirar con dificultad. Necesitaba salir de allí. Cuanto más crecía su ansiedad, más se estrechaban las paredes que la rodeaban.
—¡Socorro! —golpeó con fuerza la superficie que había sobre ella, que no se movió de su sitio— ¡Alucard! ¡Sacadme de aquí! ¡Por favor! ¡Alucard!
Se quedaba sin aire, no podía respirar, las paredes seguían estrechándose y no dejaban que ella se moviera salvo para golpear torpemente con los puños la parte superior del sitio en el que se encontraba. Se estaba mareando. No quedaba aire.
—¡Alucard! —lloró con histeria hasta que le dolió la garganta— ¡Por favor! ¡Ayúdame! ¡Alucard! ¡ALUCARD!
Sintió algo a su lado, en ese minúsculo espacio que la encerraba y la asfixiaba, había algo más. No era el vampiro, era otra cosa. Algo que creció a su alrededor, como envolviéndola, frío y familiar. La sensación de angustia comenzó a bajar de intensidad e intentó ralentizar su respiración, para no seguir hiperventilando, a la vez que sentía como las paredes dejaban de estrecharse. Aquella presencia que estaba junto a ella le hacía sentirse segura y a salvo. Cerró los ojos con fuerza para intentar olvidar por unos segundos que estaba encerrada.
Abrió los ojos de nuevo. Al otro lado de la puerta de madera robusta del armario de su habitación, se escuchaban los ecos de una conversación acalorada y cosas romperse. Su madre la había metido en el mueble con un enorme collar de ajos, y le había prohibido moverse hasta que ella la avisara. Siempre jugaban a lo mismo. Pero esa vez estaba asustada. Había alguien en casa y le gritaba a su madre. Unos pasos rápidos llegaron hasta la habitación.
—Puedo olerte —dijo una voz siniestra—. Sal de tu escondite.
Alguien olisqueaba con fuerza la habitación. Ella contuvo el aliento tapándose la boca y la nariz con ambas manos. Entonces algo golpeó con fuerza el armario, haciendo que este se tambaleara, y una estaca ensangrentada atravesó la madera, muy por encima de su cabeza. Se escuchó un grito agónico, lleno de rabia, que hizo eco en la casa.
...†...
El último perro cayó al suelo y no volvió a moverse. Pip se apoyó en una de las mesas que seguía intacta, recuperando el aliento. Ceres dio una vuelta de reconocimiento para asegurarse de que no quedaban más animales acechando entre los escombros. La explosión no había bastado para acabar con esas criaturas rabiosas, que los habían seguido atacando.
—Despejado —anunció la vampiresa respirando con alivio.
—¿Dónde está Blake? —Alucard la buscó con la mirada.
—No la he vuelto a ver tras la explosión —el mercenario miró alrededor preocupado— ¿Blake? ¡Blake!
El vampiro se movió con rapidez entre los escombros, visiblemente preocupado. Movió algunos bloques pesados de piedra con la esperanza de encontrarla. Se giró de pronto, y se acercó a uno de los rincones de la habitación. Movió otro montón de escombros y un escalofrío le recorrió la espalda. Se sintió inquieto. Sintió... ¿miedo?
—¿Qué ocurre? —Ceres frunció el ceño acercándose con rapidez, veía algo extraño en los ojos de su amo.
Alucard se agachó y tanteó el suelo.
—Está aquí abajo —musitó—. Y no está sola.
—¡Tenemos que sacarla! —Pip se apresuró en buscar una trampilla o algo parecido.
El no-muerto lo hizo a un lado. Golpeó con fuerza el suelo repetidas veces, hasta que se escuchó un chasquido, y la piedra que había bajo él se deslizó un poco a un lado. Con dificultad consiguió meter los dedos por el borde, arrancó la tapa de la trampilla con un brusco tirón y la arrojó lejos de él. Los tres se asomaron por el hueco. No se veía nada, solo oscuridad.
Pip alumbró el hueco con una pequeña linterna. Allí dentro no había nada, era un conducto sin salida, solo veía la piedra del fondo.
—Aquí no hay nadie —musitó.
—Humanos —gruñó el vampiro con desprecio.
Las sombras se arremolinaron en el fondo y el bloque de piedra del fondo salió despedido hacia arriba, fuera del conducto. En su ascenso, por poco golpeó a Ceres en la cara, pero esta se apartó con rapidez.
—¿Un fondo falso? —le vampiresa los miró confusos.
—Yo diría que una doble puerta de seguridad. Me da que aquí dentro tenían a los animales —comentó Pip.
Volvieron a asomarse, y una vez más, solo vieron oscuridad. El mercenario volvió a alumbrar el hueco, y no vieron nada, era como si no hubiera fondo. Entonces se abrieron seis ojos blancos, vacíos y sin vida. Pip y Ceres retrocedieron de un salto cuando se abrió una enorme boca repleta de varias filas de dientes, que los atacó. Alucard se mantuvo en su sitio, mirando fijamente a aquella criatura oscura, que lo volvió a amenazar con las fauces abiertas, unas fauces que entonces se separaron, pasando de estar formadas de dos partes a cuatro, como una espeluznante flor tropical. La oscuridad desapareció de golpe. Blake estaba allí con los ojos cerrados, encogida, en el interior de aquel estrecho agujero. El vampiro movió las sombras a su alrededor para sacarla, no llegaba con sus brazos tan abajo. En cuanto la tuvo al alcance, la cogió de los brazos y la sacó, tumbándola en el suelo.
—¿Está... muerta? —Ceres la miró con preocupación.
—No, solo inconsciente —el no-muerto podía escuchar su corazón y su respiración entrecortada.
La vampiresa abrió los ojos de golpe inspirando con fuerza, como si se hubiera quedado momentáneamente sin aire. Y con rapidez, y para el asombro de todos, se incorporó abrazando al vampiro, que estaba junto a ella, con fuerza, buscando protección. Alucard se sorprendió ante esa reacción tan infantil. La chica respiró profundamente con los ojos cerrados, hasta que finalmente se calmó.
—¿Qué tal te encuentras? —Pip le puso una mano en el hombro.
—Bien, ahora que ya no estoy ahí dentro —musitó ella abriendo los ojos.
Se dio cuenta de que a quién estaba abrazando y se alejó de él con rapidez mientras se ponía en pie, evitando mirarlo a la cara. El vampiro torció una sonrisa burlona.
—¿Qué era esa cosa que estaba contigo? —Ceres la miró con temor.
—No había nada ahí dentro —pero recordó la sensación de compañía y protección—, creo...
—Ya haréis las preguntas más tarde. Volvamos para informar a Íntegra antes de que aparezcan más bichos —el mercenario observó la sala, inquieto.
Alucard volvió a mirar al interior del habitáculo, y luego a Blake. Lo que había estado con ella, era obra suya, una invocación inconsciente. Pero nunca había visto nada que se le pareciera.
—Y tú que querías que no nos quitáramos los tacones —se mofó la mestiza pasando por encima de los escombros para llegar a las escaleras, que por suerte, estaban intactas.
—Lo sé, lo sé —medio rio Pip—. Tú tenías razón y yo no. Tomo nota de que el calzado exclusivo de mujer no sirve para situaciones de riesgo.
—Sí que sirve, pero para crearlas —rio Ceres—. La de veces que casi me mato por culpa de unos.
Blake y el mercenario rieron, era agradable poder tener unos momentos de calma en los que liberar tensión riendo, porque no sabían qué iban a encontrar a su salida, y su aspecto, en esos momentos tras la trampa, no iba a pasar desapercibido en la fiesta.
El piso superior estaba lleno de humo. Podían escuchar el fuego recorrer el edificio. La mestiza y el hombre se apresuraron a taparse el rostro, para poder seguir respirando.
—¿Qué ha pasado? —musitó Ceres.
Con paso rápido llegaron al salón. Había varios fuegos que devoraban los tapices, cortinas y adornos de la sala. Todo estaba destrozado y el calor era abrasador. Había decenas de cadáveres en el suelo. Pip se apresuró a examinar uno de ellos. Miró a su alrededor y vio varios de los ventanales rotos. Habían lanzado algo contra ellos desde el interior.
—Ya estaban muertos antes del incendio —les dijo—. Diría que los han gaseado con algo hasta matarlos, y luego han iniciado un fuego para tapar las pruebas.
—Vámonos antes de que lleguen los bomberos y la policía. Si nos encuentran aquí y somos los únicos supervivientes, nos harán preguntas —les apremió Ceres.
Tuvieron la sensación de estar en el infierno. Casi no se podía respirar, y el fuego estaba por todas partes. Pero necesitaban cruzar la sala para salir del edificio. Con rapidez se pusieron en movimiento, intentando alejarse todo lo posible de las llamas, que lo devoraban todo con rapidez, ganando fuerza a cada momento. En medio de toda esa destrucción había cinco de aquellos perros, comiendo y destrozando un cadáver entre el fuego. Algunos de los animales se pelearon por una pierna humana, uno de ellos, había empezado a arder, pero no pareció importarle. Pip contuvo el aliento, aquella estampa era realmente desagradable.
Los perros levantaron la cabeza ladrando cuando se percataron de su presencia.
—Joder... otra vez no —gimió el mercenario.
En medio de aquel incendio, les iba a ser imposible defenderse. Los animales se lanzaron a la carrera en busca de carne fresca. Todos comenzaron a correr hacia la salida con rapidez, deseando ser más rápidos que los sabuesos. Alucard se quedó dónde estaba y extendió los brazos hacia las bestias con las palmas hacia arriba, haciendo crecer las sombras que contrastaban entre las llamas. Y de esa oscuridad surgieron varios de sus perros que no tardaron en devorar a los atacantes.
...†...
El doctor se mordía los dedos con nerviosismo, había visto la cara de descontento del Mayor.
—No ha salido como lo habíamos planeado. La bomba no ha tenido la potencia necesaria para hundir la sala y separarlos, han conseguido encontrarla —opinó el rechoncho rubio sentado en su silla—. Y los perros son incontrolables, demasiado violentos para un cometido así, apenas han obedecido al entrenamiento. Al menos hemos podido recaudar lo planeado para continuar con las investigaciones.
—La próxima vez no fallaremos —dijo el doctor con energía.
—La necesitamos. La quiero. Es un valioso espécimen de estudio.
...†...
Llegaron a la mansión cuando despuntaba el alba. Ceres salió del coche bostezando con fuerza.
—Por fin en casa —sonrió ella con cansancio.
—Ahora que os veo bien y con luz... Qué pena de vestidos, os quedaban espectaculares —les comentó el mercenario quitándose la corbata.
La vampiresa se miró a sí misma y a Blake. Los bajos de los vestidos estaban rotos, y la tela sucia, manchada de sangre, polvo y hollín.
—A mí no me da ninguna pena, solo quiero quitármelo y darme una buena ducha —suspiró Blake, que de forma instintiva miró a Alucard, esperando una respuesta soez a su comentario.
Sorprendentemente no dijo nada, se limitó a mirarla con una sonrisa lasciva. La vampiresa entornó los ojos, no había abierto la boca, pero esa mirada era respuesta suficiente.
—Yo quiero un baño, uno bien caliente. Qué coño, quiero flotar en un puto jacuzzi mientras una mujer cañón con unas tetas de infarto me masajea la espalda —comentó Pip. Ambas mujeres lo miraron alzando una ceja, con desaprobación—. Pero sobre todo quiero quitarme toda esta peste a humo y sangre de perro zombi.
Alucard se acercó a Blake desde su espalda.
—Te recuerdo que tenemos una conversación pendiente —le dijo pasando a su lado—. Cuando quieras continuar, ven a mis aposentos. Te estaré esperando. Ansioso.
La joven se detuvo y lo vio marchar hacia la mansión ¿Qué debía hacer? ¿Era buena idea aceptar la ayuda del vampiro, aceptar la mano que le tendía? ¿O podía convertirse en la mayor equivocación de su vida?
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Un saludo a todos!
