CAPITULO V

Ceres entró en la sala y carraspeó para llamar la atención de Blake, que estaba absorta en la pantalla del ordenador y las montañas de informes que había esparcido sobre la enorme mesa. La mestiza levantó la vista, molesta por la interrupción.

—¿Qué?

—Íntegra quiere que vayas un momento a su despacho —contestó la vampiresa.

—¿Es que aquí no tenéis días libres? —refunfuñó levantándose de la mesa.

Ceres se encogió de hombros con resignación.

—Al menos así no nos aburrimos, la inmortalidad es muy larga.

—Ya... —musitó Blake de mal humor.

La vampiresa no la acompañó hasta el despacho. Así que, o bien Íntegra quería hablar con ella a solas, o aún peor, quería hablar con ella y Alucard a solas.

...†...

—¿Me buscabas? —entró en el despacho sin llamar.

La mujer le hizo un ademán para que tomara asiento en la silla que había frente al escritorio donde revisaba unos papeles, mientras fumaba uno de sus puros.

—Me ha llegado el informe de Bernadotte.

Blake la miró frunciendo el ceño ¿Le habría contado que Alucard la había obligado a bailar con él?

—Me alegra ver que esta vez no has ido por tu cuenta —le comentó—, y que has sabido trabajar en equipo. Aunque el problema de tu claustrofobia...

—Si fuera fácil de solucionar, ya lo habría hecho —la interrumpió, tirante.

—Aun así, deberías intentar sobrellevarla mejor, no siempre vas a trabajar en espacios amplios y abiertos. No me sirves si siempre estás al borde de una crisis de ansiedad.

—Entonces déjame libre y problema resuelto —la vampiresa la miró molesta.

No le gustaba hablar sobre su claustrofobia, sobre sus debilidades. Sabía que era un problema a la hora de ir a cazar, pero por mucho que había intentado forzar situaciones para obligarse a superarla, no lo había conseguido. Podía permanecer en sitios relativamente pequeños como habitaciones o celdas sin sufrir un ataque de ansiedad, pero si acababa en grutas o espacios tan pequeños como en el que había caído en aquel sótano, simplemente se bloqueaba, y no podía reaccionar. El pánico se adueñaba de ella.

—¿Qué tal va tu búsqueda? La de tu padre —le preguntó Íntegra dándole una calada a su puro, Blake hizo una mueca de desagrado al escuchar la palabra "padre"— ¿Nuestros archivos te han ayudado a recabar algo de información?

—Es difícil encontrar algo cuando realmente no sabes a quién buscas —suspiró con frustración—. A partir de la Segunda Guerra Mundial pierdo la pista, siempre. Demasiadas muertes, rumores y cuentos para asustar a los niños. Es un caos. Y tras esa época, nada.

—Puede que muriera durante esos años —la mujer se encogió de hombros.

—No. Sé que no está muerto. Puede que hibernando, pero no muerto. Y sé que está en las Islas Británicas.

—¿Te lo dicen tus entrañas? —Íntegra alzó una ceja, escéptica.

—Ríete todo lo que quieras. Aunque trabajes con monstruos, no tienes ni idea de cómo funcionan —le espetó levantándose y saliendo de allí.

...†...

Paró la moto y se quitó el casco. Había salido a dar una vuelta para despejarse. Estaba frustrada. Llevaba meses en Inglaterra y no había encontrado nada. Absolutamente nada. Por primera vez en su vida no sabía cuál debía ser su siguiente parada. Se había estancado allí, en Hellsing, y le aterraba no ser capaz de seguir avanzando, no encontrar al monstruo que la engendró, no poder vengar a su madre. Y no quería quedarse por siempre en la Organización, había pasado escasamente un mes desde el trato, y le parecían décadas. Allí no tenía libertad de movimiento y para colmo compartía techo con lo que llevaba prácticamente toda su vida cazando.

Ceres no la molestaba. Por desgracia, le caía bien. Aunque la tratara de forma tirante adrede porque sabía que algún día deberían enfrentarse, y no quería vacilar llegado el momento. Pero Alucard... Solo de pensar en él le hervía la sangre, como nunca antes le había pasado. Su arrogancia, su prepotencia, su sadismo... le ponían enferma, y al mismo tiempo se sentía atraída hacia él de una forma que no podía controlar. Era algo visceral e irracional. Y tras la misión fallida en el palacete había ido a peor. Se avergonzaba de haber llegado a soñar con él por las noches al cerrar los ojos, reviviendo la sensación de sus manos frías sobre su piel, de su voz en su oído, de su cuerpo contra el suyo. Había soñado con esos ojos rojos que siempre la miraban con hambre voraz.

Inspiró con fuerza. Arrugó la nariz. El aire le llevaba un olor extraño, pero vagamente familiar. Puso en marcha la moto de nuevo y siguió el rastro. Las calles estaban desiertas a esas horas de la madrugada, y la lluvia intermitente que caía ayudaba a que los ciudadanos prefirieran quedarse en casa durmiendo. Bajó de la moto y continuó a pie, allí las calles eran bastante estrechas y el motor hacía demasiado ruido. Desenfundó la pistola y la amartilló, por precaución. Fuera lo que fuera lo que olía así, no era humano. El rastro se hizo más intenso y desagradable. Le recordaba al olor a perro mojado. Se sobresaltó al escuchar un cubo de basura volcarse con estrépito en uno de los callejones. Un gato salió corriendo de allí, bufando con enfado.

—Malditos gatos —musitó con el corazón acelerado.

En la oscuridad aparecieron unos ojos brillantes. Blake levantó el arma, preparada. Desde la fachada del edificio que había a su izquierda saltó un hombre joven y robusto, más alto que Alucard, y eso no era decir poco. Los brillantes ojos que tenía en frente salieron de las sombras y mostraron a otro chico igual de fuerte y alto. A su derecha apareció otro más. No eran humanos, de eso estaba segura, y tampoco vampiros.

Uno de ellos alzó la cabeza y aulló, sus dos compañeros respondieron a la llamada. Blake los miró horrorizada. Licántropos, eran una puta jauría de licántropos. Solo se había enfrentado a uno en toda su vida, hacía tantos años que prácticamente lo había olvidado, por eso no había podido discernir el olor. Y el encuentro en su momento fue desastroso, poco faltó para que la destripara en medio del bosque. Aunque ya no era la joven inexperta y mal equipada que fue en aquella época, aquel recuerdo vino a ella de forma desagradable y receló. Los licántropos eran bestias salvajes, no podía preverlos porque no pensaban ni como humano ni como animal. Y ahora no era un licántropo viejo y medio enfermo, eran tres. Tres especímenes jóvenes y sanos que estaban de caza. Y por mala suerte la presa era ella y no uno de los vecinos. Era una emboscada.

—Mierda —gimió mirando al trío—. Joder, que puta mala suerte.

El primer ataque no llegó ni de frente ni por los flancos. Escuchó un leve resoplido a su espalda que se aproximaba con rapidez. Se tiró al suelo justo en el momento que la bestia se lanzaba contra ella de un salto, de forma que consiguió esquivarlo por muy poco. Cuando le pasó por encima, disparó y le acertó en el pecho. El licántropo gruñó, cayó aparatosamente al suelo y tras unas bruscas sacudidas, como si el pecho le ardiera, se quedó inmóvil, mientras la herida de su torso seguía humeando.

Blake tragó saliva, menos mal que las balas estaban recubiertas de plata. Sacó también el cuchillo. Esperaba que el baño y aleación de plata que llevaba el filo fuera suficiente. Los licántropos gruñeron y sus cuerpos se transformaron. La ropa que llevaban se hizo girones a medida que su ya considerable tamaño crecía. Sus rostros se alargaron y se llenaron de dientes enormes, su cuerpo se volvió peludo, les crecieron las orejas y las colas. En unos segundos tenía frente a ella a tres bestias, a dos patas, de más de dos metros de altura, tan fuertes que podían partir a un humano por la mitad con facilidad, e increíblemente cabreados.

Uno de ellos se abalanzó contra Blake. La joven esperó al último momento y le hizo una finta al mismo tiempo que le disparaba en la nuca. En este momento otro licántropo, salido de la nada, la embistió, con tal fuerza que escuchó sus costillas crujir y romperse por el impacto, saliendo despedida hasta chocar contra la pared de una de las viviendas. Escupió una considerable cantidad de sangre y, con dificultad, consiguió dar un par de bocanadas de aire. Esa bestia le acababa de aplastar el esternón. Si no tenía un pulmón perforado, sería un verdadero milagro. Se puso en pie de forma tambaleante. Le costaba muchísimo respirar. Otro licántropo más había aparecido en escena ¿Pero cuántos había?

Desenfundó su pistola restante, había perdido la pareja tras la embestida. Y los apuntó.

—¿Venís a cenar o qué, malditos chuchos?

Todos gruñeron y se lanzaron a por ella. Se movió con rapidez entre ellos, aunque no con su agilidad habitual. Le faltaba el aire y le ardía el pecho. Dibujó un arco y los intestinos de uno de los licántropos cayeron pesadamente al suelo. Otro consiguió alcanzarla clavando sus dientes en su hombro desde su espalda. Blake gritó y lo golpeó con el codo en las costillas para que la soltara, pero fue como golpear un muro de hormigón. Pasó la pistola por su costado, por debajo de su brazo izquierdo, y disparó sin tregua hasta que finalmente la soltó. La sangre manaba a borbotones del mordisco.

Los tres licántropos que quedaban comenzaron a estrechar el cerco a su alrededor con las enormes garras preparadas, y las fauces abiertas y babeantes.

La vampiresa volvió a apretar el gatillo. No hubo disparo. El último licántropo la había forzado a vaciar el cargador. No llevaba uno de repuesto, y tampoco veía por ninguna otra parte la pistola que había perdido antes. Ahora mismo la única arma que tenía era el cuchillo, y para usarlo debía acercarse más de lo que le gustaría. El pecho le seguía ardiendo y la sangre de su hombro no dejaba de correr. Solo tenía una opción: huir. Se dio la vuelta y echó a correr hacia su moto. No iba a poder con los tres, no con solo un cuchillo y lesionada. No era tan imbécil para intentarlo siquiera. Malditos licántropos. Su especialidad eran los vampiros, más frágiles, confiados y menos rabiosos.

Escuchó a las tres bestias correr tras ella. Ni siquiera se giró para mirar la distancia que les sacaba, por desgracia no sería mucha, de cada vez se movía más lentamente. Le costaba horrores respirar y si tropezaba y caía, podía darse por muerta. Pasó junto a unos cubos de basura y los volcó a su paso, para obstaculizarles algo el camino. Era claramente una estupidez, pero puede que le diera unos segundos. Que idiota e indefensa se sentía en esos momentos. Su moto estaba solo a unos metros y por suerte había dejado las llaves puestas. Solo tenía que saltar sobre ella y acelerar como alma que llevaba el Diablo.

Sintió un doloroso zarpazo en la espalda y cayó al suelo con un grito de dolor. Se giró y alzó el cuchillo, clavándoselo bajo la mandíbula al licántropo que se había abalanzado sobre ella, hasta atravesarle el cráneo. La bestia gimió de forma lastimera y se desplomó a un lado. Intentó levantarse con rapidez resbalando sobre los adoquines mojados, pero otra de las bestias rodeó su cabeza con su enorme garra y la levantó del suelo, estampándola contra una de las paredes del estrecho callejón. Se agarró al brazo peludo y pateó al licántropo buscando un punto débil. No podía ver nada con la zarpa sobre su cara, que además le impedía respirar. Sin previo aviso el agarre del monstruo perdió fuerza y cayó al suelo a peso. Se retiró la garra de la cara inspirando con fuerza y se encontró de pronto con el brazo de la bestia, arrancado de cuajo, en sus manos. El licántropo, frente a ella, aullaba de dolor intentando frenar la hemorragia donde antes había tenido el brazo izquierdo. Miro la escena sin comprender qué estaba pasando. Una mano le cubrió la boca y la arrastró hacia atrás, a las sombras, con rapidez.

Blake consiguió zafarse y al girarse se topó con unos ojos rojos que la miraban divertido.

—¿Qué haces aquí? ¿Tú le has arrancado el brazo?

—No es justo que te diviertas sola —rio el no-muerto.

La chica resopló molesta.

—No sé dónde está la diversión de ser despedazada por esas cosas —le susurró con enfado.

Escuchó a los licántropos olfatear la zona. Blake miró sobre su hombro la herida de su espalda. Era profunda, muy profunda, y aún sangraba, al igual que el mordisco del hombro. No tardarían en dar con ella.

—¿Nunca te habías enfrentado a licántropos? —el vampiro la miró con curiosidad.

—Una vez cuando era una cría... Era viejo y estaba desnutrido y enfermo. Y aun así casi no lo cuento —respondió de mal humor, inquieta.

Alucard la había arrastrado a algún lugar. No sabía dónde, solo había oscuridad. Y los licántropos cada vez estaban más cerca.

—No me puedo creer que tú precisamente, quieras huir de esta pelea.

—¿Sabes lo que es el instinto de autoconservación? —le gruñó.

—Por eso me ofrecí a enseñarte a usar tu lado nocturno, pero por el momento, has ignorado mi propuesta —le recriminó con desaprobación—. Pero tranquila, Caperucita —se acercó mucho a ella, tanto que sus narices casi podían tocarse—, el cazador está aquí para matar al lobo.

Y desapareció.

—¿Alucard? ¡Alucard! —lo llamó con enfado— Gilipollas arrogante.

Se levantó tanteando a su alrededor, estaba en un sitio estrecho y húmedo. Escuchó con atención y se movió en dirección a los aullidos y gruñidos, con los brazos extendidos hacia los lados, palpando las paredes de piedra. De pronto se hizo la luz y se encontró en la calle. Un licántropo se alzó ante ella de la nada, abalanzándose con sus fauces abiertas. Pero se frenó cuando un brazo traspasó su pecho desde la espalda. La bestia exhaló un sonido lastimero y quedó de pie, inerte, hasta que finalmente se desplomó frente a los pies de la vampiresa.

Alucard le sonrió mientras sacudía el brazo ensangrentado, para limpiarse un poco.

—Bestias estúpidas.

Los cuerpos de los licántropos habían vuelto a su forma humana una vez muertos. Blake se acercó a uno de ellos para recuperar su cuchillo, aún incrustado en su cabeza. Limpió el filo contra su pantalón antes de guardarlo de nuevo en su funda.

—Me preocupa bastante que tus heridas no sanen con mayor rapidez —le comentó el vampiro, pasando un dedo cerca de la herida abierta de su espalda.

Ella se retiró con un gruñido de dolor.

—¿Por qué no te metes el dedo por el puto culo? —le espetó enfadada.

—Vaya manera de agradecer que haya evitado que te conviertas en comida para perros —respondió molesto.

Abrió la boca para responderle, pero por desgracia tenía razón, la había salvado. Y ya iban dos. Primero la sacó de la trampilla en el sótano, y ahora aquello. Dibujó una mueca de enfado y gruñó. Desandó el camino en busca de sus pistolas. Tras recuperarlas se encaminó hacia la moto. A lo lejos podían escuchar las sirenas de la policía acercándose, obviamente los vecinos habían llamado a las fuerzas de seguridad con todo el jaleo que habían montado.

De pronto los cuerpos de los licántropos estallaron en llamas azuladas y se consumieron, hasta que no quedó nada.

—Millenium —musitó la vampiresa.

—Parece que tienen un especial interés en ti —comentó Alucard, más para si mismo que para Blake.

—Matamos a sus monstruos, ¿cómo no van a querer quitarnos de en medio? —suspiró con resignación.

Cuando se giró vio al vampiro subido a su moto, y la miraba juguetón.

—Baja —le espetó con seriedad llegando hasta él y poniéndose el casco.

—Quiero saber por qué te gusta tanto este trasto —se encogió de hombros, socarrón— También quiero notar la potencia entre mis piernas.

—No te lo voy a repetir.

Alucard, aún sentado en la moto, se inclinó hacia atrás con chulería, apoyando las manos en el asiento, tras él. Y la miró con desafío, no pensaba moverse.

—Me lo debes, Caperucita.

Blake cerró los ojos y apretó la mandíbula. Cómo lo odiaba.

—Déjame sitio —le dijo con un ademán despectivo.

El no-muerto sonrió complacido. Nada más la joven se subió, él se aproximó a ella y la agarró fuertemente de la cintura, pegando su cuerpo al suyo.

—Ojalá te caigas y te revientes la cabeza contra el asfalto —le dijo bajando la visera del casco y arrancando a toda velocidad, dejando atrás los restos calcinados de los licántropos.

Alucard tuvo que admitir que el viaje en aquella máquina resultaba agradable, la sensación de velocidad era embriagadora, porque Blake era propensa a saltarse el límite de las zonas y a maniobrar de forma brusca, sin apenas reducir. Solo escuchaba el rugido de la moto y del viento en sus oídos. Transcurrido un tiempo, el vampiro aflojo el agarre de la cintura de la chica, apoyando simplemente en ella sus manos. Y esta respiró aliviada cuando sus cuerpos se separaron un poco. Le resultaba incómodo tenerlo tan cerca, le hacía recordar el baile en el castillo privado y los posteriores sueños que este le había provocado. Entonces sintió que las manos del vampiro, muy sutilmente, empezaron a deslizarse de su cintura hacia abajo. Blake sintió un escalofrío, cerrando un segundo los ojos. En la joven creció el deseo hacia él cuando sus manos siguieron recorriéndola, hasta llegar a la zona interna de sus muslos, hacia...

Frenó en seco y echó la cabeza hacia atrás, con lo que el vampiro, con la inercia, se golpeó con fuerza la cara con el casco, rompiéndose la nariz y cayendo aparatosamente de la moto.

—No vuelvas a tocarme. Nunca —le espetó con rabia.

Alucard la miró con una sonrisa lasciva, aún tirado en el suelo, mientras se limpiaba con el dorso de la mano la sangre que chorreaba por su nariz y barbilla.

—No intentes hacerme creer que no te ha gustado —le respondió—. Te ha desagradado tanto como el baile en la mansión.

—Que te jodan —le dijo arrancando de nuevo la moto, yéndose.

—Cuando tú quieras —rio para sí.

Había escuchado el latir acelerado de su corazón cuando él había empezado a acariciarla, había olido el deseo en ella. En la misión anterior se lo había parecido, pero no había estado seguro del todo. Ahora sí que sabía que esa atracción era mutua. Pero obviamente Blake no pensaba ceder a sus instintos. No lo hacía con su lado vampírico, mucho menos iba a admitir que tenía tantas ganas como vampiro de echar un buen polvo con él. Pero se encargaría de que cediera en ambas cosas, iba a ser muy divertido, todo un reto.

...†...

No podía dormirse. Llevaba toda la noche y el día en vela. No hacía más que darle vueltas a la escaramuza de la noche anterior, en la que Alucard había tenido que rescatarla cual princesa en apuros. Y le reventaba. No hacía más que pensar en la propuesta del vampiro sobre enseñarla a usar sus habilidades innatas. El no-muerto había acabado con los licántropos con facilidad, mientras que ella por poco acaba despedazada entre los cubos de basura.

Pero al mismo tiempo aceptar la oferta suponía estar a solas con él, a su entera disposición. Y eso la inquietaba. También recordaba lo que le había dicho cuando lo tiró de la moto. Y una vez más esa sanguijuela tenía razón. No podía, ni quería entender por qué despertaba esa necesidad en ella. No es que no disfrutara de vez en cuando de un buen revolcón, si encontraba a la persona indicada que no le diera problemas al día siguiente tras un poco de sexo sin compromiso. Pero siempre habían sido humanos, nunca vampiros. Jamás había dejado que uno le pusiera la mano encima, ni iba a consentirlo. Esos seres nunca habían despertado su interés en ese sentido. Pero con Alucard era diferente, si se acercaba demasiado a él podía sentir cómo hervía por dentro, como algo en ella le pedía a gritos no alejarse del vampiro.

Apretó los labios con frustración ¿Qué debía hacer?

...†...

Llamó a la puerta, indecisa, y esta se abrió sola con un ligero chirrido. Entró en la estancia oscura, iluminada en un rincón por unas velas. Al fondo estaba Alucard, sentado sobre su ataúd, sonriendo complacido apoyado en sus rodillas con aire despreocupado. Y una copa de sangre a su lado.

—Por fin te dignas a venir a visitarme —le dijo con voz suave.

—Tú ganas. Enséñame.

El vampiro amplió su sonrisa, hasta mostrar sus colmillos. Blake se removió inquieta, ya se estaba arrepintiendo de aquello. Pero estaba cansada de tener miedo, de no ser capaz de vencer todas las batallas.

—¿Y por dónde quieres comenzar? —le susurró el no-muerto al oído tras aparecer junto a ella.

—Por donde consideres. Quiero aprenderlo todo —respondió con firmeza mirándolo a los ojos, intentando que no notara lo incómoda que le hacía sentir que estuviera tan cerca de ella hablándole al oído.

El vampiro la miró de arriba abajo.

—¿Hay algo que sepas hacer y que aún no me hayas mostrado?

—No.

—Entonces sí que tienes mucho que aprender —chasqueó la lengua—. Hasta Ceres sabe más que tú y eso que hace poco que es un ser de la noche.

Blake se encogió de hombros con indiferencia. Le traía sin cuidado que la chica supiera hacer más, ella llevaba renegando de su mitad toda la vida, aprovechando de ese lado oscuro lo estrictamente necesario.

El vampiro comenzó a pasearse alrededor de ella mordiéndose el labio pensativo, mientras la miraba con los brazos cruzados ¿Por dónde debían empezar?

—¿Alguna vez has probado los cambios de gravedad?

—¿Los qué? —la joven frunció el ceño.

—Caminar por paredes y techos —le explicó.

—No. Corro muy rápido y salto alto. ¿Para qué iba a necesitar algo así?

Alucard estalló en carcajadas.

—Cuantas más superficies puedas recorrer, más ventajas tienes sobre tu adversario.

—¿También vas a enseñarme a caminar sobre las aguas? —se mofó ella alzando una ceja.

—Los vampiros no...

—No podéis atravesar por vuestra cuenta grandes masas de agua como ríos y océanos —lo interrumpió la chica con un ademán despectivo—. Lo sé, todos lo saben.

El no-muerto resopló con un amago de risa.

—Podemos empezar por los cambios de gravedad si quieres, ayer te habrían venido muy bien —se encogió de hombros—. Aunque no te veo muy receptiva.

Blake entornó los ojos con enfado.

—Puede que estuviera más receptiva si bajaras tu nivel de prepotencia hacia mí.

—¡Oh, vamos! Pero si te encanta —rio—. Te pone a cien.

—Sí, a cien para partirte la cara —le aclaró—. Me largo, no debería estar aquí, hablando contigo. Debería estar metiéndote un tiro entre los ojos —le dio la espalda.

Alucard chasqueó los dedos y toda la estancia se llenó de una espesa niebla.

—Saldrás si eres capaz de encontrar la salida —el eco de su voz resonó en aquella nada blanquecina.

Blake puso los ojos en blanco ¿De verdad pensaba que no sería capaz de desandar los cuatro metros que había recorrido allí dentro? Tras unos cuantos pasos su expresión de hastío fue desapareciendo. ¿Dónde estaba la puerta? Ya debería haber llegado a ella.

—¿Qué pasa Caperucita? ¿Te has perdido? —rio el vampiro, su voz resonó a su alrededor, no podía saber de dónde venía, parecía surgir de todas partes.

—Déjate de gilipolleces, sanguijuela, y déjame salir —le exigió con enfado.

—Caperucita se ha perdido buscando la casa de la abuelita, y si no va con cuidado, el lobo se la comerá enterita —canturreó, socarrón.

La vampiresa resopló con enfado, y siguió caminando. La niebla era tan espesa que no podía ver nada que estuviera a más distancia que la de sus brazos extendidos frente a ella. Le hacía perder el sentido de la orientación y del tiempo, no sabía si llevaba andando cinco minutos o cincuenta.

—Y se acercó y acechó. Y Caperucita no lo vio —siguió canturreando entre la niebla.

Blake cerró los ojos y se concentró en su voz, en saber de dónde provenía y lo cerca que estaba de ella.

—Pobre niña desobediente, no sabe lo que el lobo tiene en mente. Con su capita y su cestita, sigue buscando a su abuelita. La noche la alcanzó y la casa no encontró. Y en cuanto despuntó la luna, el lobo, despiadado...

La vampiresa se giró de pronto, sacando de debajo de su sudadera su rui.

—Se la tragó de una —Alucard le sonreía con el cuchillo bajo la mandíbula.

—Déjame salir. A-HO-RA.

—Por favor —el no-muerto le mantuvo la mirada, retándola.

—Déjame salir. Ahora... por favor —repitió ella con la mandíbula apretada, retirando el cuchillo del cuello con lentitud.

Alucard le sonrió de forma siniestra, y la niebla desapareció. Tardó unos segundos en percatarse de que la corta melena revuelta del vampiro caía hacia arriba ¿Hacia arriba? Las cosas no caían hacia arriba. Alzó la cabeza y miró al techo, que no era realmente el techo.

—¿Qué coño...? —entonces se sintió caer.

El golpe contra el suelo fue tremendo. Se rompió la muñeca y el codo izquierdo al intentar frenar la caída.

—No ha estado mal —el vampiro se cruzó de brazos, satisfecho.

—¿Qué acabas de hacer? —se levantó ella sujetándose el brazo izquierdo, dolorida.

—Yo no he hecho nada, lo has hecho tú sola —le aclaró—. Simplemente te he dado un empujón.

La chica miró al techo ¿Cómo había llegado ahí arriba?

—Si ha sido cosa mía ¿Por qué entonces me he caído?

—Porque has vuelto a tener miedo, a pensar y razonar como un humano. Los seres de la noche no nos regimos por sus mismas reglas —le explicó, aún con los brazos cruzados—. Mientras no quieras entender eso, no hará falta que vuelvas aquí.

El vampiro se acercó a ella, obligándola a levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—A no ser que quieras que te enseñe otras cosas —se inclinó hacia ella con una sonrisilla juguetona, alzando una ceja.

¿De verdad quería seguir jugando a aquello? De acuerdo, ella también sabía jugar. Blake levantó las manos y las pasó por su pecho despacio, avanzando hacia sus hombros. El no-muerto amplió su sonrisa.

—No te cansas nunca, ¿verdad? —le susurró ella, mientras sus manos seguían avanzando por su torso, describiendo extraños dibujos.

—Soy un cazador de desgaste —respondió, mientras ella deshacía el nudo de su corbata con manos hábiles—. No te haces una ligera idea de la resistencia física que puedo llegar a tener.

—Y te mueres por mostrármela —sonrió ella poniéndose de puntillas, acercando sus labios a los del vampiro, con las manos en su cuello.

Entonces Blake, con rapidez, hizo un nudo con la corbata y apretó con fuerza la garganta de Alucard. Él ahogó un gemido. Obviamente no podía asfixiarlo, y ella lo sabía. Pero era realmente incómodo, le impedía tragar y hablar.

—Antes me follaría a un perro —le espetó con desprecio, aún de puntillas con sus labios casi pegados a los de él—. Así que si tantas ganas de meter tu asquerosa polla en alguna parte, ve a tirarte a tu aprendiz que para algo la tienes.

Lo soltó y fue hacia la puerta. El vampiro se quitó la corbata del cuello, molesto.

—Ceres está interesada en otra persona —le dijo.

—¿Y desde cuando a los vampiros os importan o respetáis las emociones de los demás? —le preguntó con sarcasmo sin detenerse.

Alucard se encogió de hombros, con indiferencia.

—Pero respecto a lo de follarte a un perro, puedo satisfacerte si quieres. Sería un placer.

Blake abrió la puerta y lo miró alzando una ceja. Él levantó la cabeza y aulló, como un lobo. Sintió un escalofrío al recordar a los licántropos. Y junto al vampiro aparecieron dos de sus perros negros, jadeando. La mestiza dibujó una mueca de asco en su rostro y salió de allí dando un portazo. Se apoyó unos segundos en la puerta e inspiró con cansancio, como lo odiaba, a él y sus bromas.

Alucard la escuchó alejarse por el pasillo. Había sabido desde el principio que ella no estaba cediendo a sus encantos, pero igualmente había disfrutado de la proximidad y las caricias, de su cálido aliento sobre sus labios. Lo había puesto cachondo. Y realmente pensó en hacerle una visita a Ceres. Descartó esa idea casi de inmediato. Seguramente la vampiresa, aunque no quisiera acostarse con él, no opondría resistencia y dejaría que él le hiciera lo que le viniera en gana, por desagradable o humillante que pudiera resultarle. Pero era una chiquilla, su chiquilla. No la había creado para eso. Por un segundo le habría gustado que Blake cediera ante él tan rápido, pero entonces... ¿Dónde quedaba la diversión de la caza?

...†...

En su habitación intentó poner en práctica lo que le había dicho el vampiro. No lo consiguió. Apoyaba un pie en la pared y se impulsaba, pero caía hacia atrás. Ella no era ni como un vampiro, ni como ese tal Spiderman. No podía andar por las paredes como si tal cosa. Resopló ¿Cómo le podía molestar tanto no poder hacer algo tan poco natural, propio de los monstruos como Alucard?

Cerró los ojos inspirando con calma, y comenzó a recorrer la habitación sin abrirlos. Convenciéndose de que la gravedad estaba siempre bajo sus pies, sin importar dónde estuvieran estos apoyados. Llegado el momento, los abrió con cuidado. Junto a ella estaba, del revés, la lámpara de la habitación. Miró hacia arriba y vio su cama y el resto de muebles sobre su cabeza, también del revés. Sintió que le temblaban las manos. La dirección de la gravedad comenzó a cambiar, a tirar de ella hacia arriba, o hacia abajo. Todo aquello le resultaba muy confuso. Se concentró todo lo que pudo, convenciéndose de que aquello era normal, que podía caminar por donde quisiera, que la gravedad no tenía poder sobre ella.

Dejó de sentir ese tirón en su cuerpo y se mantuvo en su sitio, sobre el techo. Sonrió, orgullosa de lo que acababa de conseguir. Dio un paso. Y luego otro más, sin caer. Siguió andando hasta llegar a la pared, puso un pie en ella y levantó el otro. Se sintió ligeramente mareada ante el cambio tan brusco de perspectiva. Siguió andando hasta volver al suelo.

Soltó un gritito eufórico. Corrió hacia la pared, saltó, y pudo apoyar los pies en ella y seguir corriendo. Siguió corriendo por la habitación. Saltando de las paredes al techo, del techo a las paredes, de las paredes al suelo, del suelo al techo... Paró cuando comenzó a estar mareada.

Con una enorme sonrisa de satisfacción se dejó caer en la cama de espaldas. Aquello había sido una chorrada, pero le había hecho sentirse bien, sentirse viva, sentirse algo más completa.

...†...

...Estaba sola en casa. Pocas veces su madre se iba al pueblo, solo una o dos al mes, porque estaba lejos, tanto que ella no podía verlo desde la granja. Y cuando la dejaba sola siempre se aseguraba de que la casa estuviera bien cerrada y no la dejaba salir, ni siquiera con un collar de ajos, como de costumbre. Su casa siempre estaba llena de ajos, apestaba a ajo. A veces venía gente del pueblo y se reían de ellas. Las locas de los ajos las llamaban. También decían que ellas invocaban a las desgracias. Que las cosas malas y extrañas que pasaban en el pueblo seguramente eran culpa suya, que desde que ella había nacido una maldición había caído sobre el lugar. Por eso apenas iban niños hasta allí, solo los más mayores a tirar piedras y coles podridas contra la casa.

Otra cosa que le había enseñado su madre a través de juegos desde que era bien pequeña, era que debía esconderse en el armario de su habitación, con el collar de ajos, si escuchaba algún ruido extraño. Odiaba el armario, era pequeño y oscuro. Muchas veces había tenido que dormir dentro de él acurrucada entre mantas. Odiaba el armario.

Su madre odiaba la noche, nunca dormía tranquila, prefería dormir de día. Pero ese día su madre no estaba, se había ido por la mañana muy temprano. Ya estaba anocheciendo y no había vuelto. Ella empezó a preocuparse, se levantó del suelo del comedor en el que había estado jugando con su muñeca, sin hacer ruido y sin encender las luces, como su madre le había inculcado.

Se asomó con cuidado a la ventana. Llevaba tiempo sintiéndose observada, había alguien fuera de la casa. Aunque no pudiera verlo, sabía que estaba ahí.

Un fuerte golpe en la puerta le hizo dar un salto. Otro fuerte golpe y cogió el collar de ajos de la mesa, colgándoselo al cuello. Antes del tercer golpe ya había subido las escaleras a todo correr. Y antes de que la puerta de la casa se viniera abajo, había entrado en el armario de su cuarto cerrando la puerta con cuidado. Se acurrucó entre las mantas. A pesar de que odiaba aquel armario había vuelto a entrar, jamás desobedecería a su madre. Seguramente el intruso no tardaría en irse, así que simplemente tenía que esperar. Pero los minutos pasaron y el extraño no abandonó la casa, se movía de un lugar a otro en el piso de abajo. Y su madre no volvía. El intruso empezó a subir las escaleras. Tragó saliva y se tapó la boca para ahogar su agitada respiración, tenía miedo ¿Dónde estaba su madre? ¿Y si el intruso le había hecho daño y por eso no había vuelto del pueblo? En aquel armario se sentía aprisionada, si el extraño la encontraba dentro no tendría la oportunidad de escapar. Unas lágrimas de impotencia recorrieron sus mejillas. Si aquel intruso le había hecho algo a su madre, le haría daño, haría que se arrepintiera de ello. El extraño entró en la habitación y pudo oír como olisqueaba algo. Ella se encogió más entre las mantas. Unos ojos blancos y brillantes se abrieron junto a ella en el interior del armario. El miedo se evaporó. No sabía qué eran esos ojos blancos, pero estaba segura de que la iban a ayudar. Ambos esperaron a que el intruso llegara al armario. Las puertas de madera chirriaron al abrirse, y vio como el extraño cambiaba su sonrisa de triunfo por una mueca de horror antes de que gritara con fuerza.

Escuchó como su madre la llamaba a gritos desde el piso de abajo. Abrió los ojos soñolienta. La mujer entró en la habitación y respiró aliviada al verla en el interior del armario. Luego miró al intruso muerto que había en el suelo, o lo que quedaba de él. Su cuerpo estaba hecho trizas, pero en su mandíbula se podían ver unos colmillos más grandes que los de su madre. Ella miró el cadáver, no sintió ni miedo, ni asco, simplemente estaba ahí, pero había manchado toda la habitación con sangre. Le gustaba su habitación, ese extraño se la había estropeado. Su madre corrió hasta ella para abrazarla, y comenzó a llorar. La cogió en brazos y la sacó del armario. Algo se movió entre las mantas. Un animal grande y negro, de ojos blancos, que se las quedó mirando desde las sombras del interior del armario. Entonces abrió las fauces mostrando hileras de afilados dientes...

Blake se despertó de golpe, incorporándose en la cama. Se llevó las manos a la cara, con cansancio. Después de tantos años no entendía por qué los recuerdos confusos de su niñez la seguían atormentando en sueños.

...†...

Alucard apoyó una mano en la puerta, lo había sentido, había sentido crecer por momentos el poder de Blake. Como su oscuridad se hacía fuerte y tangible dentro de la habitación. Y eso le inquietó, sabía que había estado dormida en esos momentos. Si su lado vampírico se hacía con el control cuando su conciencia se dormía, entonces tenían un serio problema, porque no estaba seguro de poder enseñarla a controlarlo. Su trabajo se había complicado aún más.

Escuchó unos pasos en el pasillo. Ceres se acercaba a él con paso indeciso y temeroso.

—¿Qué ha sido eso?

—¿El qué? —Alucard fingió no saber de qué hablaba.

—Esa sensación... el miedo...

El vampiro chasqueó la lengua, molesto.

—¿Qué miedo? No deberías sentir miedo, eres una hija de la noche, o lo serás cuando te dignes a beber de alguien —le dijo con desprecio marchándose, y dejando a la chica completamente descolocada.

No quería comentarle nada referente a sus temores y propósitos hacia Blake. Ceres era fiel a él, y por extensión a Íntegra. Por lo tanto, le contaría cualquier anomalía a su Ama. Y si la mujer se enteraba del delicado equilibrio que mantenía la mestiza en su interior, era muy probable que le diera la orden de matarla, como ya le avisó. Y no quería hacerlo.

...†...

Entró en la biblioteca para continuar sus investigaciones. Ceres estaba allí, había abierto una de las ventanas y se había sentado en el alfeizar. Miraba el exterior con aire aburrido.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Blake.

La vampiresa dio tal salto que por poco cayó por la ventana.

—Vaya susto me has dado —resopló, más tranquila.

Blake entornó los ojos.

—¿De quién te escondes? ¿De Alucard?

—¿Por qué debería esconderme de mi Amo? —la joven alzó una ceja.

—Porque es Alucard —respondió ella con obviedad.

Ceres rio. Maldita sea, ¿Por qué tenía que caerle bien aquella chica? Se sentó junto a ella en la ventana.

—¿Entonces de quién te escondes? ¿De Pip? —insistió ella.

—No. No me escondo de Pip —respondió sonrojándose.

Blake ahogó una risita, por supuesto que se escondía del mercenario.

—No termino de entender vuestra dinámica.

—No hay ninguna dinámica.

—Ya... claro...

Ceres se sonrojó aún más.

—Tú le gustas y él te gusta. Sin embargo, le rehúyes a la mínima.

—A mí no... —se detuvo, estaba tan colorada que era demasiado evidente—. Me siento incómoda. Es insistente, un caradura, y en ocasiones un cerdo machista...

—Ahí está su encanto, por desgracia —suspiró Blake.

—Yo nunca... —la mestiza la miró, aquello lo sabían todos, para convertirse en vampiresa tenía que haber sido virgen, aunque costara de creer teniendo en cuenta su edad y su atractivo físico— Y me bloqueo... nunca se me han dado bien los chicos... y el intimar con ellos... no...

Se quedó en silencio. Blake la miró, y vio terror y tristeza en sus ojos. Aquella chica escondía algún tipo de trauma con aquel tema. Eso explicaría que hubiera conservado la virginidad tanto tiempo.

—¿Me estás diciendo que Alucard nunca te ha puesto la mano encima? —eso sí que le costaba más creerlo.

—¿El Amo? —Ceres alzó una ceja— No, nunca. Te lo creas o no, me trata bien. Salvo cuando se enfada.

Blake asintió levemente. Puede que a veces aquel maldito monstruo sí que pudiera comportarse como un caballero.

—A Pip le gustas muchísimo, tal vez podrías pensártelo. De vez en cuando sienta bien algo de contacto físico —la mestiza entró de nuevo en la sala, para proseguir su investigación.

—¿Entonces por qué tu huyes del Amo? —Ceres la miró con curiosidad.

Blake se paró en seco, y se giró lentamente hacia ella.

—¿Qué?

—Vosotros también tenéis una dinámica extraña —explicó—. Os atraéis mutuamente. Tanto Pip como yo lo vimos en el baile de máscaras. Creo que hasta Íntegra lo sabe. Salta a la vista enseguida.

La chica se quedó de pie, helada ante esas palabras.

—Detesto a Alucard.

—Tenéis una relación amor-odio muy tóxica —Ceres se encogió de hombros—. Pero eso es cosa vuestra. Mientras no dañes al Amo, a mí me da absolutamente igual lo que hagáis.

A la mierda su rato de investigación. Ya no iba a poder centrarse lo suficiente ¿Qué a ella le gustaba aquella sanguijuela sádica? Antes prefería arder en el infierno. Recordó la sensación de sus manos recorrer su cuerpo ¡Maldición!

...†...

Volvió a la mansión al despuntar el alba. Bostezó de forma perezosa bajando las escaleras a los sótanos para meterse en su habitación, darse una ducha e irse a dormir. Alucard se cruzó con ella, camino a su ataúd.

—Íntegra me ha dicho que has salido esta noche —le dijo—. Espero que no te hayan vuelto a dar una paliza.

Blake no le respondió, pasando a su lado.

—Apestas a humano —el vampiro se detuvo al captar su olor.

Aquel aroma que tanto le gustaba de ella, estaba mezclando con el de un mortal. Apestaba a sudor, sudor de hombre adulto. Apestaba a sexo. Y eso le hizo dibujar una mueca de desagrado, que no disimuló en absoluto.

—¿Te molesta? —ella alzó una ceja.

—Sí —le contestó con enfado.

—Pues mejor —Blake continuó su camino, estaba cansada y solo quería llegar a su habitación.

Alucard la cogió de la muñeca con fuerza y con un brusco estirón la atrajo hacia sí, para mirarla a la cara.

—Suéltame —le siseó ella de mal humor, de forma amenazadora.

—Me asquea, muchísimo, que te acuestes con mortales —solo de pensar en otras manos que no fueran las suyas recorrer su cuerpo desnudo, hacía que le hirviera la sangre.

—Ese no es mi problema —gruñó, estirando para liberarse, pero el vampiro no la soltó— ¡Qué me sueltes, joder!

Le puso una mano en la nuca y la atrajo hacia sí sin miramientos. Sintió sus labios cálidos sobre los suyos, y como algo dentro de él se deshacía y se avivaba. Aflojó el agarre en su muñeca, mientras seguía besándola con fiereza, con la mano en su nuca, impidiendo que ella se alejara.

El corazón de Blake se aceleró al sentir los labios fríos contra los suyos. Y algo más fuerte a su propia voluntad hizo que le cogiera el rostro para mantenerlo allí, con ella. Finalmente sus dedos se enredaron en su pelo azabache, mientras su lengua se abría paso hasta su boca. Sentía su cuerpo arder con aquel beso, y este se curvó para sentirlo contra ella.

Alucard sonrió para sí, dándole la bienvenida a la lengua de la chica con la suya propia. Aquel beso era sucio y demandante. Ambos querían más, necesitaban más. Ya no podían negarlo. Él la aprisionó contra la pared con un golpe seco, mientras sus manos se escurrían bajo el jersey de la chica, que se estremeció con un suspiro que rozaba el gemido placentero. Acarició la piel caliente con sus dedos, una de ellas la sujetó por la cadera atrayéndola hacia él, y la otra subió hasta su pecho, cubierto por el sujetador, acariciándolo, haciéndola suspirar. El pantalón comenzó a molestarle, le aprisionaba en exceso. Ya le daba igual que parte de ella apestara a humano, solo podía oler a Blake, aquel olor que le hacía rozar la locura. Separó sus labios de los suyos para dejar que tomara algo de aliento. Ella seguía necesitando respirar. Vio sus mejillas encendidas y sus ojos brillando con deseo. Quiso comérsela allí mismo en muchos sentidos. Volvió a apresar sus labios con vehemencia, y los acarició y mordió ligeramente con sus colmillos.

El sentido común de Blake se despertó en ese momento ¿Qué estaba haciendo? Le dio un fuerte rodillazo a Alucard en la abultada entrepierna. El vampiro ahogó un gemido de dolor separándose de ella y cayendo al suelo. Llevándose las manos a los huevos.

—¡Joder! —rugió de dolor— ¡¿Pero qué coño te pasa?!

Blake echó a correr por el pasillo, entró en su habitación y cerró la puerta con llave, con las manos temblorosas ¿Qué acababa de pasar? Se llevó las manos a los labios. Aun podía sentir los labios fríos del vampiro sobre los suyos. Su lengua jugando en su boca. Sus manos acariciándola. Quiso llorar de pura frustración ¿Cómo había podido permitir eso? ¿Cómo había dejado que sucediera? Gritó llena de rabia. Aún sentía su corazón latir acelerado, sentía el impulso de volver a besarlo, de sentirlo contra su cuerpo, de sentirlo dentro de ella.

Se dejó caer en el suelo, llevándose las manos a la cabeza, enterrando sus dedos en su pelo, llena de angustia. Y finalmente lloró ¿Qué le estaba haciendo ese monstruo?

"Maldito seas Alucard, ojalá ardas en el puto infierno toda la eternidad" pensó acongojada. ¿Cómo era posible que hiciera con ella lo que quería de esa manera?

...†...

Durante el trayecto en camión hacia su nueva misión, no quiso levantar la vista de sus botas. No había querido ver al vampiro después de su encontronazo, y había tenido la suerte de evitarlo una semana entera. Por desgracia había surgido un nuevo trabajo que hacer y debían ir todos, sin excepción. No lo quería cerca, porque corría el peligro de volver a caer y de no reaccionar a tiempo, a pesar de que una parte de ella, que cada día se hacía más fuerte, se moría por tenerlo encima mientras la hacía gemir y gritar de placer.

Alucard estaba sentado frente a ella y no le quitaba los ojos de encima. Estaba muy tensa, a punto de saltar. Era evidente que no lo quería tener cerca. Pero había faltado tan poco... De igual modo no se extrañó que en solo un segundo la chica recuperara la cordura. De hecho, ni siquiera había esperado que le devolviera el beso, creyó que la patada en los huevos se la llevaría antes. Se había lanzado a ciegas, movido por los celos en un arranque posesivo. Y para su desgracia, al ver que ella no lo rechazaba, se había relajado, permitiéndose creer que Blake al fin se había rendido a él. Pero con la mestiza las cosas nunca eran así de fáciles. Aun así, no pensaba rendirse. Ella lo deseaba y se avergonzaba de ello. Simplemente tenía que conseguir que superara esa barrera, que dejara de verlo como un monstruo. Y sabía que eso lo conseguiría aproximándola más a su naturaleza vampírica.

El camión los dejo frente al edificio a las afueras de Londres. Todo estaba silencioso y la pobre iluminación de las farolas hacía el lugar aún más tétrico. Al subir las escaleras hacia la entrada pudieron leer el cartel "Oficina de Policía" en la fachada.

—¿Qué hace aquí un vampiro? —Ceres alzó una ceja.

—¿Apostamos? —propuso Pip con un cigarrillo en los labios, poniéndose el sombrero — O lo han detenido por atacar a alguien cuando intentaba comer, o por haber entrado en algún sitio a robar como un humano cualquiera. Los agentes le habrán servido de cena.

—Yo apuesto por la cena que salió mal —le dijo Blake.

—Apuntado queda —rio el mercenario lanzando el cigarrillo a un lado.

Las pesadas puertas no hicieron ningún ruido al abrirse, al contrario que sus pasos, que resonaron con estruendo. Blake inspiró con fuerza. El olor a zombi dibujó una mueca de asco en su rostro.

—No huele a vampiro —informó.

—Se habrá ido después de alimentarse —comentó Alucard.

—Entonces toca limpieza —resopló Pip, colocándose el auricular.

Ceres y Blake encendieron los suyos entrando en la recepción, que estaba desierta, pero llena de salpicaduras de sangre y agujeros de bala en las paredes. Algunos de los disparos habían roto las lámparas, provocando que la iluminación fuera muy pobre. Sin duda los policías habían intentado defenderse.

—Mujer policía, apaga tu auricular. No lo necesitas, puedes escuchar a Bernadotte estés donde estés. El edificio no es tan grande. Afina tu oído —le dijo el vampiro.

La joven obedeció asintiendo. Blake los miró con disimulo. Aquella orden era sin duda una parte del entrenamiento de Ceres. Fingiendo que se colocaba los mechones que habían escapado de su coleta, tras las orejas, apagó su auricular.

Alucard se dio cuenta y sonrió. Parecía que la mestiza quería seguir aprendiendo. Iba a comentar algo al respecto cuando una silueta se movió al fondo del pasillo de la izquierda. Ambas chicas prepararon sus armas, pero aquella sombra no volvió a moverse, tal vez solo habían sido imaginaciones suyas provocadas por la luz que parpadeaba allí.

—Deberíais ir juntas —propuso el vampiro.

—¿Acaso crees que no podemos hacerlo solas cada una por su lado? —le dijo Blake con enfado.

—Eso lo has dicho tú —Alucard la miró con una sonrisa prepotente.

La mestiza miró a Ceres, y esta le hizo un ademán con la cabeza para que la siguiera.

—Nos lo pasaremos mejor sin ellos —le susurró con una sonrisa.

Ambas se pusieron en marcha sin mirar a los dos hombres, que se quedaron en la recepción.

—¿De verdad no vas a hacer nada? —Pip miró al no-muerto alzando una ceja.

—Hace días que no me divierto, ¿tú qué crees? —amartilló una de sus enormes pistolas y se puso en camino hacia otra parte del edificio.

A Blake ese corto pasillo se le hizo interminable, después de los grandes almacenes y la encerrona del sótano del palacete, su claustrofobia había vuelto a incrementarse. Se sentía encerrada entre esas paredes, le daba la sensación de que si la atacaban no tendría espacio suficiente para moverse.

—¿No te resulta incómodo realizar las misiones con ese uniforme? —necesitaba distraerse de ese ambiente y hacía tiempo que la mestiza quería preguntárselo a Ceres.

La vampiresa miró su corta minifalda ceñida.

—Se parece bastante al uniforme de policía que tenía que llevar en comisaría, antes de conseguir que me dejaran patrullar —se encogió de hombros—. Puede que no sea lo mejor, pero tampoco me molesta, estoy acostumbrada, y es lo que me han dado para trabajar.

—Seguro que lo escogió Alucard —murmuró con disgusto Blake, más para si misma que para su compañera.

Un disparo resonó en el silencio y la bala pasó silbando cerca de la oreja de Ceres. Ambas se retiraron del centro del pasillo y se pegaron cada una a una de las paredes. Al fondo, entre las luces parpadeantes, apareció un zombi con uniforme de policía, completamente ensangrentado y sin el brazo izquierdo. Pero sujetando una pistola con su mano derecha, apuntando en línea recta.

—¿Zombis armados? Esto es nuevo —Blake lo miró con asombro.

—Por desgracia para mí no —resopló Ceres recordando el ataque a la mansión Hellsing.

La vampiresa levantó el Hallconen justo cuando hubo una nueva ráfaga de disparos. Blake se lanzó contra ella, empujándola para ponerla a salvo. Ambas cayendo en el interior de uno de los despachos del pasillo, derribando la puerta.

—Gracias —musitó la chica, avergonzada por su lenta reacción.

—No dejes a ninguno en pie —la mestiza la miró con una sonrisa feroz.

Blake se asomó al marco de la puerta, desde allí no podía ver nada. Tiró una silla del despacho al pasillo. Los disparos la destrozaron en segundos. Debían de ser entre cuatro y cinco tiradores.

—A mi señal —le dijo con las pistolas firmemente sujetas.

Se adentró en el pasillo con rapidez, disparando. Derribó a dos de los muertos vivientes.

—¡Ahora!

Ceres se plantó en medio del pasillo, lazándose al suelo con rapidez aprovechando una breve pausa en el tiroteo. Y apenas sin apuntar, apretó el gallito. El proyectil hizo pedazos a los zombis que aún quedaban, salpicando las paredes con sangre y entrañas.

—Menudo juguetito —comentó la mestiza con aprobación.

La vampiresa se levantó y miró a su alrededor. Se sobresaltó al ver a Blake agazapada en el techo, donde se había colocado para no entorpecerla y quedar fuera del alcance de los disparos.

—Un poco grande para espacios tan pequeños —Ceres arrugó la nariz con una sonrisa, colocándoselo de nuevo al hombro.

Ambas siguieron recorriendo el pasillo. Blake por el techo y Ceres por el suelo. Unos ojos rojos y brillantes las observaban con interés desde las sombras. Le gustaba mucho ver trabajar a dos de sus chicas juntas. Se fijó en Blake un segundo, y se inquietó. Caminaba por el techo, sin embargo, su pelo y ropa no caía hacia abajo, como era lo habitual. La mestiza conseguía cambiar su gravedad hasta tal punto, que podía controlar todo lo que estaba en contacto directo con ella. Jamás había visto nada igual. Ni tan siquiera él, Señor de la Noche, era capaz de algo así.

El pasillo se bifurcó en dos escaleras, unas llevaban al piso superior, y otras al inferior.

—¿Cuál prefieres? —le preguntó Ceres, consciente de que debían separarse y de lo que a su compañera le incomodaban los lugares pequeños.

—Abajo —se forzó a superar su miedo, necesitaba volver a ponerlo bajo control cuanto antes.

La vampiresa asintió y comenzó a subir las escaleras. Blake inspiró con fuerza e inició el descenso. Esas escaleras llevaban a las celdas y no a un almacén como había temido. Así que para su alivio había pequeñas ventanas con rejas, en las partes superiores de las paredes, que daban al patio interior del cuartel. Avanzó con cuidado, con la pistola en alto frente a ella. Parecía que esa zona estaba vacía, aunque había varios regueros de sangre. De allí habían salido a rastras varios cadáveres.

Algo se abalanzó hacia ella desde la celda de su derecha. Se giró con rapidez con el dedo en el gatillo.

—¡No dispares! ¡No dispares! —gritó un chico con la cara pálida, tapándose la cabeza con los brazos y encogiéndose, por si sus ruegos habían llegado tarde.

La joven bajó el arma mirándolo con curiosidad.

—¿Qué haces aquí?

—Me han trincado por carterista, y hace unas horas esos monstruos entraron y mataron al policía que había aquí —explicó con voz temblorosa— Sé que suena a locura, pero juro que eran zombis ¡Lo juro por Dios! A mí no me alcanzaron por los barrotes, no pudieron abrir la puerta. Madre mía... despedazaron a ese poli como si nada, y luego lo que quedaba de él se levantó también. Estuvieron un rato intentando pasar entre los barrotes —siguió hablando con los ojos llenos de pánico—. Juro que me lo he hecho todo encima.

—No hace falta que lo jures. Puedo olerlo —gruñó Blake, mientras pensaba que hacía con aquel superviviente.

—Si es algún tipo de cámara oculta, los denunciaré ¡Pensé que me iba a dar un infarto!

—Te aseguro que no es ningún tipo de cámara oculta. Es muy real —le dijo sonriendo y mostrando sus colmillos.

El delincuente palideció aún más.

—Zombis... ¿Y ahora vampiros? —la miró atónito— ¡Sí que tiene que ser una cámara oculta! ¿Me han puesto alucinógenos en el agua? ¿Es eso?

Blake puso los ojos en blanco. Humanos. Cuando entraban en pánico no se podía razonar con ellos. Ya costaba cuando estaban tranquilos...

—Tú estate calladito y en silencio, y podrás ver amanecer otra vez —le dijo volviendo a las escaleras, si lo dejaba allí y cerraba la entrada, estaría a salvo hasta asegurarse de que el lugar estaba limpio.

—¡No! ¡Espera, por favor! ¡Por favor, ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡No quiero que me maten esos monstruos! —el chico se agarró a los barrotes, desesperado.

—¡Silencio! —le espetó ella— Los vas a atraer a todos con tanto berrido, imbécil. Estarás más seguro ahí encerrado.

—No, no, no. Por favor. Por favor —insistió el joven entre gemidos—. Soy diabético y no tengo aquí la insulina. Y hace horas que me encuentro fatal, y no solo por toda esta pesadilla.

La mestiza gruñó. Si lo dejaba allí y estaba a las puertas de un coma diabético era muy probable que muriera.

—¿Qué te hace pensar que soy de fiar y que no soy como los otros monstruos?

—Que no me has pegado un tiro y no has intentado comerme —el chico tragó saliva.

—No hagas ruido —suspiró ella, detestaba hacer de niñera—. No quiero ni escucharte respirar, o seré yo quién te arranque la cabeza ¿Entendido?

Lo miró con dureza, mostrando sus colmillos de nuevo, con una mueca feroz.

—Seré tu sombra, no te darás cuenta ni de que estoy ahí —musitó el carterista.

Blake cogió la puerta de la celda, y con un brusco estirón la arrancó. El joven miró aquello impresionado y sin decir nada. La vampiresa no supo si por la impresión o por la amenaza.

De nuevo en el piso superior la joven anduvo con pies de plomo, ahora no iba a tener tanta libertad con un humano llorica pegado a su espalda. El eco de un golpe metálico hizo saltar al ladrón, que se abrazó a ella con fuerza.

—No me toques —gruñó ella.

—¡Perdón, perdón! —el joven intentó recobrar la compostura alejándose unos pasos de ella, intimidado.

Miró sobre el hombro de Blake, que estaba girada hacia él, y vio como un zombi corría hacia ellos. Gritó con voz aguda y volvió a abrazarse al cuello de Blake, pero el chico resbaló con los charcos de sangre del suelo y cayó arrastrando a la joven. La mestiza consiguió disparar a la cabeza del muerto viviente momentos antes de que la mordiera en la cara, por lo que sus sesos la salpicaron, y el cuerpo putrefacto y sangrante cayó sobre ella.

—¡No te lo pienso volver a repetir! —gritó furiosa quitándose de encima el cadáver— ¡Ni se te ocurra volver a tocarme! ¡O te arrancaré esa puta cabeza de gilipollas que tienes!

Levantó al carterista del suelo cogiéndolo de la camiseta y lo alzó hasta que sus pies quedaron colgando. El joven asintió con vehemencia, completamente aterrado.

Quiso limpiarse la sangre y los sesos que la habían salpicado, pero le fue imposible, tanto sus manos como su ropa estaban cubiertos de esa asquerosa ponzoña de zombi. Se quitó el pañuelo del cuello e intentó limpiarse un poco la cara con la parte interior, que se había mantenido a resguardo de la sangre. Joder, ahora apestaba. Maldito humano. Le dio tal patada llena de rabia al muerto que lo partió en dos. El ratero tragó saliva, era obvio que estaba muy cabreada.

Por suerte no se encontraron con más muertos vivientes de camino a la recepción del edificio, donde la esperaban los demás.

—La más lenta de todos —se mofó Alucard, sentado sobre el mostrador.

—Cierra la puta bocaza o te meteré el cañón de la pistola por el maldito culo —le gruñó cogiendo al humano y lanzándolo al interior de la recepción.

El chico trastabilló y cayó de morros. El vampiro se levantó y se acercó a él, agachándose para observarlo con detenimiento. El joven dejó de respirar al tenerlo tan cerca. El no-muerto lo observó cual depredador que sopesa si el bocado merece o no la pena.

—¿Qué te ha pasado? —Ceres miró su aspecto ensangrentado con horror cuando se acercó lo suficiente.

—Eso es lo que me ha pasado —gruñó señalando con un ademán de cabeza al ladronzuelo, que seguía temblando sin control frente a Alucard—. Estaba en una de las celdas.

—Deberías haberlo dejado ahí. Es una triste excusa para escaquearse de la misión —comentó el vampiro, que perdió el interés en el muchacho.

—No se podía quedar, es diabético y no tiene su insulina. Le podría haber dado un coma diabético en la celda y el número de humanos rescatados con vida habría sido cero —Blake encontró una bufanda tras el mostrador y la usó para limpiarse los restos de sangre de la piel.

—¿Fumas? —Pip se había acercado al carterista y le ofreció un cigarrillo.

El joven se levantó con piernas temblorosas aceptando el tabaco.

—Ya puedes respirar, estás a salvo, pero... —volvió a ponerle las esposas— Te vamos a tener que llevar a otra comisaría después de hablar contigo.

—Me da igual siempre que me saquéis de esta pesadilla —gimió él dándole una larga calada al cigarrillo.

El vampiro se acercó a Blake y se apoyó en el mostrador junto a ella.

—Digas lo que digas, me sigue sonando a una triste excusa.

—¿Tengo cara de que me importe una mierda tu opinión? —le dijo sin mirarlo, lanzando la bufanda sucia lejos de ella.

—Pues debería, opino que tu forma de besar es... —soltó un pequeño silbido de aprobación—. No me salen ni las palabras...

Blake se tensó en el acto, perdiendo el color. Alucard torció una sonrisa al ver su reacción.

—Tenemos una conversación pendiente al respecto —le susurró.

—No tenemos nada pendiente. Nada —le espetó ella clavándole la mirada, que estaba llena de ira y vergüenza.

—Ya lo creo que sí —el vampiro se inclinó hacia la chica—. Y cuanto más te empeñes en negarlo, más te corroerá por dentro. Deberías dejarlo salir cuanto antes.

—Pensaba que no te gustaba que me tirara a humanos —le dijo alzando una ceja, mordaz.

Vio un destello de rabia centellear en esos ojos carmesí. Al menos ya sabía dónde apretar para molestarlo de verdad.

—Chicos, deberíamos irnos ya. El equipo de limpieza ha de empezar cuanto antes —anunció Pip.

—Esto no ha terminado —le aclaró Alucard poniéndose en marcha.

—Ya lo que creo que sí.

—No mientras te sigas excitando solo con verme.

—Que te follen —le espetó Blake pasando por su lado.

—Es lo que llevo esperando desde nuestro último encuentro.

La mestiza apretó la mandíbula, conteniendo las ganas de meterle otro tiro en los huevos. No tendría que haberle dejado que la tocara en ningún momento. Había perdido el control y lo estaba pagando con creces.

...†...

Blake se mordía el labio distraídamente y con nerviosismo, sentada en el tejado de la mansión. Estaba de un humor de perros. Frustrada y confusa con todo lo que había pasado esos días con Alucard.

Quería seguir aprendiendo y mejorando sus habilidades, pero eso conllevaba estar a solas con el vampiro. No conseguiría que la enseñara junto a Ceres, y tampoco quería que la tratara de igual forma, como si fuera propiedad suya.

Rememorar ese beso en el pasillo la turbó. Porque la excitaba, la hacía pensar en qué habría pasado si ella no hubiera decidido ponerle fin de forma tan contundente. Aquello había sucedido después de haber pasado toda la noche en compañía de un hombre que había conocido en un bar de la ciudad. Cuando volvió a la mansión, creyó que estaría lo suficientemente satisfecha como para tolerar las insinuaciones y bromas de doble sentido del vampiro. Pero se había equivocado. Nada más la tocó, a pesar de ser brusco y posesivo, sintió una oleada de deseo que no había experimentado nunca, tan intensa que sabía que ningún mortal podría saciar ¿Pero esa necesidad surgía de su lado humano? ¿O surgía de su parte vampírica, que buscaba a un igual con desespero? Fuera como fuera, tenía que aprender a lidiar con aquello, a controlarlo, como ya había hecho con la sed. Y para ello, muy a su pesar, debía recurrir a las enseñanzas de Alucard.

...†...

Entró sin llamar. La habitación estaba vacía, salvo por el ataúd. Se acercó a él con curiosidad. Era completamente negro y de líneas sobrias. Solo había una inscripción en la tapa, en un alfabeto que no podía leer, acompañado por un extraño escudo. Pasó las manos sobre la inscripción.

—El pájaro de Hermes es mi nombre, me como mis alas para domarme —recitó en un susurro una voz a su espalda.

Blake se giró. Allí estaba él. Y por un momento, le pareció alguien diferente. Estaba serio y la miraba casi con solemnidad y algo de tristeza. Se acercó hasta el ataúd y también acarició la inscripción, hasta llegar junto a la mano de la chica.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Sigo queriendo aprender —le respondió sin mirarlo a los ojos.

—¿A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros? —Alucard alzó una ceja.

—¿Acaso hay aquí algún otro chupasangre que pueda entrenarme? —Blake se cruzó de brazos, con una sonrisa burlona.

El vampiro rio por lo bajo.

—¿Esa esa tu condena? ¿Tu servidumbre? —le preguntó mirando la inscripción del ataúd de nuevo.

—Y estos mis grilletes —respondió mostrando los sellos dibujados en sus guantes.

La mestiza cogió una de sus manos enguantadas y examinó lo que había allí. El pentagrama y el extraño alfabeto y runas. Entonces se dio cuenta de lo cerca que estaba de él y de que había cogido su mano con toda la naturalidad del mundo. Una de esas manos que la habían estado acariciando por debajo de la ropa. Lo soltó y dio dos pasos para alejarse de él.

Ambos se sostuvieron la mirada. El ambiente entre ellos estaba tan tranquilo, que, por segunda vez, se sentía a gusto a su lado, aunque ligeramente incómoda.

—¿Cuál quieres que sea tu segundo paso a aprender? —le preguntó.

Blake se encogió de hombros con indiferencia. Alucard inspiró largamente, quizá había llegado el momento de ver qué había sido eso que había acudido en su ayuda cuando quedó encerrada en la trampilla.

—¿Sabes lo que es un aliado?

—¿Las bestias a las que llamáis de vez en cuando, como tus perros?

—Son lobos —aclaró él.

La chica soltó una risotada escéptica.

—Si esos son lobos, los licántropos del otro día eran chiguaguas.

—Son criaturas de las tinieblas, sirvientes, sombras... no han de ser fieles reflejos de la realidad —aclaró, molesto.

—Lo que tú digas —levantó las manos dando a entender que le daba la razón para zanjar esa pequeña disputa.

Alucard puso los ojos en blanco, aunque sonrió divertido.

—¿Y cómo los llamo? ¿Silbo? ¿Saco una chuleta o una galleta?

—¿Vas a tomarte esto con seriedad? —el vampiro la miró con hastío.

—Vale. Soy toda oídos. ¿Cómo los llamo? —suspiró cruzándose de brazos.

Entonces Alucard la cogió del brazo, abrió el ataúd, y la metió dentro de un empujón. Luego volvió a cerrarlo y se sentó sobre la tapa.

—¡Sácame! —gritó con angustia aporreando la tapa.

La ansiedad se apoderó de ella. No podía respirar. Estaba dentro de un ataúd, y no podía salir. No podía moverse. No podía ver. Se ahogaba. Entonces la tapa se abrió y el vampiro la sacó de allí.

—¡¿Pero de qué coño vas?! —le gritó a punto de echarse a llorar, con todo su cuerpo temblando.

—Recuerda esa sensación de rabia y angustia. Hazlas tuyas. Úsalas para llamar a tus siervos —le dijo—. Solo vendrán si realmente los necesitas cerca. Interioriza todas esas emociones y tenlas siempre a tu alcance. Convierte tu debilidad en tu fortaleza.

—¿Y para eso tenías que encerrarme ahí dentro? —le gruñó— ¿No se te ha ocurrido una manera mejor de mostrarme un ejemplo, gilipollas?

—Necesitabas revivir esas emociones, tenerlas a flor a de piel.

Blake resopló, pero igualmente se concentró. Se acordó del armario de su habitación. Su corazón comenzó a latir deprisa. La trampilla del sótano. Su respiración se aceleró. Los licántropos.

Sentía la adrenalina correr por sus venas. Se acordó de todo ese miedo y rabia al no poder controlar la situación. Algo comenzó a tomar forma frente a ella. Unos ojos blancos se abrieron en ese ser tan negro como las sombras de la habitación. El vampiro abrió los ojos de par en par con asombro cuando la criatura se movió y se desperezó. Blake retrocedió poco a poco, hasta que dejó una considerable distancia de seguridad con aquella cosa.

—¿Qué... qué es...? —la joven miró a Alucard.

Pero por su expresión, estaba claro que tampoco sabía qué era aquella criatura que se erguía frente a ambos, y que los miraba con curiosidad con aquellos seis ojos blancos y vacíos.


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