CAPITULO VI

Aquella criatura, semejante a un enorme dragón de Komodo, pero más estilizado, los miraba fijamente con sus tres pares de ojos blancos y vacíos. Blake la observaba sin saber qué hacer, si acercarse a ella o pegarle un tiro directamente. Alucard seguía mirando a la bestia con curiosidad, analizándola al detalle. El varano, negro como la noche, abrió la boca de forma similar a un bostezo, impaciente, mostrando tres hileras de afilados dientes en su interior, que recorrían los bordes de la mandíbula, el paladar y piso de la boca.

—Esto es lo que te hizo compañía cuando caíste en la trampilla bajo la mansión —comentó el vampiro, luego resopló con una leve sonrisa— ¿No piensas acercarte a él?

—¿Para que me arranque un brazo? Ni de coña —respondió Blake—. Acércate tú si quieres.

—No va a arrancarte nada, a ti no. Lo has llamado tú, es tu aliado, tu mascota, tu sabueso, tu ejecutor... lo que quieras que sea —le explicó el no muerto con voz calmada.

—Esa cosa no tiene nada de sabueso —gruñó con desagrado, mirando la baba espesa que colgaba de las fauces de la criatura y caía salpicando el suelo.

La bestia empezó a caminar, por puro aburrimiento, dibujando un amplio círculo alrededor de ellos dos con pasos lentos pero elegantes, mientras su larga y fina lengua morada entraba y salía de su boca, olisqueando el aire de la mazmorra. Se sacudió un momento, de forma que las cinco filas de crestas que adornaban su cabeza y cuello se balancearon de un lado a otro. Dichas crestas parecían desaparecer al llegar a su lomo, envueltas en las sombras emanaban como humo de toda la espalda de la criatura, como si esa parte se hiciera incorpórea mientras se evaporaba en el aire. Y mientras seguía en su avance, como si acechara a ambos vampiros, sus dos largas y fuertes colas se retorcían en el aire, moviéndose como látigos.

—¿De verdad no vas a acercarte? —se mofó Alucard— ¿Dónde quedó todo ese valor de cazadora?

La chica lo fulminó con la mirada. Inspiró profundamente y se acercó al lagarto. La bestia se apresuró en ir a su encuentro. Intentando que no le temblara el pulso, alargó una mano hacia aquella cosa mientras se ponía de cuclillas. Esperaba que no se la arrancara, porque no estaba segura de poderla regenerar. El varano se dejó tocar sin problemas, olisqueándola mientras hacía un inquietante gorgojeo, como si ronroneara. La piel de la criatura era suave como el terciopelo y fría como el hielo. Sin previo aviso sacó la larga lengua y le lamió la cara, dejando en ella un espeso rastro de baba. Blake ahogó un quejido de asco, a pesar de que la baba no olía a nada. Pero estaba helada y era viscosa, estaba segura de que podía usarse como pegamento. Escuchó a Alucard reír por lo bajo.

—¿Ves? Le gustas. Tu aliado dará la vida por ti, las veces que haga falta. No has de temerle, has de hacer que los demás lo teman a él.

La joven seguía mirando al enorme lagarto, perdida en esos ojos blancos, que ahora que se fijaba en ellos, le resultaban extrañamente familiares y reconfortantes. No podía recordarlo con claridad, pero juraría que la habían acompañado toda su vida.

—Bien, vale, comprobado. Tengo una iguana monstruosa como mascota, ¿y ahora qué? ¿Cómo le digo que se marche? —preguntó incorporándose de nuevo.

Se quedó esperando una respuesta que no llegó. Al girarse en busca del vampiro vio como se le abalanzaba encima un enorme perro negro, con las fauces abiertas.

Antes de que pudiera reaccionar algo derribó al sabueso: el varano. Con una velocidad asombrosa había placado al perro, lo había tirado al suelo cayendo sobre él y había abierto sus fauces sobre el cuello de su oponente, que gruñía y lloriqueaba intentando zafarse. Pero el lagarto lo apresaba con sus potentes garras y sacudía la cabeza con fuerza para arrancar el trozo que había mordido. Blake miró aquello asqueada. La criatura había desencajado su mandíbula, y la había abierto en cuatro partes, como si de una flor se tratara, y cada una de ellas se clavaba con fuerza entre el pelaje del perro. Con un desagradable crujido el lloriqueo del sabueso cesó y su cabeza se separó del cuerpo.

Escuchó silbar a Alucard con agradable asombro.

Entonces el varano, con una voracidad extrema, engulló al perro en cuestión de segundos, sin dejar rastro alguno de él.

—Eso no me lo esperaba —comentó el vampiro.

—¿Qué coño...?

—Tu bicho es impresionante —torció una mueca de admiración—. Ha acabado con uno de mis sabuesos como si nada.

—Te lo regalo —gruñó ella con desagrado—. Es que... se lo ha comido. Joder, ¿eso es normal?

—Los aliados pueden alimentarse de los enemigos. Pero nunca había visto que un aliado se comiera al aliado de otro, simplemente se aniquilan entre ellos —Alucard se encogió de hombros.

—Eso no me tranquiliza ¿Y si no puedo controlarlo? —Blake se sentía inquieta.

—Esto no es una mascota con libre albedrío. Se moverá contra lo que tú quieras que se mueva, te protegerá si estás en peligro, se guiará por tus emociones. No piensa por sí mismo. Tú eres quien lo mantiene aquí, se nutre de ti. Si no puedes controlarlo es porque no puedes controlarte a ti misma, así de simple.

La vampiresa asintió lentamente. Mientras tuviera claro lo que quería hacer todo iría bien. Pero esa vocecilla en su cabeza, la que a veces le susurraba cosas horribles... le preocupaba, tendría que evitar que llegara hasta los oídos de su aliado, o las cosas se pondrían muy feas.

Se escuchó un fuerte crujido. Ambos se giraron hacia el enorme lagarto, que ahora parecía retorcerse de dolor, mientras su gorgojeo sonaba con fuerza y su lomo parecía ensancharse. Varios crujidos más se sucedieron hasta que en las sombras que emanaban de la espalda de aquella criatura brillaron tres pares de ojos blancos, y de ellas surgió una forma tan grande como el lagarto. Un enorme perro negro, que jadeó cuando consiguió poner sus cuatro patas en el suelo.

—Parece que al final tu chucho no ha muerto —comentó ella.

—Ese ya no es mi chucho —musitó Alucard frunciendo el ceño.

No podía comunicarse con él, sus ojos ya no eran rojos. El aliado de Blake había devorado al suyo, y de alguna manera lo había asimilado y vuelto a parir como un nuevo sirviente de la chica. La mestiza estaba comenzando a crear su propio Castillo, un Castillo que no solo podía estar habitado por las almas de sus víctimas, si no por todo aquello que pudiera llegar a matar, ya fueran seres de carne y hueso o simples seres hechos de oscuridad y voluntad salidos del mismísimo infierno. Podía absorber la esencia de los demás y adquirir sus habilidades solo con arrancar un trozo, sin necesidad de dar muerte al huésped.

—Eso quiere decir que... —la muchacha miró a ambas criaturas.

La vocecilla de su cabeza susurró, y ella esbozó una pequeña sonrisa sádica. El lagarto se estremeció y de su espalda surgió un nuevo varano. Las tres bestias se lanzaron con rapidez a por Alucard, que miró todo aquello con sorpresa y un leve brillo de horror en sus ojos carmesí. Apenas había alzado los brazos para enfrentarlos cuando llegaron hasta él.

—Alto —ordenó Blake con tono calmado y un eco gutural en su voz.

Los dos lagartos y el perro pararon en seco. Dieron una vuelta alrededor del vampiro y se apresuraron a volver junto a su ama, restregándose contra sus piernas, sumisos. El no-muerto la miró. La chica le sostenía la mirada con una sonrisa traviesa y cruel. Sus ojos grises lo miraban con desafío. Alucard sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Puede que al final sí me gusten estas mascotas —rio, y con un ademán les indicó que se marcharan.

Las tres criaturas se dirigieron hacia las sombras hasta fundirse con ellas y desaparecer, al mismo tiempo que los ojos de la chica volvían a la tonalidad negra original.

El vampiro torció una sonrisa desafiante. Esa reacción no había sido propia de ella, atacarlo así a traición. No había sido Blake, había sido la oscuridad que se moría por salir y hacerse con el control al menos por una noche. La chica tenía la mano en el pestillo de esa jaula, y poco a poco se estaba dejando engatusar para abrirla.

...†...

Ambos estaban haciendo una ronda por Rainsford Road. Les habían llegado rumores de que estaban robando mucho en el polígono industrial en las últimas semanas. No les habría llamado la atención de no ser porque también habían encontrado a varios guardas del polígono despedazados, algunos de ellos tras haber vaciado su cuerpo de sangre. Los pocos que habían llegado moribundos al hospital, y habían conseguido vivir lo suficiente para hablar con alguien, contaron historias sobre enormes bestias.

Nada más pisar la zona ambos encontraron los rastros tanto de licántropos como de vampiros artificiales. Ninguno reciente. Qué hacían allí robando era un misterio. El lugar era un simple polígono industrial sin nada de valor que sustraer. No se guardaban ni productos altamente peligrosos, ni armas, ni nada fuera de lo ordinario. Pero eso a Hellsing le traía sin cuidado, estaban allí por una única razón: matar a lo que fuera que estaba atacando a los humanos durante las noches.

Blake se cubrió mejor el cuello con el pañuelo. Hacía frío y humedad esa noche. Una fina llovizna caía sobre ellos.

—¿Quieres que te ayude a entrar en calor? —le propuso, juguetón.

—Quiero que te calles y te centres en lo que hemos venido a hacer —refunfuñó ella—. Aún no me creo que Íntegra haya decidido mandarnos a los dos solos a una misión. Se supone que no debíamos estar juntos sin nadie más.

—En algún momento mamá debía comprobar si sus niños son capaces de quedarse solos y hacer bien los deberes —comentó con retintín.

La vampiresa puso los ojos en blanco colocándose bien la capucha de la sudadera que llevaba bajo la chaqueta.

—No creo que a Íntegra le guste que te refieras a ella como mamá —comentó.

—No te haces una idea de lo que les gusta a ciertas personas que les susurren al oído cuando están al amparo de la oscuridad.

Blake se paró en seco y se lo quedó mirando, entornando los ojos. No sabía si le hablaba en serio o había sido otra de sus bromas retorcidas. El vampiro la miraba con un brillo divertido en sus ojos rubí.

Se giró de pronto al escuchar algo. Unas pisadas rápidas que chapotearon en el suelo húmedo. Sacó una linterna y alumbró en esa dirección.

—No necesitas una de esas —gruñó.

—Lo sé, pero es muy útil —respondió moviendo la linterna con rapidez en cortas ráfagas.

Con el rápido movimiento del haz de luz se hicieron visibles cuatro puntos brillantes tras una pequeña torre de palés de madera. Dos formas peludas y cuadrúpedas se quedaron inmóviles. Cuando retiró la luz, al cabo de unos segundos, dos perros salieron corriendo y se alejaron de allí.

—Es como dar largas a un conejo —comentó—. Sus ojos brillan y delatan su posición, se quedan tontos unos segundos al haberlos deslumbrado. Además te haces pasar por un simple guardia o un humano asustadizo, y si son una amenaza te toman por una posible víctima y se ponen a tiro ellos solos.

La lluvia comenzó a hacerse más intensa, dentro de poco la cazadora de Blake dejaría de protegerla del agua. El vampiro sin embargo no parecía molesto por la lluvia que caía, empapando su corta melena, haciendo que se le quedara pegada al rostro y le tapara en parte los ojos mientras goteaba. La joven tuvo que esforzarse para dejar de mirarlo ¿Por qué a veces tenía que resultarle tan irresistible?

Ambos se detuvieron al mismo tiempo, mirando a su alrededor inquietos.

—¿Lo hueles? —le preguntó Alucard.

—Por supuesto que puedo olerlo —la lluvia conseguía que el olor a licántropo fuera más intenso y desagradable—. Hay muchos... puede que... son diez.

—¡Bravo! —la felicitó el vampiro— Menos mal que al menos decidiste aprovechar uno de tus dones desde pequeña.

—Muchas veces es más útil que la vista —se limitó a responder—. No están juntos, son dos grupos separados. Voy a por el que está a tres calles hacia el oeste.

—¿Seguro que Caperucita podrá hacerlo sola? —se mofó.

—Deja de llamarme Caperucita —gruñó ella desenfundando una de sus armas, amartillándola.

—Entonces tráeme las cabezas de esos lobos en una pica —la retó.

—Descuida, Empalador, las tendrás —la chica la miró con una sonrisa desafiante mientras corría a por su presa.

La vio desaparecer en las sombras de las naves industriales. Él desenfundó sus propias armas y fue en dirección contraria a por el otro grupo de licántropos.

...†...

Se humedeció los labios con nerviosismo, respirando profundamente para calmar sus latidos. Esa vez ya sabía a qué se enfrentaba y había aprendido unos cuantos trucos nuevos. Ahora sí que podría acabar con ellos. No tendría que salir de allí a la carrera temiendo por su vida.

Entre una montaña de desperdicios metálicos vio una figura grande y peluda, mojada por la lluvia que seguía cayendo con insistencia. Estaba rebuscando algo. Apuntó con cuidado, en cuanto disparara revelaría su posición. Le dio una patada a un trozo de chapa. La bestia se irguió del todo en su dirección con las orejas de punta, de forma que su cabeza quedó por encima de la pila de basura. Apretó el gatillo. La cabeza del licántropo se inclinó hacia atrás cuando recibió el impacto, y el resto del cuerpo siguió el movimiento desplomándose de espaldas entre los restos de acero y metal, con gran estruendo, y no volvió a moverse.

Algo pesado cayó a su espalda, no le hizo falta girarse para saber que se trataba de otro hombre-lobo, la peste a perro mojado penetró en su nariz hasta casi dejarla sin respiración. En cuanto la bestia alzó una garra para golpearla, ella saltó impulsándose con el pie contra la pared de su derecha, inclinó el cuerpo hacia atrás para trazar un arco y caer justo encima de la amplia espalda de la criatura, y antes de que esta pudiera zafarse de la chica, ella le rebanó la garganta con su cuchillo. Sintió un doloroso pinchazo en el omóplato izquierdo y un intenso ardor se extendió por la zona. El licántropo se derrumbó arrastrándola al suelo.

Blake se puso en pie y llevó la mano a la zona dolorida. Había algo clavado ahí. Se lo arrancó con facilidad. Observó el pequeño objeto de cerca. Un dardo. Se giró, pero no consiguió ver nada entre la cortina de agua. Su omóplato seguía ardiendo y movió el hombro para intentar que se desentumeciera. Cuatro nuevas bestias salieron de entre las sombras.

Blake alzó el brazo izquierdo, más bien lo intentó, se le estaba adormeciendo, apenas podía sujetar el cuchillo con firmeza. Dio un paso atrás. Le habían disparado una especie de anestésico, lo notaba correr por sus venas con rapidez. Sacudió la cabeza con fuerza cuando se fijó en que ésta se ladeaba pesadamente a la derecha. Se apresuró a disparar a los hombres-lobo antes de que se le tiraran encima. No supo si les dio, su vista se nublaba por momentos. Siguió retrocediendo y trastabilló, sus pies perdían firmeza y sus rodillas fuerza.

De la nada salieron dos de sus lagartos, que se abalanzaron contra uno de los licántropos con una rapidez pasmosa. Uno saltó contra su rostro y otro contra su abdomen. El varano enrolló su larga lengua alrededor de la garganta del hombre-lobo, haciendo fuerza mientras desplegaba toda su mandíbula para engullir la cabeza del licántropo, que con uno de sus brazos intentaba mantener a la bestia lejos de él entre gruñidos de esfuerzo, usando su otra mano para sujetar la cabeza del segundo varano que se afanaba en llegar a su abdomen mientras clavaba sus garras en el cuerpo, lacerando profundamente de forma rabiosa. Otro de los licántropos fue en ayuda de su compañero en cuanto fue capaz de reaccionar. Pero en cuando se acercó lo suficiente, el segundo varano soltó a la víctima que sujetaba y se lanzó contra él, enrollando ambas colas alrededor del cuerpo del hombre-lobo, clavando sus garras en su torso y desgarrando su garganta. El otro licántropo perdió fuerza contra su atacante y finalmente el lagarto consiguió engullir su cabeza. Ambas bestias cayeron al suelo gimiendo de forma lastimera, sus cuerpos se retorcían de forma espasmódica mientras los varanos los destrozaban sin miramientos.

Al mismo tiempo las piernas de Blake finalmente dejaron de poder sostenerla y cayó al suelo. Desde allí siguió disparando a los dos licántropos que quedaban y se acercaban a ella, ignorando a sus compañeros caídos. No podía enfocar su visión, pero podía olerlos. Si iban a despedazarla, al menos les daría guerra hasta el final. No estaba segura de si sus aliados seguirían allí si perdía completamente la consciencia.

Escuchó a la oscuridad susurrarle al oído, ofreciéndole su ayuda. Frente a ella estaban las siluetas de ambas bestias. Qué cojones, era ahora o nunca. Cerró los ojos y aceptó la mano que le tendía la oscuridad, que cogió la suya con fuerza, asegurándole que todo saldría bien.

...†...

El Capitán Hans Günsche lo observó todo desde la mirilla de su rifle, desde el tejado de una de las naves. No es que realmente necesitara la mirilla, pero le resultaba más cómodo con el clima tan adverso que hacía esa noche. Había acertado a la chica en el hombro y a los pocos segundos comprobó que el contenido del dardo había entrado en su torrente sanguíneo, la vio caminar con dificultad hasta caer al suelo prácticamente inconsciente. Sus hombres la traerían en breve, aunque desgraciadamente había perdido a cuatro, y seguramente también al grupo que había servido de señuelo para el otro vampiro. Había sido necesario separarlos para reducir a la chica.

Hubo un movimiento rápido frente a él y la joven desapareció del objetivo de su mirilla. Uno de sus hombres aulló de dolor con fuerza. Lo enfocó y comprobó que la vampiresa se había vuelto a levantar y se había abalanzado contra uno de sus hombres, hundiendo el brazo en su abdomen, y cuando este se dobló de dolor la chica sacó su brazo de él, con los intestinos fuertemente cogidos en su puño, los extirpó de un brusco estirón y cogió el hocico de la bestia abriendo sus mandíbulas de golpe, arrancándole la inferior de cuajo.

Arschloch (Cabrona) —gruñó Günsche entre dientes.

La dosis de sedante debería de haber sido suficiente para tumbarla. Volvió a dispararle cuando se lanzaba contra el licántropo restante, que aún estaba asimilando lo ocurrido. La vampiresa era endiabladamente rápida. Le acertó en el costado, pero no pudo salvar a su soldado. La chica saltó y le propinó un puñetazo en un lado de la cabeza, que lo mandó de bruces al suelo golpeándose con fuerza contra el asfalto. El hombre-lobo intentó incorporarse, tembloroso y moribundo tras el impacto, lloriqueando de forma lastimera sufriendo fuertes espasmos musculares, sangrando abundantemente tras el golpe. La vampiresa lo remató cogiéndolo de la cabeza y estampándolo de nuevo contra el suelo, convirtiendo su cráneo en un amasijo de carne, hueso y sangre.

La chica se irguió, se arrancó el dardo del cuerpo y miró en su dirección. No en su dirección, si no directamente a él. Lo miraba a los ojos. Alzó uno de sus brazos y lamió pausadamente la sangre de licántropo que cubría su antebrazo, saboreándola, sin dejar de mirarlo. El objetivo se desvaneció de la calle envuelta en sombras humeantes.

Su fino oído le dijo que estaba justo a su derecha. El capitán se giró. Allí estaba la chica, con las manos, transformadas en negras garras afiladas, cubiertas de la sangre de sus hombres. Sus ojos blancos parecían brillar en la oscuridad. Y le sonreía, con crueldad, mostrando sus colmillos en una mueca feroz.

"Hans" Escuchó una voz en su cabeza, una voz femenina, que parecía reptar por su psique mientras le susurraba. "Capitán Hans Günsche". Sacudió la cabeza para librarse de aquella desagradable sensación. "Sus pobres lobeznos Capitán... han caído. Todos ¿Por qué no se une a ellos?" La sonrisa de la vampiresa se ensanchó y comenzó a avanzar muy lentamente hacia él, con los brazos laxos mientras la sangre seguía goteando desde sus dedos al techo de la nave industrial donde se encontraban. "Aúlle junto a ellos en el Valhalla. Un solo momento de dolor, y podrá beber con ellos por siempre". Para cuando se dio cuenta estaba de rodillas en el suelo, su mano derecha se había movido por su cuenta, había sacado el cuchillo de la funda de su pierna y se lo había colocado en el cuello.

Verdammte Hexe (Maldita bruja) —gimió sobreponiéndose a esa orden que lo impulsaba a degollarse, a cortar la carne de su garganta y dejar fluir la sangre.

La vampiresa se acuclilló frente a él y ladeó la cabeza mirándolo con intensidad. Su pupila negra era lo único que impedía que el licántropo tuviera la sensación de que miraba a la nada absoluta. Y una vez más la chica desapareció envuelta en girones de oscuridad. Por todos los diablos, la chica no debería seguir consciente, le había administrado dos dosis de sedante, y una de ellas era suficiente para tumbar a un elefante durante doce horas. Dos prácticamente la tendrían que haber dejado en coma.

La joven apareció a su espalda y envolvió la mano que sujetaba el cuchillo con la suya, apretándolo contra el cuello bajo la nuez, haciendo correr un hilo de sangre.

—Yo le ayudaré a reunirse con los suyos, Capitán —le susurró al oído—. Han sido muchos años, se merece descansar.

Mientras le hablaba con esa voz lenta que parecía sedarlo con cada palabra, consiguió sacar de su bolsillo dos dosis más, y con un último esfuerzo se los clavó en la pierna. La vampiresa ahogó un gemido de dolor, lo soltó y se alejó de él a trompicones. Günsche se levantó con rapidez tirando el cuchillo a un lado, lejos de él. La chica lo miró furioso, mientras seguía retrocediendo con pasos tambaleantes, hasta que llegó al borde del tejado y ya no encontró apoyo bajo sus pies. Cayó pesadamente por el borde del tejado. El Capitán corrió hasta el allí y se asomó. La vampiresa estaba tirada en la gravilla, inmóvil, podía ver su pecho bajar y subir con un respiración lenta e irregular. Maldito monstruo. Cuatro dosis había necesitado para reducirla. Cualquier otro ser vivo habría muerto, y tenía la sensación de que, a pesar de toda esa droga, no tardaría en despertar.

...†...

Alucard alzó la cabeza, a sus pies yacían los cuerpos de los cuatro licántropos que ya habían vuelto a su forma humana. Esa desagradable y conocida sensación le recorrió toda la columna.

—Blake —musitó.

Llegó a la zona de la emboscada. Allí estaban los cuerpos, ahora humanos, de cuatro hombres-lobo. Y los resto de algo que podrían haber sido uno, dos o tres licántropos más. No habría sabido decirlo. Solo quedaban algunas vísceras, huesos, algún trozo de carne y muchísima sangre. Los lagartos de Blake se habían puesto las botas.

Pero de la chica no había ni rastro. Se agachó para recoger lo que parecían ser dos dardos. Su expresión se volvió furibunda. Las sombras temblaron a su alrededor. Se la habían llevado, delante de sus narices. Iban a pagar por su atrevimiento.

...†...

El hombre rechoncho miraba el interior del quirófano a través del grueso cristal, con una sonrisa petulante incrustada en su rostro. No podían ver la expresión de sus ojos, ya que el brillo de sus gafas los ocultaba, pero podían intuir que miraba con una pasión vehemente a la chica que estaba en la camilla, semidesnuda y atada de pies y manos con unas gruesas correas, mientras le seguían administrando vía intravenosa el fuerte sedante, controlando sus constantes vitales.

—Lamento mucho el sacrificio de sus soldados, Capitán —le dijo a Günsche.

El Capitán no dijo nada, se mantenía a su lado, mirando al interior del quirófano, tan estoico y silencioso como siempre. Aunque el Mayor podía ver en sus ojos la rabia acumulada hacia el nuevo conejillo de indias de Millenium. Los licántropos tenían arraigado, como por instinto, el concepto de manada. No les gustaba perder a uno de los suyos, tuvieran el rango que tuvieran dentro del grupo.

El Doctor se afanaba en hacer las pruebas y extraer todas las muestras necesarias con rapidez. Después de lo que les había contado Günsche, no querían arriesgarse a que la chica se despertara sin tener en marcha las medidas de seguridad oportunas.

—Bisturí —pidió alargando una mano a la espera de que la auxiliar le diera el material solicitado.

"Doctor" escuchó que lo llamaban en un susurro "Doctor".

—Sí, Schröder. El bisturí ¡Dese prisa! Sabe cuál es —gruñó impaciente.

"¡Dotor!" ese grito le perforó el cerebro y gruñó de dolor. Una bandeja metálica cayó al suelo, esparciendo su contenido. El hombre se giró y no supo cómo reaccionar. Su auxiliar había atacado con el bisturí a otra de las enfermeras, le había cortado la garganta, la pobre mujer intentaba taponar la herida mientras boqueaba con los ojos inundados de pánico, sabiendo que iba a morir.

—¡¿Qué hace Schröder?! —le gritó intentando llegar hasta la auxiliar que estaba de espaldas a él.

La mujer se giró y lo miró con desazón, con los ojos llorosos.

—Por favor, no deje que lo haga —sollozó— Párela. Haga que se calle.

El Doctor se abalanzó para asir la mano que sujetaba la cuchilla, y antes de que la alcanzara, la mujer se rebanó la garganta de oreja a oreja.

"Doctor... Doctor... ¿Le gusta su creación? ¿Jugar a ser Dios?" susurró aquella voz en su cabeza. Se giró lentamente, mientras sus manos temblaban más de lo habitual, por una vez de terror y no por excitación. De cuclillas en la camilla estaba la chica, mirándolo intensamente con la cabeza ladeada, como un depredador a punto de saltar sobre su presa, con esos ojos blancos fijo en él. Se había soltado de sus ataduras y de la vía con el sedante. Sus manos eran garras largas, allí su piel se había teñido de negro hasta los codos, al igual que sus pies hasta los gemelos "Dios no tiene cabida en nuestro mundo de oscuridad, Doctor". Las sombras vibraron a su alrededor y cobraron vida. En ella se abrieron varios ojos blancos. Los varanos hicieron acto de presencia y se abalanzaron sobre el resto de los médicos de la sala, que habían intentado escapar aporreando la puerta, a pesar de que estaba bloqueada por seguridad. "Aquí ya no hay dioses, solo monstruos... los devoramos a todos, Doctor" le sonrió de forma perturbadora. Sus colmillos ahora parecían mayores. Las bestias despedazaron sin miramientos a los humanos, que chillaron y aullaron, mientras la sangre salpicaba las paredes y el suelo. "Nuestro mundo se rige por la crueldad y el terror. Nuestro mundo es sangre y sombras. No hay dioses, no hay reyes. No se nos gobierna. No hay cabida para los hombres. Vosotros solo tenéis una función..." Sintió que se le helaba la sangre en las venas. Acto seguido el pecho le ardió y gritó. Parecía que algo quería abrirse paso hacia el exterior, entre sus pulmones y costillas. La vampiresa movía los dedos de su garra derecha, muy sutilmente, como si manejara una marioneta invisible. Al Doctor comenzó a faltarle el aire, sentía su interior desgarrarse.

—Sí que hay un rey —la voz sonó amortiguada al otro lado del cristal.

El dolor cesó. La chica se giró y encaró al Mayor, que sonreía complacido por el espectáculo que estaba presenciando. Había escuchado el discurso de la voz susurrante en su cabeza, todos los allí presentes lo habían escuchado.

—El Señor de la Noche vive bajo tú mismo techo, te ha llevado de su brazo —le dijo—. A él sí le debes pleitesía.

La mirada de la chica se enfureció.

—Él no es el rey —rugió con voz queda y gutural, destilando rabia en cada palabra.

"Mayor... Esa prepotencia le destruirá. No puede ganar" le dijo con desprecio, "No en el mundo que aspira a desatar en la Tierra. No tiene ni idea de con qué está jugando". La chica fijó su vista en el Capitán. Que se encogió ligeramente apretando los puños. El licántropo miró al gordo hombrecillo, intentando mantener sus brazos junto a su cuerpo, ya que estos parecían querer agarrarlo.

Los lagartos comenzaron a embestir el cristal, que resistía a duras penas. En una de esas embestidas se dibujó una grieta, que se fue extendiendo con un doloroso crujido, golpe tras golpe. El Capitán seguía intentando sobreponerse a esa voz que le decía que se transformara y le arrancara con los dientes la garganta al hombre que tenía en frente. Este sacó su pistola.

—Capitán Günsche, no me defraude. No me obligue a dispararle —le dijo el Mayor con seriedad, si debía matarlo para asegurar su supervivencia y la del Reich, lo haría sin vacilar.

Entonces el caos cesó. Y el silencio lo inundo todo. Los lagartos habían desaparecido y la chica estaba tirada en el suelo, inconsciente. El Doctor sujetaba en su mano una pistola de sedación, aún con la respiración agitada. Mientras la vampiresa centraba su atención en el Mayor, había tenido la oportunidad de alcanzar la pistola cargada con una dosis muy concentrada que habían guardado en el quirófano por si la joven se despertaba.

—¿Tiene todo lo que necesita, Doctor? —le preguntó el Mayor. El hombre asintió— Maravilloso. Enciérrela y procure que se mantenga sedada. No debe escapar.

Günsche miró el cuerpo de la chica. No la quería allí dentro. No iban a poder pararla si despertaba de nuevo y el Mayor, en su arrogancia, se negaba a admitirlo. Debían tomar de ella lo necesario y matarla cuanto antes.

...†...

Abrió los ojos despacio. La boca le sabía a bilis y la sentía pastosa. Estaba mareada, todo zozobraba. No sabía dónde estaba arriba y abajo. Miró alrededor, todo estaba oscuro y le pitaban los oídos. "Despierta... ¡Arriba!" le gritó una voz. Parpadeó con fuerza para aclarar su vista e intentó moverse. Sentía el cuerpo pesado y torpe. Con un gruñido consiguió darse la vuelta y mirar hacia arriba. Arriba que en realidad era abajo.

—¿Qué coño...? —musitó a duras penas.

En ese momento de confusión la gravedad tomó el control y cayó contra el suelo. El golpetazo la ayudó a espabilarse. Se sentó en el suelo. Allí hacía frío. Y cuando se llevó una mano a la cabeza, que le martilleaba como si tuviera resaca, se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda, solo cubierta por el sujetador y las bragas. Olisqueó el aire. No estaba en la mansión Hellsing ¿Dónde cojones estaba? ¿Qué había pasado? ¿Y su ropa? Se forzó en recordar. Los licántropos del polígono industrial. Un disparo. Una especie de quirófano. Y nada más. Tenía unas nauseas horribles y la desagradable sensación de que en su pelo había un nuevo mechón blanco. Con piernas temblorosas se puso en pie, y cuando dio un paso cayó de morros. Sus pies no reaccionaban, estaban insensibles. Se los masajeó con fuerza, pero no podía sentir nada, como si los pies que tocaba no fueran suyos.

—Joder... No, no, no... —gimió angustiada.

La invadió el pánico ¿Y si nunca volvían a tener sensibilidad? ¿Y si nunca más podía volver a caminar?

"Respira" le dijo una voz susurrante. Ella obedeció inspirando profundamente y volvió a masajearlos. Después de unos minutos interminables la sensibilidad volvió. Un desagradable hormigueo, como si pisara mil agujas, se apoderó de esa zona mientras sus nervios se despertaban. Una vez más volvió a ponerse en pie. Dio unos pasos tambaleantes hasta llegar a la puerta, que estaba cerrada.

La habían encerrado en alguna parte. Y no sabía ni quién ni porqué. Sentía el cuerpo demasiado adormilado como para huir de allí con éxito ella sola. Pero debía hacerlo, y pronto. Aun así, prefirió tomarse unos minutos para pensar con detenimiento. Si habían conseguido atraparla y retenerla allí, seguramente tendría los medios para reducirla de nuevo con facilidad. Estaba segura de que la estarían vigilando. Antes tenía que saber dónde estaba realmente y dónde se encontraba la salida.

Se tumbó en el suelo y se concentró. Iba a hacer caso a su instinto, a las enseñanzas de Alucard. Un enorme perro negro se materializó al otro lado de la puerta, entre las sombras, y avanzó por los pasillos en silencio. Blake podía ver a través de sus ojos, reconociendo el terreno, esquivando a los vigilantes armados que había allí. Todo el edificio era viejo y parte estaba casi en ruinas. Los pasillos sucios, desconchados y llenos de humedad estaban iluminados por fluorescentes parpadeantes, muchos de ellos fundidos, arrojando más sombras que luces. Hubo un grito de alarma y antes de poder encontrar una salida, acribillaron a su perro.

En apenas unos momentos se escucharon pasos rápidos y pesados al otro lado de la puerta, que se abrió de golpe. Ni siquiera tuvo tiempo de incorporarse, no con el cuerpo medio adormecido. Allí mismo la sujetaron con fuerza dos hombres, licántropos por cómo olían. Sintió un doloroso pinchazo en el cuello. Y su vista volvió a nublarse con rapidez, se sintió caer de nuevo en la nada y la oscuridad, que la envolvió arropándola.

Abrió los ojos de golpe. Blancos, rabiosos. Y miró a los hombres que aún la sujetaban.

—Bienvenidos a vuestra pesadilla, putos animales —sonrió con crueldad.

Los gritos resonaron con fuerza en la celda, acompañados por una oscuridad que se extendió por el edificio con rapidez, engulléndolo todo.

...†...

Alucard abrió los ojos de golpe. El conocido cosquilleo, que ya reconocía como miedo, trepó por su columna.

—Sé dónde está —les dijo al grupo desde el techo de uno de los camiones.

Pip asintió y subió con rapidez al camión poniéndolo en marcha.

—¡En marcha! —rugió a sus hombres.

Siguieron al vampiro pisando a fondo el acelerador. El no-muerto volaba con rapidez en la oscuridad. Tras una persecución que pareció durar horas vislumbraron a lo lejos un edifico en llamas. Pararon frente a él y se prepararon para lo que pudieran encontrar. Las llamas ya habían devorado gran parte del edificio, debilitando aún más la antigua estructura, y ahora lamían, moribundas, algunas partes de lo que hace años debió ser una fábrica a las afueras de esa pequeña ciudad.

—Estad alerta —les dijo el mercenario a sus soldados.

Se acercaron a una de las entradas de la fábrica. El humo todavía hacía el aire irrespirable y no dejaba ver nada. Se adentraron prácticamente a ciegas tras Alucard. En el interior del edificio el ambiente aún era cálido y había rescoldos del incendio por doquier. Un susurro recorrió el lugar y todos levantaron sus armas formando un amplio círculo, cubriéndose las espaldas.

—Amo —musitó Ceres, inquieta.

El vampiro también lo notó y avanzó a grandes zancadas hacia el corazón de la fábrica. Lo que encontró allí le sorprendió, o tal vez no... Blake estaba de pie en medio de aquella zona, llena de cadáveres calcinados. Su piel blanca parecía brillar en la oscuridad del lugar, y sobre ella no había rastro de hollín o ceniza. Su pelo negro, veteado de blanco, estaba suelto y caía por sus hombros y espalda. Tenía los ojos cerrados. Sus manos eran garras largas, y allí su piel se había teñido de negro, como en sus pies. De su boca chorreaba sangre aún fresca, resbalando por su barbilla y su cuello, manchando su pecho solo cubierto por el sujetador. Se mantenía en el aire, flotando a varios centímetros del suelo, y a su alrededor estaban sus lagartos, tumbados, a la espera, como si de estatuas se tratasen. Solo se movían sus colas y sus lenguas que saboreaban el aire, denso aún por el humo. Un enorme perro negro estaba sentado en sus cuartos traseros, con las orejas de punta, mirando en su dirección. Le pareció que las sombras se arremolinaban en la espalda de la chica, formando extrañas formas.

Alucard tuvo que admitir que la escena era hermosamente siniestra y perturbadora. La joven en medio de aquella matanza, dominando el lugar como una diosa de marfil salida de lo más oscuro del mundo. Frágil y poderosa al mismo tiempo. La mestiza abrió los ojos y lo miró fijamente. Sus iris blancos brillaron como si contuvieran luz.

—El Rey Autoproclamado por fin aparece —su voz hueca sonó llena de desprecio— ¿Podrá conservar el título cuando termine la noche? ¿O caerá en el olvido antes de la salida del sol?

Los lagartos se pusieron en movimiento con rapidez. El vampiro sopesó sus opciones. No quería herirla, pero tampoco que lo hiriera a él. Hasta ahora estaba invicto de todas las batallas. Pero Blake era diferente, era la única que despertaba su miedo, su instinto del peligro.

—¡Blake! —gritó Pip con alivio al entrar en la sala.

La joven lo miró. Sus ojos se apagaron en el acto y se desplomó en el suelo. Todas sus bestias se evaporaron como niebla barrida por el viento. El mercenario corrió hasta ella, se quitó la chaqueta y la cubrió. Le golpeó ligeramente en la mejilla.

—¡Ey! ¿Estás bien? ¿Blake? —al no obtener respuesta abrió uno de sus ojos con los dedos y lo alumbró con la linterna, su iris volvía a ser negro y su pupila estaba increíblemente dilatada— ¡Uf! Está muy drogada.

El chico miró a su alrededor y entonces fue consciente de lo que había pasado ahí dentro. Miró al vampiro con preocupación.

—¿Esto lo ha hecho ella? —lo miró preocupado.

—Cuando encierras a una bestia contra su voluntad, te expones a su furia si consigue escapar —se limitó a responder.

—Amo... todo esto... —Ceres estaba a su lado mirando la sala con horror— A Blake le pasa algo...

—Mantendrás la boca cerrada, mujer policía ¿Está claro? —le espetó mirándola con severidad.

La vampiresa bajó la mirada amedrentada y asintió.

Pip cogió a la chica en brazos y se dispuso a salir. Allí no quedaba nada que poderse llevar para recabar información, apenas unos uniformes calcinados con la esvástica. El edificio había estado sin duda ocupado por Millenium, pero las llamas habían llegado a todos los recovecos. Nada se había salvado de su voracidad, no valía la pena rebuscar entre los escombros que pronto cederían hasta reducir la construcción a un montón de escombros en cualquier momento.

...†...

Íntegra fumaba su puro asimilando el informe de Bernadotte.

—¿Cuál es el resultado de las analíticas?

—Que es un milagro que siga viva —respondió Walter—. El nivel de anestésico que tiene en sangre mataría a un humano en segundos de un paro cardíaco. Seguirá inconsciente varias horas más, no queremos administrarle nada por si le provocamos un shock.

—¿Por qué crees que se la llevaría Millenium? —la mujer miró a su segundo con preocupación.

—Para nada bueno, eso seguro —resopló Bernadotte—. Vistos los antecedentes, experimentación para sus propios monstruos.

—Ella es única. Un híbrido natural —prosiguió Walter—. Si han descubierto lo que es, cosa que es obvia, saben que es un diamante en bruto, puede que crean que es el siguiente paso en la evolución para sus criaturas, para hacerlas más resistentes y que se adapten a cualquier terreno. Hacerlas completamente invisibles a ojos humanos.

—Ceres, ¿algo que aportar?

La joven levantó la cabeza de golpe, tragando saliva. Durante el tiempo que Blake había pasado en la mansión, había notado que algo en el interior de la mestiza cambiaba, como si estuviera enferma por una infección que se iba extendiendo lentamente. Una parte de ella deseaba informar a Íntegra, pero su Amo le había dicho que no dijera nada al respecto.

—No —se limitó a responder.

Íntegra frunció el ceño. Sabía que le estaba ocultando algo, y si no quería decírselo era porque Alucard se lo había ordenado. La idea de que el vampiro estaba ocultándole información e intrigando a sus espaldas a pesar de la obligación de serle fiel ciegamente, la preocupó enormemente.

—En otro orden de asuntos, gracias Bernadotte por conseguirnos algunas hojas de donación en el baile de máscaras, pero de poco nos han servido. Los asistentes ya donaban anteriormente a esas farmacéuticas, de las que estamos seguros son tapaderas de Millenium, aunque no hay pruebas sólidas sobre ello como para llevar adelante una acusación firme. Respecto a lo de asesinar a todos los presentes solo tenemos hipótesis, entre ellas el desbaratar la balanza de poder de las grandes fortunas británicas por motivos que desconocemos, o dejar puestos vacíos en esas empresas para ocuparlos ellos, quién sabe.

—¿Y nadie busca a los asesinos? —el mercenario frunció el ceño.

—Para cuando llegaron los bomberos todo había ardido. El informe oficial dice que el incendio se originó en una de las chimeneas próximas al salón principal, se extendió con rapidez y atrapó a los presentes que murieron allí sin posibilidad de escapatoria, incluidos los dueños del castillo y organizadores de la velada. Así que oficialmente ha sido un trágico accidente, por lo que no se buscan culpables.

—Putos nazis escurridizos —gruñó Pip.

Un susurro recorrió la habitación y la temperatura pareció descender varios grados. Todos los allí presentes se quedaron como clavados en sus sitios. Pip llevó una mano temblorosa a su pistolera y desenfundó, levantó su arma quitando el seguro y apuntó a Ceres a la cabeza. El brazo le temblaba como si intentara bajarlo y no pudiera.

—¿Pip? —lo miro Ceres con preocupación.

—¡Bernadotte! —le gritó Íntegra, que no podía levantarse de su sitio ni llegar a su cajón, donde guardaba su pistola.

De entre las sombras surgió Blake, vestida con la chaqueta con la que el mercenario la había traído de vuelta. Los miraba con intensidad. Sus ojos blancos estaban vacíos de emoción. Ninguno de los que allí había podía moverse, el cuerpo no les respondía. Un doloroso chirrido se les clavó en el cerebro, haciendo que se encogieran y gimieran, mareándose.

"Es hermosa, ¿no crees Bernadotte?" susurró una voz en la mente del hombre. "Mira esos ojos azules, tan dulces, tan inocentes, a pesar de lo que es ¿Por eso te gusta? ¿Te recuerda lo bueno que aun sobrevive en este mundo podrido hasta las entrañas? Pero es todo mentira. Es un monstruo, condenado por toda la eternidad a subsistir a costa de los demás". El corazón del mercenario retumbaba en su pecho con fuerza. "Lo más piadoso que podrías hacer por ella es matarla, ¿y quién mejor que tú, que tanto la aprecias?"

—Ceres, corre —le dijo Pip poniendo un dedo en el gatillo.

La mestiza se acercó hasta el mercenario y se colocó a su espalda.

—Al corazón, Bernadotte —le susurró en el oído.

El hombre contrajo el rostro por el esfuerzo de intentar oponerse a la orden, pero poco a poco sus brazos corrigieron la dirección del inminente disparo.

"No te sientas mal Bernadotte, te pagan para matar monstruos. Ahora ya es tarde para echarse atrás, hace años que es tarde. Este es el precio a pagar por vender tu alma al mejor postor. Su sangre apenas se verá en tus manos entre toda la que ya has derramado. Pero si luego la culpa es demasiado pesada para ti, puedes volarte los sesos y poner fin a todo. Serás libre".

—Blake... por favor... —la expolicía miró a la chica con ojos llorosos, no podía moverse y huir—. Basta... sé que estás ahí... Blake... somos amigas... despierta... soy yo, Ceres.

La chica sonrió tímidamente. La mestiza la miró a los ojos, brillantes y cálidos. Sacudió la cabeza con fuerza y se llevó las manos negras a ella, con un gruñido. Volvió a mirar a Ceres, sus ojos estaban pasando del blanco al gris.

—Somos tus amigos, ¿recuerdas? Trabajamos juntos —Blake se encogió mientras seguía gruñendo, como si intentara sobreponerse a algo más fuerte que ella misma—. Tú nos ayudas, y nosotros te ayudamos a encontrar al bastardo que persigues. Íntegra, Walter, Pip y los Gansos Salvajes, Alucard y...

Blake se irguió de golpe al escuchar ese nombre, con los ojos de nuevo blancos.

—El Falso Rey caerá, y sus súbditos serán los siguientes —gruñó, y desapareció envuelta en sombras.

Todos sintieron que los dejaban libres y Pip se apresuró en soltar la pistola, como si quemara.

—Lo siento, esa cosa... Blake... me obligaba —se disculpó casi en shock, quitándose el sombrero y pasándose una mano por el pelo—. Estaba en mi cabeza, susurrando. Ha sido...

—Encontradla ¡YA! —ordenó Íntegra levantándose de golpe, dando un fuerte puñetazo en la mesa.

...†...

Alucard se paseaba por su habitación con una copa de sangre en la mano. Sopesando lo que había pasado esa noche. Bostezó. Estaba a punto de amanecer, pero se resistía a irse a su ataúd. Blake seguía drogada, tanto, que había provocado que su oscuridad se desatara esa noche. No iba a estar tranquilo hasta que recuperara la consciencia y pudiera hablar con ella.

—Rey Autoproclamado —bufó con mofa.

Era Rey de la Noche por derecho propio, nadie estaba a su altura, nadie podía disputarle el trono.

—Buenas noches —saludo el no-muerto antes de girarse.

Frente a él estaba Blake. La joven estaba de pie y lo miraba de forma relajada, a pesar de que sus ojos blancos parecían atravesarlo y mirar dentro de él. Llevaba la chaqueta del mercenario medio abierta, le venía bastante grande, y aun así, el vampiro no podía decir que le quedara mal. Menos aun cuando sabía que bajo ella apenas la cubría nada más.

—Está a punto de amanecer, ¿no deberías estar durmiendo en tu ataúd? —le dijo la mestiza acercándose.

—Estaba preocupado por ti —le respondió, evaluando la situación, sabía que no podía fiarse de ella en esos momentos.

—Qué considerado —respondió ella con sarcasmo.

—Lo digo de corazón. Me he llevado una desagradable sorpresa cuando he descubierto que se te habían llevado.

—Tú no tienes corazón, Alucard.

—Sí que lo tengo. Hace mucho que no late, pero lo tengo —se llevó la copa a los labios.

Ella se la quitó y la vació de un trago.

—Eso era sangre humana —le informó el no-muerto.

—Ha sido una noche larga, jodidamente larga —bufó, con cansancio.

El vampiro asintió recuperando su copa, con una pequeña sonrisa comprensiva en los labios.

—Entonces tal vez lo mejor sería que fueras a dormir. Descansa —le aconsejó.

—No quiero dormir sola —musitó—. No quiero que me acosen las pesadillas.

—Las pesadillas son parte de nuestro mundo.

—Eso no quiere decir que me gusten —su mirada era triste.

—¿Y qué puedo hacer yo?

—Quedarte conmigo —lo miró a los ojos acortando del todo la distancia que había entre ellos.

"Tócame" susurró la voz de la chica en la mente del no-muerto.

—En mi ataúd no hay espacio para los dos —alzó una ceja con fastidio.

"Quiero sentir tus manos frías sobre mi piel"

—Ataúd —Blake arrugó la nariz con horror—. Mi cama es lo suficientemente grande para ambos.

"Quiero sentirte dentro de mí". La vampiresa puso una mano sobre su entrepierna. Alucard tragó saliva de forma sutil.

—Definitivamente, necesitas descansar y aclarar tus ideas —le sonrió con calma el no-muerto.

"Quiero que tu lengua me recorra entera" siguió susurrando aquella voz, que se entremezclaba con sus propios pensamientos. Sacudió ligeramente la cabeza para deshacerse de esos susurros continuos que sonaban como un suspiro, como un gemido de placer.

—Creo que lo que necesito es a ti —le susurró, comenzando a frotar la zona, provocado que el vampiro apretara la mandíbula para no soltar un pequeño gemido.

—Blake...

"Ábreme de piernas y fóllame". Alucard cerró los ojos con fuerza unos segundos, intentando centrarse.

—¿Qué? —se puso de puntillas para poder susurrarle al oído, mientras con la otra mano comenzaba a deshacer el nudo de la corbata y se la quitaba, dejando que se deslizara por su nuca— La noche ha sido larga... —masajeó la entrepierna aún con más fuerza haciendo que se estremeciera—, y horrible. Necesito algo placentero para compensar —cogió la mano del vampiro que sostenía la copa, haciendo que la soltara y se estrellara contra el suelo haciéndose añicos, y la llevó bajo la chaqueta, entre sus muslos.

En ese momento visualizó, como un destello, a ambos desnudos en la cama, sudorosos, jadeantes, moviéndose frenéticamente uno contra el otro gimiendo con fuerza. Esa imagen mental no había sido cosa del vampiro, y lo turbó y excitó aún más.

—No podemos hacer esto —le dijo con calma retirando la mano de aquella zona que tanto deseaba alcanzar, aunque no así.

—¿No? —ella alzó una ceja desabrochándole la camisa— Para no poder, llevas semanas insistiendo. Y la última vez, en el pasillo... faltó muy poco.

Otro destello le mostró cómo se la follaba con fuerza contra la pared mientras ella le envolvía la cadera con sus piernas, ambos a medio vestir. "Hazlo".

—Lo sé y aún... —ella lo calló con un beso profundo y demandante.

Alucard se esforzó sobremanera en no devolvérselo, en no caer en aquello, mientras ella seguía masajeando su entrepierna, que ya era presa de una notable erección. Debía sobreponerse a todo ese caos que estaba desatando en su mente, que lo confundía, que no le dejaba pensar con claridad, que lo estaba volviendo loco.

—Llevas desde que nos conocemos queriendo meterte entre mis piernas —le susurró tan cerca de su rostro, que sus labios rozaron los de él mientras le hablaba—. Te mueres por follarme hasta que grite tu nombre.

—No hay nada que desee más que escucharte gemir mi nombre. Pero hay un problema —le respondió mirándola intensamente con esos ojos escarlata que parecían arder.

—¿Qué problema? —la joven ladeó ligeramente la cabeza, fingiendo inocencia.

—Que tú no eres Blake —su expresión se volvió seria, y le colocó bajo las costillas una de las pistolas que había desenfundado del interior de su gabardina, con cuidado, mientras ella se dedicaba a excitarlo con sus juegos mentales y ese olor que siempre desprendía.

La mestiza lo miró con un puchero lastimero, y un segundo después su expresión se volvió feroz.

—Tienes razón —hundió el brazo en su pecho, Alucard ahogó un gemido de dolor, abriendo los ojos de forma desmesurada—. Yo no soy Blake.

Sintió como la mano de la chica envolvía su corazón y lo apretaba con fuerza. Su boca se llenó de sangre.

—Larga vida al rey —gruñó apretando aún más su corazón.

El vampiro tuvo la sensación de que se asfixiaba. Podía ver el brazo de Blake hundido en su pecho, y la sangre no manchaba su ropa ni corría torso abajo. Trepaba por la piel del brazo de la chica hasta desaparecer. Se estaba alimentando de él mientras le mantenía la mirada.

—Blake... —gimió—. Sobreponte... Despierta... Recuerda tu venganza... Tu madre...

La mestiza entrecerró los ojos, que se volvieron grises por un momento, aflojando su agarre sobre el corazón.

—No te conviertas... en tu padre...

Sacó de golpe el brazo de su pecho liberando el corazón y retrocedió a trompicones. Alucard se desplomó en el suelo, gimiendo. Le ardía el tórax. Blake se miró las manos, una negra y otra chorreando sangre. Y gritó. Gritó con mucha fuerza, hasta casi perder la voz. Se llevó las manos a la cabeza, gruñendo y sollozando, gimiendo de frustración. El vampiro consiguió volverse a poner en pie, con una mano sobre la herida aún abierta y sangrante.

—Puedes hacerlo, Caperucita —le dijo con voz cansada—. Demuéstrame qué tipo de cazadora eres.

La joven levantó la cabeza, su mirada de cada vez era más oscura, y respiraba a bocanadas profundas. Estaba hiperventilando. Sufrió una fuerte convulsión. El suelo se llenó de sangre negra tras la segunda arcada que precedió al vómito.

Cuando las convulsiones terminaron se sentó en el suelo, temblando, mirando alrededor y a si misma confusa. El vampiro se acercó y se sentó a su lado.

—Lo siento —Blake comenzó a llorar con amargura—. Me ayudó y luego... perdí el control... Creí que no podría volver... No quería que...

Alucard la abrazó para reconfortarla. La chica lloró desconsolada, abrazándose a su brazo.

—Pero has vuelto, lo has logrado —la consoló él acariciándole el pelo.

—¿Y si la próxima vez no soy tan fuerte? —gimió angustiada.

—Hoy eres más fuerte que ayer, y mañana lo serás más que hoy. No soltaré tu mano, no te dejaré caer en la oscuridad.

—¿Me lo prometes? —hipó aun aferrada a su brazo.

—Te lo prometo. Ahora descansa, yo vigilaré tu sueño. No podrá llevarte de nuevo.

Al rato Blake cerró los ojos. Vencida por el cansancio que le había supuesto todo aquel proceso de transformación. Alucard la cogió en brazos y la acostó en su ataúd, sin cerrar la tapa. Se sentó en el borde y la observó. Había un nuevo mechón blanco en su pelo, más ancho que los demás. Ahora ya sabía lo que significaban. Uno por cada vez que había cedido la consciencia a su otra mitad.

Nunca imaginó que su lado vampírico fuera tan fuerte e incontrolable, había estado a punto de matarlo, estaba seguro. Era una bestia hambrienta y cruel, a la que le gustaba jugar con la comida. Le había prometido que no dejaría que la oscuridad consumiera su lado humano, pero dudaba que pudiera cumplir su palabra. Aunque iba a intentarlo. Había algo en ella que le despertaba cierto apego y ternura, que le impedía acabar con ella como ya había hecho con otras amenazas. Tenían mucho trabajo por delante, por que como le había dicho a Blake, era cada día más fuerte, pero su lado vampírico también, seguramente movido por todo lo que Alucard le había estado enseñando, rompiendo la barrera que la chica había construido tras tantos años intentando mantener ambas partes separadas. A Íntegra aquello no le iba a gustar, y no iba a podérselo ocultar mucho tiempo más.

La puerta se abrió de golpe. "Hablando del Diablo" pensó, suspirando.

—Alucard, tenemos un problema con Blake —le dijo la mujer—. Encuéntrala y...

—Está aquí —señaló con calma el interior de su ataúd.

Íntegra se acercó a enormes zancadas. Miró a la chica y luego los rastros de sangre sobre el vampiro y su herida aun cerrando.

—¿Te ha atacado?

—Ha sido apenas un arañazo de una gata nerviosa —le dijo con desdén, quitándole importancia.

—Mátala —le ordenó—. Te dije que si sospechabas que era un peligro, acabaras con ella. Me has estado ocultando información y por poco nos cuesta la vida a todos.

El vampiro la miró con seriedad, había ojeras bajo sus ojos carmesí.

—No —se limitó a responder.

—No tienes opción a negarte. Es una orden.

—Deme una oportunidad. Puedo entrenarla.

—¡No es una puta mascota a la que puedas domesticar! —le espetó la mujer, furiosa.

—Yo no he dicho que sea una mascota —argumentó con calma—. Pero lleva más de cien años controlándose, sin ni siquiera alguien que la oriente. Tiene potencial para ser una de las mejores armas de Hellsing. Sin impedimentos para moverse, sin apenas debilidades. De día o de noche, en tierra o mar, acabará con todo lo que le ordenes.

—¿Y si acaba contigo por el camino? —Íntegra lo miraba sombría.

El vampiro rio de forma siniestra, con arrogancia.

—A mí no se me puede vencer. Vosotros, la Orden Protestante, os encargasteis de ello —le recordó.

—Aun así ella no quiere estar aquí indefinidamente. Quiere su información e irse —le aclaró la mujer—. Y no voy a dejarla vagar por el mundo después de ver su verdadera naturaleza.

—Yo me encargaré de convencerla para que siga en Hellsing, de ayudarla a vengarse de su progenitor y de que luego quiera quedarse aquí —insistió él.

La mujer se lo quedó mirando de brazos cruzados.

—¿Acaso tú, Alucard, Señor de los Monstruos, te has enamorado? —Íntegra lo miró con mofa, conteniendo la risa.

El vampiro chasqueó la lengua.

—El amor es para mortales —comentó con desprecio—. Pero tiene algo... este es su lugar, con Ceres y conmigo. Puedo enseñarla a domar su parte nocturna, a controlarla y usarla a su favor. Deme más tiempo.

Íntegra miró de nuevo a la chica. Encogida en el interior del ataúd, arropada con la enorme chaqueta de Bernadotte. Parecía una niña pequeña desamparada.

—Una última oportunidad —alzó un dedo para enfatizar—. Si vuelve a perder el control o amenaza con perderlo, destrúyela. Sin miramientos ni compasión. No voy a arriesgarme a que desate el infierno en Inglaterra por un mero capricho tuyo.

Alucard asintió. Él tampoco iba a darle una segunda oportunidad a la chica de acabar con él.

—Gracias, Ama —hizo una pequeña reverencia—. Una cosa más, necesito acceder a los archivos más antiguos de Hellsing, a todo aquello que tengamos de la época del cazador Van Hellsing —pidió.

—Walter te dará acceso —Íntegra se dispuso a salir—. Voy a vigilarla de cerca. Y como oses volver a ocultarme algo, juro que te pudrirás encadenado en los sótanos el resto de tu existencia.

...†...

El vampiro revisaba antiguos libros, que casi se desmenuzaban entre sus dedos. Buscando los cuentos de viejas que alguna vez habían llegado a sus oídos. Buscando leyendas o cualquier tipo de alusión a mestizos de vampiros que hubieran podido sobrevivir el tiempo suficiente para ser una amenaza.

Encontró una breve anotación referida a un monstruo, un ángel de la muerte.

"Las primeras traen el miedo, las segundas traen la oscuridad, las terceras traen la aniquilación"

No entendía a qué se refería. Se había perdido gran parte de esa historia con el transcurso de los años. Había habido un chico, según ponía, nacido de la noche y el día, que un día se alzó sobre los hombres, como un ángel exterminador.

—Las primeras traen el miedo, las segundas traen la oscuridad, las terceras traen la aniquilación... —repitió en un murmullo.

Resopló y se frotó los ojos. El sol ya debía estar en lo más alto. Lo mejor sería proseguir al caer la noche. Aún le dolía el pecho y se sentía débil. Necesitaba sangre y descansar.

Dejó el libro cerrado sobre la mesa de aquella pequeña sala privada y se marchó.


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