Marinette había hecho esto miles de veces.
Más incluso.
No se había parado a contarlo nunca, pero lo había hecho tanto, que ahora era prácticamente memoria muscular.
Salía del trabajo a las ocho y media de la tarde, y caminaba unos 8 minutos hacia la estación del metro y tomaba la línea 8 desde Saint-Sébastien-Froissart, 10 minutos y 6 paradas después, se bajaba en Liberté. Donde después caminaba unos 15 minutos, entre las callejuelas de su barrio, hasta llegar a su apartamento. 35 minutos después. Normalmente cansada y desganada.
A veces Alya la sorprendía con la cena.
A veces Rose la sorprendía con la cena.
La mayoría de veces eso no pasaba, para cuando llegaba a casa ya ellas habían cenado y se estaban preparando para dormir.
De salir del trabajo veinte minutos antes, le daría tiempo de llegar a al parada de Rue de Lenoir tomar el autobús que la dejaría solo a dos calles de su casa, sí, añadiendo un cuarto de hora al viaje, pero no le importaba si no tenía que caminarlo.
El caso es que no salía veinte minutos antes. Y no le daba tiempo a correr a la parada de Rue de Lenoir, por lo tanto usaba la media hora de viaje desde la tienda hasta su apartamento tanto como podía. De vez en cuando se encontraba con que había desconectando durante todo el camino, recobrando la conciencia cuando sacaba las llaves para entrar al portal.
Por eso, a pesar de que llegaba a casa bastante tarde, y normalmente hay estaba oscuro para entonces, nunca había tenido miedo de hacerlo.
Lo había hecho tantas veces, y nunca había pasado nada.
Quizá era por eso lo que no podía moverse ahora.
El hombre no se había molestado en cubrirse la cara, y parte de ella deseaba que lo hubiera hecho, porque ahora no creía poder olvidarla. Tenía una cara larga y descuidada, con barba de unos días, cabello grasiento, cubierto de heridas provocadas por rascarse acné y mal aliento, tenía los ojos saltones, y la boca pequeña, sus dientes estaban amarillos y descolocados, señal de que era un fumador.
En general, estaba en clara desventaja, a pesar de estar en mitad de la calle, no había gente allí, e incluso si gritaba la ayuda tardaría lo suficiente como para que él le pudiera hacer daño, él era mucho más grande que ella y estaba armado, por no hablar de que su cerebro había parecido olvidar todo la defensa personal que su madre alguna vez le había enseñado y lo había sustituido por la ruta desde su trabajo a casa.
Estaba hiperventilando, y sentía todos los músculos tensos, ¿estaba temblando? Muy probablemente.
Seguía en el suelo, después de que aquel hombre la empujara y bajo su miraba fija mientras agitando despreocupadamente una navaja.
Temblando saco su cartera de los bolsillos con rapidez y la tiró a sus pies: — No tengo más dinero — se apresuró a decir, tartamudeando torpemente.
Aunque tampoco es que llevara mucho encima esperaba que eso fuera suficiente. Lo vio hacer una mueca entretenida antes de agacharse a recoger el monedero, y vaciarlo en el suelo antes de subir la mirada. Ella se sintió encoger, quizá se estaba alejando porque el ladrón se apresuró a pararla.
— Shhh shh, chérie — murmuró en voz baja, su voz daba asco. Se acercó lo suficiente como para tocarle la cara y no pudo contener el impulso de alejarse de él. Sinceramente no se hubiera esperado que le diera una bofetada, presionándola hacia la pared — ¿qué tal si nos comportamos? para evitar problemas ¿sí? — asintió tan rápido que quizá le diera un latigazo en el cuello, por no podía distinguir de donde provenía el dolor. — ¿Por qué no me das ese bolso?
No lo dejo continuar hablando y se quitó la mochila del hombro para tendersela. Pudo verlo rebuscar entre sus cosas, pero realmente no llevaba nada de valor, su teléfono era antiguo y estaba prácticamente roto, y en la universidad tomaba notas a mano, así que no llevaba el portátil.
¿Qué pasaría ahora?
¿Qué es lo que haría?
¿La dejaría marchar?
— Vaya chérie, esto es una pena — volvió a murmurar tirando una de sus carpetas con desprecio — No parece haber nada interesante aquí.
Oh no.
Se arrastró alejándose de él, pero la persiguió con facilidad.
— ¿A dónde te crees que vas? — preguntó con un tono divertido.
— Por favor — su voz temblaba, pero intentó no parar — no tengo nada más, por favor — con un empujón se puso en pie, pero antes de que pudiera huir lejos, sintió un tirón el pelo.
— ¿Estas segura? — Tiró de su cabello hasta obligarla a retroceder y chocar contra su pecho, donde la atrapó con su otro brazo, rodeándola por la cintura — yo creo que tienes algo, que podría interesarme.
— ¡No! — se sintió sollozar — Por favor, no, ¡Ayuda! ¡Por favor, quien sea! ¡AYUDA! — gritó lo más fuerte que pudo antes de ser acallada.
Aprovechando su agarre en la cintura, le soltó el pelo y le tapó la boca, recordándole la navaja en su estomago.
Chasqueó la lengua en su oreja, sentía el aliento a cigarro, los callos de sus manos en la cara, sentía la presión de la hoja del cuchillo en su dorsal y no sabía que hacer. No quería rendirse, pero si seguía forcejeando sería ella misma quien se apuñalase, no estaba en posición para dar un cabezazo, había gritado pero nadie parecía haberla escuchado.
— Por favor, por favor no, por favor — seguía suplicando contra su mano, aunque no parecía estar haciendo nada de diferencia.
— No te preocupes chérie — murmuró arrastrándola consigo — estoy seguro de que tu también disfrutaras esto — negó con la cabeza, mientras seguía forcejeando, pero en el fondo no sabía si realmente podría salir de esto.
Incluso si iba con él sin rechistar, nada le aseguraba que iba a estar bien después, que la iba a dejar marchar. Sintió las lágrimas bajar por sus mejillas, mientras seguía suplicando por clemencia, pues era lo único que podía hacer.
Estaba perdida.
Este era el final.
Mierda.
— ¿Pero qué tenemos aquí? — la voz era tan clara y repentina que pareció como si el resto de los sonidos se calmaran a su alrededor.
— Anda, si es el gatito — rio su captor.
No sabía si era peor la cura o la enfermedad.
Que la única persona que haya acudido ante sus plegarias fuera el criminal numero uno de París, eso debía de ser una señal del destino.
Estaba muerta.El pánico la hizo forcejear y gritar contra su agarre.
— Será mejor que te calles — la amenazó el hombre, afirmando el agarre de cuchillo. Intentó contenerse lo más que pudo, pero no era tarea fácil — ¿Qué es lo que quieres minino? — volvió a hablar en voz alta — ¿te apetece un trozo? — pudo sentir como la sacudía, a pesar de estar tocando el suelo.
— Lo siento — rió el chico, sus ojos verdes parecían brillar en la penumbra en forma de amenaza — pero yo, no comparto — añadió ladeando la cabeza.
Se mordió los labios para no hacer ruido, pues su captor continuaba presionando firmemente el cuchillo.
— Entonces será mejor que continúes tu camino, ya sabes, honor entre ladrones — aconsejó, extendiendo la navaja hacia el rubio, mientras este otro se acercaba.
— No — respondió rotundo — creo que no lo haré — respondió mirándola a los ojos.
No estaba segura de como lo hizo, pero de alguna manera aprovechó el momento en el que separó el arma de ella para zafarse.Pudo percibir que aquel hombre quiso volver a tirar de su cabello para recuperarla, pero sintió la mano enguantada en su muñeca primero, apartándola, y antes de que pudiera entender que estaba pasaba, estaba a cuatro pisos de distancia del suelo, en los brazos de un ladrón disfrazado de gato.
— Quédate aquí — ordenó el chico antes de saltar de la azotea en la que ahora estaba.
No quería hacerle caso, no era tan tonta como para eso, pero no había ninguna clase de escape, la única puerta que encontró estaba cerrada y no había ningún otro tipo de acceso, y la verdad es que no creía que estuviera en condición de intentar una locura.
Lo sintió aterrizar antes de verlo, y al alzar la mirada no pudo hacer más que contener la respiración. Sin las luces de las farolas su traje lo hacía prácticamente invisible y sus ojos eran increíblemente impactantes.
¿Era así como iba a morir?
— ¿Esto es tuyo? — preguntó tendiendo su bolso hacia ella, no pudo evitar estremecerse ante su acción — No te voy a hacer daño — aseguró en un susurro, y fue entonces cuando se dio cuenta de que había cerrado los ojos, los abrió con cuidado de no hacer movimientos muy grandes.
— ¿De verdad? — tartamudeó.
— Bueno, te acabo de salvar de ese tío, sería un poco contraproducente ¿no crees? — contestó con sorna.
La chica soltó un jadeo y sintió las piernas flaquear, haciéndola caer al suelo, nunca pensó en que podría tener un ataque de alivio, de repente todas las emociones vinieron a por ella, y no había forma de contenerlas.
— ¿Estás bien? — preguntó con aparente preocupación.
— Lo siento, lo siento — sollozó tratando de acallarse.
— No te preocupes — se agachó frente a ella, y colocó una mano sobre su cabeza acariciándola con suavidad — estas a salvo.
Estaba tan alterada que no puso pegas cuando insistió en acompañarla a casa, y lo cierto es que el paseo en esa especie de bastón extensible no era la cosa más relajante del mundo pero era definitivamente rápido.
El apartamento en el que vivía con Alya y con Rose se encontraba en un barrio residencial, era bastante viejo, un tanto pequeño y muy barato, por lo que las tres siempre dejaban pasar los defectos y continuaban con su vida. Pero una cosa que le gustaba de su apartamento era su balcón, Marinette tenía la habitación más pequeña de las tres, pero la suya tenía un pequeño balcón que daba al parque de Agnes Soler, donde cuidaba de sus plantas, cuando se estresaba y necesitaba descansar, solía tomar el aire allí, de manera privada y sin tener que dar explicaciones a nadie, le recordaba un poco a casa.
Fue ahí donde llegaron a parar.
— Hemos llegado — susurró el muchacho un tanto engreído.
Marinette asintió en su pecho, y lentamente se retiró intentando calmar su respiración.
— Lo siento — repitió, sin dirigirle la mirada — gracias.
La verdad es que no tenía ni idea de que clase de situación era esa. La había salvado, eso era cierto, pero no sabía por qué, ¿esperaba algo a cambio? Ella no tenía mucho que ofrecer la verdad.
— ¿Estás herida? — preguntó frunciendo el ceño, señalando a la mancha en su camisa.
Ella se sentía dolorida, le dolían las manos, las rodillas y las caderas por las veces que la habían tirado al suelo varias veces, también le dolía la cara donde la habían golpeado y sus músculos se sentían resentidos y pesados por estar tan tensos, pero aún así negó rápidamente. Incluso aunque la sangre fuera suya, que no lo era, probablemente lo habría negado.
— Tú... ¿sí? — estaba nerviosa, no sabía como comportarse pero intentó recobrar la compostura. Comprobó su hombro, donde hasta hace dos minutos ella se estaba aferrando como si su vida dependiera de ello, lo que en su defensa, lo hacía.
— Oh — parecía sorprendido que ella al descubrir el corte en su traje — entonces no pasa nada — comentó quitándole importancia, pero antes de que pudiera hacer otro movimiento Marinette se vio a si misma evitándolo.
Tragó saliva.
¿Qué demonios estaba haciendo?
— Déjame ayudarte — lo vio fruncir el ceño tras la máscara, confuso — como agradecimiento — añadió — por favor.
El chico suspiró.
Por alguna razón eso la puso de mejor humor y abrió las puertas hacia su cuarto y le indicó que pasara. Encendiendo la luz de una lampara de camino. Su bombilla se había fundido y no había tenido tiempo de ir a comprar una nueva. Y tomó el botiquín de la parte superior de su armario.
— ¿Tienes un botiquín en tu cuarto? — preguntó burlón sentándose en su cama a su espalda.
Se sentía algo avergonzada de admitir que: — Soy bastante torpe — Sus amigos se lo habían regalado como una broma las ultimas navidades, pero la broma real era que le había dado bastante uso.
Eso lo hizo reír.
Tragó saliva nerviosa y se sentó a su lado. — ¿Puedes...? — gesticuló hacia su hombro, rezando para no tener que explicarse, en respuesta el chico alzó las cejas juguetón y sabía que se está sonrojando. Apartó la mirada, y lo sintió reír suavemente.
Abrió el botiquín intentando concentrarse en ello, y no en el sonido de la cremallera y el cuero moviéndose. No quería que la situación se malentendiera. Marinette estaba genuinamente agradecida y de verdad quería ayudar en la medida de lo posible, pero también estaba aterrorizada de que el chico decidiera que quería algo de ella.
Sacó un algodón con alcohol para limpiar la herida.
— No parece muy profunda — pensó en voz alta, aunque realmente no se podía ver claramente por la sangre, sin embargo, ella se había hecho suficientes heridas como para saber que la sangre lo hacía parecer todo más grave de lo que era.
El chico siseo. Y ella se disculpó silenciosamente, mientras se concentraba en limpiar la herida. Continuó con betadine y para finalizar tomó una de sus tiritas puesto que la herida iba a estar rozando con la ropa, para evitar más daño. Se mordió la sonrisa al ver la tirita rosa con dibujitos en contraste con el resto de su aspecto.
— Creo que ya esta — murmuró alzando la mirada levemente.
El rubio tiro la cabeza hacia atrás al darse cuenta de la tirita, resoplando una sonrisa.
— ¿Me darás una piruleta también? — bromeó de nuevo, mirándola sobre su hombro.
— No me quedan — le siguió el juego, más relajada — pero, si quieres un caramelo de menta, creo que tengo alguno — eso lo hizo sonreír. Cerró el botiquín, tirando a la basura los desechos. — Muchas gracias por salvarme — murmuró sin mirarlo — pero... sino te molesta la pregunta ¿por qué lo hiciste? — ¿no se suponía que eres un criminal?, era la pregunta implícita, el tartamudeo volvió junto con la vergüenza, pero decidió buscar la respuesta en sus ojos, solo para encontrarlo mirándola intensamente.
Lo vio moverse lentamente, o quizá era solo ella. Su mano enguantada acarició su mejilla con cuidado de no lastimarla con las uñas, pero ella no pudo evitar tensarse ante el contacto, siseó involuntariamente, pues ahí es donde la habían golpeado.
El chico parecía estar buscando la respuesta a eso también, y ella se sintió incapaz de apartar la mirada.
— No te preocupes por eso — suspiró antes de reajustarse el traje — es solo que estaba teniendo un buen día, y no quería estropearlo — se subió la cremallera — Procura que no se convierta en un hábito — se burló.
Básicamente tuvo suerte.
Suerte.
Una suerte trascendental.
—Ah.. y mantengamos esto entre nosotros ¿quieres? — comentó mirando hacia atrás en su camino de salida — tengo una reputación que mantener — se dio la vuelta y se fue.
Ella asintió lentamente con la mirada perdida, sentada en su cama, hasta mucho después de que el chico se hubiera marchado.
No es una sorpresa que no pudiera pegar ojo, le costaba creer que todo aquello hubiera pasado, quería pensar que todo aquello había sido tan solo un sueño, una mala pesadilla por dormirse en clase de psicología... pero no podía negar los hechos. No quería pensar en eso, no quería pensar en lo que había ocurrido, no quería, pero no podía evitarlo.
De un momento a otro estaba tranquila y agradecida, porque estaba bien, estaba a salvo, estaba viva, pero no podía evitar pensar en lo que podía haber pasado, no podía ignorar lo mal que lo había pasado, no podía y eso la ponía triste y la frustraba. Debía mirar el lado bueno, sería lo mejor pero...
Se sentó en su cama, no recodaba cuando se había acostado.
Se quitó la ropa tirándola a la basura, no quería pensar en ello. No quería.
Se miró al espejo, que estaba al lado de su puerta.
Estaba cubierta de moretones y unos cuantos raspones.
No quería pensar en ello.
Se duchó, con un poco de dificultad, pero el agua fría ayudaría a evitar que los moretones empeoraran.
No quería pensar en ello.
Se curó los raspones, y uso una pomada para los hematomas. Se miró al espejo de nuevo, su cara no parecía dañada, solo se sentía hinchada.
¿Estaba usando anillos cuando la golpeó?¿Por qué dolía tanto?No.No quería pensar en ello. No le importaba.Se derrumbó al suelo, esto no estaba funcionando. Sintió los ojos arder cuando las lágrimas se amontonaron. ¿Por qué no estaba funcionando?
Se sentía mal, se sentía usada, inútil, tonta, triste, avergonzada y frustrada. Pero ella no quería, no quería sentirse así, se suponía que ella no era así, se suponía que ella era mejor, y aún así...
"Mantengamos esto entre nosotros ¿quieres?"Aunque pudiera hablar del tema, ¿lo haría? No podía evitar pensar en la mirada de decepción en la cara de Alya si se lo contaba, ella había sido insistente en que intentara cambiar los horarios para salir más temprano pero ella le había quitado importancia, se suponía que sabía defenderse.
Se le encogió el pecho y soltó un gruñido de frustración.
Seguro que Alya insistiría en denunciarlo a la Policía.
¿Podía hacer eso siquiera?
No tenía ni idea de que había ocurrido una vez Chat Noir la había sacado de la situación. Pero no quería meterse en ello. Fuera cual fuera la respuesta estaba segura de que era malo.
¿Qué debía hacer?
No era buena actuando, así no creía que inventarse una historia fuera la mejor idea, así que lo mejor sería ocultarlo.
¿Podría hacerlo?
De repente solo se sentía cansada, vacía.
El sonido de la silla arrastrándose a su lado la puso alerta.
— ¿Está ocupado? — preguntó el chico, refiriéndose al asiento a su lado.
Negó con la cabeza apartando sus cosas de la mesa. Eso era raro, normalmente nadie se sentaba a su lado en Psicología, había espacio suficiente como para que cada uno se sentara solo de así quererlo, por lo que la gente no solía juntarse con quien no conocía, y visto que era la única de su grado en esa clase solía estar sola.
Un momento.
¿De qué le sonaba ese chico?
Se giró hacia él, para encontrarlo mirándola.
— Oh — exclamó al darse cuenta. El chico pareció entender la situación y por su parte comenzó a decir algo — tu eres.. — el chico sonrió un tanto avergonzado — el amigo de Nino — anunció señalándolo.
Soltó una sonrisa un poco incómoda: — Entre otras cosas — rio el chico.
— Adrián, ¿no? — preguntó acostando la cabeza en sus brazos de nuevo.
— Más o menos — respondió entretenido — Adrien — corrigió, y ella asintió con cansancio.
Había conocido al chico hacía unos meses y solo se habían visto un puñado de veces, se sorprendió a si misma recordando su nombre, no solía tener muy buena memoria.
— Oye, ¿te encuentras bien? — Marinette intentó no reaccionar, la verdad es que no.
— ¿Por qué lo dices? — se sentía repentinamente nerviosa, su estomago se encogió. Por que si él lo había notado, entonces no estaba haciendo un buen trabajo ocultándolo.
El chico señalo a su mano izquierda, que estaba decorada con un mosaico de distintas tiritas. Esta mañana solo había una (grande, pero una), estaba muy distraída.
— Ah — se relajó visiblemente — no es nada, soy bastante torpe — ya no quería seguir hablando.
Volvió a recostarse sobre su pupitre, dándole la espalda. No le importaba demasiado parecer maleducada, estaba teniendo un mal día.
Después de clase tenía que llamar a su jefe. No estaba segura de querer volver a salir de noche.
