CAPITULO VIII

Blake llevó sus manos al rostro de Alucard, profundizando aquel beso lento, pero no por ello menos cargado de intenciones. La calma se instaló entre ellos. El ansia y el calor sofocante ya no estaban. Se habían quedado solos en la habitación, envueltos un silencio lleno de significado.

El vampiro se quitó los zapatos con sus propios pies y, una vez libres, dejó caer del todo los pantalones y de una patada los lanzó a un lado, quedando completamente expuesto. Volvió a centrarse en la chica a la que no había dejado de besar, abrazándola con delicadeza y atrayéndola contra su propio cuerpo. Blake soltó un pequeño suspiro cuando fue consciente de la fría dureza que se apretaba contra su sexo ahora que estaban piel contra piel sin espacio alguno entre ellos. Nunca pensó que el contacto frío del no-muerto pudiera gustarle tanto, despertaba todas sus terminaciones nerviosas haciendo que cada mínimo roce fuera mil veces más intenso.

Las manos de Alucard subieron desde su cintura por su espalda de forma lenta, ejerciendo la presión justa, hasta dar con el cierre del sujetador, con el que se peleó unos desesperantes segundos. Tras finalizar aquella pequeña batalla personal y lanzar la prenda bien lejos de ellos, se separó de la mestiza para poder observarla. Tragó saliva conteniendo el impulso de volver a tumbarla sobre la mesa y follársela como un animal descontrolado.

El pecho de Blake subía y bajaba con rapidez a consecuencia de la respiración agitada. Su piel pálida tenía un sutil y tentador color rosado, fruto de la excitación creciente. Sus labios estaban ligeramente hinchados a causa de todas las veces que se habían besado casi hasta dejar de respirar. Llevó sus manos a ellos y los acarició con los dedos, mientras se sostenían la mirada sin decir nada. La de ella negra como la noche y la de él roja y ardiente como el sol. Blake besó sus yemas, casi en un gesto tierno, antes de morderle el pulgar con un brillo juguetón en los ojos.

Alucard apretó la mandíbula con un ligero gemido. "No me hagas esto si quieres que sea delicado contigo" pensó con suplicio. Cada pequeño gesto de la joven lo provocaba, lo quemaba por dentro, avivando a la bestia que ansiaba volver a poseerla de todas las maneras posibles. Cerró los ojos con un suspiro cuando las manos cálidas de Blake ascendieron desde su cadera por su abdomen y torso, con delicadeza, explorándolo entero, besando su cuello y pecho al mismo tiempo.

El vampiro llevó las manos a la coleta de la chica, que estaba hecha un desastre después del revolcón frenético sobre la mesa, y le soltó la larga melena azabache veteada de blanco, que cayó con gracia por su espalda. En esos momentos se fijó en que ya era casi tan blanca como negra, toda la parte de la nuca y el interior de la melena había perdido el color tizón. Pasó los dedos a través de ella, con una sensación extraña en el pecho, como si esa falta de color supusiera una fractura entre ambos.

—¿Qué sucede? —Blake frunció el ceño al ver la preocupación en sus ojos carmesí.

—Nada —respondió antes de volver a besarla, soltando el mechón de pelo, que tenía entre los dedos, sobre su hombro.

La cargó a horcajadas y, procurando no tropezar con la ropa esparcida por el suelo, la llevó hasta la pequeña cama, tumbándola sobre el colchón. Le quitó las botas militares y se acomodó sobre ella, acariciando toda la piel que tuvo a su alcance. Blake se centró en su espalda, ancha y fuerte, suspirando por los besos que el vampiro estaba dejando en su cuello, entre roces de colmillos y caricias con la lengua.

Alucard poco a poco fue bajando de su cuello a su clavícula, y de ahí, hacia su pecho. Donde lamió, mordió y succionó, haciéndola gemir y retorcerse bajo su cuerpo. Las manos del hombre la seguían acariciándola, tras haber comenzado por las muñecas. A desgana abandonó los pezones ya duros y recorrió con la lengua la línea del vientre, besando y mordiendo aquí y allá. La piel de Blake se erizó a su paso a medida que continuaba bajando, acelerando la respiración de la mestiza. El olor de su cuerpo se había intensificado junto al calor que irradiaba, invitándolo a devorarla, ya fuera de forma metafórica o literal.

Las manos del vampiro la recorrían por completo. Fue cuando la boca del no-muerto llegó a su ombligo que supo que algo allí no encajaba. Si tenía la cabeza tan abajo y solo dos manos, ¿cómo podía seguir acariciando sus manos y antebrazos, colocados sobre su cabeza, al mismo tiempo que el resto del cuerpo?

Abrió los ojos y no supo reaccionar ante lo que encontró. Las sombras habían tomado vida a su alrededor, envolviéndola y acariciándola, como manos que controlaba el vampiro.

—¡¿Qué coño...?! ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —intentó incorporarse, pero las sombras aprisionaron sus muñecas y la mantuvieron tumbada por mucho que ella se revolvió.

—Seguir tus instrucciones y darte el mejor polvo de tu vida —respondió con altanería, conteniendo a duras penas una sonrisa.

—No. Para. Esto es trampa —rugió ella intentando liberarse sin éxito.

El vampiro rompió a reír sobre su vientre.

—¿Trampa? No es trampa, es aprovechar mis recursos. Ya te dije que nuestras habilidades no tienen por qué usarse solo para el mal.

—Su-el-ta-me —le advirtió con los dientes apretados y llena de rabia.

—Relájate y disfruta, Caperucita —volvió a centrarse en lamer y morder la piel alrededor del ombligo—. No me hagas amordazarte también. Me pone muy cachondo escucharte gemir, no me prives de eso cuando tú también vas a salir beneficiada. No seas mala.

—¡Me cago en tu puta vida, inmortalidad o lo que cojones tengas! ¡Que me sueltes, joder! —le gritó furiosa intentando darle un rodillazo en la cara.

Las sombras se movieron con rapidez y se enroscaron alrededor de su mandíbula, como una mordaza, impidiéndole seguir gritando.

—Joder. Eso es lo que te voy a hacer —se incorporó para acercarse a su rostro y hablarle tan cerca que sus narices se rozaron—. Te voy a joder tan, pero tan bien, que no querrás volver a salir de esta cama, si es que no la destrozamos antes.

Blake lo miró furibunda y el vampiro la escuchó farfullar bajo las sombras que la amordazaban. Alucard sonrió con crueldad y volvió a retomar lo que estaba haciendo antes de que la joven lo interrumpiera.

La mestiza siguió revolviéndose y luchando por liberarse. Lo que le había cabreado no era que él usara las sombras en su beneficio, ni siquiera que la hubiera atado a la cama en ese extraño juego erótico que se traía entre manos. Lo que la cabreada era haber perdido otra vez la ventaja sobre él, el no poder ser ella quién mandara, el volver a estar en una situación sumisa frente al vampiro. Detestaba no controlar la situación, ya fuera entre las sábanas o fuera de ellas, menos aún si quien dirigía la partida era Alucard. Ese engreído, prepotente, sádico...

Su mente quedó en blanco cuando la lengua rozó con soltura el punto exacto entre sus muslos y comenzó un tortuoso juego lento. Toda ella tembló mientras las sombras acallaban el largo gemido jadeante que escapó de su garganta. El vampiro se dio cuenta y esbozó una ligera sonrisa de autocomplacencia antes de seguir empleándose a fondo. Una parte de la mestiza intentaba liberarse, mientras la otra iba cediendo poco a poco a aquel océano de sensaciones que le estaba quitando las fuerzas. No solo por la lengua que lamía y se movía con precisión por toda la zona quebrando su autocontrol, sino también por las sombras que seguían acariciando sus pechos, su vientre, su cuello, sus piernas, todo.

El vampiro chupaba y lamía con ansias, devorándola. Que el cuerpo de la joven siguiera sus movimientos lo estaba poniendo a cien. Podía escucharla gemir bajo la mordaza. Podía sentir cómo se rendía bajo su toque, como se humedecía. Abrazó sus muslos y profundizó más y más rápido, hasta que la espalda de la joven se curvó temblando. No pensaba parar hasta que se corriera. Por eso, cuando la notó próxima, la liberó de las ataduras sabiendo que ya no interrumpiría aquello.

Los gemidos inundaron de golpe la habitación, haciendo eco en las paredes de piedra. Blake, sin saber dónde poner las manos, terminó llevándolas a la cabeza de Alucard, que seguía jugando entre sus piernas, y enredó sus dedos en su pelo negro.

—Joder... joder... —era lo único que acertaba a balbucear al notar el inicio del orgasmo— Joder... no p... sí... joder... así... me...

El grito que siguió después fue más intenso que el que había soltado sobre la mesa.

Cuando los espasmos y temblores cesaron, y la oleada de placer empezó a desaparecer relajando su cuerpo, Alucard salió de entre sus piernas. Lamió su cuello hasta la oreja y le mordió el lóbulo.

—¿Ves cómo era mejor estarse quietecita y dejarme hacer? —le susurró.

Blake le dio un empujón y se lo quitó de encima. El vampiro rio con fuerza.

—Eres un capullo —le dijo con asco.

—Sin dudad alguna. Pero soy un capullo con el que ya te has corrido dos veces —alzó ambos dedos—. Y por cómo has gritado, diría que te lo has pasado como nunca. Aunque aún sigo esperando que grites mi nombre.

La joven puso los ojos en blanco.

—Y tendrás que seguir haciéndolo. Además, ¿eres consciente de que podría estar fingiendo? —lo miró alzando una ceja.

—Lo sé. Pero no estás fingiendo —se inclinó sobre ella—. Hueles diferente cuando estás en pleno éxtasis. Escucho tu corazón latir tan deprisa que parece que colapsará —frotó su nariz contra la suya, en una caricia juguetona—. Hay cosas que a un monstruo como yo no se le pueden esconder, por mucho que lo intentes.

La besó con hambre mordiendo sus labios, y antes de que volviera a colocarse sobre ella, Blake lo empujó hasta quedar sentada sobre su estómago.

—De eso nada, ahora me toca a mí —le espetó.

—¿Caperucita sabe jugar a esto? —se mofó.

—Para empezar, deja de llamarme Caperucita...

—Pero si te pones cachonda cada vez que te lo susurro...

—Y para terminar, te recuerdo que también puedo ser el lobo ¿Acaso no estabas convencido de que era una depredadora? —sonrió con malicia.

Alucard iba a seguir replicando cuando la joven se acomodó sobre él. Volvió a sentir aquel calor y humedad envolviéndolo, y gruñó extasiado. Agarró sus muslos y alzó la cadera en un movimiento rápido y contundente, haciendo que ella ahogara un jadeo. La mestiza lo cogió de la cadera con firmeza para impedir que siguiera.

—Te he dicho que es mi turno. Así que sé un monstruo bueno y estate quieto.

—No puedo prometer eso, de verdad que no —rio con la mirada encendida.

Blake empezó a moverse sobre él, arriba y abajo, muy lentamente. El no-muerto apretó la mandíbula y clavó los dedos en sus muslos. Le iba a ser harto complicado dejarse hacer y no tomar las riendas. Se centró en la joven, completamente desnuda sobre él, con el pecho balanceándose ligeramente al compás del movimiento cada vez más rápido y el pelo suelto cayendo ligeramente hacia delante ocultando parte de su rostro.

—Y por cierto —jadeó Blake desde aquella posición de poder—, lo que me pone cachonda no es que me llames Caperucita, gilipollas, lo que me pone cachonda es que me susurres.

—Tomo nota... Caperucita —susurró él con una sonrisa voraz.

A los poco minutos ambos gemían con fuerza y el movimiento de sus cuerpos se habían vuelto más brusco e intenso, más profundo. El vampiro se aferraba a ella acariciando la piel ardiente, masajeando su pecho y el punto entre sus muslos, haciéndola gemir más alto. Había intentado incorporarse un par de veces para cambiar de postura y poder follársela a horcajadas, pero Blake no se lo había permitido.

Cuando la vampiresa fue consciente de que él necesitaba un contacto más intenso para terminar, aplicó más fuerza en su vaivén, de forma que la cama, que hacía tiempo había empezado a quejarse, empezó a mecerse ligeramente. Se inclinó hacia atrás aumentando la fricción y la profundidad. El gemido ronco de Alucard llegó a cada rincón, mientras sus dedos que clavaban en sus muslos, haciéndole daño, aunque a Blake no le importó.

La agarró de las muñecas y estiró de la chica hacia delante, para luego asir con firmeza su cadera mientras alzaba la suya. La respiración de la mestiza empezó a ser errática ante las embestidas profundas, violentas e implacables del vampiro, haciendo que sus cuerpos chocaran en un delicioso roce que los hacía estremecer de pies a cabeza. Le estaba quitando el control, pero a esas alturas le dio igual, solo quería seguir disfrutando de aquello hasta el final. El vampiro siguió aplicando cada vez más fuerza y más velocidad, y ella correspondió.

—Si te hago daño o... —jadeó él sintiéndose a punto de explotar.

—Cállate y sigue —le urgió ella—. Sigue...

Ahogó un gemido cuando empezó a notar ese hormigueo que precedía al orgasmo.

Entonces la estructura de la cama cedió. Para cuando quisieron darse cuenta habían rodado el uno sobre el otro hasta caer al suelo, enredándose en las sábanas. Confusos, ambos miraron a su alrededor, sentados en el suelo de piedra, hasta dar con la explicación. Una de las patas de la cama había cedido bajo la fuerza de las arremetidas, y al romperse, el peso descompensado de la estructura más el de ellos dos moviéndose había terminado por romper una segunda.

—Pues al final sí que te he follado hasta romper la cama —Alucard se pasó una mano por la corta melena revolviéndosela, alzando una ceja, sorprendido.

Blake rompió a reír, tanto, que terminó recostándose sobre él mientras se le saltaban las lágrimas. El vampiro se contagió de aquel dulce sonido. Nunca la había escuchado reír así, de forma inocente y desenfadada. Y le gustó, le gustó muchísimo ese sonido, tanto que no pudo evitar acallarlo con un beso lento y suave, sin lengua, sin mordiscos. Solo los labios sobre los de ella moviéndose con delicadeza.

Al separarse el corazón de Blake estaba desbocado, y él sintió que, de estar vivo, el suyo latiría igual de fuerte y deprisa. Es más, casi podía sentirlo, como una presión fantasma en su pecho. Se sostuvieron la mirada sin saber qué decir, extrañamente incómodos el uno con el otro.

La mestiza percibió en ese momento el silencio que los rodeaba. Un silencio real y absoluto. No había ningún susurro o voz que la molestara azuzándola a convertirse en la peor versión de si misma. Con todo el frenesí de esa noche no había caído en la cuenta de que, desde que había besado al vampiro a la salida de la rave, la oscuridad había quedado en silencio en su jaula. Sin molestarla, como si no estuviera ahí. No era la primera vez que le pasaba desde su llegada a Hellsing. A veces la bestia se quedaba en silencio si pasaba el tiempo suficiente junto al vampiro sin discutir. Dibujó una pequeña sonrisa de alivio y esperanza, y sus ojos se humedecieron. Quizá fuera por eso que sentía todas aquellas emociones confusas y contradictorias por Alucard, por lo que lo quería cerca y lejos al mismo tiempo, por lo que necesitaba que la arropara y se asqueaba a ella misma por quererlo. Quizá no es que ella quisiera a Alucard lejos, quizá fuera la bestia quién la hacía querer perderlo de vista porque la aplacaba, porque le quitaba poder sobre ella, y en el fondo Blake sabía que él podía ayudarla y por ello lo buscaba. Sabía que esa parte oscura seguía ahí, pero de golpe era mansa, manejable y perdía la voz cruel que solo quería ver el horror inundarlo todo. Tal vez mantener al vampiro a su lado fuera la solución, el sedante que necesitaba, la calma que tanto ansiaba tener en su vida llena de pesadillas.

Alucard le levantó la barbilla para observarla, había percibido en sus ojos algo diferente, como si fuera a echarse a llorar.

—¿Te encuentras bien? Vale que esto ha parado en seco la diversión, pero de ahí a...

Blake se abalanzó sobre él besándolo con ganas y lo tumbó sobre el suelo volviendo a acomodarse sobre él. Enredados como estaban entre las sábanas era mucho más complicado moverse, pero era cierto que esa poca maniobrabilidad permitió que sus cuerpos se movieran muy juntos, sintiéndolo absolutamente todo.

Alucard se incorporó, harto de no poder hacer prácticamente nada. Dejó que ella lo envolviera con sus piernas a horcajadas y asiendo su trasero cambió la intensidad con acometidas lentas pero profundas, como si quiera ser uno con la joven. La mestiza se abrazó a él ya sin esforzarse en contener los jadeos y gemidos, simplemente manteniéndole la mirada mientras sus labios se rozaban, intentando que aunque su espalda se curvara de forma involuntaria, su rostro quedara siempre frente al del vampiro. El no-muerto observaba la expresión de la joven, que parecía deshacerse de placer con cada movimiento, pidiéndole más con la mirada, mientras el sonido de sus cuerpos chocando los envolvía.

—Y tú que no querías que me incorporara para follar a horcajadas, con lo que estás disfrutando —se mofó.

—¿Es que no puedes quedarte callado ni siquiera en momentos así? —le echó en cara con enfado, lo veía muy capaz de echar por tierra el clímax que los rodeaba y mandarlo todo a la mierda.

—Pensaba que te ponía que te hablase —susurró rozando sus labios.

—No si es para darte aires, como de costumbre —jadeó ella conteniendo un gemido ante una de las embestidas.

—¿Prefieres entonces las frases soeces? —empezó a moverse más lentamente, acariciando su espalda.

—Prefiero que... cierres la boca —tragó saliva y cerró los ojos unos segundos temblando ante las caricias, con un suspiro.

—Mentirosa. Dime qué quieres que te diga y lo haré encantado —aumentó el ritmo de golpe, casi haciéndola botar sobre él.

—Quiero... que... que te calles... —gimió de forma entrecortada, pero con un deje de furia, clavándole las uñas en la espalda.

—Caperucita enseña los dientes de nuevo, qué miedo —Alucard dibujó un mohín burlón—. Venga dímelo ¿De golpe te has vuelto tímida? —Blake le clavó la mirada con enfado y él apresó sus labios, jugando con su lengua en su boca— ¿Y si lo hacemos al revés? ¿Y si me hablas tú?

—Basta —gruñó, cansada de que se estuviera burlando así de ella al mismo tiempo que conseguía que se estremeciera con cada roce.

—¿Y sí... me dices lo mucho que esto te está gustando? —aminoró el ritmo arrancándole un largo suspiro— Como te gusta que vaya lento y luego... —volvió a moverse con tanta rapidez que la hizo gemir casi a gritos mientras botaba sobre él— ¿Así o más fuerte? —la embistió con tanta violencia que le cortó la respiración.

—De verdad... para —rogó.

Estaba disfrutando con ese juego, la excitaba sobremanera tenerlo ahí hablándole en susurros sobre los labios, cambiando el ritmo constantemente acorde a lo que le decía. Pero algo en su interior se estaba despertando con aquella insistencia y altanería, algo que quería demostrarle que podía jugar al mismo nivel e incluso sobrepasarlo.

—Venga, dímelo ¿te gusta así? —la apretó contra él y empezó a lamer y succionar sus pezones, haciéndola suspirar y retorcerse— ¿Cuánto? —Blake ya no le contestaba, tenía los ojos cerrados mordiéndose el labio inferior. Pero él continuaba porque todo aquello lo estaba poniendo muy cachondo— Vamos, Caperucita, háblame —la joven abrió los ojos, que ya no eran negros.

Los iris grises se clavaron en él humedeciéndose los labios, con hambre. Alucard sonrió con malicia, moviéndose más lentamente. Aquello se iba a poner interesante.

—¿Acaso ahora hablo con el lobo? ¿Es eso? —ella asintió y él mordió sus labios, gesto que fue correspondido e imitado, haciéndole gruñir— ¿Y él que prefiere? ¿Bajamos el ritmo?

—No... —la joven negó con la cabeza, lamiendo los labios del no-muerto— Más fuerte...

El vampiro apretó la mandíbula y la embistió con fuerza.

—¿Así? —jadeó.

—Más... —gimió.

El no-muerto se movió con violencia agarrándola con firmeza.

—¿Así?

—Sí... así... fóllame así... fuerte... más... —gritó entre gemidos, agarrada a sus hombros y curvando la espalda.

—¿Más? —rio por lo bajo.

Aunó fuerzas y se movió como si quisiera partirla en dos. Sus gemidos le enardecieron, alimentando a la bestia que los sellos mantenían bajo control, pero que en esos momentos luchó por liberarse. Entre toda aquella vorágine de jadeos, gemidos y gruñidos que reclamaban más entre mordiscos sutiles y besos que ardían, los ojos de Blake se tornaron aún más claros.

La mestiza soltó un gruñido gutural, no de placer, más bien parecido al de un animal que acechaba a su presa. Agarró de improviso a Alucard de la mandíbula con fuerza, cubriendo su boca y apretó el abrazo de sus piernas alrededor de la cadera del vampiro, que sintió crujir los huesos y ahogó un gemido de dolor. No pudo quitársela de encima porque no pudo moverse, como si una fuerza invisible lo retuviera por completo. Y supo que se trataba de Ella.

—Mi turno para jugar.

Con una sonrisa cruel Blake apretó aún más las piernas entorno a él haciéndole gemir de dolor una vez más, sintió su cadera astillarse. Comenzó a mecerse sobre él, sujetando su mandíbula con una mano y enroscando la otra en la garganta, apretando, mientras sus piernas lo seguían presionando como una constrictor. El placer de sentirse entrar y salir de ella mezclado con el dolor que le estaba provocando su agarre formaron un cóctel enfermizo que hizo jadear al vampiro. No sabía muy bien qué estaba pasando, tampoco le importó, solo quería que aquello continuara porque jamás había experimentado nada mínimamente parecido, el dolor y el placer mezclados de manera armónica hasta hacerlo enloquecer.

La chica se inclinó sobre él lamiendo el cuello del vampiro, hasta llegar a su hombro, donde clavó sus dientes con firmeza dejando correr la sangre. Una intensa descarga recorrió toda la columna del hombre, dejando escapar un gemido grave de puro éxtasis, aún acallado por la mano de Blake que terminó liberándolo de la inmovilidad. Los movimientos de Alucard se tornaron frenéticos y violentos, excitado porque bebiera de él, porque con cada sorbo la descarga de su columna era más intensa que la anterior. Y supo que no aguantaría más. Blake dejó de morderlo segundos antes de que el vampiro se corriera, arrastrándola con él al orgasmo en esas últimas embestidas rabiosas.

Tras eso ambos se quedaron abrazados, aún a horcajadas y unidos. Apoyando su frente en la del contrario, con los ojos cerrados, recuperándose de ese éxtasis que los había dejado sin fuerzas, flotando en ninguna parte.

El cuerpo de la chica se relajó y al abrir los ojos Alucard comprobó que volvían a ser negros. Volvía a ser Blake.

—Bienvenida de nuevo, Caperucita.

La vampiresa gruñó hastiada, no se veía con energía para discutir con él todavía. Su corazón y su respiración aún no habían recuperado la normalidad.

—Si este no ha sido el mejor polvo de tu vida, es que no sabes lo que te gusta —musitó el vampiro con voz entrecortada, exhausto pero sonriente.

—Te encanta joder los momentos de calma, ¿verdad? —jadeó Blake, chasqueando la lengua con fastidio.

Alucard rio por lo bajo.

—Es mi pasión, ¿no te lo había mencionado antes? Y joder, joder también, he descubierto que joder me encanta si tú estás implicada —le guiñó un ojo con picardía.

Blake dibujó una mueca de desagrado y le dio tal empujón que lo mandó de golpe al suelo, él la cogió de la muñeca y la atrajo sobre él.

...†...

Unos golpes en la puerta la despertaron. Al abrir los ojos todo le dio vueltas y sintió como si le estuvieran martilleando la cabeza. Se encontraba realmente mal, tenía el estómago revuelto y la boca pastosa, estaba deshidratada. Y al incorporarse y ver quién dormía a su lado en el suelo, bocabajo y completamente desnudo, solo arropado por la esquina de la sábana que le cubría escasamente el gemelo izquierdo, no se sintió mejor.

—Mierda —musitó.

Por unos segundos creyó que estaba soñando, que tal vez no hubiera pasado. Pero sabía que era engañarse a si misma. Recordaba con bastante exactitud la noche anterior y además su cansancio físico y el olor del vampiro que la impregnaba eran signos inequívocos de que habían tenido una larga e intensa sesión de sexo. Y le dolía admitir que había sido el mejor de su vida. El arrogante de Alucard tenía razón, acostarse con un humano no tenía nada que ver con lo que había experimentado la pasada noche, en comparación era apenas un juego de críos inexpertos.

Siguieron llamando a la puerta con insistencia y con golpes cada vez más airados, haciendo que su migraña aumentara. Se apresuró a buscar algo con lo que cubrirse mientras Alucard se revolvía a su lado, gruñendo adormilado. Encontró el jersey que el vampiro había llevado la noche anterior y se lo echó por encima al ser lo suficientemente grande para cubrir su desnudez.

Abrió la puerta lo justo para saber de quién se trataba. Y tragó saliva al encontrarse con el rostro de Íntegra, destilando furia por cada poro de su airada expresión.

—Buenos días —saludó de forma tajante, sin alegría alguna.

—Buenos... días —desvió la mirada y entornó un poco más la puerta.

La mujer estaba de un humor de perros, como viera a Alucard ahí dentro, desnudo, se iban a escuchar los gritos hasta en Birmingham.

—¿Tengo que recordarte el protocolo a seguir tras una misión?

—¿Protoco...? —hizo una mueca de fastidio— No, no es necesario. Lo recuerdo bien.

Tras cualquier misión. Lo primero a su vuelta era el informe, a no ser que tuvieran que pasar directamente por la enfermería. Si las lesiones no eran graves, lo prioritario era informar, siempre.

—Pero has preferido ignorarlo con tal de tener un poco de diversión, ¿no?

—¿Diversión? —Blake intentó fingir que no sabía de qué le hablaba— Para investigar tuvimos que usar métodos poco ortodoxos, y después de eso no me encontraba en condiciones de informar, así que decidí descansar un poco antes.

—¿Y has descansado bien con Alucard en tu cama? —la mujer alzó una ceja señalando el interior de la habitación con un dedo acusador, hacia algo que había allí dentro.

Blake se puso pálida y cerró los ojos con cansancio al notar que el vampiro se había despertado y estaba justo detrás suya.

—Como dice, no se encontraba muy bien al terminar la misión y decidí quedarme con ella por si su estado empeoraba —intervino el vampiro con tono despreocupado, pasándole un brazo por el hombro y atrayéndola hacia él, haciendo que la chica se tensara contra su cuerpo desnudo—. Al final pareció mejorar un poco, aunque por si acaso me quedé a dormir. Y ya sabe que aquí abajo siempre hace calor y la ropa llega a ser una molestia si uno quiere tener un sueño reparador.

Blake se apresuró de quitarse el brazo del no-muerto de encima, dándole un codazo en las costillas para que dejara espacio entre ambos.

—¡No me cuentes cuentos! ¡Y ten el decoro de cubrirte con algo cuando te dirijas a mí! —le espetó Íntegra.

—No sabía que la desnudez masculina la turbara así —bromeó el vampiro.

Su sonrisa se borró en el acto al ver la expresión de su Ama.

—Estáis hechos un asco, los dos. Os quiero presentables en mi despacho en quince minutos.

Ambos asintieron, sin intención alguna de replicar a la mujer que estaba haciendo un esfuerzo enorme por moderar su tono de voz.

—Quince... minutos —recalcó Íntegra antes de marcharse, dejando claro que se arrepentirían si decidían entretenerse con cualquier otra cosa que no fuera asearse.

Blake cerró la puerta y dejó escapar un gemido lastimero sabiendo la que se le venía encima. Pasó por el lado de Alucard sin ni siquiera mirarlo y fue en busca de ropa limpia para ducharse y quitarse de la piel el olor del vampiro.

—¿Ni un "buenos días"? —la miró indignado.

—Que te jodan —le espetó entrando en el baño.

—Eso tiene fácil solución —la siguió con paso alegre.

—¿Qué te crees que haces? —lo fulminó con la mirada y la mandíbula apretada.

—Desnudos, una ducha, una invitación a joderme. Creo que es obvio, y quince minutos dan para mucho —se encogió de hombros con una sonrisa descarada.

Blake apretó lo puños y le cerró la puerta del baño en las narices. El ruido retumbó en su cabeza de forma dolorosa.

—Que mal despertar tienes después de lo bien que lo pasamos. Creí que querrías repetir —escuchó la voz burlona de Alucard a través de la puerta—. Si fue solo un polvo de una noche me gustaría saberlo, porque ahora mismo me siento utilizado.

La joven decidió ignorarlo y abrió el grifo del agua fría. Se quitó el jersey gris y antes de tirarlo al suelo se lo quedó mirando, olía mucho a él, y ese olor le produjo un agradable cosquilleo en el estómago ¿Qué estaba haciendo? Acostarse con él era un error que le iba a salir caro y no podía echarle la culpa a las drogas y el alcohol, porque ya cargaba con esa necesidad desde mucho antes. Ahora lo difícil iba a ser no volver a caer, porque se turbaba y excitaba solo de recordar lo que ambos habían hecho hacía pocas horas.

Alucard escuchó el agua correr y lo dejó estar. Blake no estaba muy receptiva a sus puyas, por su cara, estaba sufriendo una resaca horrible. Antes de marcharse miró el estado de la habitación. La mesa que había quedado coja después de que se aflojaran los tornillos con tanto movimiento, la cama rota, las sábanas retorcidas en el suelo y la ropa esparcida por todas partes. Dibujó una sonrisa de satisfacción. Había sido una buena noche que ojalá pudiera repetir en breve.

...†...

Íntegra les clavaba la mirada a ambos. El vampiro lucía fresco como una rosa, pero Blake tenía un aspecto lamentable. Estaba pálida, con unas marcadas ojeras y expresión de malestar y dolor en el rostro. La mujer deslizó una taza humeante hasta el otro extremo de su mesa junto con unas pastillas.

—Tómate eso, te aliviará la resaca —le dijo a Blake con sequedad.

La joven se aproximó y se tragó las pastillas antes de comenzar a beber el café.

—No se os ocurrió manera mejor de sacar la información que bebiendo de los artificiales, ¿verdad? —negó con la cabeza, con desaprobación.

La mestiza miró de soslayo al vampiro con rencor.

—No tuve en cuenta que el alcohol y las drogas estarían en el torrente sanguíneo y que eso nos afectaría luego a nosotros —admitió el vampiro con seriedad—. Que Blake bebiera también es culpa mía.

—Me lo he supuesto, Alucard —pronunció su nombre como si de una regañina se tratara— ¿Al menos habéis conseguido la información? ¿O simplemente os he enviado para que os corrierais una juerga y masacrarais todo aquello que encontrarais?

—Conseguimos la información —corroboró Blake, no estaba dispuesta a que la tachara de inútil y caradura—. Millenium, como sospechabas, organizaba las raves para alimentar a sus vampiros y conseguir sujetos nuevos de experimentación. Se decantaban por los jóvenes más impulsivos y agresivos, que estuvieran en buena forma física, les daba igual si eran varones o mujeres. No todos sobrevivían al proceso y no todos eran para transformarlos en vampiros. Poderes vampíricos complejos, zombis de diversa índole adiestrables, primeros licántropos artificiales... Son algunos de los experimentos que realizan. Buscan un nuevo tipo de súpersoldado.

—¿Dónde experimentan?

—En el hospital St Helier, en Sutton.

Íntegra frunció el ceño.

—Imposible, está en funcionamiento. Es un hospital universitario especializado en trasplantes y operaciones de urgencias.

—Una gran cantidad de quirófanos disponibles con todo el material médico que quieran a su alcance, sin que nadie haga demasiadas preguntas. Es el lugar perfecto, además hay un bloque que está prácticamente en desuso desde hace años, es allí donde podremos encontrarlos.

La mujer se quedó en silencio, pensativa.

—¿Algo más?

—No. El vampiro al frente de las raves y la caza de jóvenes no sabía más. En verdad era un artificial de bajo rango venido a más —hizo un ademán despectivo, recordando como había intentado quitarle las bragas en la zona VIP.

—Si eso es todo, mi Ama...

—No, no es todo, Alucard —lo miró con contundencia endureciendo su expresión—. Fue una irresponsabilidad lo que hicisteis ayer noche, una temeridad enorme. Y para rematar decidisteis ignorar por completo mi orden de no pasar juntos más tiempo del estrictamente necesario por una misión, para pasaros la noche fornicando como conejos.

Blake sintió como sus mejillas comenzaban a arder.

—Ama, sé lo que ha parecido esta mañana en la habitación, pero...

—¿Te crees que soy imbécil? ¿Te crees que yo, o alguien de los que vive aquí, es sordo? Estaréis en los sótanos, pero el eco del jaleo que montasteis llegó hasta aquí arriba.

La mestiza se encogió, quería que se la tragara la tierra.

—Fue un error... —musitó.

—¡Por supuesto que fue un error! —rugió Íntegra— ¡Un error creer que podríais escondérmelo y que me quedaría en la inopia! ¡Qué no me cabrería que pasara cuando ya os advertí que mantuvierais las distancias entre vosotros! Sé todo lo que pasa entre estas paredes, absolutamente todo.

—¿Segura? —Alucard la miró escéptico.

—¿Acaso crees que no estoy al tanto de como tu aprendiz y Bernadotte tontean? ¿De cómo tú llevas detrás de las faldas de Blake desde que la trajiste aquí? ¿De cómo ella se te queda mirando embobada prácticamente cada vez que os cruzáis?

—¡Eso no es cierto! —intervino la aludida con enfado, roja como la grana.

—¡Oh, por favor, Blake! Tus gritos han resonado por toda la maldita mansión, esta noche no sois los únicos que no han pegado ojo —Alucard miró a Blake, estaba tan roja que seguro que podría brillar en la oscuridad—. Gritos que, por cierto, no sonaban a estar pasando un mal rato —Blake se mordió el labio hasta hacerse daño, se sentía como si fuera una hija que había decepcionado a su madre haciendo algo horrible e imperdonable—. Y ni se te ocurra echarle la culpa a las drogas o al alcohol, o incluso a Alucard. De no quererlo tú también, no habría conseguido meterse entre tus piernas.

Esa última frase le cayó encima como una losa.

—Y si me lo follé y lo disfruté, ¿qué? ¿Acaso te doy envidia? Porque puedes tirártelo cuando quieras, es tu fiel siervo y seguro que estará encantado. No es mi problema que seas una frígida —la encaró. La vena en el cuello de Íntegra se hinchó aún más. El vampiro miró a ambas mujeres con una leve sonrisa, asombrado y alagado por ese cambio de dirección en la discusión en la que ahora él era el objeto de disputa—. Que trabaje para ti no quiere decir que tenga que rendirte cuentas de todo lo que hago, no soy tu esclava.

—No, pero lo último que quiero es que vuestra enfermiza dinámica de gato y ratón te haga volver a perder la cabeza hasta matarnos a todos como el monstruo que eres.

Blake sintió una dolorosa punzada en el pecho y sus ojos se empañaron. Negó con la cabeza. Apretando los labios retrocedió unos pasos y terminó por darse la vuelta.

—¡Blake! ¡Blake! ¡Estoy hablando contigo, maldita niñata! —pero la chica salió de allí con un portazo.

—Que aparente tener pocos años menos que usted no significa que sea más joven —comentó el vampiro.

—Alucard, cállate, ya has hecho suficiente —la mujer lo miró sin que su enfado hubiera menguado un ápice—. Ya sabes lo inestable que es cuando no está centrada o le administran algún tipo de droga, y tú le permites ponerse hasta arriba de vete a saber qué ¿Es que la sangre ya no te llega al cerebro? ¿Se queda solo a mitad de camino? ¡¿Tienes idea de hasta dónde sería capaz de llegar si pierde el control de nuevo?! ¡No, ni tú, ni nadie, y no quiero tener que averiguarlo!

—De verdad que no caí en eso, Ama. No encontramos otra manera de recabar la información sin levantar sospechas y sin que los sujetos clave se evaporaran antes de poder atraparlos —respondió con seriedad y la vista baja.

—Y como un extra de la noche, te la beneficiaste.

—He de decir que fue ella la que me asaltó —puntualizó.

—Pobre Señor de los Monstruos, víctima de las pequeñas garras de la chica a la que lleva persiguiendo como un perro en celo desde hace meses —se mofó la mujer encendiéndose un puro—. ¿Se va a volver a repetir o simplemente ha sido un impulso pasajero alimentado por las drogas?

—¿De verdad quiere que le responda? —Alucard alzó una ceja con obviedad.

La mujer se quitó las gafas y se masajeó el puente de la nariz con cansancio. Se sentía como una madre intentando controlar a sus hijos en plena efervescencia hormonal.

—Es peligrosa, lo sabes. Estás jugando con fuego.

—Por eso me excita...

—¡Me importa una mierda lo que te excite, Alucard! —lo cortó dando un golpe a la mesa— Lo que estoy tratando de decirte es que los monstruos pueden adoptar muchas formas, y a veces los más hermosos son también los más letales. No te confíes.

—Con ella nunca me confío, no soy tan estúpido.

—¿Estás seguro de ello? —Íntegra alzó una ceja, escéptica.

El vampiro recordó cómo los ojos de Blake se volvieron casi blancos mientras estaban follando, con el posterior mordisco y casi la rotura de su mandíbula y cadera.

—Sí —mintió.

La mujer negó con la cabeza, sabiendo que aquello no era cierto, podía verlo en sus ojos rojos. Pero discutir con él sobre aquello era como darse contra un muro. El orgullo y la arrogancia eran su mayor defecto y su talón de Aquiles. Sabía que algún día el vampiro caería por ello.

—Llegados a este punto, sé que, si queréis acostaros, lo vais a hacer igual. Blake ha cruzado la línea que creía que nunca cruzaría por orgullo propio, así que os lo pido por favor, al menos bajad los decibelios. No me interesa saber cuándo estáis dándole como animales, y el resto de integrantes de Hellsing necesitan dormir para estar descansados y ser eficientes ¿Queda claro? —suspiró la mujer— Pero si en algún momento vuestros encuentros y desencuentros resienten la dinámica de equipo en las misiones, añadiré a tus sellos un extra para que no se te vuelva a levantar ¿Me he explicado bien?

—Perfectamente, mi Ama —el vampiro hizo una reverencia.

No podía creer que Íntegra le estuviera dando permiso para seguir tirándose a la mestiza, aunque claro, para eso Blake tenía que querer volver a repetir. Y tras la bronca con su Ama y con la mente despejada sin drogas ni alcohol de por medio, era muy posible que volviera a cerrarse en banda.

...†...

Se limpió las lágrimas que caían por sus mejillas, sentada sobre su moto que había ido a buscar tras la discusión. Por suerte estuvo donde la dejó, junto a otras cinco más, seguramente de algunos de los jóvenes que murieron la pasada noche.

Desde lo alto de esa colina podía ver parte Londres. Se sentía completamente estúpida y humillada. Y despreciada. Incluso en aquel lugar, en el que una bestia como Alucard campaba a sus anchas, la consideraban una aberración, un monstruo que tenía siempre una diana en la cabeza, a la espera de que alguien apretara el gatillo. Ceres, Pip, Walter, Íntegra, Alucard, todos estaban listos para ser el primero en dar el disparo de gracia. Definitivamente allí no era bien recibida. Hellsing no era un refugio, era una cárcel, un patíbulo en el que no podía permitirse un paso en falso y del que no podía escapar si no quería poner punto final a todo. Y no podía arrodillarse para la ejecución porque aún no se había vengado de su padre.

Se sentía encerrada, acorralada. No podía respirar. Hiciera lo que hiciera, estaba atrapada en la Organización, obligada a trabajar junto a sus verdugos hasta que acabaran con ella o decidieran darle la libertad, algo que veía cada día más improbable.

La voz de la oscuridad había vuelto tras la bronca con la jefa de Hellsing. Y la detestaba. Detestaba ese veneno que filtraba poco a poco en su espíritu, que hacía que odiara el mundo y todo lo que en él había.

...†...

De camino a su habitación, con la vista baja y los hombros hundidos, se cruzó con Ceres. Blake alzó la vista hasta toparse con los ojos azules de la vampiresa, que apartó la mirada en el acto, sonrojándose. La mestiza gruñó por lo bajo. Íntegra no mentía, todos allí habían sido testigos de su desliz con Alucard.

—Oye Ceres, tú...

—Yo no he oído nada ni sé nada, de verdad. Me he pasado la noche fuera haciendo prácticas de tiro —se giró en el acto hablando atropelladamente, intentando no sonrojarse aún más.

—No hace falta que disimules, sé que anoche no fui precisamente... silenciosa —suspiró con pesar y vergüenza—. Ojalá no haber sido tan imbécil como para ceder ante Alucard...

—Bueno... supongo que no tiene nada de malo. Tú misma dijiste que a veces hace falta un poco de contacto físico. Y puede que así discutáis menos.

—Ya... Pero no quería hablar contigo sobre eso.

—¿Entonces? —Ceres la miró con curiosidad, más tranquila.

Inspiró con fuerza armándose de valor. No sabía si quería una respuesta a sus miedos, si estaba realmente preparada para afrontar la cruda realidad.

—Me dijiste que "la Otra" te daba miedo, pero que vosotros no sois como yo, que no me dispararíais a la primera oportunidad ¿Iba... iba en serio? —la miró con ojos tristes llenos de temor.

—Claro, somos un equipo, y antes de sacrificar a un compañero hay que intentar salvarlo por todos los medios —la vampiresa le puso una mano en el hombro, con preocupación—. Blake ¿Pasa algo?

—Yo... —sus labios temblaron, ni siquiera sabía expresar sus temores en voz alta, no era capaz de ordenar sus ideas para conseguir explicarse— No quiero morir antes de cazar a mi padre... Creo que... Solo...

Una potente sirena resonó en el edificio. Ambas miraron alrededor y se apresuraron en salir de los sótanos. En la enorme entrada de la mansión vieron a todos los Gansos corriendo hacia el garaje, cargados con las armas y vistiéndose a toda prisa. Pip llegó hasta ellas.

—Una emergencia. No sabemos más. Id al garaje a la de ya, salimos en tres minutos. Nos informarán de camino a la misión.

—El armamento... —Ceres miró al hombre con apremio.

—Os lo proporcionaremos cuando lleguéis junto al resto ¡Moveos!

...†...

El avión militar de carga se sacudió con violencia al atravesar turbulencias. Aún no se encontraba del todo bien para tanto ajetreo, solo esperaba no terminar vomitando a pesar de que no había comido nada desde el día anterior. Para rematar, podía ver las miraditas de los mercenarios sobre ella, susurrando entre ellos con una sonrisa socarrona. Cerró los ojos para asentar el estómago mientras se agarraba con fuerza al arnés de seguridad de su asiento. "Genial, ahora soy la comidilla de esta panda de garrulos. Por si antes no me miraban lo suficiente" pensó con hastío.

—Tienes mala cara ¿Te mareas en avión? —Pip se acuclilló frente a ella con preocupación al verla tan pálida, alzando un poco el ala del sombrero con un dedo, para verla mejor.

—No. Pero aún no he conseguido librarme de la resaca —gimió.

—¿Resaca? ¡Oh! Eso explica entonces muchas cosas —comentó, socarrón.

Alucard la miraba con una sonrisa divertida, de pie en medio de la bodega. Sus ojos brillaban con malicia entre la penumbra. Blake le apartó la cara con asco.

—Como tú o alguno de tus patos suelte alguna broma o comentario sobre lo de anoche, os destripo, te juro que os destripo —lo miró con dureza, y con la mala cara que tenía la amenaza sonaba aún más seria.

—Tranquila. No eres la única que ha terminado en cama ajena por culpa del alcohol —le dijo con comprensión—. Al menos sabías exactamente que metías bajo las sábanas y no te has llevado una sorpresa a la mañana siguiente —la miró de forma significativa.

Blake ahogó una carcajada, sintiendo lástima por él, que le pellizcó la mejilla con cariño y le dio unas amistosas palmaditas en el hombro.

—¡Se acabaron los cuchicheos y los chismorreos, es momento de ganarnos lo que nos pagan! —anunció Pip instalando el silencio entre sus hombres—. Estamos a punto de llegar a destino: la isla de Barra, en las Hébridas. La situación es delicada, se trata de suelo católico, por lo que tenemos que ser rápidos en nuestro trabajo, antes de que aparezca Iscariote y provoquemos un enfrentamiento diplomático con ellos.

—¿Iscariote? —uno de los Gansos miró a su capitán sin comprender.

—El cuerpo militar de asalto contra monstruos, como Hellsing, pero que dirige el Vaticano. Unos aficionados —explicó Alucard con tono despectivo—. No toleran que protestantes actúen en lo que consideran su territorio.

Blake había oído hablar de ellos. Eran exhaustivos y desalmados, cristianos radicales sin escrúpulos, que hacían lo que fuera necesario con tal de contentar a su dios. Y tenía entendido que entre ellos había un cazador especialmente peligroso. Siempre había intentado permanecer fuera del radar de Iscariote, si se enteraban de su existencia la acosarían hasta cazarla. Saber que en esa misión existía el riesgo de encontrarse con ellos cara a cara le provocó un nudo en el estómago, aumentando sus náuseas.

—¿Entonces por qué vamos? ¡Que se encarguen ellos!

—Porque que sea suelo católico no quiere decir que no haya protestantes, y además porque Castlebay es una población muy pequeña. La primera llamada de socorro llegó hace apenas dos horas, las muertes hasta el momento se cuentan por decenas. El Vaticano tardará más en llegar que nosotros, y para entonces es muy probable que no quede nadie y que el culpable de la sangría haya salido de la isla y llegado a tierras protestantes. Es una misión de prevención, hemos de adelantarnos al enemigo antes de perderle la pista.

Blake escuchó a Ceres resoplar con nerviosismo.

—¿Qué pasa?

—Ya me topé con Iscariote una vez, nada más convertirme —se humedeció los labios, inquieta.

—¿Y?

—Ojalá no sea el padre Anderson al que envíen —la mestiza alzó una ceja sin entender—. Es el peor de todos ¿Recuerdas la prueba con el Amo? ¿El sacerdote con el que te enfrentaste? Era una imitación de él, no es un humano corriente. Experimentaron con Anderson y ahora se regenera tan rápido como un vampiro. Yo creo que es prácticamente imposible matarlo.

Anderson. Bayoneta Anderson. Ese nombre sí lo conocía. Lo temían tanto monstruos como mortales, era un asesino despiadado. Un escalofrío le recorrió la columna recordando la prueba. Si Anderson era, como mínimo, igual de implacable de lo que fue la simulación a la que se enfrentó, ella tampoco quería cruzarse con él.

—Nos han llegado algunas imágenes del atacante. Sabemos que es un vampiro por la información confusa del informe que las acompañaba —proseguía Pip—, pero no su clase. Podría ser un artificial o un auténtico.

Blake alzó la vista de golpe ante ese dato. Si era un auténtico, tal vez...

—No tenemos constancia de zombis, pero eso no quiere decir que no los haya. Así que con ese detalle por el momento vamos a ciegas. Los supervivientes no se han comunicado con nadie del exterior desde hace aproximadamente cuarenta minutos.

Pip le pasó la fotografía a Alucard. Los ojos rojos del no-muerto se iluminaron y comenzó a reír por lo bajo.

—Es un auténtico.

La mestiza se quitó el arnés y corrió hacia ambos. El mercenario recuperó la fotografía, que Blake analizó por encima de su hombro. Era el fotograma de una grabación de seguridad que no tenía muy buena calidad. En ella aparecía un hombre alto y corpulento, aunque no tanto como Alucard. Sus ropajes eran victorianos y de tonos oscuros. Bajo el sombrero de copa que llevaba podía apreciarse una corta melena morena y una barba espesa y cuidada, con las puntas del bigote peinadas hacia arriba. Sus ojos brillaban como dos alfiles.

—¿Cómo sabes que es auténtico? —Pip lo miró extrañado.

—Porque lo conozco, yo lo transformé —mostró sus colmillos en una mueca cruel—. Gottfried Von Kalmbach. Mujeriego, alcohólico, pendenciero, con un toque sádico en sus días malos y un artista matando turcos. No pude resistirme a unirlo a las filas de la noche. Ese talento natural no se podía desperdiciar bajo tierra tras su muerte, que le mordía los talones por una vida llena de excesos y vicios. Y no me decepcionó en absoluto, se convirtió en uno de los vampiros más temibles en el este de Europa. Masacró, violó y se alimentó de prácticamente todo lo que encontró, detrás de él solo quedaba un reguero de muerte y fuego —rio con algo de nostalgia.

Blake sintió que le hervía la sangre ante el tono jovial del vampiro. Le propinó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo doblarse de dolor y le dio un segundo mandándolo contra el suelo, donde siguió golpeándolo.

—¡Blake! —le gritó Pip, descolocado por ese ataque tan gratuito.

La chica desenfundó una de sus pistolas y la amartilló dispuesta a vaciar el cargador sobre el vampiro. Los Gansos se encogieron ante el peligro de que alguna de las balas rebotara en la estructura y les diera.

—¡¿Pero qué coño haces?! —el mercenario corrió a sujetarle la muñeca para que no disparara, empujándola lejos de no-muerto— ¡Estamos en un puto avión! ¡¿Acaso quieres matarnos a todos?!

—¡Maldito cabrón! ¡Hijo de puta! ¡¿Te resulta divertido haber creado monstruos por puro placer y entretenimiento?! —le gritó al vampiro, que se estaba incorporando, entre risas.

El mercenario seguía forcejeando con ella para que soltara el arma y volviera a su asiento, pero la joven era más fuerte. Alucard se llevó la mano a la mandíbula, mientras la abría y cerraba.

—Buen derechazo. Y respondiendo a tu pregunta: sí, me resulta divertido.

La mestiza apretó la mandíbula e intentó volver a abalanzarse sobre él.

—¡Blake, basta!

Ella miró a Pip al mismo tiempo que sus ojos se aclararon. Lo cogió del cuello y lo levantó del suelo. Inmediatamente los mercenarios soltaron sus arneses y cogieron sus armas. El hombre les hizo un gesto con las manos para que se calmaran y se estuvieran quietos.

—Ey, Blake. Tranquila ¿Vale? —le dijo con voz ahogada— Que Alucard es un grandísimo hijo de puta lo sabemos todos, pero por suerte hace mucho de la última vez que convirtió a alguien a mala fe. Echárselo ahora en cara de poco sirve, lo hecho, hecho está.

Se agarró a la muñeca que lo mantenía suspendido, intentando llenar sus pulmones con aire, comenzaba a marearse y sentía la sangre agolparse en su cabeza.

—Blake, no te rebajes a su nivel. Venga, campeona, déjalo estar.

Los ojos de la vampiresa empezaron a oscurecerse y con la respiración algo más calmada terminó dejando al hombre en el suelo. Una vez libre del agarre en su garganta, este inspiró con fuerza y tosió, inclinado hacia delante apoyando sus manos en las rodillas.

—Pagarás por todo esto, te lo aseguro —le dijo la chica con rencor al no-muerto, mientras Ceres le pasaba un brazo por los hombros acompañándola de nuevo a su asiento.

—Por supuesto. Tengo asiento en primera clase al infierno —respondió Alucard con altanería.

—Parece que no se la folló lo suficiente, tal vez debería darle otro revolcón para que esté más tranquila —escuchó susurrar a uno de los mercenarios a su compañero.

—Dímelo a la puta cara si es que te atreves, saco de mierda —la vampiresa se había movido tan rápido que en un parpadeo estuvo frente al hombre, y le había metido la mano en la boca agarrando su lengua—. Si vuelvo a escucharte te la arrancaré y te la haré tragar —le clavó los ojos grises y rabiosos.

Finalmente lo soltó y volvió a su sitio. El mercenario tragó saliva, pálido como un muerto. Al rato los ánimos se calmaron en el avión y el vampiro se acercó a Blake, sentándose a su lado.

—Si este numerito ha sido porque crees que Von Kalmbach puede ser tu padre, cosa que no me extrañaría teniendo en cuenta lo que le gustan las mujeres, tienes que tener en cuenta que todos los vampiros que pululan y han pululado por el mundo son obra mía. Da igual si a tu padre lo transformé yo directamente u otro vampiro al que creé antes. Todos los vampiros son obra mía, tú eres obra mía —le dijo con contundencia.

Blake se lo quedó mirando, sintiendo su rabia crecer hacia él. No se había parado a pensar en eso último, en que al ser él el inicio, era el culpable absoluto, incluso de su condición mestiza. Ceres la cogió de la mano para calmarla.

—Si vas a matarme, adelante. Pero no te lleves por delante a los humanos que dices intentar salvar de los monstruos como nosotros —se levantó y se fue al otro extremo de la bodega.

La mestiza apretó la mandíbula. Lo odiaba con todo su ser, por lo que era y por lo que provocaba en ella, para bien y para mal. Pero el odio que sentía hacia Alucard era diferente. Él no había seducido a su madre, no la había dejado embarazada, no la había condenado a muerte con su nacimiento. No estaba del todo segura de que Von Kambalch fuera su padre, pero pensaba averiguarlo.

Tomaron tierra en Castlebay media hora después, en unas colinas próximas al pueblo.

—¿Estás segura de que puedes hacer esta misión? —Pip retuvo a Blake por el hombro antes de salir del avión— Si se va a convertir en algo personal poniendo en riesgo la operación, te dejaré fuera.

—Puedo hacerlo —asintió ella.

—No pasa nada malo por quedarse aquí —la miró a los ojos con calma—. Lo capturaremos vivo y lo interrogaremos. Y si es tu padre dejaremos que lo ejecutes como te dé la gana. Pero si se te va a volver a ir la cabeza como hace un rato, no puedo dejarte participar, por la seguridad de mis hombres y los supervivientes.

—De verdad que puedo —insistió con determinación.

El mercenario se la quedó mirando unos segundos eternos. Se quitó el gorro de cowboy un momento, para apartarse de la cara los mechones cortos que escapaban de su trenza y enmarcaban su rostro. Volvió a colocárselo suspirando y le palmeó el hombro.

—No me falles.

Al salir del avión la oscuridad de la noche se los tragó. No había ni luna ni estrellas, una densa capa de nubes cubría el cielo. Las calles estaban desiertas, solo se escuchaba el mar contra los muelles y el crujido de las embarcaciones.

Se dirigieron a la iglesia del pueblo, situada en una colina, con la esperanza de que los supervivientes se hubieran atrincherado allí por pura superstición, ya que realmente la iglesia no le impediría la entrada a Von Kalmbach por mucho tiempo. Otra parte del grupo de mercenarios puso rumbo a la comisaría de policía, por si el edificio también estaba actuando de refugio.

Las puertas de la pequeña parroquia estaban atrancadas.

—¿Hola? —Pip golpeó la puerta mientras parte de sus hombres se asomaba a las ventanas alumbrando con las linternas— Venimos de parte del Gobierno para ayudarles, somos militares ¿Queda alguien con vida?

Escucharon ruido al otro lado de las puertas de madera y estas se abrieron dándoles acceso. Allí dentro habría unas cien personas, de todas las edades. Algunas estaban rezando entre sollozos frente al enorme crucifijo del altar, arrodillados. Otras se mantenían en silencio, aterradas, intentando entender qué estaba pasando.

El párroco les explicó que hacía una semana había desparecido el grupo de arqueólogos que estaban trabajando en el castillo de Kisimul, en el islote frente al puerto, por el que la población recibía su nombre. Les pareció extraño no volverlos a ver, ya que estaban muy emocionados al haber encontrado entre las ruinas del edificio la entrada a una especie de catacumba, así que algunos vecinos y uno de los policías fueron a inspeccionar el islote. Tampoco volvieron. A la noche siguiente apareció un extranjero en el pueblo, vestido de forma excéntrica. Estuvo en el pub hablando con los vecinos y se fue de allí con una mujer del brazo, de la que después tampoco se supo nada. Durante esa semana creyeron verle merodear por el pueblo, mientras seguían desapareciendo vecinos, sobre todo las mujeres jóvenes. Algunas noches también creyeron ver a algunos de los desaparecidos, caminando de forma errática por las calles.

El párroco comentó que aquel extranjero empezó a darle mala espina al comprobar que evitaba ciertos lugares, como las orillas del mar, el puerto o la misma iglesia. Que le parecía que ese hombre había traído un tipo de mal a la población. Desde que apareció el sol se había escondido tras unas nubes negras y densas. Dieron aviso a la policía de Edimburgo para que les ayudaran a investigar las desapariciones, aunque parecieron no darle demasiada importancia ya que algunos decían haberlos visto pasear por las noches.

Pero la verdadera pesadilla no se había desatado hasta hacía pocas horas. Gran parte de los vecinos desaparecidos habían regresado al pueblo, atacando a todo aquel que se encontraban, matando sin razón alguna ya fuera a adultos, niños e incluso animales. Y entre esos monstruos que antes fueron parte de la pequeña comunidad, estaba el extranjero excéntrico, riéndose entre la masacre.

Fue entonces cuando muchos se refugiaron en la iglesia, esperando que la ayuda o un milagro llegara para salvarlos.

El walkie de Pip crujió.

—Capitán, estamos en la comisaría, no queda nadie —se escuchó la voz amortiguada de uno de los Gansos resonar en el edificio—. Hay restos de sangre y signos de pelea, pero el edificio está vacío. Vamos a...

El mercenario se apresuró en coger el walkie y salir fuera a hablar, para no asustar aún más a los que parecían ser ya lo únicos habitantes vivos de Castlebay.

—Vamos a buscar a Von Kalmbach —propuso Blake con impaciencia.

—Nos quedaremos aquí. Vendrá. Sabe que el resto del ganado está aquí dentro —Alucard la miró con seriedad.

—No podemos esperar a que venga. Tenemos que alejarlo de esta gente. Si hay que enfrentarse a él, que sea lejos de los que aún sobreviven —insistió ella—. Yo lo atraeré.

—¿Cómo?

—Como te atraje a ti aquella primera vez, y puedo añadir sangre al cóctel —sacó el rui de su funda.

El vampiro la miró con detenimiento. Serían tres contra uno. No, dos contra uno, dejaría a Ceres a cargo de la protección de la iglesia. Pero aun así no quería exponer a Blake a Von Kalmbach. No porque no fuera capaz de estar a la altura, si o porque se convertiría en el objetivo principal del antiguo caballero al reunir todos los requisitos imprescindibles para él: mujer, joven, atractiva y, para rematar, con un olor que despertaba mucho más que el hambre. No quería que la tocara en ningún sentido. Además, la mestiza había demostrado no estar lista para enfrentarse al que podría ser su padre, sus emociones la dominaban, la volvían impulsiva e irracional. Iba a necesitar su oscuridad para luchar y vencer, pero en su estado de ansiedad y nerviosismo, corría en riesgo de no poder controlarla.

—No —dijo al fin.

—¡Y una mierda que no!

—Soy tu superior y obedecerás. No estás centrada. Estás ansiosa por vengarte. No podrás mantener firme la cadena —le espetó.

—¿Y vas a impedírmelo entonces? ¿Cómo? —apretó la mandíbula acercándose a él, aunque eso supusiera tener que alzar la cabeza para poder mirarlo a los ojos-— Me tienes miedo, todos me lo tenéis. Lo sé y me lo habéis demostrado. Así que tienes dos opciones: me dejas ir contigo, averiguo si es mi padre y lo mato, pudiendo luego matarme a mí si me descontrolo, o me obligas a quedarme aquí, me cabreo, pierdo el control y voy igualmente sola a por ese hijo de puta, y tendrás a dos contra quienes luchar y nadie a quién salvar.

—¿Y si no es tu padre y aun así pierdes el control? ¿Quieres que te pegue un tiro igual? —la miró con seriedad exponiéndole la situación.

—Esto no se reduce a si es lo que yo quiero o no, se reduce a qué es lo que tu prefieres —le aclaró ella, aceptando las consecuencias de lo que podía llegar a ocurrir esa noche.

Alucard apartó la mirada con la mandíbula apretada. Se humedeció los labios, pensativo. Resopló. Maldita fuera ella y su carácter.

—Vamos —le dijo—. Soldado, quédate aquí y protege a los humanos. Nada entra ni nada sale.

—¡Sí, Amo! —Ceres se cuadró y asintió con la cabeza.

—Espero no arrepentirme de esto —le dijo a la mestiza negando con la cabeza.

Ambos salieron de la iglesia con paso rápido. El alba estaba próxima y los minutos seguían corriendo, tenían que terminar la misión antes de la llegada de Iscariote.

...†...

Esperaban a Von Kalmbach en el puerto, desde donde se escuchaban los disparos de los Gansos seguramente contra los zombis. Habían escogido ese lugar porque el agua era la debilidad más fácil de explotar de un vampiro. Si caía al mar, tendría muy difícil salir, y eso les daría una clara ventaja y seguramente la victoria. Blake actuaba de cebo, estaba a favor de la brisa marítima y se había cortado la palma derecha, que ya había sanado, hasta dejar caer un buen reguero de sangre al suelo. Ahora solo tenían que ser pacientes y cruzar dedos porque el vampiro no prefiriera ir antes a por los mercenarios y supervivientes. Alucard se mantenía entre las sombras.

—Ahí viene —anunció.

Blake inspiró profundamente preparándose, con la mano en el cierre de la jaula. Lo único que alcanzó a ver era una niebla espesa que se iba extendiendo por el puerto.

—No lo veo, solo hay niebla.

—Él es la niebla ¿Con cuántos originales de alto rango te has enfrentado? —se mofó el vampiro— Cuidado con esa niebla, puede cortar, entre otras cosas.

La joven lo miró inquieta. La verdad era que el único vampiro original de alto rango con el que se había enfrentado era Alucard, aunque él tampoco era como el resto de los de su especie, así que no estaba muy segura de qué hacer.

—No te confíes Caperucita, Von Kalmbach es tramposo y siempre tiene hambre —le susurró el no-muerto.

La niebla llegó hasta ella y se enroscó alrededor de la chica en completo silencio.

—¿Qué hace una jovencita sola en el muelle a estas horas? —una voz áspera y profunda se movió entorno a ella.

—Esperar.

Podía olerlo, era la niebla. Pero en esa forma, no podía golpearlo. Su corazón latía con fuerza ansiando el momento de ajustar cuentas.

—¿Sola y en esta oscuridad?

Blake dejó la jaula abierta y el monstruo se desperezó.

—No estoy sola, y no temo a la oscuridad.

—Tu corazón no me dice lo mismo.

—No es por miedo por lo que retumba así —no podía saber exactamente su posición, sabía que estaba muy cerca, pero no dónde exactamente.

Alucard seguía quieto en las sombras, a la espera, forma se materializó frente a ella, entre la niebla.

—No eres humana —Gottfried Von Kalmbach se mostró al fin.

El vampiro se acercó a ella, olisqueándola, tan cerca que Blake tuvo que contenerse para no lanzarse ya contra él. Sus ojos carmesí la escudriñaban con interés a escasos centímetros de su rostro. Era un hombre atractivo de rasgos duros, con una postura orgullosa y firme. Su ropa era de buena calidad y estaba impoluta. Aquel vampiro era un verdadero dandi muy pagado de sí mismo y que desbordaba confianza.

—Cálida, con respiración y un corazón que late. Pero... no hueles a humana. Hueles a... —se acercó a su cuello aspirando pesadamente su aroma, haciendo que la joven se tensara en un mecanismo de autocontrol— ¿Qué se supone que eres?

—Alguien que lleva mucho tiempo buscándote —los ojos negros de la chica se tornaron grises—. Tu peor pesadilla.

Dos varanos se lanzaron contra él para apresarlo, pero el vampiro se disipó antes de que cerraran la mandíbula. Sintió una presencia a su espalda y se agachó con rapidez al mismo tiempo que otro lagarto saltaba dispuesto a destrozar lo que encontrara. La niebla se movió y cortó a la criatura por la mitad. Blake sacó el rui y se preparó, la niebla se retorció y ella atacó, el cuchillo cortó el aire, atravesando la niebla con facilidad, sin topar con nada sólido.

—¿Realmente crees que podrás hacerme daño con un simple cuchillo de plata? —se mofó la niebla.

Sus lagartos la rodearon para protegerla del ataque. Todos ellos cayeron troceados.

—Muéstrate ¿Tan poco orgullo de vampiro te queda que prefieres pelear así que frente a frente? —lo retó.

—¿Qué sabrás tú de orgullo?

—Está claro que más que tú —mostró sus colmillos.

Von Kalmbach se materializó frente a ella por quintuplicado. Los varanos se lanzaron a por todos, y la joven a por el que tenía detrás. La hoja rozó la carne y la tela. El vampiro gruñó y volvió a desaparecer.

—¿Siempre por la espalda? Patético —escupió ella con desprecio.

Volvió a mostrarse a su izquierda. Un enorme perro negro con seis pares de ojos rojos salió de la nada y enganchó el brazo del no-muerto, clavando sus dientes e intentando desgarrar la articulación. Von Kalmbach se retorció para intentar liberarse. Blake se lanzó contra él para clavar la hoja en el pecho del vampiro, pero la niebla tembló y se movió con rapidez cerniéndose sobre ella. Una oscuridad repleta de ojos rojos la escudó del ataque. Cuando las sombras se retiraron la mestiza vio al perro de Alucard hecho pedazos en el suelo. La niebla se arremolinó y en ella brillaron unos enormes ojos rojos.

—Parece que es cierto que no estás sola, ¿pero podrá tu compañero proteger a una chiquilla como tú de un monstruo como yo?

Parte de la niebla pareció tomar forma, la de un lobo enorme que abrió las fauces para devorarla. Alucard y sus varanos la protegían constantemente de aquella niebla que cortaba y despedazaba todo lo que encontraba a su paso sin darle un respiro. El problema era que así no era capaz de acercarse a él, por muchos huecos que abrieran en la defensa para intentar atacar. Inspiró con fuerza y se escapó de su cerco protector hiendo al encuentro del vampiro. Sus lagartos la siguieron, saltando sobre cualquier amenaza. Vio una sombra moverse entre la niebla. Blake se preparó y cuando estuvo lo suficientemente cerca atacó. Paró el cuchillo a escasos centímetros del cuello de uno de los mercenarios de Pip.

—Ese corazoncito tuyo te va a salir caro —susurró Von Kalmbach.

El mercenario se transformó en el lobo y la atacó. La enorme boca la apresó desde el hombro, casi engulléndola entera, clavando sus dientes en la carne, aprisionándola contra los adoquines. Dos perros corrieron en su ayuda, pero no pudieron ni acercarse antes de que los destrozara.

La cabeza de la bestia se sacudió para despedazarla, haciendo que la vampiresa ahogara un grito de dolor. Blake intentó golpear aquella niebla, que se escurría entre sus manos cuando intentaba cogerla, pero que aun así era capaz de herirla. La bestia la arrastró por el suelo muy cerca del borde del muelle y fue cuando vio la oportunidad. Se agarró a uno de los bolardos e hizo fuerza para contrarrestar el empuje de la bestia y caer al mar arrastrando al lobo que la tenía presa. El océano helado envolvió a la joven junto a la niebla, que se contrajo hasta volver a ser lo que era realmente, un asqueroso vampiro, que la soltó intentando salir a flote.

Blake lo agarró para impedírselo. El agua estaba congelada y se le clavaba como agujas, pero necesitaba mantener al no-muerto bajo la superficie el tiempo necesario para que perdiera algo de fuerza. Pero el vampiro no parecía cansarse tan rápido como ella, que se quedaba sin aire. De las profundidades surgieron sus lagartos, que se aferraron a él con sus garras, colas y fauces, dejando que Blake saliera a respirar. Subió a uno de los barcos e inspiró con fuerza, le ardían los pulmones. Se asomó al borde de la embarcación pesquera, en busca de Von Kalmbach bajo las aguas.

La niebla apareció de golpe y la travesó como cuchillos, clavándose en su cuerpo. Blake ahogó un gemido de dolor, sintiendo el sabor de la sangre en su garganta. Los ojos rojos y brillantes en aquella nube blancuzca se entrecerraron con satisfacción, y escuchó reír al vampiro de forma triunfal, dando por ganada la pelea.

La bestia le pidió permiso para tomar el control, y ella la dejó hacer.

—Te tengo, cabronazo.

Alargó sus manos, ahora teñidas de negro, hacia la niebla, asiéndola con fuerza entre sus dedos, manteniéndola clavada en su cuerpo para impedir que escapara. La niebla se retorció y se fue arremolinando hasta tomar forma frente a ella, aun atravesando el cuerpo de la chica con sus manos.

—¡No es posible! —rugió el vampiro, que no podía escapar del agarre de la joven sobre sus antebrazos ni volverse a transformar en niebla.

—En nuestro mundo de pesadillas, no hay nada imposible —la mestiza sonrió con crueldad, mostrando sus enormes colmillos, clavándole aquellos ojos blancos y vacíos.

Con un brusco movimiento le rompió los brazos en un sonoro crujido y luego le atravesó el pecho asiendo su corazón. El vampiro aulló de dolor.

—Dale recuerdos al Diablo de mi parte.

En un intento desesperado por deshacerse de ella, la niebla apareció entre ambos y se expandió, lanzándolos a cada uno en una dirección opuesta. Blake volvió a caer al agua y Von Kalmbach fue a parar al muelle. Se levantó con las piernas temblorosas, dispuesto a huir. No sabía lo que era su adversario, pero desde luego no se parecía a nada contra lo que hubiera luchado antes. Nadie había bloqueado sus poderes así jamás. Al asir la chica su corazón sintió una oscuridad enorme engullirlo, alimentándose de él con voracidad, dejándolo sin fuerzas. Así que no iba a continuar una pelea que no estaba seguro de poder ganar, llevaba demasiado tiempo durmiendo como para enfrentarse en esos momentos a algo que no fuera humano.

—¿Ya te marchas? Si la diversión solo acaba de empezar —Alucard le cortó el paso con una sonrisa siniestra.

El vampiro se lo quedó mirando, aquel era el que había estado ayudando a la joven y su cara le sonaba vagamente. Algo lo atravesó por la espalda, al mirar hacia abajo vio la estaca atravesar su pecho. No le había dado de lleno en el corazón, pero estaba lo suficientemente cerca para que se sintiera desfallecer y al borde la muerte, haciéndole caer.

—Tanto tiempo esperando, por algo tan patético —Blake se inclinó sobre él con una mueca de repugnancia en el rostro, empapada y goteando.

Lo cogió de la cabeza con aquella garra negra y comenzó a arrastrarlo por el suelo, a su paso iba dejando un rastro de sangre sobre los adoquines. El vampiro intentó retorcerse para liberarse, pero la estaca se lo impidió. Intentó arrancarse la madera del pecho, aunque el dolor y la debilidad no se lo permitieron.

La chica lo llevó justo al borde del muelle. Allí cogió un ancla de uno de los barcos y sin miramientos se la clavó bajo las costillas, haciendo que el vampiro soltara un alarido que resonó en todo el pueblo. Luego enroscó la cadena alrededor de su cuello y lo colgó de una de las pequeñas grúas del puerto.

...†...

Pip, Ceres y algunos Gansos llegaron corriendo a los muelles atraídos por los gritos tras poner a salvo a la gente de la parroquia y haber limpiado la zona de zombis. Frenaron en seco al ver la escena que se estaba desarrollando.

Alucard y Blake observaban con tranquilidad como los varanos destrozaban las piernas del vampiro, colgado de la grúa por el cuello y el pecho.

—¿Qué estáis haciendo? —el mercenario los miró horrorizado.

—Jugar —se limitó a contestar Alucard con calma.

—¿Jugar? —Pip torció una mueca, asqueado.

—¿Piensas responder ahora a mis preguntas? —la mestiza se había acercado al vampiro.

Este simplemente chasqueó la lengua con desprecio.

—Gottfried, yo de ti lo haría, antes de que se enfade más —le aconsejó el no-muerto, quitándose las gafas rojas.

—¿Vlad? —Von Kalmbach lo miró atónito— ¡Maldito hijo de perra! ¡Cuánto tiempo! Pensé que estabas muerto, que no conseguiste escapar de las garras de Van Hellsing —el hombre rio por lo bajo, mientras la sangre escapaba de sus labios, manchando su barba y goteando por ella.

—Y no lo conseguí —aclaró.

Von Kalmbach alzó una ceja.

—¡Oh! Ahora eres un chucho doméstico. Cómo caen los poderosos —se mofó con desprecio.

Uno de los varanos saltó y agarró su entrepierna, estirando la carne hasta arrancarla entre gritos de dolor.

—Puede que sea un chucho doméstico, pero desde luego me va mucho mejor que a ti —con un ademán perezoso hizo que la cadena se soltara y el vampiro cayó a peso sobre los adoquines, donde quedó tirado de lado, sin piernas sobre las que poder sostenerse—. Y ahora si eres tan amable, responde a la señorita. Arrancarte las piernas y la polla no es lo peor que puede hacerte, créeme, y se le acaba la paciencia.

Von Kalmbach miró a Blake con desprecio, y luego miró a Ceres. Dibujó una sonrisa cruel y lasciva.

—¿Es así como te tienen contento y tranquilo? ¿Con mujeres jóvenes a las que follarte por las noches? Si es así, yo también quiero un trato —volvió a encarar a Blake—. Esta tiene pinta de ser la mejor de ambas solo por cómo huele, aunque no tenga la carita angelical ni las tetas de la rubia.

La mestiza le propinó tal puñetazo que le partió la mandíbula. Lo cogió de la corta melena y lo incorporó, esperando a que esa lesión sanara lo suficiente para que pudiera volver a hablar.

—¿Cuánto llevas en ese castillo durmiendo? —le preguntó Blake.

—No lo sé, hace mucho que ya no me preocupo por el paso del tiempo. Puede que... Llegué aquí junto a los bombardeos del 41. Europa era un desastre, nada bueno para comer ni divertirse, las mujeres estaban demasiado flacas y sucias por la guerra, y la gente ya casi no tenía alcohol en la sangre. Preferí echarme a dormir en esa fortaleza abandonada a tener que lidiar con el aburrimiento —resopló.

Blake sintió una punzada de esperanza en el pecho, aquella sanguijuela llevaba bajo tierra tanto como tiempo llevaba desaparecido el rastro de su padre, según sus averiguaciones. Sacó del interior de la camiseta su relicario de plata y lo abrió, mostrándole la foto que contenía.

—¿La conoces?

—Chiquilla, en todos estos siglos he conocido a muchas mujeres como para acordarme de todas a las que he matado o me he follado —respondió con cansancio y desinterés.

Blake asió la estaca que sobresalía de su pecho y se la retorció, haciéndolo gritar.

—1888. Se llamaba Oana y vivía en Sirvragi, era viuda —le dijo la chica con la mandíbula apretaba.

—¿1888? ¿De verdad pretendes que recuerde algo de esa época y en Sir... Qué? ¿Sirgravi, Sirvagi...? —la chica volvió a retorcer la estaca— ¡Sirvragi!... Me suena... Creo haber pasado por allí antes de ir más hacia el sur... Sí, lo recuerdo porque ese pueblo desapareció unos años después. Se contaron cuentos sobre maldiciones en esas montañas, sobre sombras que engullían localidades por completo. Aunque no fui yo, lo juro, ese no es mi estilo. Prefiero el fuego —la miró con intensidad.

—No, no fuiste tú. Esa maldición fui yo. Ahora responde ¿La conoces?

—Oana, Oana... Un nombre muy común en Rumanía, no lo recuerdo como alguien especial. Pero desde luego era una mujer a la que con gusto visitaría en su alcoba, viuda o no —rio por lo bajo—. Ahora que la miro bien, puede que... ¿Por qué te importa tanto? ¿Una hermana que cayó bajo mis encantos? —la observó con atención a los ojos, con malicia— No... ¿Una madre? —el rostro de Blake se crispó de rabia— Sí, es eso. Quieres saber si me follé a tu madre ¿Y si te dijera que sí y que lo disfrutó tantísimo que no hizo otra cosa salvo pedir más? ¿Y que estaba tan encantada con cómo se la metía que no tuvo reparos en comerme la polla hasta casi ahogarse?

Agarró la garganta del vampiro con una garra negra, haciendo crujir su tráquea.

—Blake —Alucard le llamó la atención para que se calmara—. Solo está buscando cabrearte.

Los ojos de la chica se oscurecieron un poco.

—Tú decides si quieres que esto se alargue o se termine rápido ¿La conociste o no?

Von Kalmbach torció una pequeña sonrisa ladina.

—Tu madre era realmente preciosa, el tipo de mujer que a mí me encanta...

Una bayoneta se clavó en su garganta. La chica dio un brinco, sin saber qué estaba pasando. Y antes de que ninguno pudiera reaccionar lo alcanzaron cinco más, atravesando su torso desde la espalda. Con un gemido ahogado el vampiro cerró los ojos y todo él se deshizo en polvo y ceniza, que flotaron en el aire.

—No... ¡No! ¡NO! —rugió Blake intentando sujetarlo, mientras los restos de Von Kalmbach se escapaban entre sus dedos.

Eso no podía estar pasando. No debería estar pasando. Había estado tan cerca de todas sus respuestas. Y ahora... solo eran polvo en sus manos. Lo había encontrado y de pronto, ya no existía. Estaba muerto y no había sido por su propia mano, no había podido decirle lo mucho que...

—Iscariote —gimió Ceres con horror.

Los Gansos levantaron sus armas en posición defensiva, preparados para cubrir su retirada. Apuntando a una silueta enorme que había aparecido frente a ellos a lo lejos, bajo la luz de las farolas.

Blake alzó la vista sintiendo crecer la ira, que alimentó la oscuridad hasta que lo ocupó todo. Las sombras temblaron y los lagartos despertaron, un sinfín de ellos, reuniéndose a su alrededor, como una jauría rabiosa. Las luces de las farolas parpadearon.

—¡Él... era... MIOOOOOOO! —rugió tan alto que su voz resonó en cada rincón de la población.

Se puso en pie. Sus garras negras crecieron. Y sin vacilar se dirigió hacia la enorme figura que estaba al otro lado del puerto, del que solo se podía apreciar el reflejo de la luz en sus gafas.

—¡Blake, detente! ¡Es Anderson! —Ceres corrió detrás suya.

Alucard la frenó agarrándola por los brazos.

—No te metas. Esto es algo que tiene que hacer sola.

—Pero Anderson... —gimió la vampiresa.

Él no le respondió, ni siquiera la miró. Tenía la vista fija en la mestiza, que avanzaba a zancadas cada vez más rápidas hacia el cazador de Iscariote, mientras a su paso las farolas se apagaban sumiéndolo todo en la más profunda negrura.

—Somos enviados de Dios. Los representantes de su castigo en la Tierra —escuchó entonar al hombre—. Nuestra misión consiste en encontrar a aquellos que reniegan de Nuestro Señor, perseguirlos hasta el último rincón del mundo y acabar con ellos ¡Amén!

Preparó dos bayonetas para el encuentro con la chica. Que a escasos metros de llegar saltó contra él y las sombras los engulleron a ambos. Anderson sintió un dolor lacerante en el pecho, luego en el brazo izquierdo y en el muslo derecho. No podía ver nada. Con un amplio movimiento de la bayoneta alcanzó algo, que aulló de forma aguda y lastimera, y cayó a sus pies moviéndose con nerviosismo. Otro zarpazo en su espalda, y luego en su costado bajo las costillas.

Activó la barrera espiritual a su alrededor y las hojas sagradas crearon un escudo que resplandeció levemente dorado, en el que vio chocar a los lagartos uno tras otro, sin pausa. Y tras ellos, los ojos blancos de la chica.

—El nuevo perro de Hellsing —sonrió Anderson entrechocando las cuchillas, haciendo saltar chispas.

—El temible meapilas del Vaticano —respondió Blake, con una sonrisa cruel mostrando sus colmillos— ¿Empezamos el baile o vas a seguir protegiéndote de mí? ¿Este es el valor de los hombres de Dios?

El hombre chasqueó la lengua.

—Polvo eres y en polvo te convertirás.

La chica enfureció su expresión. Anderson eliminó la barrera y se lanzó a por ella. La lucha fue frenética, ambos se alcanzaban entre cuchillas, garras y mandíbulas repletas de dientes. Lo único que él podía ver con claridad eran los ojos blancos que le rodeaban, sin saber si se trataba de la vampiresa o de sus bestias. En un momento dado consiguió agarrarla de un brazo, pero con una veloz maniobra la chica se zafó de él y se encaramó a su espalda, donde clavó los dientes en el cuello. Anderson hincó una rodilla en el suelo por el dolor y la debilidad que se apoderó de él a medida que aquella criatura se alimentaba con velocidad. Apretó la mandíbula y se atravesó el pulmón con una de sus bayonetas para poderla alcanzar. La chica lo soltó con un gruñido de dolor y antes de que se alejara demasiado logró agarrarla del cuello con fuerza, haciendo que llevara sus garras a sus brazos para intentar zafarse de la manaza que la asfixiaba.

—Padre me... me hace daño —sollozó de forma ahogada y con voz infantil.

El hombre frunció el ceño. Una niña de apenas nueve años, con los ojos inundados en lágrimas, intentaba librarse de la mano que rodeaba por completo su cuello.

—Padre... respirar... tengo miedo —gimió con las mejillas amoratadas.

Anderson se apresuró en soltarla y se agachó junto a ella cogiéndola de los pequeños hombros.

—Lo siento pequeña, pensé que eras uno de ellos.

La chiquilla lloraba desconsolada.

—¿Estás sola? —la niña asintió hipando— No tengas miedo.

—La oscuridad...

—El Señor ilumina nuestro camino, con él a nuestro lado no hay nada que temer —le sonrió con afabilidad.

—Pero los monstruos... —le chiquilla señaló a la oscuridad sin parar de llorar, donde brillaban ojos blancos, que los cercaban—. Se los han llevado. A todos.

A sus oídos llegaron los gritos de niños, teñidos de horror y dolor. Podían escuchar cómo le llamaban, reconocía sus voces infantiles. Eran sus pequeños del orfanato.

—Mis niños —se levantó en el acto dispuesto a salvarlos de los horrores de los que siempre los había protegido, para salvaguardar su inocencia.

Corrió hacia las voces en la oscuridad con la pequeña en brazos, azuzado por los gritos que le desgarraban los tímpanos. Las sombras se abrieron y cuando vio lo que tenía delante el aire dejó de llegar a sus pulmones. Sus pequeños estaban en el suelo, desmembrados, destrozados. Con los ojos desorbitados y un rictus de terror en sus caritas, antes tan risueñas.

—No... No... —se dejó caer de rodillas y casi se arrastró a gatas hasta llegar a uno de los pequeños cuerpos mutilados y sin vida.

—¿Qué se siente, Padre, cuando te arrebatan lo que tanto has ansiado? ¿Rabia, dolor, desesperación? —escuchó a la niña tras de si, su voz hueca se alzó sobre su propio llanto—. Te lo quitaré todo, hasta que no seas nada, hasta que ansíes morir. Y no dejaré que lo hagas. Seguirás vivo hasta que todo tu mundo se convierta en muerte y fuego, hasta que los ríos bajen rojos de la sangre vertida y lo único que escuches sea el silencio de una tierra yerma y estéril.

Al volverse la niña ya no estaba, solo estaba ella, con sus ojos blancos fijos en él. Los cadáveres desaparecieron y todo volvió a quedar sumido en la oscuridad.

—Tú no eres un vampiro.

La chica soltó una desagradable carcajada contenida y gutural.

—Soy mucho más. Soy vuestro miedo.

Anderson metió la mano bajo su abrigo y sacó una bengala de cera, que se encendió con una intensa llama blanca aplacando la oscuridad y mostrando lo que tenía frente a él. Sus ojos se abrieron de par en par.

—Y al principio no hubo nada, ni hombres, ni demonios, ni día, ni noche —recitó el hombre poniéndose en pie, con la bengala sujeta en su brazo extendido, usándola a modo de escudo.

—Cuan equivocados estáis los humanos. Nosotros siempre hemos estado, desde el principio y hasta el final. Somos la noche eterna que está por llegar.

La oscuridad era una tempestad infinita, llena de relámpagos liláceos y rojizos, desde la que acechaban bestias sin forma. La chica se alzaba frente a él sin que sus pies descalzos y teñidos de negro tocaran el suelo, con una enorme sonrisa que llegaba de oreja a oreja repleta de dientes afilados, haciéndole perder parte de sus rasgos humanos. Sus ojos blancos no parecían molestos por la intensidad de la luz, y su melena blanca flotaba azotada por esa tempestad sobrenatural y silenciosa. Tenía los brazos extendidos a los lados, como intentando abarcarlo todo con sus garras desproporcionadas y negras. Las tinieblas la cubrían como un ondeante vestido de seda. Y a su espalda las sombras se movían formando dos inmensos pares de alas negras que tocaban el suelo, a medio camino entre las de un pájaro y las de un murciélago, que aleteaban de forma pesada hasta deshacerse en los extremos y convertirse en las tinieblas que los rodeaban.

—No es posible —musitó horrorizado.

—Lo es y lo sabes.

Anderson negó con la cabeza, retrocediendo.

—No... los textos...

—Mienten. Tu dios miente. Todos mienten. Soy el fin, estoy aquí y he venido a por ti.

Sintió una horrible quemazón en el pecho, como si algo intentara abrirse paso desde el interior hacia afuera.

—Bienaventurada la nación cuyo dios es Jehová. Buscaremos la gloria del Señor a través de las armas oscuras. Pues son sus enseñanzas las que nos abrirán el camino, y su furia deberá caer sobre aquellos herejes que le desafían. Soy el mensajero del Señor y destruiré en su nombre —rezó entre gemidos de dolor, para infundirse ánimos—. Te destruiré.

Los lagartos se abalanzaron a por él desde todos sus flancos. Anderson rompió la bengala de cera en dos, provocando un estallido de luz de tal magnitud que pareció que la noche se convirtió en día.

...†...

Tardaron mucho en recuperar la visión. Y más aún en conseguir ver con claridad a pesar de que las farolas habían vuelto a encenderse. Anderson había desaparecido, solo estaba Blake, de rodillas en el suelo, aovillada, mientras las sombras temblaban entorno a ella. La escucharon gritar llena de rabia y desazón.

Alucard se agachó a su lado y le puso una mano en el hombro. Ella alzó la vista con la mandíbula apretada, resollando. El color de sus ojos variaba constantemente del blanco al negro. Volvió a gritar con fuerza a punto de romper a llorar, cerrando los puños y encogiéndose con agonía.

—Cierra la jaula. Ciérrala —le dijo el vampiro con calma.

Un gruñido gutural salió de la garganta de la chica. El no-muerto la sujetó con fuerza antes de que se abalanzara sobre él.

—Sé que estás cabreada y que quieres arrasar el mundo, pero eso no saciará tu sed de venganza. Ya está muerto, no por tu mano, pero está muerto. Y le has hecho sufrir. Así que cierra la jaula —se revolvió entre sus manos con rabia, gritando— ¡Cierra la puta jaula, Blake!

La joven pareció reaccionar y comenzó a calmarse.

Camino al avión tras dar por terminada la operación sintió que un vacío enorme la engullía. La oscuridad le susurraba al oído que acabara con todos, empezando por el grupo de Hellsing, que fuera luego en busca del beato, que lo crucificara y lo obligara a mirar como sus preciados niñitos morían frente a él.

Blake sacudió la cabeza, mareada. No se veía con fuerzas de soportar aquello, de seguir manteniendo la jaula con el pestillo puesto mientras la oscuridad embestía la puerta. Y a eso se le sumó la rabia por no haber conseguido todas las respuestas que buscaba, el vacío que sentía ahora al haber conseguido su objetivo, el miedo a no saber qué hacer a partir de ese momento. Paró de caminar y se quedó rezagada adrede. No quería estar con el grupo de humanos, no tenía fuerzas para controlar la oscuridad y no quería terminar haciéndoles daño. Corrió en dirección contraria y se refugió entre dos pequeños edificios del pueblo.

—¿Qué haces? —Alucard apareció frente a ella, escudriñándola con sus ojos rojos y brillantes.

—No puedo... yo... no sé qué hacer... necesito... —apretó los puños con fuerza, intentando controlar todo aquel torrente de emociones que se agolpaban, como un volcán a punto de explotar.

El vampiro cogió su rostro entre sus manos.

—Respira. Simplemente respira.

Blake lo miró a los ojos, y sin pensarlo, se abalanzó sobre él, besándolo con desesperación para que la voz de la oscuridad quedara en silencio. La espalda de Alucard golpeó contra la pared de uno de los edificios, y él correspondió a ese beso lleno de urgencia. Las manos de la chica buscaron con avidez el cinturón y el cierre del pantalón cuando los besos, llenos de rabia, se tornaron salados.

—Espera... espera —la apartó de él al comprobar que estaba llorando— ¿Qué...?

Blake intentó volver a besarlo, aún con las manos en el cierre del cinturón, pero el vampiro no se lo permitió.

—Por favor... no quiero seguir escuchando su voz —suplicó—. Cuando te beso, cuando me tocas, se queda en silencio. Necesito el silencio.

—Por mucho que disfrute besándote y metiéndome entre tus piernas, y me alague tu necesidad, no es buena idea que recurras al sexo cuando sufres una crisis. No puedes depender de mí cada vez que la oscuridad te aceche y amenace con vencer. Tienes que aprender a gestionarlo sola, no siempre voy a estar ahí para que te calmes.

—Cada vez es más fuerte —sollozó, con los ojos teñidos de gris.

Alucard apoyó su frente sobre la de ella, sujetándole el rostro.

—Respira. Eres una cazadora fuerte, si alguien puede domarla, eres tú. Únicamente tú —le susurró—. Confío en ti Blake, no me decepciones ahora.

La mestiza cerró los ojos con fuerza, controlando su respiración. El vampiro se alejó de la joven, dejándola sola. Las sombras de la estrecha calle se calmaron, y el corazón de la chica empezó a latir más despacio. Cuando volvió a abrir los ojos, estos volvían a ser oscuros como la noche.

Alucard dibujó una sonrisa ladeada, orgulloso. Acortó la distancia entre ellos y la besó, buscando con su lengua la de ella.

—Ahora, si quieres, sí podemos retomarlo donde lo habíamos dejado —le susurró metiendo una mano bajo al camiseta todabía mojada.

—¿Interrumpo? —carraspeó Pip, con mofa.

Ambos se giraron. Blake se secó las mejillas con la manga de la camiseta.

—Está amaneciendo, tenemos que volver ya.

Volvieron a ponerse en marcha camino al avión.

—Ten —Alucard hizo aparecer en su mano la cazadora de la mestiza—. Te has ganado que te la devuelva, por desgracia lo que le pasó a tus bragas no tiene arreglo.

Ella se limitó a asentir con una pequeña sonrisa, seguía con la ropa humeda después de caer al mar y empezaba a tiritar. Se la echó por encima, sacándose el pelo del cuello de la chaqueta. Estaba aún más blanco que al inicio de la noche.

En el vuelo de retorno a Londres nadie habló, todos estaban cansados. Blake se entretenía jugando con el relicario de plata entre sus dedos y la mirada perdida ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Había encontrado a su padre, estaba segura, y había muerto, no por su mano, pero había muerto ¿Cuál debía ser su siguiente paso? Toda su vida obsesionada con darle caza y ahora que lo había conseguido se sentía completamente perdida y desorientada. Y junto a ese desasosiego estaba la sensación de insatisfacción. No se sentía mejor con la muerte de Gottfried Von Kalmbach, no se sentía liberada, ni feliz. En esos momentos se sentía vacía y fría.

...†...

Encontró a Maxwell paseando por los jardines verdes y cuidados del Vaticano, con las manos a la espalda y su habitual postura erguida y vanidosa.

—¿Ya has vuelto? —preguntó al escucharlo llegar— ¿Ha sido fructífero?

—Más bien revelador —respondió con un deje de urgencia en la voz—. Los malditos protestantes se nos adelantaron...

—Maldita Orden de Caballeros Impuros. Sabían que las Hébridas son nuestras y aun así... Cuánta desfachatez —la expresión de Maxwell se enfureció, retirándose molesto el pelo rubio platino, recogido en una coleta baja, de su hombro.

—Tienen nuevo integrante —prosiguió Anderson.

El obispo se giró, intrigado.

—¿Otro vampiro?

El paladín negó con la cabeza.

—Un Ángel Exterminador. Adulto.

—¡Imposible! —exclamó Maxwell con indignación— Hace siglos del último. No está escrita la llegada de uno nuevo en breve.

—He usado el Ojo de Dios. He visto su verdadera forma, oculta bajo su piel de cordero. He sentido su poder, la he temido. He olido la muerte y el azufre.

—¿La? ¿Es mujer? —alzó una ceja— ¿Por qué será que no me sorprende?

—Es una hija de Lilith. Joven y en edad fértil. Debemos pararla antes de que engendre.

Maxwell alzó una mano pidiendo calma.

—¿Hellsing lo sabe?

—Por lo que pude observar, no tienen ni idea de que es lo que han acogido bajo su techo.

—¡Maravilloso! Entonces esperaremos —sonrió el obispo con euforia.

—¿Esperar? Ya tiene dos pares de alas. No pude ver si ya había un tercero en desarrollo, es el momento antes de que...

—La vigilaremos de cerca, padre Anderson. Estaremos al acecho —lo calmó colocando una mano en su hombro—. Pero la dejaremos donde está, será nuestro caballo de Troya.

—Para que acabe con la Orden desde dentro...

—Si Hellsing no sabe qué es, para cuando extienda las terceras alas ya será tarde para ellos. La Orden Protestante desaparecerá por completo, devorada por aquello a lo que, en su equivocación, pusieron a trabajar entre sus perros, en vez de sacrificarlo enseguida. Y con ellos desaparecerán gran parte de esos herejes que decidieron darle la espalda a Dios. Nos hará el trabajo sucio —rio con satisfacción—. Los caminos del Señor son inescrutables y su venganza implacable disfrazada de ramera.

Anderson miró a Maxwell con nerviosismo. Ese plan le inquietaba. El último Ángel Exterminador fue aniquilado antes de que se abrieran las puertas del infierno, justo cuando se estaban extendiendo las terceras alas. Permitir que uno completara su desarrollo podía significar el final del tiempo del hombre y el inicio del de los monstruos.

...†...

Blake se revolvió en el colchón, bajo los brazos del vampiro. Con cuidado se levantó de la cama y se desperezó como un gato. Más que de la cama, se levantó del colchón que estaba en el suelo. Íntegra no había tocado un solo mueble de la habitación. El somier seguía roto y la mesa coja. Aquello era claramente un pequeño castigo y al mismo tiempo un permiso tácito a seguir acostándose con Alucard. Un "no voy a reparar nada por si lo volvéis a destrozar". Así que Blake simplemente estiró el colchón sobre el suelo.

Tras informar de la misión, no hizo falta que expresara con palabras que necesitaba compañía para aplacar esa congoja y ansiedad que se había aferrado a su pecho. Esa vez no hubo mordiscos ni gritos que resonaran contra la piedra. El vampiro fue suave, delicado y calmado, y ella lo agradeció. Simplemente necesitaba no sentirse sola en la oscuridad, sentir algo que no fuera miedo y un vacío basto y frío en su interior.

Al quedarse dormida había soñado con su madre, con su sonrisa y su calidez. Con su mirada castaña llena de comprensión, pero también de tristeza y cansancio.

Fue a la cocina a por algo de beber, descalza y adormecida. Por eso tardó en darse cuenta del olor peculiar del pasillo. Un remezcla entre vampiro artificial, licántropo, humano, metal y algo más que no supo identificar, algo que le recordó a... un felino.


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Un saludo a todos!