CAPITULO IX
Miró el pasillo vacío, frunciendo el ceño. Tal vez estaba demasiado dormida y cansada, y fuera producto de su imaginación, pero... Siguió el rastro. A esas horas de la tarde, cuando el sol estaba a punto de ponerse y comenzaban los cambios de turno, la mansión se sumía en un silencio sepulcral.
Llegó a la zona de enfermería y laboratorios. Allí no había ventanas y todas las puertas estaban cerradas a cal y canto. El olor era más intenso en uno de los laboratorios pequeños, y escuchaba un golpeteo de vidrio y metal. Cogió el pomo con cuidado, pero no giró, estaba cerrado con llave. Se humedeció los labios. Volvió a girarlo con brusquedad estirando hacia ella, hasta que escuchó la cerradura romperse con un crujido. Con sigilo entró en la sala, avanzando despacio entre las mesas. Había alguien allí encogido, rebuscando en las neveras de muestras. Cogió un bisturí de una de las bandejas metálicas de material médico.
—Suelta eso ahora mismo —le dijo al acercase lo suficiente.
El intruso dio un pequeño bote y se giró hacia ella incorporándose. Era un crío de catorce años vestido con un uniforme de las Juventudes Hitlerianas, aunque lo que más le llamó la atención eran las orejas pardas de gato que asomaban entre su maraña de pelo rubio, y que en esos momentos estaban de punta y alerta. Ese chaval apestaba a licántropo aunque no fuera uno de ellos.
—¿Qué coño eres y de dónde sales? —gruñó Blake con el bisturí bien sujeto, sabía que fuera lo que fuera, pertenecía a Millenium y que no podía fiarse.
—¡Hola! —le sonrió el muchacho alegremente— Soy del personal de limpieza de laboratorio y estaba ordenando las muestras, creo que faltan algunas.
—¿Te crees que soy imbécil o qué? —lo miró con dureza.
Las orejas del crío se agitaron y ladeó la cabeza ligeramente.
—No creo que seas imbécil. Una persona imbécil no habría cogido un arma para defenderse o atacar —señaló el bisturí en su mano.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? Y no lo voy a volver a repetir —las sombras temblaron.
El chico miró a su alrededor, inquieto.
—Puedo estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo —sonrió—. Te estaba buscando. A ti o parte de ti. Pero... tienen tus muestras de sangre muy bien escondidas —se encogió de hombros—. Así que tendré que ir a la fuente directamente.
La expresión del chaval se volvió cruel, lanzándose hacia ella de improvisto. Fue tan rápido que no pudo reaccionar cuando le clavó las garras en el costado. Ahogó un gruñido de dolor intentando atraparlo, pero se le escurrió de entre los dedos.
—Deberías unirte a nosotros. Hueles a muerte y caos. Con Millenium estarías en casa, podrías ser lo que realmente eres. Te haríamos más fuerte incluso —le dijo el chico sentado en una de las mesas, desde donde le colgaban los pies.
Su oscuridad interior se agitó ante esa propuesta, con excitación y curiosidad.
—No pienso unirme a abominaciones como vosotros —le dijo con la mano en las costillas para taponar el sangrado y aliviar el dolor.
—Lo sabemos, y es una verdadera pena. Pero con esto —el niño gato alzó su mano y le mostró los dedos manchados de sangre—, ya no vamos a necesitarte durante un tiempo. Aunque si cambias de opinión, nuestra puerta siempre estará abierta para ti.
—Gracias por la invitación —tras el crío se alzó uno de los lagartos, con sus seis ojos brillando en la oscuridad—, pero paso.
Las mandíbulas de la bestia se cernieron sobre el cráneo del muchacho, y con un desagradable crujido se lo aplastó. El cuerpo decapitado cayó sobre la mesa, rompiendo botes de cristal y tirando material al suelo.
Alucard llegó al pequeño laboratorio guiado por el enorme perro negro de ojos blancos que le había robado Blake. Alzó una ceja con sorpresa al encontrar allí a la chica junto al cadáver del adolescente.
—¿Te dejo sola un momento y montas una pequeña carnicería? Nunca me invitas, qué desconsiderada —la miró con fingida indignación.
—Cierra la boca y ve a buscar a Íntegra. No quiero moverme de aquí por si el cadáver se incinera solo o algo —le enseñó el brazalete con la esvástica que lucía el brazo inerte del chico.
Cuando llegó la jefa de Hellsing, Blake les relató lo sucedido. La mujer le dio una larga calada a su puro, pensando.
—En todas partes y en ninguna —musitó para si—. Sea como sea, parece que no consiguió su propósito. Destruiremos las muestras que tenemos, para evitar que las consigan de nuestros laboratorios.
Luego miró a la chica frunciendo el ceño.
—¿Estás segura de que de ti no han obtenido nada?
—Segura, tienes el cadáver ahí.
Acordaron que Alucard fuera la sombra de Blake hasta nuevo aviso. Tenían que asegurarse de que Millenium no consiguiera nada de la mestiza que pudieran usar en el laboratorio. Blake remugó, pero de nada sirvió. Íntegra no pensaba permitir que crearan nuevas criaturas a partir de ella, y en eso la mestiza estaba de acuerdo.
...†...
Schrödinger estaba sentado en el suelo, de piernas cruzadas y con gesto alicaído frente al Mayor.
—No pasa nada muchacho, lo has intentado.
—No me esperaba lo de esa cosa ¡Casi consigo una muestra! —gimoteó el chico con un mohín.
—Conseguiremos algo más que una muestra, Suboficial Schrödinger, no te preocupes —sonrió el hombre con las yemas de sus dedos juntas—. Solo tenemos que colocar bien el cebo y vendrá solita a la trampa.
Rio con emoción anticipada ante la perspectiva de atrapar a la presa que llevaban tanto tiempo persiguiendo, y que siempre conseguía escurrírseles.
...†...
Blake intentaba concentrarse en aparecerse en cualquier punto de la sala que ella escogiera, siguiendo las instrucciones del vampiro. Pero era incapaz. Había vuelto a soñar con su madre, últimamente le pasaba mucho. Al principio le habían parecido recuerdos por su exactitud en los detalles, pero su madre en ellos era más joven de lo que ella la recordaba en su niñez. Y, además, con el transcurso de los días, en esos sueños había aparecido alguien más de forma breve: un hombre alto y de melena azabache, con una barba muy bien cuidada y recortada. Cuando en uno de los sueños pudo ver un segundo sus ojos rojos supo que se trataba de Gottfried Von Kalmbach. Por alguna razón su subconsciente seguía torturándola con él y su madre ahora que había visto el rostro de aquel que condenó a ambas a una vida gobernada por la oscuridad.
—¿Estás aquí o en alguna otra parte?
Parpadeó volviendo a la realidad.
—Estoy aquí —suspiró con cansancio— ¿Podemos...?
—No —respondió tajante—. Simplemente céntrate. Saber moverse entre las sombras es muy útil, dejarás de necesitar ese trasto con motor.
—Me gusta mi moto.
Alucard chasqueó la lengua.
—Pensé que ahora que habías probado a montar algo con más potencia, perderías el interés en ella —la miró dibujando una ligera sonrisa lasciva al terminar la frase.
—Nunca estarás al nivel de mi Yamaha, te lo aseguro —le respondió con una sonrisa prepotente.
—¿Me estás retando? —se acercó a ella bajando su tono de voz, de manera seductora.
—No. Simplemente es un hecho.
—Me estás retando —concluyó el vampiro acariciando la nuca de Blake, atrayéndola hacia él.
Y cuando estaba a punto de besarla, desapareció entre girones de oscuridad.
—¡Wow! Es verdad, es muy útil para escapar de tu soberbia —se mofó ella desde el otro extremo de la sala.
—Para escapar de mi soberbia vas a necesitar llegar más lejos que el otro extremo de la habitación —Alucard apareció a su lado cruzándose de brazos con altanería.
—Acabas de darme una buena motivación —Blake sonrió desafiante—. Vamos a ver cuánto consigo alejarme de tu estúpida cara.
Y volvió a desaparecer. El vampiro mostró sus colmillos en una sonrisa voraz, aceptando el juego. La persiguió por la mansión apareciendo en el mismo lugar que la chica segundos antes de que ella volviera a desaparecer, hasta que llegó un punto en el que no fue capaz de seguirla. Escuchó en silencio el murmullo del edificio y olfateó el aire con calma. Podía oír el susurro de la oscuridad de la joven.
Blake se asomó al pasillo principal con cuidado, se había transportado a un pequeño distribuidor que daba a tres salas.
—Bu —le susurraron al oído haciéndole dar un brinco.
Se giró en el acto, encontrándose al vampiro justo frente a ella.
—Te dije que necesitarías llegar más lejos para poder escapar de mí.
—¿No se suponía que estaba escapando de tu soberbia? —la mestiza alzó una ceja.
—¿Acaso hay alguna diferencia? —se inclinó sobre ella, poniendo los brazos a cada lado de su cuerpo, acorralándola.
—Buen punto —admitió— ¿Y ahora?
—Ahora al gato le toca comerse al ratón.
Se abalanzó a por su boca sin ni siquiera pedir permiso. El beso subió rápidamente de intensidad, tanto, que para cuando Blake fue consciente de que estaban en un simple distribuidor de la mansión, a la vista de cualquiera que pasara por allí, el vampiro ya la había puesto cara a la pared y le había bajado los pantalones y la ropa interior lo justo para poder penetrarla, acercando su cadera a la suya.
—No deberíamos estar haciendo esto —jadeó cuando el vampiro la rodeó con los brazos desde la espalda y una de sus manos empezó a jugar entre sus muslos, mientras lamía su cuello.
Blake se mordió los labios para acallar un gemido.
—Simplemente no hagas ruido —le susurró al oído, mordiéndole el lóbulo— Si es que puedes.
Ambos se esforzaron en silenciar los jadeos y gemidos, el no-muerto incluso había llegado a ponerle una mano sobre la boca a la chica, para acallar los ruiditos que tan cachondo le ponían. Pero cuando comprobaron que les iba a ser difícil seguir conteniendo esa oleada de sensaciones, Alucard hizo que ambos aparecieran en la habitación y terminar así por todo lo alto y con total libertad.
—Me resulta curioso que te dé igual follar a pelo —comentó Alucard, tumbado al lado de la chica mientras le acariciaba distraídamente la espalda.
Blake, tumbada boca abajo, se revolvió para mirarlo a la cara.
—Soy inmune a las enfermedades humanas y respecto a los embarazos tomo medidas. No pienso traer al mundo una vida maldita como la mía —respondió con un suspiro de resignación.
—¿En serio te has castrado como si fueras un perro? —se mofó.
La mestiza se quedó en silencio y apartó la mirada.
—Lo intenté —respondió al fin, casi en un susurro—. Lo intenté varias veces, tanto por mis propios medios como con los de la medicina que hubiera en su momento —Alucard frunció el ceño con algo de compasión, imaginando las barbaries a las que seguramente se había sometido a lo largo de su vida—. Pero mi cuerpo siempre se regenera, haga lo que haga, todo vuelve a su lugar, como si no tener descendencia no entrara dentro de sus planes —volvió a mirar a Alucard a los ojos—. Así que desde hace tiempo opté por métodos hormonales.
—¿Y son infalibles? —la miró con curiosidad.
—El único método infalible es la abstinencia —dibujó una sonrisa cansada—. Y de haber un accidente, siempre tengo la opción de abortar.
El no-muerto le acarició la mejilla al ver su mirada triste, y ella supo qué era lo que estaba pensando.
—No sería segar una vida inocente. Nada inocente puede salir de algo como yo —musitó—. Igualmente no es un tema al que le de muchas vueltas, tengo sexo de forma muy esporádica.
—Cinco polvos en tres días yo no lo considero sexo esporádico —rio con incredulidad para rebajar la tensión que se había creado en el dormitorio.
—Puede que tú seas la excepción —Blake se encogió de hombros—. Pero tampoco te lo creas mucho.
—Tarde, no tendrías que haberlo mencionado —la miró alzando una ceja— ¿Qué te parecería entonces un sexto asalto?
—Me parece que no —remugó y se tumbó de lado dándole la espalda.
Alucard ahogó una risita, acariciando el contorno de la chica, haciendo que se estremeciera, pero sin insistir en conseguir un nuevo revolcón, simplemente por el placer de notar su calidez en las yemas de los dedos. Fue en ese momento, teniendo toda la espalda desnuda de la joven frente a él, que volvió a fijarse en las marcas negras que la surcaban. Ya había visto las cuatro aquella noche hacía varios meses, pero no supo decir si en ese momento ya había una tercera pareja oculta bajo la camiseta de tirantes. Esos dos surcos nuevos eran mucho más tenues que los demás. No pudo contenerse en tocarlos y comprobó que eran tan lisos y suaves como el resto de su piel.
—¿Siempre las has tenido?
—¿El qué? —respondió soñolienta.
—Las marcas de tu espalda.
—No lo sé, no es una zona de mi cuerpo que vea a menudo. Creo que han ido surgiendo con los años, como las pecas y lunares.
Blake bostezó y se tapó con la sábana acurrucándose. Alucard le pasó un brazo por encima y se acomodó contra ella. Le encantaba el calor que desprendía su cuerpo, era increíblemente agradable.
...†...
Frente a ellos se alzaba uno de los bloques de St Helier. Era obvio que estaba en desuso por el complejo hospitalario, la fachada estaba desconchada, las ventanas sucias y las barandillas oxidadas bajo los restos de pintura. Junto a él había varios contenedores llenos de escombros. El sol aún no se había puesto. Seguramente sería una trampa y les estarían esperando, así que, por precaución, habían aparecido cuando menos se les esperaba, aunque a la luz del día los poderes de Alucard y Ceres pudieran menguar, dependiendo en gran medida de los de Blake.
Entraron en el edificio a través de una de las ventanas abiertas de la tercera planta. La estructura por dentro no estaba tan mal como cabía esperar. Habían limpiado y, aunque no estuvieran encendidas las luces, los fluorescentes eran nuevos. Caminaron con todo el sigilo posible por los pasillos. En el aire flotaba el olor de los vampiros artificiales, los licántropos, los desinfectantes y los medicamentos. Ceres y Blake arrugaron la nariz, era un aroma desagradable que parecía pegarse a sus fosas nasales sin dejarles oler nada más. Todo estaba en silencio, salvo por el eco lejano de movimiento y conversaciones en las plantas inferiores. Bajaron al segundo piso por las escaleras interiores de servicio, con las armas ya preparadas y atentos a cualquier recoveco o sombra.
Pip y los Gansos los esperaban en Titchfield Road, al otro lado del parque que había junto al hospital. Para evitar miradas indiscretas a los enormes coches que llevaban habían decidido no esperarlos en el aparcamiento de St Helier. Aun así estaban lo suficientemente cerca para apoyarlos de necesitarlo, en un tiempo mínimo.
La segunda planta también parecía estar en desuso en esos momentos, aunque encontraron habitaciones con camas vestidas, con las sábanas revueltas y manchadas de sangre. Ceres miró al vampiro inquieta, su instinto le decía que en cualquier momento se lanzarían contra ellos. Llegaron al centro de la planta, donde no había suelo. Lo habían derruido, junto al de la primera planta, dejando en aquella zona el edificio en su esqueleto, mostrando el suelo de vinilo metálico de la planta baja. Eso explicaba los contenedores de escombros del exterior ¿Su finalidad? No la sabían, puede que ya estuviera así por reestructuración del edificio cuando lo ocupó Millenium.
—¿Oléis eso? —musitó Ceres— Huele a quemado —inspiró con fuerza—. Reconozco el olor... ¡Nitroglicerina! ¡Es una trampa!
Y antes de que pudieran reaccionar se escuchó una fuerte explosión y el suelo se hundió bajo ellos. Cayeron hasta la planta baja. Alucard y Ceres sintieron en el acto el mordisco de la plata en su piel, arrancándoles un gemido ahogado. Unos largos arpones los atravesaron a los tres antes de que pudieran ponerse en pie, afianzándoles a aquel suelo inundado en nitrato de plata.
—¡Amo! —aulló Ceres con lágrimas en los ojos, casi tirada en el suelo sin poderse mover mientras el mineral líquido quemaba su piel.
Alucard intentó desaparecer, pero fue incapaz. La mordedura de la plata no le dejaba concentrarse y los arpones, también de aleación de plata, tenían gravadas oraciones de barrera contra seres de la noche. Su cuerpo ardía por el contacto del metal y comenzaba a sentirse febril mientras no dejaba de intentar aparecer en otro sitio para librarse de aquella trampa plateada.
Blake miró a ambos vampiros, tumbada boca abajo en el suelo, intentando no tragar la plata que la envolvía y le irritaba la piel, abrasándola, y que apenas le dejaba respirar. A ella el mineral no le restaba poder, pero seguía siendo tóxico si lo tragaba o llegaba a sus pulmones. Con esfuerzo intentó levantarse. Ahogó un gemido cuando al moverse los arpones se deslizaron por sus heridas abiertas. El dolor era demasiado insoportable como para levantarse de golpe y liberarse. Es más, pudo alzar la vista lo suficiente para observar que los arpones tenían en sus extremos un grueso cable de plata, por lo que, aunque pudiera sacárselos levantándose, no quedaría libre del todo para que sus heridas sanasen si no los arrancaba antes del suelo. En los bordes de los pisos superiores de aquella especie de foso que habían preparado para ellos, vio asomarse a los esbirros de Millenium, con las armas preparadas y asiendo los cables para que no pudieran huir.
Volvió a mirar a Alucard y Ceres. Sus rostros estaban contraídos por el dolor y la desesperación de no poder hacer nada al respecto. Sabía que las zonas de su cuerpo que estaban en contacto con la plata no tardarían en estar en carne viva hasta que la plata la atravesara y llegara al hueso, disolviéndolo. Allí era ella quien tenía la ventaja al ser mestiza. No perdía facultades bajo el sol y era inmune a tretas como la plata. Con un grito de rabia se incorporó, y cuando casi lo había conseguido, viendo cómo la sangre teñía la plata bajo ella, un nuevo arpón le atravesó el hombro clavándola al suelo, haciendo que se ahogara en ese metal. La bestia le gritó desde la jaula y, en un último esfuerzo, Blake abrió la puerta y la dejó libre. Sin collar, ni correa, ni impedimentos. Tenía que salvar a su equipo a cualquier coste.
—¡Blake! —gritó Alucard cuando vio que volvían a alcanzarla y la hundían casi por completo en ese charco gris y brillante.
No podía llegar hasta ella, ni hasta Ceres. Estaba rabioso. Nadie, absolutamente nadie, hacía daño a sus chicas. Cogió uno de los arpones y estiró de golpe, hasta conseguir arrancárselo, provocándose tanto dolor que, de respirar, habría perdido el aliento y se habría desmayado. Pero ese pequeño logro lo llenó de determinación para agarrar otra de las barras de plata que lo atravesaban.
El miedo se extendió por su cuerpo, erizándole la piel. Tanto él como Ceres se volvieron hacia Blake, sintieron la oscuridad avivarse en cada rincón. Solo tuvieron un impulso irrefrenable e irracional: huir.
Las sombras temblaron detrás de los artificiales que los cercaban, vibraban mientras la respiración de la mestiza se aceleraba, casi resollando, al mismo tiempo que temblaba. Blake comenzó a reír, con un eco gutural y grotesco, que les heló la sangre. Entonces todo pareció quedar en silencio unos segundos, como en el ojo de un huracán.
La oscuridad se extendió desde la espalda de la chica con una rapidez inusitada, como la onda expansiva de una explosión. Las sombras de los artificiales tomaron vida y se lanzaron contra ellos. No eran los lagartos, eran otra cosa. Y por mucho que los hombres de Millenium intentaron defenderse con sus armas de nada sirvió, los despedazaron sin miramientos. Otros, sin embargo, se retorcieron hasta que sus espaldas se curvaron de dolor y sus pechos explotaron, como si algo hubiera salido desde su interior, y ambos vampiros así creyeron verlo. Formas entre humanas y bestias, hechas de la sangre y las entrañas, que se deslizaron entre las costillas hasta salir de los cuerpos y luego fundirse como cera al sol. La sangre corrió libre, derramándose en regueros por los bordes del foso de las dos plantas superiores, que serpentearon por el suelo en dirección a la mestiza.
La plata del suelo se disipó, como si se evaporara, al igual que los arpones que los retenían, que se fundieron hasta evaporarse en el aire, liberándolos al fin. Blake se irguió entonces, con la mirada vacía y el pelo blanco. Dio la impresión de que su cuerpo actuaba como un imán cuando la sangre vertida trepó por su cuerpo desapareciendo a medida que era absorbida por la piel de la chica. La mestiza se estaba alimentando de aquellos que habían osado tenderles la trampa.
La oscuridad se intensificó hasta que el suelo dejó de estar a la vista, dándoles la sensación de estar flotando en la nada, en una tormenta infinita llena de relámpagos rojos y violetas, donde no había otro sonido que el silencio sobrecogedor, donde acechaban bestias. Ceres retrocedió hasta topar con Alucard cuando, tras Blake, se desplegaron cuatro inmensas alas negras, que parecían hechas de girones de esa misma oscuridad que los rodeaba, e hicieron que ella se alzara en el aire al batirse con pesadez. En un momento dado se extendió un tercer par, más pequeño y raquítico.
—Amo... —musitó Ceres sin poder apartar la mirada de Blake, aterrada.
El vampiro la rodeó con sus brazos de forma protectora. Estaba bloqueado por primera vez desde que aceptó la noche como su nuevo reino. Se sentía como un niño pequeño, como si volviera a estar en la corte de Murad II, y se odió por ello, por sentir de nuevo ese miedo paralizante que pensaba que nunca más volvería a apresarlo.
De fondo se seguían escuchando los gritos agónicos de los lacayos de Millenium a medida que la negrura se extendía por cada recoveco del edificio, imparable. El edificio soltó un sonoro lamento, como si fuera a venirse abajo.
Blake posó la vista en ambos vampiros, con expresión altiva y una sutil sonrisa cruel. Cientos de ojos blancos se abrieron a su alrededor. Alucard intentó desaparecer de allí, pero algo estiró de él manteniéndolo en el sitio, como si sus propias sombras, su propio poder, ya no fuera suyo. Entonces supo que ya no estaba en su reino, que esa oscuridad pertenecía a un mundo más cruel que el infierno del que él provenía. Allí ya no era ni señor ni rey de nada. Invocó a sus lobos, para que los protegieran ante el cerco de criaturas que se retorcían a su alrededor. La oscuridad engulló a sus canes, entre los gemidos y sollozos de estos, y frente a ambos surgieron, de lo que debería ser el suelo, garras largas y enormes, de criaturas que se arrastraron hacia ellos con bocas enormes, repletas de dientes y babeantes.
El vampiro les disparó, pero no sintieron dolor, no les importaron las balas, ni los mordiscos de los lobos que él seguía invocando, sintiéndose cada vez más cansado. Así que en muy poco tiempo aquellas cosas estuvieron sobre ellos. Uno agarró la pierna de Ceres y de un brusco tirón la arrancó de los brazos de Alucard. La vampiresa gritó de puro horror, pateando a lo que fuera que la había agarrado, mientras se sujetaba con fuerza a los brazos del vampiro que se había tirado a por la expolicía para evitar que se la llevaran.
Unos brazos humanos se deslizaron por los hombros del no-muerto hasta abrazarlo desde la espalda, y una de las dos manos femeninas se agarró a la muñeca de la vampiresa estirando de ella hacia si. Entonces los monstruos se retiraron hacia la oscuridad más densa, liberando a la chica. Ambos miraron quién era la que había conseguido alejar a los monstruos.
Blake no los miraba, tenía la vista fija en las criaturas que aguardaban en la negrura, con los ojos tan negros como su melena, que no tenía ni un solo mechón blanco y se mecía azotada por la tormenta silenciosa que los envolvía. No les sonrió, ni les dijo nada, pero sus ojos calmados y su tacto cálido les transmitió seguridad. Los estaba protegiendo, diciéndole a aquella basta nada que ellos eran intocables, que no debían dañarlos.
Unas manos negras se deslizaron por las mejillas de la chica, contrastando con la palidez de su piel, haciéndola parecer aún más blanca. Unas manos que la recorrieron hasta los hombros agarrándola con fuerza. Ambos vampiros abrieron aún más los ojos al ver aquello, al ver la oscuridad de Blake. Era un calco de la chica, exactamente igual pero diferente. Era pura dualidad con su pelo y ojos blancos, con sus manos y brazos tan negros como la noche. La oscuridad de Blake los miró y les sonrió, mostrando sus enormes dientes afilados, con aquella boca que se extendía de oreja a oreja. La mestiza cerró los ojos y su otra mitad estiró de ella alejándola de los vampiros, haciendo que los soltara, hasta que ambas se perdieron entre los girones de la tormenta que comenzó a disiparse.
La luz volvió al edificio, por el que parecía que había pasado el tiempo de forma acelerada por las paredes agrietadas, desconchadas y sucias, las baldosas del suelo rotas y mugrientas, y los hierros de las escaleras y la estructura oxidados y quebradizos. De los cuerpos de los artificiales no había ni rastro. Esa oscuridad lo había consumido todo, desde los cuerpos al edificio, nada, salvo ellos, se había salvado de su voracidad.
Blake volvía a estar frente a ellos con los ojos grises. La oscuridad se replegaba en esas enormes alas que parecían abarcarlo todo.
"Las primeras traen el miedo, las segundas traen oscuridad, las terceras traen la aniquilación" recordó Alucard. Ahora sabía a qué se referían las leyendas, ahora todo empezaba a cobrar sentido: las marcas de sus omóplatos, las sombras que siempre había visto flotar a su espalda, el miedo atroz que le inspiraban sus ojos blancos, las habilidades superiores a las de él. "Y cuando las terceras se extendieron mostró su verdadera forma, se alzó como un ángel entre las sombras con una corona blanca inmaculada, sembrando la muerte a su paso, trayendo el castigo divino al reino de los hombres" había leído en uno de los textos. Recordó que Blake le contó que fue capaz de barrer un pueblo entero del mapa, que no vio misericordia en sus ojos al contarlo, que no era capaz de sentir nada cuando su otra mitad se hacía con el control, como disfrutaba haciendo daño, como no quedaba nunca nada a su paso ¿Qué se supone que iba a hacer con ella ahora que sabía la verdad? Las terceras... las terceras aún eran solo un esqueje, unas alas raquíticas sin formar como las de un polluelo ¿Y si se las arrancaba? ¿Era aquello posible? Había visto su forma, las había visto a ambas, juntas. Blake era una dualidad. Era la humanidad de los mortales y el terror que habitaba en las sombras. Era dos entes opuestos, dos naturalezas enfrentadas. Quizá pudiera separarlas, quizá pudiera salvarla de esa bestia que la estaba consumiendo, quizá...
Las alas se replegaron del todo y la mestiza se tambaleó, como si fuera a desmayarse. Cayó de rodillas y echó la cabeza hacia atrás inspirando con fuerza, agotada.
—¿Estáis bien? —resopló.
—Sí —fue lo único que acertó a decir el vampiro, pensando en todo aquello que lo estaba asfixiando por momentos— ¿Y tú?
—Bien... creo —jadeó.
El vampiro cayó en la cuenta de que desde la rave Blake no había vuelto a vomitar la sangre consumida tras dejar libre a la bestia, como antes le pasaba. Aquella era otra mala señal, se estaba acostumbrando a esa voracidad, a no sentirse culpable por las matanzas.
Ceres solo podía mirarla con los ojos inundados en lágrimas, aun temblando. Blake consiguió ponerse de nuevo en pie y fue entonces cuando vieron que su pelo había perdido del todo su color. Ya no había rastro de azabache en él. Solo una coleta blanca que hacía su mirada aún más oscura. "Se alzó como un ángel entre las sombras con una corona blanca inmaculada" pensó Alucard con una dolorosa presión en el pecho mirando su melena. Se le terminaba el tiempo.
Pip fue a recogerlos al aparcamiento del hospital. La misión había sido en parte un fracaso ya que no habían conseguido más información, pero al menos habían destruido, o más bien Blake, las instalaciones de investigación y desarrollo.
—Amo, hay que hablar con lady Íntegra —le susurró Ceres con preocupación—. Esto ya no se lo podemos ocultar.
—Sí podemos.
—No, no podemos. Ella no es... No sé lo que es, pero... —se mordió el labio con nerviosismo—. Tengo miedo. Nunca había pasado tanto miedo, ni siquiera la noche en la que morí. Sé que aún no conozco del todo el reino de la noche, pero hay algo que me dice que ella no pertenece a él, que es algo más. Peor. Es peligrosa. Tenemos que...
—Salvarla —la miró con determinación—. Lo has visto tan claro como yo, has visto su parte humana.
—No sé lo que he visto, Amo —musitó a punto de echarse a llorar.
—Ceres... —era la primera vez que la llamaba por su nombre desde que la transformó—. Necesito algo más de tiempo, para intentar hacer algo por ella.
La vampiresa se lo quedó mirando y frunció el ceño.
—La quiere. Usted la quiere —sus ojos se abrieron con asombro.
Alucard la miró con una humanidad y una tristeza que jamás había visto en él ¿Qué si la quería? No lo sabía. No sabía si lo que había en su interior era amor. De lo único que estaba seguro era de que necesitaba protegerla, necesitaba saber que iba a estar bien, que nada iba a dañarla, que la necesitaba a su lado cada día un poco más. Que si la mantenía cerca se sentía menos vacío y más completo. Pero no estaba seguro de que eso se tradujera en amor. No era un sentimiento dulce, era una necesidad urgente, rabiosa. En vida nunca experimentó nada semejante, si aquello era lo que los humanos llamaban amor, no podía saberlo.
...†...
Tras presentar el informe a Íntegra salieron de su despacho.
—Alucard, aguarda —lo llamó su Ama.
El vampiro inspiró con fuerza de forma sutil, tenía varias sospechas sobre lo que le iba a preguntar. Llegó junto al robusto escritorio cuando el resto del grupo cerró la puerta tras salir de la sala.
—¿Ha perdido el control? —le preguntó sin andarse por las ramas.
—No ¿Por qué lo pregunta? —la miró con seriedad en sus ojos color rubí.
—Su pelo, es imposible no darse cuenta del cambio, no finjas no saber de qué te hablo. Cada vez que ha vuelto después de que la situación se le escapara de las manos su pelo era más blanco, y hoy directamente ha perdido lo que le quedaba de moreno. Ahora parece albina.
—Ha usado sus habilidades, pero ha mantenido el control. No ha supuesto ningún riesgo para ninguno de nosotros, sino todo lo contrario —aclaró.
Íntegra lo analizó a fondo. Su expresión seria y vacía de sentimiento, su postura rígida, su calma. Pero sus ojos no le decían lo mismo, había inquietud en ellos. Había tristeza y preocupación.
—¿Qué es lo que no quieres contarme, Alucard? —le dio un sorbo a su humeante taza de té.
—Nada, Ama. Ya sabe que no puedo mentirle, son inquietudes, picores...
—Que no puedas mentirme no quiere decir que no seas capaz de guardarte información para ti mismo ¿Tiene algo que ver con Blake?
—¿Los picores? Por supuesto, pero me los rasca bien —dibujó una sonrisa pícara.
Íntegra lo fulminó con la mirada.
—¿Has seguido investigando sobre los mestizos? —ignoró el comentario del vampiro, que obviamente quería cambiar de tema a base de bromas soeces.
—Sí, pero... no he sacado nada más en claro. Algo de una dualidad, dos entes en un solo cuerpo o algo así.
—¿Acaso vamos a necesitar ahora un exorcismo? Nosotros no somos especialistas en eso, los exorcismos son cosa de la Iglesia, aunque aquí tengamos algo de documentación al respecto.
—Yo no he dicho que vaya a ser necesario, solo he respondido a su pregunta.
La mujer siguió escrutándolo a fondo.
—Espero de verdad que si descubres algo más, me informes de inmediato. La celda donde te encontré sigue teniendo las cadenas y correas justo donde las dejaste —le amenazó de forma sutil.
—Soy consciente de ello, Ama —entre ellos se instaló un silencio tenso— ¿Alguna otra cosa que la inquiete?
—Ahora que su progenitor ha muerto ¿Sabes si sigue teniendo necesidad de marcharse o va a quedarse aquí?
—No he hablado con ella al respecto. En su momento dejó caer que tal vez Hellsing fuera un buen lugar donde quedarse. Aunque tras la discusión que tuvieron... creo que ya no lo tiene tan claro.
—Entiendo —suspiró—. Pues asegúrate de que decida quedarse aquí por propia voluntad, aprovecha tu nueva relación con ella, haz tu magia y retenla en la Organización —Íntegra dio por terminada la conversación.
Alucard hizo una reverencia educada y salió del despacho. La mujer se quitó las gafas y se masajeó el puente de la nariz. Malditos fueran los seres de la noche. El vampiro se estaba callando algo, algo importante que lo carcomía, y no solo eso, se estaba ablandando con la mestiza. Necesitaba a un monstruo como primera línea de defensa, no a un mero cazador más pendiente de un par de tetas que de la misión. Para eso ya tenía a Bernadotte.
...†...
Llevabas días buscando en el archivo procedimientos sobre exorcismos, posesiones y derivados. Pero no había encontrado nada útil que se ajustara a lo que necesitaba o creía necesitar. En verdad estaba completamente perdido. Tampoco sabía si realmente dentro de Blake había dos consciencias. Lo que ella era estaba lejos de todo lo que creía saber sobre la noche, la oscuridad y el infierno.
Lo que había visto o creído ver era tan real y al mismo tiempo tan abstracto que no sabía realmente qué debía buscar. Algo le decía que los que seguramente tendrían respuestas vivían muy lejos de Londres, dentro de murallas altas, en su propio pequeño reino con el crucifijo por bandera, y no iban a responder las preguntas de un ser como él, les hiciera lo que les hiciera para conseguirlas.
Estaba completamente solo en aquella cruzada. Ceres no era de mucha ayuda y no podía hablar abiertamente con Íntegra porque mataría a Blake sin pestañear. Y solo con pensar que la chica desapareciera de su lado se asfixiaba, la posibilidad de no volver a perderse en sus ojos negros, de no volver a discutir con ella hasta hacer que perdiera los nervios. Sintió un desagradable escozor en los ojos. Y supo qué le estaba pasando. Cerró los párpados con fuerza, tragándose de golpe la pelota que se había formado en su garganta solo con imaginarse que ella no estuviera allí.
¿Cómo era posible que le estuviera volviendo a pasar? ¿Qué le estaba haciendo Blake? Aquello sobrepasaba su historia con Mina, la sobrepasaba por mucho. No era solo sexo o un encaprichamiento pasajero, era más, mucho más. Todo ese deseo, ese anhelo por sentir más, por ser más, por y para ella, lo estaba volviendo loco, lo estaba volviendo humano. La culpa, el remordimiento, la felicidad en su estado más puro, todo aquello que había olvidado en su eternidad entre sombras iba a peor con el transcurso de los días, estaba perdiendo la cordura y la frialdad. Y lo peor no era que no le importara, si no que sentía que lo había deseado toda su vida. Había deseado a alguien que, aun sabiendo que era un monstruo, que estaba roto y hecho añicos sin posibilidad de arreglo, fuera capaz de mirar más allá, de llegar a ver al niño solo y asustado que se volvió salvaje y cruel vistiéndose con la sangre y entrañas de sus enemigos para poder sobrevivir, y aceptarlo, aceptar esa alma retorcida y oscura. De tocar sin reparos su corazón podrido y muerto. De disfrutar de su compañía sin mostrar miedo. De conseguir que dejara de sentirse solo.
Joder, puede que sí que quisiera a Blake. Puede que fuera verdad que por primera vez quería a alguien de verdad.
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...Oana estaba preparando la cena de aquella noche, aunque el forastero que estaba sentado a la mesa no fuera a probar bocado. Nunca lo hacía. Llevaba allí tres días y no había tocado un plato o vaso. Sin embargo, habían desaparecido algunas de sus gallinas y una cabra.
Ella se sentó a la mesa y el huésped moreno la miró con una sonrisa educada de agradecimiento, a la que ella correspondió. Ese hombre le despertaba curiosidad. No solía verse a mucha gente de su clase por Sirvragi, era un pueblo de paso que no ofrecía mucho, todos allí eran granjeros o agricultores, era una población muy humilde. Por eso le chocó verle aparecer en su puerta buscando alojamiento durante su viaje al norte. Un hombre atractivo, bien vestido y culto como él normalmente buscaría habitación en la posada o alguna habitación en una casa en el corazón de Sirvragi, no en las afueras. Pero llevaba tanto tiempo sola que algo de compañía le resultó irresistible.
Tras la cena el forastero salió a dar una vuelta, como cada noche, y ella se sentó en suelo frente a la chimenea, para remendar una blusa al calor y la luz del fuego, arropada en la piel de oso que conservaba de su difunto marido.
No se dio cuenta de cuando el hombre volvió a la casa y se sentó a su lado, para observar con curiosidad el movimiento de sus manos y dedos manejando el hilo y la aguja. Oana dio un respingo al darse cuenta de lo cerca que estaba de ella, tanto que temió girarse hacia él por si sus rostros se rozaban, pero lo miró de reojo. Era realmente un hombre muy guapo a pesar de que la melena azabache le caía por el rostro ocultándoselo siempre en parte, y había algo en sus ojos color caoba rojizo que le resultaba cautivador, que no le permitía apartar la vista. El hombre apartó los ojos de sus manos y la miró directamente a los ojos. No supieron cuánto tiempo estuvieron sosteniéndose la mirada.
Él le quitó prenda y la aguja de las manos, y se acercó aún más a ella hasta que sus labios se encontraron en un beso tímido. La mujer fue consciente de lo fríos que estaban los labios de él, pero no le importó, hacía mucho desde la última vez que había besado a alguien. El beso, al principio casto, fue subiendo de intensidad de forma gradual mientras los labios se movían con cuidado acariciándose, hasta que se abrieron para dejar que sus lenguas se encontraran. El hombre le quitó de encima la piel de oso y dejó que cayera al suelo. Entre besos él se aproximó más hasta que la tumbó con cuidado sobre el mullido pelaje pardo. Dejó que él se acomodara entre sus piernas temblorosas mientras una de sus manos, también fría, pero suave, levantaban la falda larga acariciando su pierna por encima de los calcetines altos de lana, hasta dar con la piel desnuda de su muslo.
Sabía lo que era él. Lo había sabido desde el primer momento que lo vio frente a su puerta abierta al atardecer. Pero no le importó, no tenía miedo. Llevaba tanto tiempo sola, que le daba igual si aquella era su última noche, porque al menos no moriría estando sola en esa casa, habría alguien a su lado, aunque ese alguien fuera quién se llevaría su vida, junto a la pena.
Llevaba tanto tiempo sola que recibió al vampiro con unas ansias hasta ese momento olvidadas y un largo gemido que sonó por encima del crepitar del fuego...
Blake despertó de golpe con el corazón acelerado. Se levantó para ir al baño y refrescarse la cara y la nuca con agua fría. Miró su reflejo en el espejo, se veía extraña con el pelo blanco, pero era mejor que el moreno, el color que había heredado de su padre.
Pensó en lo que acababa de soñar. No era un sueño, era un maldito recuerdo. No estaba segura de si era de Von Kalmbach o de su madre. Todas esas últimas noches desde Castlebay había revivido los recuerdos de ambos. Seguramente había absorbido parte de la sangre del vampiro sin darse cuenta durante su encontronazo, antes de que Anderson lo matara. Y de su madre también bebió en alguna ocasión de pequeña antes de que pudiera ingerir alimentos sólidos, su madre se lo contó cuando fue algo más mayor.
No supo si alegrarse o no de ver todo aquello. Era posible que a través de esos recuerdos encontrara las respuestas que buscaba, pero ver a su madre con ese monstruo le hacía hervir la sangre ¿Por qué sabiendo lo que era, su madre no lo mató o huyó en cuanto tuvo la oportunidad? ¿Por qué decidió acogerlo? ¿Por qué dejó que se acostara con ella y la dejara embarazada?
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Sus manos recorrían su cuerpo con calma, memorizándolo con detenimiento, mientras sus bocas permanecían unidas, sin dejar de besarse con un hambre casi voraz, con desespero.
—¿Te pasa algo? —le preguntó ella cuando le dio margen para respirar.
—¿Y esa pregunta? —Alucard volvió a apresar su boca, le encantaba su suavidad y cómo sabía.
—Estás... raro.
Aquel polvo había sido diferente. Normalmente eran encuentros ansiosos y bruscos, una pelea constante por ver quién dominaba al otro y quién conseguía hacer que el otro se corriera antes. Era pura competición y fuerza bruta. Pero ese último se había parecido más al de la vuelta de Barra: apacible, lento y profundo, casi podría decirse que tierno. Y tras haber llegado ambos a un suave pero intenso orgasmo, Alucard no había dejado de besarla y acariciarla, como si tuviera miedo a soltarla.
—Pensaba que preferías que no te follara siempre como si fuera un ariete, aunque de vez en cuando me lo pidas con la mirada —le respondió él, tumbado sobre ella.
—No es eso. Hay algo ahí dentro que te carcome —le dio un golpe suave en la frente con el índice.
—Sí, el que aún no hayas gemido mi nombre ni una sola vez. Por compasión, podrías fingirlo alguna vez, aunque sea apenas un susurro —hizo un mohín lastimero.
—A veces mientes de pena ¿Lo sabías? —Blake alzó una ceja.
Volvió a besarla, recreándose.
—Claro que lo sé —le susurró sobre los labios antes de darle un beso corto—. Yo lo sé todo.
La mestiza resopló con hastío. Alucard le colocó el pelo blanco tras las orejas y después de observarla unos segundos, embebiéndose de ella, volvió a besarla como si se le terminara el tiempo a su lado. Algo que en el fondo sabía que era cierto.
—De verdad ¿Qué te pasa? —insistió ella con seriedad.
El vampiro finalmente se tumbó a su lado, acariciando su cuello y mandíbula.
—Ahora que Von Kalmbach ha muerto ¿Qué vas a hacer?
Blake se quedó en silencio, pensativa. Se mordisqueó el labio de forma nerviosa mientras pensaba, y el vampiro tuvo que contenerse para no volver a besarla al ver ese gesto involuntario.
—No lo sé ¿Acaso me vais a dejar irme? —lo miró con escepticismo.
—Eso dependerá de Íntegra y de si serás capaz de aprender a ser un verdadero ser de la noche sin que se te vaya de las manos. Y como profesor te aseguro que aún te falta mucho para aprobar con buena nota, aunque te acuestes conmigo no puedo falsear tu rendimiento. Pero puedo adelantarte que en la cama tienes un sobresaliente.
Blake negó con la cabeza, conteniendo la carcajada.
—Pensaba que buscabas una conversación seria.
—Y mi respuesta ha sido seria —suavizó su sonrisa socarrona—. Blake, esto no es una prisión.
—Pues yo lo siento así. Que todos estáis deseando matarme en cuando tropiece —lo miró dolida.
—Eso no es cierto —se acercó más a ella, acariciando su mejilla—. Todos aquí te aprecian mucho, incluso Íntegra, aunque a veces no lo parezca.
—Estabas delante cuando me llamó monstruo, nunca nadie me lo había llamado con tantísimo desprecio —le recordó apartando la mirada.
—Y tú a ella la llamaste frígida —rio el vampiro—. No tengas en cuenta esa discusión, ambas estabais demasiado obcecadas en ver quién se quedaba conmigo cuando a mí no me molesta en absoluto compartir —Blake lo fulminó con la mirada—. Ahora en serio, de no quererte aquí, me habría dejado matarte la misma noche que nos conocimos.
—Parece que ha pasado una eternidad desde ese día —suspiró ella— ¿Te arrepientes de no haberme desangrado aquella vez?
—No, ni por un segundo. Desde que estás aquí no me he aburrido ni una sola noche —volvió a besarla de forma lenta, jugando con su lengua—. Hasta que llegaste a Hellsing todo era monotonía —volvió a besarla—, aburrida —un beso más corto—, desesperante —mordió ligeramente su labio inferior—, e interminable monotonía.
Ambos se quedaron en silencio mientras él acariciaba su mejilla de forma distraída.
—Blake no es tu verdadero nombre, ¿verdad? —la mestiza frunció el ceño ante aquella pregunta que no esperaba—. Sirvragi, si no recuerdo mal, estaba en Rumanía, en los Cárpatos Occidentales Meridionales. Y Blake no es un nombre rumano, menos aún sobre 1800 y pico, que calculo que es cuando naciste. Admito que con tu falta de acento, de no haberle dicho a Von Kalmbach dónde naciste, jamás habría sospechado que eras del este.
—1888, ese fue el año en que nací —concretó ella—. Y no, Blake no es el nombre que me puso mi madre. Lo he ido cambiando a lo largo del tiempo en función de por dónde me movía.
—¿Y ese nombre es...? —Alucard la miró con interés.
Ella sopesó si decírselo o no, no le gustaba hablar sobre su vida antes de la muerte de su madre. Esa vida no existía desde hacía muchísimo.
—Ilian... Ilian Dalca.
—Es un nombre precioso —sonrió él— ¿Por qué cambiarlo?
—Porque no quedó nadie que pudiera recordarlo. Así que no había necesidad de conservarlo. No tener nombre te ayuda a seguir adelante, a no aferrarte al pasado —respondió con un deje de tristeza.
—¿Tengo entonces que llamarte ahora Ilian? —el vampiro alzó una ceja con una pequeña sonrisa divertida.
—No —agarró con fuerza en su mano el relicario de plata que tenía colgado al cuello—. Solo había una persona que me llamaba así, y ya no está.
El vampiro se humedeció los labios.
—¿Qué le paso realmente a tu madre?
Los ojos de Blake se llenaron de lágrimas y apretó los labios.
—No hace falta que lo cuentes —alzó su barbilla para mirarla a los ojos—. Es simple curiosidad para equilibrar nuestra... relación. De mí todos conocen la historia.
—Por supuesto. El malvado Conde Drácula, el Empalador, el terror que aún atormenta a Rumanía por las noches aunque no estés allí desde hace mucho —se mofó ella.
Alucard rio por lo bajo con orgullo. Luego miró el relicario de Blake.
—¿Puedo verla?
—¿El qué?
—La foto de tu madre —señaló el colgante que la chica aún tenía fuertemente cogido en la mano.
—Es de plata —puntualizó.
—Es un colgante pequeño, será a penas un cosquilleo desagradable.
La mestiza se quitó el collar por la cabeza y se lo pasó al vampiro, que se incorporó en el colchón. Ignoró la molesta sensación que le producía la plata en las manos y lo abrió. Dentro encontró la foto de una mujer muy parecida a Blake, pero con el pelo más claro, y a la misma Blake con unos cinco años, ambas sonriendo en aquella pequeña foto en blanco y negro desgastada por el transcurso del tiempo.
—Eras una monada de pequeña —se mofó.
—Ja, ja —remugó la chica.
—Estabas para comerte, aunque eso no ha cambiado con los años —los ojos del vampiro brillaron con malicia y deseo.
La joven puso los ojos en blanco.
Alucard volvió a centrar su atención en la fotografía. Algo se removió en su interior al analizar con más detenimiento a la mujer adulta. Cuanto más miró la fotografía, más grande se hizo el vacío que se había creado en su pecho. El frío se extendió por su interior haciendo que no pudiera sentir nada, salvo una inmensa vergüenza llena de culpa.
—¿Cómo... cómo dijiste que se llamaba tu madre? —preguntó con los ojos clavados en la imagen, intentando controlar su reacción.
—Oana. Bueno, Ioana —una pequeña sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro—. Prácticamente todos la llamábamos Oana.
El vampiro sintió que se ahogaba ¿Cómo había podido olvidarla? ¿Cómo no la había reconocido en Blake? Ioana. De golpe acudió a su memoria. Sus ojos tristes color avellana, su sonrisa dulce y gentil.
Se levantó con rapidez dejando el relicario en el colchón, ante la confusa expresión de la mestiza.
—¿Qué pasa?
—Había olvidado que tengo una conversación pendiente con Íntegra y más me vale aparecer ya —se limitó a contestar.
Salió de allí mientras las sombras lo envolvían para vestirlo.
...†...
Entró en el despacho de su Ama sin llamar, de forma arrolladora.
—¿Y tus modales? —le regañó molesta.
—¿Tenemos aún muestras de la sangre de Blake? —preguntó sin más, deteniéndose frente al escritorio.
—Puede ser, no sé si ya lo han destruido todo ¿Se puede saber qué...?
Alucard cogió un abrecartas, se cortó la palma de la mano y dejó que la sangre corriera llenando la taza vacía de té que había sobre la mesa.
—¡¿Qué demonios...?!
—Necesito que haga una prueba de paternidad.
íntegra parpadeó sin dar crédito.
—¿Qué?
—Creo que Von Kalmbach no era el padre de Blake, creo... que soy yo.
La mujer rio con incredulidad.
—¿Estás de broma, no?
El vampiro no se rio y le mantuvo la mirada llena de desasosiego.
—Alucard, dime que estás de broma —Integra se puso en pie con el corazón acelerado—. Dime que no es posible que seas el puñetero padre de Blake.
El no-muerto apartó la mirada de la mujer con vergüenza y la mandíbula apretada. Ella lo miró con indignación y horror.
—Pero... ¿Qué has hecho?
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